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VALORES MORALES

Los valores morales son guías de comportamiento que regulan la conducta de un individuo, se
adquieren durante el desarrollo de la vida de cada ser humano, desde el entorno familiar, social,
escolar e inclusive a través de los medios de comunicación. Estos, demuestran la personalidad del
individuo, una imagen positiva o negativa, como consecuencia de su conducta.

La práctica de valores busca el bienestar colectivo y la convivencia armoniosa y pacífica en la


sociedad.

Valores a analizar:

- Dignidad
- Alteridad
- Libertad
- Autonomía
- Responsabilidad
- Voluntad
- Puntualidad

DIGNIDAD HUMANA

Seguramente has oído hablar de la dignidad humana y de que todas las personas somos dignas, pero
¿te has preguntado alguna vez a qué se refiere tal dignidad?

Etimológicamente viene de la palabra dignitas y del adjetivo dignus: expresa que la persona tiene
valor intrínseco, que es merecedora de respeto por el solo hecho de serlo. Pertenece al modo de
existir de la persona y no depende de si es o no consciente, de si es o no virtuosa, de si es o no
aceptada o apreciada, al igual que no depende del poder que supuestamente tiene.

En el siglo XVIII, el filósofo alemán Immanuel Kant se preguntó ¿qué significa que nosotros tengamos
dignidad humana? Sostuvo que la mejor forma de responder consistía en determinar si existe alguna
diferencia significativa entre los seres humanos y el resto de las cosas. Pensando en esto, Kant
encontró que la verdadera diferencia está dada por el valor que tenemos.

Hay elementos que sólo valen por alguna característica o función, como un martillo que es útil para
martillar, o un paraguas que sirve para detener la lluvia. Sin embargo, estos objetos no tienen un
valor propio y si se llegaran a romper perderían su valor y podríamos tirarlos a la basura. A todo
aquello que tiene un valor relativo, es decir, que vale para algo diferente de sí mismo, es posible
fijarle un precio e intercambiarlo.

Pero existen otros seres cuyo valor no está dado por la utilidad que puedan tener para otras cosas,
sino que son valiosos por sí mismos. Este es el caso de los seres humanos, de quien Kant dice que
tienen un valor absoluto. Si a una persona se le rompe una pierna o incluso si se encuentra
inmovilizada en una cama, no podemos pensar en tirarla a la caneca. No podemos desecharla,
porque los seres humanos tenemos un valor absoluto y no precio.

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La dignidad es una potencia que se desarrolla, por tanto, cuando se trata a la persona como
instrumento para la consecución de objetivos de otros y se le exige realizar acciones sin juicio, se
desactiva su sentido crítico y se le trata como medio y no como fin.

Los humanos por ser seres racionales, tenemos el deber de hacer actos que beneficien a los demás,
esforzarnos por promover su bienestar, respetando sus derechos, evitando causarles daño y de
modo general esforzarnos en lo que se pueda por fomentar los fines ajenos. Nunca debemos
manipular a la gente o usarla para alcanzar nuestros propósitos, por muy buenos que se consideren
estos.

La dignidad no se negocia y cuando la persona se siente amenaza en sus derechos, hace resistencia,
se indigna y debe decir NO, nunca más.

No obstante, el reconocimiento de la dignidad humana no siempre existió. Tal como hoy la


entendemos, es el resultado de un desarrollo histórico muy largo. Hasta hace no muchos años
existían en el mundo los esclavos: personas que pertenecían a un amo, y que podían ser vendidas
por el precio que éste les fijara.

Nuestra Constitución Política busca evitar a toda costa que una situación así, en la que a alguien no
se le reconozca su valor absoluto como persona humana, se pueda presentar nuevamente; por eso
lo primero que los colombianos acordamos en 1991, es decir hace 28 años, fue el hecho que todos
somos dignos de respeto y que nuestra existencia es un fin en sí mismo, nunca un medio para que
otras personas logren sus objetivos. Por esto consagramos el principio de dignidad humana en el
primer artículo de la Constitución como un valor absoluto que no puede ser limitado por ninguna
otra norma.

La Corte Constitucional ha dicho que la dignidad tiene tres manifestaciones y que todas ellas están
protegidas por la Constitución:

El primer aspecto de nuestra dignidad consiste en no permitir que suframos humillaciones; es decir,
que no nos sea irrespetada nuestra integridad física y moral. Un segundo aspecto consiste en contar
con condiciones materiales que son necesarias para vivir bien. Si toda persona es un fin en sí
misma, ningún individuo debe estar condenado a sobrevivir en condiciones inferiores a las que
requiere para vivir humanamente, es decir contar con el mínimo vital.

