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Revista La Tetera.

​Revista de disidencia LGBTI

Por Emmanuel Theumer

Breve historia del Movimiento de Liberación Homosexual, la primera organización de


diversidad sexual que existió en la provincia de Santa Fe y que se desarrolló en Rosario. El
texto forma parte del Archivo de Memorias Sexodisidentes, un proyecto que recupera
historias del movimiento LGTB.

Durante la década del ochenta, desde Rosario, se desarrolló la primera organización

homosexual de la Provincia de Santa Fe. El Movimiento de Liberación Homosexual

(1983-1989) involucró un grupo de homosexuales con relativa posibilidad de movilización y

amplia capacidad de atraer simpatizantes al marco de reconocimiento que elaboraron en los

tempranos ochenta. Dos grandes líneas de protesta contenciosa caracterizaron al MLH: en

primer lugar, la desjudicialización, la descriminalización y la despatologización de la

homosexualidad. Por segundo, la expresión de un contenido afirmativo y clasista de la

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sexualidad. Sería un error circunscribir su despliegue político a una nomenclatura provincial,

aun cuando el régimen de invisibilidad que produce Buenos Aires constituye un asunto que

exige respuestas. La historia del Movimiento de Liberación Homosexual, que es más la de

nuestras tías que del paternalismo estatal, trata sobre una ocupación de la ciudad. Como

tal, guarda un friccionante parentesco con las insurgencias anarquistas que contaron con

oradoras de la talla de Virginia Bolten, las primeras huelgas de maestras, el Rosariazo, los

jueves de Madres de Plaza de Mayo y un largo etcétera. Dicha historia, tan presta a

disolverse en un historicismo de héroes de bronce o a extraviarse en la autorreferencialidad

del archivo, es la de la inscripción de una diferencia, es la del delineamiento de un

antagonismo sexual capaz de espiralar el orden de los cuerpos.

Se dice de mí

El Movimiento de Liberación Homosexual (MLH) fue también una de las primeras

organizaciones sexodisidentes de Argentina. Aunque su proceso formativo inició en 1983,

hacia septiembre de 1984 -vaya este efemérides para las Marchas del Orgullo- se

formalizaron mediante un acta fundacional llegando a desarrollar su accionar durante

aproximadamente un quinquenio. Ese año un grupo cerrado de reflexión marica, las

Dominicas, antepuso la invocación afirmativa de la homosexualidad a una opresión

compartida. Ciertamente, el aire de familia con el Frente de Liberación Homosexual (c.

1971-1976) de Buenos Aires fue asunto de inspiración en su radicalidad. Mientras que el

Frente auspició un fundamento freudomarxista de la liberación, transparentar la

homosexualidad reprimida por el capitalismo, el contenido anticapitalista del cuerpo

homosexual fue organizado por el MLH a través de una cadena equivalencial que hacía de

la posición de subyugación capitalista del obrero y el homosexual aliados potenciales,

cuando no un mismo rostro combativo. Pero la semántica heredada de los años setenta

debió engarzarse a la cultura política de la democracia republicana. El MLH contó con dos

oportunidades políticas para extender su plumaje: la transición democrática y la crisis del

SIDA. Dicho contexto post-dictatorial permitió desplazar las reflexiones domésticas hacia

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una espacialización política de la sexualidad que comenzó a pensar la ciudad como objeto

de intervención. La crisis del SIDA invirtió esos términos, fraguó su repertorio de protesta

delineando un conjunto de transformaciones que serán denominadores comunes a las

organizaciones sexopolíticas de los noventa, denominador que podríamos sintetizar en

términos de oenegización de una parte del movimiento en un contexto de autocontracción

neoliberal del Estado. La singularidad, tanto para el MLH como sus vecinos Comunidad

Homosexuales de Argentina (CHA), fue la transición democrática en la que activaron

haciéndose de los marcos cognitivos disponibles. Ocasión en la que presentaron el “libre

ejercicio de la sexualidad” decididamente como un derecho humano y el cese del aparato

represivo estatal como una condición de la vida en democracia, entiéndase, poniendo en

cuestión los términos del cierre de un pasado doloroso vinculado al terror de Estado.

