Al observar nuestro cuerpo, podemos encontrarlo perfectamente integrado a
nuestra voluntad conciente; si lo queremos, podemos interrumpir nuestra tarea, levantarnos de nuestro lugar de trabajo y buscar un cambio de ambiente para descansar. Hacemos esto porque así lo queremos y le ordenamos a nuestro cuerpo que cumpla nuestras demandas. Pero si reflexionamos más allá de nuestras acciones más comunes, podemos empezar a darnos cuenta que no todos esos órganos que envuelve nuestra piel, responden a nuestra voluntad, por lo menos no a la conciente. Si no tuviéramos ese tiempo para descansar, si nuestra tarea no da espera ¿podríamos acaso dedicar a ella todo el esfuerzo y concentración que exija por la duración requerida? Algunos tal vez sean vencidos por el sueño o el cansancio; otros tal vez recurran a la ayuda de un estimulante del sistema nervioso (anfetaminas como el café) que les de mayor alerta o energía extra, no faltarían quienes probablemente renuncien a dar esa batalla y crean que de igual forma es injusto exigir tanto en tan poco tiempo. En cualquiera de estos casos y otros posibles, lo cierto es que se entra en tensiones y en conflicto entre lo que se quiere, se necesita, se exige y lo que el cuerpo puede dar. La corporeidad no responde indefinidamente a nuestra voluntad conciente, y someterle, forzarla a cumplir, no es otra cosa que una especie de compulsión que nos imponemos a nosotros mismos. Aún en este escenario la derrota es posible. En definitiva podemos decir que muchos de los organos que conforman nuestro cuerpo, funcionan de manera autónoma