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Introducción

A partir de 1983 hay un Giro Historiográfico en Argentina

Con la estabilidad institucional, se torna posible un mayor desarrollo de la historiografía

En ese 30 años, hubo un gran cambio intelectual, que no se reflejó de igual forma en el
cotidiano

La historia de Argentina es muy reciente, considerando después de la Revolución de 1810

Hay poco tiempo del visto al escrito

Por esto con el tiempo puede cambiar esta visión en función de los intereses del presente

Hay un sólo pasado, pero muchas miradas

Problema

Argentina nace después de la Historiografía Argentina

El desarrollo de la historiografía va a cambiando la idea de la Nación Argentina

La Historiografía Oficial

Sarmiento

Con "Facundo o Civilización y Barbarie" (1845), de Sarmiento empieza los textos


sociológicos, la cual también puede ser considerado el primer historiador de Argentina

Mitre

El Fundante de la Historia en Argentina es Mitre

En él puede encontrarse muchos de los riesgos de la Historia Reciente, ya que escribe


sólo a 20 años de lo que vio

Es descendiente de "uruguayos" por parte del padre, griegos por del abuelo paterno y su
madre era de Buenos Aires, descendiente de irlandeses

Nace en Buenos Aires, va a Carmen de Patagones cuando niño y vuelve a Buenos Aires,
ya con 6 años

Con 10 años va a vivir en Montevideo, donde aprende su tradición y sus habilidades


como administrador

Allí tiene contacto con la Generación del '37; es importante observar que estaba en
Montevideo con ellos, pero no exilado como ellos
Las figuras históricas que va a escribir son: Güemes y Artigas, y después Belgrano

Políticamente se junta con Urquiza y derrocan Rosas

Después se separa de Urquiza y se transforma en una nueva figura política

Alberdi critica la postura de Mitre por su peso excesivo en Buenos Aires y poco para el
interior

Contradicción Capital-Interior

Argentina es Buenos Aires, en esta época

Pero la figura tradicional del argentino es el caudillo del interior

El objetivo de la Revolución de 1810 era mudar el orden político

La discusión nacional sólo empieza después, con la discusión del territorio y va a tener
cada vez más contenido nacional por ser más palpable y de masas

El Congreso del '24 tenía intereses unitarios y centralistas

Quien hace una revolución, necesita ser centralista para dar cuenta del cambio iniciado

Si descentraliza, no garantiza el sentido de la revolución creada

Con el Iluminismo llegan ideas de libertad y de República

Establece una ruptura del mundo del pasado con este nuevo mundo con nuevas formas de
organización

La Democracia tiene que funcionar en un ámbito

De ahí que la formación del Estado-Nacional tiene origen: en los cambios ideológicos del
siglo XVIII

En esta época nace el Romanticismo

Primeramente como un movimiento literario, y luego después historiográfico y político

En Europa, este recuerdo del pasado se busca con el folclore

En América, hay una carencia de culturas y tradiciones populares; lo poco que tiene no
los diferencia de los otros territorios americanos

La construcción del espíritu local se da con el caudillo

Pero la tradición de formación nacional viene de las élites de Buenos Aires (como
Sarmiento y Mitre)

Facundo trabaja esta contradicción del rural-urbano

Rural: tradicionalista y conservadora (Córdoba)

Urbano: culto, moderno y constructor (Buenos Aires)

López

En cambio a Mitre, surge una nueva tendencia: de López

La primera polémica era de contenidos, debido al papel de las élites en la constitución de


la nación argentina

López: mucho más centrada en Buenos Aires

Mitre: mucho menos

López era integrante de la "vieja" élite porteña

La segunda polémica era metodológica

López: apela por la memoria propia y familiar

Mitre: usa las normas de Europa, fuente documental, crítica a fuentes y pone en duda la
tradición

Historiografía Mitrista

A partir de la práctica historiográfica de Mitre, se lleva a la institución y la posterior Junta


de Intelectuales: bases para la Historia Académica Argentina

El discurso histórico generador de la nación fue Historia de Belgrano (1857) 1887 .[2]

El caudillismo aparece como una democracia primitiva y popular; una revolución no solo
como un proceso intelectual

Argentina de 1776-1852 no era Argentina, pasa a ser con la suma de Buenos Aires en
1860

Fue exitosa esta visión porque dura más de 150 años y porque mantiene la estructura e
idea de nación

Hasta hoy se enseña la historia esencialmente mitrista

Logros de la Historiografía Mitrista:


Método riguroso, científico y académico

Construcción de la nación argentina.

El Peronismo

El peronismo es el partido político que surgió de la mano de Juan Domingo Perón y los
sindicatos en 1945, primero llamado Partido Laborista; y a posteriori, recién se lo llamó
peronista, cuando hubo fusión con otros partidos, para luego adoptar la denominación de
justicialista, cuando la ley de 1971, impidió que los partidos lleven el nombre de alguna
persona.

El peronismo, que implementó una política de estado de Bienestar, creó una fuerte
adhesión de muchos sectores, especialmente los más vulnerables, desempleados y
obreros, quienes tributaron a su líder una confianza absoluta y un respaldo total; pero así
como Perón, fue el ídolo de las masas populares, que crecieron cuando la población rural
inició un proceso de emigración hacia las ciudades donde se convirtieron en obreros
industriales, mal pagados; como todo líder carismático, también generó rechazos y odios
tan grandes como los amores que cosechó, lo que hizo nacer una ideología adversa,
especialmente entre los intelectuales, entre los que podemos nombrar a Jorge Luis Borges
y Julio Cortázar conocida como antiperonismo, a los que se denominó también “gorilas”,
término casual que se tomó de un programa de humor.

El antiperonismo no desconocía, al menos en su prédica, los valores de justicia social,


valuarte de su ideología, sino el modo de gobernar al que calificaban de demagógico,
paternalista y autoritarismo, manifestando el rechazo al gran poder dado al sindicalismo y
al desarrollismo, y la postura antiimperialista. La posición de neutralidad que tomó la
Argentina en la Segunda Guerra Mundial, contribuyó a generar mayor malestar hacia el
peronismo, al que consideraron aliado al nazismo y al fascismo.

Las ideas del antiperonismo se plasmaron en varios periódicos y revistas, como Sur,
revista de corte liberal y La Vanguardia un periódico socialista.

En 1945, Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina lideró una alianza
antiperonista, la Unión Democrática, integrada por partidos de izquierda y de derecha,
empresarios y movimientos estudiantiles.

A partir de 1955 y el golpe militar conocido como Revolución Libertadora, contra Perón,
la tensión se intensificó.

Muchos partidos políticos se dividieron para agrupar a antiperonistas puros, y a


opositores moderados al peronismo, o con ciertas afinidades.

En 1957, la Unión Cívica Radical, bajo el liderazgo de Ricardo Balbín se conformó como
UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo) de marcada ideología antiperonista, que se
diferenció de la UCRI que bajo la dirección de Arturo Frondizi, tenía mayor acercamiento
al peronismo.

El sector antiperonista más puro del socialismo, formó el Partido Socialista Democrático;
y el Partido Demócrata Nacional, de ideas conservadoras, se acercó al peronismo en un
grupo comandado por Vicente Solano Lima, mientras que los antiperonistas se
concentraron en torno a la figura de Horacio Thedy.

El antiperonismo violento se expresó por ejemplo el 15 de abril de 1953, con el atentado


ocurrido en Plaza de Mayo y el bombardeo de esa Plaza dos años más tarde; además de
participar en varios golpes de Estado (1951, 1955 y 1976.

El primer antiperonismo, el del 55, tuvo como aspiración de máxima borrar a todo el
peronismo prohibiéndolo hasta en su mención. El segundo, el del 76, buscó acabar con
toda la cultura 45-76 porque los militares creían que ya toda la sociedad, incluso la
antiperonista, había sido contagiada por el peronismo.

Con la instalación de Perón como líder de masas en 1945, Argentina vivió 43 años de
democracia representativa y 18 años de proscripciones, persecuciones y dictadura.

Desde 1955, año en que la "Revolución Libertadora" derrocó a Perón, el país quedó
dividido y todo lo que representaba peronismo fue perseguido o apartado.

La llegada al poder de Juan Domingo Perón en 1946 cambió la historia argentina del
siglo XX, que comenzó a transitar por un camino más sinuoso con la incorporación a la
vida política de amplios sectores populares y la reacción de otros estamentos sociales
ante esa nueva realidad.

El país ingresó durante más de tres décadas en una etapa marcada por períodos de
gobiernos democráticos, elegidos por el voto popular, interrumpidos -cada vez con mayor
violencia- por golpes de Estado, que tuvieron a las Fuerzas Armadas como mascarón de
proa.

A partir de ese emblemático 1945 con la instalación definitiva de Perón como un líder de
masas, la Argentina vivió 43 años de democracia representativa y 18 años de
proscripciones, persecuciones y dictadura con un triste saldo de muerte en un país
dividido.

En este lapso de procesos de libertades –primero en nueve años seguidos, luego en etapas
de cuatro y tres años interrumpidas sistemáticamente por golpes de Estado—, el país
construyó una nueva fuerza política policlasista pero con su base social en la clase más
humilde, tomó las banderas de la justicia social y los derechos del trabajador.
Desde 1943 a 1973 se sucedieron ocho gobiernos, solo tres de ellos elegidos por el
pueblo, mientras que los cincos restantes fueron producto directo de sublevaciones
militares.

El peronismo, con 12 años en el poder, y el radicalismo en dos vertientes internas con


siete años, fueron los procesos democráticos que pudieron gobernar el país en esas tres
décadas, mientras que el resto fueron todos golpes de Estado.

Luego de los tres años de gobierno de Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell que sirvieron
como catapulta para el crecimiento político de Perón –primero como ministro de Guerra,
luego de Trabajo y finalmente vicepresidente—, el entonces coronel se ganó el aprecio de
los trabajadores y comenzó a cincelar su poder personal.

La interna abierta en el Ejército lo obligó a renunciar en 1945, un hecho que derivó


primero en su detención en la Isla Martín García y luego en su rescate por parte de las
movilizaciones populares del emblemático 17 de octubre.

Restituido Perón a su vida civil, conformó un partido que ganó las elecciones del 24 de
febrero de 1946 contra una alianza de partidos denominada "Unión Democrática".

Perón junto a su compañera Eva Duarte edificó un gobierno de alto contenido


nacionalista, estatista y de reparación de derechos sociales a las clases más abandonadas,
sostén que le sirvió en 1951 para ser reelecto, tras haber modificado la Constitución
Nacional permitiendo la opción de continuidad.

Pero la muerte de Eva Perón y la hegemonía justicialista en la política y la censura a los


medios de comunicación fueron generando espacios de resistencia en las clases medias y
altas, sobre todo en sectores de las propias Fuerzas Armadas.

El Gobierno de Perón fue derrocado en septiembre de 1955 por la autodenominada


"Revolución Libertadora" encabezada por el general Eduardo Lonardi, luego de tener
como antecedente un bombardeo sangriento a la Plaza de Mayo, en junio de ese año.

El país estaba dividido: todo lo que representaba peronismo fue perseguido o apartado, la
misma dictadura asesinó a seguidores y generó en su seno una interna por el poder que
encumbró tiempo después al general Pedro Aramburu a la Presidencia.

El peronismo fue proscrito por 17 años, el mismo tiempo que su líder debió vivir en el
exilio y la recuperación de la democracia en 1958 fue para vivir una interna radical entre
Arturo Frondizi (UCR Intransigente) y Ricardo Balbín (UCR del Pueblo).

Tras hacer un pacto con Perón, que empujo los votos justicialistas a su costa, Frondizi
ganó los comicios con el 45 por ciento de los votos y planteó un Gobierno de tinte
desarrollista que se extendió hasta 1962.
Jaqueado por lo militares, Frondizi intentó sostenerse en el poder habilitando al
peronismo a las elecciones legislativas y provinciales de 1962, decisión que permitió al
sindicalista Andrés Framini ganar los comicios de Buenos Aires.

Pero el dirigente textil nunca pudo asumir porque las Fuerzas Armadas lo imposibilitaron
primero y luego decidieron cortar "por lo sano" y derrocar a Frondizi e instalar a José
María Guido.

Luego de otras internas militares entre los que postulaban abrir un proceso democrático y
los que no, se llamaron a nuevas elecciones en 1963 nuevamente sin el peronismo que
esta vez acató la orden de su líder, que desde Madrid proclamó el voto en blanco.

De esta manera se convirtió en presidente el radical Arturo Illia con sólo el 25 por ciento
de los votos y un 19 por ciento de sufragio en blanco: el más alto de la historia electoral.

El escaso poder limitó desde el inicio la gestión de Illia, quien fue preso de las
ambiciones militares y de cierta complicidad civil que permitió en junio de 1966 el
ascenso del general Juan Carlos Onganía, que a la cabeza de la "Revolución Argentina"
mandó a guardar las urnas "por tiempo indeterminado".

Argentina 1930-1940: nacionalismo integral, justicia social y clase obrera

Introducción

El nacionalismo integral argentino de la década de 1930 y la clase obrera aparecen


generalmente en la historiografía argentina como dos conceptos opuestos, inclusive
contradictorios{note id=1}. Desde las páginas del periódico conservador La Fronda, y
desde La Nueva República, el grupo de jóvenes nacionalistas que elaboraron los
lineamientos ideológicos de lo que sería el nacionalismo integral argentino, pretendían
dar una respuesta a lo que consideraban como los productos lógicos de los ideales
implantados por las élites liberales de 1830, perfeccionados por la ideología positivista de
las élites de fines de la década de 1890. El sufragio universal implantado con la ley Sáenz
Peña da expresión política a las nuevas clases medias, al igual que la inmigración europea
da fuerza considerable a la clase obrera argentina. Estos desarrollos políticos y
sociológicos cambian substancialmente a un país, sobre todo uno que, incluso para las
élites liberales que lo proyectaron, se escapaba de sus planteos ideológicos.