Especialmente en la proyección política de sus dirigentes, el Movimiento de Liberación

Homosexual inició su accionar bajo premisas tan potentes como conflictivas: a diferencia de

sus pares porteños -la CHA- rechazaron la invocación de una comunidad en beneficio de un

antagonismo clasista desde el que elaboraron su afirmación como homosexuales. En

segundo lugar, rechazaron inicialmente la institucionalización por considerarla un

mecanismo de cooptación y disolución de la protesta homosexual. La prescripción de un

contenido clasista a la invocación de la homosexualidad implicaba también un ejercicio

continúo de limitar y expresar qué contaba como homosexualidad, quiénes eran los

homosexuales, cuáles eran las luchas que debían priorizarse y quiénes deberían ser

aliados. Estas cuestiones florecieron a través de diferentes coyunturas mediantes las

cuales, en calidad de auténticos sujetos colectivos novedosos, el Movimiento debió lidiar u

aceptar el orden local y su heterosexismo. Cabe recordar que al estigma cultural de los

calificados de “amorales” le acompañaba una criminalización de la homosexualidad a través

de un poder de policía que reparaba en códigos de convivencia urbana para legitimar el

despliegue de sus fuerzas. La Ley de Códigos de Faltas Provincial (ordenada en el decreto

N° 3.473/1969) con sus artículos n° 65 “Ofensas a la moral” y Art. n°66 “Prostitución y

homosexualismo”, Ley Orgánica de la Policía de la Provincia (N°7395/1975) que en su art. 9

inciso K promovió velar por las buenas costumbres en cuanto puedan ser afectadas por

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“actos de escándalo público” y el “ejercicio de la prostitución”, Códigos de falta municipal

(Ordenanza N° 2783/1981) con un capítulo destinado a las “Faltas contra la moral y las

buenas costumbres” a la que se sumó la Ley Provincial n° 10.339/1989 “Obligatoriedad de

la investigación serológica en grupos de alto riesgo en determinadas circunstancias” que

habilitaba la detención y testeo obligatorio a homosexuales, prostitutas y travestis. Tanto en

Rosario como en Buenos Aires los activistas históricos comprendieron rápidamente los

términos de esta democracia, asunto que hoy exige re interrogar los términos de una

reparación histórica para quienes se vieron vulnerados por la violencia estatal.

Respecto a su formato de acción colectiva, el MLH se caracterizó por la autogestión de la

organización, desarrollo de información relativa a una política afirmativa del ejercicio de la

homosexualidad (revista Se dice de mí, volantes, etc.), acciones de asesoramiento y

asistencia legal a personas privadas de su libertad y víctimas de la represión estatal,

intervenciones públicas a través de pasacalles, adhesiones y movilizaciones vinculadas a

luchas gremiales, de Madres de Plaza de Mayo y feministas como las del grupo Unidas,

organización de festivales que operaban como espacios de sociabilidad comunitaria,

vínculos con hospitales públicos y la Universidad Nacional de Rosario, consejerías y

acompañamiento para personas portadoras de HIV, facilitadores de acceso a

medicamentos paliativos no cubiertos por la salud pública (especialmente la droga AZT pero

también Flores de California). Tal como puede deducirse, la acción colectiva del Movimiento

de Liberación Homosexual admitió progresivas transformaciones y fue precisamente su

voluntad autonomista la que signó tanto la potencia política como el desgranamiento del

Movimiento.

El MLH contaba a su disposición una alter-espacialidad de la vida en la ciudad,

caracterizada por las prácticas clandestinas del yire y también ciertos bares de reunión

mancomunada. Las propias formas de supervivencias urbanas contrarrestaron su limitación

de recursos, pero no lo obstó de otro tipo de problemas consustanciales al sujeto colectivo

en el que se reconocían e interpelaban socialmente: los homosexuales. Lxs militantes

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entrevistados coinciden en señalar dos puntos al respecto: por un lado, que para los años

ochenta la categoría homosexual era una figura predominante en la que se reconocían tanto

varones como mujeres politizados. Posicionarse como homosexuales activaba una

escenificación disidente tanto con el marco normativo represivo como con los discursos

patologizantes que pesaban sobre ésta aún con el proceso de despatologización

internacional iniciado hacia 1974. Conviene recordar que la categoría lesbiana aún no tenía

la fuerza política que gozará años más tarde gracias a diferentes torsiones entre las que

vale recordar las declaratorias de las mujeres homosexuales de la CHA, Cuadernos de

Existencia Lesbiana y el IV Encuentro Nacional de Mujeres (Rosario, 1989), el cual

incorporó un taller de sexualidad.

