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Colegas:
La ley define como periodista a: “Las personas físicas, así como medios de comunicación y
difusión públicos, comunitarios, privados, independientes, universitarios, experimentales o de
cualquier otra índole cuyo trabajo consiste en recabar, generar, procesar, editar, comentar,
opinar, difundir, publicar o proveer información, a través de cualquier medio de difusión y
comunicación que puede ser impreso, radioeléctrico, digital o imagen”.
Reporteras en Guardia exige al gobierno de López Obrador que sea reconocido el carácter de
periodistas, de acuerdo con la ley vigente, de los nahuas Samir Flores Soberanes, fundador y
locutor de la radio Amiltzinko en Morelos, y José Lucio Bartolo Faustino y Modesto Verales
Sebastián, colaboradores de Radio Zapata en Chilapa, Guerrero. Así como del chinanteco Gustavo
Cruz Mendoza, quien fue integrante de la comisión de comunicación del Consejo Indígena Popular
de Oaxaca Ricardo Flores Magón (CIPO-RFM) y colaborador de la radio móvil Radio Guetza. Todos
eran miembros del Congreso Nacional Indígena (CNI).
Esta exclusión hace más vulnerables a las mujeres y hombres comunicadores indígenas del
país. Su labor suele ser la única vía de información y denuncia de los pueblos originarios
sojuzgados por la violencia criminal e institucional. Quienes ejercen el periodismo en sus
comunidades arriesgan la vida al informar de las violaciones a los derechos humanos, territoriales
y medioambientales que sufren por parte de cacicazgos locales, el aparato de Estado o las
empresas privadas.
Samir Flores Soberanes, al igual que los otros dos comunicadores nahuas y el chinanteco,
hacían una labor informativa en defensa del territorio, el cual comprende todo lo que da sentido a
su vida comunitaria: la tierra y sus recursos naturales; sus espacios de movilidad, trabajo y
convivencia; su historia, sus tradiciones, su lengua y lugares sagrados.
José Lucio Bartolo Faustino y Modesto Verales Sebastián no tenían un programa permanente
en Radio Zapata, pero su participación era frecuente e instaban a la juventud local a sumarse a la
emisora, escribió Daliri Oropeza, reportera del colectivo, en el texto “Un perfil comunitario y
radialista”, publicado en el portal Pie de Página. Esta radio, nos cuenta Daliri, se ubica en el
violento municipio de Chilapa, da cobertura a 21 municipios de la región de la Montaña y de la
Costa Chica de Guerrero, y ha puesto énfasis en combatir la siembra ilegal de amapola en la zona.
Gustavo Cruz Mendoza difundió las luchas en defensa del territorio de su organización, cubría
las movilizaciones y publicada sus notas en medios impresos y en redes sociales. También daba
capacitación en comunicación comunitaria en la zona chinanteca, nos dijo su compañero Eleuterio
Ramos. Cruz Mendoza fue asesinado el 20 de enero, tras participar en una asamblea popular en la
que se opuso a la instalación de una purificadora de agua por considerar que agravaría el
desabasto local.
Nuestro colectivo advierte que el ejercicio del periodismo en el ámbito municipal es el más
peligroso. De las 13 víctimas, 12 realizaban labores en espacios de difusión municipal. Seis
pertenecían a radios comunitarias, pues a los cinco casos de indígenas asesinados se suma el de
Rafael Murúa Manríquez, director de la estación comunitaria Radiokashana, ubicada en el
municipio de Mulegé, en Baja California Sur.
Los agresores utilizaron armas de fuego en 12 de los asesinatos; en uno de estos crímenes, el
de Murúa Manríquez, también hirieron a la víctima con un arma punzocortante en el tórax. A
Omar Iván Camacho lo golpearon en la cabeza hasta matarlo. Murúa Manríquez y Francisco
Romero Díaz, fundador del portal digital Ocurrio Aquí de Playa del Carmen, en Quintana Roo,
estaban adheridos al Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y
Periodistas.
No todos los casos de nuestro registro tienen que ver con ataques a la libertad de expresión,
pero son representativos de las distintas violencias a las que nos enfrentamos en este país:
delincuencial, del aparato de Estado, de género y racial. Todas estas violencias tienen un efecto
expansivo que golpea nuestro ejercicio periodístico y trunca el derecho a la información de la
sociedad mexicana.
Si este gobierno no realiza los cambios estructurales necesarios para que cese la espiral de
violencia, continuarán los crímenes contra las y los periodistas de México. Basta de que el
presidente y sus funcionarios desdeñen nuestra situación de riesgo. Basta de que hagan
comentarios que fomentan una mayor violencia en nuestra contra al estigmatizar o discriminar a
colegas por razones de género, clase social o pertenencia a un medio de comunicación.