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VERDADERA ESPIRITUALIDAD

Nota: este estudio fue adaptado al español para verse en forma semanal en varias
sesiones, algunos conceptos fueron explicados en detalle con ejemplos que no vienen en el texto,
por lo tanto puede haber dificultad para comprender algunas partes: por favor escriba a
dosvacas@hotmail.com si existe alguna duda
Este texto está basado en el libro True Spirituality (Verdadera Espiritualidad) de Francis
Shaeffer. El título fue tomado de ahí, pero pudo haber tenido otros títulos como: Vida Plena, Ser
Humano, El Proceso de Santificación, etcétera.
La intención es contestar a una pregunta básica que puede tomar muchas formas: ¿qué es
la espiritualidad?, ¿cómo vivir la vida cristiana en todas sus relaciones, posibilidades y
capacidades?, ¿cómo trabaja Dios en mi vida ahora?, si, soy cristiano ¿y luego?
Sabemos que somos salvos gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, pero ¿tiene eso algo
que ver con mi vida diaria? ¿O es sólo válido para mi salvación? ¿Cómo trabaja la cruz de Cristo
en mi vida hoy?

INTRODUCCIÓN
Verdadera Espiritualidad es uno de los libros más importantes de Francis Shaeffer. Lo
empezó en 1953. Un día Shaeffer se dio cuenta de que, aunque había sido un pastor por diez
años y un misionero en Europa por otros tantos, nunca había oído acerca de lo que la Biblia
dice sobre el significado de la muerte de Cristo para su vida de cada día. Había oído acerca de
la importancia de hacer estudios bíblicos, del tiempo a solas con Dios, de la oración, etc. Pero
había un problema: ¿cómo poner en práctica el sacrificio de Cristo en nuestro diario vivir?
Shaeffer se dio cuenta de que se veía muy poco de esto en los círculos cristianos y de que en su
vida no había grandes diferencias con respecto a la de otros no cristianos o a la suya misma
antes de serlo.
Lo que él, y tantos de nosotros, estaba viviendo era (poniéndolo en sus propias palabras)
una herejía práctica. Es decir, con su vida estaba llamando mentiroso a Dios, no estaba
mostrando una clara evidencia de que había rendido su vida a Cristo y de que eso tenía
consecuencias claras y diarias en su vida. Y se dio cuenta también de que no sabía como hacerlo,
no sabía como mostrar esas evidencias en su vida diaria. Sabía una lista de cosas por hacer:
tiempo a solas con Dios, amar al prójimo, no engañar, etc. Pero no sabía el cómo: ¿cómo
aplicar a su vida lo que leía en la Biblia?

1. LA VIDA CRISTIANA EMPIEZA EN EL INTERIOR


Por una parte, lo más importante en la vida es el nacimiento, si no hubiésemos nacido no
estaríamos vivos al mundo exterior, sin embargo, una vez que hemos nacido, eso se convierte en
el aspecto menos importante de nuestra vida diaria. Porque fue solo el principio y ahora ha
quedado en el pasado.
Una vez que hemos nacido, lo importante es vivir nuestra vida en toda su capacidad, con
todas sus posibilidades y relaciones. Lo mismo ocurre con la vida espiritual, lo más importante
después de haber nacido espiritualmente es vivir.
Al entregarnos a Cristo como nuestro Salvador, experimentamos la “salvación”; de ese
momento hasta nuestra muerte (o hasta cuando Cristo venga) debemos vivir la “santificación”.
Por alguna razón, la enseñanza cristiana suele enfocarse y enfatizar la salvación y después
olvidarse del proceso de santificación. Los nuevos cristianos son dejados ahí, como si rendirse a

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Cristo y ser salvos fuera todo en la vida cristiana, como si la Biblia no hablara de otra cosa más
que de la salvación.
Pero, ¿qué contestamos a la pregunta “he aceptado” a Cristo y ahora qué hago?
La vida cristiana está formada de círculos concéntricos (Cristo en el centro, después
nuestra relación con nosotros mismos, luego con los demás y después con la sociedad, la cultura,
la política, etc.). Si yo clamo tener una relación verdadera con Dios y su hijo Jesucristo, si hay
una presencia verdadera en el centro, entonces tiene que haber una transformación (aún no
llegamos al cómo) en el resto de los círculos. Tiene que haber efectos en todas las áreas. Nuestra
relación con Dios tiene que ser una realidad en todos los aspectos de nuestra vida; pero ¿cómo?
Existe la tendencia a creer que la vida cristiana tiene una sola apariencia uniforme. Los
cristianos pareciéramos tener a veces la mentalidad Shibolet (Jueces 12.5-6): si tú no actúas o
eres exactamente como yo, entonces estás mal, tienes un problema... quizá ni siquiera eres
cristiano.
La vida diaria nos presenta multitud de preguntas: ¿debo hacer esto o no? ¿Debo ver esta
película o no? ¿Me debo divorciar o no? ¿Me debo bautizar o no? ¿Debo reunirme con esta
iglesia o con esta otra? ¿Debo tomar alcohol o no?
Y escogemos entre dos tipos de vida cristiana para responderlas:
Algunas veces pensamos que la espiritualidad, el desarrollo de la vida cristiana, es una
lista de cosas para hacer y obedecer. Una lista que puede ser llena de cosas muy buenas que
pareciera resolver todas nuestras dudas y frente a cada situación darnos la respuesta "que Dios
quiere". Este es el legalismo. El legalista clama saber la verdad y conocer toda la realidad. Por
ejemplo: él diría solo hay UNA respuesta ante el problema del alcohol para el cristiano y ese es
NO tomar, esa es la regla, esa es la respuesta de Dios. Parecería que todas las situaciones le son
conocidas, que tiene toda la sabiduría de Dios encapsulada. No hay excepciones, no hay
situaciones diferentes.
La mentalidad legalista parece ignorar que todos somos diferentes y que Dios se relaciona
de manera personal y diferente con cada uno.
Lo que el legalista en realidad dice es: Yo soy Dios. Por lo tanto no necesito una relación
personal con Él, por lo tanto sólo me necesito a mí mismo. No necesito a los demás, porque de
entrada ellos están mal, tienen que cambiar y vivir en la forma en que yo vivo. El legalista se
convierte en menos de lo que debía ser, se convierte en algo menos que una criatura de Dios. Él
no hace sus propias elecciones, no es responsable ante Dios, lo tiene todo preestablecido.
Adán y Eva, quisieron saber todo, quisieron ser dioses y se convirtieron en mucho menos
de lo que eran.
No puede ser que el Dios que nos creo, que sabe cuantos cabellos tenemos, tenga una
conjunto de reglas y leyes fijas que ignoren mi pasado, mi contexto, mi personalidad y que me
conviertan - al aceptar a Cristo - en un clon de los demás cristianos. Dios escucha y responde,
Dios nos da ciertos límites dentro de los cuáles alguno puede elegir de una forma y alguno de
otra.
Pero qué pasa - y esta es otra forma de vivir la vida cristiana - si reacciono totalmente de
forma opuesta al legalista y pienso: yo vivo por la gracia que Dios tuvo sobre mí, por lo tanto
todo se vale, porque todo se perdona. Yo no necesito de reglas, ni de ritos... sólo tengo que
responderle a Dios. Si estoy siendo piedra de tropiezo para alguien más, no importa porque ellos
están mal, viven con ataduras, Dios nos hace libres. Muchos venimos de una religión con una
lista grande de ritos y sacramentos, ahora que somos cristianos creemos que nos podemos
deshacer de todas las reglas, incluso cuando involucra el herir a otro.

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Tal vez estas situaciones parezcan un poco extremas, pero la realidad es que todos caemos
en una o en otra, tenemos un poco de las dos.
No se alcanza una verdadera espiritualidad sólo obedeciendo una serie de reglas, pero
tampoco se vive la vida cristiana ignorando todas las reglas.
El problema es que enfrentamos la vida cristiana como si se tratara de algo externo.
Vemos los 10 mandamientos como una lista de cosas externas que debemos y no debemos de
hacer, pero no vemos más allá, no vemos lo que en realidad está detrás de ellos. Si miramos
atentamente, nos encontraremos que detrás de todo esto está la Ley del Amor: el hecho de que
debo amar a Dios y debo amar a mis semejantes.
En Romanos 14.15 y 1ª a los Corintios 8.12-13 hay ejemplos de lo que es en verdad la
Ley de Dios. En un sentido, para el cristiano no existe libertad, estará siempre sujeto a los demás
y a Dios. Hay una declaración absoluta de que debemos amar a Dios y a los demás. Eso no nos
dará la salvación, no lo podremos hacer nunca con nuestras propias fuerzas y nunca lo haremos
perfectamente en esta vida. Sin embargo, es imperativo que obedezcamos la Ley del Amor.
Mientras más avancemos en nuestra espiritualidad nos encontraremos que esta no es una
ley que debemos cumplir, sino una que desearemos cumplir, no para que los demás nos elogien,
no para ser aceptados por los demás cristianos.
La vida cristiana y la espiritualidad verdadera, no son algo exterior. Son siempre algo
interior.
Los 10 mandamientos culminan con un mandamiento interno: no codiciar (Éxodo 20.17).
Pareciera que Dios nos dijera que ahí está el meollo del asunto, en nuestro interior, en lo que
nuestro corazón desea.
Por otro lado somos llamados a amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente. Si
no lo hacemos codiciamos en contra de Dios.
Pero ¿qué quiere decir codiciar? Codiciar (desear otras cosas para nosotros) puede
simplificarse de la siguiente forma: pensando que vemos a Dios y a los demás en función de
nosotros. Es decir, soy yo el que importa, yo el que debe estar contento. Me molesta que Dios no
me está dando lo que me hace feliz. Me molesta si mi prójimo tiene algo que yo quisiera o
necesita algo de mí que me quitaría tiempo, amor, etc., que movería la atención de mí mismo.
Entonces yo les amo menos, me quedo con el amor que debería ser para ellos y me lo doy a mí
mismo. Codicio el amor que es de ellos y deseo que ellos no lo tengan sino yo.
De entrada yo codicio como ser humano el lugar de Dios, quisiera tener el lugar de Dios
para mí. Quisiera ser yo el centro de mi vida, quisiera ser yo el que tome las decisiones. Y lo
grave de esto es que la soberbia nos nubla y no nos deja ver que estamos deseando algo que no es
nuestro, sino que nos hace pensar que es nuestro, que lo merecemos.
¿Cuáles son algunas manifestaciones de esto? En el caso de Dios, codiciamos contra Él
cuando no tenemos contentamiento. Nuestra naturaleza y nuestros deseos nos indican lo
contrario, nos indican que debemos rebelarnos en contra de Dios, por lo tanto el aceptar la
voluntad de Dios es un choque para nosotros. Cuando no tengo contentamiento me olvido de que
Dios es Dios, dejo de sometérmele.
En Efesios 5.3-4 vemos que el contraste ante toda esa “lista negra” es dar gracias.
Debemos dar gracias a Dios por todo. La acción de gracias es importantísima para Dios y es una
muestra de contentamiento.
Esto es algo que suena muy bonito, pero que es muy duro. No nos deja espacio para la
queja: dar gracias por todas las cosas (Romanos 8.28, Efesios 5.20 Colosenses 3.15-17). Esto es
muy duro, porque la rebelión del hombre comienza por la falta de un corazón agradecido. Y
porque además debemos dar gracias por todo, aunque no sea lo que esperábamos. Si decimos que

