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DEBATE ENTRE COMUNITARISTAS Y LIBERALISTAS

En las últimas décadas, se ha desarrollado un intenso debate entre los defensores de un modelo liberal de sociedad y quienes
apuestan por uno, comunitario. Bajo el manto liberal, se engloban todas aquellas teorías políticas cuyo objetivo es buscar
procedimientos, universalmente compartidos, de agregación de los intereses individuales. Por su parte, el bando comunitarista
defiende aquellos planteamientos que consideran que sólo se posee una comunidad política cuando se recurre a un patrimonio
común de contenidos, valores y tradiciones, con el que sus miembros se sienten identificados.

Liberalismo
Generalmente, entendemos por Liberalismo la doctrina económica librecambista y también la filosofía política y moral con que se
han revestido nuestras Constituciones desde los tiempos de la Revolución Francesa.
El Liberalismo postula “la mayor felicidad para el mayor número” en un desarrollo de medidas donde la libertad del individuo prima
frente a todo. La extensión de la soberanía del individuo, la internacionalización sin límite de los medios de producción provocó la
ruptura de las comunidades tradicionales, aislando a los individuos (a los que trasladó a las grandes urbes) convirtiéndolos en
extraños unos de otros.
Constituye la visión hegemónica de la política y de la ciudadanía en las sociedades actuales. Su propuesta otorga primacía al
individuo y sus derechos particulares frente a toda entidad colectiva. Uno de los retos esenciales del liberalismo es hacer factible la
defensa y preeminencia de los derechos individuales y, al mismo tiempo, el compromiso cívico y el bien común.
El sujeto liberal concibe la política como un instrumento para facilitar la consecución de sus intereses personales. Demanda un
ámbito de libertad negativa, donde el Estado garantice la coexistencia y la protección de los derechos. Establece límites a ese
mismo Estado para evitar una excesiva expansión del poder político. Hay, en consecuencia, una actitud recelosa hacia la política.
El espacio privado cobra todo el protagonismo y, en ese contexto, el proceso democrático aparece como un compromiso
estratégico de intereses y la participación política es instrumental.
Sin duda, no todos los liberales tienen la misma visión de la ciudadanía. La división más clara se encuentra entre el enfoque
libertario de Nozick (1988), que ven al Estado como una agencia de protección de los derechos de la propiedad, y el liberalismo
político de Rawls (1979), más centrado en la virtud cívica y el consenso —siempre desde el pragmatismo. Por su parte, Dworkin
(1993) representa una vía en la que es posible la continuidad entre valores éticos y principios políticos.

¿ QUE ES EL LIBERALISMO ?

Dar una definición de LIBERALISMO es una tarea difícil. Esta definición es un fenómeno histórico; en primer lugar, la historia del
Liberalismo está ligada estrechamente con la historia de la democracia, por lo cual es difícil encontrar un consenso sobre lo que
hay de liberalismo y lo que hay de democracia en las actuales democracias liberales. Si desde el punto de vista de los hechos es
difícil una distinción, dado que la democracia ha producido una transformación más cuantitativa que cualitativa del estado liberal,
lógicamente ésa seguirá necesaria siempre, porque el Liberalismo es precisamente el criterio que distingue la democracia liberal de
las democracias no liberales, por ejemplo la plebiscitaria o consulta del voto popular directo, la populista, la totalitaria etc. Máximo
de productividad económica, libertad individual y justicia social.

El Liberalismo, es una doctrina económica, política y hasta Filosófica; esto es una teoría sobre como funciona la sociedad y,
en consecuencia, un planteamiento de las cosas que se deben hacer para su mejor desenvolvimiento. Procura, en última instancia,
el progreso externo, el bienestar material y no se ocupa directamente, desde luego, de sus necesidades espirituales. No promete al
hombre felicidad y contento; simplemente la satisfacción de aquellos deseos que, a través del mundo externo, cabe atender. Dicha
doctrina presupone que la inmensa mayoría de las personas prefiere la abundancia a la pobreza: en ese sentido, busca "el mayor
bienestar del mayor número". Aboga principalmente por:
1. El desarrollo de la libertad personal individual y, a partir de ésta, por el progreso de la sociedad;
2. El Liberalismo implica prácticamente, que el hombre como ser racional, sea quien decida, como pensar y de que manera
debe actuar; en si, tener libertad de pensamiento;
3. Libertad de tránsito;
4. Libertad de educación;
5. Libertad de culto y;
6. libertad de escoger a sus gobernantes.

