E. La medicina de la Baja Edad Media: tratados, consilia, anatomía, cirugía,
higiene y dietética, traducciones del griego. Antes que docentes universitarios como, por lo demás, Arnau de Vilanová, Hugo y Teoderico de Lucca, Saliceto y Lanfranco fueron médicos prácticos, hombres para los cuales el saber fisiológico y patológico tiene su origen y su término en la ayuda que al enfermo pueda prestársele. El hecho es doblemente significativo: demuestra por un lado que no todo fue dialéctica escolástica en la medicina del siglo XIII y anuncia por otro no poco de lo que en los siglos xiv y xv llegará a ser la medicina entera. Sin ruptura violenta con el pasado inmediato, más aún, como directa consecuencia, en ocasiones, de un proceso histórico y social iniciado con la declinación del feudalismo, algo nuevo está aconteciendo en la Europa del Bajo Medioevo. Cuatro son las notas esenciales de esa novedad: una religiosa, la creciente lejanía intelectual de Dios, con su doble y contrapuesta consecuencia de una religiosidad en la cual se funden o se superponen la mística y la incipiente secularización del mundo; otra filosófico-teológica, la aparición de los movimientos intelectuales que técnicamente llamamos «voluntarismo» (Duns Escoto) y «nominalismo» (Guillermo de Ockam); otra socioeconómica, esa cada vez más acusada disolución del feudalismo altomedieval en beneficio de una incipiente clase nueva, la burguesía, especialmente vigorosa y activa en las ciudades donde más se desarrolla la industria artesanal; otra, en fin, científico-moral, consecutiva a las tres anteriores: la creciente necesidad de atenerse a la experiencia de la realidad sensible y singular para edificar la ciencia del mundo creado y la también creciente estimación del trabajo manual y de sus obras. En la dialéctica entre el cerebro y la mano, consustancial con la existencia del hombre en el mundo, la mano va ganando importancia y ofrece Un nuevo campo al cerebro (B. Farrington). En lo que atañe a los momentos religioso e intelectual de esa premoderna novedad de la vida europea, ha escrito Zubiri: «La file-" sofía, razón creada, fue (cristianamente) posible apoyada en Dios, razón increada. Pero esta razón creada se pone en marcha, y en un vertiginoso despliegue de dos siglos irá subrayando progresivamente su carácter creado sobre el racional, de suerte
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que, a la postre, la razón se convertirá en pura criatura de Dios, infinitamente alejada del Creador y recluida, por tanto, cada vez más en sí misma. Es la situación en que se llega en el siglo xiv. Solo ahora, sin mundo y sin Dios, el hombre se ve forzado a rehacer el camino de su filosofía, apoyado en la única realidad substante de su propia razón: es el orto del mundo moderno. Alejada de Dios y de las cosas, en posesión tan sólo de sí misma, la razón tiene que hallar en su seno los móviles y los órganos que le permitan llegar al mundo y a Dios». Los capítulos subsiguientes nos mostrarán de qué modo la nueva situación se expresa en la ciencia y en la praxis del médico. Ahora nos limitaremos a contemplar desde fuera, y como marco de este decisivo proceso histórico, los más importantes rasgos y las más ilustres figuras de la medicina de la Baja Edad Media. Montpellier, varias ciudades del norte de Italia (Bolonia, Florencia, Padua) y París, son los centros rectores de la medicina bajomedieval. ¿Cómo lo son? ¿En qué se emplean los protagonistas de esa labor rectora y de qué manera lo hacen? Cinco puntos principales pueden ser distinguidos en la respuesta.
1. Composición de los tratados —glosarios, colecciones de sentencias,
sumas, explanaciones, comentarios, concordancias y manuales didácticos (Breviarium, Lillium, Rosa) en que declina y se hace rutinaria la actitud escolástica frente al saber y a su comunicación; unos, como los de Montpellier, cùyo contacto con la realidad empírica nunca se pierde y cuya preferencia más se inclina hacia Rházes que hacia Avicena, otros en los cuales acontece lo contrario.
Entre los maestros de Montpellier descuellan Geraldus de Solo (t ca.
