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El Tao

Autor: Miguel Ángel Bellver

El Tao2018-01-11T18:05:31+02:00Temas filosóficos

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EL TAO Tao significa “principio”, “origen”. Es la causa sin causa, principio y fin de todo lo
manifestado, presente en todas las religiones y filosofías trascendentales. De ahí su equiparación a
la idea de camino o ley universal, un camino circular que parte y termina en un mismo punto: el
Tao. Un camino por el que transitan todos los seres hasta su reabsorción en el Tao que les dio
origen.

El Tao Te King es un texto escueto pero profundo atribuido a Lao-Tsé.

Actualmente disponemos de cuarenta y dos originales, de los cuales catorce están escritos en
piedra. Hasta el año 1973, los originales más antiguos que se conocían eran del siglo VII. Fue en
ese año cuando, excavando una tumba de la época Han, aparecieron dos versiones en seda del
siglo II a.C. A pesar de los siglos transcurridos, entre las versiones más antiguas y las más modernas
el contenido ha permanecido prácticamente invariable y la pureza de las enseñanzas ha sido
respetada, lo que no se puede decir de otros textos tradicionales más cercanos a nosotros, que
han sido desvirtuados o alterados en períodos de tiempo más cortos. La única diferencia que hay
entre estas versiones del siglo II a.C. y las del siglo VII está en el orden. La estructura actual consta
de treinta y siete capítulos dedicados al Tao, seguidos de cuarenta y cuatro dedicados al Te, y en
las antiguas versiones esta ordenación es inversa.

Te significa fuerza y energía. Se asemeja al concepto de virtud (virtus) en el sentido clásico latino,
que no comporta connotación moral, sino que expresa la idea de fuerza vital.

Ching o King significa libro. En China solo se aplicaba la designación Ching a aquellos textos que se
llegaban a consagrar como tradicionales, como es el caso del Tao Te King, y del I Ching o libro de
las mutaciones.

El Tao es la fuente de todos los seres, el principio absoluto y sin forma que los conforma, les da
nacimiento y les otorga una forma. Y el Te, la fuerza que los alimenta, que los nutre, que los hace
crecer, hasta que, llegado el momento de máximo desarrollo, esta fuerza se retira e inicia su
declive natural.

En el inicio mismo del Tao Te King, Lao-Tsé ya nos previene de que existe un Tao permanente y un
Tao que no lo es. Está trazando una diferenciación entre un Tao innombrable, incognoscible,
inaprensible, una causa sin causa, un absoluto, un origen primordial, no sujeto al tiempo ni al
espacio, eterno, sin comienzo ni final; y otro Tao al que podríamos considerar como una
emanación del primero, susceptible de ser comprendido y conocido por nuestra mente, que
contendría las semillas de la manifestación y a partir del cual devendría la existencia de nuestro
universo y de los seres en él contenidos. Este segundo Tao es el principio del tiempo y del espacio,
e imagen de la unidad del caos primordial. Se corresponde con el símbolo del huevo cósmico,
presente en infinidad de religiones, de cuya eclosión surge el cosmos. Obviamente, todo cuanto
podamos decir está referido a este Tao impermanente.

De la escisión de esta unidad primordial que es el Tao, se engendra la dualidad inicial del yin y el
yang, principios femenino y masculino presentes en la raíz de toda expresión material. Y esta
unidad y esta dualidad originales constituyen la primera tríada. Dicho en palabras del Tao Te King:
“El Tao produjo al Uno, el Uno produjo al Dos, el Dos produjo al Tres, el Tres produjo todas las
cosas”. El Tao y el yin-yang, desde la perspectiva védica, recuerdan a Purusha (espíritu) y Prakriti
(materia), o a Poros y Penia, citados por Platón en El banquete, de cuya unión nacerá Afrodita, el
amor, o la fuerza de atracción universal que hace participar a todo lo creado de una doble
naturaleza, espiritual y material simultáneamente. Desde la óptica de las religiones, el yin-yang
coincide con la primera pareja divina, que son hermanos y esposos al mismo tiempo, ya que han
nacido del mismo embrión, y tienen naturalezas opuestas y complementarias, de cuya unión
surgirá la vida en todas sus formas.

Estos dos principios, yin y yang, aparecen siempre unidos y no se pueden disociar, son las dos
caras de una misma moneda, dos aspectos de una misma y única realidad, que es el Tao. Si
miramos a nuestro alrededor, comprobaremos que toda la Naturaleza está polarizada, pero todo
cuanto existe contiene en sí mismo, a su vez, ese doble principio, en una repetición constante
hasta el infinito, desde lo más grande hasta lo más pequeño. Así, vemos que el cielo es yang y la
tierra yin. Pero a su vez en el cielo está expresada la dualidad en el Sol (yang) y la Luna (yin). Y en
la tierra se puede distinguir la tierra y el agua, en las que también está representada la dualidad en
los montes y los valles, y en los ríos y los mares. Esto se simboliza en la figura circular del Tao,
dividida en dos partes, una blanca y otra negra. Cada una de ellas contiene a su vez la semilla de su
contrario, expresada en un pequeño círculo del color opuesto.
Esta continua y múltiple división del universo en el que nos desenvolvemos transforma nuestro
entorno en un mundo dual lleno de relatividades, en el que nada es categóricamente cierto sino
para nuestra propia subjetividad, que inevitablemente participa de esa dimensión dual. Cuando
nosotros decimos cerca, estamos afirmando lejos. Cuando decimos alto, estamos afirmando bajo.
Y cuando decimos grande, estamos afirmando pequeño. Pero en todos los casos estamos
estableciendo inconscientemente comparaciones. Nada es absolutamente cercano, alto o grande,
sino con relación a algo ajeno a sí mismo, lo que nos devuelve siempre al mundo de lo dual. Solo el
Tao contiene todos los atributos en su grado máximo, porque es absoluto, y por consiguiente, es
lo único real. Todo lo que está manifestado es relativo y participa de esos atributos divinos en
mayor o menor proporción. Por eso se afirma que Dios está en todas las cosas.