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Dios es nuestro Padre y a la vez está en control de todo el universo y luego no tenemos una
actitud de confianza hacia Él estamos negando lo que decimos creer.
Existe en este mundo una lucha entre el bien y el mal. Una lucha que vemos, cuando nos
enfrentamos a la muerte, a la tristeza y una que no vemos en el mundo espiritual. Dios ha
escogido ponernos en un determinado tiempo y lugar dentro de esta lucha. Es así como debemos
entender el contentamiento: un corazón agradecido a Dios y con actitud de sometimiento en
cualquiera que sea nuestro lugar en esta batalla. Cualquier cosa menos es llamar mentiroso a
Dios, es negar en lo que creemos, es codiciar contra Dios.
Codiciar contra los hombres puede entenderse de manera simple como el desear algo que
los demás tienen: un bien material, una situación en la vida, amor, etc. Pero va más allá: cuando
yo no pongo al prójimo antes que a mí mismo, cuando yo me quedo con amor que Dios me dice
que debe ser para mi prójimo, estoy codiciando contra él. Dios nos llama a amar al prójimo como
a nosotros mismos. Si reflexionamos en esto, nos daremos cuenta de lo que eso significa y de la
dificultad que conlleva: mi tiempo ya no es mío, son los demás quiénes tienen prioridad. No me
puedo dar el lujo de odiar a alguien o ignorarlo, por más mal que me haya hecho. Dios me llama
a amarlo como a mí mismo.
Si no nos damos cuenta de lo duro que es amar a Dios y amar al prójimo, es que no hemos
entendido lo que significa. Es que seguimos creyendo que todo se reduce a “portarse bien, no
mentir, etc.” y a “ir a la iglesia y hablar de Dios a los demás”. Por nuestra naturaleza humana, es
la Ley del Amor la que nos cuesta trabajo, por eso preferimos seguir una serie de legalismos que
se muestran sólo en el exterior.
Pablo se dio cuenta de esto (Romanos 7.7-9). Él cumplía con todo, con los 10
mandamientos, con los mismos que nosotros profesamos cumplir. Pero él supo que era un
pecador ¿por qué? porque codiciaba en contra de los demás. Porque no tenía amor.
Esta es la base de la vida cristiana, es algo interior, algo que nos afecta profundamente,
incluso en áreas de nuestra personalidad que no vemos. El comienzo de una espiritualidad como
Dios la quiere, es darnos cuenta de esto. Darnos cuenta de que todos incurrimos en esa falta de
amor y de que, mientras Cristo no venga, seguiremos librando una batalla entre nuestro deseo de
ser el centro del universo y el amor a Dios y a los demás.
Cuando decimos que somos cristianos, es esa actitud de amor la que la Biblia dice que
debemos de tener. Cualquier cosa menos que eso es burlarse de Dios, regatear con el Dios que
creó el universo, con el Dios que murió en la cruz.
Esto es lo que debemos tener en mente cuando hablamos de espiritualidad verdadera, si
podemos entender que lo interno es la base y que lo externo es sólo un resultado, será un
magnifico primer paso.

2. RECHAZADO, MUERTO, RESUCITADO


Lucas 9.22 “El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los
ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que
resucite al tercer día”.
Al hablar de las consideraciones básicas de la vida cristiana es necesario empezar por el
lado negativo. En la primera parte vimos que el mandamiento de Dios de decir “no” a nosotros
mismos y poner primero a Dios y a los demás es especialmente difícil dada nuestra naturaleza
pecadora. Otro aspecto que hace difícil el vivir la parte negativa de la vida cristiana es la cultura
del mundo actual: una cultura donde lo material es muy importante, donde el éxito es la meta,
donde se puede medir todo por sus resultados prácticos y egoístas: hemos producido una

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mentalidad de abundancia, donde todo se juzga según nos acerque o no a la “plenitud” y a una
paz personal egoísta.
Esta mentalidad encaja perfectamente con nuestra disposición natural, nosotros no
queremos negarnos a nosotros mismos. Hacemos todo lo que podemos mental y prácticamente
por ponernos en el centro del universo. Tengamos esto en mente mientras estudiamos la parte
negativa de la vida cristiana.
Lucas 9.18-23, 27-31. Aquí vemos a Elías y a Moisés hablando, teniendo una
conversación y, ¿en qué está basada? ¿Cuál parece ser el tópico principal?
Romanos 3.25-26 Hebreos 7.27 Apocalipsis 5.9. El centro del mensaje cristiano no es la
vida de Cristo, no es su encarnación, no son sus milagros, sino su muerte. Las buenas nuevas, el
evangelio al mundo se centra en una cosa: la muerte redentora de nuestro Señor Jesucristo.
No es de sorprenderse el que Moisés y Elías se pasaran el tiempo hablando de la muerte
de Cristo, porque les importaba, porque era esencial para ellos, su salvación dependía de ese
momento en particular: la muerte de Cristo en el Calvario. No hubiera habido salvación para los
discípulos y no hubiera habido salvación para nosotros si Cristo no hubiese muerto.
Todos sabemos la importancia de esa muerte para nuestra salvación, pero, si ese es el
mensaje central de la vida de Cristo ¿cuál es su relevancia en nuestro diario vivir?
Lucas 9.22-25 Justo después de describir lo que Él habrá de pasar, Jesús dice que es lo
que espera de nosotros, de sus discípulos, de los que desean seguirlo, de los que desean vivir la
vida cristiana. No lo espera de cualquiera, lo espera de sus discípulos. Debemos morir la muerte
de Cristo.
Gálatas 2.20 Romanos 6.4 Gálatas 6.14. Debemos morir a querer ser el centro. Detrás de
cada uno de los 10 mandamientos existe la muerte como concepto clave: morir a nuestro tiempo
y dedicárselo a Dios, morir a tomar la vida de otro, morir a decir algo que no es cierto... como
veíamos en la primera parte, debemos morir a nosotros mismos por Dios y por los demás.
Esta es una muerte por elección, decidimos ser siervos1 de Dios por elección, somos
criaturas de Dios lo aceptemos o no, sólo hay uno autosuficiente y ese es Dios. Como cristianos
tenemos un gran llamado, nuestro llamado es a someternos a Dios, a ser sus criaturas no porque
tengamos que serlo sino porque queremos serlo.
Esto parece duro, pero es la primera - y negativa- parte de una gran verdad: debemos
morir a nosotros mismos para estar vivos ante Dios.
El camino para la libertad del pecado es a través de la muerte, no alrededor de ella. Es
decir, tenemos que morir a esta vida, en medio de vivirla, no una vez y para siempre (como la
muerte en la salvación, donde a través de Cristo morimos para que nuestros pecados sean
perdonados) debemos morir momento a momento.
Ante cada situación, ante cada relación con nosotros mismos y con los demás debemos
morir a nuestra palabra, morir a nuestros deseos elegir la palabra de Dios, los deseos de Dios.
Podríamos pensar que esto es obvio, que ya lo sabíamos, pero... pensemos
cuidadosamente: ¿hablamos de la muerte de Cristo como lo hacían Elías y Moisés? ¿Qué tan
presente está el hecho de que debemos morir esa muerte a cada momento, en nuestras
conversaciones? ¿Cuánto nos mueve a orar ese pensamiento? ¿Oramos por nosotros mismos y
por los que amamos pidiendo que enfrentemos la vida cristiana con la actitud correcta? ¿No será
que, influidos por este mundo y esta cultura, pedimos que lo negativo nos sea quitado a toda
costa, en lugar de pedir que enfrentemos lo negativo con la actitud que Dios quiere: muriendo a

