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Fig. 1. a) Visión esencialista: grupos étnicos como entes homogéneos y aislados; b) La etnicidad reconsiderada: iden-
tidades que se solapan en el marco de una continua interacción (según Fernández Götz 2009b).
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auge en Arqueología (Shennan 1989; Renfrew rar la influencia ejercida por Giddens (1984) o
1990; Olsen y Kobylinski 1991). Entre ellos cabe incluso un redescubierto Weber (1922). El punto
destacar el volumen Archaeological Approaches de partida fue el trabajo de Bentley “Ethnicity
to Cultural Identity (Shennan 1989). En su intro- and Practice” (1987), que introdujo en la antro-
ducción al mismo, Shennan (1989) planteará tres pología anglosajona ideas del postestructuralismo
de los problemas que centrarán la atención de los francés, sobre todo la Teoría de la Práctica de
investigadores durante la siguiente década: la Bourdieu (1972) y su concepto de habitus. Defi-
conceptualización de la ‘etnicidad’; la relación nible como el conjunto de esquemas generativos
entre identidad étnica y cultura material, con una a partir de los cuales los sujetos perciben el mun-
dura crítica a la ecuación entre culturas arqueo- do y actúan en él, el habitus viene desempeñando
lógicas y grupos étnicos; y el alcance temporal desde entonces un importante papel en las aproxi-
del propio fenómeno, que el autor relaciona es- maciones a la identidad étnica. En Arqueología,
trechamente con la emergencia de los ‘Estados el libro The Archaeology of Ethnicity (Jones
prístinos’. 1997) representa el punto de inflexión para la
El renovado interés por las cuestiones étnicas entrada de estos planteamientos. En él se trata de
cristalizaría en el ethnic revival de la década de superar la dicotomía entre objetivismo y subjeti-
1990, principalmente de la mano de dos factores. vismo, y entre primordialismo e instrumentalis-
Desde una perspectiva estrictamente arqueológi- mo, a través de la aplicación del concepto de
ca se desarrollan las corrientes posprocesuales Bourdieu. En Historia Antigua la obra Ethnic
con su énfasis en los procesos de negociación identity in Greek antiquity (Hall 1997) ha marca-
social. A un nivel más amplio, la atención que do un antes y un después en las aproximaciones
acaparan los procesos identitarios en un mundo a la etnicidad. Desde entonces se han multiplica-
cada más globalizado (Hernando Gonzalo 2002; do los trabajos, pudiendo destacarse los del pro-
Jenkins 2004), donde los conflictos étnicos y los pio Hall (2002), Siapkas (2003) o Derks y Roy-
debates en torno a fenómenos como la inmigra- mans (2009) en el campo de la Historia Antigua
ción se encuentran a la orden del día (Eriksen y la Arqueología del Mundo Clásico, Smith
1993; Ramírez Goicoechea 2007). A ello no es (2003) en el de la Egiptología, James (1999),
ajeno el fuerte auge de los estudios que analizan Wells (2001) y Roymans (2004) en el de la Pro-
la interacción entre Arqueología y construcción tohistoria e inicios de la ‘romanización’ o Rey-
de identidades contemporáneas, señalando los craft (2005) en el de la Arqueología Andina. Todo
múltiples riesgos y distorsiones producidas tanto ello sin olvidar que el estudio de los procesos de
en el pasado como en el presente (Graves-Brown etnogénesis tiene grandes posibilidades en con-
et al. 1996; Díaz-Andreu y Smith 2001; Rieck- textos de época medieval (Siegmund 2000) o
hoff y Sommer 2007). Algunos autores llegan a moderna y contemporánea (Voss 2008).
