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I. En 2 P. 3:18 el inspirado apóstol sella el mensaje de su segunda carta con las siguientes
palabras: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo...”
II. Estas palabras hacen parte de la conclusión final de toda la epístola, la cual inicia en el
verso 14 y se extiende hasta el versículo 18. Para entender la exhortación; debemos entender toda
la conclusión, cf. 2 P. 3:14-18.
III. En esta conclusión el apóstol Pedro nos hace un fuerte llamado a la santidad: “…procurad
con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles…” (3:14).
El apóstol nos llama de nuevo a la santidad (1 P. 1); pero en esta segunda oportunidad, nos
dice cómo lograrla...
I. “Entendiendo” RV (“considerando” BTX, BLA; o “recordando” NTV), la “longanimidad del
Señor”; cf. 3:15-16.
II. “Guardándonos” del error de los falsos maestros; cf. 3:17.
III. “Creciendo” en la verdad; cf. 3:18. La forma como se presenta la narración, deja evidencia
de algunos aspectos relacionados con lo mismo…
A. El “procurar” (3:14), “entender” (3:15), “guardar” (3:17), y “crecer” (3:18), son
primeramente mandamientos del Señor. Estos elementos no son opcionales para el
cristiano; sino más bien, imperativos en su vida.
B. Como consecuencia de lo anterior; tales elementos son necesarios o inevitables en el
contexto espiritual. La ausencia o privación de al menos una de estas cosas, constituye un
riesgo enorme para la salud espiritual del creyente.
C. Tales cosas interactúan entre sí, son codependientes, o están interrelacionadas. Esto
implica que una cosa, necesariamente conduce a la otra; o que sin uno de estos elementos,
es difícil concebir el otro.
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1. Cuando “procuramos” la santidad, podemos “entender” mejor la paciencia del
Señor; cf. 3:14-15.
2. Cuando “entendemos” la paciencia de Dios, estamos más “alertas” de los falsos
maestros; cf. 3:15-17.
3. Nos “protegemos” mejor de los falsos maestros, gracias al “crecimiento” en la
verdad; cf. 3:17-18.
El apóstol Pedro no solo nos dice qué necesitamos; también nos dice cómo lo alcanzamos, y
sobre todo para qué lograrlo: Para la “gloria de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”, cf. 3:18b.
I. La madurez del cristiano tiene como fin glorificar al Señor.
A. Ningún cristiano podrá glorificar al Señor debidamente, si no está comprometido de
forma seria con la santidad.
B. La adoración es un estado del adorador, caracterizado por la pureza espiritual del mismo.
C. Adorar significa ser alguien y no solo estar en adoración. La alabanza tiene que ver con
la naturaleza del adorador, debido a la naturaleza del ser adorado.
II. El tema más importante en todo el universo es que cada ser, de manera personal y espontánea,
pueda ofrecer al Señor la gloria que merece.
A. Los animales glorifican al Señor; cf. Is. 43:20.
B. Los ángeles glorifican al Señor; cf. Lc. 2:13-14.
C. Los hombres somos llamados a glorificarle; cf. Sal. 29:2.
a. Observamos en el AT que santidad y adoración están íntimamente ligados; cf. Sal. 29:2.
b. Pero también en el NT la santidad y la alabanza están correlacionados; cf. 2 P. 3:14-
18.
c. La condenación resulta por no dar al Señor la alabanza que este mecere...
III. Desde siempre la historia del hombre ha estado sujeta a la adoración divina; cf. Gn. 3:8
(presencia – shekinah – gloria); Ap. 19:1, 6-7.
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A. Para dar al Señor la gloria debida en el cielo; es necesario que primero la demos en la
tierra.
B. Para dar al Señor la gloria debida en el tierra; debemos santificarnos.
C. La santidad integral nos asegura una alabanza correcta. 1. A nivel individual; cf. 1 Ti.
1:17. 2. A nivel congregacional; cf. Ef. 3:21.
CONCLUSIONES
A. No siempre el ser humano ha querido darle a Dios la gloria que merece; cf. Ro. 1:21-
23.
B. Pero lo más lamentable es que no pocas veces, quienes se supone y espera que den la
gloria a Dios, no lo hacen debidamente; cf. Ez. 8:12, 14, 16.
C. Lo que hacen los gentiles es lo mismo que en dado momento hacemos muchos
cristianos: Desechar la gloria del Señor; cf. Ro. 2:17-24.
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C. Nuestro compromiso más importante es con la santidad, pues solo por ella logramos alabar
al Señor debidamente.