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Decía: criaturas

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nosotros mismos? ¿Qué tanto oramos porque nuestros hijos, nuestros padres y aquellos que
amamos estén dispuestos a caminar por gracia los pasos de rechazo y muerte?
Estamos más influenciados por este mundo y sus actitudes que por la perspectiva del
Reino de Dios.
En cuanto me entregué a Cristo como mi Salvador fui justificado, mis pecados fueron
borrados de una vez y para siempre. Eso es una verdad. Pero si quiero saber lo mínimo sobre la
vida cristiana, lo mínimo sobre espiritualidad, debo tomar mi cruz diariamente.
El principio que hay detrás de decir “no” debe dominar mi actitud ante un mundo que
mantiene una lucha constante ante su Creador. La cruz de Cristo debe ser una realidad para mí a
través de toda mi vida. La espiritualidad verdadera no termina con lo negativo, pero sin lo
negativo no podemos continuar.
Ahora lo positivo. Después del rechazo de uno mismo, después de la muerte de uno
mismo viene la resurrección. Los tres suceden en un solo momento cuando nos rendimos a Cristo
pero continúan sucediendo momento a momento durante nuestra vida cristiana.
Romanos 6.4, Gálatas 2.20, Mateo 28.8-10, Marcos 16.9-14, Lucas 24.13-53, Juan 20 y
21. Hay seis puntos a notar acerca de la resurrección de Jesús:
1) Jesús, como sabemos, murió en un punto determinado de la historia; eso está ya en el
pasado. Sucedió a una hora determinada, en un lugar y fecha determinados. De haber
estado allí podríamos haber tocado su cruz y astillarnos con la madera.
2) Cristo resucitó en un punto determinado de la historia, en el día primero, a cierta hora
y en cierto lugar. Hoy en día está resucitado y glorificado; es el mismo Jesús que fue
glorificado entonces.
3) Nosotros morimos con Cristo cuando lo aceptamos, eso también está en el pasado.
Nuestra salvación depende de dos puntos históricos: la muerte de Cristo en la cruz y el
momento en que me rindo a Jesús como mi Salvador.
4) Seremos resucitados por Cristo. Esto ocurrirá en el futuro en un día y a una
determinada hora. Tengo la promesa de Dios de que yo también seré resucitado de la
muerte. Este cuerpo no se quedará aquí en la tierra, la muerte de Cristo es tal que el
hombre entero será redimido.
5) Estas grandes verdades deben volverse una realidad en nuestra vida diaria como
cristianos, una realidad diaria que practiquemos momento a momento. La Biblia nos
dice que debemos vivir por fe como si hubiésemos muerto (Romanos 6.10-11). Así
como Jesús murió en el pasado al pecado de una vez y para siempre, así nosotros
somos llamados a considerarnos muertos en práctica en este momento de la historia.
6) Así también debemos vivir por fe hoy, como si hubiésemos sido resucitados de los
muertos (Romanos 6.4, 11; Colosenses 3.1-3, Efesios 2.6)
¿Qué quiere decir esto en la práctica? Debemos, en nuestros pensamientos y vidas vivir
como si hubiésemos muerto, ido al cielo y regresado glorificados.
¿Podemos imaginarnos lo que sería ir al cielo y regresar? ¿Veríamos algo de la misma
forma? ¿De qué nos valdría la alabanza del mundo si hubiéramos estado en la presencia de Dios?
Debemos morir a todas las cosas para poder estar vivos para Dios. Esto es lo que significa
amar a Dios lo suficiente como para tener contentamiento, amarlo lo suficiente para decirle
“gracias” en medio de los sufrimientos y batallares de esta vida. Esto es lo que soy: una criatura
en la presencia de su creador, nada más.
Esto no quiere decir que debamos “resignarnos” a ser criaturas, somos criaturas
glorificadas, llenas de promesas por parte de su creador. El vivir como si hubiéramos ido al cielo
y regresado, no implica vivir una especie de vida "etérea" donde las cosas materiales no nos

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importan. Basta ver a Jesús cuando acababa de resucitar. Es cambiar la perspectiva con la que
vemos al mundo, ver todo desde la perspectiva del Reino de los Cielos, de Cristo que es el Señor
de todo y después actuar de esa forma con respecto a todo y todos los que nos rodean, con
respecto a Dios y a nosotros mismos.
Esto no es algo que hagamos hoy y para siempre. Esto es algo que debemos hacer
momento a momento en nuestra vida entera. Momento a momento estar muertos a todo y vivos a
Dios. Momento a momento, por fe, regresar a este mundo y vivir como si hubiésemos sido
resucitados de la muerte.
Ahora estamos listos para la batalla. Ahora podemos tener una vida cristiana bíblica.
Rechazado, muerto y resucitado: ahora estamos listos para ser usados. Pero no solo eso: listos
para disfrutar este mundo, aunque lo veamos con la perspectiva de que es un mundo invadido por
el pecado.

3. CON EL PODER DEL ESPIRITU


Todo lo que hemos visto hasta ahora es como la teoría de la verdadera espiritualidad, la
pregunta que sigue estando latente es ¿cómo?
¿Cómo vamos a vivir una verdadera vida cristiana sin que sean solo palabras o un
concepto espiritual abstracto, como si fuera una experiencia existencial? ¿Cómo empiezo?
¿Cómo le hago para vivir como resucitado, para morir al pecado? ¿Es todo una experiencia
existencial o exótica? La respuesta es no, es algo sumamente práctico.
Juan 14.25-26. Cuando muramos estaremos con el Señor, pero al mismo tiempo estamos
con el Señor ahora. Cristo está en el paraíso con aquellos cristianos que han muerto, pero ese
mismo Cristo le promete al cristiano que Él dará su fruto a través de nosotros en esta vida. El
poder del Cristo crucificado, resucitado y glorificado dará su fruto a través de nosotros.
Romanos 7.24-25; Romanos 8.37 Hagamos una pausa para pensar en la frase “a través”.
Está es una clave de la vida espiritual que la cultura actual ha cambiado por alrededor. No
queremos que Dios actúe a través de nosotros sino alrededor, que se vean los resultados. No
queremos salir triunfantes pasando a través del mal y las adversidades, sino que ellas no nos
sucedan, queremos pasar alrededor de ellas, saltándolas. De igual forma queremos hacer las
cosas alrededor de Dios, saltándonoslo, en lugar de dejar que sea Él quién actúe a través de
nosotros.
Enfoquémonos ahora al ¿cómo?
Primero, no será simplemente en nuestras propias fuerzas, ni tampoco es solo “actuando”
basados en la realidad de que a los ojos de Dios, en Cristo, hemos sido muertos y resucitados. Eso
no debe ser minimizado, pero tenemos que entender que no seremos nosotros actuando basados
en esa realidad: la respuesta al cómo es que el Cristo glorificado lo hará a través de nosotros. Él
será el hacedor.
Segundo, será hecho por Él con la intermediación del Espíritu Santo (Romanos 5.5). No
es en nuestras propias fuerzas, hay un Santo Espíritu que nos ha sido dado para hacer esto
posible.
Romanos 8.13, Juan 14.18, 2ª a los Corintios 13.14. Tercero, esto no es totalmente pasivo
de nuestra parte. Como lo hemos visto antes no es basándonos en nuestras obras, ni en nuestras
propias fuerzas, no se requiere nada más de nuestra parte de lo que se requirió para nuestra
salvación. Pero como en el caso de nuestra salvación no somos una piedra.
Veamos la respuesta de María al ángel como un ejemplo de nuestro papel en la
santificación. Lucas 1.30-38. Tenemos a una jovencita con emociones normales, en una situación

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histórica normal, ante una proposición única: una promesa irrepetible y única: el nacimiento de la
segunda persona de la trinidad, el Espíritu Santo haría que hubiera una concepción en su vientre.
María, al enterarse de repente que dará a luz un hijo, pudo haber tenido tres respuestas:
“No, quiero. No quiero aceptar, quiero huir. ¿Qué dirá José?” Y luego sabemos lo que
José pensó Mateo 1.19. Humanamente, no podríamos culparla si hubiese decidido no aceptar.
La segunda respuesta pudo haber sido - y este es nuestro mayor riesgo una vez que hemos
estudiado más sobre la vida cristiana- “Tengo las promesas, así que usaré toda mi fuerza, todo mi
carácter y mi energía para hacer esa promesa realidad. Daré a luz a un niño siendo virgen”. Pero
con esta respuesta jamás podría haber dado a luz a un niño, en su propia fuerza, ni ella ni ninguna
otra persona.
Pero, observemos la tercera respuesta, que fue la que María dio: “aquí está la sierva del
Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”.
Aquí tenemos una pasividad-activa, María tomó su propio cuerpo, por elección propia, y
lo puso en las manos de Dios para que Él hiciera lo que había prometido y Jesús nació. Se dio a sí
misma, en respuesta a una promesa, sí, pero no para hacerlo ella misma.
Si vamos a dar fruto en nuestra vida cristiana, o más bien, si Cristo va a dar ese fruto a
través de nosotros por medio del Espíritu Santo, debe haber un acto constante de fe, de pensar:
“Basándome en tus promesas, ansío que Tú las hagas realidad, Señor Jesús, trae tu fruto a través
de mí a este mundo”.
Vamos a pasar a ver la acción del Espíritu en nosotros con más detalle.
Cuando hemos aceptado a Cristo entramos en una nueva relación con las tres partes de la
Trinidad: con el Padre, ahora somos sus hijos, le podemos llamar papá y nos debemos acercar a
Él como niños: con curiosidad y deseo de saber más de Él, confiados, etc.
Después tenemos una relación renovada con el Hijo, lo que quiere decir que estamos
llamados a traer su fruto, si no estamos dando el fruto del Hijo de Dios entonces, ¿el de quién
estamos dando?
Romanos 6.13 Como cristianos podemos ser siervos de Dios o del pecado, nada más, y
volvernos un “arma” en la lucha espiritual, un arma para Dios o un arma para Satanás.
Cuando no estoy dando los frutos de Cristo le estoy siendo infiel. Estoy cometiendo
adulterio espiritual y esto es tan obvio como si una mujer japonesa casada con un hombre japonés
diera a luz un bebe rubio y de ojos azules.
Finalmente, tenemos una nueva relación con el Espíritu Santo, el “intermediario” de la
Trinidad.
El Espíritu vive en nosotros, es nuestro huésped Divino, es una persona, una persona que
puede entristecerse, que puede lastimarse. Efesios 4.30, 1ª a los Tesalonicenses 5.19.
Comparemos el fruto del Espíritu con las obras de la carne (Gálatas 5.19-23). Los frutos
del Espíritu son normales, no tenerlos es no tener la vida cristiana que debería considerarse
normal. Solo hay una razón por la que estos frutos no se están dando y esto es porque el
instrumento de fe no se está usando. Esto es lo que entristece al Espíritu.
A la luz de nuestro llamado a exhibir la existencia y el carácter de Dios y del terrible
precio pagado por Cristo en la cruz para que tuviésemos los beneficios de la salvación. No hay
peor pecado que no poseer nuestras posesiones de fe, ese es el verdadero pecado. Romanos
14.23b.
¿Por qué no se vive una espiritualidad verdadera? ¿Por qué no traemos ese fruto al mundo
como deberíamos? ¿Por qué no vivimos plenamente nuestra santificación?
Hay varias respuestas:

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Por una parte, ignorancia: porque nunca se nos había enseñado acerca del trabajo de
Cristo en nuestras vidas.
Hay diversos “tipos de ignorancia” en este sentido:
- Pudimos haber aprendido como ser salvos o justificados pero nunca cuál
era el significado actual de esa salvación.
- Se nos pudo haber enseñado como ser salvos a través de la fe, pero después
dejarnos vivir la vida cristiana en nuestras propias fuerzas.
- Pudimos haber aprendido erróneamente que después de ser justificados
importa poco como vivamos la vida.
- No hemos aprendido el papel pasivo-activo que tenemos en nuestra
santificación, que no es algo que nada más pasa, sino algo que conscientemente
debemos recibir por fe, momento a momento.
Por causa de estas áreas de ignorancia, el cristiano puede no estar tomando sus posesiones
de fe. Pero cuando un ser humano aprende y entiende lo que la muerte de Cristo y su resurrección
significan en la vida diaria, una puerta nueva es abierta.
Sin embargo hay otro peligro, quizá mayor que la ignorancia, podemos saber todo esto
mentalmente, teóricamente, pero no hacerlo nuestro, no apropiárnoslo. Como en la salvación, el
conocimiento no sirve de nada hasta que se pone en práctica.
Para terminar esta parte, es importante profundizar sobre una frase que hemos usado
mucho: “momento a momento”.
Comparemos por un momento la salvación, la justificación y la santificación2:
- En todas recibimos un regalo.
- En todas el instrumento por el que lo recibimos es la fe.
- En todas estamos creyéndole a Dios y a sus promesas en la Biblia.
- Las diferencias están en la práctica: la salvación fue una vez y para
siempre, la santificación tiene que ser momento a momento.
- La salvación se encarga de la culpa causada por el pecado, de una vez y
para siempre, la justificación de la culpa ante Dios por el pecado original. De manera
total y perfecta.
- La santificación se encarga del problema del poder y consecuencias del
pecado en nuestras vidas como cristianos. Momento a momento, de una forma
progresiva y sustanciosa pero no perfecta (hasta que Cristo venga).
¿Por qué la santificación tiene que ser momento a momento? Porque no hay otra forma en
la que el ser humano pueda vivir: sólo en este momento.
Debemos creer las promesas de Dios en este momento en el que las necesitamos, para la
situación en la que las estamos usando. Tenemos que tener fe, pero no fe en la fe; fe en lo que
Dios ha dicho y en el trabajo de Cristo en la cruz. Una fe continua.
La fe de esta mañana no bastará para el medio día. Tenemos que tener una comunicación
momento a momento con Dios, para volver a nuestro tamaño frente al Dios que nos hizo.
No hay una solución mecánica para la espiritualidad, para la vida cristiana. No se puede
decir lee tantos capítulos de la Biblia cada día y así serás santificado u ora cierta cantidad del día
y en eso consiste la vida cristiana. Esas son soluciones falsas que contradicen la base de la vida
espiritual.
La solución real es tener una comunión personal, momento a momento con Dios y dejar
que el fruto de Cristo sea llevado a través de nosotros por medio del Espíritu Santo.

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Nada más decía: la salvación y la justificación.

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La única diferencia entre la comunión que tenemos con Dios ahora y la que hubiésemos
tenido si el hombre no hubiera pecado es que estamos bajo el pacto de la gracia y no de las obras
que nuestra relación está basada en el trabajo mediador de Cristo. Esa es la única diferencia.
El hombre es redimido como una unidad ante su creador, no sólo se redime una parte del
hombre, sino todo: la mente, la voluntad, las emociones: el hombre completo. La santificación
también actúa en el hombre de forma total, en cada aspecto de su ser.
Como Hijos de Dios debemos creer en Dios, creerle a Dios. No sólo cuando aceptamos a
Cristo, sino en cada momento. Un momento a la vez. Esa es la vida cristiana, esa es la verdadera
espiritualidad.

4. LIBERTAD DE LAS CONSECUENCIAS DEL PECADO


En las próximas partes vamos a hablar de la redención, del trabajo redentor de Cristo en
todas las áreas de nuestra vida. Es decir vamos a ver en detalle la vida cristiana.
En las partes anteriores hemos visto las bases de la vida cristiana, ahora vamos a ver la
vida cristiana en más detalle. Las consecuencias de nuestra apropiación de la muerte de Cristo y
su resurrección en todos los aspectos de nuestra persona.
Veremos como actúa la santificación en nuestra vida interior (subconsciente), en nuestra
personalidad y problemas psicológicos, en nuestra relación con los demás y en nuestra relación
con la Iglesia. ¿Cuál es el papel redentor (de saneamiento) de Cristo en todos los aspectos de
nuestra vida?
Cuando hablamos de "pecado original" nos estamos refiriendo a 2 cosas: la naturaleza
pecaminosa (la que nos hace querer ser el centro del mundo, querer ocupar el lugar de Dios,
codiciar el amor que le corresponde a los demás y a Dios para nosotros) y la culpa moral, la culpa
de la que ese pecado viene acompañado, culpa porque hemos pecado en contra de Dios. Es decir
nacemos también con la “culpa original”.
Nosotros tenemos un ser fragmentado, un ser que está separado de sí mismo, que no tiene
acceso fácil a su subconsciente, a los problemas de fondo que nos acongojan, a las marcas en
nuestra personalidad que el pecado nuestro y de otros ha dejado. Esta es una de las consecuencias
del pecado original.
Las ataduras que experimentamos por culpa del pecado son siempre un resultado de ese
pecado y no al revés.
Todos sabemos que somos pecadores, que pecamos a diario. Pero algunas veces eso se
convierte en un concepto un poco abstracto. Por ejemplo:
Miramos al pecado de forma ligera porque al fin y al cabo somos pecadores y siempre lo
seremos y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Por otro lado pensamos que algún día
seremos perfectos, que perfección es sinónimo de cristiandad.
Sabemos que pecamos a diario, sabemos que podemos obtener perdón por ese pecado y
que debemos pedirlo. Pero, ¿qué quiere decir esto exactamente?
1ª de Juan 1.4-9. Durante nuestra vida hay momentos, a veces días o incluso hasta
temporadas en que no tenemos paz. Sabemos que si estamos viviendo con una fe de momento a
momento como la que hemos aprendido en los capítulos pasados deberíamos tener paz. Cuando
no la tenemos es que nos hemos alejado de Dios. Que no estamos caminando con Él.
No se puede andar en pecado y tener una relación con Dios. Si decimos que no hemos
pecado mentimos y lo hacemos a Él mentiroso. Pero no basta con decir “he pecado”, tenemos que
hacer un acto consciente y llamar a un pecado específico por su nombre. Tenemos que pedir
perdón por todo pecado “conocido”.

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Es decir, tenemos que poder describir ese pecado, tenemos que estar al pendiente de
nuestras intenciones, de nuestro corazón, para poder acercarnos a Dios y pedirle perdón por un
pecado que hemos analizado y desentrañado. Por un pecado que conocemos. Tenemos que
decirle a Dios hágase tu voluntad: con referencia a esto en específico, no solo así en general.
Ahora bien, gracias a la separación que experimentamos, a la acumulación de pecado de
tantos años y al daño que este nos ha hecho, hay pecados que no podemos ver, que no
distinguimos, que tal vez solo vivamos sus consecuencias.
Nosotros somos como un iceberg, solo la punta está en la superficie, solo nos es conocido
un 10%3 de lo que en realidad alberga nuestro subconsciente, pero, ante Dios, nosotros solo
somos responsables por lo que conocemos, por lo que está en la superficie.
Mientras más caminemos en Cristo, nuestras conciencias se harán más dóciles, gracias al
trabajo del Espíritu Santo. Él nos hará darnos cuenta de esos pecados que no vemos y poco a
poco los traerá a la superficie para que nosotros les podamos llamar por su nombre y lavarlos con
la sangre de Cristo.
El “camino de regreso” una vez que hemos pecado, una vez que nuestra relación con Dios
está rota, es el mismo que en la salvación: solo a través de Cristo, solo reconociendo que somos
pecadores.
¿Por qué quiere Dios que reconozcamos un pecado y lo llamemos por su nombre?
(Hebreos 12.5-11) No solo para reprendernos, su última finalidad es que tengamos fruto apacible
de justicia.
Estamos llamados a examinarnos (1ª a los Corintios 11.31-32 NVI) para que no tengamos
que ser castigados por Dios, para que no se endurezca nuestro corazón. Por eso nos alienta Pablo
a evaluarnos a nosotros mismos.
Dios es una persona a la que debo pedir perdón. Perdón con respecto a un pecado
específico, a un pecado que puedo describir y trazar su origen en mi corazón. No basta con decir
he pecado, no basta con decir he mentido, he criticado, ya que esas son acciones externas (y
como hemos visto la espiritualidad es interna). Hay que analizar en nuestro corazón ¿qué ha
provocado eso? y pedirle a Dios que se haga su voluntad con respecto a eso en específico.
Analicemos una vez más la salvación, la santificación o vida cristiana y la restauración
después del pecado:
Para aceptar a Cristo debo reconocer que soy un pecador y que no puedo salvarme a mí
mismo. Para vivir la vida cristiana debo aceptar que no la puedo vivir basado en mis propias
fuerzas, en la restauración debo reconocer un pecado específico y llamarlo por su nombre y
después traerlo a los pies de Cristo para que sea lavado con su sangre.
En las tres situaciones debo extender los brazos de la fe para recibir el regalo de Dios. En
las tres situaciones no soy yo el que hace el trabajo sino Cristo.
Pero en las tres situaciones no soy una piedra, tengo que actuar basado en lo anterior.
Analicemos en que consiste nuestra “acción” en cada caso:
Si creo en Cristo y en la suficiencia de su sacrificio en la cruz para mi restauración puedo
estar seguro de que, no importa que tan grande haya sido mi pecado, ha sido perdonado y
olvidado. No debo cargar con él en mi conciencia.
La salvación se aplica al hombre completo, incluida su conciencia.
Una vez que he reconocido un pecado y que, por el sacrificio de Cristo, Dios lo ha
perdonado, ese pecado está cubierto, está perdonado, está en el fondo del mar y no es honrar a
Dios el seguir preocupándonos por él. No es honrar el trabajo de Cristo en la cruz el

