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Cómo construir la relación con

nuestros hijos e hijas: amor,


comunicación y seguridad
El afecto es la base del desarrollo de las personas. Todo lo que aprendemos lo recibimos
a través de las relaciones que establecemos y de la seguridad que éstas nos ofrecen. Estas
relaciones garantizan no sólo nuestra supervivencia física, sino la posibilidad de madurar a
nivel psicológico, social y cognitivo.

Todos los niños necesitan establecer vínculos afectivos con diversas personas porque éstas les
proporcionan modelos de relación distintos y, con frecuencia, realizan una labor sustitutiva en
caso de ausencia de una de las personas queridas por el niño. Sin embargo, esto no quita que,
en ese conjunto de vínculos afectivos, los padres constituyan las figuras de vinculación más
importantes para el niño, con una importancia tal que se mantendrá a lo largo de toda su vida
aunque construya otras relaciones.

El tiempo compartido, la permanencia, es esencial para construir la relación afectiva con los
hijos. Con los niños, sobre todo cuando son muy pequeños, todo lo que no se dice o no se
muestra no existe. Cuando somos adultos sabemos que alguien nos quiere aunque no nos lo
recuerde a diario y, aún así, necesitamos que ese amor se cultive y se mantenga para sentirnos
seguros de él. No basta con tener un niño y garantizar su bienestar material. Los padres tienen
que crear un vínculo afectivo fuerte y positivo con sus hijos que les ayude a crecer, y no podrán
crearlo si no están presentes de manera regular en los pequeños detalles de su vida cotidiana.

La expresión del afecto es también vital para los niños. Los padres y madres nunca deben dar
por sentado que sus hijos “ya saben” que les quieren. Hay que decirlo y demostrarlo, tanto
física como verbalmente. Todos, y los niños aún más, necesitamos sentirnos queridos y a todos
nos agrada recibir mensajes explícitos de que esto es así, a diario.

Los niños necesitan también saber que el afecto de sus padres es incondicional, es decir, que
hagan lo que hagan les seguirán queriendo. Una de las cosas más dañinas para un niño es sentir
que el amor de sus padres puede desaparecer; por eso no es nada aconsejable amenazarles con
retirarles su amor (“Si no haces esto, no te voy a querer”). El niño necesita sentirse seguro
y saber que, haga lo que haga, tendrá el afecto y el apoyo incondicional de sus padres. Sólo
de esa manera podrá sentir seguridad en sí mismo y en el mundo, e iniciar el camino hacia la
autonomía.

Disponer de unos vínculos afectivos fuertes y positivos con sus padres permitirá a los niños
sentirse seguros, protegidos y estables. Las relaciones afectivas que establecen en los primeros
años constituyen la base sobre la cual construyen sus relaciones futuras y la percepción de sí
mismos.

Si bien resulta obvia la importancia que reviste la demostración de cariño y la estabilidad de


los vínculos afectivos en los primeros años, esta necesidad perdura en los años escolares, en la
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pubertad y en la adolescencia. Por supuesto que la maduración imprime modificaciones tanto
en la manera en que se expresan los requerimientos de afecto como en las manifestaciones del
mismo en los vínculos significativos. Son etapas en que el afecto y el aprecio se demuestran
compartiendo actividades, transmitiendo conocimientos, enseñando habilidades, compartiendo
recuerdos familiares, participando de salidas y paseos con los distintos integrantes de la familia
nuclear y de la familia extensa (abuelos, tíos, primos) juntos o por separado.

Los estudiosos de la crianza de los niños afirman que es una característica central de la
misma que ambos progenitores puedan proveer una base segura a partir de la cual el niño o
un adolescente pueda hacer salidas al mundo exterior y a la cual puede regresar sabiendo con
certeza que será bien recibido, alimentado física y emocionalmente, reconfortado si se siente
afligido y tranquilizado si está asustado.

Esencialmente, este rol consiste en ser accesible, estar preparado para responder cuando se
le pide aliento, y tal vez ayudar, pero intervenir activamente sólo cuando es evidentemente
necesario.