Un último aspecto de nuestra dignidad consiste en que somos seres autónomos y estamos en
capacidad de decidir por nosotros mismos aquellas cuestiones que están relacionadas con nuestro
modo de vida. En este sentido la dignidad se entiende como autonomía o como posibilidad de
diseñar un plan de vida y de determinarse según las características del mismo.

En suma, DIGNIDAD es todo aquello que reclama el ser humano de sí mismo y de los otros: respeto,
estimación, custodia y realización. Por eso sentimos indignación cuando vemos que se maltrata a
una persona o se pisotean sus derechos más básicos.

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ALTERIDAD - MÁS ALLÁ DEL YO, MÁS ALLÁ DEL TÚ

Al lado del “yo” existe un “tú” y un “él”. Y cada uno de ellos es un “yo”, es decir, otra persona como
yo. Al lado de un “uno” existe un “otro”. Yo me siento y me expreso espontáneamente como “uno”,
uno que cree…, uno que dice…Pero frente a mí existen “otros”. Habitualmente se tiende a
menospreciar, sino a rechazar, el que “otro crea que...”, “otro decida…”: Olvido que ese “otro” es
un “uno” como yo, que cada tú o cada él es primordial y originalmente un “yo”.

La persona reafirma su identidad y dignidad a través del Otro, un ajeno, un diferente. El Otro es
aquello que nunca fuimos, no somos y no seremos. Incluso podría decirse que el Otro es lo que no
queremos ser.

No podemos decir que, en vida los otros aparecen frecuentemente como obstáculo que se ha de
superar o bien evitar. La imagen que socialmente nos configuramos de los demás en las grandes
metrópolis es, en términos generales, negativa. Es evidente que, en muchas circunstancias, éstos
dificultan el desarrollo de la propia vida, de la actividad laboral e, incluso, del ocio, pero esta visión
negativa de los otros no nos permite descubrir el valor auténtico de la alteridad.

Imaginémonos, aunque sólo sea por unos momentos, un mundo sin otros. Alguien podría pensar
que un mundo así sería un auténtico paraíso, porque su libertad no se vería limitada por nadie y
podría disfrutar de todo el espacio, sin tener que pedir permiso a ningún otro ser humano. El hecho
es que un mundo sin los otros sería un mundo tremendamente oscuro y empobrecido. Los otros
son un valor en sí mismo y son absolutamente necesarios para el crecimiento armónico de la
persona individual. Los otros influyen decisivamente en el desarrollo de la propia vida ya que no
vivimos aislados los unos de los otros, sino en continua interacción. Esta influencia, lejos de ser
negativa, nos enriquece exponencialmente y nos mejora desde todos los puntos de vista.

Sin darnos cuenta, muchas veces hacemos descripciones de los demás de una manera injusta y
simple. Calificamos a los otros como un todo homogéneo. Decimos que los otros piensan esto,
hacen aquello, creen en estos dioses y consumen estos objetos. Empleamos la palabra “gente” para
referirnos a los otros como un todo global. Esta visión ha generado conflictos en la historia de la
humanidad, por cuanto resulta difícil para el individuo aceptar al diferente, más aún cuando ese
otro posee notables diferencias e implica modificar la propia identidad. Pensadores de mediados
del siglo pasado, determinaron que una de las causas de los genocidios es el que toda “Identidad
dura” necesita de un “Otro inferior” o marginal para fundamentar su diferencia y de ese modo
justificar su pretendida superioridad.

Los otros son plurales y cada individualidad que compone la colectividad es diferente y singular y ha
de ser tratada y justificada como una entidad aislada. Los otros no son una ficción de la mente que
podamos borrar cuando ya no nos plazca, sino que tienen entidad, están por todas partes y piden
una respuesta ética. Los otros son un valor porque nos impulsan a vivir cívicamente y a respetar las
leyes de la convivencia. No se ha de contemplar a los demás como un obstáculo, sino más bien como
una posibilidad. ¿Posibilidad para qué? Posibilidad para el encuentro, para la conversación, para el
trabajo, para el vínculo amoroso.

El ser humano es una realidad muy huidiza e inestable que necesita constantemente de los demás
para su desarrollo. Si algún otro no me hubiese cuidado, no habría podido crecer, yo no existiría ni

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podría escribir estas líneas, pero tú, tampoco existirías si alguien no te hubiese puesto en el mundo
y algún otro no te hubiese enseñado a leer. El otro es indispensable en mi vida y, aunque pretenda
desentenderme de él, el otro siempre está presente, estuvo en el origen de mi nacimiento y me
acompaña en mi crecimiento y en mi desarrollo.