3
Un “X” porcentaje

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preocuparnos por ese pecado e ignorar el infinito valor de la muerte del hijo de Dios. Mi relación
con Dios está restaurada.
De lo único que me tengo que preocupar y actuar es de las consecuencias de ese pecado
en relación con los que me rodean.
Entonces doy gracias. Gracias a Dios por un trabajo que es absoluto y completo y una vez
que hago esto mi conciencia debe descansar.
Estoy limpio, listo para reiniciar la vida espiritual y puedo regresar para limpiarme
cuantas veces sea necesario.
Dios nos libera de la tiranía de la conciencia. Cuando Cristo venga esto será perfecto:
seremos un hombre integro sin separación de nosotros mismos, pero mientras tanto podemos
tener un saneamiento substancial de la separación de nuestro ser. Y este es un primer paso en
nuestra liberación de las consecuencias del pecado.
Podemos analizarnos a nosotros mismos de dos formas4: por un lado somos un hombre
dividido, en cuerpo y espíritu, en pensamiento y acción en sentimientos y voluntad. Una cosa es
lo que pensamos y otra lo que hacemos o como nos expresamos. Pero por otro lado también
somos una unidad. Lo que afecta una parte de nuestro ser tiene efectos en otras partes. Y ante
Dios somos un todo.
La rebelión del hombre lo ha llevado a querer ser lo que no es, a tratar de existir afuera del
círculo en el que Dios lo creó. Algunos ejemplos: como hemos visto ya, nos ponemos estándares
de perfección y tratamos de alcanzarlos, pero no lo logramos (el típico ejemplo del cristiano que
quiere ser bueno). Al rebelarnos con respecto a la situación que vivimos quisiéramos ser lo que
no somos y poder decidir lo que es mejor para nosotros.
El hombre está dividido internamente, también. No puede tener absoluto control sobre lo
que piensa y dice o sobre lo que siente. Los resultados del mal en el mundo nos afectaron en el
todo y en nuestras partes. Desde la entrada del pecado en el mundo no ha habido una persona
totalmente sana físicamente, ni totalmente balanceada psicológicamente.
Estamos también divididos respecto a la naturaleza, a los animales y a los otros hombres.
Como resultado de esas divisiones experimentamos la culpa psicológica. Volvamos a repasar la
diferencia entre culpa moral y culpa psicológica. La primera es de la que se encarga Cristo en la
cruz, todos la tenemos, así como el pecado original. Después está la culpa psicológica, la cual nos
afecta a todos de diferente forma. Es como una cicatriz que va quedando como consecuencia del
pecado.
Recordando la imagen del iceberg, la culpa psicológica es la que está en la parte de abajo.
Es difícil distinguir está culpa, es difícil separar sus consecuencias, pero esa no es siempre
nuestra labor.
Nosotros debemos analizarnos día con día, momento a momento en lo que podemos ver,
lo que de nuestras acciones y pensamientos queda al descubierto, y pedir a Dios que nos lo
perdone. Dios extiende esa actitud nuestra a lo demás, a través del Espíritu Santo y nos ayuda a
ver más a fondo.
La clave es dejar de cargar con ello y concentrarnos en un análisis profundo de nuestro día
con día. Es decir no cargar con lo general sino concentrarnos en lo específico. Si hoy he tenido
mal carácter todo el día, analizar lo que me lo provocó y pedir perdón a Dios por cada situación,
pero no cargar con la culpa de ser una persona con mal carácter, dejar que Dios poco a poco me
dé luz sobre porque soy así y me ayude a sanar.

4
Mientras que algunos somos tripartitas otros son bipartitas.

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5. LIBERTAD DE LAS ATADURAS DEL PENSAMIENTO Y LOS PROBLEMAS
PSICOLÓGICOS
Como hemos visto, la vida espiritual es interna y después se refleja al exterior. Esto aplica
para todos los aspectos de la vida cristiana desde el pedir perdón por nuestros pecados, como
vimos en el capítulo anterior, hasta amar a Dios con todo nuestro ser - mente incluida- .
¿Y dónde radica está vida interna? ¿Qué es lo que sale convertido en acciones? nuestros
pensamientos.
La primera separación del hombre de Dios empezó como una idea en la mente (Romanos
1.22-29). De la mente (pretendiendo ser sabios, se hicieron necios) vinieron las acciones, los
resultados de las ideas.
Romanos 12.1-3 Presentamos nuestros cuerpos, una vez transformado nuestro
entendimiento. Notemos incluso, en el versículo 3 el uso de la mente “sino que piense de sí con
cordura”.
Si leemos los versículos anteriores y posteriores a Efesios 4.22, vemos todas las
referencias a la mente y el pensamiento. Para dar paso al hombre nuevo hay que renovar la
mente.
En Efesios 5.15-21 vemos los resultados externos de entender la voluntad del Señor. La
verdadera vida cristiana es básicamente una cuestión de pensamientos, lo externo es tan solo una
expresión de ello. Mateo 12.34 y 15.11-20.
Podemos concluir entonces que: lo interno es primero, lo interno produce lo externo y que
moralmente, lo interno es central para Dios. 1ª de Juan 3.15a.
Haciendo un breve resumen de lo que hemos visto hasta ahora con respecto a la
importancia del pensamiento y la mente:
Debemos estar muertos a todas las cosas para estar vivos para Dios (esto es interno)
después debemos vivir como si hubiésemos ido al cielo y regresado a este mundo (externo). Lo
interno fluye hacia lo externo.
El Espíritu Santo vive en nosotros (en el hombre interno) pero el fruto de Cristo viene al
mundo exterior a través de mi cuerpo (mis labios hablando de la palabra de Dios, mi mano
ayudando a alguien que lo necesita).
El amor es interno (amar a Dios y a los demás, no codiciar, tener contentamiento) pero se
pone en acción de forma externa.
El reverso de todo esto es: los efectos del mal en el mundo exterior, las consecuencias de
la desobediencia del hombre (causa y efecto, defectos físicos, cáncer, problemas económicos,
etc.) me afectan desde el exterior, entran en mi mente por todos mis sentidos y yo tengo que
reaccionar a ello ¿cómo reacciono? ¿Me rebelo en contra de Dios o le estoy agradecido? Los
resultados de mi reacción interior, una vez más, se verán en el mundo exterior.
La actitud de fe que Dios demanda de nosotros debe ser activa y pasiva a la vez: en el
mundo de nuestro pensamiento debemos inclinarnos ante el trabajo del Espíritu Santo y después,
mientras que en una “pasividad activa” rendimos nuestros seres a Él, el fruto del Cristo
glorificado se verá a través de nuestros cuerpos en el mundo exterior.
La verdadera batalla del hombre está en el mundo de las ideas. Ya sea que acepte o
rechace a Dios, es siempre en el interior (si le cree a Dios o si le llama mentiroso). La sabiduría
que tanto se alaba en la Biblia es la sabiduría de Dios, la contraria a la ignorancia.
Cuando uno es ignorante en el reino de Dios, es ignorante con respecto a una verdad, la
verdad de Cristo. La realidad cristiana nos llama a renovar nuestra mente.

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La doctrina sana y verdadera es una idea revelada por Dios en la Biblia, una idea que se
ajusta al mundo exterior y que puede entrar al hombre y transformarlo para que Él actúe.
Si la vida cristiana no empieza en el interior es solo palabrería.