Nuevamente esta actitud es sencilla de percibir y de comprender en el caso de un niño pequeño


que está dando sus primeros pasos y explorando su entorno. Podemos observarlo, seguirlo
de cerca, verlo trastabillar e intentar mantener el equilibrio. Y acudiremos en su ayuda sólo
cuando veamos que está a punto de caer o de lastimarse. En el caso de niños mayores o de
adolescentes se suele creer que tal actitud ya no hace falta. Pensemos, sin embargo, en ciertos
momentos claves de la vida de los niños mayores (tener que preparar trabajos más complejos
para la escuela) o de los adolescentes (los primeros “fracasos” en las relaciones amorosas).
¿No precisan acaso de la misma actitud de los progenitores sólo que adaptada a la modalidad
de expresión de niños o jóvenes más maduros? ¿No precisan que estemos observando, atentos
a sus necesidades, a sus intereses, a sus sentimientos, a sus dificultades, sin entrometernos
innecesariamente pero con el “botiquín de urgencias” cognitivo o emocional preparado para
acudir en su auxilio en caso de que no puedan solucionar la situación con sus propios recursos?

Comportamientos que tenemos que evitar

• Abordar temas de importancia para nosotros y/o para nuestros hijos de forma rápida, sin
calma suficiente.
• Abordar temas de importancia para nosotros y/o para nuestros hijos cuando no tuvimos un
buen día o estamos de mal humor.
• Anteponer nuestras obligaciones sociales y/o laborales al tiempo que
• Dejarlos hacer lo que les dé la gana para evitar poner límites o suscitar polémicas.

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• Ponerles metas y exigirles como si fueran mayores de lo que son.
• Desconfiar de nuestros hijos sin fundamentos.
• Imponer nuestra manera de hacer las cosas.
• Recibir sus alegrías con indiferencia.
• Acoger sus éxitos como si fuera lo esperable y no les hubieran representado ningún esfuerzo.
• Remarcar los fracasos.

50 maneras en las que una familia puede decir “te quiero”

• Diga “confío en ti”.


• Mire a los ojos cuando hable.
• Pida las cosas “por favor”.
• Diga “gracias”.
• Hable amablemente con sus hijos.
• Elogie orgullosamente a sus hijos.
• Demuestre confianza.
• Discipline en privado.
• Haga que “No” sea realmente No.
• Haga que “Sí” sea realmente Sí.
• Pregunte “¿quieres que hablemos?”.
• Escuche, escuche, escuche.
• Esté preparado para cuando sus hijos le necesiten.
• Tenga tiempo libre.
• Permita errores.
• Ríanse a carcajadas.
• Pregunte “¿Cómo puedo ayudarte?”.
• Ofrezca y respete la privacidad.
• Dé la bienvenida a los amigos de sus hijos.
• Diga “Estoy orgulloso de ti”.
• Establezca límites.
• Ofrezca expectativas claras.
• Fije metas que se puedan conseguir.
• Diga “Lo siento” y pida disculpas cuando se equivoque.
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• Diga la verdad.
• Diga “No lo sé” cuando no sepa algo.
• Sonría.
• Pregunte “¿Cómo éstas? ¿Cómo te sientes acerca de ....?”.
• Esté en casa cuando sus hijos estén en casa.
• Dé libertad.
• Establezca límites y sus consecuencias con claridad.
• Sea consistente en la aplicación de las normas.
• Reconozca los sentimientos.
• Pida ideas y sugerencias.
• Celebre los éxitos.
• Ría cuando esté feliz.
• Llore cuando esté triste.
• Explique por qué está enfadado o molesto.
• Acepte la responsabilidad.
• Use una voz suave.
• Abrace a sus hijos con frecuencia.
• Sorprenda a su hijo siendo bueno.
• Haga que “Te quiero” sea la última cosa dicha cada noche.
• Diga “¡Buenos días!” con alegría cada mañana.
• Deje de hacer lo que está haciendo y escuche.
• No acepte excusas, regateos o lloriqueos.
• Desee un “buen día” a su hijo cuando se vaya al colegio.
• Mantenga sus promesas.
• Diga “Te quiero”.

