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En ese 30 años, hubo un gran cambio intelectual, que no se reflejó de igual forma en el
cotidiano
Por esto con el tiempo puede cambiar esta visión en función de los intereses del presente
Problema
La Historiografía Oficial
Sarmiento
Mitre
Es descendiente de "uruguayos" por parte del padre, griegos por del abuelo paterno y su
madre era de Buenos Aires, descendiente de irlandeses
Nace en Buenos Aires, va a Carmen de Patagones cuando niño y vuelve a Buenos Aires,
ya con 6 años
Allí tiene contacto con la Generación del '37; es importante observar que estaba en
Montevideo con ellos, pero no exilado como ellos
Las figuras históricas que va a escribir son: Güemes y Artigas, y después Belgrano
Alberdi critica la postura de Mitre por su peso excesivo en Buenos Aires y poco para el
interior
Contradicción Capital-Interior
La discusión nacional sólo empieza después, con la discusión del territorio y va a tener
cada vez más contenido nacional por ser más palpable y de masas
Quien hace una revolución, necesita ser centralista para dar cuenta del cambio iniciado
Establece una ruptura del mundo del pasado con este nuevo mundo con nuevas formas de
organización
De ahí que la formación del Estado-Nacional tiene origen: en los cambios ideológicos del
siglo XVIII
En América, hay una carencia de culturas y tradiciones populares; lo poco que tiene no
los diferencia de los otros territorios americanos
Pero la tradición de formación nacional viene de las élites de Buenos Aires (como
Sarmiento y Mitre)
López
Mitre: usa las normas de Europa, fuente documental, crítica a fuentes y pone en duda la
tradición
Historiografía Mitrista
El discurso histórico generador de la nación fue Historia de Belgrano (1857) 1887 .[2]
El caudillismo aparece como una democracia primitiva y popular; una revolución no solo
como un proceso intelectual
Argentina de 1776-1852 no era Argentina, pasa a ser con la suma de Buenos Aires en
1860
Fue exitosa esta visión porque dura más de 150 años y porque mantiene la estructura e
idea de nación
El Peronismo
El peronismo es el partido político que surgió de la mano de Juan Domingo Perón y los
sindicatos en 1945, primero llamado Partido Laborista; y a posteriori, recién se lo llamó
peronista, cuando hubo fusión con otros partidos, para luego adoptar la denominación de
justicialista, cuando la ley de 1971, impidió que los partidos lleven el nombre de alguna
persona.
El peronismo, que implementó una política de estado de Bienestar, creó una fuerte
adhesión de muchos sectores, especialmente los más vulnerables, desempleados y
obreros, quienes tributaron a su líder una confianza absoluta y un respaldo total; pero así
como Perón, fue el ídolo de las masas populares, que crecieron cuando la población rural
inició un proceso de emigración hacia las ciudades donde se convirtieron en obreros
industriales, mal pagados; como todo líder carismático, también generó rechazos y odios
tan grandes como los amores que cosechó, lo que hizo nacer una ideología adversa,
especialmente entre los intelectuales, entre los que podemos nombrar a Jorge Luis Borges
y Julio Cortázar conocida como antiperonismo, a los que se denominó también “gorilas”,
término casual que se tomó de un programa de humor.
Las ideas del antiperonismo se plasmaron en varios periódicos y revistas, como Sur,
revista de corte liberal y La Vanguardia un periódico socialista.
En 1945, Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina lideró una alianza
antiperonista, la Unión Democrática, integrada por partidos de izquierda y de derecha,
empresarios y movimientos estudiantiles.
A partir de 1955 y el golpe militar conocido como Revolución Libertadora, contra Perón,
la tensión se intensificó.
En 1957, la Unión Cívica Radical, bajo el liderazgo de Ricardo Balbín se conformó como
UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo) de marcada ideología antiperonista, que se
diferenció de la UCRI que bajo la dirección de Arturo Frondizi, tenía mayor acercamiento
al peronismo.