En realidad las élites liberales, especialmente las élites modernistas del centenario,
pensaban más en términos de liberalismo económico que en términos de democracia
integracionista. El gobierno populista de Hipólito Yrigoyen fue el primer intento
democrático populista de integración nacional. Sin embargo, para las corrientes
nacionalistas integralistas surgidas en gran parte en el seno del partido conservador, tanto
el yrigoyenismo como las ideologías clasistas que provocaron durante las primeras
décadas del siglo los conflictos gremiales que tanto repercutieron en la opinión pública
argentina, representaban dos caras del mismo proceso de desintegración nacional. El
nacionalismo integral argentino, desde el comienzo de su desarrollo ideológico a fines de
1928, era enemigo tanto del Radicalismo yrigoyenista como de las organizaciones
representativas de la clase obrera, que se basaban en las mencionadas ideologías
positivistas de conflicto de clase. También, el proceso inmigratorio en Argentina, como la
constitución de fuertes gremios obreros dominados por el socialismo y el anarquismo,
cuyos miembros en gran número eran extranjeros, contribuían a una clara sensación que
la dicotomía entre lo foráneo y la identidad nacional implicaba la dicotomía entre una
ideología de modernización liberal, basada en principios racionalistas utilitarios, y una
ideología nacionalista integral que represente el sentimiento y la identidad de la nación
argentina.

En el curso de la década de 1930, luego del fracaso del proyecto corporatista uriburista y
de la restauración del régimen oligárquico en forma de democracia restringida, el
nacionalismo integralista argentino evoluciona hacia una tendencia cercana al
nacionalismo populista. El nacionalismo populista intransigente, especialmente el
desarrollado por los jóvenes yrigoyenistas de FORJA a partir de mediados de la década
de 1930, es un desarrollo moderno del caudillismo populista y del nacionalismo
económico del yrigoyenismo, y por lo tanto tiene raíces ideológicas diferentes del
nacionalismo integralista. Sin embargo, ambas tendencias rechazaron el positivismo
modernizante de las élites liberales, defendían el proceso de recuperación de la identidad
nacional rescatando la figura histórica . de Juan Manuel de Rosas, y aducían que esta
identidad era afectada por las corrientes inmigratorias y las ideologías foráneas que se
suponía provenían de tales inmigraciones. Ambas tendencias bregaban por el
nacionalismo económico y, durante la Segunda Guerra Mundial, exigían la neutralidad.
Al oponerse a la inmigración, ambas corrientes en realidad se oponían al programa de
modernización liberal de las élites libérales. El momento de mayor acercamiento entre
ambas corrientes se dio durante la "Década Infame", cuando el nacionalismo integralista
sentía la necesidad de asumir conceptos anti-imperialistas y, en ciertos casos, también
desarrollistas. Esta evolución hacia una postura modernista que adelantaba el futuro
lenguaje del peronismo, relacionado a la independencia económica y a la justicia social,
ponen al nacionalismo integral argentino en una nueva posición frente al problema de la
clase trabajadora como parte integral de la nación. La crítica a los partidos políticos
representantes de los intereses de la clase obrera no fue transformada, pero el problema
del produccionismo y de las condiciones de vida de la clase obrera, que representa la
fuerza viva de la nación, son asumidas como parte inherente de la teoría del estado
nacionalista.

Como veremos seguidamente, esta concepción surge de las particularidades de la misma


evolución ideológica' dentro del nacionalismo integralista que apareció desde principios
de siglo en Europa. Su mensaje fue bien percibido por los intelectuales nacionalistas,
quienes, desde las páginas de La Nueva República en 1928, comenzaron a desarrollar en
Argentina una concepción política alternativa al liberalismo de las élites fundadoras y del
socialismo marxista, o reformista. Contrariamente a lo que se asume convencionalmente,
este desarrollo ideológico adelantó en gran medida al discurso peronista, que fue el
movimiento popular que dio expresión máxima a la unión del estado nacionalista con la
clase obrera.

El nacionalismo integral:

teoría de una ideología alternativa al liberalismo y al socialismo marxista

El nacionalismo orgánico o integral, cuya influencia en el nacionalismo argentino de la


década de 1930 es evidente, tuvo sus orígenes en Europa de principios de siglo en los
escritos de intelectuales franceses, italianos y alemanes, quienes entendieron que los
principios racionalistas, materialistas y utilitarios surgidos durante la Revolución
Francesa, basados en la filosofía de los derechos naturales, no podían dar respuesta a los
nuevos problemas creados por la modernización económica y política en Europa. Para los
nacionalistas italianos Enrico Corradini y Gabriel D'Annunzio, o los franceses Charles
Maurras y Maurice Barres, la democracia liberal no sólo era responsable de derrotas
nacionales humillantes como la campaña italiana de Adowa en 1896, o la impotencia de
la tercera república francesa para recuperar las provincias perdidas en 1870, sino que
también era responsable de las injusticias económicas y sociales que producía el
capitalismo liberal.

El nacionalismo integral y su posterior desarrollo, el fascismo, pretendieron ser una


tercera vía entre el liberalismo y el socialismo marxista, viniendo a proponer otra
solución a los problemas presentados por la revolución tecnológica y la revolución
intelectual a la sociedad europea de principios de siglo{note id=2}. Aunque los procesos
de modernización económica y política en Argentina en particular y en América Latina en
general no equivalían a los europeos, es claro que la nueva intelectualidad nacionalista
argentina no reparaba en tales diferencias. Como bien lo definía Eugen Weber al analizar
a la Guardia de Hierro rumana, también un país agrícola, en el que los partidos de clase
obrera no amenazaban los intereses de la burguesía, produjo un partido fascista que
también llegó al poder{note id=3}. Eugen Weber recalcaba que en países de tales
características el fascismo podía desarrollar la función de movimientos de liberación
nacional. Pero lo que nos incumbe en este artículo, desde el punto de vista ideológico, es
que si bien el socialismo marxista fue la ideología que representó a la clase obrera
organizada y pretendió la emancipación de la clase obrera en términos universales, la
nueva síntesis ideológica producida por el nacional socialismo, y el fascismo, no podía
dejar de lado a la clase trabajadora que representaba en sí misma la fuerza viva de la
nación. Para este nuevo socialismo nacional erradicado de las raíces nacionalistas
materialistas y utilitarias del socialismo marxista y del liberalismo burgués, la clase
obrera debía estar integrada en la nación.

A principios de siglo (1910-1911), en la publicación de Les Cahiers du Cercle Proudhon


en Francia y La Lupa en Italia, convergían los discípulos de George Sorel, como Edouard
Berth, con nacionalistas provenientes de "L'Action Franraise", liderada por el francés
Charles Maurras. Allí quedó sintetizada la primera unión entre el pensamiento sindicalista
y el socialismo moral soreliano con el nuevo nacionalismo integral de Charles Maurras y
Maurice Barres. Esa síntesis, que influyó en gran medida en el desarrollo del
pensamiento sindicalista italiano, rompía con el antagonismo marxista entre burguesía y
proletariado. Como bien lo definía el sindicalista italiano Sergio Pannunzio, el viejo
conflicto de clases se transforma en choque entre un bloque conservador y un bloque
revolucionario{note id=4}. Al bloque revolucionario sólo podían pertenecer militantes
sindicalistas, anarquistas o nacionalistas radicales, mientras que tanto liberales como
socialistas marxistas, que comparten los mismos principios materialistas y racionalistas
de la sociedad y cultura burguesa, comprenden el bloque conservador.

En lo que respecta al concepto de proletariado, éste pierde significación para el


sindicalismo nacional, ya que el conflicto de clase se transforma en un conflicto entre el
capital productor y el capital financiero. En la clase productora, tanto el obrero como el
capitalista tienen intereses comunes y son los que componen la fuerza viva de la
nación{note id=5}. En este nuevo ordenamiento ideológico, la clase obrera pasaba a ser
parte integral de la nación y es así que, en lo que se refiere a su autoimagen, movimientos
como "L'Action Frangaise" en Francia o la "Cruz de Hierro de Szalazi" en Hungría, o el
movimiento "Rex de Degrelle" en Bélgica, que se originó atacando al hipercapitalismo
inhumano, no se veían como antisocialistas o antiobreros{note id=6}. Como declaraba
Ch. Maurras. "...existe una forma de socialismo que, extirpado de sus (características)
democráticas y cosmopolitas, se amolda al nacionalismo así como un guante a una
mano..."{note id=7}.

Antecedentes históricos

El nacionalismo integral argentino, al igual que sus pares en el mundo, vio los problemas
sociales y políticos de principios de siglo bajo la óptica del catolicismo social surgido en
1891, luego del Rerum Novarum del Papa Leo XIII. Para el catolicismo tradicionalista,
era claro que los problemas derivados de los procesos de modernización política y social
desembocarían en conflictos sociales, cuyas lógicas ventajas serían capitalizadas por los
revolucionarios marxistas. Partiendo de esa idea, un nuevo mensaje católico basado en la
concepción política tomista venía a proponer una solución católica a los sufrimientos de
la clase obrera. Esta concepción, aceptada y desarrollada por la derecha radical, tuvo
precedentes en el pensamiento de católicos liberales de la generación de 1890, como José
de Estrada, Miguel de Andrea, Pedro Goyena o Emilio Lamarca, cuyo lenguaje
principista, popularizado a partir de 1882, fue utilizado por la Unión Cívica Radical
desde 1890{note id=8}.

Los planteos sociales desarrollados por esta generación estaban dirigidos a ofrecer una
alternativa a las supuestas ideas revolucionarias disasociadoras traídas por las corrientes
inmigratorias de principios de siglo, pretendiendo dar una respuesta también al espíritu
cosmopolita y burgués que se sentía en la Buenos Aires de principios de siglo. A través de
una proposición moral, se pretendía recuperar esa unidad e identidad nacional. Esta
visión, como mencionamos, influyó en gran forma en las corrientes nacionalistas
integralistas surgidas del viejo conservadurismo argentino, ya que, en la era del fascismo,
entendían que el viejo paternalismo católico debía dar lugar a un nuevo nacionalismo
integral que, bajo el marco de un corporativismo de estado, pudiera dar solución al
problema de la sociedad de masas. Esta visión no influyó en la misma forma en las
corrientes nacionalistas populistas surgidas del ala intransigente del yrigoyenismo; sin
embargo, para las dos, el problema obrero estaba íntimamente ligado al problema de la
inmigración y de la pérdida de la conciencia nacional en Argentina. Para ambas
corrientes, por lo tanto, el problema obrero sería resuelto en el marco de una nueva
ideología nacionalistas{note id=9}.

En Argentina, los antecedentes históricos de una visión católica paternalista del problema
obrero datan de la labor de una de las figuras católicas más relevantes de principios de
siglo, el padre Federico Grote, quien creó los Círculos Sociales Obreros en 1892, cuya
función central, aparte de mejorar materialmente el nivel de vida de los obreros, era
proponer una alternativa idealista a los valores materialistas de la sociedad liberal.
Organizados al estilo de las "guildas", los Círculos tuvieron ciertas iniciativas de
legislación social que en muchos casos obtuvieron la colaboración de los socialistas{note
id=10}. Un claro ejemplo de los Círculos era la Liga Democrática Cristiana, que no era
propiamente un movimiento político pero que respondía en cierta forma al intento
intelectual de Emilio Lamarca de resolver la tensión entre el catolicismo y la política,
intento que se hace popular a partir del III Congreso de los Católicos Argentinos. Esta
liga crea a su vez una Academia de Ciencias Sociales y un Instituto Popular de
Conferencias, donde se debatían los temas ideológicos. del momento, aquéllos de carácter
universal y también los problemas particulares argentinos, como por ejemplo la Ley de
Residencia, cuya meta era impedir las actividades políticas de los inmigrantes. Existía
una cierta inocencia en el padre Grote, quien suponía que al extraer a los obreros del
marco de la influencia anarquista o socialista, los patrones responderían a sus justas
exigencias. Esta suposición fue prontamente desvirtuada en 1906, cuando la Sociedad
Argentina de Obreros del Puerto de la Capital, que era un gremio católico creado por el
padre Grote, fracasó en un intento de huelga portuaria con objeto de conseguir mejoras
salariales. El padre Grote, al igual que un alto número de los agremiados desilusionados
por la actitud patronal, abandonaron prácticamente el intento gremialista y la liga terminó
desmembrándose en 1908.

Sin embargo, los principios básicos de la Liga Democrática Cristiana perduraron, siendo
parte orgánica de la concepción que el ala católica del nacionalismo integral argentino
desarrolló con respecto al problema de la clase obrera. Así, por ejemplo, su programa
constitutivo estipulaba que "La Democracia Cristiana tomando distancia del
individualismo liberal y del socialismo colectivista, intenta la recuperación social bajo la
base de. la corporación que debe estar adaptada al progreso y a la sociedad moderna". En
tal sociedad "el individuo forma parte de la corporación, la corporación es parte del
estado y todos juntos componen la nación"{note id=11}.

Desde 1908, La Liga Social Argentina cubrió el lugar dejado por la Liga Democrática,
proyectando concepciones similares, especialmente a través de futuros integrantes del
nacionalismo argentino, como el padre Gustavo Franceschi, director de la revista cultural
nacionalista Criterio, el alto dirigente de la Liga Patriótica, Santiago O'Farell, o el
conocido economista Alejandro Bunge, desarrollador del pensamiento nacionalista
industrialista argentino, quien en esos momentos desarrollaba la función de presidente de
la Central de la Junta de los Círculos Obreros. Nuevamente la meta de la Liga Social
Argentina era sostener la organización cristiana de la sociedad, luchar contra "tendencias
subersivas" y "elevar económicamente e intelectualmente a las clases sociales"{note
id=12}.

La busca de soluciones al problema de los obreros argentinos en el marco de una


ideología alternativa al nacionalismo liberal fue también tema de investigación a fines de
1910, cuando en el Museo Social Argentino; fundado por el prominente nacionalista
Mario Amadeo (quien fuera luego miembro de la Liga Patriótica), se comenzó a
investigar la condición de los trabajadores en Argentina. Los informes del museo, que se
publicaban mensualmente, sobre las condiciones de vida del obrero argentino, las
huelgas, etc., tenían como fin elaborar sistemas alternativos de solución a las penurias de
la clase obrera, basados en la organización mutualista y cooperativista, e inclusive se
daba pie a la creación de gremios independientes, siempre y cuando éstos lucharan por
beneficios económicos propios y no se volcaran hacia ideologías totalistas de revolución
social{note id=13}. En líneas generales, no se podía ver en la tendencia de tales
investigaciones e informes nada que pueda interpretarse como el desarrollo de conciencia
de clase del proletariado, pero tampoco representaban un ataque a la clase obrera, ni a sus
organizaciones sindicales.