Aun cuando la categoría homosexual también permanecía vigente para otras experiencias y

modos de vivir el género, existió una sutura que distinguía homosexuales de travestis. Al

igual que sus pares porteños y posteriores organizaciones sexopolíticas existieron

reticencias para reconocer e incorporar a las mismas. Habrá que esperar a inicios de los

noventa para conocer las primeras agrupaciones de travestis y trans en Buenos Aires y

varios años más para dar con la emergencia de la extinta Asociación de Mujeres y Travestis

de Santa Fe. Si para 1992 la primera marcha del Orgullo organizada en Buenos Aires se

denominó “gay y lesbiana”, contando con abundante público enmascarado, para 1996 el

primer Encuentro Nacional LGTTT (Lesbianas, Gays, Travestis, Transexuales,

Transgéneros), celebrado en Rosario bajo el anfitrionaje del también fenecido grupo Arco

Iris, indica un cambio de rumbo que bien podría operar como un corte periodizante respecto

a las políticas homosexuales invocadas desde los años ochenta y sometidas a

desbordamiento gracias a las propias exclusiones que generaba.

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Últimos días

Como oportunidad política la crisis del SIDA marcó un antes y después para los

movimientos homosexuales. En su agencia colectiva contenciosa las redes de apoyo

construidas por el propio MLH sirvieron de base para una infraestructura para-estatal de

acompañamiento y facilitamiento de medicamentos a seropositivos. Este contexto coincide

con la ruptura del MLH, hacia 1988, asistiendo a un progresivo desgranamiento en grupos

dedicados exclusivamente a la cuestión del SIDA. En dicha ruptura conjugaron varios

factores: un relevo generacional causado por la propia pandemia – un sinnúmero de

militantes y aliadxs “cayeron”- pero también jugó la apertura participativa otorgada por

jóvenes homosexuales y lesbianas. Esto generó tensiones en términos de liderazgos,

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regulación de la palabra pública y una reorganización del repertorio de protesta. Asimismo,

la crisis económica hiperinflacionaria durante el mandato presidencial de Raúl Alfonsín

también surtió su efecto, generando distanciamientos y la migración de algunos de sus

integrantes hacia el exterior.

Si recordamos el repertorio de protesta inicial con el que emerge el MLH podemos apreciar

una mutación discursiva-política que va de una retórica afirmativa del ser homosexual hacia

lenguajes farmacéuticos-biomédicos. La desexualización del repertorio de protesta en

beneficio de la asistencia y la prevención fue irreversible. En una editorial correspondiente al

boletín Todos somos reactivos (1989), organizado por los ahora ex-militantes del MLH,

podía leerse una fuerte denuncia a la ya mencionada Ley Provincial n° 10339 de

“Obligatoriedad de la investigación serológica en grupos de alto riesgo”, una de las más

represivas del país. En dicho boletín se impugnaba la categorización de “grupos de alto

riesgo” al tiempo que se preguntaban, “¿Cuál es el interés del Gobierno Provincial en

trabajar sobre la marginación que reciben estos pacientes en sus propias instituciones

sanitarias?, ¿Cuál es el carácter de esta ley que genera la obligatoriedad del paciente,

quien ya pierde su capacidad de decidir si desea o no hacerse una prueba para detectar

anticuerpos contra el V.I.H.?…. ¿Cuál será el criterio con el que determinarán que tal o cual

persona es homosexual?”.

Para 1991, apenas dos años después, el Estado de derecho respondía con un nuevo

Código de Faltas de la Provincia de Santa Fe (Ley N° 10703) cuyo capítulo “Contra la

decencia pública” establecía punición para: art. 78 Ofensa al pudor, art. 87 Prostitución

escandalosa, art. Artículo 93 Travestismo.

Contra el olvido

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El golpe de vista que va del espejo a la calle tuvo a Juan Espina como el primer militante

homosexual de la región. Él pergeñó tanto la formación de las Dominicas como la creación

del Movimiento de Liberación Homosexual. De Juan, que permanece vivo en el olvido de

gran parte del activismo, se dice que poseía el carisma y vital entusiasmo para convencer a

sus pares de organizarse. Veinteañero formado en Bioquímica, difícilmente hubiese podido

imaginar el papel que dicha área de conocimiento jugará años más tarde, durante la crisis

del SIDA, ante un Estado que atinó a cimentar un pánico moral. A Juan le debemos una

escenificación pública-disidente de la homosexualidad que insistió en la libertad, el afecto y

un modo de habitar la vida en democracia. Vaya este escrito a su memoria.

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Diseño de portada: Franco Rasia

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