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LIBERTAD

La libertad humana es el valor fundamental, porque sin libertad no tiene sentido la vida moral,
proviene del vocablo latino Libert, que significa posibilidad de elección, como acto voluntario que
promueve la satisfacción de una necesidad.

Libertad conlleva capacidad de decir, de elegir el propio destino sin influencias externas, de obrar
consciente y voluntariamente, pero también abstenerse de actuar. La condición de la libertad es la
autonomía. Si uno está coaccionado o padece una grave heteronomía, difícilmente podrá
determinar su destino personal.

En la libertad existe intencionalidad, racionalidad y conocimiento de las diferentes opciones,


permiten elegir de manera inteligente, es decir que la verdadera expresión de libertad radica en
hacer lo que a bien se tenga haciendo uso de la razón. Al discernir la persona sabe que puede decidir,
pensar y actuar como un sujeto racional. Sin embargo, no basta con que uno sepa racionalmente
cómo ha de actuar, también es importante que tenga la voluntad de llevarlo a cabo. Mucha gente
sabe lo que tiene que hacer; sin embargo, a lo mejor no tiene la voluntad para hacerlo.

La persona es capaz de decidir libremente si se abstiene satisfacer un determinado impulso. Puede


negarse a beber, no porque otro instinto contrarreste su sed, sino por motivos ofrecidos por su
intelecto y que están totalmente fuera de instintos. La libertad es esa facultad de escoger libremente
entre diferentes posibilidades, en concordancia con los objetivos de nuestra vida.

La libertad tiene unos límites que de ninguna manera pueden traspasarse. No es un absoluto en la
vida humana, ni puede convertirse en el pretexto para hacer cualquier cosa. No puede entrar en
conflicto con la libertad de los demás, ya que todo acto libre implica una responsabilidad. Ser libre
es atreverse a vivir individualmente en el mundo, es tener el coraje de ser uno mismo y esto
involucra, un buen grado de heroísmo.

Hay que decir que una sociedad sin libertad se estanca, sufre, pierde la autocrítica, la capacidad de
crecimiento y de evolución. En una sociedad, los ciudadanos deben elegir qué hacer, disponer de
un ambiente propicio para el desarrollo de sus proyectos y tener la oportunidad de hacerlo
conforme a sus deseos e intereses; pero también deben tener claro que cada acto de libertad genera
compromisos con uno como individuo y con la sociedad a la que pertenece.

EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD
Mucho se habla de la libertad: de la libertad del ave, del viento, del animal que va y viene y, sin
embargo, la libertad es una dimensión totalmente humana. El ave que vuela no es libre, no elige
hacia dónde volar, sólo sigue una dirección instintiva. El animal no se arrepiente, como los hombres,
de proceder mal.
A través de mis actos libremente elegidos, voy estructurando mi vida, aunque no siempre de manera
feliz. Debido a mis actos soy determinada persona y no otra; en realidad, no importa la idea que
tenga de mí, sino los actos que he realizado; yo no soy lo que sueño ser sino lo que hago. Por eso,
como ser humano, tengo una gran responsabilidad, no sólo ante mí, sino ante el mundo, pues al
elegir libremente, opto por lo que considero bueno, y con ello, afecto a los demás.
Desde lo más profundo de nuestro ser se impone la libertad a manera de grito, de exigencia. Puedo
dejar el programa de formación a la mitad del camino, puedo terminar con una amistad, puedo

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cambiar radicalmente mi proyecto de vida; lo único que no puedo cambiar es mi ser inevitablemente
libre.
La paradoja de la libertad es que no puedo dejar de elegir. Elijo una profesión, una pareja, un
compromiso, pero jamás podré elegir no ser libre porque aun cuando permanezca inmóvil e
indiferente hacia la vida, estoy eligiendo no elegir y esto es ya una elección.
La libertad termina donde hay coacción, obligación o imposición. Prevalece la idea de una libertad
sin límites, podría pensarse que ser libre es ser capaz de hacer todo lo que queremos. En este
contexto nadie sería libre, pues como no soy libre de volar, entonces no puedo hacer lo que quiero.
La naturaleza nos impone límites, el ser humano está limitado por un cuerpo que entre muchos
otros obstáculos no tiene alas. Así pues, la libertad no es absoluta y total. Soy libre en la medida en
que me asumo como un ser limitado.
En suma, hay una lucha entre necesidad (me veo forzado a actuar) y libertad (actúo sin coacción),
entre heteronomía (obligación que viene de fuera) y autonomía (libertad que viene de mi interior).
En otros casos, la lucha se presentará en términos de actuar por instinto (pasión) o por voluntad
(razón).