BASES DEL LIBERALISMO


Las bases teóricas del liberalismo económico pueden sintetizarse así:
1. La sociedad está regida por leyes naturales universales permanentes;
2. La esfera económica está regida únicamente por el interés personal, y la competencia de los esfuerzos individuales
asegura el triunfo de los más hábiles y mejores;
3. El destino humano se realiza por la libre acción individual. El estado debe limitarse a lograr la seguridad interna y la
defensa del país, pues en los demás problemas, cuando fomenta, entorpece, y cuando reglamenta, desorganiza.
Comunitarismo
El Comunitarismo, considera que somos seres sociales y nuestra existencia se deriva de pertenecer a una Comunidad que nos ha
precedido, que heredamos. De ahí la reivindicación de bienes irreductibles a una razón instrumental y económica.
Una Comunidad es un ser vivo, una Historia en movimiento, conjunto de muertos, vivos y de porvenir vinculados todos a un
Proyecto Histórico en común. Todos los clásicos del Comunitarismo retornan a Grecia. Tradición Aristotélica frente a
individualismo. Así, dicen que el Hombre no nace aislado, sino que su existencia se circunscribe a las Comunidades a las que
pertenece (Familia, Ciudad, Polis). Y lo que es muy importante: tales identidades preceden y conforman al individuo y lo
responsabilizan de ello frente al futuro.
Esto que puede parecer una obviedad, es lo que el Liberalismo ha destruido. La Historia se ve hoy como un Museo o Parque
Temático, y la Patria ya no existe sino como algo etéreo y difuso limitado a la aceptación y defensa de una legalidad determinada.
Lo más grave, con todo ello, ha resultado ser la atomización del individuo. La reducción de la Cultura a mero bien de consumo.
Se centra en señalar los efectos negativos de las sociedades modernas liberales: atomismo, desintegración social, quiebra del
espíritu público, pérdida de los valores comunitarios, desarraigo de los individuos respecto a sus tradiciones…
Para los comunitaristas, la vida de las personas no puede entenderse al margen de su comunidad, cultura y tradiciones. La
primacía del bien común es la base de las reglas y procedimientos políticos y jurídicos. El sujeto político ante todo pertenece a una
comunidad. Una comunidad de memoria y creencias que le precede y a la que debe lealtad y compromiso. Como consecuencia, el
bien comunitario se encuentra por encima de los derechos individuales.
Desde el comunitarismo, hay un rechazo explícito de la neutralidad ética estatal. El Estado debe promocionar una política del bien
común, adecuada a la forma de vida de la comunidad.
La vida comunitaria es precisamente el espacio para la autorrealización individual. Así lo expresa la tradición cívico-humanista
liderada por Charles Taylor. El pensamiento de este autor entiende la ciudadanía desde la identidad con la comunidad, y sólo bajo
ese esquema de valores compartidos se hace posible la participación.
Las sociedades actuales, sin embargo, están compuestas por una pluralidad que escapa a la idea de una comunidad homogénea.
Esbozo del comunitarismo
Después de ver los rasgos más significativos de los distintos modelos de ciudadanía, ahora vamos a detenernos en el
comunitarista. El término comunitarismo alude al conjunto de doctrinas de filosofía política y teorías morales contemporáneas, casi
todas de origen norteamericano, defendidas por autores como Sandel, Taylor, MacIntyre o Walzer, que rechazan los postulados
liberales, tanto kantianos como utilitaristas, sobre el concepto de individuo y racionalidad.
El comunitarismo incide en la pertenencia social del individuo, en los estrechos lazos entre moralidad y las costumbres de la
sociedad y en la relación entre las virtudes del bien humano y una tendencia teleológica de la naturaleza humana, reflejada en
ciertas normas. En ese sentido la identidad de los individuos es previa a los fines e intereses que estos eligen, anteriores a todo
compromiso. Los teóricos del comunitarismo defienden: o la naturaleza esencialmente política del ser humano (identificación del
individuo como ciudadano), y o la importancia de la comunidad y de las tradiciones en el proceso de desarrollo de la condición
personal del sujeto. A pesar de esta distinción, esquemática y orientada a lograr un efecto explicativo, el núcleo del pensamiento
comunitarista es común. Su eje fundamental es la crítica al liberalismo. Más exactamente, dicha crítica se refiere en especial al
liberalismo igualitarista representado por John Rawls.