rechazar las aproximaciones arqueológicas a la En España, los estudios sobre etnicidad vienen
etnicidad por su posible instrumentalización con experimentando un ‘renacer’ desde hace algo más
fines actuales. A dicho argumento cabe contrapo- de dos décadas, especialmente en la investigación
ner que los análisis llevados a cabo por profesio- protohistórica. El congreso Paleoetnología de la
nales son preferibles a dejar este campo en manos Península Ibérica (Almagro-Gorbea y Ruiz Za-
de todo tipo de grupos de interés. Pese a que las patero 1992) supuso una referencia fundamental
categorías étnicas han sido frecuentemente mani- que ha dejado paso a estudios de orientación
puladas con fines políticos, tenemos que ser cons- teórico-metodológica muy dispar. Hay libros de
cientes de que si los arqueólogos no abordamos carácter general (Cruz Andreotti y Mora Serrano
esta problemática mediante análisis rigurosos 2004; Fernández Götz 2008; Sastre Prats 2009),
otros continuarán utilizándola con motivaciones aproximaciones regionales sobre áreas como el
ideológicas. Levante (Grau Mira 2005; Vives-Ferrándiz Sán-
Los últimos años han estado marcados por un chez 2007) o el Sur peninsular (García Fernández
debate teórico entre el enfoque instrumental y las 2007; Wulff y Álvarez Martí-Aguilar 2009), así
teorías posmodernas. Las aproximaciones más como monografías sobre grupos mencionados
innovadoras resultan deudoras de postulados pro- por las fuentes clásicas, como Celtíberos (Lorrio
cedentes de la sociología francesa, fundamental- 2005; Burillo 2007), Iberos (Ruiz y Molinos
mente de Bourdieu (1972, 1980), sin minusvalo- 1993; Díaz-Andreu 1998), Vettones (Álvarez-
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Sanchís 1999; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís ejemplos (Smith 2008: 31). La elaboración de
2002) o Galaicos (González Ruibal 2006-07). Fi- genealogías ficticias puede ser usada para justifi-
nalmente, destacamos el análisis crítico y en mu- car relaciones jerárquicas entre etnias y entre
chos casos deconstructivo de conceptos como subgrupos de éstas. Pero los orígenes míticos,
‘Celtas’ (Ruiz Zapatero 2001, 2005; Díaz Santana lejos de ser estáticos, se encuentran sometidos a
2003), las contribuciones llevadas a cabo en otros continuas redefiniciones y manipulaciones que
ámbitos como el mundo griego (Cardete del Olmo permiten adaptarlos a las circunstancias de cada
2006, 2009) o la renovación de las visiones en momento histórico (Derks y Roymans 2009: 7-8).
relación con la ‘romanización’ (Jiménez Díez Su poder y vitalidad no deriva simplemente de
2008). Esta breve enumeración, ciertamente in- las referencias al pasado, sino de la relevancia
completa, sirve al menos para poner de manifies- que poseen para el presente y el futuro del grupo
to el interés que sigue generando la problemática (Gehrke 2000).
hasta la actualidad. Estas renovadas perspectivas plantean nota-
bles dificultades para cualquier aproximación ar-
queológica ya que, como indica Herbert (2003:
3. RECONSIDERANDO LA ETNICIDAD 105), en última instancia se intenta inferir a par-
EN ARQUEOLOGÍA: PROPUESTAS tir de los restos materiales cómo las gentes del
TEÓRICO-METODOLÓGICAS pasado “se pensaron como distintas” de otras.
Asimismo, toda asignación de etnicidad es en el
Como consecuencia de la redefinición del fondo una simplificación: como cualquier catego-
concepto, hoy en día existe un amplio consenso ría politética, sus límites son difusos (Ramírez
en que, aunque puede estar basada en parte en Goicoechea 2007: 313). No obstante, el recono-
elementos heredados, la etnicidad es en última cimiento de que las relaciones entre etnicidad y
instancia un tema de autorreconocimiento de gru- cultura material son mucho más complejas y pro-
po y de autoidentidad. Según autores como Hall blemáticas de lo que asumían los enfoques esen-
(1998: 266-267), Cardete del Olmo (2009: 32) o cialistas del ‘paradigma étnico-cultural’ no debe
Mac Sweeney (2009: 102) los dos criterios fun- llevar a posicionamientos totalmente escépticos.