Entre los colaboradores más destacados del museo se encontraba un relativo número de
nacionalistas que se destacarían por su actividad política e intelectual durante la década
de 1930. Entre ellos, Carlos Ibarguren y Martínez Zubiria, y cierto grupo importante de
futuros miembros de la Liga Patriótica, como Manuel Montes de Oca, Lamarca y Joaquín
de Anchorena, quienes comenzaban a comprender que los problemas de la sociedad
moderna no podían ser solucionados de acuerdo a las viejas reglas de juego del régimen
liberal. Tampoco las medidas adoptadas por la élite liberal de democratizar el país a fin
de ofrecer una válvula de escape para las nuevas clases medias podían mantener el
equilibrio social. Carlos Ibarguren recordaba, en la conferencia en la Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales de Buenos Aires el 12 de agosto de 1932, que ya desde 1912 había
anunciado que la "evolución de la sociedad ha ido más ligero que los cambios en las
formas políticas..."; ello es equivalente a decir que la democracia se transforma en una
farsa si es que no hay "fuerzas preparadas para responder concretamente a tendencias e
intereses colectivos ... que... participen del gobierno y mantengan el equilibrio
social"{note id=14}. La proposición que surgía de esta conclusión era la necesidad de
que la democracia, en vez de ser un mero marco para el juego político, proveyera el
marco para una representación funcional. En otras palabras, en la nueva era, el
funcionamiento económico y social exige menos política, más tecnificación, más
producción, más vitalidad, bajo la cobertura de un estado corporativo.

Leopoldo Lugones y Manuel Gálvez:

el Estado potencia, vitalidad y espíritu productivista

El modelo corporatista,. o la democracia funcional, fue la proposición revolucionaria que


los nuevos nacionalistas integralistas, desde las páginas de la Nueva República,
intentaban presentar como alternativa a la democracia liberal (y sus consecuencias) en
Argentina, que, en su opinión, venía a ser el populismo yrigoyenista. Despreciando desde
un principio al nacionalismo yrigoyenista, a pesar de que éste también era una nueva
forma de nacionalismo con raíces ideológicas en la revolución cultural antipositivista, los
intelectuales congregados en La Nueva República, entendían que la nueva era que se
abría en el mundo no admitía soluciones de corte democrático populista o corporatista
constitucional, como en el caso del yrigoyenismo{note id=15}. Los hermanos Julio y
Rodolfo Irazustra, Ernesto Palacio y Juan Carulla, fundadores del periódico nacionalista
La Nueva República, influidos por la lectura del nacionalista francés Charles Maurras,
consideraban ya a fines de la década de 1920, que el nacionalismo integral podía ser
también relevante para países que no habían completado aún el proceso de
industrialización; y, a pesar de que el sueño monárquico de Maurras no fue adoptado por
razones obvias, el resto de una teoría que implicaba orden e integración nacional bajo un
régimen elitista fue adoptado por el nacionalismo argentino casi en su totalidad.

Argentina, que había sufrido la crisis económica de 1929 quizás en forma más dura que
los países industrializados dado el carácter dependiente de su economía, ya había
experimentado desequilibrios económicos inclusive peores durante 1913 y 1917. La
depresión y la falta de inversiones, más la imposibilidad de importar maquinarias,
pusieron al descubierto la debilidad de una industria casi inexistente. No cabía duda que
el sistema agro-exportador y la dependencia de los mercados del exterior, y
fundamentalmente de los ingleses, era una fórmula que debía terminarse. Esta clase de
pensamiento anti-imperialista comenzó a desarrollarse a fines de la década de 1920,
aunque verdaderamente cobró fuerza en 1930, bajo el impulso de los jóvenes
yrigoyenistas de FORJA{note id=16}. Resultaba claro, de acuerdo al análisis de los
nacionalistas de La Nueva República como posteriormente de los de FORJA, que el
régimen liberal era el sustento de la dependencia y el subdesarrollo. "En el nivel
internacional, el laissez faire implica para países sin capital ... la imposibilidad de
completar su régimen de economía nacional con la creación de industrias... "{note
id=17}. Por lo tanto, un nuevo pensamiento desarrollista, industrialista y anti-imperialista
comenzó a darse en varios círculos conservadores, como también en círculos del ejército.

El mensaje industrialista de economistas conservadores como Alejandro Bunge, que creía


en la combinación operativa entre liberalismo político y nacionalismo económico, era
complementado por el del poeta Leopoldo Lugones, que, a diferencia de Bunge, entendía
que la modernización industrial sólo puede realizarse bajo un estado organizado
corporativamente. Tanto Bunge como Lugones atacaban el populismo yrigoyenista a
razón de que éste representaba una forma populista no ordenada de participación popular,
cuya consecuencia lógica era el reformismo económico, el cual es contrario a los
intereses vitales del país: industrialización y produccionismo{note id=18}. Sin embargo,
Alejandro Bunge aplaudió el gobierno radical de Marcelo de Alvear porque durante su
administración la industria tuvo un gran impulso, producto de una política proteccionista
y de apoyo a inversiones industriales. Esta política, por otra parte, favoreció
considerablemente las inversiones americanas, que se duplicaron en el período de 1923 a
1927, a desmedro de las inversiones inglesas, que sólo aumentaron en un 5%{note
id=19}.

Este proceso industrial, que abría nuevas fuentes de trabajo, implicaba que muchas de las
políticas reformistas en cuanto a salarios, y en cuanto a resoluciones pro-obreras en
conflictos laborales llevados a cabo por la administración populista de Yrigoyen, debían
ser bloqueadas{note id=20}. Yrigoyen había desarrollado una política obrerista muy
particular, cuyo significado tuvo repercusiones también para los nacionalistas
integralistas. Lejos de poder decir que la política yrigoyenista era pro-obrera - y el
ejemplo de la actitud del gobierno yrigoyenista durante la Semana Trágica en enero de
1919 lo prueba -, es claro, por otra parte, que la concepción yrigoyenista según la cual el
estado ha de promover la armonía social en lugar de reprimir a la clase obrera, sumada a
varias reformas sociales importantes llevadas a cabo durante su administración,
produjeron la sensación que el yrigoyenismo era obrerista{note id=21}. La relación de un
gobierno nacionalista populista interventor y mediador en problemas gremiales, y un
gremialismo que rompe con el ideologismo internacionalista, se puede observar en la
relación del gobierno de Yrigoyen con FORA IX, la sección del sindicalismo "puro" que
se desliga de la sección anarco-comunista universalista que seguía los lineamientos del V
Congreso de FORA{note id=22}.

Influidos por Sorel, los seguidores de FORA IX entienden que sólo el sindicato es la
escuela revolucionaria que debe transformar la sociedad. Sin embargo, es posible sugerir
que la relación con el yrigoyenismo se da por razones similares a aquéllas por las cuales
los alumnos de Sorel encontraron un idioma común con la Acción Francesa, que
representaba un nuevo concepto de nacionalismo.

También, el yrigoyenismo se presenta como movimiento nacional, que desprecia la


política burguesa, tanto socialista como liberal. Y, por lo tanto, es el gobierno
yrigoyenista un mejor mediador de conflictos sociales y laborales que los políticos
corruptos del sistema político liberal.

A pesar de que el populismo yrigoyenista había tenido pretensiones integralistas y


promovió el nacionalismo económico, su "populismo de comité", y la falta de visión
industrialista, lo ponían en ojos de los nacionalistas integralistas congregados en La
Nueva República como un movimiento político que no se ajustaba a las necesidades de
una nueva era que exigía disciplina y organización.

El estado produccionista, basado en un marco corporativo controlado por un gobierno


fuerte que armonice los diversos intereses, era un modelo de estado del nacionalismo
inspirado en el pensamiento político del poeta Leopoldo Lugones. Leopoldo Lugones,
quien fuera en el marco nacional el que más influencia ejerciera sobre los nacionalistas de
La Nueva República, tuvo, durante su juventud, una participación activa en el Partido
Socialista de su Córdoba natal, a fines del siglo pasado. Sin embargo, Lugones
experimenta el mismo proceso que un gran número de intelectuales marxistas de la
época, quienes, al perder fe en la conceptualización racionalista, economicista y
materialista del marxismo, evolucionan a una concepción diferente, basada en la fuerza
revolucionaria de la nación, que pasa a sustituir a la clase social. Es así que el joven
marxista Leopoldo Lugones afirmaba, ya en 1896, que "sufragio universal igualitario,
el...imperio de la mediocridad (es sustituido) por la concepción jerárquica de la sociedad
liderada por el conocimiento y la inteligencia ..."{note id=23}.

Esa tendencia elitista no le impedía a Lugones apoyar en forma activa conflictos obreros
y desplegar un odio inapelable a la sociedad burguesa, fundamentalmente a la clase
política del país. En el periódico La Montaña, que coeditaba con José Ingenieros,
Lugones tenía una sección fija, "Los políticos del país", desde donde criticaba
arduamente a la politiquería democrática, no retaceando adjetivos para los políticos
socialistas también. Era claro, por lo pronto, que el camino de Lugones en el partido no
podía proseguir mucho tiempo. Su admiración por la revolución soviética no se desligaba
de su admiración por la revolución fascista, dado a que lo que movía a Lugones era el
espíritu heroico y revolucionario que se perfilaba en ambas revoluciones. Sin embargo, la
revolución soviética, pese a haber sido un acto heroico, fue traicionada, según Lugones,
porque el "materialismo marxista era gastronómico", equivalente a decir que perdía su
espiritualidad{note id=24}. No obstante, los impulsos industrialistas y voluntaristas de
Lenin y Mussolini, que exhiben idéntica linea programática, provocaban la admiración de
Lugones{note id=25}.

En La Patria Fuerte, La Grande Argentina y El Estado Equitativo, publicados en 1930,


Lugones despliega su pensamiento productivista para Argentina, pensamiento basado en
cualquier molde que sirva para transformar a Argentina en potencia. Para Argentina, el
sistema parlamentario no sirve, ya que éste "es...una expresión genuina de la creación
anglosajona. Todo es deliberativo en el mundo anglosajón,..." - sostenía Lugones, de
modo que en ese mundo el laissez (aire funciona perfectamente, pues surge de la propia
personalidad del anglosajón, que es básicamente empresario, mientras que "el latino es
artista"{note id=26}. De ahí que el laissez faire puede transformar a los Estados Unidos
en potencia, mientras que para Argentina el fascismo sintetiza el espíritu latino (artista)
con la productividad y la eficiencia. "Para realizar lo nuestro ... que no es ideología
anglosajona ... sino realidad latina, no se debe copiar al fascismo ya que se caería en el
mismo error de los liberales, pero sin ninguna duda lo que se debe hacer es orientarnos en
esa encrucijada de civilización"{note id=27}.

En La Grande Argentina, Lugones ovaciona el sistema de producción integral de los


Estados Unidos, que representaba para Lugones, no el símbolo del liberalismo
doctrinario, sino del pragmatismo productivo; del nacionalismo y del conservadurismo.
De ahí la necesidad de un primer paso de protección de la industria nacional, aunque ello
debe hacerse sin caer en el proteccionismo antieconómico. La proposición lugoniana era
un estado fuerte, organizado corporativamente y conducido por el ejército, que es el
símbolo del patriotismo y de la vitalidad necesaria para una sociedad que ha de ser
pujante. En la carta constitutiva de la Guardia Argentina en 1933, en la que Lugones
pretende unificar a las fuerzas del nacionalismo, éste sintetiza un programa político,
detallando su concepción de nacionalismo e integración social en el régimen corporativo.
El liberalismo implica dependencia para Argentina. Bajo el sistema liberal, "no nos queda
más nada que nuestra propia existencia, que es la existencia de una colonia bajo el
liberalismo económico"{note id=28}. Por cierto, el autoritarismo y el productivismo
lugoniano le quita perspectiva del problema social incluido en dicho programa de
productividad.

Lugones partía de la base que Argentina, al igual'que los Estados Unidos, era un país en
el que no se deberían dar los conflictos sociales en la misma forma que se daban en
Europa. El interés del obrero tenía que ser en definitiva también el interés del empresario
de una industria que recién comenzaba a dar sus primeros pasos en el mercado interno.
Sin embargo, como afirmaba Manuel Gálvez, en el fascismo conviven dos aspectos: "uno
es el socialismo, el otro el orden"{note id=29}. Según Gálvez, Lugones no sintió el
aspecto socialista del fascismo porque no amaba para nada al pueblo. Sin embargo, a
pesar de la evaluación de Gálvez, Lugones entendía que el concepto de democracia y
justicia social estaba unido a las tradiciones preliberales de la nación argentina. El
concepto de justicia social y, por ende, de beneficio a las clases trabajadoras, está
explícito en el concepto de "democracia como organización social", la cual, como
suponía Lugones, estaba desligada del concepto de democracia política{note id=30}.

Manuel Gálvez en cierta forma complementaba el produccionismo de Lugones, con un


mayor acento en la parte social{note id=31}. El productivismo y el vitalismo de un
pueblo unido, integrado, no podían venir a cambio de justicia social y reformismo en el
campo obrero. Manuel Gálvez, al igual que los hermanos Julio y Rodolfo Irazustra,
fueron los intelectuales nacionalistas que iniciaron la revisión del yrigoyenismo,
provocando duras críticas entre sus colegas, y ello a razón de que entendían que un
nacionalismo integral con características modernistas no podía obviar a las masas
populares. Sin embargo, esta revisión o reconsideración del populismo yrigoyenista que
Gálvez o los Irazustra realizaban, no implicaba la aceptación del concepto de clase del
proletariado, sino que, por el contrario, pretendía probar justamente lo opuesto, que la
política popular de Yrigoyen, o el obrerismo de Yrigoyen, no tenía nada de
revolucionario en el sentido de conciencia de clase. En una discusión que mantuvo
Manuel Gálvez con Julio Irazustra en las páginas de La Nueva República, decía Gálvez
que "...elogiar la política obrerista de Yrigoyen, que no fue precisamente avanzada, no es
caer en el revolucionarismo... ¿Fue acaso Yrigoyen revolucionario sólo porque se
interesó en el trabajador, porque dictó leyes útiles, y porque no apoyó al capital
permaneciendo neutral? Evidentemente no"{note id=32}.