El sector antiperonista más puro del socialismo, formó el Partido Socialista Democrático;
y el Partido Demócrata Nacional, de ideas conservadoras, se acercó al peronismo en un
grupo comandado por Vicente Solano Lima, mientras que los antiperonistas se
concentraron en torno a la figura de Horacio Thedy.
El primer antiperonismo, el del 55, tuvo como aspiración de máxima borrar a todo el
peronismo prohibiéndolo hasta en su mención. El segundo, el del 76, buscó acabar con
toda la cultura 45-76 porque los militares creían que ya toda la sociedad, incluso la
antiperonista, había sido contagiada por el peronismo.
Con la instalación de Perón como líder de masas en 1945, Argentina vivió 43 años de
democracia representativa y 18 años de proscripciones, persecuciones y dictadura.
Desde 1955, año en que la "Revolución Libertadora" derrocó a Perón, el país quedó
dividido y todo lo que representaba peronismo fue perseguido o apartado.
La llegada al poder de Juan Domingo Perón en 1946 cambió la historia argentina del
siglo XX, que comenzó a transitar por un camino más sinuoso con la incorporación a la
vida política de amplios sectores populares y la reacción de otros estamentos sociales
ante esa nueva realidad.
El país ingresó durante más de tres décadas en una etapa marcada por períodos de
gobiernos democráticos, elegidos por el voto popular, interrumpidos -cada vez con mayor
violencia- por golpes de Estado, que tuvieron a las Fuerzas Armadas como mascarón de
proa.
A partir de ese emblemático 1945 con la instalación definitiva de Perón como un líder de
masas, la Argentina vivió 43 años de democracia representativa y 18 años de
proscripciones, persecuciones y dictadura con un triste saldo de muerte en un país
dividido.
En este lapso de procesos de libertades –primero en nueve años seguidos, luego en etapas
de cuatro y tres años interrumpidas sistemáticamente por golpes de Estado—, el país
construyó una nueva fuerza política policlasista pero con su base social en la clase más
humilde, tomó las banderas de la justicia social y los derechos del trabajador.
Desde 1943 a 1973 se sucedieron ocho gobiernos, solo tres de ellos elegidos por el
pueblo, mientras que los cincos restantes fueron producto directo de sublevaciones
militares.
Luego de los tres años de gobierno de Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell que sirvieron
como catapulta para el crecimiento político de Perón –primero como ministro de Guerra,
luego de Trabajo y finalmente vicepresidente—, el entonces coronel se ganó el aprecio de
los trabajadores y comenzó a cincelar su poder personal.
Restituido Perón a su vida civil, conformó un partido que ganó las elecciones del 24 de
febrero de 1946 contra una alianza de partidos denominada "Unión Democrática".
El país estaba dividido: todo lo que representaba peronismo fue perseguido o apartado, la
misma dictadura asesinó a seguidores y generó en su seno una interna por el poder que
encumbró tiempo después al general Pedro Aramburu a la Presidencia.
El peronismo fue proscrito por 17 años, el mismo tiempo que su líder debió vivir en el
exilio y la recuperación de la democracia en 1958 fue para vivir una interna radical entre
Arturo Frondizi (UCR Intransigente) y Ricardo Balbín (UCR del Pueblo).
Tras hacer un pacto con Perón, que empujo los votos justicialistas a su costa, Frondizi
ganó los comicios con el 45 por ciento de los votos y planteó un Gobierno de tinte
desarrollista que se extendió hasta 1962.
Jaqueado por lo militares, Frondizi intentó sostenerse en el poder habilitando al
peronismo a las elecciones legislativas y provinciales de 1962, decisión que permitió al
sindicalista Andrés Framini ganar los comicios de Buenos Aires.
Pero el dirigente textil nunca pudo asumir porque las Fuerzas Armadas lo imposibilitaron
primero y luego decidieron cortar "por lo sano" y derrocar a Frondizi e instalar a José
María Guido.
Luego de otras internas militares entre los que postulaban abrir un proceso democrático y
los que no, se llamaron a nuevas elecciones en 1963 nuevamente sin el peronismo que
esta vez acató la orden de su líder, que desde Madrid proclamó el voto en blanco.
