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Keith Windschuttle
Gertrude Himmelfarb
Los Caminos de la Modernidad:
Las Ilustraciones británica, francesa y americana.
En inglés. Knopf, 284 páginas, $25
Por otra parte, a diferencia de los franceses, que elevaron la razón al lugar
supremo en los asuntos humanos, los pensadores británicos le dieron un papel
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secundario. En Gran Bretaña, lo fundamental era la virtud. No la virtud personal
sino “las virtudes sociales” - compasión, benevolencia, simpatía – que los filósofos
británicos consideraban que unían natural e instintivamente a las personas. En
abstracto, estas diferencias pudieran parecer simplemente de grado pero si se
toma en cuenta la forma en que se desarrollaron en la posterior historia del
Continente y las Islas Británicas, las diferencias fueron verdaderamente profundas.
Estas diferencias se han mantenido hasta el día de hoy, y en relación con muchos
temas. En Francia, la ideología de la razón no sólo desafiaba a la religión y a la
iglesia sino a todas las instituciones que dependían de ellas. La razón era
inherentemente subversiva. Pero la filosofía moral británica era reformista más
bien que radical, respetuosa tanto del pasado como del presente, aunque
estuviera mirando hacia un futuro más ilustrado. Era optimista y no discrepaba de
la religión, razón por la que tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, la iglesia
misma pudo convertirse en una fuente decisiva para la difusión de las ideas
ilustradas. En Gran Bretaña, la elevación de las virtudes sociales se derivaba tanto
de la filosofía académica como de la práctica religiosa. En el siglo XVIII, el
profesor de filosofía moral en la Universidad de Glasgow, Adam Smith, era más
celebrado por su Teoría de los Sentimientos Morales (1759) que por su posterior
tesis sobre la riqueza de las naciones. Smith alegaba que la simpatía y la
benevolencia eran virtudes morales que surgían directamente de la condición
humana. Al ser virtuoso, especialmente en relación con los que no podían
ayudarse a si mismos, el hombre desarrollaba plenamente su naturaleza.
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Himmelfarb no está de acuerdo. Según ella, las opiniones de Burke siempre
fueron consistentes con las ideas sobre la moral y la virtud que permeaban toda la
Ilustración Británica. En realidad, Burke hizo avanzar la filosofía al hacer de “los
sentimientos, la urbanidad y la opinión moral” la base no sólo de las relaciones
sociales sino también de la política.
Aparte del diferente status filosófico que asignaban a la razón y la virtud, el tema
en que más marcada era la división entre las Ilustraciones Británica y Francesa
era su actitud hacia las clases inferiores. Esta es una distinción que ha
reverberado en la política desde entonces. Los radicales herederos de la tradición
jacobina siempre han insistido en que son ellos los que hablan por los pobres del
mundo. En la Francia del siglo XVIII alegaban hablar por el pueblo y por la
Voluntad General. En el siglo XIX, decían representar a la clase obrera frente a
sus explotadores capitalistas. En nuestra época, alegan estar del lado de los
negros, las mujeres, los homosexuales, los indígenas, los inmigrantes y cualquier
otro grupo que puedan definir como víctimas de la discriminación y la opresión. El
estudio de Himmelfarb demuestra, de manera contundente, que esto no es más
que una fachada.
Los philosophes franceses pensaban que las clases sociales estaban divididas
por un abismo de pobreza pero, más importante todavía, por un abismo de
superstición e ignorancia. Despreciaban a las clases inferiores porque estaban
hipnotizadas por el Cristianismo. El editor de la Encyclopedie, Denis Diderot,
declaraba que las masas no tenían ningún papel a jugar en la Edad de la Razón.
“La masa general de los hombres no está hecha para que pueda ni promover ni
comprender la marcha progresiva del espíritu humano.” En realidad, “la gente
común es increíblemente estúpida,” dijo, poco más que bestias: “demasiado
idiotas –bestiales- demasiado miserables y demasiado ocupados” para poder
ilustrarse. Voltaire estaba de acuerdo. Las clases inferiores carecían del intelecto
necesario para razonar y por consiguiente había que dejarlos hundidos en la
superstición. Sólo se les puede controlar y pacificar con las sanciones y los mitos
de la religión que, según decía Voltaire, “tiene que ser destruida entre las
personas respetables y dejada a la canaille para la que fue creada”.