Principios filosóficos del comunitarismo


Siguiendo a Fernando Barcena (1997: 128 y ss.), los cuatro principios filosóficos del comunitarismo cívico son los siguientes:
1. El individuo es un ser esencialmente social. Es constitutivo de su propia identidad como individuo el establecimiento de un
conjunto de lazos sociales, compromisos y roles comunes.
2. El bien es previo a la justicia. El tipo de relaciones sociales y participación comunitaria tienen que ser valoradas como buenas
por sí mismas. Ello ha de determinar cómo deben vivir las personas.
3. No se puede alcanzar un conocimiento del bien humano de un modo espontáneo y no puede aprenderse solamente por medio
de una introspección solitaria o filosóficamente abstracta. Para saber cómo debemos vivir y cómo deben ser organizadas las
comunidades debemos ser educados en las virtudes cívicas y servir como aprendices en una comunidad heredera de una tradición
moral que tiene que ayudarnos a formar nuestro carácter.
4. El conocimiento de la organización de la sociedad depende de una visión integral del bien de la comunidad. Puesto que el
pluralismo de la sociedad moderna impide lograr una comunidad cívica con tradiciones propias y un ethos común, el ciudadano
debe concentrarse en el aprendizaje y ejercicio de ciertas virtudes públicas en comunidades locales y grupos pequeños que
intencionalmente producen una participación real y continuada.
Comunitarismo y el bien común
Su argumento fuerte se basa en la necesidad de una política del bien común. En rigor, existe un bien común también en las teorías
políticas liberales, dado que cualquier teoría política tiene como propósito promover los intereses de los miembros de la comunidad.
La forma de determinar ese bien para los liberales es combinar las preferencias individuales con la elección de la sociedad como
un todo, a través de procesos políticos y económicos. De este modo, afirmar la neutralidad estatal no implica rechazar la idea de un
bien común, sino más bien darle una cierta interpretación.
En una sociedad comunitarista, el bien común se interpreta como una concepción independiente de la buena vida que define el
modo de vida de la comunidad. Este bien común, más que adaptarse a las preferencias de los individuos, proporciona el criterio
para evaluar esas preferencias. La forma de vida de la comunidad constituye la base para una valoración social de las
concepciones de lo bueno, y la importancia que se concede a las preferencias de un individuo depende del grado en que dicha
persona se adecua o contribuya al bien común.
De este modo, la prosecución social de los fines compartidos que define el modo de vida de la comunidad no queda limitada por
este requerimiento de neutralidad. Y prima sobre la pretensión de los individuos acerca de los recursos y las libertades necesarias
para alcanzar sus propias de lo bueno.
Un estado comunitarista es un estado perfeccionista, ya que conlleva una visión social del valor de formas de vida distintas. Así,
deberá alentar a las personas para que adopten una concepción de lo bueno que se ajuste a la forma de vida de la comunidad y al
mismo tiempo desalentar las concepciones de lo bueno que entran en conflicto con ella.
CHARLES TAYLOR Ética de la Autenticidad. Cap. IV.
El rasgo general de la vida humana que deseo evocar es el de su carácter fundamentalmente dialógico. Nos convertimos en
agentes humanos plenos, capaces de comprendemos a nosotros mismos, y por ello de definir una identidad por medio de nuestra
adquisición de ricos lenguajes de expresión humana. Para los fines de esta discusión, quiero tomar el "lenguaje" en su más amplio
sentido, que abarca no sólo a las palabras, sino también a otros modos de expresión por los que nos definimos a nosotros mismos,
incluyendo los "lenguajes" del arte, del gesto, del amor y similares. Pero a ello nos vemos inducidos en el intercambio con los otros.
Nadie adquiere por sí mismo los lenguajes necesarios para la autodefinición. Se nos introduce en ellos por medio de los
intercambios con los otros que tienen importancia para nosotros, aquellos a los que George Herbert Mead llamaba "los otros
significativos". La génesis de la mente humana es en este sentido no "monológica" y no constituye algo que cada cual logre por sí
mismo, sino que es dialógica…
De manera que la aportación de los otros significativos, aun cuando tiene lugar al comienzo de nuestras vidas, continúa a lo largo
de éstas. Algunas personas podrían seguirme hasta éste punto, y querer sin embargo ceñirse a alguna forma del ideal monológico.
Es verdad qué no podemos liberamos nunca por completo de aquellos cuyo amor y atención nos configuraron en lo más temprano
de nuestras vidas, pero deberíamos esforzamos en definirnos por nosotros mismos lo más plenamente posible, llegando a
contender lo mejor que podamos y a lograr cierto control sobre la influencia ejercida por nuestros padres, y evita en cualquier forma
de dependencia posterior de los mismos. Tendremos necesidad de relaciones para realizarnos, pero no para definirnos.
Es éste un ideal común, pero que en mi opinión subestima gravemente el lugar de lo dialógico en la vida humana. Quiere todavía
confinarlo tanto como sea posible a la génesis. Olvida cómo puede transformarse nuestra comprensión de las cosas buenas de la
vida por medio de nuestro disfrute en común de las mismas con las personas que amamos, cómo algunos bienes se nos hacen
accesibles solamente por medio de ese disfrute común. Debido a ello, nos costaría un gran esfuerzo, y probablemente muchas