Julio Irazustra, por su parte, respondía que, "Nuestro nacionalismo ... no es más amigo
del capital que del trabajo, y no lo defiende en todos los casos ... Pero como somos
realistas, tampoco somos sus enemigos..." Refiriéndose directamente a Yrigoyen,
continuaba Irazustra, "...la persecución inmotivada del capital sería la ruina del país y
junto con ella la de los trabajadores"{note id=33}. Esta discusión, que aprovechaba como
excusa a Yrigoyen y su política obrera, en realidad era una discusión teórica mucho más
amplia, relacionada al desarrollo nacional, a la independencia económica y al papel que
juegan las masas trabajadoras en la nación. El yrigoyenismo representaba a la masa
popular, y Manuel Gálvez entendió que lo que le faltaba fundamentalmente al fascismo
argentino era justamente eso. En su libro Vida de Hipólito Yrigoyen: el hombre del
misterio, Gálvez intenta explicar la cercanía del fascismo al yrigoyenismo. Tanto uno
como el otro movilizaba al pueblo,, al tiempo que lo controlaba con el régimen o el
espíritu corporativo. En su famoso testimonio político ate pueblo necesita, escrito en
1936, Manuel Gálvez vuelve a resaltar las raíces socialistas del fascismo. Son esas raíces
las que los nacionalistas uriburistas argentinos no alcanzaron a comprender. Estos
nacionalistas, según M. Gálvez, "son dictatoriales y militaristas pero no fascistas",{note
id=34} ya que el fascismo, entre otras cosas, es "izquierda cuando disminuye el poder del
capitalismo"{note id=35}. Es así que Gálvez considera el izquierdismo fascista, no como
una solución al problema del obrero en términos de conciencia de clase, sino en términos
de integración al país, sosteniendo que esta tendencia ideológica es mucho más radical en
sus aspectos económico-sociales que el programa mínimo del Partido Socialista: "Para
que el estado sea rico es necesario concluir con las grandes fortunas"{note id=36}.

En realidad, esta posición de Gálvez con respecto a las necesidades del país, a la obra
social del fascismo y al yrigoyenismo, fue compartida por otros nacionalistas, como los
hermanos Irazustra. Sin embargo, antes de la aceptación del yrigoyenismo como
movimiento que se acerca a las concepciones ideológicas del nacionalismo integral, éstos
también se referían al fascismo como el único sistema político que podía resolver el
problema de la productividad bajo un marco de justicia social: "Los países de gobierno
fuerte y personal han sido aquéllos que han dado un estatuto mejor a los trabajadores. El
imperio alemán y la Italia fascista les han asegurado condiciones de vida con que ninguna
democracia puede ni siquiera soñar"{note id=37}. Esta fórmula era la más propicia para
resolver los problemas de la nación argentina, en proceso de desarrollo y en busca de
independencia económica e identidad nacional.

El convencimiento de que en una revolución nacional basada en la ideología del fascismo


los obreros argentinos son imprescindibles es un concepto que comenzará a tomar fuerza
durante la década de 1930, reconocida como la "Década Infame" por el nacionalista José
Luis Torres{note id=38}. Si bien durante esa década comenzó a desarrollarse el
pensamiento del nacionalismo económico surgido de las filas de los jóvenes yrigoyenistas
de FORJA, ello no quita que en las mismas conformaciones nacionalistas integralistas, el
nacionalismo económico y la visión de la solución del problema obrero en el marco de
una sociedad productiva no se tratase en todos sus aspectos.

Nacionalismo y obrerismo:

justicia social y revolución en el imaginario del estado nacionalista

La organización del nacionalismo en grupos paramilitares, como la Legión Cívica, La


Liga Republicana, Legión de Mayo, y, luego, en La Alianza Nacionalista, obedece al
proceso de radicalización del nacionalismo argentino después de haber asumido el
fracaso del uriburismo y sus reformas corporatistas. La Legión Cívica, por ejemplo,
creada a instancias del general Uriburu mismo y que contó en sus comienzos, en 1931,
con líderes (en lo civil y militar) como el nacionalista Juan Carulla y el general
nacionalista Juan Bautista Molina, estuvo lejos de ser un movimiento de masas. Sin
embargo, a partir de mediados de la década de 1930, quizás impulsada por la fuerza
ideológica de La Liga Republicana, su discurso militante tomó un cariz bien definido en
favor de un cambio revolucionario tanto político como social, poniendo especial énfasis
en los derechos y deberes de la clase trabajadora en el estado nacionalista. En 1933
aparece, en su Ley Orgánica, la exigencia a los legionarios "...virtud heroica y espíritu de
sacrificio". Se trataba de ser la punta de lanza de una revolución con connotaciones
sociales; una revolución en que el estado moderno pase a ser el promotor de una reforma
productivista y el responsable de que haya justicia social, aunque ambos conceptos
parezcan, a primera instancia, contradictorios.

En el nacionalismo argentino esto no parecía contradictorio, ya que el concepto de


justicia social, tanto en el nacionalismo de derecha como en el populista, no tenía ninguna
relación con el concepto desarrollado por el "welfare state" sino que se relacionaba con el
sentido de comunidad de la sociedad preliberal. En la labor de revisión histórica realizada
por intelectuales nacionalistas que pretendían recuperar y reevaluar la figura histórica de
Juan Manuel de Rosas, lo que se intentaba básicamente era exponer los valores
autóctonos del caudillismo y del sentido comunitario, integral y tradicionalista de la
sociedad frente a lo que sostenían eran los modelos de democracia liberal importados de
Europa y Estados Unidos{note id=39}. Era de esperarse que en una sociedad en las
condiciones de Argentina, sus nacionalistas coincidieran en que la recuperación de la
identidad nacional, la independencia económica, la creación de una sociedad productiva y
la justicia social basada en la solidaridad pre-liberal eran conceptos coincidentes, bases
para el desarrollo de una sociedad moderna y productiva. Para ello era necesario
transformar la constitución política del país, destruyendo la tradición liberal democrática
oligárquica que, según el nacionalismo de derecha como el populista, era responsable de
la condición de dependencia económica y cultural del país.

Cuando los nacionalistas cayeron en la cuenta que la revolución de Uriburu se


transformaba en el retorno de los conservadores al gobierno, los nacionalistas se
preocuparon de dejar en claro que esta nueva era no significaba el retorno a la política
constitucional anterior. Los partidos conservadores reunidos en la Federación Nacional
Democrática bregaban por el retorno a la política constitucional, mientras que, para los
nacionalistas, "no hay solución dentro del régimen; la crisis por la que estamos pasando
es una crisis del régimen mismo"{note id=40}. El cambio de régimen implica un estado
intervencionista que no desprecie el valor real del trabajo. En el régimen corporativo, o,
como lo definiría Carlos Ibarguren, en la "democracia funcional", la intención es "dar una
representación real a las fuerzas vivas de la producción, que son la nación misma..."{note
id=41}. En esta idea se basó el primer intento práctico del nacionalismo de realizar una
experiencia corporativa a nivel provincial, cuando las posibilidades de realizarla a nivel
nacional eran prácticamente nulas.

Conformando en la provincia de Córdoba un gobierno que reuniera a las fuerzas vivas de


la nación, Carlos Ibarguren intentó introducir los lineamientos ideológicos de la
Revolución de Septiembre. Desde el punto de vista económico, muchas de las reformas
realizadas por Carlos Ibarguren reflejaban el espíritu corporatista o de representación
funcional, aunque por el momento era claro que ese ensayo no contaría con lo esencial
para el funcionamiento del mismo: el estado autoritario como último apelante. A pesar de
ello, según atestigua el propio Carlos Ibarguren, muchas de las medidas funcionaron
exitosamente y ello gracias al control que la Junta Ejecutiva Económica tenía sobre los
precios del consumidor, y al hecho que en el Consejo Económico de la Provincia todos
los factores socio-económicos de la provincia estaban representados, incluyendo
empleados y patrones. No cabía duda, según Ibarguren, que la vida económica del obrero
simple y del pequeño productor se veía beneficiada en tal esquema.

Sin embargo, quizás el experimento más destacado en materia de organización


corporativa fue el desarrollado por el gobernador de Buenos Aires, Manuel Fresco, en
1936. Fresco, un político conservador, admirador del fascismo, que llega a la gobernación
de la provincia de Buenos Aires por medio del fraude, aplicó, con respecto a la "cuestión
social", un criterio muy similar a las formulaciones peronistas. Fresco reprimió con mano
de hierro a la izquierda y se encargó de implantar la educación religiosa obligatoria en las
escuelas de la provincia. No obstante, su política hacia la clase obrera fue inclusiva,
puesto que entendía que la representación obrera era inconducente. El Acta Orgánica del
Trabajo, de 1937, presentada al senado por el senador Roberto Noble en nombre de
Fresco, introduce un sistema de representación para los trabajadores, en el cual los
gremios tendrían el reconocimiento del estado, quesería el árbitro final de sus demandas.
En definitiva, el espíritu de tal proposición yacía en que, a diferencia de los viejos
conservadores, en este nuevo intento inspirado en el nacionalismo fascista, el estado era
independiente de los intereses de las clases burguesas propietarias. Esta tendencia que
Fresco intentó, entre otras cosas, aplicar en la provincia de Buenos Aires, ya se perfilaba
como tema central en las principales publicaciones nacionalistas{note id=42}.

En el periódico Combate, que era el órgano ideológico y propagandístico de La Legión


Cívica, se daba expresión a tales fórmulas autoritarias como única base para un sistema
económico justo y productivo. En la fórmula del estado corporativo, es "todo para el
estado, nada fuera del estado y nadie contra el estado"{note id=43}. Dentro de ese marco
se hacen referencias constantes al papel del trabajador en la nueva Argentina. .."El control
y dirección de la nueva sociedad será siempre de la competencia del estado, pero del
estado no en su arcaico concepto filosófico, y formado en la práctica por un conjunto de
burócratas atrincherados en dogmas abstractos y pertrechados con la codificación absurda
de un derecho de clase..." Por el contrario, "el estado moderno, debe crear trabajo, debe
distribuir la producción y ser guardián de la salud física del obrero"{note id=44}.

El velar por los intereses reales del obrero aparecía como el elemento fundamental en el
concepto de justicia social del nacionalismo: "El mejoramiento de la justicia social que
sostiene el nacionalismo significa seguridad en el trabajo, equidad en el salario, vivienda
decorosa y posibilidad de desenvolverse y alcanzar un mejoramiento progresivo y
continuo"{note id=45}. Las formulaciones de justicia social no representaban un mero
intento demagógico destinado a destruir la lucha de los partidos obreristas contra el
sistema. La justicia social, para el nacionalismo argentino, representaba el contenido
práctico del sentido comunitario del nacionalismo orgánico.

Para los nacionalistas argentinos, esta tendencia era anticapitalista y antiburguesa, ya que
no concebían la posibilidad que un sistema capitalista reformista basado en principios
materialistas y utilitarios de la democracia liberal pudiera desarrollar una proposición de
justicia social. En la práctica política y social, esta concepción se transformaba en la
negación de las leyes reformistas de protección del trabajador creadas por la
administración liberal y promovidas por el parlamentarismo socialista. La ley de despidos
11.729, votada por el gobierno en 1938, provocó enseguida la reacción y crítica patronal,
que se sentía perjudicada. Esta reacción fue apoyada por la prensa nacionalista puesto que
tales "...reformas avanzadas", como se decía hace 20 años, al deprimir y maniatar al
capital útil, dañan también, y en mayor grado, a la clase obrera{note id=46}. El apoyo a
la patronal no equivalía a tratar los conflictos obreros "...con el concepto antiguo que los
reducía a simples actos de indisciplina social y a no menos simples cuestiones de
policía"{note id=47}. Es decir, el apoyo al capital productivo no equivale para nada a
perjudicar los derechos a mejoras del proletariado, que asimismo tiene derecho a huelga
siempre y cuando ésta tenga justificación económica. Sin embargo, es justamente en el
estado burgués en donde la huelga tiene justificación, porque "`la democracia liberal
parlamentaria es simplemente una creación burguesa para la defensa de privilegios"{note
id=48}. El estado autoritario corporativo era el único instrumento anti- burgués que podía
nivelar, por lo tanto, los intereses del proletariado y del capital productor.

Afirmaba el periódico Combate que "El nacionalismo tiende a un mejoramiento social


pues el actual régimen capitalista liberal que hoy impera en el país, y en la mayoría de las
naciones del mundo, es a todas luces injusto e inhumano"{note id=49}. Asumiendo una
posición de entendimiento hacia las condiciones actuales del proletariado, se menciona
que "el proletariado de la era presente no tiene patria. ¿Cómo pueden hablar de patria,
hombres que carecen hasta de pan y de techo en su suelo natal? ... Si ellos nada deben a la
patria, si la patria no es de ellos..."{note id=50}. Es, por lo tanto, el nacionalismo, el
único movimiento que puede proveer de patria al proletariado. Sólo el nacionalismo
puede proveer la economía integral moderna a fin de resolver los problemas esenciales
del proletariado e impedir que éste caiga en "esa amalgama amorfa en organizaciones,
pero uniforme en anhelos de mejoramiento general"{note id=51}. En otras palabras, si
hay realmente partidos que perjudican a la clase obrera, ésos son los propios partidos que
pretenden representar a la clase obrera.

Juan Carulla, un intelectual nacionalista de gran influencia, quien, al igual que Lugones,
había evolucionado de la izquierda socialista al nacionalismo de derecha, fundó en 1932
Bandera Argentina, periódico de clara tendencia fascista, quizás el periódico nacionalista
más importante de la década del '30. Utilizando una argumentación soreliana, declara
Carulla firmemente, "no somos enemigos de los obreros. Por el contrario, aspiramos a
encontrar soluciones inteligentes para los problemas que ha suscitado el industrialismo
acelerado de los últimos años. Esas soluciones no las ha dado hasta ahora el socialismo,
ni las podrá dar en lo sucesivo. Del enmarañado complejo del marxismo y del
devenirismo revolucionario contemporáneo sólo se salva el sindicalismo...", que
desembocará en el estado corporatista moderno{note id=52}. Como bien lo entendía Juan
Carulla, director del periódico y conocedor del análisis soreliano, el mito sindicalista
termina unificándose con el estado corporativo.

Sin embargo, a pesar de este discurso nacionalista con claras connotaciones populistas, el
pueblo obrero no se volcó a las filas del nacionalismo hasta la llegada de Perón, quien,
más que nadie, supo interpretar el discurso del nacionalismo, agregándole su liderazgo
personal, o, en otras palabras, transformándolo de teoría en práctica.