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AUTONOMÍA

El término autonomía, tal como se entiende hoy, viene del griego autos (sí mismo) y nomos (ley).
Hace referencia a la posibilidad que tiene todo ser humano de darse sus propias normas para la
realización de su vida. Es la capacidad de poder tomar sus decisiones aplicando en sí mismo la norma
moral de manera voluntaria, consciente, autentica, independiente y libre de influencias o
intervenciones de otros.

Cuando se es bebe, los padres y demás parientes le dan a la niña o el niño las primeras normas, más
tarde serán reforzadas en los otros ámbitos de socialización como el jardín, el colegio, los grupos
sociales. Significa que la etapa inicial de la vida moral es heterónoma. Dicho vocablo está formado
por los vocablos heteros que significa ajeno, externo y nomos que significa ley, norma. Es decir que
la ley viene de afuera, impuesta, en donde uno se comporta de acuerdo con normas o lineamientos
ajenos.

En nuestra sociedad, el modelo de educación que prevalece en gran parte es de corte autoritario,
donde las normas son creadas e impuestas por otros, son asumidas como las que rigen el
comportamiento propio. Así, la persona en su edad de juventud y luego adulta tendrá menos
probabilidades de ser capaz de discernir por sí mismo la bondad o maldad de sus propios actos o de
asumir una posición propia frente a la bondad o maldad de los actos ajenos, es decir que se reduce
su capacidad de decidir por sí mismo.

La persona moralmente heterónoma se acostumbró dentro de la educación autoritaria, a depender


del premio, de las bonificaciones, de las notas "altas", de los aplausos, las felicitaciones, las
condecoraciones, etc., para caer en la cuenta de que su comportamiento es "bueno"; o al contrario,
se comporta de tal manera, porque ya sabe de antemano que "recibirá premio", y no lo hará, porque
haya reflexionado sobre si en el contexto particular su comportamiento es adecuado, justo,
respetuoso, recíproco, etc., sino porque desea el "premio”.

El reto está en formar en un modelo en el que la persona por su proceso de madurez vaya
adquiriendo capacidad de pensar por sí mismo, aprender que las normas y reglas que recibe deben
ser sometidas a un juicio maduro de la razón, al ser capaz de indagar, cuestionar, analizar lo que ha
sido dado desde afuera y establecer si se debe hacer o si nos estamos engañando.

Luego, autónomo es todo aquél que decide conscientemente qué reglas son las que van a guiar su
comportamiento, que tiene capacidad y libertad para pensar por sí mismo con sentido crítico, que
obra no por coacción, “nadie me impone las reglas desde el exterior”, sino por convicción “sé lo que
hago, no me dejo llevar por la rutina, la costumbre, el capricho, lo bien visto o la imagen que me
gustaría dar ante los demás”

La Autonomía se fundamenta en la dignidad, en la libertad, en la capacidad de la persona para tomar


decisiones racionales que le permitan cumplir sus proyectos de vida y ser feliz.

En salud, desde 1914 se empezó a hablar de autonomía cuando un juez de Nueva York, dictó la
sentencia “derecho de autodeterminación de los pacientes”. Antes de esa fecha y desde Hipócrates,
el único que podía saber qué era lo bueno para el paciente era el médico porque tenía el poder dado
por la sabiduría. Fue la época de la medicina paternalista. El principio de autonomía se expresa como
respeto a la capacidad de decisión de los usuarios de los servicios de salud, y propone tener en

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cuenta sus preferencias en aquellas cuestiones de salud relativas a su persona. En este orden de
ideas, de ser sujeto de atención médica pasa a convertirse en sujeto de una relación, de la que
surgen derechos y obligaciones recíprocos.

El personal de salud tiene obligación de respetar la autonomía de la persona y de reconocer y


respetar su concepto de lo bueno. Esto guarda inmediata correspondencia con la cuestión del
consentimiento informado de la persona actual o potencialmente enferma, quien evaluará riesgos
y beneficios luego de recibir una clara, pertinente, veraz y oportuna información.

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LA VOLUNTAD o LA NOLUNTAD

Miguel Ángel Santos Guerra 28-03-2015. Blog El Adarve.

