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Universidad del Rosario

Escuela de Ciencias Humanas


Programa de Maestría en Filosofía
Deconstrucción y Filosofía Política en Derrida
Andrés Rivera Acevedo

La oposición Guerra y Paz en Colombia

Comprender la violencia como condición previa para conseguir la


paz es un objetivo que nos hemos propuesto para contribuir a que nuestro
país salga de la encrucijada en la que hoy se encuentra. Esta encrucijada se
caracteriza por la sensación generalizada de una violencia indiferenciada y
homogénea, casi omnipresente, que parece invadir hasta los últimos
resquicios de la vida cotidiana de los colombianos. Esta sensación
contribuye a reforzar una mentalidad apocalíptica, que percibe a nuestra
sociedad al borde del caos y del desorden total. (Uribe, 1996. Pg. 11)

Al principio, siempre, el uno se hace violencia y se guarda del otro


(Derrida, 1998. Pg. 13)

Recientemente, en la opinión pública colombiana, se desencadenó un álgido debate


propiciado por los posibles candidatos considerados por el presidente Iván Duque para dirigir
el Centro Nacional de Memoria Histórica. Esta entidad, que fue creada mediante la Ley 1448
de 2011 conocida como Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, establece la política
pública del Estado colombiano para la atención y la reparación de las víctimas del conflicto
armado interno, a partir de su dignificación y la materialización de sus derechos. El debate
surge en tanto que los candidatos, y quien finalmente fue nombrado en el cargo, el historiador
Darío Acevedo Carmona, han sido fuertemente cuestionados por académicos y por múltiples
organizaciones de víctimas debido a que han sostenido la postura, según la cual, la historia
de la violencia en Colombia no corresponde a la noción de conflicto armado interno sino a
la de amenaza terrorista. Pero, el nuevo director del CNMH Darío Acevedo no siempre
sostuvo el mismo planteamiento, en un artículo de 1999 el historiador controvertía una tesis
similar en los siguientes términos:

De nada vale el amplio y aconductado dominio que de la bibliografía sobre el crimen


acredita Rubio, pues los esquemas apropiados para leer la realidad del delito criminal se
revientan cuando se tratan de aplicar forzozamente a una situación en la que el autor,
desvirtuando a los autores que cita, trata de meter en el mismo saco a guerrilleros,
paramilitares y narcotraficantes. Ese es un error de grandes dimensiones que sólo se apoya
en consideraciones ideológicas y en juicios de valor impropios en una investigación
académica. (Acevedo, 1999. Pg. 13)
En efecto, la tesis negacionista que ahora defiende Acevedo, se fraguó en función de
consideraciones ideológicas para favorecer los intereses político-electorales de un sector del
establecimiento colombiano. A pesar del amplio acervo teórico y documental, construido por
la academia y los movimientos sociales en torno al conocimiento de los hechos y el análisis
de la violencia política en Colombia, a partir del año 2002, el gobierno de Álvaro Uribe
proscribió, como doctrina oficial, el uso del concepto conflicto armado interno y lo sustituyó
por el de amenaza terrorista. Este último constituyó precisamente el fundamento del plan de
gobierno de Uribe, conocido como seguridad democrática, el cual daba un nuevo giro de
tuerca en la formulación de la distinción amigo/enemigo, en la historia de la configuración
de inclusiones y exclusiones dentro del espacio político de la nación colombiana, del Estado
colombiano.

Esta configuración de la distinción amigo/enemigo, promovida como la configuración


paradigmática de lo político en la definición de Carl Schmitt, se ha constituido en el muro de
contención sobre el cual ese sector de la derecha colombiana ha construido una aparente
polarización social, que busca contener las posibles salidas políticas al conflicto armado y la
ampliación hacia una democracia incluyente y deliberativa. El rechazo de la violencia como
expresión predominante de la contienda política y la búsqueda de mecanismos para la
construcción de paz se han convertido así en el contra relato necesario para la
constitución de las identidades antagónicas que precisa esta concepción de lo político
como la clave para el acceso y el ejercicio del poder y la unicidad de la soberanía del
Estado.