La Alianza Nacionalista:

masa trabajadora y justicia social en el "peronismo" pre - peronista

La Legión Cívica no se convirtió en un movimiento de masas, y ello es la crítica que hizo


Juan Bautista Molina en 1941, cuando la Legión Cívica no contaba ni con los
contingentes necesarios para transformarse en un movimiento de masas, ni con la fuerza
de élite revolucionaria y de pureza ideológica como la de La Liga Republicana dirigida
por Alfonso de Laferrere: "Mi preocupación fundamental es lograr que las masas
populares se vayan identificando con los verdaderos propósitos del nacionalismo, proceso
que solamente podía producirse a través del tiempo, que ilumina los errores
propios..."{note id=53}. Sin embargo, ya en esa época existía el fenómeno político más
cercano al peronismo por su alcance popular - la Alianza Nacionalista - que continuó las
actividades de la Alianza de la Juventud Nacionalista. A comienzos de la década de 1940,
la Alianza fue el precedente más claro de los "descamisados" de Perón.

Los orígenes de la Alianza datan de 1937, cuando Juan Queralto, presidente de UNES
(Unión de Estudiantes Secundarios), la rama estudiantil de la Legión Cívica, descontento
con la falta de celo revolucionario de la Legión, crea la Alianza de la Juventud
Nacionalista. Aunque era fundamentalmente un grupo juvenil, contó entre sus miembros
a importantes figuras del nacionalismo, como Ramón Doll (ex socialista convertido en
nacionalista), Jordán Bruno Genta (nacionalista, virulento antisemita, cuya influencia
comenzó a sentirse en la década de 1940) y los coroneles Natalio Mascarello y
Bonifacino Lastra. En sus orígenes, estaba lejos de ser un movimiento popular; sin
embargo, en materia ideológica, ya se notaba con claridad su nacionalismo extremo y su
discurso proletario, percibiéndose su intención de utilizar símbolos revolucionarios de la
izquierda socialista.
Su programa político condensado en "Postulados de nuestra lucha", no se diferenciaba
mayormente de los postulados de la Legión Cívica; sin embargo, fue la Alianza
Nacionalista el primer movimiento nacionalista argentino en llamar a las masas
proletarias a un 1 de Mayo nacionalista. En los panfletos llamando a la conmemoración
de la Fiesta del Trabajo Argentino en 1938, la Alianza urge al obrero argentino a
aprestarse a conmemorar "con sentido argentino, la fecha que marca un jalón doloroso
pero triunfal en las reivindicaciones de los derechos del trabajo". Mencionando
directamente la contribución del obrero argentino a la nación argentina, en contraposición
a la del capitalismo explotador, el panfleto proclama, "Trabajador Argentino. La nación
vive y subsiste ... por la obra de tu esfuerzo inicuamente explotado por el liberalismo
capitalista ..."{note id=54}. El mensaje era sumamente claro: "¡Contra el capitalismo que
ha impuesto su infame tiranía sobre las masas obreras! ¡Contra el super capitalismo y el
marxismo! ¡Por la dignificación moral y material del proletariado argentino! ¡Por la
libertad económica de la nación! ¡Exigimos justicia social!"55. En la historia del
nacionalismo argentino, éste fue el primer movimiento que alcanzó a sintetizar elementos
ideológicos nacionalistas aristocráticos elitistas con el mensaje plebeyo y populista de
corte radical. Enemiga del capitalismo y del marxismo por un lado, no encuentra
contradicción entre el capital y la justicia social para el proletariado. El capital, "factor
imprescindible de la producción y creador de trabajo desempeña ... una verdadera función
social. Pero este capital no encuentra barreras dentro del liberafsmo..."{note id=56}.

Por primera vez se puede ver que el nacionalismo se basa más en la crítica al sistema
liberal que en el marxismo, el cual es considerado "...una reacción justificada contra la
opresión de esa fuerza explotadora y usurpadora de los beneficios del Trabajo...". Sin
embargo, el marxismo pertenece a la misma familia ideológica del liberalismo y, a pesar
de que "se dice anticapitalista, no pretende otra cosa que suplantar un capitalismo por
otro ... el capitalismo de estado, más funesto y más expresivo que cualquier otra forma de
capitalismo"{note id=57}. Entre el laissez faire liberal y el colectivismo marxista,
considerado una forma diferente de capitalismo de estado, la única solución es la armonía
de clases propuesta por el nacionalismo.

La Alianza Nacionalista iba a apoyar a Perón cuando éste sube al poder en las elecciones
de 1946. Presentando a las elecciones de 1946 candidatos a diputados, entre ellos al padre
nacionalista Leonardo Castellani, se adhirieron a la fórmula Perón-Quijano para la
presidencia de la nación. Este apoyo a Perón era lógico y se daba a pesar de que el
gobierno militar, y Perón en él, deciden declarar la guerra a Alemania, en contra de los
principios de la Alianza, que era claramente antisemita.

La famosa marcha del 17 de octubre de 1945, tras la cual Perón fue liberado de Martín
García, fue cálidamente recibida por la Alianza, ya que aquélla representaba una lección
para socialistas y marxistas de que el pueblo trabajador por fin se movilizaba bajo un
lema diferente al socialismo internacionalista y clasista. Pese a que no existía aún un
convencimiento total sobre la claridad de conducción de Perón, la meta era clara: "El
tiempo ha de colocar en las limpias manos del nacionalismo la conducción de esa masa
proletaria, para llevarla en armonía con los demás elementos de la sociedad a la conquista
de la justicia..."{note id=58}. La unión del proletariado nacional argentino incluye a todo
quien sea productor, tanto capitalista como obrero: "Aquí en la Alianza, unidos en un
común afán de liberación argentina y de solidaridad social, el obrero de alpargatas, el
joven estudiante, el peón rural, el estanciero criollo y el industrial honesto se sienten
camaradas"{note id=59}.

Conclusión

El nacionalismo de derecha argentino no fue meramente restaurador, o antimodernista, y


su planteamiento económico y social, aunque no racionalmente articulado, en cierta
forma adelantó al peronismo. Durante la década de 1930, el nacionalismo de derecha
argentino, en sus ramas más importantes, desarrolló un pensamiento anti-imperialista y,
en su modelo de estado corporativo, el problema social de la clase obrera aparecía
formulado en diversas formas. Lo particular de este pensamiento nacionalista es que
intentó sintetizar la busca de la identidad nacional, el desarrollo de una política
productivista y el planteo de una postura social en la que el concepto de justicia social,
que fue tan importante para el peronismo, se veía con claridad.

Generalmente en dictaduras desarrollistas, como definía James Gregor al fascismo y a


otros intentos desarrollistas de diverso carácter autoritario, el elemento fundamental es el
produccionismo o, en otras palabras, la creación del capital nacional. En Atgentina, la
tendencia produccionista planteada por los nacionalistas intentaba ser sintetizada con el
concepto de justicia social, y las razones de esta particularidad se explican por las
características del desarrollo económico argentino, que era bien diferente al de países
tercermundistas o al de la Italia fascista.

Esto hizo ver a sectores importantes del nacionalismo de derecha argentino que el
problema central argentino era la dependencia económica, y un sistema distributivo más
justo, que era impedido por las condiciones de tal dependencia económica.

El proceso de industrialización exigido por los nacionalistas, exigencia que se acentuaba


durante la época de la depresión, contemplaba que un país fuerte, independiente de los
vaivenes de las finanzas internacionales, debía ser integrador de la clase obrera nacional,
no solamente a través del discurso nacionalista sino a través del concepto de justicia
social que aparece en los populismos latinoamericanos y difícilmente aparece con tanta
claridad er: el fascismo. Esta integración, según el nacionalismo, nunca podía ser
realizada por los movimientos políticos basados en las ideologías racionalistas, sino por
una ideología orgánica, cuyas fuentes provenían de la revolución conservadora en
Europa, pero que también tenían origen en las tradiciones particulares de la Argentina pre
batalla de Caseros.

A pesar de los problemas creados por la gran depresión, Argentina seguía siendo un país
básicamente rico, sin los problemas estructurales de países tercermundistas o de
"industrialización tardía". Por ello es que el modelo corporatista peronista, precedido
ideológicamente por el nacionalismo, podía desarrollar un concepto de corporatismo,
cuyas implicancias para la clase obrera pueden apreciarse durante la época peronista. Sin
ninguna duda, la retórica nacionalista peronista, a diferencia de la nacionalista de la
década de 1930, fue acompañada por beneficios materiales claros para la clase obrera
corporatizada. El peronismo indudablemente transformó en hechos muchos de los
principios ideológicos desarrollados por el nacionalismo, tanto de derecha como
populista, durante la década de 1930.

Empero, debemos recordar que las particularidades del peronismo muestran un


movimiento más rico en la realidad que en su doctrina. De hecho, lo novedoso del
movimiento fue mucho más de lo que los nacionalistas podían llegar a suponer. Es por
ello también que una gran parte de los nacionalistas-integralistas no quisieron, ni
pudieron, acceder al peronismo, (no sucedió lo mismo con los nacionalistas populistas de
FORJA) ni Perón mismo tuvo demasiado interés en darles acceso al movimiento. En
definitiva, a pesar de que desde mediados de la década de 1930 el nacionalismo integral
argentino se "populariza", nunca pudo llegar a entender el verdadero contenido de masas
del peronismo. Más aún, quizás nunca quede fresca la referencia que citamos de Manuel
Gálvez acerca del nacionalismo argentino: "dictatoriales ... pero no fascistas". En efecto,
a pesar de la evolución hacia una mayor comprensión del pueblo, les faltaba lo que Perón
sí tenía: menos doctrinarismo y más pragmatismo.

Ley Sáenz Peña

En 1912 se dictaba la ley que limitaba las posibilidades de fraude electoral mientras
seguía excluyendo de la participación política a mujeres y extranjeros.

El 10 de febrero de 1912 el Congreso Nacional sancionaba la ley electoral que se conoció


por el nombre del presidente de la Nación, Roque Sáenz Peña. Las reglas de juego
electoral cambiaban; a partir de ese momento quedaba establecido, por ejemplo, que:

“Art. 1. Son electores nacionales los ciudadanos nativos y los naturalizados desde los
diez y ocho años cumplidos de edad.

Art. 5. El sufragio es individual, y ninguna autoridad, ni persona, ni corporación, ni


partido o agrupación política puede obligar al elector a votar en grupos.

Art. 39. Si la identidad (del elector) no es impugnada, el presidente del comicio entregará
al elector un sobre abierto y vacío, firmado en el acto por él de su puño y letra, y lo
invitará a pasar a una habitación contigua a encerrar su voto en dicho sobre.”

Solo los hombres votaban, debían ser argentinos o nacionalizados. La definición de


“ciudadanos” excluía así a casi la mitad de la población formada por mujeres y
extranjeros, quienes constituían una enorme proporción de la población trabajadora.

Pero además estaban excluidos del derecho al voto los habitantes de los Territorios
Nacionales, es decir aquellos que no constituían provincias, las cuales eran sólo 14 por
aquellos años, con una buena parte de población originaria.

La ley establecía junto con el voto secreto y obligatorio, cláusulas para la incorporación
de las minorías al parlamento mediante la “lista incompleta”, para permitir la integración
de la UCR e incluso del Partido Socialista a las instituciones del nuevo régimen.

Así, una pequeña parte de la población tenía derecho, en verdad, a ejercer el sufragio, el
más elemental de los derechos en los que se basan las democracias burguesas. Aun con
estos evidentes límites al ejercicio de la democracia, esta ley implicó una ampliación de
las condiciones de participación política de la ciudadanía. ¿Qué características tenía
entonces el régimen que esta ley vino a cambiar?

El régimen oligárquico

El “régimen conservador” que se consolidó hacia 1880 garantizaba la dominación


política de los sectores hegemónicos de la clase dominante, fundamentalmente los
grandes terratenientes vinculados a la exportación de materias primas y al capital
británico. Las clases dominantes se aseguraban el ejercicio directo y monopólico del
poder político a través de una serie de mecanismos.

Este sistema aseguraba, en primer lugar, el ejercicio de la presidencia al candidato


elegido por el partido gobernante con acuerdo de los gobernadores provinciales y, en el
último tramo, a través del funcionamiento del colegio electoral que elegía al presidente,
que no debía ser necesariamente el votado por la mayoría de los ciudadanos. A través de
este mecanismo previsto en la Constitución los ciudadanos votaban en forma indirecta al
presidente (fue así hasta la reforma constitucional de 1994) eligiendo electores que,
reunidos en Colegio electoral, podían modificar un improbable resultado adverso en las
elecciones fraudulentas.

Entre una instancia y la otra funcionaban diversas formas de fraude. Desde la


conformación de las comisiones empadronadoras, la formación del registro de electores,
la repetición del voto en diferentes lugares o la compra de sufragios. La práctica del voto
cantado que obligaba a los votantes a expresar su elección a viva voz frente a las
autoridades fue de las más criticadas -junto con la manipulación de los padrones y de las
actas- ya que exponía a los votantes a la presión o la represalia de los punteros electorales
e incluso de sus patrones.

Estas restricciones aseguraban el ejercicio monopólico del poder político en manos de


una reducida elite unida por lazos económicos y familiares a las clases más poderosas de
la sociedad. Este régimen, cuya razón de ser era excluir a las mayorías trabajadoras de
cualquier decisión, dejaba también fuera del aparato del Estado a sectores de la propia
oligarquía y, cada vez más, de los sectores medios de la población.

Los primeros cuestionamientos

Por esto el radicalismo surgió a fines del siglo XIX al calor del cuestionamiento de las
formas restrictivas del régimen conservador. Tres levantamientos radicales precedieron a
la ley Sáenz Peña, levantando como bandera la reforma política (en 1890, el que dio
origen a la Unión Cívica Radical poco después, en 1893 y en 1905).

En estos años la organización y la lucha de la clase obrera se transformó en un factor de


primer orden para impulsar una política transformista en la clase dominante. Medidas de
carácter coercitivo adoptadas desde el Estado, como la Ley de Residencia (1902), la Ley
de Defensa Social (1910), aunque golpearon ferozmente a los sectores más combativos
de la clase obrera, se habían mostrado insuficientes.

La oligarquía esperaba, modificando las formas de representación política, encontrar una


válvula de escape a la aguda lucha de clases protagonizada por la combativa clase obrera, uno
de cuyos momentos más álgidos tuvo lugar en los enfrentamientos del Centenario, un par de
años antes de la sanción de la ley. La Ley Sáenz Peña pretendía responder a la crisis de
legitimidad del régimen político como modo de garantizar la estabilidad del sistema
incorporando sectores más amplios a través de mecanismos de consenso. Esperaba, además,
seguramente, que los límites de la reforma volvieran a poner el gobierno en manos de algún
sector reformista del viejo partido conservador.