En Gran Bretaña y Estados Unidos, por el contrario, el abismo entre ricos y pobres
se veía salvado por el sentido moral y el sentido común que la Ilustración atribuía
a todo el mundo. Todo el mundo, incluyendo a los miembros de las clases
inferiores, tenía una humanidad común y un sentido común de obligaciones
morales y sociales. En el mundo angloparlante, alega Himmelfarb, este ethos
social era el denominador común entre Adam Smith, Edmund Burke, los filósofos
seculares, los entusiastas religiosos, los obispos de la Iglesia de Inglaterra y los
predicadores de Wesley.
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la religión misma – la disensión religiosa en particular – era la base misma de la
libertad. Los wesleyanos fueron más adelante y también la hicieron la base de las
reformas sociales. La gran misión de John Wesley no era sólo la salvación
espiritual de los pobres sino también su educación intelectual y moral. No había
ningún conflicto entre la razón y la religión. “Es un principio fundamental entre
nosotros,” decía Wesley, “que renunciar a la razón es renunciar a la religión, que
la razón y la religión van de la mano, y que toda religión irracional es una religión
falsa.” Solamente con “la unión entre la religión y la razón” se podía superar “la
pasión y el prejuicio” así como “la maldad y la envidia”.
En Gran Bretaña y EEU, los que escribían sobre la reforma social y los que
estaban en el gobierno y podían hacer algo sobre los problemas eran las mismas
personas o trabajaban en estrecha colaboración. En Francia, sin embargo, los
philosophes no estaban constreñidos por las consideraciones prácticas de como
trasladar sus ideas a la realidad. Eso los hacía todavía más libres para teorizar y
generalizar precisamente porque no tenían que consultar y asesorar a nadie.
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Esto afectó profundamente las consecuencias políticas de sus ideas.
Los philosophes decidieron que el despotismo iba a ser su instrumento favorito. “El
despotismo ilustrado”, alega Himmelfarb, “era un intento por materializar – como si
dijéramos entronizar – la razón encarnada en la persona de un monarca ilustrado,
de un Federico ilustrado por Voltaire o de una Catalina influida por Diderot.”
Posteriormente, el fracaso de estos intentos generó la teoría de la “voluntad
general” que legitimó el terror de la Revolución Francesa. El pueblo, en cuyo
nombre la revolución supuestamente actuaba, era una abstracción, representada
por una voluntad general igualmente abstracta. “En efecto, la teoría de la voluntad
general era un substituto del déspota ilustrado. Tenía la misma autoridad moral y
política del déspota porque también estaba sustentada en la razón, la fuente
última de toda autoridad legítima.”
Mientras tanto, la educación de los pobres era una gran causa de los metodistas y
los evangélicos. Los ensayistas y políticos del siglo XVIII Joseph Addison y
Richard Steele pensaban que la fundación de escuelas caritativas para los niños
pobres era “la gloria de la época” y “el mayor ejemplo de espíritu público que haya
producido nuestra época.” Los siguieron las Escuelas Dominicales que, hasta los
movimientos de educación de masas del siglo XIX, fueron la principal fuente de
educación para las clases bajas, y donde aprendieron a leer, escribir y sacar
cuentas.
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alimentan, visten y satisfacen las necesidades de todo el pueblo deban tener una
parte del producto de su propio trabajo y que ellos mismos estén tolerablemente
bien alimentados, vestidos y albergados.”
En Gran Bretaña y Estados Unidos, la Ilustración fue una expresión teórica como
práctica de esta posición. La religión, la filosofía moral y sus premisas igualitarias
configuraron la época. Trabajaron juntas por el bien común: la “reforma moral” y
material del pueblo. Los Caminos de la Modernidad revela más claramente que
ningún libro anterior sobre el tema, el ambiente en que nacieron estas ideas y
prácticas, y cuan firmemente todavía conforman la moral y el sentido común del
mundo angloparlante de nuestros días.
Traducido por AR