Esa polaridad antagónica amigo/enemigo como eje de la pugna por la apropiación del poder
decisorio del Estado, se puede rastrear como herencia propia de la colonización española y
como la caricatura misma de la conformación de nación en el nacimiento de la República,
baste recordar la lucha intestina que dio al traste con la independencia en el periodo conocido
como la “patria boba”. Y, por supuesto, en el proceso se ha erosionado tanto la conformación
de la nación como la constitución del poder decisorio del Estado.

En la teoría de Schmitt, el antagonismo es un presupuesto que origina la relación puramente


política en la oposición amigo/enemigo, la cual se abstrae de las motivaciones sociales,
económicas, religiosas, etc., constituyendo un “agrupamiento decisivo” y una unidad política
soberana: el Estado como poder decisorio sobre todas las otras materias (politización de las
esferas sociales, económicas, religiosas). Pero, esa unidad decisiva existe en tanto posee el
poder decisorio, es decir, cuando logra construir una situación normal donde sus normas
puedan imperar: el poder decisorio para definir al enemigo no es válido mientras exista una
situación que lo desafía, una situación de anormalidad.
No obstante, en el fracaso de la conformación de una nación colombiana y de la constitución
del Estado colombiano como unidad política, el ejercicio de la definición del enemigo se ha
convertido en un simulacro, en un botín de intereses particulares que han encontrado en las
diversas motivaciones, sociales, económicas, culturales o religiosas, un ámbito fértil para
atizar conflictos localizados y mantener irresoluble una situación de excepcionalidad. De esta
manera, se ha impedido la politización de los conflictos relacionados con esas motivaciones,
su sometimiento a una definición política y normativa de su deliberación para su decisión, y
se ha privilegiado la apelación a la guerra, al jus belli, en todos los niveles de agrupamiento
social: en términos de Schmitt, cualquiera tiene “la facultad de disponer de la vida y de la
muerte de una persona por medio de un veredicto”.

Esta situación de permanente excepcionalidad, de conflictividad irresoluble, es funcional a


la sostenibilidad de poderes que se fundamentan en la fuerza en su acepción más básica, por
cuanto reduce los costos de la violencia, eleva los beneficios del monopolio de la distribución
de los bienes y servicios, y genera un ambiente de caos y confusión que apaga la deliberación
y el espacio de lo común. Se constituye así un condicionamiento del ser para la muerte y el
ser para dar muerte, en términos de Derrida. Es decir, se difunde por toda la sociedad una
ética de la subsistencia donde el propósito no va más allá de los procesos metabólicos de la
vida, es decir, obtener lo necesario para la permanencia y la reproducción del organismo.
Algo así como el estado de naturaleza de Hobbes, o como el “loco del yo” de Derrida, donde
“el enemigo es el no-yo”.

En este ámbito de desintegración de lo común y lo político “la violencia es la estrategia para


solucionar los problemas de la vida en común”, como nos dice María Teresa Uribe. No
obstante, en el proceso de definición del amigo/enemigo se hacen patentes cuestiones que
desvelan la complejidad de esta oposición: en su configuración, estas identidades colectivas
se revelan tanto antagónicas como complementarias, los opuestos son partes de un todo. Por
lo tanto, es en la socialización violenta donde se fortalece el vínculo con el amigo y se
desvincula al enemigo.

Así, a partir de estas premisas, María Victoria Uribe explica el proceso de deshumanización
del enemigo que conduce a la atrocidad en el conflicto armado interno. La bestialización y la
mutilación del frater enemigo constituyen las formas rituales de conjurar en un orden propio
el caos que se le asigna al otro, que es mi opuesto y mi complemento. Este ejercicio extremo
de poder instaura un nuevo orden de la oposición, expulsando radicalmente al otro de
cualquier orden común: para poder ser para dar muerte, el perpetrador necesita desvincular
a otro de su condición común, de su condición de humano.
Este proceso de degradación está en la base de la configuración de la oposición
amigo/enemigo, la cual ha alimentado la atrocidad de la victimización en el conflicto armado
interno en Colombia desde mediados del siglo XX. Pero, la definición de esa oposición ha
estado a cargo de unas élites que luego no se han hecho cargo de las consecuencias, por el
contrario, han dado un nievo giro de tuerca a esa definición cada vez que les ha resultado
conveniente, convirtiéndola más bien en un mecanismo de indistinción.