Algunos lectores o lectoras habrán repasado el título en busca de una errata (equivocación)
consistente en sustituir equivocadamente la letra uve por la letra ene. Pues no. No hay errata. La
palabra noluntad (así, con n) existe en castellano y es definida por el diccionario de la RAE como “el
acto de no querer”.

La noluntad no es la falta de voluntad o la mala voluntad. Es un acto decidido de no querer. No


querer emprender algo, no querer esforzarse, no querer estudiar, no querer hacer algo… Dice
Antonio García Treviano con palabras certeras: “La noluntad no es falta de voluntad ni mala
voluntad, sino la decidida voluntad de no querer algo que, sin embargo, es bueno y representa un
bien para el que no lo quiere”.

Tenemos hoy, a mi juicio, un problema individualizado y a la vez generalizado de noluntad. Está


instalada en muchas personas y en muchas colectividades la decisión de no querer. Creo que está
fallando, en las familias y en la escuela, la educación de la voluntad. Y, como consecuencia de esa
carencia lamentable, se está extendiendo y ahondando la vigencia de la noluntad. La fuerza de
voluntad para hacer lo que se debe no viene incorporada en la carga genética, hay que adquirirla
con esfuerzo y decisión. Y se adquiere a través de la repetición de actos que acaban por convertirse
en hábitos saludables.

Para educar el valor de la VOLUNTAD hacen falta tres requisitos. El primero consiste en que las
personas tengan autonomía. Si no se dispone de libertad, no se podrá desarrollar
responsablemente la capacidad de decidir. Si otros piensan, deciden y actúan por el interesado,
éste no podrá ser autónomo para tomar decisiones.

Segundo, la educación exige también capacidad de discernimiento. Hay que saber lo que es bueno
y lo que es malo, lo que es conveniente e inconveniente, lo que es deseable o rechazable. Porque el
problema de la noluntad es que la persona quiere hacer lo que no debe, quiere no actuar respecto
a lo que conviene hacer, actúa por deseo, por impulso, decide no hacer lo debido.

En tercer lugar, la educación de la voluntad requiere un ejercicio perseverante de esfuerzo. Repetir


las actuaciones que encierran sacrificio. Las personas tienen que saber que lo que se debe hacer,
hay que hacerlo. Y eso, a veces, requiere esfuerzo sostenido, dedicación y perseverancia.

Repitiendo los actos se consolidan los hábitos, que son necesarios para la formación de la
voluntad. Lo señalaba Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “los actos repetidos, de cualquier género
que sean, imprimen a los hombres un carácter que corresponde a estos actos. No saber que en
todas las materias los hábitos y las cualidades se adquieren mediante la continuidad de actos, es un
error grosero propio de un hombre que no conoce ni siente absolutamente nada”.

Permitimos el éxito de la noluntad cuando nos entregamos a la ley del mínimo esfuerzo, cuando
eludimos las responsabilidades, cuando no somos capaces de mantener el esfuerzo con la debida
constancia, cuando la única guía de la acción es el capricho o la pereza.

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Siempre que me encuentro, directamente en la vida o en la televisión, a consumados virtuosos de
cualquier práctica (deportiva, artística, intelectual…) pienso en todo el esfuerzo que hay detrás, en
la disciplina que ha tenido que mantener esa persona para realizar con tanta perfección una
actividad elaborada. Un pianista, una bailarina, un deportista, un mago… han tenido que repetir
muchas veces las mismas acciones. Con perseverancia, con esfuerzo. Han derrotado la noluntad.

El concepto de disciplina ha sido demonizado en nuestra cultura educativa, cuando es tan necesario.
Entendida no como el sometimiento irracional a la voluntad ajena sino como un patrón exigente de
reglas o comportamientos cuyo cumplimiento de manera constante conducen a cierto resultado,
que tiene una finalidad asumida responsablemente. De ahí también la importancia de la
autodisciplina.

Expone Fernando Savater en su hermoso libro “El arte de educar”: “Es preciso recordar que no es
posible ningún proceso educativo sin algo de disciplina. En este punto coinciden la experiencia de
los primitivos o antiguos, la de los modernos y la de los contemporáneos, por mucho que puedan
diferir en otros aspectos. La propia etimología de la palabra educar [...] vincula directamente a la
disciplina con la enseñanza: se trata de la exigencia que obliga al neófito (principiante) a
mantenerse atento al saber que se le propone y a cumplir los ejercicios que requiere el
aprendizaje”.