6. LA ACCION DE LA CRUZ DE CRISTO EN LA PERSONA COMO UN TODO.


Antes de empezar es muy importante resaltar que, debido a la entrada del mal en este
mundo, nunca habrá perfección. Y aunque Cristo puede lograr en nosotros cambios sustanciales,
nunca seremos perfectos, hasta que Él venga. Pero si debemos saber que la posibilidad de cambio
sustancial existe.
Un ejemplo muy claro se puede dar con la salud física. Sabemos que Dios puede sanar a
alguien de una enfermedad. Lo hemos visto. Sin embargo a veces decide hacerlo y a veces no. Y
esto no es siempre un asunto de fe o de falta de fe, Dios tiene sus propósitos. Sin embargo aun
cuando Él sane a alguien totalmente, no significa que ahora su salud es perfecta. Ya no tendrá
aquella enfermedad de la que Dios lo sanó, pero tendrá otras. Hay que recordar que las
consecuencias del mal en el mundo continuarán hasta la segunda venida de Cristo.
Si nosotros queremos siempre perfección en lo moral, físico y psicológico, no sólo no lo
tendremos nunca, sino que nunca tendremos lo que podríamos tener.
Como ya hemos visto, el cristiano está siempre en riesgo de querer ser Dios. Consciente o
inconscientemente marcamos para nosotros un nivel de superioridad basado en valores que
nosotros escogemos (o algunas veces que otros escogen para nosotros). Al hacer esto negamos el
hecho de que el pecado está en el mundo, si nos negamos a aceptar nuestras limitaciones, incluso
nuestras batallas psicológicas, entonces no sólo no tendremos perfección sino que nos
perderemos del cambio sustancial que podríamos tener, al esforzarnos para ser lo que no
podremos ser.
Un ejemplo muy claro es el matrimonio. Muchas parejas se marcan un ideal (físico,
psicológico, de enamoramiento e incluso de “cristiandad”) y si su matrimonio no le llega a esos
estándares (que pueden incluso estar “basados en la Biblia”, o ser estándares buenos) entonces lo
echan todo por tierra y existe una desilusión, dudas, la idea de que tal vez el matrimonio no esté
funcionando. Todo basado en cuales ideales de perfección no se han cumplido. (Pocos pleitos,
ciertas características en la personalidad del otro, etc.). Esto destruye la posibilidad real del buen
matrimonio que podrían tener.
Nuestro problema principal es que tratamos de ser el centro, tratamos de cargar con el
peso del mundo, un peso que no podremos cargar. Solo Dios puede.
No debemos insistir en perfección o nada, porque podemos acabar con nada.
En el centro de nuestras rebeliones, de nuestros problemas psicológicos, casi siempre hay
miedos.
Miedo de estar solos, de que Dios no está ahí realmente encargándose a cada momento de
nosotros. Como el niño al que se deja solo en la oscuridad, en medio de una situación que no
conoce, y su mamá le dice “no tengas miedo, Dios está aquí contigo”, esa misma respuesta va
para nosotros. Así de simple, pero a veces lo simple es lo más difícil de creer.
Otro miedo importante es el de nuestra existencia y su valor, que tan valiosos somos como
personas, ¿seremos importantes? Pero debemos entender que somos hijos de Dios, de un Dios
personal que nos conoce y es ahí donde radica nuestro valor y no en los estándares marcados por
el mundo.
El tercer miedo es el miedo a la muerte. Pero para los cristianos, no hay muerte, la vida es
un continuo desde ahora hasta la vida que sigue. En Cristo ya hemos superado a la muerte. Ya
hemos pasado de muerte a vida.

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Ahora hay que pasar al lado práctico de todo esto; pero sin olvidar este marco de
referencia: el marco de referencia de la Biblia. No es lo mismo estar sentado frente a un
psicólogo, consejero o un amigo y que él basado en libros escritos por otros seres humanos como
él, nos empiece a dar las soluciones para nuestra vida, sobre todo si sabemos que él tiene
problemas también. Sin este marco de referencia los consejos no tienen una base permanente,
más allá del consejo mismo. Mientras que, si nos analizamos basados en la Biblia sabemos que
obtendremos cambios a profundidad, que no hay quien conozca nuestra naturaleza como Dios.
Vamos a hablar del área clave. Los complejos de superioridad e inferioridad que sentimos
con respecto a los demás. Somos como un péndulo, de un lado al otro entre superioridad e
inferioridad. Esto resulta de compararnos a nosotros mismos con otros hombres. Y esto es
inevitable, dado que somos criaturas sociales, nadie vive para sí mismo.
Los sentimientos de superioridad se originan cuando pienso que soy más que otros seres
humanos (o mejor). Que no fuimos creados todos iguales. Para el cristiano la validez no está en lo
que los demás piensen de mí o en lo que yo mismo piense de mí. Mi validez, mi seguridad se
encuentra en el ser que soy frente a Dios. Sabiendo esto puedo analizar mis problemas de
superioridad bajo una luz completamente diferente sin miedo de perder mi valía, mi autoestima.
Cuando decimos que todos los hombres son creados iguales, ¿qué pasa entonces con que
algunos sean más fuertes, más bellos o más inteligentes? Debemos de recordar que esa valía es
humana. Dios nunca dijo que será más el que es más bello o más inteligente. Esos son valores
puestos por nuestro mundo, que quizá algunas veces nos hace parecer superiores en nuestro
mundo, pero es una idea falsa.
Los complejos de inferioridad son el lado opuesto del péndulo, pero tienen la misma base,
una rebeldía a reconocernos como criaturas. Como queremos ser el centro, creamos estándares
para nosotros mismos, que no son los que Dios a creado (queremos ser superiores a los demás) y
después como vemos que no los podemos alcanzar, nos sentimos inseguros.
Al darnos cuenta (y entender a fondo) que nuestra valía está en Dios y no en lo que los
demás piensen (porque de verdad está, no nada más porque así lo creamos) entonces todo se ve
bajo una luz diferente y los complejos de inferioridad y superioridad pueden ser reducidos y de
forma tan sustancial como los complejos de culpa. Debemos actuar basados en lo que creemos.
Así como en el perdón de los pecados, cada vez que veo señales de inseguridad y
superioridad en mi, debo analizarme y descansar sabiendo que puedo ser sanado. Cristo me puede
limpiar de mi inseguridad, una y otra vez.
Ahora hablemos un poco de “higiene psicológica” (¿o espiritual?) - Efesios 5.18-19 -
Pablo habla aquí de un punto de integración falso (como el entretenimiento, las cosas materiales,
incluso el arte, los libros, comer, el trabajo, etc.) pero es el Espíritu el que debe ser mi punto de
integración, la perspectiva de Dios, de un Dios que existe, que se preocupa por mí, que me ha
dado vida eterna y del cual soy su hijo.
Esto es lo que somos, por lo tanto, tratar de encontrar algo en que basarnos, de lo que
agarrarnos, que no sea eso, no nos conducirá a nada. Debo amar a Dios con toda mi alma,
corazón y mente, porque para eso fui hecho.
Hay cosas que nos pueden dar la impresión de tener paz, de ser una base en la cual
aferrarnos, como las que mencionamos arriba. No hay nada malo en ellas, a menos que tomen el
lugar de Dios.
Sólo Dios puede ser la base y el punto para nuestra integración, ni siquiera una
buena iglesia, o un buen compañerismo, o una buena pareja y debemos estar atentos de no
buscarlo en esos lugares, porque no durará.

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Si yo me rehúso a tomar mi lugar como criatura dependiente de Dios y no me someto a Él
para que me use, entonces peco. ¿Cómo puedo relacionarme con Dios de otra forma que no sea
como lo que soy? Cualquier otra cosa que yo intente sólo resultará en dolor y falta de paz. Debo
vivir momento a momento a través de la fe en Cristo por el poder del Espíritu Santo. Esa es la
única forma de tener paz, de no cargar con lo que no puedo cargar. De otra forma renuncio a mi
lugar de reposo, a la sanación de mis inseguridades y mis problemas.
Debo responder a su propia invitación en 1ª de Pedro 5.7, Mateo 11.28. Es todo lo que
debo hacer. Eso es lo que significa poner nuestras cargas en Cristo.
Nos da miedo ofrecernos para el uso de Dios, nos da miedo lo que vendrá. Pero todo se
reduce a nada cuando vemos frente a quien estamos. Tenemos una relación viva con el Dios que
nos amó tanto como para sacrificar a su hijo.
La comunión con Dios requiere nuestro sometimiento en el área de nuestro
entendimiento, es decir: tener claro lo que hemos visto, pero también requiere que someta mi
voluntad en las áreas en las que hemos visto en los capítulos pasados. Esas áreas son justificadas
cuando me entrego a Cristo como mi Salvador. Pero una comunión con Dios requiere de un
sometimiento continuo del intelecto (pensar y entender lo que Dios quiere, que nos reconozcamos
como criaturas) y de la voluntad (en la práctica, mientras vivo la adversidad).
En la proporción en la que todas estas cosas se vuelvan una realidad, nuestra relación
persona a persona con Dios está en su lugar. El creador, como Abba Padre, secará las lágrimas de
mis ojos y habrá paz.
Esto es lo que la verdadera espiritualidad, lo que la vida cristiana, significa con relación a
mí mismo. La verdadera espiritualidad es de lo que habla todo el Nuevo Testamento, no de
que hacer en esta y esta situación, sino de que tomemos nuestro lugar como criaturas frente
al creador.

7. LA ACCION DE LA CRUZ DE CRISTO EN LAS RELACIONES


INTERPERSONALES
Empecemos por analizar como es la relación de Dios con nosotros: es siempre una
relación personal, de persona a persona, más aún, porque Dios es infinito, Él puede relacionarse
con nosotros como si cada uno fuésemos el único hombre sobre la tierra. También nunca es una
relación mecánica, no es una relación de ritos. Y por último no es solo “legal” es decir solo
criatura-creador, así de forma abstracta: Dios es una persona con características particulares y así
también nosotros - si Dios tratara con nosotros como lo que somos y no sobre las bases de Cristo
simplemente no tendríamos acceso a Él.
Entonces para empezar a hablar de nuestra relación con otros al primer “otro” que
debemos considerar es a Dios, debemos relacionarnos con Él en la misma forma que Él se
relaciona con nosotros. En nuestros pensamientos acerca de Él y en nuestra relación no debemos
seguir formas mecánicas (por ejemplo: rituales, sistema sacerdotal, etc.) sino de persona a
persona.
El primer mandamiento de Dios es que lo amemos con todo nuestro corazón, alma y
mente. Él no estará satisfecho con menos que esto. El hombre fue creado para tener una relación
personal con Dios y amarlo. La oración debe ser vista siempre como una comunicación personal
con Dios, no sólo un ejercicio devocional. Si se convierte en esto no es oración bíblica.
Nuestra relación con otros debe seguir estos mismos parámetros. Debe ser personal, no
mecánica, y de amor. Pero aquí, a diferencia de con Dios, debe ser de igual a igual. ¿Con quiénes
me debo relacionar de esta forma? Hechos 17.26 con todos los que descienden de Adán. Mi