La Ley Sáenz Peña en funcionamiento

Sin embargo, en las elecciones parlamentarias de 1913, el Partido Socialista ganó la primera
mayoría en la Ciudad de Buenos Aires, ingresando por primera vez un socialista, Del Valle
Iberlucea, al Senado. En 1914 volvió a ganar el PS las legislativas de la Ciudad, sumando 5
nuevos diputados, mientras el radicalismo triunfaba en Entre Ríos y Santa Fe. En 1915, los
radicales controlaban las gobernaciones de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, y fueron segunda
fuerza en Buenos Aires.

En las elecciones presidenciales de 1916, la UCR obtuvo el 45,59 % de los votos en todo el país,
ganando así la presidencia con Hipólito Yrigoyen. En estas elecciones la UCR y el PS sumaron el
89,4 % de los votos en la Ciudad de Buenos Aires. Los conservadores tradicionales, que se
mantuvieron como partidos provinciales, alcanzaron un 25 % de los votos a presidente,
triunfando en la provincia de Buenos Aires por escaso margen. El Partido Demócrata
Progresista obtuvo un 13,23 % a nivel nacional, y el PS un 8,8 %, aunque en la Ciudad
alcanzaron un importante 41,3 %. [1]

La puesta en práctica de la ley fue un golpe para los representantes de la “vieja política”. Las
formas del régimen cambiarán ahora sujetas como estaban al mantenimiento de una base de
apoyo electoral.

Sin embargo, los nuevos representantes estarán tan atados como los viejos a los intereses de
la gran propiedad terrateniente y el capital extranjero. Los gobiernos radicales serán una
muestra de ello. Mientras tanto, la ampliación del juego electoral reforzará el ya profundo
reformismo del Partido Socialista, una de las direcciones más importantes de la clase obrera.
[2]

Los límites de la “democratización” que se impulsa con la Ley Sáenz Peña se encuentran
entonces en el mantenimiento de las relaciones de clase que se conservan intactas dentro del
modelo primario-exportador y en la conformación de la Argentina capitalista cada vez más
dependiente del imperialismo. Así, aunque formalmente se asumen algunos mecanismos
democráticos, el poder real –como en toda democracia burguesa y más aún en un país
semicolonial– sigue en manos de las grandes corporaciones, de los capitales nacionales y
extranjeros.

Desde la Revolución de 1890, la Unión Cívica se presentaba ante la sociedad como una
organización política que proponía una nueva forma de hacer política. Pero en su seno se
percibían notables diferencias entre sus dos conductores. Los objetivos de Alem y Mitre eran
notablemente diferentes. Sólo coincidían en expulsar a Juárez Celman del gobierno. Pero
mientras Alem luchaba por elecciones libres y transparencia gubernativa, el mitrismo, aliado
con el roquismo, pretendía recuperar el poder para colocarlo en manos confiables que
aseguraran que nada cambiaría.

Los conductores del Partido Autonomista Nacional, integrantes del reducido grupo político que
monopolizaba el control de la vida política argentina, advirtieron que urgía recuperar el poder
político, y la credibilidad debilitada desde los hechos del 90. Para ello debían pacificar la
sociedad y debilitar a la oposición. Con ese propósito incorporaron a algunos miembros de
ésta a la gestión de gobierno. Comenzaron las negociaciones y acuerdos con los sectores más
dialoguistas de la Unión Cívica. En ocasión de la campaña electoral para los comicios de 1892,
Roca y Pellegrini negociaron con Mitre, lo que no fue aceptado por Leandro Alem, quien al
frente de la fracción intransigente de la Unión Cívica creó en 1891, la Unión Cívica Radical. Los
sectores conservadores formaron la Unión Cívica Nacional, liderada por Mitre.
Los radicales proclamaban en su carta orgánica:

“Concurrir a sostener dentro del funcionamiento legítimo de nuestras instituciones las libertades
públicas, en cualquier punto de la nación donde peligren. Levantar como bandera el libre
ejercicio del sufragio, sin intimidación y sin fraude. Proclamar la pureza de la moral
administrativa. Propender a garantir a las provincias el pleno goce de su autonomía y asegurar a
todos los habitantes de la República los beneficios del régimen municipal.”

La Unión Cívica Radical se orientó hacia la intransigencia. Sus dirigentes negaron la legitimidad
del acuerdo entre mitristas y roquistas y decidieron pasar a la resistencia. El régimen, a través
del fraude y la transmisión del poder entre los miembros de la elite, cerraba todos los canales
legales de participación y expulsaba a la oposición del sistema. Leandro Alem declaraba: “No
derrocamos al gobierno de Juárez Celman para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo
derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la
voluntad nacional”.

Entre 1891 y 1893 se produjo un fuerte debate al interior de la UCR entre abstencionistas, que
planteaban no participar en las elecciones mientras subsista el fraude, y la concurrencista que
proponía no abandonar la lucha electoral.

Las elecciones de 1892 que llevaron a la presidencia a Luis Sáenz Peña, en las que se perpetró un
fraude monumental, volcaron la balanza a favor de los abstencionistas.

A principios de julio de 1893 se realizó una importante reunión entre el ministro del Interior, el
cívico Aristóbulo Del Valle, Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen. Los dos líderes radicales se
esforzaron por convencer a Del Valle para que diera un golpe de Estado y asumiera el gobierno
con el apoyo del radicalismo. El ministro se niega para “no sentar un funesto precedente”.
Fracasada esta gestión la Unión Cívica Radical se lanzó a la lucha revolucionaria.

La primera acción armada se produjo en la mañana del 29 de julio en San Luis, donde los
radicales encabezados por Teófilo Sáa atacaron el cuartel de policía, tomaron prisionero al
gobernador roquista Jacinto Videla y formaron una junta revolucionaria de gobierno.

En Rosario el movimiento fue dirigido por Lisandro de la Torre. Lisandro y sus hombres armados
con bombas y fusiles aportados por oficiales radicales de Zárate, tomaron la Jefatura de Policía y
lograron que la ciudad cayera en manos de los rebeldes. La rebelión se extendió a Santa Fe,
donde el lugarteniente de De la Torre, Mariano Candioti, al frente de unos 300 hombres tomó
los principales edificios del gobierno provincial expulsando a tiros a los roquistas y asumiendo el
30 de julio de 1893 como gobernador de la provincia.

En Buenos Aires, la revolución estalló el 30 de julio y fue dirigida por Hipólito Yrigoyen y su
hermano el coronel Martín Yrigoyen. Los revolucionarios recibieron la adhesión de los habitantes
de 88 municipios y nombraron al sobrino de Alem gobernador de la provincia. Yrigoyen, siguió al
frente del movimiento, coordinando las distintas acciones militares de su ejército de 3.000
hombres acantonado en Temperley, pero no quiso asumir la gobernación provincial y designó en
el cargo a su correligionario Juan Carlos Belgrano. El joven Marcelo T. De Alvear fue designado
Ministro de Obras Públicas del gobierno revolucionario.

Los hechos estaban tomando una magnitud nunca imaginada por los dueños del poder. El 10 de
agosto la Cámara de Diputados de la Nación aprobó un proyecto que recomendaba la
intervención a la Provincia. El ministro Del Valle se reunió en La Plata con Yrigoyen. Le advirtió
que ya no podía demorar más la represión y le rogaba que evitara “un baño de sangre”. Yrigoyen
decidió la disolución del gobierno revolucionario.

Pero el conflicto estaba lejos de terminar. El 14 de agosto estalló en Corrientes otro movimiento
revolucionario del partido liberal con apoyo radical. Los rebeldes tomaron Bella Vista, Saladas y
Mburucuyá y el 22 se apoderaron de la Capital provincial. Como ocurriera con Buenos Aires, se
decide la intervención federal.

Los movimientos revolucionarios de 1893 coincidieron con una aguda crisis económica. A
diferencia de la crisis del 90, que había afectado básicamente a las actividades urbanas como la
bolsa, los bancos y el comercio –por lo que el fenómeno revolucionario se había reducido
exclusivamente a las ciudades-, en la segunda mitad del 93 la crisis llegó a las zonas rurales, en
coincidencia con uno de los picos más bajos del precio internacional del trigo.

En septiembre los radicales de Tucumán se sublevan contra el gobierno de Prospero García. Los
combates duran varios días hasta que el 20 los revolucionarios logran tomar la provincia. El
gobierno nacional envía una división de 1.200 hombres al mando del general Francisco Bosch y
de Carlos Pellegrini que logra recuperar la provincia.

El movimiento comenzó a extenderse por todo el país, pero la falta de coordinación entre los
distintos focos rebeldes y la eficaz acción represiva llevada a delante por el General Julio A. Roca
y el ministro de Guerra y Marina, Benjamín Victorica, llevaron a la derrota de la sublevación, a la
detención de Alem y al exilio de Yrigoyen en Montevideo.

La frustrada revolución del 93 traerá múltiples consecuencias dentro y fuera del radicalismo. En
el seno del partido, durante los episodios revolucionarios se pusieron de manifiesto las notables
diferencias entre el fundador y conductor indiscutido, Leandro Alem y su sobrino, Hipólito
Yrigoyen. Las disidencias tenían que ver fundamentalmente con la profunda desconfianza que
sentía don Leandro por las convicciones revolucionarias de Yrigoyen. Lo sentía proclive a los
pactos espurios y a rodearse de los peores hombres con tal de lograr sus objetivos. Por su parte
su natural heredero, acusaba a Alem de ejercer una conducción demasiado principista,
intransigente y personalista que no dejaba lugar a ningún tipo de negociación, ni siquiera con las
figuras más “progresistas” del régimen conservador, como Roque Sáenz Peña o José Figueroa
Alcorta.

Los disensos se fueron profundizando en los años subsiguientes y los respectivos orgullos no
dejaron espacio para el diálogo superador.

Decía Alem en una carta a un amigo en 1895:

“Los radicales conservadores se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán
socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino
Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña y los radicales intransigentes nos iremos a la
mismísima mierda.”

Los que conocían bien a Leandro N. Alem sabían que estaba pasando un momento muy difícil.
Con gravísimos problemas económicos, porque había aportado todo su capital para financiar la
acción partidaria y las fallidas revoluciones; se lo veía muy deprimido y decepcionado por las
actitudes de sus correligionarios y convencido de que su famoso lema partidario “que se rompa
pero que no se doble” estaba entrando en desuso. Asqueado de la corrupción y el fraude del
modelo conservador y sintiéndose impotente para enfrentarlo, decidió suicidarse el 1 de julio de
1896.

Poco antes de tomar su última decisión, dejo lo que se conoce como su testamento político. Allí
decía entre otras cosas: “Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Sí, que se
rompa pero que no se doble. He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos.
¡Cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos
factores! No importa. ¡Todavía el radicalismo puede hacer mucho, pertenece principalmente a
las nuevas generaciones! ¡Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra, deben
consumarla!”

Muerto Alem, continuaban las disensiones internas en la UCR. El 6 de septiembre de 1897 se


enfrentaron a duelo en el Retiro Hipólito Yrigoyen, que por entonces tenía 45 años, y el joven
Lisandro de la Torre, de 28. Las causas del duelo estaban en la renuncia presentada por Lisandro
al partido radical en la que decía entre otras cosas:

“El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen,
influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del
doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los
intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables.”

Yrigoyen no sabía esgrima y contrató a un profesor para la ocasión. Lisandro, en cambio era un
experto. La lucha duró más de media hora al cabo de la cual, paradójicamente Lisandro
presentaba heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo, mientras que
Yrigoyen resultó ileso. A partir de entonces Lisandro comenzará a usar su barba rala para
disimular las marcas de aquella disputa con Don Hipólito.

El nuevo líder radical, Hipólito Yrigoyen mantuvo la línea de la intransigencia revolucionaria y


volverá a las armas en 1905 sublevándose contra el gobierno conservador de Quintana. Yrigoyen
justificaba su acción en una proclama revolucionaria:
“Ante la ineficacia comprobada de la labor cívica electoral y el incumplimiento de las leyes y
respetos públicos, es sagrado deber del patriotismo ejercitar el supremo recurso de la protesta
armada a que han acudido casi todos los pueblos del mundo en el continuo batallar por la
reparación de sus males y el respeto de sus derechos.”

Una nueva revolución radical estalló el 4 de febrero de ese año con el apoyo de importantes
sectores del ejército en medio de un clima de creciente agitación social protagonizada por los
gremios anarquistas y socialistas. La rebelión se extendió por la Capital, Mendoza, Rosario, Bahía
Blanca y Córdoba. En esta ciudad se produjeron los episodios más resonantes y durísimos
enfrentamientos. Allí el comandante Daniel Fernández, militante radical, sublevó al regimiento 8
de Línea y con el apoyo de militantes radicales a los que el propio comandantes les distribuyó
armas del arsenal copado, derrocó al gobierno provincial y tomó prisionero al vicepresidente
Figueroa Alcorta que se encontraba de visita en la provincia.

La revolución terminó militarmente derrotada, pero la clase gobernante debió tomar nota de la
alarma que se había activado y comenzaron a afirmarse en su seno los hombres partidarios de
una modificación del sistema electoral que permita descomprimir el panorama social sin
modificar en absoluto el modelo económico agroexportador. Para los hombres más lúcidos de la
oligarquía, el mantenimiento de la exclusión política de la mayoría era evidentemente más
peligroso que la incorporación política de un partido moderado como la UCR que cuestionaba las
bases del modelo sino los mecanismos de incorporación al mismo.

En el Golpe de Estado de Argentina ocurrido el 6 de septiembre de 1930,

un grupo de militares encabezado por el general José Félix Uriburu se apoderó del gobierno,
derrocando al presidente Hipólito Yrigoyen y estableciendo una dictadura militar. No fue el
primer intento de golpe de estado posterior a la sanción de la Constitución en 1853, pero sí el
primero en tener éxito total.

Modelo Agroexportador

El modelo agroexportador fue una organización económica propia de ciertos países


latinoamericanos, pero en particular de Argentina, que tuvo lugar a finales del siglo XIX y
consistió en el aprovechamiento masivo de sus plataformas territoriales para desarrollar el
cultivo y la explotación de materias primas del agro con fines de exportación, como principal
fuente de ingreso.

Este modelo coincide en casos como el argentino con el establecimiento del Estado nacional, por
lo que se vincula profundamente con las raíces imaginarias de la nación, es decir, forma parte
importante de su propia historia económica.

El modelo agroexportador instauró un importante flujo económico entre algunas potencias


industriales como Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos y las naciones jóvenes
latinoamericanas, modelando la sociedad de estas últimas en base a una economía exportadora.
A continuación, un resumen del modelo, a través de sus principales características.