Es nuestra percepción del mundo a través de los sentidos la que desvirtúa la auténtica realidad
unitaria del Tao, que yace latente detrás de todas las cosas. Es la mente la que nos hace ver la
Naturaleza como disgregada y diversa, haciéndonos perder la noción de unidad. Para el Tao no hay
dualidad, esa dualidad no existe, es una ilusión de nuestra mente. En su esencia, todo es uno; sólo
en su existencia se convierte en múltiple. La mente juzga según juicios previos que no son reales,
por cuanto dependen de la posición relativa del observador.

Esta idea también aparece expresada en el budismo cuando se habla de la gran herejía de la
separatividad. Las enseñanzas budistas afirman que toda la creación es una y única, y que es la
mente del hombre la que crea divisiones y ve las cosas desde un punto de vista dual y subjetivo.
Por eso, consideran la mente como la gran destructora de lo real.

La doctrina del Tao propone una forma de acción que trasciende esa dualidad. Los grandes
maestros de la Humanidad siempre han amado por igual a todos los seres, sin distinciones. Para el
Tao, no hay un ser que sea más importante que otro. Somos nosotros los que, con nuestros
intereses y deseos, consideramos unas cosas mejores, más agradables o más importantes que
otras. Así, nuestra conducta se guía por lo que me gusta, lo que no me gusta; lo mío, lo de aquel;
lo que quiero, lo que no quiero, lo que nos hace estar actuando continuamente fuera del Tao.

La acción inspirada en el Tao obra sin retener, no guarda para sí, no pretende atesorar, no busca
enriquecerse. Porque la naturaleza del Tao es precisamente el flujo de la vida y de las cosas. Es
nuestra mente subjetiva, interesada, la que nos hace ver ganancias o pérdidas en las cosas, dolor o
placer, lo que nos lleva a ponerle una intención a nuestros actos. Pero, desde el punto de vista del
Tao, todo eso no es real. Parece real para nosotros por nuestra propia percepción y por nuestro
enfoque parcial e interesado de la vida.
Lao-Tsé se refiere al Tao como la Vacuidad. Afirma que el Tao es grande precisamente porque está
vacío. Es por ese vacío por lo que las cosas son útiles. Las vasijas tienen capacidad de contener
porque están vacías, y las casas se pueden habitar por su vacío. Si imaginamos al Tao como una
gran matriz, comprenderemos que es por esa vacuidad. Si no fuese así, si no estuviese
permanentemente vacío, no podría ser permanentemente creativo, y no podría mantener el flujo
continuo de vida. Por eso, al Tao se lo considera la Madre de todos los seres.

En este sentido, Lao-Tsé aconseja vaciar la mente de deseos y de intenciones para, una vez exenta
de intereses personales, poder obrar de acuerdo con el Tao. En esto se basa también el concepto
del wu-wei, y la recta acción del Bhagavad Gita hindú. Este es el verdadero sentido del no actuar.
El Tao actúa, pero no pone intenciones a las cosas, no trata de favorecer a unos sobre otros, y
toma en cuenta por igual a todos los seres. La recta acción no tiene connotaciones morales, en el
sentido de bueno o malo, ya que tanto en las buenas como en las malas acciones volveríamos otra
vez a la dualidad. La recta acción, similar al imperativo categórico de Kant, hace coincidir el querer
con el deber. Nosotros, de forma instintiva, consciente o inconscientemente, tratamos a las
personas y a las cosas queridas con un afecto especial que no sentimos hacia lo que nos es
extraño, tiñendo de intención nuestras acciones y nuestra conducta.

Quienes han comprendido el Tao actúan por igual con todos los seres. Esto es lo que está en la raíz
de todas las religiones: no hacer distinción entre los seres. Lógicamente, resulta una meta a
alcanzar. Como seres humanos dotados de voluntad y libertad, tenemos la capacidad de elegir
entre actuar o no conforme al Tao. La diferencia entre un hombre común, como nosotros, y un
sabio, reside, entre otras cosas, en nuestro concepto de libertad. Para el sabio, la libertad no
consiste en hacer esto o aquello, sino en plegarse a la voluntad del Tao.

Este es el trabajo que propone Lao-Tsé a través del Tao Te King.

Bibliografía

Dos grandes maestros del taoísmo. Lao Tse/Chuang Tzu. Carmelo Elourdy. Editorial Nacional.

Las enseñanzas de Lao Zi. Iñaki Preciado. Editorial Kairós.


Tao Te King. Lao Tsé. Versión de Richard Wilhelm. Edicomunicación.

Tao Te Ching. Lao Tsé. Versión de Juan Fernández Oviedo. Editorial Adiax S.A.

Los místicos taoístas. Howard Smith. Edicomunicación.

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