Recordemos

• El afecto es la base del desarrollo de las personas.


• Todo lo que aprendemos lo recibimos a través de las relaciones que establecemos y de la
seguridad que éstas nos ofrecen.
• El tiempo compartido, la permanencia, es esencial para construir la relación afectiva con los
hijos.
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• No basta con tener un niño y garantizar su bienestar material.
• Los padres tienen que crear un vínculo afectivo fuerte y positivo con sus hijos que les ayude
a crecer, y no podrán crearlo si no están presentes de manera regular en los pequeños detalles
de su vida cotidiana.
• Los padres y madres nunca deben dar por sentado que sus hijos “ya saben” que les quieren.
Hay que decirlo y demostrarlo, tanto física como verbalmente.
• El niño necesita sentirse seguro y saber que, haga lo que haga, tendrá el afecto y el apoyo
incondicional de sus padres. Sólo de esa manera podrá sentir seguridad en sí mismo y en el
mundo, e iniciar el camino hacia la autonomía.
• Si bien resulta obvia la importancia que reviste la demostración de cariño y la estabilidad de
los vínculos afectivos en los primeros años, esta necesidad perdura en los años escolares, en la
pubertad y en la adolescencia.
• En la pubertad y en la adolescencia el afecto y el aprecio se demuestran compartiendo
actividades, transmitiendo conocimientos, enseñando habilidades, compartiendo recuerdos
familiares, participando de salidas y paseos con los distintos integrantes de la familia nuclear
y de la familia extensa (abuelos, tíos, primos) juntos o por separado.

La comunicación

Es muy importante que los padres se puedan comunicar de forma abierta y eficaz con sus hijos.
Comunicación no abarca solamente lo que transmitimos con las palabras. Se refiere a todo lo
que manifestamos de manera verbal y gestual para informar qué pensamos, cómo nos sentimos,
qué necesitamos, qué deseamos, que rechazamos, que nos hace doler, qué nos provoca alegría.

Por comunicación abierta entendemos al tipo de comunicación que es transparente, que no se


opone a transmitir lo que las personas perciben y tampoco lo tergiversan ni lo distorsionan.

Eficaz es la comunicación que se adapta al nivel de expresión y de comprensión de nuestro


interlocutor, cuando lo que se busca es brindar comprensión y ser comprendido.

Cuando la comunicación es abierta y eficaz beneficia no sólo a los niños, sino también al resto
de miembros de la familia. Las relaciones entre padres e hijos mejoran mucho cuando existe
una buena comunicación. Por lo general, si la comunicación entre padres e hijos es buena, su
relacióntambién será buena.

Los niños aprenden a comunicarse observando a sus padres. Si los padres se comunican abierta
y eficazmente, sus hijos también lo harán. La habilidad de comunicarse beneficiará a los niños
toda su vida. Los niños empiezan a formarse sus ideas y opiniones de sí mismos en base a

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cómo sus padres se comunican con ellos. Cuando los padres se comunican positivamente con
sus hijos, les demuestran respeto. Los niños empiezan a sentir que sus padres les escuchan y les
comprenden, lo cual aumenta su autoestima. Por el contrario, si la comunicación entre padres
e hijos es ineficaz o negativa, puede hacer que los niños piensen que no son importantes, que
nadie les escucha ni les comprende. Estos niños pueden pensar también que sus padres no son
de gran ayuda ni son deconfianza.

Cuando los padres se comunican bien con sus hijos es más probable que los niños estén
dispuestos a hacer lo que se les pide. Estos niños saben lo que sus padres esperan de ellos y es
más probable que lo cumplan.

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Referencias
• Navarra, G. d. (s.f.). La proteccion infantil. Navarra: Gobierno de Navarra departamento de
bienestarsocial.

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