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prójimo es todo ser humano y debo tratarlo como a mi igual en una relación personal y no
mecánica.
¿Qué quiere decir esto? Así como en nuestra relación con Dios lo central no son las cosas
de Dios sino nuestra relación con Dios mismo. Así en nuestra relación con los demás lo central
deben ser los demás, no sólo las cosas acerca de ellos. Estoy llamado a amar a mi prójimo, no
sólo a pensar en él o a hacer cosas por él. No sólo a pensar en él como separado de Dios o como
cristiano sin pensar en él como persona. Al darnos cuenta de esto vemos como mucha labor
evangelística es no solo menos que cristiana sino legalista e impersonal.
Al relacionarnos con los demás hay otro factor muy importante que debemos tomar en
cuenta: la imperfección. El problema cuando no tenemos a Dios en cuenta es que no meditamos
en que somos pecadores y dependemos mucho unos de otros y nuestras relaciones terminan por
romperse por todo el peso que ponemos en ellas.
Pero al reconocernos como criaturas de Dios nos damos cuenta de que la única relación
infinita es con Dios y entonces puedo poner las relaciones con los demás en su justa proporción,
si reconozco que nadie es perfecto en esta vida puedo disfrutar lo bello de mis relaciones sin
esperar que sean perfectas. Sobre todo debo reconocer que ninguna relación será suficiente, la
única relación suficiente es con Dios.
Esto no quiere decir que como las relaciones humanas nunca serán perfectas las debemos
hacer a un lado. Basados en el sacrificio de Cristo, puedo entender que mis relaciones con los
demás pueden ser substancialmente saneadas en esta vida (como mi conciencia, mi personalidad,
etc.).
Cuando dos cristianos topan con pared en su relación pueden venir juntos traer sus fallas
ante la sangre de Cristo y volver a empezar. Esta es la aplicación práctica de la muerte de Cristo
en todas las relaciones interpersonales (matrimonio, padres-hijos, jefe-empleado, etc.).
Cristo es nuestra única respuesta, buscamos en las relaciones, con los demás, cosas que
nunca nos podrán dar, queremos obtener todo de esas relaciones y acabamos destruyéndolas. Pero
en la base del sacrificio de Cristo las relaciones humanas pueden ser substancialmente sanadas y
gozosas.
El cristiano debe ser prueba viviente de la existencia de Dios, si este Dios es personal,
entonces nuestras relaciones deben ser personales.
Cada vez que yo veo algo que está bien en otro ser humano, esto tiende a minimizarme y
me hace fácil ponerme a su nivel, tener una relación de igual a igual.
Pero cuando veo algo que está mal en otros, peligro, porque eso puede terminar
exaltándome a mí mismo y cuando esto pasa mi relación con Dios se afecta.
Así que cuando estoy bien, puedo estar mal. En medio de tener la razón, si me
enorgullezco de esto, mi relación con Dios se rompe. No es que este mal tener la razón en algo o
hacer algo bien, pero está mal tener la actitud incorrecta hacia ello y olvidarme de que mi
relación con los demás debe ser siempre personal, de igual a igual.
Si realmente amo a mi prójimo como a mí mismo, debo verlo por lo que podría ver a
través del trabajo de Cristo en la cruz, porque eso es lo que debería querer para mí mismo. Debo
ver a mi prójimo por el potencial que tiene - al igual que yo - a través del proceso de santificación
en su vida.
Esto sigue siendo cierto incluso si el otro hombre está en un tremendo error. 1ª a los
Corintios 13.4 y 6. Qué cuidadoso debo ser, cada vez que alguien está mal de no regocijarme en
su error ni usar eso como excusa para situarme en una posición superior sino para recordar la
posición que todos los hombres tenemos ante Dios.

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La siguiente pregunta es ¿cómo relacionarnos con los demás en un mundo de pecado en el
que se ha tenido que imponer un orden? jefes y empleados, gobernantes y gobernados, padres e
hijos, etc.
Efesios 5.18-22, 25, 28-29, 31, 6.1-9. Debemos recordar que nadie tiene autoridad en sí
mismo, todos somos pecadores, todos somos criaturas iguales a los demás. Si tengo una postura
de autoridad entonces debo ser sumamente cauteloso porque Dios me ha dado una
responsabilidad mayor y así mismo me pedirá cuentas (así sea padre, líder espiritual, jefe, etc.)
Primero somos personas y después padre e hijo, esposa y esposo, etc. Lo más importante
es ver al otro como un individuo, creado y amado por Dios.
Ahora, ¿qué pasa cuando he lastimado a alguien con mi pecado? Primero, como
cristianos, debemos entender que ese pecado es primero que nada en contra de Dios. Pero eso no
le resta ninguna importancia a mi prójimo. Después de pedirle perdón a Dios debo ir a
reconciliarme con mi prójimo. En Santiago 5.16 no se nos dice que confesemos nuestras faltas a
un sacerdote, o a un grupo de personas sino a aquel al que hemos lastimado.
Generalmente la confesión, el pedir perdón nos parece humillante. Nos parece que es
como “rebajarnos”, primero confesándole a Dios y después al que hemos herido. Sin embargo si
admitimos que la persona a la que he lastimado es un ser humano hecho a la imagen de Dios, nos
damos cuenta de que no es “rebajarnos” sino admitir nuestra igualdad frente a alguien que, como
nosotros, es amado por Dios. Debemos darnos cuenta de que los sentimientos de orgullo y
superioridad son los que nos detienen para pedir perdón.
Como hemos visto en los estudios anteriores, si tenemos una relación viva con Cristo,
sabemos nuestro justo valor y el justo valor del otro, por lo tanto no necesitamos sentirnos
superiores, no necesitamos ocupar el lugar de Dios, podemos, sin que esto represente una
amenaza para nuestra seguridad y orgullo, ir y decirle al otro: perdóname.
Esto es comunicación básica con mi prójimo, no solo agradable a Dios, no solo “lo que
debemos hacer” sino relacionarnos con los demás dándoles su lugar como personas.
Al considerar el arrepentimiento es importante notar los siguientes puntos:
- No pedir perdón solo para quedar bien con otros, eso hace que la acción se invalide y
empeore.
- A veces el pedir perdón implica volver atrás en el tiempo y revisar nuestras relaciones
pasadas. Esto es un paso importante para liberar nuestra conciencia de pecado frente a
Dios. Debemos pedir perdón incluso por cosas hechas hace mucho tiempo.
- Debemos recordar y tomar como modelo la crucifixión de Cristo: en una colina, aun
lado de un camino transitado donde todos podían verle, no escondido entre las
sombras. Cuando pedimos perdón debemos estar dispuestos a ser avergonzados y a
que nos duela.
Hay dos áreas por encima de todas en las que el cristiano tiene la oportunidad de
demostrar el amor de Cristo: en las relaciones de pareja y entre padres e hijos, si no hay una
demostración del amor cristiano en estas áreas, entonces se convierte en puras palabras.
En el caso del matrimonio, a menudo es usado como una imagen de la relación entre
Cristo y la Iglesia ¡qué gran responsabilidad!, debe ser una muestra de amor y comunicación
entre un hombre y una mujer.
Como hemos mencionado anteriormente, como cristianos somos pecadores, vivimos en
un mundo finito e imperfecto por lo tanto debemos saber que las relaciones no serán perfectas,
pero que, a través del trabajo redentor de Cristo, pueden ser sanadas. Un hombre y una mujer, un
padre y un hijo, deben tener siempre como base de su relación a Cristo, no las virtudes o los
defectos, no la posición de superioridad de uno sobre el otro. Solo el amor de Cristo.

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Si un hombre quiere encontrar TODO en una mujer, si quiere que sea el único sostén de
su vida, encontrará que no es posible y no sólo agotará la relación con exigencias sino que nunca
vivirá de forma plena. Si un padre exige perfección de un hijo, si exige que cumpla los altos
requisitos que él ha puesto, también lo agotará y destruirá lo que pudo ser una relación sana.
Como cristianos, tenemos el gran descanso de no tener que encontrar TODO en las
relaciones humanas, nuestro TODO está en Cristo, por lo que las relaciones humanas pueden
vivirse con todas sus imperfecciones, con toda naturalidad y gozarlas por lo bueno que tienen y
no sufrirlas por lo que no tienen.
Si hay una realidad de amor y comunicación entre cristianos a un nivel completamente
personal (entre hijos e hijas de Dios independientemente del estatus en el mundo: padre, esposo,
jefe, etc.), las relaciones humanas deben ser también divertidas. Dios quiere que el cristianismo
también sea divertido, que sea un gozo.

