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RESUMEN DE FIDES ET RATIO

De Juan Pablo II
La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad.
El conocimiento viene de la fe, la Revelación como conocimiento que Dios mismo ofrece al
hombre, además del conocimiento propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de llegar
hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiar de la fe. La sabiduría todo lo sabe y
entiende, se destaca que en la Sagrada Escritura está la seguridad de que hay una intensa unidad
entre el discernimiento de la razón y el de la fe y que ciertamente no podemos prescindir del
conocimiento que allí nos entrega Dios si es nuestro de tener respuestas a sobre nuestra existencia.
En la Biblia se ve la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el
conocimiento de la razón y el de la fe. Se demuestra cómo el pensamiento bíblico, basado en esta
unidad, había ya descubierto una vía maestra hacia el conocimiento de la verdad: la imposibilidad
de prescindir del conocimiento ofrecido por Dios, si se quiere conocer plenamente el camino que
todo hombre debe recorrer para responder a las preguntas fundamentales sobre la existencia.
Al entender para creer se considera la premisa que el hombre desea conocer la verdad. En efecto,
el hombre, con su razón, desde toda su vida se interroga sobre todas las cosas, su búsqueda tiende
hacia una verdad que pueda explicar el sentido de la vida. Esta verdad también se encuentra en el
testimonio de los otros, lo cual forma parte de la existencia normal de una persona, en la vida de
un hombre, las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas
mediante la constatación personal.
Los primeros cristianos, para hacerse comprender por los paganos, no podían referirse sólo a
Moisés y los Profetas; debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios y en la voz de
la conciencia moral de cada hombre. También nos presenta el ejemplo de los Padres de la Iglesia,
los cuales, fueron capaces de sacar a la luz plenamente lo que todavía permanecía implícito y
propedéutico en el pensamiento de los grandes filósofos antiguos.
El Magisterio eclesiástico puede y debe, por tanto, ejercer con autoridad, a la luz de la fe, su propio
discernimiento crítico en relación con las filosofías y las afirmaciones que se contraponen a la
doctrina cristiana. Se considera desde la idea de que la Iglesia no propone una filosofía propia ni
canoniza una filosofía particular con menoscabo de otras, pero sí tiene el deber de indicar lo que
en un sistema filosófico puede ser incompatible con su fe.
La ciencia de la fe y las exigencias de la razón filosófica se trata de establecer la armonía entre
filosofía y teología, el Papa lo inicia exponiendo: palabra de Dios se dirige a cada hombre, en todos
los tiempos y lugares de la tierra; y el hombre es naturalmente filósofo. Por su parte, la teología,
en cuanto elaboración refleja y científica de la inteligencia de esta palabra a la luz de la fe, no
puede prescindir de relacionarse con las filosofías elaboradas de hecho a lo largo de la historia,
tanto para algunos de sus procedimientos como también para lograr sus tareas específicas.
La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o implícita, una serie de elementos que
permiten obtener una visión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cristianos han
tomado conciencia progresivamente de la riqueza contenida en aquellas páginas sagradas. De ella
se deduce que la realidad que experimentamos no es el absoluto. La convicción fundamental de
esta filosofía contenida en la Biblia es que la vida humana y el mundo tienen un sentido y están
orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Jesucristo.
La verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente, lo más urgente hoy es
llevar a los hombres a descubrir su capacidad de conocer la verdad mediante la fe.

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