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Descripción de Immanuel Kant

(Königsberg, hoy Kaliningrado, actual Rusia, 1724-id., 1804) Filósofo alemán. Hijo de un modesto
guarnicionero, fue educado en el pietismo. En 1740 ingresó en la Universidad de Königsberg como
estudiante de teología y fue alumno de Martin Knutzen, quien lo introdujo en la filosofía racionalista
de Leibniz y Wolff, y le imbuyó así mismo el interés por la ciencia natural, en particular, por la
mecánica de Newton. Tras doctorarse en la Universidad de Königsberg a los treinta y un años,
ejerció en ella la docencia y en 1770, después de fracasar dos veces en el intento de obtener una
cátedra y de haber rechazado ofrecimientos de otras universidades, por último fue nombrado
profesor ordinario de lógica y metafísica.

La vida que llevó ha pasado a la historia como paradigma de existencia metódica y rutinaria. Es
conocida su costumbre de dar un paseo vespertino, a diario a la misma hora y con idéntico
recorrido, hasta el punto de que llegó a convertirse en una especie de señal horaria para sus
conciudadanos; se cuenta que la única excepción se produjo el día en que la lectura del Émile, de
Rousseau, lo absorbió tanto como para hacerle olvidar su paseo, hecho que suscitó la alarma de
sus conocidos.

En 1770, tras la obtención de la cátedra, se abrió un lapso de diez años de silencio durante los
que acometió la tarea de construir su nueva filosofía crítica, después de que el contacto con el
empirismo escéptico de Hume le permitiera, según sus propias palabras, despertar del sueño
dogmático

En 1781 se abrió el segundo período en la obra kantiana, al aparecer finalmente la Crítica de la