Características del modelo agroexportador

Origen

A menudo se dice que este modelo de economía de exportación agraria nació en la Argentina y
otros países en situación similar, que disponían de una extensa plataforma territorial
aprovechable en términos agrícolas y productivos.

Además, se trataba de naciones jóvenes, cuya independencia de Europa se había logrado a


principios del siglo, pero que gozaban de la suficiente inversión extranjera como para emprender
un proyecto agrícola a gran escala.

Contexto histórico

El modelo agroexportador obedece a la lógica imperante de la época que ubicaba países


centrales consumidores y países periféricos productores, por lo que el modelo exportador
asumía el rol de proveerle a la metrópoli de los alimentos que necesita, en un rol similar al que
ocupaba la américa hispana durante la colonia.

Es la época del fin del colonialismo europeo y los capitales internacionales persiguen su
incorporación en los mercados insurgentes como el americano, que se muestra gustoso de
consumir sus productos elaborados y sentirse en condición de igualdad de consumo.

Causas

Las principales causas del surgimiento del modelo agroexportador radican en la cantidad de
terreno cultivable disponible en las jóvenes naciones latinoamericanas, cuyo pasado
precisamente agrícola durante la colonia las habrá preparado.

Por otro lado, la inversión extranjera fue abundante en países como Argentina, permitiendo
levantar una infraestructura agrícola extensa, a medida que Gran Bretaña se constituía en el
principal comprador de sus productos.

Consecuencias

A grandes rasgos, la consecuencia más importante del modelo agroexportador tiene que ver con
el crecimiento masivo del agro, pero no su desarrollo y modernización.

A diferencia de los países industrializados, cuyas historias económicas apuntaban a la


implantación del capitalismo industrial y el surgimiento de una sociedad tecnificada, los países
de la periferia se concentraban en generar riqueza a partir de suministrarle al primer mundo los
materiales necesarios para su desarrollo.

Las consecuencias de ello no se hicieron esperar: el mundo desarrollado pronto pudo incorporar
sus propios productos manufacturados al mercado, amparados en las potencias tecnológicas de
la industria moderna, abaratando los precios de la materia prima y constituyendo un mundo
muy desigualmente modernizado.

Ventajas

Las principales ventajas del modelo agroexportador son:

Flujo de capital extranjero. El ingreso masivo de divisas desde el extranjero incrementaron


rápidamente los presupuestos nacionales, permitiendo por igual la inversión interna, el
despilfarro y la corrupción.

Inmigración. Numerosos países de América presenciaron la ola de migrantes europeos que venía
a cultivar en sus tierras, incorporando no sólo conocimientos en la materia sino tradiciones
culturales y culinarias que enriquecieron la cultura local.

Impulsó el crecimiento. A través de la expansión del agro, la plataforma cultivable creció y el


volumen de materia prima exportada fue significativo.

Desventajas

Las principales desventajas del modelo agroexportador son:

Dependencia del mercado externo. Una vez que los mercados externos estén saturados, sean
conquistados por otra oferta o empiecen a autoabastecerse, la economía agroexportadora se
verá en crisis ante la disminución de su única fuente de ingresos.

Desequilibrio regional. Las regiones se enriquecían de manera desigual, ya que la presencia de


las tierras cultivables a lo largo de la superficie del país también lo era.

Los latifundios. Surgieron los grandes terratenientes y latifundistas de producción amplia pero
moderada, asistemática, cuya riqueza se sostenía sobre una mano de obra campesina
depauperada.

No impulsó el desarrollo. El país como tal creció en términos económicos, pero no en


industriales.

Duración

El relativo éxito de este modelo, previo a su entrada en crisis en el primer tercio del siglo XX,
suele variar de acuerdo a la historia particular del país: Algunos ejemplos:

En Venezuela, antigua nación rural de amplia explotación cacaotera, se inició a finales de siglo
XIX su desarrollo petrolero, abandonando para siempre el agro en pos de una economía más o
menos crudodependiente.

En Argentina, en cambio, el modelo duró unos 50 años (desde 1880, con la presidencia de Julio
Argentino Roca, hasta la crisis de 1930).

Ejemplos

El mejor ejemplo del continente lo representa el modelo argentino entre 1880 y 1915, época
durante la cual el gobierno impulsó el cultivo masivo de granos y cereales, por lo que a menudo
se llamó a la Argentina como “el granero del mundo”. De una exportación promedio por año de
20 toneladas de granos, Argentina pasó a 400 toneladas en poco más de quince años.

Durante este período creció la red de transporte, se impulsó el latifundio en la Pampa y se


exportó hacia Europa buena parte de los productos locales, entre ellos la carne. Esto requirió
además de mucha más mano de obra campesina, por lo que se produjeron incentivos para la
inmigración europea (sobre todo anglosajona y de la Europa del este).

Sin embargo, el inicio de las Guerras Mundiales del siglo XX (Primera y Segunda) disminuyó
drásticamente el volumen de las importaciones europeas, sentenciando al modelo
agroexportador a la crisis y, eventualmente, a ser reemplazado por uno de consumo interno.

Fin del modelo agroexportador

La gran crisis mundial de 1930 cuyo epicentro es Wall Street en los Estados Unidos pone fin al
modelo de exportaciones del agro de los países latinoamericanos, obligándolos a reemplazar a
toda máquina el consumo externo, que cayó en más de la mitad de sus cifras.

Asimismo el incremento poblacional permitió un mayor consumo interno, de modo que se


promulgó el modelo de sustitución de importaciones, para dejar de consumir productos
extranjeros y apreciar los locales.

El endeudamiento

El fin del modelo agroexportador estuvo acompañado de una política de endeudamiento


externo difícil de pagar, que contribuyó a su manera en el retraso del desarrollo local. Los
capitales provenientes de la exportación agrícola fueron difícilmente sustituidos por completo y
la deuda con naciones del llamado Primer mundo se impuso como un mal necesario para
pilotear la crisis de los países periféricos.

CONCLUSIÓN

Integración en la división internacional del trabajo

Venta de materia prima y alimentos a Europa a cambio de productos industriales y capitales.

Participación de capitales extranjeros

Creación de condiciones financieras y de infraestructura optimas para la producción y el


desarrollo de exportaciones
Intervención del estado para la expansión de medios de transporte y comunicación, un sistema
de normas jurídicas, impulso al comercio, atracción de inmigrantes.

Fomento de la inmigración

Expansión de La Pampa.

Crecimiento desigual del país.

ARTIGAS

El lugar de Artigas en el proceso de la independencia de las provincias del Plata durante la


primera década posterior a Mayo es decisivo. Fue el líder que encabezó la revuelta en la Banda
Oriental en 1811, el que se enfrentó muy tempranamente con las tendencias conservadoras que
comenzaron a emerger en Buenos Aires a partir de ese mismo año y hacia llegó a encabezar un
amplio movimiento popular policlasista que abarcó desde la Banda Oriental hasta Córdoba y
Santiago del Estero. El federalismo de esa década lo tiene como su principal dirigente y fue el
impulsor del Reglamento Agrario de 1815, que intentó llevar una política de poblamiento y
reforma agraria a la campaña oriental. El Primer Triunvirato, con Rivadavia y Sarratea, y luego el
Directorio, lo atacaron con saña feroz y cuando tras la caída de Alvear parecía que se abría una
etapa de concordia, el Directorio conspiró con el Congreso de Tucumán para atraer a los
portugueses y acabar así con la "anarquía" artiguista. Los sectores más acomodados de
Montevideo tampoco vieron con buenos ojos la política agraria del artiguismo, y esto a pesar de
todos los esfuerzos de Artigas por mitigar y acomodar esa política a las exigencias de los
hacendados orientales.

Si confundir el ideario federal de Artigas con su caricatura rosista es una mistificación, también lo
es considerar a Artigas un caudillo oriental, padre de una supuesta "nacionalidad uruguaya” (ver
más adelante la historiografía sobre Artigas). Una y otra vez, Artigas rechazó los ofrecimientos de
los gobiernos porteños para que segregue a la Banda Oriental del resto del cuerpo de las
provincias del Plata.

Por el contrario, fue la política porteña la que prefirió entregar la Banda Oriental a los
portugueses antes que convivir con el "anarquismo" artiguista y la que preparó el terreno para la
segregación del Uruguay.

ROSAS

8. Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos analizado distintos aspectos de la Argentina rosista. De esto
podemos concluir:

Que el poder de Rosas estuvo afirmado por la pertenencia a la clase de terratenientes


latifundistas, clase dominante en el país desde tiempos de la colonia y usufructuaria de la
Revolución de Mayo, a la que adaptó para sus propios intereses.

Que las relaciones de producción estaban teñidas en todas partes de las formas de coerción y
sujeción feudal de las masas (peones, gauchos, campesinos...) por parte de la oligarquía
terrateniente.

Que la política con el indígena (exterminio alternado con negociaciones de conveniencia), que
las ideas constitucionales demoradas, que el terror y el paternalismo estuvieron marcados todos
por el gran objetivo de Rosas: mantener en el país la dispersión con caudillos, estancieros y
peones, con el predominio indiscutible de la provincia de Buenos Aires, dueña de la Aduana y de
las relaciones exteriores.

Que la resistencia ante las agresiones extranjeras es el punto más alto y destacable de la
actuación política rosista, y en esa acción demostraría el profundo divorcio entre los intereses de
la nación y los de muchos de sus opositores.

Política económica y Ley de Aduanas

Artículo principal: Ley de Aduana de 1835

El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un enérgico planteo reclamando medidas


proteccionistas para los productos de origen local, cuya producción se deterioraba debido a la
política de libre comercio de Buenos Aires.69

El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta a ese planteo, que
determinaba la prohibición de importar algunos productos y el establecimiento de aranceles
para otros casos. En cambio mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los
minerales que no se producían en el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad
de las provincias, sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana. Estas medidas
impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del interior del país. Sin embargo,
Buenos Aires continuó siendo la principal ciudad.70

La escala de tarifas partía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba aumentando
para proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones vitales, como el acero, el
latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas
y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y
algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.70

Un efecto adicional —que Rosas había considerado correctamente— era que, pese a que
disminuyeron las importaciones, el crecimiento del mercado interno compensó esa caída. De
hecho, los ingresos por impuestos a la importación aumentaron significativamente.70

Simultáneamente pretendió obligar a Paraguay a incorporarse a la Confederación Argentina


ahogándola económicamente, para lo cual impuso una fuerte contribución al tabaco y los
cigarros. Como temía que entraran de contrabando por Corrientes, esos impuestos alcanzaron
también a los productos correntinos. La medida contra el Paraguay fracasó, pero tendría graves
consecuencias respecto de Corrientes.70

Su política económica fue decididamente conservadora: controló los gastos al máximo, y


mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones de moneda ni endeudamiento. Su
administración era sumamente prolija, anotando y revisando puntillosamente los gastos e
ingresos públicos, y publicándolos casi mensualmente. Tampoco pagó la deuda externa
contraída en tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en que el
Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel moneda porteño mantuvo muy estable su valor y
circuló por todo el país, reemplazando a la moneda metálica boliviana, con lo cual contribuyó a
la unificación monetaria del país.

El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y había
provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel moneda,
continuamente depreciado. En 1836 Rosas lo declaró desaparecido, y en su lugar fundó un
banco estatal, llamado Casa de Moneda; fue el antecedente inicial del actual Banco de la
Provincia de Buenos Aires.

La economía en la década de 1840

La economía rosista se basó en la expansión de la ganadería y la exportación del producto de los


saladeros: cuero, tasajo y sebo. Tras un período de estancamiento relativo en la década anterior,
los década de 1840 fue especialmente favorable al crecimiento de la ganadería en el litoral. La
provincia de Buenos Aires fue la principal beneficiaria de este crecimiento, principalmente
porque el gobierno porteño conservó el privilegio del control de los ríos interiores y concentró
todo el movimiento portuario y aduanero en la capital.132

Bajo el efecto de los bloqueos, las tases de importación fueron reducidas significativamente;
pero nunca volvieron a ser tan bajas como en la época de Rivadavia, ni como serían después de
su caída.133

El crecimiento económico permitió diversificar las actividades industriales y artesanales en la


ciudad capital; no obstante, no hubo desarrollo de industrias fuera de las ligadas a la producción
rural: saladeros, curtiembres y molinos. El crecimiento de este último rubro permite suponer
que la "ciudad carnívora" estaba comenzando a incorporar mayor cantidad de pan a su dieta.134

Los subsidios que otorgó a algunas provincias estaban orientados a sostener a sus gobiernos y
ejércitos, no a la economía local. De todos modos, el crecimiento económico del litoral fluvial
arrastró un cierto crecimiento de las economías del interior, que proveían de ciertas mercaderías
a aquél.135

El estricto control que Rosas impuso —incluso personalmente— a los gastos públicos, y su
negativa a permitir emisiones de papel moneda sin respaldo le permitieron a la provincia de
Buenos Aires mantener equilibradas sus finanzas, aún en los períodos en que éstas se vieron
afectadas por los bloqueos navales

BALANCE

Más allá de las diferencias evidentes —y en algunos casos más aparentes que reales— entre los
estilos de Rivadavia y Rosas, el período comprendido entre 1820 y 1852 tiene una serie de
características en común. Tanto Rivadavia como Rosas conservaron todo el poder para su
provincia, y controlaron al interior a través del comercio exterior y la política aduanera. Ambos
intervinieron militarmente en las provincias del interior en que consideraron que la mera
influencia no era suficiente para asegurar su dominio. Y ambos rechazaron todo intento de
institucionalizar el país cuando el predominio porteño no estuviera asegurado; la experiencia de
Rivadavia convenció a Rosas que era mejor mantener al país inconstituido y sostener un sistema
de negociaciones entre provincias soberanas.203204

En lo económico, el período significó la confirmación del modelo agroexportador insinuado


durante la década inicial de la independencia y configurado en la época de Rivadavia. La
apertura comercial no fue contestada siquiera por la Ley de Aduanas de Rosas, que apenas
intentó regular algunas de las importaciones, sin cuestionar en absoluto la base
agroexportadora. El litoral experimentó un muy rápido crecimiento, con altibajos causados por la
situación política, el clima y los mercados, mientras el interior se convertía en mero proveedor
del litoral, sin proveer mercancías exportables.La principal diferencia con el régimen de
Rivadavia estuvo en que, en el período rosista, fueron los propios estancieros —beneficiarios del
modelo agroexportador— quienes detentaron prácticamente todo el poder político.