rupturas desgarradoras, impedir que formen nuestra identidad aquellos a quienes amamos. Consideremos lo que entendemos por
"identidad". Se trata de "quién" somos y "de dónde venimos". Como tal constituye el trasfondo en el que nuestros gustos y deseos,
y opiniones y aspiraciones, cobran sentido. Si algunas de las cosas a las que doy más valor me son accesibles sólo con relación a
la persona que amo, entonces esa persona se convierte en algo interior a mi identidad.
Quiero indicar más adelante que este hecho central ha quedado reconocido en la creciente cultura de la autenticidad. Pero lo que
deseo hacer ahora es tomar este rasgo dialógico de nuestra condición, por una parte, y ciertas exigencias inherentes al ideal de
autenticidad por otra, y mostrar que las formas más egocéntricas y "narcisistas" de la cultura contemporánea son manifiestamente
inadecuadas. Más en particular, quiero mostrar que las formas que optan por la autorrealización sin considerar (a) las exigencias de
nuestros lazos con los demás o (b) las exigencias de cualquier tipo que emanan de algo que está más allá o fuera de los deseos o
aspiraciones humanas son contraproducentes, destruyen las condiciones para realizar la autenticidad misma. Los abordaré en
orden inverso, para empezar con (b), argumentando a partir de las exigencias de la autenticidad misma como ideal.
Las cosas adquieren importancia contra un fondo de inteligibilidad. Llamaremos a esto horizonte. Se deduce que una de las cosas
que no podemos hacer, si tenemos que definirnos significativamente, es suprimir o negar los horizontes contra los que las cosas
adquieren significación para nosotros. Éste es el tipo de paso contraproducente que se da con frecuencia en nuestra civilización
subjetivista. Al acentuar la legitimidad de la elección entre ciertas opciones, muy a menudo nos encontramos con que privamos a
las opciones de su significación. Existe, por ejemplo, un cierto discurso de justificación de orientaciones sexuales no
convencionales. Hay personas que desean sostener que la monogamia heterosexual no es la única forma de lograr la realización
sexual, que quienes se inclinan por las relaciones homosexuales, por ejemplo, no deberían tener la impresión de que emprenden
un camino secundario, menos digno de recorrer. Esto encaja bien en la moderna comprensión de la autenticidad con su noción de
diferencia, de originalidad, de aceptación de la diversidad. Intentaré ampliar estas conexiones más adelante. Pero por más que lo
expliquemos, está claro que esta retórica de la «diferencia», de la «diversidad» (incluso del «multiculturalismo») resulta central para
la cultura contemporánea de la autenticidad. Pero por el momento, la lección general es que la autenticidad no pueda defenderse
con formas que hagan desplomarse los horizontes de significado. Hasta el sentido de que la significación de mi vida proviene de
que se elige -en cuyo caso la autenticidad se funda realmente en la libertad autodeterminada- depende de la comprensión de que,
independientemente de mi voluntad, existe algo noble, valeroso y por tanto significativo en la configuración de mi propia vida.
Tenemos aquí una imagen de cómo son los seres humanos, situados entre esta opción de auto creación y formas más fáciles de
escabullirse, de dejarse llevar por la corriente, de someterse a las masas, y demás, imagen que se toma por verdadera,
descubierta, no decidida. Los horizontes constituyen algo dado…
De modo que el ideal de la autoelección supone que hay otras cuestiones significativas más allá de la elección de uno mismo. La
idea no podría persistir sola, porque requiere un horizonte de cuestiones de importancia, que ayuda a definir los aspectos en los
que la autoformación es significativa.
El agente que busca significación a la vida, tratando de definirla, dándole un sentido, ha de existir en un horizonte de cuestiones
importantes. Es esto lo que resulta contraproducente en las formas de la cultura contemporánea que se concentran en la
autorrealización por oposición a las exigencias de la sociedad, o de la naturaleza, que se cierran a la historia y a los lazos de la
solidaridad. Estas formas “narcisistas” y egocéntricas son desde luego superficiales y trivializadas; son “angostas y chatas”, como
dice Bloom. Pero esto no sucede así porque pertenezcan a la cultura de la autenticidad. Ocurre, por el contrario, porque huyen de
sus estipulaciones. Cerrarse a las exigencias que proceden de más allá del yo supone suprimir precisamente las condiciones de
significación, y por tanto cortejar a la trivialización. En la medida en que la gente busca en esto un ideal, este autoaprisionarse es
autoanulador; destruye las condiciones en las que puede realizarse.
Dicho de otro modo, sólo puedo definir mí identidad contra el trasfondo de aquellas cosas que tienen importancia. Pero poner entre
paréntesis a la historia. La naturaleza, la sociedad, las exigencias de la solidaridad, todo salvo lo que encuentro en mí, significaría
eliminar a todos los candidatos que pugnan por lo que tiene importancia. Sólo si existo en un mundo en el que la historia, o las
exigencias de la naturaleza, o las necesidades de mi prójimo humano, o los deberes del ciudadano, o la llamada de Dios, o alguna
otra cosa de este tenor tiene una importancia que es crucial, puedo yo definir una identidad para mí mismo que no sea trivial. La
autenticidad no es enemiga de las exigencias que emanan de más allá del yo; presupone esas exigencias. TAYLOR, Charles. Ética
de la Autenticidad. Trad. Pablo Carbajosa Pérez. Ed. Paidos. España.1994.
El liberalismo y el uso de las libertades, John Stuart Mill