razón pura, en la que trata de fundamentar el conocimiento humano y fijar así mismo sus límites;
Pregunta fundamental en su Crítica es la posibilidad de establecer juicios sintéticos (es decir, que
añadan información, a diferencia de los analíticos) y a priori (con valor universal, no contingente),
cuya posibilidad para las matemáticas y la física alcanzó a demostrar, pero no para la metafísica,
pues ésta no aplica las estructuras trascendentales a la experiencia, de modo que sus
conclusiones quedan sin fundamento; así, el filósofo puede demostrar a la vez la existencia y la no
existencia de Dios, o de la libertad, con razones válidas por igual.
El sistema fue desarrollado por Kant en su Crítica de la razón práctica, donde establece la
necesidad de un principio moral a priori, el llamado imperativo categórico, derivado de la razón
humana en su vertiente práctica; en la moral, el hombre debe actuar como si fuese libre, aunque
no sea posible demostrar teóricamente la existencia de esa libertad. El fundamento último de la
moral procede de la tendencia humana hacia ella, y tiene su origen en el carácter a su vez
neumónico del hombre.
Kant trató de unificar ambas Críticas con una tercera, la Crítica del juicio, que estudia el llamado
goce estético y la finalidad en el campo de la naturaleza.
LA ILUSTRACIÓN SEGÚN IMMANUEL KANT
Esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de todas las que
llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un uso público de la propia razón, en
cualquier dominio. Pero oigo exclamar por doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no
razones, adiéstrate! El financista: ¡no razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un
único señor dice en el mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero
obedeced!) Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de
ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi respuesta: el
uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que puede producir la
ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de ser con frecuencia
severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo particular el progreso de la
ilustración. Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en
cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al
empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función
que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la
comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus
miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta
unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se
limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido
razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la
considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en
cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público
en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones
que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy
peligroso si un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz
alta, estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida. Tiene
que obedecer. Pero no se le puede prohibir con justicia hacer observaciones, en cuanto
docto, acerca de los defectos del servicio militar y presentarlas ante el juicio del público. El
ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados, tanto que una
censura impertinente a esa carga, en el momento que deba pagarla, puede ser castigada
por escandalosa (pues podría ocasionar resistencias generales). Pero, sin embargo, no
actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente sus
ideas acerca de la inconveniencia o injusticia de tales impuestos. De la misma manera, un
sacerdote está obligado a enseñar a sus catecúmenos y a su comunidad según el
símbolo de la Iglesia a que sirve, puesto que ha sido admitido en ella con esa condición.
Pero, como docto, tiene plena libertad, y hasta la misión, de comunicar al público sus
ideas —cuidadosamente examinadas y bien intencionadas— acerca de los defectos de ese
símbolo; es decir, debe exponer al público las proposiciones relativas a un mejoramiento
de las instituciones, referidas a la religión y a la Iglesia. En esto no hay nada que pueda
provocar en él escrúpulos de conciencia. Presentará lo que enseña en virtud de su
función —en tanto conductor de la Iglesia—como algo que no ha de enseñar con arbitraria
libertad, y según sus propias opiniones, porque se ha comprometido a predicar de
acuerdo con prescripciones y en nombre de una autoridad ajena. Dirá: nuestra Iglesia
enseña esto o aquello, para lo cual se sirve de determinados argumentos. En tal ocasión
deducirá todo lo que es útil para su comunidad de proposiciones a las que él mismo no se
sometería con plena convicción; pero se ha comprometido a exponerlas, porque no es
absolutamente imposible que en ellas se oculte cierta verdad que, al menos, no es en
todos los casos contraria a la religión íntima. Si no creyese esto último, no podría
conservar su función sin sentir los reproches de su conciencia moral, y tendría que
renunciar. Luego el uso que un predicador hace de su razón ante la comunidad es
meramente privado, puesto que dicha comunidad sólo constituye una reunión familiar, por
amplia que sea. Mientras tanto —hasta que la intelección de la cualidad de estos asuntos
se hubiese extendido lo suficiente y estuviese confirmada, de tal modo que el acuerdo de
su voces (aunque no la de todos) pudiera elevar ante el trono una propuesta para
proteger las comunidades que se habían unido en una dirección modificada de la religión,
según los conceptos propios de una comprensión más ilustrada, sin impedir que los que
quieran permanecer fieles a la antigua lo hagan así— mientras tanto, pues, perduraría el
orden establecido. Pero constituye algo absolutamente prohibido unirse por una
constitución religiosa inconmovible, que públicamente no debe ser puesta en duda por
nadie, aunque más no fuese durante lo que dura la vida de un hombre, y que aniquila y
torna infecundo un período del progreso de la humanidad hacia su perfeccionamiento,
tornándose, incluso, nociva para la posteridad. Un hombre, con respecto a su propia
persona y por cierto tiempo, puede dilatar la adquisición de una ilustración que está
obligado a poseer; pero renunciar a ella, con relación a la propia persona, y con mayor
razón aún con referencia a la posteridad, significa violar y pisotear los sagrados derechos
de la humanidad. Pero lo que un pueblo no puede decidir por sí mismo, menos lo podrá
hacer un monarca en nombre del mismo. En efecto, su autoridad legisladora se debe a
que reúne en la suya la voluntad de todo el pueblo. Si el monarca se inquieta para que
cualquier verdadero o presunto perfeccionamiento se concilie con el orden civil, podrá
permitir que los súbditos hagan por sí mismos lo que consideran necesario para la
salvación de sus almas. Se trata de algo que no le concierne; en cambio, le importará
mucho evitar que unos a los otros se impidan con violencia trabajar, con toda la capacidad
de que son capaces, por la determinación y fomento de dicha salvación. Inclusive se
agravaría su majestad si se mezclase en estas cosas, sometiendo a inspección
gubernamental los escritos con que los súbditos tratan de exponer sus pensamientos con
pureza, salvo que lo hiciera convencido del propio y supremo dictamen intelectual —con lo
cual se prestaría al reproche Caesar non est supra grammaticos—o que rebajara su poder
supremo lo suficiente como para amparar dentro del Estado el despotismo clerical de
algunos tiranos, ejercido sobre los restantes súbditos.
SAPERE AUDE
Que es el Sapere Aude La expresión Sapere Aude, viene del
latín y significa "atrévete a saber", "atrévete a pensar" o "ten
el valor de usar tu propia razón". Su origen se remonta al
siglo I a.C., cuando el poeta lírico Horacio en una de sus
cartas hace mención a esta frase. Propuso la frase como
lema que resume el período entero. El cual fue denominado
así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la
humanidad mediante las luces de la Razón. El siglo XVIII es
conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces.
LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA
Cuestiona la razón como facultad de conocer y tomar conciencia de las
limitaciones de la propia filosofía, en tanto que la metafísica quiere acceder a la
condición de ciencia, es el propósito que Kant abordó en Crítica de la razón pura.
Hasta entonces, en efecto, la metafísica oscilaba entre el empirismo (que no
concebía ningún conocimiento fuera de la experiencia) y el racionalismo (que
planteaba su objeto en lo absoluto). Kant intentaba eludir esta alternativa,
demostrando que si, según David Hume, todo conocimiento supone la dimensión
experimental del objeto, ésta implica también una disponibilidad innata en el
sujeto. Y, de hecho, Kant se pregunta si es posible hacer de la metafísica una
ciencia a semejanza de las matemáticas (donde son probadas demostraciones
irrefutables) o de la física (que obtiene leyes que las experiencias confirman). Al
examinar dichas ciencias, se observa que en el origen de su progresión se
encuentran las proposiciones (o juicios) sintéticas a priori, en virtud de las que la
razón presupone sus objetos, incluso en ausencia de éstos: Ahora bien, si las
proposiciones sintéticas son necesarias para las ciencias teóricas, la condición
científica de la metafísica depende necesariamente de ellas; se trataría, en efecto,
de definir su propio ámbito de investigación. Si éste se caracteriza, pues, por su
aprioridad por oposición a la aposterioridad de la física, es entonces la facultad de
conocer la llamada a comparecer ante su propio tribunal: el instrumento de esta
comparecencia es la Crítica, encargada de determinar los límites intrínsecos del
conocimiento de la razón en sí misma y de trazar el campo de su correcto uso con
una certeza geométrica