Me preocupa la abulia (indiferencia) de muchos chicos y chicas que se materializa en la pereza para
levantarse, para estudiar, para acometer empresas ambiciosas, para cultivar con esfuerzo las
relaciones, para rechazar invitaciones a la consumición de drogas y alcohol… Cuando no se ha
educado la voluntad, cualquier tentación nos seduce, cualquier contratiempo nos desanima,
cualquier dificultad nos abruma, cualquier reto nos acompleja, cualquier fallo nos deprime,
cualquier esfuerzo nos parece desmesurado…

Hay quien no es capaz de madrugar, de estudiar durante horas, de cumplir con diligencia las
obligaciones, de hacer un esfuerzo continuado, de renunciar a algo deseable. Hay quien no es capaz
de emprender un proyecto que requiera esfuerzo, de cultivar fielmente la amistad, de mantener
una relación con esfuerzo… Por eso se hace necesario en el que se tengan en cuenta los límites.

Si queremos un futuro digno para nuestros niños y jóvenes, si queremos un futuro hermoso para
nuestro país debemos acabar con la noluntad. Hace ahora cien años escribió Miguel de Unamuno
un interesante artículo titulado “La noluntad nacional”. El autor se lamenta: “Dejas que ruede el
mundo porque dices que no lo has de arreglar tú”. Es la consumación del acto de no querer. Qué
triste. ¿Por qué no nos ponemos en el camino del querer esforzado y apasionado?

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RESPONSABILDAD

La palabra responsabilidad, proviene del latín respondere, que se entiende como la obligación que
adquiere una persona de responder por las consecuencias de sus actos libremente ejecutados. Esto,
implica que el sujeto que se sabe autor de los actos, acepta sus consecuencias. Sólo, cuando somos
libres en el sentido positivo de la palabra, es decir, autónomos, conscientes, nos damos cuenta de
la repercusión de nuestras acciones y podemos ser responsables.

Desde el ámbito moral, el ser humano siempre está justificando sus actos y dando cuenta de sus
propias acciones ante sí mismo y ante la sociedad. Rendir cuentas a sí mismo es una necesidad
ineludible y se hace ante la “conciencia moral”. Se trata de una voz interior que de manera
imperativa ordena qué es lo correcto, a partir del juicio de la razón. El problema es que a algunas
personas les cuesta trabajo aceptar su responsabilidad y entonces la evaden. Así, cuando se dice
que una persona es irresponsable, se refiere a que no calcula las consecuencias de sus actos, que
no acepta hacerse cargo de lo que hace o que no enfrenta sus decisiones.

El valor de la responsabilidad conduce a la persona a optar por una acción en forma consciente y
voluntaria, le lleva al mejoramiento progresivo, sin que se quede reducida a cumplir
irreflexivamente por obligación una norma, ni a la repetición sin juicio crítico de sus funciones y
exigencias previamente determinadas.

Sin embargo, la responsabilidad moral puede ser transgredida cuando la persona sufre de ceguera
moral, es decir que carece de criterio para diferenciar entre lo bueno y lo malo, por lo tanto, no
interpreta en la justa medida los actos. Cuando permite que otros incumplan a las normas con
efectos indeseados y no ejerce una posición respetuosa y crítica argumentada. Es tan culpable quien
hace como quien deja hacer, sufre de mutismo moral. Cuando cumple órdenes, porque están
escritas, sabiendo que al hacerlo puede causar daño. Hace caso omiso al conocimiento adquirido.

Existen otros tribunales y otras obligaciones paralelas a la responsabilidad moral, por las que el ser
humano debe dar cuenta ante las autoridades que le pedirán explicación si comete una infracción,
ya que las normas jurídicas se crearon para ayudar a vivir en libertad y a plenitud a todos y cada uno
de los sujetos que hacen parte de la sociedad:

La responsabilidad civil se origina por el incumplimiento de una obligación originada en un contrato,


ya sea por acción u omisión. Dicho incumplimiento trae una consecuencia, un daño, el cual se debe
resarcir económicamente (indemnizar), todo el que causa un daño debe pagarlo.

Una mala práctica de un aprendiz o un técnico en enfermería en ejercicio, puede ocasionar un daño
por acción u omisión, derivado principalmente por:

Imprudencia: Actúa con ligereza, sin tomar las debidas precauciones, omite brindar el cuidado
requerido. Hay un exceso de confianza derivado a la rutina. Se tiene una actitud injustificadamente
apresurada y carente de juicio previo.

Negligencia: No se hace lo que se debe hacer cuando se puede hacer. Hay descuido, omisión o
abandono ya sea en forma dolosa (intención de causar daño) o culposa (no hay intención),
ocasionando daños, lesiones, o provocando la muerte de un usuario. Ejemplo: incumplimiento de

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las medidas de seguridad que traigan como consecuencias caídas, quemaduras, IAAS y cualquier
tipo de lesión que produzca en la paciente incapacidad o la muerte.