damentales de configuración de la etnicidad se- Desde nuestro punto de vista, existe futuro para
rían la reclamación explícita de una relación de una arqueología de la etnicidad, entendiendo ésta
parentesco y la conciencia de compartir una mis- como una arqueología crítica ‘en construcción’
ma historia, lo que está asociado a un territorio enmarcada en el estudio más amplio de la iden-
concreto actual, anterior o imaginado. La identi- tidad en el pasado (Hernando Gonzalo 2002;
dad de los grupos étnicos se basa, por tanto, en Díaz-Andreu et al. 2005; Insoll 2007). Es cierto
buena medida sobre la noción de un pasado co- que la tarea no resulta fácil y que las voces críti-
mún (Hall 1998: 266-267). Ello se relaciona di- cas deben ser bien atendidas (Brather 2004). La
rectamente con el papel crucial de los mitos de posibilidad de que no existieran solapamientos
fundación, existentes en prácticamente todas las entre cultura material, etnónimo y lengua es real,
comunidades de la Antigüedad y muchas veces y refleja la complejidad de relaciones entre las
ligados a relaciones de poder en su seno (Gehrke distintas esferas de la sociedad. Pese a ello, la
2000; Roymans 2004: 235-236; Smith 2008: 34- cultura material como elemento activo en la prác-
35 y 40-46; Derks y Roymans 2009: 7-8). La tica social puede encontrarse también implicada
‘tradición’ –o, mejor dicho, la ‘creación’ o ‘in- en el reconocimiento y en la expresión de la et-
vención’ de la tradición (Hobsbawm y Ranger nicidad (Jones 1997: 117-118). Los grupos étni-
1983)– se constituye de esta forma en un elemen- cos pueden comunicar su identidad a través de
to fundamental de todo proceso de etnogénesis y elementos culturales consciente o inconsciente-
de reelaboración de identidades colectivas. A tra- mente seleccionados de un amplio repertorio cul-
vés de sus mitos de origen los grupos étnicos tural, lo cual deja abierta la puerta para una po-
tratan de dar una apariencia ‘natural’ a procesos sible exploración arqueológica. Un concepto
que son eminentemente culturales, construyendo clave para esta discusión, que está adquiriendo
narrativas legendarias que incluyen aspectos una creciente importancia en las Ciencias Socia-
como una supuesta patria común, una batalla mi- les, es el de ‘materialidad’: las personas crean
tológica o una migración, por citar sólo algunos cultura material y la cultura material las crea a
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autores como Hall (1997, 1998) o Shennan Las definiciones previas conciben la etnicidad
(1989). Dejando de lado algunos detalles discuti- como un concepto socialmente construido y di-
bles, la distinción de Smith resulta de notable námico, cuya vinculación con términos como
interés, al proporcionar herramientas conceptua- ‘raza’ o ‘sangre’ tiene que ser vehementemente
les muy valiosas para comprender casuísticas que rechazado. Además, dada esta condición no pue-
no terminan de encajar desde una perspectiva de ser directamente inferida a partir de la genéti-
más restringida, como veremos al tratar el caso ca (Mirza y Dungworth 1995), aun cuando ésta
de la Protohistoria. pueda resultar en un futuro de gran utilidad para
Íntimamente ligado al concepto de etnicidad la identificación de migraciones (Anthony 1990;
está el de etnogénesis, describible como el pro- Prien 2005) o individuos “foráneos” (Pollex et al.
ceso de emergencia, formación y mantenimiento 2005), aspectos muy conectados con las interpre-
de un grupo étnico cuyos rasgos y características taciones étnicas. Por tanto, aunque la paleogené-
culturales lo diferencian de otros grupos vecinos. tica llegara a ser un elemento más de obtención
Tres factores resultan claves a este respecto: la de ‘indicios’ (Jones 2006), en nuestra opinión hay
interacción social en un área geográfica determi- que mantener ciertas reservas ante los intentos de
nada que genera el sentido de pertenencia a un conceder ‘certificados’ de etnicidad pretérita a
colectivo; la conciencia de identidad común, de través del ADN o de los análisis de isótopos de
una misma descendencia real o ficticia; y por estroncio (Knipper 2004).