Durante los gobiernos conservadores de Mariano Ospina y Laureano Gómez se impulsó la


violencia campesina de “los pájaros” y “los Chulavitas” contra los liberales, dando origen a
la estrategia paramilitar que el establecimiento colombiano perfeccionaría como mecanismo
de indistinción y de impunidad. Durante el periodo del Frente Nacional, las élites
conservadoras y liberales se congraciaron, se plegaron a la Doctrina de Seguridad Nacional
de los Estados Unidos y se enfilaron contra los comunistas, a quienes declararon el enemigo
interno. Durante este periodo y hasta finales de los años 90s se produjo la mayor intensidad
de la politización de las tensiones sociales, tanto en la conformación de una institucionalidad
estatal moderna, como en la oposición de una visión política contradictoria y organizada en
las guerrillas comunistas. No obstante, con la apelación del establecimiento a la figura de la
excepcionalidad constitucional, por un lado, y a la profundización de la violencia paramilitar
como guerra sucia, por otro, la oposición amigo/enemigo se diluyó en una violencia
generalizada más allá del control de los antagonistas.

En el comienzo del siglo XXI, con el alineamiento del establecimiento colombiano a la


“guerra contra el terrorismo” declarada por el gobierno de los Estados Unidos en 2001, se
produjo un rápido proceso de despolitización de esa oposición, ya bastante difuminada. La
configuración de la nueva oposición democracia/amenaza terrorista le permitió a ese
establecimiento hacer uso del poder decisorio del Estado para declarar como enemigo a
cualquiera que perturbe los intereses particulares que se ocultan y se benefician de la
situación de violencia generalizada. En esta forma de la oposición, ya no se identifican y se
distinguen claramente el amigo y el enemigo, como dos posturas políticas antagónicas, ahora,
para cada conflicto de intereses se puede declarar como enemigo a quien resulte conveniente.
La negación de la existencia de un conflicto armado interno pretende dar una facultad
discrecional para definir el conflicto y el enemigo a un sector social que no tiene el poder
político para hacerlo.

Como resultado, la proliferación de nuevas expresiones de la estrategia paramilitar en forma


de bandas criminales, que ya no se definen en oposición a un enemigo determinado (las
guerrillas), sino que ejercen un control telúrico y delimitado sobre los ritmos de la vida y el
consumo en sus territorios, se nutre de esa desintegración de lo común. La despolitización de
las identidades colectivas, de las multiplicidades sociales, étnicas y culturales, substrae la
imaginación y la creación de derroteros posibles para el Estado colombiano como unidad
política de una nación diversa, conlleva la exacerbación de la ética de la subsistencia para la
cual el rechazo de la violencia y la búsqueda de la paz constituyen un anatema. El control
violento de territorio y la instauración de una ética del individuo desvinculado, que tan solo
produce para consumir, constituyen los fundamentos de esta propuesta de un realismo
político que depende de su capacidad para antagonizar.

Bibliografía

ACEVEDO, D. (1999). El conflicto armado colombiano: ¿problema criminal o asunto


político? Comentarios críticos al texto de Mauricio Rubio: Crimen e impunidad. Precisiones
sobre la violencia. http://ventanaabierta.blogspirit.com/list/historia/rubio_doc.html

CHAPARRO, A. (2018). La cuestión del ser enemigo. El contexto insoluble de la justicia


transicional en Colombia. Siglo del Hombre Editores, Universidad del Rosario. Bogotá.

DERRIDA, J. (1998). Políticas de la amistad. Editorial Trotta. Madrid.

SCHMITT. C. (2014). El concepto de lo político. En: Revista Nota Al Pie. Universidad


Autónoma Metropolitana. https://revistanotaalpie.wordpress.com/descargas/schmitt-carl/.
Iztapalapa.

URIBE, M.T. (1999). Las soberanías en disputa: ¿conflicto de identidades o de derechos?


En: Revista Estudios Políticos. No. 15. Julio-diciembre, 1999. Medellín.

URIBE, M.V. (1990). Matar, rematar y contramatar. En: Controversia. No. 159-160.
CINEP. Bogotá.

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