Sigue así un sistema de principios que establece que las condiciones de la


experiencia son igualmente las condiciones a priori de los objetos (físicos) de la
experiencia; se articula como sigue los axiomas de la intuición, en virtud de los
cuales todo fenómeno comporta una magnitud espacio-temporal extensiva; según
la intención, las anticipaciones de la percepción suponen obligatoriamente un
grado de influencia sobre los sentidos" o contenido material de toda percepción
futura; analogías de la experiencia, que regulan las uniones entre los fenómenos,
ya que todo fenómeno es, según la permanencia, la sucesión o la simultaneidad,
relativa al tiempo; esta relatividad supone el principio de la sustancia que hace
posible la diferencia entre sucesión y simultaneidad; además, si el principio de
causalidad explica la sucesión, entonces la reciprocidad (o reversibilidad de la
causa y del efecto) implica la simultaneidad; por último, los postulados
del pensamiento empírico en general, que son lo posible (satisfaciendo a las
condiciones formales de la experiencia), lo real (satisfaciendo a las
condiciones materiales de la experiencia) y lo necesario satisfaciendo a las
condiciones generales de la experiencia. Para aumentar la modalidad, se observa
que estos postulados no intervienen más que indirectamente en la constitución de
un objeto de conocimiento: relacionan los objetos dados a nuestras facultades.
Estos principios que fundamentan la experiencia de un objeto, concluye Kant, son
las leyes universales de la naturaleza. Acotan el campo de la experiencia posible,
fuera del cual ningún conocimiento objetivo es posible, ya que excede nuestro
poder cognoscitivo. El entendimiento no se ocupa, pues, más que de los
fenómenos, sean las cosas tal como nos parecen y no tal como son. Fuera de la
esfera fenomenal las cosas residen en sí, inaccesibles de hecho a la experiencia.
Por este motivo los poderes de la propia razón están limitados, porque "nuestro
conocimiento proviene de dos fuentes fundamentales : la receptividad de las
impresiones y la espontaneidad de los conceptos
Conocimiento de Kant:
Según immanuel kant el veía el conocimiento de no todo lo real es susceptible de
ser conocido, pues conocer significa, en vigor, conocimiento científico.

1 Fuentes fundamentales del conocimiento


La doctrina kantiana del conocimiento se basa en la distinción fundamental entre
dos facultades o fuentes del conocer: la sensibilidad y el entendimiento, que tienen
características distintas y opuestas entre sí:
1) La sensibilidad es pasiva, se limita a recibir impresiones.
2) Por el contrario, el entendimiento es activo. Tal actividad (a la que Kant llama
espontaneidad consiste en que el entendimiento produce de forma espontánea
ciertos conceptos sin derivarlos de la experiencia.
Nuestro conocimiento surge de dos fuentes fundamentales del ánimo, de las
cuales la primera es la de recibir las representaciones (la receptividad de las
impresiones), y la segunda, la facultad de conocer un objeto mediante esas
representaciones (la espontaneidad de los conceptos); por la primera, un objeto
nos es dado; por la segunda, este es pensado en relación con aquella
representación (como mera determinación del ánimo). Intuición y conceptos
constituyen, por tanto, los elementos de todo nuestro conocimiento; de modo que
ni los conceptos, sin una intuición que de alguna manera les corresponda, ni
tampoco la intuición, sin conceptos, pueden producir un conocimiento.