último, la existencia de grupos limítrofes que se Cualquier aproximación arqueológica a la et-
configuran de la misma manera, frente a los cua- nicidad requiere una serie de consideraciones
les se afirma la identidad. Entre ellos se producen teórico-metodológicas previas (Fernández Götz
contactos intergrupales, competitividad y conflic- 2009b). La identidad étnica es sólo una más entre
tos y, por supuesto, cambios en los propios lími- las distintas identidades existentes (Díaz-Andreu
tes o zonas de frontera. 1998; Díaz-Andreu et al. 2005), por lo que su
Como puede comprobarse, la etnicidad no es estudio no puede desligarse de otros elementos
algo estático e inmanente, sino una categoría his- básicos en la construcción social como la jerar-
tórica con raíces en el seno de las propias prácti- quía, el poder, la edad o el género (Jones 1997:
cas sociales de los grupos (Ruiz Zapatero y Álva- 85-86). El concepto de “interseccionalidad” (Da-
rez-Sanchís 2002: 255): se trata de un proceso vis 2008), centrado en la interacción entre los
más que de una entidad. Sin embargo, no por ello diversos “ejes identitarios”, ayuda a comprender
hay que asumir que las identidades étnicas tienen la realidad en toda su complejidad, constituyendo
que reinventarse continuamente. Este último plan- una excelente herramienta teórica para una
teamiento, basado en un instrumentalismo mal aproximación holística al estudio de la identidad
entendido y en la falta de perspectiva diacrónica en general y en sus distintas vertientes. En un
de numerosos análisis antropológicos y sociológi- mismo grupo étnico es muy probable que los
cos, en ocasiones lleva a negar la posibilidad de hombres expresen su identidad de forma diferen-
que pervivan grupos étnicos durante siglos. Como te a las mujeres, o que las clases dirigentes se
en otros muchos casos, también aquí es recomen- singularicen empleando marcadores culturales
dable una visión más equilibrada (Jenkins 1997: exclusivos (Hodder 1982; Smith 2003). Esto re-
51). Es cierto que algunas etnias son creaciones sulta crucial en la búsqueda de posibles ‘indica-
efímeras determinadas por condicionamientos de dores arqueológicos’: un elemento que puede ser
tipo económico o político, pero también se cono- considerado característico de un grupo a su vez
cen grupos étnicos que perviven considerables es posible que sólo fuera empleado por una parte
períodos de tiempo, lo cual no implica su inmo- del mismo en función de criterios de edad, géne-
vilismo: los Saamis o Mapuches del siglo XVIII ro, estatus, etc.