Impericia: Falta total o parcial de conocimientos, experiencia o destrezas para el correcto


desempeño de una tarea, que se presume y se consideran adquiridos.

Inobservancia de los reglamentos, órdenes o instrucciones: Consiste en la ignorancia o


desconocimiento de normas que rigen una determinada conducta dentro de la práctica de
enfermería de la institución, o que se incurra en incumplimiento de los deberes y se produzca un
daño al paciente.

Al causar el daño, la autoridad competente determina la indemnización a pagar por parte del
causante del daño, el cálculo se limitaba al reconocimiento de perjuicios materiales en sus dos
rubros a saber:

Daño emergente: Pago que debe hacer quien provocó el daño, en cuanto a gastos médicos,
hospitalarios o farmacéuticos requeridos para el restablecimiento de la salud de la persona.

Lucro cesante: Lo que el individuo deja de percibir o devengar a causa del daño sufrido. Le
imposibilita para que pueda trabajar.

Existe un perjuicio inmaterial, el daño moral, que consiste en que el dinero recibido por este
concepto permita hacer más llevadera la pena y sufrir en las mejores condiciones posibles la
alteración emocional producida y permitir así que cese o aminore el daño percibido.

Una tercera responsabilidad es la Penal, que es estrictamente personal, independiente al cargo que
se ocupe técnico o profesional; esta califica falta o delito cometido contemplado en el Código Penal,
puede distinguirse entre hechos dolosos (intencionados) o culposos (por imprudencia). Los delitos
llevan a la perdida de la libertad de quien incurrió en la falta. Todo daño en el ámbito penal, genera
responsabilidad civil.

Algunos tipos de delitos pueden ser revelación de secretos (información de tipo confidencial), mala
práctica profesional (al aplicar saberes técnicos inapropiadamente, no contar con la suficiente
fundamentación), responsabilidad profesional (actos delictivos, ya sean dolosos o culposos, durante
el ejercicio de la ocupación), falsedad (falta de veracidad en el manejo de datos, información,
documentos), generar infecciones intrahospitalarias y de ello derivar otras lesiones y la condición
crítica del paciente o su muerte (homicidio), entre otras acciones.

Finalmente cabe señalar que las responsabilidades éticas, civiles y penales, son difíciles de
diferenciar, porque el quebrantamiento de una de estas, conducen posiblemente al incumplimiento
de las demás.

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PUNTUALIAD

Escrito por Miguel Ángel Santos Guerra 28-03-2015 en el blog El Adarve.

Cuando se le roba a alguien dinero, joyas, cuadros o algo de valor, en un gesto de arrepentimiento
se le puede devolver. Cuando a alguien se le roba el tiempo no hay restitución posible. Por eso es
tan importante la puntualidad.

Hay quien se escuda en que “en este país”, “en este lugar”, “en este pueblo”, la costumbre es llegar
tarde. “Aquí nadie llega puntualmente”, se dice para aminorar la importancia del retraso. Es como
si existiera una inercia histórica que justificase la impuntualidad. Es como si creyese en un
determinismo sociológico insuperable.

La impuntualidad es un defecto que se arraiga en la falta de respeto al otro. Llegar tarde a una
cita, al trabajo, a una conferencia, a un concierto es una forma de despreciar a los demás. No
importa su tiempo, su desconcierto, su inquietud.

¿Quién no ha visto personas solas en la calle mirando el reloj a cada instante, observando el
horizonte, impacientes por la espera? Hay verdaderos especialistas en hacer esperar. Incluso tienen
a festejo esa pésima costumbre. Les hace gracia (sólo a ellos) decir “yo siempre llego tarde”, “no sé
cómo me las arreglo, pero siempre llego el último”, a mí no me gusta esperar”… Y dan a entender
que hay que aceptarlos porque “son así”, porque “esa es su forma de ser”… Cuando llegan tarde, no
se les ocurre disculparse, ni explicar lo que ha sucedido. Porque para ellos esa tardanza es “lo
normal”.’

Puedo entender que alguien llegue tarde. No que alguien llegue siempre tarde. Puedo entender que
alguien se retrase, pero no que le importe tres cominos haber hecho esperar a otro.

Quien cita a otra persona diciendo “quedamos entre las seis y las siete”, nos está preparando para
llegar tarde, nos está tendiendo una trampa. Porque quien llega a las siete llega puntual. Y quien
llega a las seis tiene que esperar una hora.