2 Empírico-puro. A posteriori-a priori


He aquí una tesis básica de Kant: No hay duda de que todo nuestro conocimiento
comienza por la experiencia. Pero aunque todo nuestro conocimiento comience
con la experiencia, no por eso surge todo él de la experiencia
Pues bien, partiendo de esta tesis sobre el conocimiento, Kant distingue entre:
1) Lo a posteriori: es aquello que en el conocimiento procede de la experiencia a
través de la sensación. Es lo empírico en el conocimiento. Por darse en la
sensación, o intuición empírica, que es singular y fáctica, lo empírico y a posteriori
en el conocimiento es, asimismo, singular y contingente.
2) Lo a priori: es aquello que en el conocimiento no procede ni se deriva de la
experiencia, sino que la antecede de alguna manera y surge independientemente
de la experiencia. Al no derivarse ni proceder de la experiencia empírica, lo a priori
en el conocimiento es universal y necesario en y para el conocimiento.
1) Empíricos, cuando una sensación (que presupone la presencia efectiva del
objeto) está allí contenida.
2) Puros, cuando a la representación no se le mezcla ninguna sensación. Se
puede llamar a esta última la materia del conocimiento sensible. Por eso, la
intuición pura contiene solamente la forma en la cual algo es intuido, y el concepto
puro contiene solamente la forma del pensar un objeto en general. Únicamente las
intuiciones puras o los conceptos puros son posibles a priori; los empíricos, solo a
posteriori
Los elementos a priori pertenecen a la estructura del sujeto cognoscente y hacen
posible el conocimiento y la experiencia misma en cuanto experiencia con validez
universal. El conocimiento que muestra esta posibilitación es denominado por
Kant trascendental.

3 El juicio y sus clases


El conocimiento se expresa en juicios, y toda ciencia es un conjunto de juicios o
proposiciones. De modo que preguntar qué es el conocimiento equivale a
preguntar qué es el juicio y en qué clase de juicio consiste el conocimiento
científico.
Los caracteres o propiedades del conocimiento científico orientan a Kant en la
búsqueda de la estructura y la posibilidad del juicio propio de la ciencia. Tales
caracteres son la universalidad, la necesidad y el incremento en el saber.

En el juicio se piensa la relación de un sujeto y un predicado. Y según las


modalidades fundamentales de esta relación, el juicio podrá ser juicio analítico o
juicio sintético:
1) Un juicio es analítico, cuando el predicado está comprendido en el sujeto (al
menos, implícitamente) y, por tanto, basta con analizar el sujeto para comprender
que el predicado le conviene necesariamente.
El todo es mayor que sus partes» es un juicio analítico, porque basta con analizar
el concepto de todo para hallar la verdad del predicado.
Estos juicios no nos dan información alguna o, como dice Kant, no son
extensivos, no amplían nuestro conocimiento: como es obvio, a quien sepa lo que
es un todo, este juicio no le enseña nada que no supiera antes de formularlo.
El juicio analítico es, pues, un juicio a priori. Juicios a priori son aquellos cuya
verdad puede ser conocida independientemente de la experiencia, ya que su
fundamento no se halla en esta.
2) Un juicio es sintético, por el contrario, cuando el predicado no está contenido en
la noción del sujeto.
.
Estos juicios sí dan información o, como dice Kant, son extensivos, amplían
nuestro conocimiento. A quien sabe o entiende lo que significa
El juicio sintético, entendido en el modo como lo hemos hecho, es un juicio a
posteriori. Juicios a posteriori son aquellos cuya verdad es conocida a partir de los
datos de la experiencia.
Los juicios analíticos y a priori son universales y necesarios, pero no amplían
nuestro conocimiento. Los juicios sintéticos y a posteriori no son universales ni
necesarios, pero en cambio amplían nuestro conocimiento.
En este punto hay que preguntarse: ¿qué clase de juicio será aquel en que se dan
los tres caracteres fundamentales del conocimiento en sentido estricto, es decir, el
conocimiento científico? Tales caracteres o propiedades son, recordémoslo, la
universalidad, la necesidad y el incremento o ampliación en el saber.
Solo una modalidad de juicio reúne tales propiedades: el juicio sintético a priori. En
efecto, por ser a priori, tal juicio es universal y necesario; por ser sintético, es
extensivo, aumenta nuestro conocimiento.
El noúmeno "lo pensado" o "lo que se pretende decir, en la filosofía de
Immanuel Kant, es un término problemático que se introduce para referir a un
objeto no fenoménico, es decir, que no pertenece a una intuición sensible, sino a
una intuición intelectual o suprasensible.
Bibliografía
http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia
http://www.webdianoia.com/moderna/kant/textos/kant_fenome
na.htm
http://www.luventicus.org/articulos/03U012/kant.html
http://cideh-usbcali.blogspot.com.co/2010/05/sapere-
aude.html
http://www.catedras.fsoc.uba.ar/mari/Archivos/HTML/KANT_il
ustracion.htm
http://kant.idoneos.com/310434/

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