1360) y Johannes de Tornamira (1329-1396). Aquél es autor de un Intwductoriutn iuvenum, con la Isagoge de Ioannitius como fundamento y con un comentario al Nontis Almansoris, es decir, al noveno libro del famoso tratado de Rházes; este otro compuso un leidísimo Clarificatorium escolar, consagrado al mismo texto árabe. En Bolonia se distinguieron Guglielmo de Brescia o de Corvis (1250-1326), Bartolommeo Varignana (t ca. 1320) y su hijo Guglielmo (t ca. 1330),
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Diño de Garbo (t 1327) y Torrigiano de Torrigiani (t ca. 1350). Todos ellos alcanzaron notoriedad con sus manuales didácticos y sus comentarios. La escolástica italiana de los siglos xiv y xv culminó en los Sermones medicinales del florentino Nicola Fal. Cucci (t 1412) y en los comentarios de Hipócrates, Galeno y Avicena de Giacomo de la Torre o Jacobus Foroliviensis (t 1413), profesor en Bolonia y Padua. El gran introductor de Avicena en París fue Jacques Despars (t 1457); veinte años consagró a la preparación de su Explo itaiio in Avicennam
2. Florecimiento del género conciliar. Acaso como contrapunto empírico de
su afición mental al método escolástico, creó Taddeo Alderotti el consilium, sobria narración patográfica redactada para la formación clínica o terapéutica del lector. Pues bien: la fuerte inclinación al conocimiento de la realidad individual que trae consigo el siglo xiv, dará lugar a que las colecciones de consilia se hagan frecuentes en la Baja Edad Media y en los decenios iniciales del Renacimiento. Fueron autores de consilia Arnau de Vilanova, Gentile da Foligno (tl348), Mondino de Luzzi (f 1327), Ugo Benzi (f 1339), Antonio Cermisone (f 1441), Bartolommeo Montagnana (f 1470) y Baverius de Baveriis (f ca. 1480). La observatio renacentista será, como veremos, heredera directa del consilium medieval. 3. Renacimiento de la anatomía. El indudable interés de los salernitanos por el saber anatómico no les llevó más allá de la disección de animales. Otro tanto cabe decir de la seudogalénica Anatomía vivorum, que en la segunda mitad del siglo XIII se enseñaba en Bolonia. Viejos tabúes sociales vedaban la apertura del cadáver humano; al menos, cuando la sección no tenía carácter ritual.
Carácter ritual poseía, en efecto, el despedazamiento y la cocción a que
eran sometidos los cuerpos de las personas ilustres que morían en las Cruzadas, para trasladarlos luego a su lugar de nacimiento e inhumarlos allí (enterramiento more teutónico, se le llamaba). Contra esta bárbara práctica y no contra la disección anatómica propiamente dicha se dirigió
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la bula De sepulturis, del papa Bonifacio VIII (1300). La tradicional renuencia contra la apertura del cadáver tenía un carácter más social y seudorreligioso que religioso y eclesiástico. En el filo de los siglos XIII y XIV, el espíritu del tiempo rompió otra vez ese tabú; y tras los ya remotos días de la Alejandría prebizantina, de nuevo volvió a disecarse el cadáver humano. Tres motivos distintos condujeron a ello. Uno anatomopatológico, la búsqueda de lesiones internas en el cuerpo de un muerto por enfermedad pestilencial (Cremona, 1286). Otro médico- forense, el propósito de decidir si la causa de una defunción era o no era el envenenamiento (Bartolommeo Varignana; Bolonia, 1302). Otro, en fin, puramente anatómico, la voluntad de conocer con los propios ojos otra vez la autopsia como principio metódico del hombre de ciencia la estructura del cuerpo humano. Los excelentes cirujanos boloñeses piden una y otra vez un saber anatómico más amplio y exacto. Hacia 1270, Saliceto expone per visum et operationem los conocimientos anatomotopográficos que requiere su arte. Bajo la influencia de Bolonia, donde había estudiado, Henri de Mondeville da en Montpellier lecciones de anatomía (1304), valiéndose de láminas y de un cráneo. Pero el mérito de haberse resuelto a la disección del cadáver humano, para componer luego un libro basado en su experiencia de disector, corresponde al maestro bolones Mondino de Luzzi (1275-1326). La pequeña Anatomía de Mondino sirvió de texto hasta la primera mitad del siglo xvi; y aunque desde el punto de vista de su contenido queda muy por debajo de los grandes tratados de Galeno, ese librito posee el mérito inmortal de haber iniciado el camino que conducirá, ya sin eclipses, hacia la obra de Vesalio. Continuador de Mondino fue el también bolones Bertuccio, que tuvo entre sus discípulos al cirujano Guy de Chauliac. Poco a poco, la práctica de la disección anatómica se irá extendiendo a varias ciudades del sur y del centro de Europa (Padua, Siena, Montpellier, Lérida, Barcelona, Viena), y luego a Europa entera.
