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Su nombre deriva de los Padres de la Iglesia, los teólogos cuya interpretación dominaría
la historia del dogma.
Al hablar de Padres de la Iglesia nos referimos a aquellos cuya labor fundamental fue la
de redactar obras que exponían la doctrina cristiana. Son los verdaderos iniciadores de
la filosofía cristiana al mismo tiempo que desarrollan la estructura eclesial.
Como Padres Apologistas, se les conoce a aquellos Padres de la Iglesia que surgieron a
partir de finales del siglo II d.C., cuando con la muerte de los discípulos de los apóstoles
se extinguían las referencias más directas a la vida de Jesús y de los orígenes de la época
apostólica. En esta etapa, los cristianos sólo tenían como referencia las Escrituras y la
Tradición Apostólica, y por ello lucharon para hacer frente a los peligros que amenazaban
la existencia misma de la Iglesia naciente. Los Padres Apologistas se encargaron de
defender el cristianismo en un momento en que, además de las persecuciones de las
autoridades civiles, surgieron nuevos planteamientos teológicos por parte de gentiles, y
miembros de la propia Iglesia.
Los escritores sagrados, desde la muerte de esta generación, solo tuvieron el testimonio
de las Sagradas Escrituras, de la Liturgia y de la Tradición mantenida en cada una de las
Iglesias particulares.
La inclusión de unos autores, bien como apologistas, bien como padres de la Iglesia,
depende más bien de criterios de estudio, que por razones generacionales.
Bajo este dominio, los teólogos patrísticos hicieron suyos los problemas especulativos e
hicieron todo por afianzar y diseminar su doctrina, influyendo poderosamente en el mundo
latino. Es así como la Iglesia sustituye al Estado paulatinamente, mientras el Imperio de
disolvía. El otro Imperio, el Bizantino, duraría otros mil años, pero alejado de la influencia
patrística.
Después de tanta cruel persecución, sobre todo en la época de Nerón, la religión cristiana
se hace oficial, luego de la conversión del emperador Constantino, a principios del siglo
IV. Después de esto, durante un tiempo se permitió el paganismo, pero esto no duraría.
El 90 por ciento de los aristócratas practicaban aún el paganismo, hasta que apareció
Ambrosio, obispo de Milán, quien totalmente convencido de su credo, hizo patente su
intolerancia. Comenzó afirmando que la religión cristiana era la única verdadera y agregó
que las demás debían ser destruidas. Se ocupó de que todos sean obligados a practicarla,
cosa que logró al punto de que su tesis permaneció inalterada hasta finales de la Edad
Media, quinientos años después de la caída del Imperio.
Para ahondar más la cuestión, el emperador Teodosio se lanzó a favor del obispo y declaró
sin más la eliminación del paganismo, prohibiendo que alguien la practique ni en público ni
en privado. Así el cristianismo, de perseguido, se convirtió en gran perseguidor.
¿Qué hicieron los nobles romanos? Pues lucharon denodadamente por mantener la antigua
religión y tomando armas, presentaron pelea. Vano intento, pues tras ser derrotados, la
mayoría de los insurrectos fueron ejecutados sin merced. Aquel mandamiento de "No
matar", no funcionó para nada. De ese modo, el emperador se ganó el repudio del partido
de la aristocracia, y del senado.
DECADENCIA Y FIN
Pero ¿qué demonios estaba pasando? Pues que Teodosio no sabía qué camino tomar. Su
situación no era simplemente religiosa. Pasaba que ya no había como antaño suficientes
tropas para resguardar las fronteras del Imperio.
La nobleza ya no se avenía a tomar las armas para defenderlo y tampoco los plebeyos
querían hacerlo. Mientras, el peligro de invasión de los pueblos germanos se volvía
inminente.
Se avecinaba un nuevo reto de mayúsculo peligro. En otros tiempos, participar en una
guerra, traía la oportunidad de hacer esclavos, apoderarse de un buen botín y hasta de
divertirse cometiendo todo tipo de abusos y destrozos. Ahora, la gran mayoría de la
población estaba compuesta por romanos con derechos.
¿En qué consistía pelear contra los bárbaros? Pues en defender posiciones sobre el Rhin,
sin ningún premio y enfrentar gratis un peligro mortal. ¿Cómo encajaban los cristianos en
todo esto?, pues tampoco querían guerrear esgrimiendo razones morales. En resumen,
nadie estaba dispuesto a pelear. Ese era el problema de Teodosio, quien pensaba que sólo
contaba con la Iglesia para contener a los germanos.