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Características De La Doctrina Social De La Iglesia

1. Universalidad

Como el Señor Jesús, su Fundador, la Iglesia está llamada a servir a todos los hombres.
Por esta razón, su doctrina social está dirigida a todos los seres humanos sin distinción
de ninguna clase. Hay otra razón muy sencilla: la sociedad no la forman sólo los
cristianos sino todas las personas y a todas les compete la construcción de una
sociedad más justa y reconciliada. Hay una tercera razón que permite esta
universalidad: si bien la enseñanza social de la Iglesia brota de la Revelación confiada a
ella, los principios que propone apuntan todos ellos a la realización de la persona
humana en la sociedad, son por lo tanto de interés universal.

2. Sana Preocupación Por Las Realidades Humanas Y Sociales

A la iglesia nada de lo humano le es ajeno. Todo lo que interesa al hombre le interesa a


la Iglesia. Con razón la llama Juan Pablo II “experta en humanidad”. Es por esto que
siempre ha sido constante la preocupación por responder a todas las necesidades de
los hombres y mujeres concretos de cada época histórica. Esta preocupación se plasma
en iniciativas de gran creatividad y realismo en todas las áreas: alimentación, salud,
educación, promoción humana, administración, organizaciones de todo tipo. Al
encontrarnos con esta característica normalmente surgen las siguientes preguntas: ¿La
Iglesia debe “meterse” en política? ¿No? ¿Por qué? ¿Sí? ¿Cómo?

3. Su Competencia Concreta Es Dar Los Principios De Acción

Dado que la política debe estar fundada en la preocupación por el bien común, la
Iglesia sí promueve la participación de los cristianos en política. Ahora bien: ¿Cómo? La
respuesta es un poco más compleja porque la situación concreta también lo es:
Primero, hay que decir que la Iglesia es “signo de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium 1). En esta realidad de la Iglesia
hay que distinguir diversos ministerios y estados. Según esta diversidad será la
participación de sus miembros en la vida social. La jerarquía (clérigos, es decir: el Papa,
los obispos, los presbíteros y diáconos) y los religiosos (las diversas formas de vida
consagrada en la Iglesia) deben ser signo de unidad, no pueden por lo tanto promover
la política partidaria, dado que los partidos son representantes de intereses que son
lícitos pero parciales. Su servicio se centra en facilitar a quienes ocupan cargos públicos
o participan de la política partidaria, principios de acción que permitan elaborar
modelos que promuevan la solidaridad, la paz y la justicia entre los ciudadanos. La
participación en política partidaria corresponde más bien a los laicos, es decir, a todos
los bautizados que no participan de alguno de los compromisos ya mencionados.

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