no son los mismos que los del siglo XXI, pero eso La etnicidad es también una cuestión de gra-
no excluye una noción de continuidad en la iden- do: mientras algunos grupos son muy conscientes
tificación étnica. Se trata, por tanto, de discernir de su carácter independiente y distinto, y lo acen-
el ritmo y el carácter de las transformaciones, túan de todas las formas posibles (vestido, adorno
teniendo siempre muy presente que la continuidad personal, decoraciones, etc.), otros tienen menos
de un mismo nombre no significa que su conteni- conciencia de ‘pertenencia’ y no muestran espe-
do haya permanecido inalterable. cial preocupación en su diferenciación (Renfrew
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ocasiones, más sobre identidad étnica que todo dejan huella arqueológica (Fig. 3). Otros, en cam-
un conjunto de tipos arqueológicos. Como han bio, son más susceptibles de ser analizados a
mostrado múltiples estudios antropológicos y et- través de la Arqueología, como por ejemplo la
noarqueológicos (Barth 1969; Hodder 1982; alimentación y la forma de preparar la comida, la
Wiessner 1983), la etnicidad es algo social y variabilidad estilística de las decoraciones cerá-
culturalmente creado, que convierte en símbolos micas, los patrones de asentamiento, la deposi-
identitarios conscientes o inconscientes única- ción de elementos de ajuar con arreglo a pautas
mente a determinados aspectos de la cultura, no normalizadas, el tipo de viviendas, la numismáti-
a todos. ca, la iconografía o las inferencias relativas a la
Como a priori prácticamente cualquier ele- esfera religiosa. La etnicidad a través de la cultu-
mento de la cultura material puede asumir, o no, ra material se puede estudiar a partir de la estruc-
una significación étnica, no existen unos marca- turación de las relaciones entre personas y cosas,
dores culturales ‘objetivos’ de etnicidad, aunque y no sólo a partir de las cosas en sí. Es decir,
sí elementos que, en función de cada contexto considerando cómo se usa una cerámica, cómo se
específico, teóricamente podrían vincularse con deposita una lanza en una tumba, cómo se estruc-
ella. Por tanto, más que de ‘criterios’ de etnicidad tura el espacio doméstico, etc. También el análisis
habría que hablar de ‘indicios’ cuyo valor depen- arqueológico de las cadenas operativas merece
derá del contexto. Desgraciadamente, buena par- mayor atención futura (Lemonnier 1986). Final-
te de estos posibles indicadores, como la lengua, mente contamos con la información que, en con-
las leyes y costumbres, las danzas y música, el textos concretos, pueden aportar las ‘imágenes en
vestido o los adornos y colores (incluyendo pei- negativo’. Así, García Fernández (2007: 131) ha
nados, pinturas corporales, tatuajes, escarificacio- propuesto que entre los Turdetanos la propia
nes y otros elementos que pueden reflejar tanto ausencia de documentación genera una imagen en
identidad individual como de grupo) rara vez negativo que permite diferenciarles de sus veci-
Fig. 3. Características e indicadores de la Etnicidad en Antropología, Historia y Arqueología (según Ruiz Zapatero y
Álvarez-Sanchís 2002).
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el contrario los etnónimos reflejan una identidad ciones exógenas ajenas a las realidades locales,
conscientemente asumida desde una perspectiva ni tampoco que las entidades étnicas transmitidas
emic (ethnic communities). Aun a riesgo de sim- por las fuentes fueran sólo la escala superior de
plificar una realidad mucho más compleja, y ha- múltiples niveles identitarios superpuestos.
ciendo una interpretación de la clasificación apor- Las definiciones exoétnicas no carecen de in-
tada por Smith, podríamos decir que las ethnic terés, dado que la contraposición con el ‘Otro’ es
categories corresponderían a la escala de macro- un elemento fundamental en los procesos forma-
categorías como ‘Celtas’ o ‘Germanos’, ethnic tivos de la identidad étnica (Jiménez Díez 2008:
networks a agrupaciones como Belgas o Etruscos 62; Cardete del Olmo 2009: 32), aunque queda
y ethnic communities a entidades como Vettones, mucho por profundizar en los procesos que gene-
Eduos o Atenienses. ra la constante interacción entre auto-identifica-
Cualquier aproximación a las ethnic commu- ción y categorización por parte de otros grupos
nities enfrenta el problema de partida de que a (Jenkins 1997; Ruby 2006: 40-41). La etnicidad