La palabra "libertad" posee diversos significados, por lo que su sentido expresa cierta ambigüedad. Por ello en el ensayo On Liberty
-Sobre la libertad-, John Stuart Mill comienza por definir en qué sentido va a emplear el término "libertad":
"El objeto de este ensayo no es el llamado libre albedrío, que con tanto desacierto se suele oponer a la denominada impropiamente
doctrina de la necesidad filosófica; sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y límites del poder que puede ser ejercido
legítimamente por la sociedad sobre el individuo"
En las primeras páginas del libro, Stuart Mill describe las tres fases de evolución que ha sufrido el concepto de libertad. En la
antigüedad, hablar de libertad suponía defender a los individuos frente a la tiranía de los gobernantes; posteriormente, libertad era
sinónimo de igualdad de derechos, según el principio de la democracia; en la tercera fase, al llegar la democracia al poder, la
libertad pasa a consistir en el respeto a la discrepancia y a la limitación de los poderes del gobierno y de la sociedad civil sobre el
individuo. Puesto que la democracia supone el triunfo de la mayoría, existe el riesgo de que "el pueblo puede desear oprimir una
parte de sí mismo"; es decir, las mayorías pueden llegar a agobiar a las minorías que piensan de un modo diferente. El enfoque
dado por Stuart Mill resulta innovador, porque trata de un problema que en el siglo XIX comenzaba a plantearse en EEUU y en
Inglaterra, y que posteriormente se ha extendido a los demás países democráticos.
La solución que propone John Stuart Mill pasa por legislar de forma eficiente los límites entre los intereses del individuo y los de la
sociedad. Un individuo tiene, a juicio de Stuart Mill, plena libertad para ejercer su libertad, mientras que en el uso de ésta no
perjudique a otro u otros individuos. Es decir, la libertad de un ciudadano tiene como único límite la libertad de sus conciudadanos.
Por tanto, ni el Estado ni la sociedad civil tienen el derecho de imponer por la fuerza de la ley o de la moral sus gustos o sus
opiniones a aquéllos que no las comparten, en tanto que éstos no estén perjudicando a nadie con su diferencia. Incluso si alguien
decide autodestruirse, la sociedad no debería tener facultad alguna para impedírselo. El único remedio que propone Stuart Mill para
combatir las tendencias autodestructivas del individuo es la educación desde la infancia.
En la última parte de su obra Sobre la libertad, el pensador inglés plantea la cuestión de si es más importante la libertad
(liberalismo) o la igualdad (socialismo), decantándose personalmente por la primera. John Stuart Mill ha sido uno de los más
importantes pensadores del liberalismo político, basando su teoría en la tolerancia y el respeto a la libertad del individuo, así como
en un hedonismo heredero de la filosofía de Epicuro y del utilitarismo defendido por Bentham y por su padre, James Mill.
Una recopilación de artículos extraídos en la revista Frazer's Magazine dio lugar en 1861 a la publicación del libro El utilitarismo,
nombre que procede de la doctrina ideada por Bentham según la cual una conducta puede considerarse como positiva si es capaz
de promover la felicidad del mayor número posible de individuos. Puesto que tanto Bentham como James Mill, padre de John
Stuart, habían identificado la felicidad con la búsqueda del placer, para no ser malinterpretados ambos tuvieron que hacer especial
hincapié en señalar que su concepto de placer, heredero del propuesto por Epicuro en el siglo III aC., no consistía en la exaltación
de un frenesí desaforado e incontrolable, sino que se trataba de un placer entendido como evitación del dolor, tanto físico como