De esta manera se convirtió en presidente el radical Arturo Illia con sólo el 25 por ciento
de los votos y un 19 por ciento de sufragio en blanco: el más alto de la historia electoral.
El escaso poder limitó desde el inicio la gestión de Illia, quien fue preso de las
ambiciones militares y de cierta complicidad civil que permitió en junio de 1966 el
ascenso del general Juan Carlos Onganía, que a la cabeza de la "Revolución Argentina"
mandó a guardar las urnas "por tiempo indeterminado".
Introducción
En realidad las élites liberales, especialmente las élites modernistas del centenario,
pensaban más en términos de liberalismo económico que en términos de democracia
integracionista. El gobierno populista de Hipólito Yrigoyen fue el primer intento
democrático populista de integración nacional. Sin embargo, para las corrientes
nacionalistas integralistas surgidas en gran parte en el seno del partido conservador, tanto
el yrigoyenismo como las ideologías clasistas que provocaron durante las primeras
décadas del siglo los conflictos gremiales que tanto repercutieron en la opinión pública
argentina, representaban dos caras del mismo proceso de desintegración nacional. El
nacionalismo integral argentino, desde el comienzo de su desarrollo ideológico a fines de
1928, era enemigo tanto del Radicalismo yrigoyenista como de las organizaciones
representativas de la clase obrera, que se basaban en las mencionadas ideologías
positivistas de conflicto de clase. También, el proceso inmigratorio en Argentina, como la
constitución de fuertes gremios obreros dominados por el socialismo y el anarquismo,
cuyos miembros en gran número eran extranjeros, contribuían a una clara sensación que
la dicotomía entre lo foráneo y la identidad nacional implicaba la dicotomía entre una
ideología de modernización liberal, basada en principios racionalistas utilitarios, y una
ideología nacionalista integral que represente el sentimiento y la identidad de la nación
argentina.
En el curso de la década de 1930, luego del fracaso del proyecto corporatista uriburista y
de la restauración del régimen oligárquico en forma de democracia restringida, el
nacionalismo integralista argentino evoluciona hacia una tendencia cercana al
nacionalismo populista. El nacionalismo populista intransigente, especialmente el
desarrollado por los jóvenes yrigoyenistas de FORJA a partir de mediados de la década
de 1930, es un desarrollo moderno del caudillismo populista y del nacionalismo
económico del yrigoyenismo, y por lo tanto tiene raíces ideológicas diferentes del
nacionalismo integralista. Sin embargo, ambas tendencias rechazaron el positivismo
modernizante de las élites liberales, defendían el proceso de recuperación de la identidad
nacional rescatando la figura histórica . de Juan Manuel de Rosas, y aducían que esta
identidad era afectada por las corrientes inmigratorias y las ideologías foráneas que se
suponía provenían de tales inmigraciones. Ambas tendencias bregaban por el
nacionalismo económico y, durante la Segunda Guerra Mundial, exigían la neutralidad.
Al oponerse a la inmigración, ambas corrientes en realidad se oponían al programa de
modernización liberal de las élites libérales. El momento de mayor acercamiento entre
ambas corrientes se dio durante la "Década Infame", cuando el nacionalismo integralista
sentía la necesidad de asumir conceptos anti-imperialistas y, en ciertos casos, también
desarrollistas. Esta evolución hacia una postura modernista que adelantaba el futuro
lenguaje del peronismo, relacionado a la independencia económica y a la justicia social,
ponen al nacionalismo integral argentino en una nueva posición frente al problema de la
clase trabajadora como parte integral de la nación. La crítica a los partidos políticos
representantes de los intereses de la clase obrera no fue transformada, pero el problema
del produccionismo y de las condiciones de vida de la clase obrera, que representa la
fuerza viva de la nación, son asumidas como parte inherente de la teoría del estado
nacionalista.