menudo su existencia es conocida a través de sólo se entiende en su doble vertiente emic y etic
fuentes exoétnicas (Plácido Suárez 2009; Woolf (Krausse 2006: 133-134), constituyentes comple-
2009). Es bien conocido en contextos como el mentarios que han de ser integrados para dar
africano que, en principio, los grupos a quienes cuenta de un fenómeno tan complejo y dinámico
se aplican estas conceptualizaciones externas no (Fernández Götz 2008: 125-126). Partiendo de la
tienen por qué asumirlas (Amselle y M’bokolo base de que las perspectivas emic son el aspecto
2005). Por tanto, se trata de intentar dilucidar, en esencial de la identidad de las ethnic communities
la medida de lo posible, si las categorías étnicas (Smith 2008: 33-34) –de ahí la importancia de
recogidas en los textos grecolatinos eran ‘cons- contar con una etnicidad históricamente percibida
tructos’ impuestos desde el exterior o correspon- y descrita (Derks y Roymans 2009: 7)–, también
dían a realidades emic. Entre los testimonios que hay que reconocer que en su construcción y/o
pueden ofrecer más claves al respecto se encuen-
redefinición pueden llegar a desempeñar un papel
tran los epigráficos, por desgracia tremendamen-
fundamental las aproximaciones externas (Smith
te exiguos con anterioridad a la conquista roma-
2003; Roymans 2004). De hecho, en ocasiones,
na. No obstante, vamos contando ya con algunas
referencias aisladas, entre las que destacamos dos definiciones exoétnicas acaban siendo asumidas
inscripciones. La primera es un grafito con el por los propios grupos descritos (véanse por
nombre ELUVEITIE, escrito en caracteres etrus- ejemplo, Beltrán Lloris 2004 y Burillo 2007 para
cos sobre una cerámica hallada en Mantua (norte el caso de los Celtíberos). Si bien las construc-
de Italia) y datada alrededor del 300 a. C. (Vitali ciones étnicas de los contextos coloniales son con
y Kaenel 2000). Este gentilicio deriva claramen- frecuencia creaciones de las potencias coloniza-
te del etnónimo ‘Helvecio’ (Vitali y Kaenel 2000: doras (Amselle y M’bokolo 2005) y siempre hay
115-116), constituye el testimonio contemporá- que tener muy en cuenta cómo los Estados en
neo más antiguo sobre un grupo étnico galo (Co- expansión van conformando, etiquetando y se-
llis 2003: 114, 2007: 525) y prueba la existencia llando la realidad de ‘los Otros’ (Scott 2009), las
de un cierto tipo de identidad helvecia ya en el construcciones externas también pueden recorrer
siglo IV a. C. (Vitali y Kaenel 2000: 121-122). el camino inverso y acabar siendo aceptadas por
Por otro lado, en el oppidum de Manching apa- las propias comunidades colonizadas como mar-
reció, sobre un recipiente cerámico de los si- co identitario (Álvarez Martí-Aguilar 2009: 89).
glos II-I a. C., la inscripción BOIOS (Krämer Las definiciones etic constituyen, en definitiva,
1982). Se trata de un nombre personal derivado una parte esencial de la etnicidad: precisamente
del etnónimo ‘Boios’, una situación muy similar porque las identidades se construyen en función
a la anterior. Pese a su parquedad y carácter ex- del ‘Otro’, las percepciones externas influyen so-
cepcional, estos y otros testimonios parecen indi- bre la percepción y definición de la propia iden-
car que al menos parte de los etnónimos transmi- tidad. Por último, las perspectivas externas pue-
tidos por las fuentes no eran una simple invención den permitir identificar, en ocasiones, elementos
de los autores clásicos, sino que podrían reflejar, culturales constitutivos de una determinada iden-
en alguna medida, realidades indígenas. Ello no tidad étnica que no han sido conscientemente
excluye, por supuesto, la existencia de designa- percibidos o asumidos por los propios actores.
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Fig. 5. La identidad étnica definida en la fase de contacto y las posibilidades anteriores (t–) y posteriores (t), conside-
rando los indicadores de las fuentes escritas y los de la Arqueología. Puntos negros = indicadores de etnicidad de la
fase de contacto, de los que alguno tiene origen en la fase anterior y alguno se prolonga en la de absorción; triángu-
los = otros indicadores propios de la fase anterior; estrellas = indicadores característicos de la fase de absorción (según
Ruiz Zapatero 2009).
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