8. LA ACCION DE LA CRUZ DE CRISTO EN SU IGLESIA.


Para finalizar veremos el papel de la cruz de Cristo en la separación de nosotros y otros
hombres, concretamente la Iglesia de Cristo.
Primero dejemos claro ¿quién es la Iglesia de Cristo? Hemos visto ya lo que es ser un ser
humano, hemos visto que un ser humano es aquel que vive para lo que fue creado: para amar a
Dios. Por lo tanto la Iglesia es el grupo de personas que se aceptan como criaturas de Dios y
viven para amarle. Aquellos que son llamados en Cristo, que son llamados a dejar de ser menos
de lo que podrían ser.
Todas estas personas forman un solo cuerpo (Romanos 12.4-5, 1ª a los Corintios 12.12-
14), un cuerpo del cual Cristo es la cabeza. Como su cuerpo debemos exhibirlo al mundo hasta
que Él regrese. Así como nuestro cuerpo es la forma de comunicarnos con el mundo exterior, la
Iglesia como el cuerpo de Cristo debería ser la forma de Cristo de comunicarse al mundo exterior.
Por lo tanto la Iglesia es mucho más que una organización con un conjunto de reglas,
mucho más que una congregación o que un grupo guiado por uno o varios líderes humanos. Esta
iglesia toma muchas formas, de grupo, de misión o incluso de familia.
La verdadera unión de la Iglesia no debe medirse según la unión entre un miembro y otro
sino entre cada miembro y Cristo. La unidad de la Iglesia es, básicamente, la unidad de la cabeza
(Cristo) controlando las partes (nosotros).
Cualquier grupo de cristianos deberá estar unido a Cristo primero que nada, si no serán las
partes controlando las partes, un caos. Pensemos en el ejemplo de nuestro cuerpo ¿qué pueden
hacer las manos sin la cabeza?
Por eso el llamado principal de una iglesia no es a tener muchos miembros o a cumplir
con tales o cuales reglas, sino a exhibir a Cristo y a tener unidad en Cristo.
Antes de continuar recordemos que, como todo en esta tierra, la Iglesia no será perfecta y
no debe ser motivo de desánimo el no encontrar perfección entre un grupo de cristianos.
Para exhibir a Dios, la Iglesia deberá conocerlo, deberá prepararse. Si no tendremos a un
cuerpo que exhibe a un Dios que no es así. Tendremos un cuerpo que dice mentiras con respecto
a su cabeza o que no la conoce. Por lo tanto el primer paso de un grupo de “llamados aparte” para
dar testimonio de su creador al mundo exterior, es conocer a ese creador, prepararse en el
conocimiento de ese creador que habrán de presentar a los demás.
La Iglesia no es un grupo con ideas propias, debe representar los frutos del Cristo
crucificado, todo lo que hemos visto en este estudio. Debe verse el proceso de santificación en
todos los miembros. Muchos están de acuerdo en que un cristiano no debe casarse con un no
cristiano, pero pocos aplican el yugo desigual para los demás cristianos que forman la Iglesia y

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están dispuestos a formar parte de una iglesia donde las actitudes de muchos abiertamente
contradicen y rechazan la cruz de Cristo.
La Iglesia debe exhibir su fe. Los miembros de una iglesia no están aquí para enseñar a
los demás sobre no robar o no mentir o portarse muy bien en el trabajo. Están aquí para mostrar
porque sus vidas no tendrían sentido si Dios no fuera el soberano, si Cristo no hubiera muerto por
ellos.
No puede enfatizarse lo suficiente: la Iglesia está llamada a mostrar el proceso de
santificación de sus miembros al mundo, para que se conozca a su cabeza: Cristo.
Una iglesia o grupo cristiano debe estar formada de relaciones personales, primero de los
miembros con Dios y después de los miembros entre sí. Cada uno deberá tener una relación
absolutamente personal con el resto de los miembros.
¿Cuál es el deber de unos miembros para con otros? La iglesia o grupo cristiano debe, de
forma muy consciente, animar a sus miembros a vivir la verdadera espiritualidad, a vivir la
verdadera vida cristiana, a hacer una realidad de la cruz de Cristo: todo lo que hemos visto en este
estudio: debe animar a los demás a experimentar el trabajo redentor de Cristo en su vida personal,
en sus problemas psicológicos, en su matrimonio, en sus relaciones con los demás.
La iglesia como grupo, debe exhibir la verdadera espiritualidad, momento a momento.
Solo así se podrá exhibir a Cristo en el mundo exterior. La Iglesia debe vivir por fe momento a
momento.
Paremos un poco para pensar, dada la importancia de la relación personal entre los
miembros de una iglesia, de la interacción hasta tal punto entre unos y otros que todos estén al
tanto de la vida espiritual del otro, que todos se conozcan entre sí y conozcan si el otro está sujeto
a la cabeza, dado que la Iglesia debe dar un testimonio íntegro de su conocimiento profundo de
Dios y por lo tanto todos los miembros deben conocer al Dios al que representan ¿qué tan
importante es el tamaño de una iglesia local para lograr estos efectos?
Si la iglesia, o cualquier grupo cristiano, no busca conscientemente liberarse de las
ataduras del pecado basada en el trabajo terminado y perfecto de Cristo en la cruz, a través del
Espíritu por medio de la fe ¿cómo puede enseñar a otros estas cosas con integridad, sino hay una
concordancia entre las palabras y las acciones?
La iglesia o grupo cristiano, como el cristiano, está llamada a dar los frutos del Espíritu a
hacer uso del invitado divino que vive en él.
Hay tres promesas universales para la Iglesia de Cristo con respecto al Espíritu Santo: En
Hechos 1.8. Nótese la palabra “cuando”. La Iglesia no debe ser testigo en sus propias fuerzas sino
por el poder del Espíritu, con la venida del Espíritu vino el poder.
Gálatas 5.22-25, la promesa universal del fruto del Espíritu, si hemos recibido al Espíritu,
Él vive en nosotros, ahora caminemos en Él. Recordemos el fruto del Espíritu no es algo especial,
es una promesa universal dada a toda la Iglesia.
Juan 14.16-18. El Cristo resucitado y glorificado estará en medio de su Iglesia por medio
del Espíritu.
En un mundo caído una iglesia o grupo cristiano necesita liderazgo y organización, pero
esto nunca deberá ser más importante que el papel de Cristo como cabeza, entre más simple sea
la organización mejor.
Los miembros de una iglesia deberán ser leales. Primero a Dios, a su persona en un nivel
íntimo, esa lealtad debe estar por sobre todas las cosas. Después a los principios cristianos, a las
bases del cristianismo reveladas en la Biblia, esto viene en segundo plano, no es que sea menos
importante, sino que será consecuencia de nuestra relación con Dios. Es decir no es más
importante el obedecer los mandamientos de Dios que una relación personal con Él.

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Lo tercero en importancia es la lealtad a un grupo de cristianos, siempre y cuando sea él a
su vez fiel a lo anterior. Y por último la lealtad a los líderes humanos. Si se cambia el orden el
resultado será desastroso, se harán pequeños grupos dentro de uno más grande, habrá
favoritismos pero, principalmente, se perderá el origen de la Iglesia, se dejará de ser Iglesia para
ser un grupo de gente que se reúne socialmente por su afinidad de pensamientos con respecto a
Dios.
Nos reunimos por Cristo, porque Él murió, porque resucitó y porque vendrá.
La meta principal de la Iglesia visible de Cristo es el tener una relación personal en amor
con Dios de cada uno de sus miembros y después el amor entre ellos.
Ahora pongamos esto a nuestro nivel, “bajémoslo” del nivel universal. Amarnos unos a
los otros, amar a la Iglesia de Cristo, no es un amor así abstracto a todos los cristianos, esto iría
en contra del amor personal que Dios da y pide.
¿Qué significa entonces amar a la Iglesia de Cristo en la práctica? Está muy claro en el
Nuevo Testamento que los cristianos deberán reunirse en congregaciones locales y grupos. En
estas iglesias y grupos la Iglesia Universal es “cortada a nuestra medida”, podemos conocernos
unos a otros a un nivel personal y tener un amor y comunicación personal.
Dios nos manda reunirnos hasta que Jesús vuelva (Hebreos 10.24-25) no solo a reunirnos
sino a ayudarnos. Los cristianos estamos llamados a estar en contacto cercano y personal, eso lo
ven no solo los demás seres humanos sino Dios, los ángeles y los demonios. Muchos hijos de
cristianos se han perdido porque no han visto nada del verdadero amor y comunicación en esa
muestra de la Iglesia de Cristo traída a nuestro tamaño.
La interacción entre los cristianos en amor y a un nivel personal debe darse en un grupo lo
suficientemente pequeño para que sea prácticamente posible.
La Iglesia o grupo Cristiano debe tener siempre las puertas abiertas a cuestionamientos,
dudas, gente de fuera. Esto no deberá significar un peligro si se está bien cimentado en
conocimiento de Dios.
La Iglesia es, en cierta forma, una extensión y diversificación del amor y comunicación
que hay en la familia, en el matrimonio. Tomemos como ejemplo a la gente de Dios en el
Antiguo Testamento, no solo la vida religiosa sino la vida en general, estaba basada en una
relación de la gente, primero con Dios y después con los demás. No debe haber una división entre
lo espiritual y las otras cosas en la vida.
No se comparte ni se tiene compasión porque sea un mandamiento sino porque viene del
amor verdadero, de la verdadera comunicación.
Como recordarán hemos visto que la verdadera espiritualidad tiene una aplicación
práctica en todas las relaciones personales de la vida: de esposo a esposa, padre e hijo, jefe y
empleado. Estas cosas deben enseñarse en la Iglesia como un aspecto de la santificación, debe ser
entendido y debe actuarse en consecuencia. El ambiente de la iglesia local o de cualquier otro
grupo cristiano debe ser propicio para que el proceso de santificación ocurra en sus miembros.
Ese crecimiento deberá ser siempre momento a momento, no de una vez y para siempre.
Como en todo, como en el matrimonio, todo esto es posible porque Dios es el punto de
referencia para los miembros de una iglesia, no hay necesidad de depender enteramente de los
miembros.
La iglesia tendrá como fin, no enseñar doctrinas acerca de Dios, sino conocer a Dios
como persona, porque Él está ahí, conoce al grupo local por nombre y a cada uno de los
individuos en el grupo por nombre también.
Una iglesia fructífera, una iglesia agradable a Dios, no es una que crece en número
de miembros, no es una en donde se hacen muchas buenas obras. Es aquella en donde todos

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sus miembros caminan en el Espíritu, dan sus frutos, conoce y aman a Dios y por lo tanto se
aman unos a otros.
Una vez que hemos aprendido lo que la verdadera espiritualidad es y que estamos
dispuestos a hacerla nuestra, momento a momento. Una vez que está dando frutos en
nuestra persona, en nuestras relaciones y en nuestro grupo, los resultados se verán como
consecuencia y seremos la sal del mundo.

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