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4. Desarrollo de la cirugía. Transplantado por Lanfranco a suelo francés, el ímpetu renovador de la cirugía italiana se continuó en la obra de Jean Pitard (f ca. 1330), del Collège de Saint Come, pero sobre todo en la de Henri de Mondeville (t después de 1325), médico de cámara de Felipe el Hermoso, cuya Cyrurgia, por desgracia no acabada, contiene importantes novedades clínicas y operatorias, y en la de Guy de Chauliac (t ce. 1368), canónigo y médico de papas en Avignon, que compuso el tratado de cirugía más influyente desde la Baja Edad Media hasta el siglo xvi: su Chirurgia magna. Al lado de ellos deben ser citados el flamenco Jehan Yperman (f después de 1339), el inglés John Árdeme (1307-ca. 1380) y los italianos Pietro de Argelata Çf 1423) y Leonardo de Bertapaglia (t 1460); estos dos últimos muy inferiores ya a sus grandes predecesores de Bolonia y Padua.
5. Higiene, dietética, «tratados de la peste». Iniciado por la traducción
latina de una carta seudoaristotélica a Alejandro Magno, que Avendaut de Toledo dedicó a la infanta Teresa, Wja de Alfonso VI, proseguido luego por el Regimen sanitatis al Rey de Aragón, de Arnau, el género de los regimina para Principes y grandes señores prosperó notablemente a partir del siglo XI H, y expresó tanto la constante discriminación estamental de la praxis médica, como esa creciente atención hacía las realidades individuales a que como hemos visto conducía el espíritu del tiempo. Otras veces, el tema de los regimina no es la higiene de una persona determinada, sino la de una actividad, un estado vital o una profesión (embarazo, viajes por tierra o por mar, vida militar o monástica); otras, en fin, el escrito se endereza a la prevención de alguna enfermedad especialmente mortífera u oprobiosa, como la peste (los «tratados de la peste» consecutivos a la «muerte negra» de 1348, tan bien estudiados por Sudhoff) o la lepra (a cuya «reglamentación» tantos cientos de pequeños escritos fueron consagrados entre los siglos XIII y XIV).
6. Perfeccionamiento de las traducciones griegas. Tras la decisiva
penetración de la medicina árabe por Toledo, la mayor exigencia y la
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más fina capacidad crítica de los médicos europeos pide versiones directas de los grandes maestros helénicos. La relación con el mundo bizantino va permitiendo llevar a término el empeño. Dos hombres se destacaron especialmente: en la segunda mitad del siglo XIII, el dominico Guillermo de Moerbeke (f 1286); en la primera mitad del siglo xiv, el médico calabrés Nicolás de Reggio (y ca. 1350), al cual se debe la traducción latina de varios escritos hipocráticos y de muchos galénicos, entre ellos De usu partium. Puede decirse, pues, que con Nicolás de Reggio comienza el movimiento cultural que más tarde será llamado «humanismo médico». Tal fue el contexto intelectual e histórico que dio pábulo a las famosas, aceradas y no siempre justas Invectivae de Francesco Petrarca (1304-1374) contra los médicos.
Referencia bilbiografica
1.- PLain Éntralo, historia de la medicina, España, 1978 sección IV medicina