psicológico.
John Stuart Mill matizó el utilitarismo defendido por Bentham y por su padre, limando aún más algunos aspectos derivados de la
identificación de la felicidad con el placer, por considerar que tal y como había sido propuesta esta identidad era susceptible de
desembocar en una doctrina egoísta. Según Stuart Mill, aun siendo entendida como ausencia de dolor, la búsqueda del placer debe
tener sus reglas, ya que, como ya había defendido anteriormente en On Liberty, la libertad de un individuo termina donde comienza
la libertad de otro: "Es prefribleSócrates insatisfecho a un loco satisfecho". Puede decirse, por tanto, que el pensador inglés quiso
dejar constancia del carácter social de su teoría de la libertad, frente a los posibles aspectos egoístas que podían atribuirse a la
doctrina utilitarista.
El utilitarismo de Stuart Mill aceptaría la existencia de una naturaleza humana, basada principalmente en su carácter social, y en
los sentimientos que éste conlleva, tal como la simpatía, la compasión o la solidaridad. Esto no significa que las acciones o
sentimientos morales sean innatos o se basen en a-prioris; pero esto no quiere decir que no sean naturales. Es como el lenguaje, o
el mismo carácter sociable de las personas, que, aunque naturales, sólo pueden desarrollarse mediante aprendizajes. El
sentimiento moral es natural en los humanos, pero su desarrollo y definición depende principalmente de la educación.
La ética utilitarista no es “esencialista”: las personas no actúan en razón de cómo “son”, sino que son en razón de cómo actúan.
Nadie es o deja de ser de determinada manera, sino más bien actúa de una forma u otra; y son sus acciones, y las consecuencias
de éstas, las que cuentan para valorar moralmente a alguien. Esta perspectiva resulta especialmente interesante si se la vincula
con el reconocimiento del derecho a la rehabilitación del que gozaría cualquier persona, por muy negativo que haya sido su
comportamiento.
La felicidad o el bienestar de las personas sólo puede conseguirse en una sociedad donde se respete el máximo posible la libertad
de los individuos.
Stuart Mill separa el ámbito de lo público y el ámbito de lo privado. La acción reglamentadora del Estado, como así también el juicio
moral de los demás sujetos, sólo puede aplicarse al ámbito de lo público. Ninguna acción debería ser reglamentada o sancionada,
si su ejercicio no afecta o perjudica a otras personas. Los gustos, las tendencias o las costumbres no pueden ser, en sí mismas,
criterios de persecución o sanción. Lo que debe primar sobre todas las cosas es el respeto a la individualidad; y lo que se debe
evitar es la manipulación, la coacción o la presión sobre las ideas o las decisiones de los demás, aunque se esté convencido de
que esto es lo que realmente les convendría o que se hace por su propio bien.
No se debe confundir el valor de las leyes o de las normas como garantes del cumplimiento de los derechos individuales, de los
principios o valores que se derivan de la “opinión pública”. Nadie tiene la obligación de actuar conforme a la opinión público, y todo
el mundo tiene el derecho a la “extravagancia” o a la “excentricidad”, siempre que no perjudique de manera efectiva a otras
personas. Por ejemplo, nadie puede ser castigado por estar borracho, salvo que su estado de ebriedad pueda poner en peligro, en
el caso de conducir en este estado, la vida de los demás.
Estos principios prefiguran una sociedad basada en el máximo respeto a la libertad de los individuos y, consecuentemente, en la
tolerancia a la diversidad de opciones y comportamientos.

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