Pese a la falta de datos precisos, parece haber existido una fuerte corriente de migraciones
internas desde el interior hacia el litoral fluvial, que además habría recibido una corriente
inmigratoria importante —muy difícil de medir— desde Europa, especialmente desde España e
Italia.207 Y, a partir de la gran hambruna, también desde Irlanda.208

En lo cultural, el período presenta una discontinuidades notable con la época anterior: tras la
pretensión rivadaviana de modernizar y europeizar la cultura y la educación, y romper con el
modelo colonial, los dirigentes federales intentaron desarrollar una cultura nacional propia, sin
hacer particular hincapié en la continuidad o discontinuidad con la situación previa.209

La época de Rosas, han sido considerados por la historiografía como un período política y
culturalmente estéril.210211 Por su parte, los historiadores revisionistas suelen considerar que
fue un período en que se llevó a cabo un intento de organización social y política autónoma, que
se frustraría en el período siguiente, el de la Organización Nacional.

Influencia británica en la política Criolla independentista

"abstenerse, si se lo solicita, de reconocer o aún de ayudar a su independencia." George Canning


En el Río de la Plata estaba el partido español, obviamente quería seguir con la pertenencia a
España, a la vez que seguir acumulando riquezas con el contrabando. Su principal base era
Montevideo donde estaba de Elío; a su vez en Buenos Aires contaba con Álzaga, Santa Coloma y
Agüero; todos miembros del Cabildo.

El partido independentista contaba con Liniers, que por no ser español y a la vez sospechado de
pro-francés, se apoyaba en dicho partido y en las tropas criollas. A la vez Liniers seguía siendo
Virrey para España; primera base de su poder, a la que mientras tanto era leal, por lo que se
preparó para la Tercera Invasión Inglesa.

Liniers a su vez barajaba otras opciones:

1. La toma del Río de la Plata por los franceses napoleónicos con miras a una posterior y
supuesta independencia.

2. La toma por parte de los ingleses, con la independencia como resultado.

Aunque por el momento seguiría siendo Virrey y fiel a España, mientras ésta lo mantuviera. Se
podría decir con justicia y sin exagerar que Liniers jugaba para todos los equipos.

A su vez el partido independentista utilizaba a Liniers para sus propósitos, por ser influenciable y
porque como dijimos antes, le convenía. Padilla y Moldes se encontraban en Inglaterra en
contacto con Miranda y el gobierno inglés, tratando de lograr que se produjera la expedición de
Arthur Wellesley para independizar Sudamérica. Con igual intención estaba Pueyrredón en
España y Rodríguez Peña en Río de Janeiro.

Ya entronizado José Bonaparte como Rey de España luego de las abdicaciones de Carlos IV a
favor de su hijo Fernando VII (Motín de Aranjuez), y de Fernando VII otra vez en favor de su
padre Carlos IV, y éste a favor de Napoleón, y el posterior confinamiento de ambos en Bayona.

Luego de la sangrienta represión de Murat, el pueblo español inicia la guerra a los invasores a
través de las juntas constituidas en cada ciudad. La Junta de Asturias envió una representación a
Londres a pedir ayuda contra el invasor. El pedido les significó a los ingleses la oportunidad de
enfrentar a su enemigo desde una base continental, como aliados de los españoles.

Esto provocó que Inglaterra cancelara inmediatamente sus planes de invadir las colonias
españolas de Sudamérica, lo que había sido previsto por algunos representantes locales, como
Rodríguez Peña, quien escribió a Miranda desde Río de Janeiro, pidiéndole que apure la
expedición de Wellesley, porque la demora podría ser funesta si se levanta España contra
Napoleón.

"Los Americanos en la forma más solemne que por ahora les es posible, se dirigen à S.A.R. la
Señora Doña Carlota Joaquina, Princesa de Portugal é Infanta de España, y la suplican les
dispense la mayor gracia, y prueba de su generosidad dignándose trasladarse al Rio de la Plata,
donde la aclamaran por su Regenta en los términos que sean compatibles con la dignidad de la
una, y libertad de los otros... Aunque debemos afianzarnos y sostener como indudable principio,
que toda la autoridad es del Pueblo, y que este solo puede delegarla, sin embargo la creación de
una nueva familia Real nos conduciría á mil desordenes y riesgos. Al contrario la dignidad ya
creada, y adornada al presente de tan divinas qualidades, y que separándose absolutamente de
la dominación Portuguesa se establecerá en esos territorios nos ofrece una eterna felicidad y
quantas satisfacciones puede prometerse una nación establecida afirmada y sostenida con las
más extraordinarias ventajas; añadiendo que sin duda alguna debemos contar con la protección
y auxilios de la Inglaterra". [46]

Rodríguez Peña era uno de los llamados "carlotistas", es decir, partidario de establecer un
reinado en el Plata, teniendo como monarca a la princesa Carlota Joaquina; aunque no ocultaba
los temores sobre lo que se podría desatar en ocasión de concretarse. También garantizaba a los
ingleses que haría lo posible para preparar a los criollos de Buenos Aires, a fin de recibir a la
fuerza expedicionaria inglesa como amigos. Como reflexión accesoria advertía que el partido
independentista no era numeroso ni estaba compuesto de vecinos notables, que en las
provincias del interior existían recelos sobre la reacción de los españoles, y a su vez el partido
español estaba preocupado por las prebendas del contrabando que les permitía vivir con relativa
comodidad.

Luego del fracaso de la invasión, los conjurados debieron escapar: Saturnino Rodríguez Peña se
refugió en Río de Janeiro y Aniceto Padilla emigró a Londres. Ambos gozaron de una pensión del
gobierno inglés en recompensa de este acto. En los años siguientes fueron partícipes de
diferentes negociaciones que se encaminaban a la independencia, pero con resultados
negativos, como veremos más adelante.

Ya en Londres, Padilla se reunió con Sir Arthur Wellesley, más tarde nombrado duque de
Wellington, el 2 de abril de 1808 y, al término de esa reunión, Padilla le envió una memoria al
general inglés. En ella relata que con la ocupación inglesa, los americanos "creyeron que el
propósito de la nación británica era proteger la independencia de ese país; [...] Pero como
después de eso, la conducta de los jefes británicos no correspondiera en absoluto con las
esperanzas que el pueblo había concebido, tomaron la resolución de expulsarlos mediante la
reconquista, cosa que hicieron poco tiempo después". Más adelante continúa Padilla: "Peña
dirigió sus pasos a Río de Janeiro para observar el movimiento y vicisitudes del país, y yo me
dirigí a esta capital para tomar consejo y conferenciar con nuestro compatriota el general
Miranda, cuyos conocimientos, experiencia y los generosos y constantes esfuerzos para lograr la
independencia de los americanos nos son conocidos desde hace tiempo,". [47]

Finaliza la nota pidiendo una expedición británica de unos 6.000 a 7.000 hombres que
desembarquen en la Colonia del Sacramento y desde allí ganar la voluntad de toda la provincia.

También hay que señalar el temor a la anarquía, ya que cada ciudad importante, cada puerto,
cada región del Virreinato del río de la Plata tenía sus grupos de poder y en ellos una idea y un
proyecto político propios. Estos proyectos políticos venían durante toda la etapa virreinal sujetos
a la administración central impuesta por el gobierno español, y viviendo una realidad forzada por
el centralismo virreinal.

Finalmente la decisión de la diplomacia inglesa fue la de aliarse formalmente a Fernando VII,


prisionero en Francia, en contra de Napoleón; por lo que se vieron en la necesidad, interés y
conveniencia política de oponerse a las pretensiones francesas, portuguesas, las de la Infanta
Carlota Joaquina, (quien a su vez denunció ante los realistas a sus propios corresponsales
criollos), y las de los mismos criollos; relegando el tema de la independencia. Lo que finalmente
decidió al partido criollo de las diversas regiones a operar solos, sin el apoyo inglés.[48]

Son muy ilustrativas las instrucciones que el 5 de octubre de 1808, George Canning le comunica
a J. H. Frere, embajador inglés en España, acerca de los alcances de su misión diplomática. En
especial lo que concierne a la actitud británica con respecto a Sud América. Le indicaba
"abstenerse, si se lo solicita, de reconocer o aún de ayudar a su independencia."[49]

A esta altura podemos afirmar que la Revolución de Mayo de 1810 no fue un movimiento contra
Napoleón, y contra un gobierno español que descuidó sus colonias en América a causa de la
guerra; ya que España tenía un rey, José I; ilegítimo pero apoyado por buena parte de la
sociedad y pueblo españoles y por el ejército francés. Contra lo que generalmente se cree, el
apoyo inglés de tropas y dinero no alcanzaba para debilitar a los franceses en la península, hasta
que napoleón debilitó su posición a causa de la invasión a Rusia, lo que sucedió mucho después
(1812).

Por su parte Pueyrredón, ante el panorama de los sucesos y el cambio de política de los ingleses;
antes de verse entrampados por franceses o españoles en la península, escapó hacia el Plata con
una cincuentena de patriotas, a fin de seguir operando a favor de la independencia.

Desde 1808 en España además del rey ilegítimo José I, había varias autoridades auto
constituidas, como las juntas de Cádiz, Sevilla y otras, y las del exilio como Carlos IV y Fernando
VII, sin contar con la Infanta Carlota Joaquina, quien desde Río de Janeiro se juzgaba virtual reina
del Río de la Plata. Ante este panorama, no es de extrañar que los poderes locales se
encontraran socavados; por una parte de Elío en Montevideo y por la otra Liniers en Buenos
Aires, quien a su vez no sabía a quién acatar como autoridad superior; con partidos que se iban
definiendo y con una economía muy complicada a causa de la guerra en Europa, las invasiones
inglesas y los gastos de defensa que éstas habían ocasionado.

El 14 de diciembre, el gobernador Elío despachó una nota al Cabildo de Buenos Aires en la cual
comunicaba la existencia de "tres pérfidos proyectos, el de Pueyrredón; el que proponía Peña y
yo descubrí aquí, y el que recientemente tendrá V. E. A la vista de resultas de las actuaciones que
la Junta extraordinaria de la fragata Prueba ha dirigido a V. E, y verá que todos tres coinciden, y
todos cuentan con una seguridad de apoyo en don Santiago de Liniers." Y agregaba más
adelante que: "unido a la Real Audiencia se tome la providencia de suspender de su mando a un
Virrey que atenta la soberanía, y admite semejantes infamias [...]"[50]
Podemos concluir entonces que durante el año 1808 se planeaban varias acciones
revolucionarias en Buenos Aires. Que las autoridades tenían conocimiento de estas actividades.
Que existía una combinación entre el Cabildo de Buenos Aires, presidido por Martín Álzaga y el
gobernador de Montevideo, Javier Elío. Estaban atentos a los movimientos subversivos y además
promovían una campaña para derrocar al virrey Liniers, bajo los cargos de amigo de Francia,
disoluto y partidario del comercio libre.[51]

Informantes del Foreign Office antes de 1810

Antes de la Revolución de Mayo, fue muy importante la labor de inteligencia que realizaba el
Ministerio de Relaciones Exteriores Británico, Foreign Office. Recibía constantemente
información proporcionada por los comerciantes y viajeros ingleses que se encontraban en
América del Sur. También lo hacían los oficiales británicos, en especial los marinos. En estos
informes se encuentra un valioso material que daba cuenta del estado de las colonias españolas
poco antes de la lucha por la Independencia.

Un informe escrito en el año 1808 por el comerciante que firma señor Johnson, indica que a
pesar de la derrota británica luego de las invasiones a Buenos Aires, señala que si bien:
"terminaron en desastre y desgracia, produjeron por lo menos el efecto beneficioso de ponernos
en conocimiento de la fuerza interna de esas regiones y de la desafección de la mayoría de sus
habitantes con su metrópoli".[52]

Más adelante recalca los beneficios para el Reino Unido que traería un mercado que compense
las pérdidas producidas por el cierre de los mercados del Continente Europeo y propone la
creación de una monarquía independiente en Sud América.

El 4 de julio de 1808 el Rey de Inglaterra, Jorge III, decreta el cese de hostilidades con España,
termina el bloqueo de los puertos españoles y permite la entrada de buques españoles a los
puertos de Gran Bretaña. Esto modificó todo el tablero político de Europa y de las colonias.

En agosto de 1808, el Secretario de Estado de Guerra y las Colonias, Vizconde de Castlereagh, en


nombre del gabinete inglés, encomienda al mayor Burke una misión en Buenos Aires que
consistía en "trabajar las mentes de los españoles en contra de los franceses", pensando en que
si España caía en manos francesas, Inglaterra repetiría lo acontecido con la corte de Portugal,
albergar en América a la corte española.

Lord Strangford, Embajador británico en la corte de Río de Janeiro, envió un informe a George
Canning, Ministro de Relaciones Exteriores, en junio de 1808 comunicando sus temores por las
intenciones del Príncipe Regente de Portugal a extender su dominio hasta el Río de la Plata, y
pidió instrucciones sobre cómo debe proceder. Strangford le comunica que disuadirá al príncipe
de estos propósitos hasta saber la política británica al respecto.

Canning responde que "rogará seriamente al ministro portugués de suspender toda operación
ulterior tomada con ese fin, y de respetar en las colonias sudamericanas, aquellos lazos de
interés común y amistad, con que España y Portugal están ahora unidos en Europa."

Son ilustrativas las instrucciones que el 5 de octubre de 1808, George Canning le comunica a J. H.
Frere, embajador inglés en España acerca de los alcances de su misión diplomática. En especial
lo que concierne a la actitud británica con respecto a Sud América: le indica "abstenerse, si se lo
solicita, de reconocer o aún de ayudar a su independencia."

A fines de octubre Saturnino Rodríguez Peña, que estaba exiliado en Río de Janeiro, envía una
serie de cartas a Sidney Smith presentándole a un grupo de residentes en Buenos Aires que
estarían a favor de la regencia de la Princesa Carlota. Los principales nombres mencionados son:
Juan José Castelli, Félix Casamayor, y Martín de Álzaga. Además envía a Buenos Aires otras
escritos para varias personas con el objeto de promover la regencia de Carlota hasta tanto el rey
Fernando VII, prisionero en manos de Napoleón, pudiera regresar a España. Rodríguez Peña las
envía en manos del médico inglés, Diego Paroissien, que junto con el coronel Burke, serán los
portadores de esas misivas

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