El nacionalismo integral:
Antecedentes históricos
El nacionalismo integral argentino, al igual que sus pares en el mundo, vio los problemas
sociales y políticos de principios de siglo bajo la óptica del catolicismo social surgido en
1891, luego del Rerum Novarum del Papa Leo XIII. Para el catolicismo tradicionalista,
era claro que los problemas derivados de los procesos de modernización política y social
desembocarían en conflictos sociales, cuyas lógicas ventajas serían capitalizadas por los
revolucionarios marxistas. Partiendo de esa idea, un nuevo mensaje católico basado en la
concepción política tomista venía a proponer una solución católica a los sufrimientos de
la clase obrera. Esta concepción, aceptada y desarrollada por la derecha radical, tuvo
precedentes en el pensamiento de católicos liberales de la generación de 1890, como José
de Estrada, Miguel de Andrea, Pedro Goyena o Emilio Lamarca, cuyo lenguaje
principista, popularizado a partir de 1882, fue utilizado por la Unión Cívica Radical
desde 1890{note id=8}.
Los planteos sociales desarrollados por esta generación estaban dirigidos a ofrecer una
alternativa a las supuestas ideas revolucionarias disasociadoras traídas por las corrientes
inmigratorias de principios de siglo, pretendiendo dar una respuesta también al espíritu
cosmopolita y burgués que se sentía en la Buenos Aires de principios de siglo. A través de
una proposición moral, se pretendía recuperar esa unidad e identidad nacional. Esta
visión, como mencionamos, influyó en gran forma en las corrientes nacionalistas
integralistas surgidas del viejo conservadurismo argentino, ya que, en la era del fascismo,
entendían que el viejo paternalismo católico debía dar lugar a un nuevo nacionalismo
integral que, bajo el marco de un corporativismo de estado, pudiera dar solución al
problema de la sociedad de masas. Esta visión no influyó en la misma forma en las
corrientes nacionalistas populistas surgidas del ala intransigente del yrigoyenismo; sin
embargo, para las dos, el problema obrero estaba íntimamente ligado al problema de la
inmigración y de la pérdida de la conciencia nacional en Argentina. Para ambas
corrientes, por lo tanto, el problema obrero sería resuelto en el marco de una nueva
ideología nacionalistas{note id=9}.
En Argentina, los antecedentes históricos de una visión católica paternalista del problema
obrero datan de la labor de una de las figuras católicas más relevantes de principios de
siglo, el padre Federico Grote, quien creó los Círculos Sociales Obreros en 1892, cuya
función central, aparte de mejorar materialmente el nivel de vida de los obreros, era
proponer una alternativa idealista a los valores materialistas de la sociedad liberal.
Organizados al estilo de las "guildas", los Círculos tuvieron ciertas iniciativas de
legislación social que en muchos casos obtuvieron la colaboración de los socialistas{note
id=10}. Un claro ejemplo de los Círculos era la Liga Democrática Cristiana, que no era
propiamente un movimiento político pero que respondía en cierta forma al intento
intelectual de Emilio Lamarca de resolver la tensión entre el catolicismo y la política,
intento que se hace popular a partir del III Congreso de los Católicos Argentinos. Esta
liga crea a su vez una Academia de Ciencias Sociales y un Instituto Popular de
Conferencias, donde se debatían los temas ideológicos. del momento, aquéllos de carácter
universal y también los problemas particulares argentinos, como por ejemplo la Ley de
Residencia, cuya meta era impedir las actividades políticas de los inmigrantes. Existía
una cierta inocencia en el padre Grote, quien suponía que al extraer a los obreros del
marco de la influencia anarquista o socialista, los patrones responderían a sus justas
exigencias. Esta suposición fue prontamente desvirtuada en 1906, cuando la Sociedad
Argentina de Obreros del Puerto de la Capital, que era un gremio católico creado por el
padre Grote, fracasó en un intento de huelga portuaria con objeto de conseguir mejoras
salariales. El padre Grote, al igual que un alto número de los agremiados desilusionados
por la actitud patronal, abandonaron prácticamente el intento gremialista y la liga terminó
desmembrándose en 1908.