Algunos piensan que llegar tarde es un signo de distinción. “Las personas importantes no esperan,
se hacen esperar”, dicen o, al menos, piensan.

Cuenta González Calero en su reciente libro “Filosofía para bufones”, que Kant era un hombre muy
metódico. Se levantaba, comía y se acostaba todos los días a la misma hora. E igual de puntual era
para su paseo vespertino, a las cinco de la tarde, ni un minuto más, ni un minuto menos. Tanto es
así, aunque un poco en broma, se decía que sus paseos les servían a los vecinos para poner sus
relojes en hora.

Alguien ha dicho que lo malo de la puntualidad es que llega uno a un lugar y no hay nadie allí para
apreciarlo. No importa, lo sabe cada uno. Resulta curioso que quienes exigen puntualidad a los
demás no se disculpen cuando ellos llegan tarde. Lo veo en las escuelas y en las aulas. Hay centros
y profesores que cierran las puertas a quien llega unos minutos tarde, pero que nunca explican o
piden disculpas a sus alumnos por un retraso más prolongado cuando son ellos los que incumplen.

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Lo peor de la impuntualidad es hacer esperar a las personas que acuden a una cita profesional: una
clase, una consulta médica, un acto programado. Otra situación inaceptable es el retraso en actos
públicos en los que hay muchas personas esperando. No porque hacer esperar a uno solo no tenga
importancia sino porque se rompe un compromiso anunciado públicamente.

Las desagradables consecuencias del retraso nunca se tienen en cuenta. Personas que no pueden
quedarse hasta el final de una conferencia, pérdida de un tiempo que se podría dedicar a otras
cosas, sentimiento de sentirse despreciados…

Parece que el tiempo de los demás no vale nada. Conozco a algunas personas con tal cara dura que
al recibir la queja por su retraso han respondido con cierta indignación:

- Estaba viendo una película y no la iba a dejar a la mitad.

De alguien especialmente impuntual decían los amigos que quedar con él era como quedar con un
gorrión en el campo. ¿Va a llegar? ¿Cuándo? Si no llega, ¿dirá lo que le ha pasado?, ¿pedirá
disculpas? Imposible.

Claro que las disculpas por el retraso son tan pintorescas a veces que acaba uno no creyéndolas. Eso
le dijo un empresario a un trabajador reincidente en sus faltas de puntualidad:

- ¿Qué es lo que le ha pasado hoy? Y recuerde que su abuelo ya ha fallecido tres veces.

Un alumno mío me dio la disculpa más simpática que he oído nunca cuando le pregunté por la causa
del retraso en llegar a clase:

- Me ha salido un toro por el camino y he tenido que torearlo.

Decir que había mucho tráfico, que no sonó el despertador, que el reloj se atrasó o que el coche no
arrancó, son tan repetidas como poco creíbles. Es más difícil decir que se pegaron las sábanas, que
empezó tarde a prepararse para salir, que se entretuvo con otras cosas, que sufre de NOLUNTAD…
En todos los casos, llegar tarde es una falta de respeto a quienes esperan. ¿Qué sucedería en el
mundo si las personas pusieren el reloj en hora por las costumbres de algunos vecinos, como hacían
los del gran filósofo Kant?

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BIBLIOGRAFÍA ASOCIADA

García M, N.C. Responsabilidades del Técnico en Enfermería. 2000. Bogotá

Gómez Navas Leonardo (2012). Libertad, autonomía y responsabilidad. En: Ética y valor I. (págs. 51
– 60). Mc Graw Hill. México.

Kant, Immanuel. La idea de la dignidad humana en: Fundamentación de la metafísica de las


costumbres. trad. Manuel García Morente (1946). Espasa-Calpe, Madrid.

Mazo Álvarez, Héctor Mauricio. 2012. LA AUTONOMÍA: PRINCIPIO ÉTICO CONTEMPORÁNEO.


Revista Colombiana De Ciencias Sociales. Vol.3. No. 1. PP. 115-132. Enero-junio. Medellín-
Colombia.

Santos Guerra Miguel Ángel. 28-03-2015. Blog El Adarve.

Torralba, Francesc. Dignidad humana. p.53. Ponencia leída en el Primer Simposium Internacional de
Ética en Instituciones de Salud Monterrey, Nuevo León. Mayo 2006

https://www.acfilosofia.org/materialesmn/libro-de-texto/curso-2016-17/valores-eticos-4-
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http://gazeta.gt/educacion-en-la-otredad/

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