Sin embargo, los principios básicos de la Liga Democrática Cristiana perduraron, siendo
parte orgánica de la concepción que el ala católica del nacionalismo integral argentino
desarrolló con respecto al problema de la clase obrera. Así, por ejemplo, su programa
constitutivo estipulaba que "La Democracia Cristiana tomando distancia del
individualismo liberal y del socialismo colectivista, intenta la recuperación social bajo la
base de. la corporación que debe estar adaptada al progreso y a la sociedad moderna". En
tal sociedad "el individuo forma parte de la corporación, la corporación es parte del
estado y todos juntos componen la nación"{note id=11}.
Desde 1908, La Liga Social Argentina cubrió el lugar dejado por la Liga Democrática,
proyectando concepciones similares, especialmente a través de futuros integrantes del
nacionalismo argentino, como el padre Gustavo Franceschi, director de la revista cultural
nacionalista Criterio, el alto dirigente de la Liga Patriótica, Santiago O'Farell, o el
conocido economista Alejandro Bunge, desarrollador del pensamiento nacionalista
industrialista argentino, quien en esos momentos desarrollaba la función de presidente de
la Central de la Junta de los Círculos Obreros. Nuevamente la meta de la Liga Social
Argentina era sostener la organización cristiana de la sociedad, luchar contra "tendencias
subersivas" y "elevar económicamente e intelectualmente a las clases sociales"{note
id=12}.
Entre los colaboradores más destacados del museo se encontraba un relativo número de
nacionalistas que se destacarían por su actividad política e intelectual durante la década
de 1930. Entre ellos, Carlos Ibarguren y Martínez Zubiria, y cierto grupo importante de
futuros miembros de la Liga Patriótica, como Manuel Montes de Oca, Lamarca y Joaquín
de Anchorena, quienes comenzaban a comprender que los problemas de la sociedad
moderna no podían ser solucionados de acuerdo a las viejas reglas de juego del régimen
liberal. Tampoco las medidas adoptadas por la élite liberal de democratizar el país a fin
de ofrecer una válvula de escape para las nuevas clases medias podían mantener el
equilibrio social. Carlos Ibarguren recordaba, en la conferencia en la Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales de Buenos Aires el 12 de agosto de 1932, que ya desde 1912 había
anunciado que la "evolución de la sociedad ha ido más ligero que los cambios en las
formas políticas..."; ello es equivalente a decir que la democracia se transforma en una
farsa si es que no hay "fuerzas preparadas para responder concretamente a tendencias e
intereses colectivos ... que... participen del gobierno y mantengan el equilibrio
social"{note id=14}. La proposición que surgía de esta conclusión era la necesidad de
que la democracia, en vez de ser un mero marco para el juego político, proveyera el
marco para una representación funcional. En otras palabras, en la nueva era, el
funcionamiento económico y social exige menos política, más tecnificación, más
producción, más vitalidad, bajo la cobertura de un estado corporativo.
Argentina, que había sufrido la crisis económica de 1929 quizás en forma más dura que
los países industrializados dado el carácter dependiente de su economía, ya había
experimentado desequilibrios económicos inclusive peores durante 1913 y 1917. La
depresión y la falta de inversiones, más la imposibilidad de importar maquinarias,
pusieron al descubierto la debilidad de una industria casi inexistente. No cabía duda que
el sistema agro-exportador y la dependencia de los mercados del exterior, y
fundamentalmente de los ingleses, era una fórmula que debía terminarse. Esta clase de
pensamiento anti-imperialista comenzó a desarrollarse a fines de la década de 1920,
aunque verdaderamente cobró fuerza en 1930, bajo el impulso de los jóvenes
yrigoyenistas de FORJA{note id=16}. Resultaba claro, de acuerdo al análisis de los
nacionalistas de La Nueva República como posteriormente de los de FORJA, que el
régimen liberal era el sustento de la dependencia y el subdesarrollo. "En el nivel
internacional, el laissez faire implica para países sin capital ... la imposibilidad de
completar su régimen de economía nacional con la creación de industrias... "{note
id=17}. Por lo tanto, un nuevo pensamiento desarrollista, industrialista y anti-imperialista
comenzó a darse en varios círculos conservadores, como también en círculos del ejército.
Este proceso industrial, que abría nuevas fuentes de trabajo, implicaba que muchas de las
políticas reformistas en cuanto a salarios, y en cuanto a resoluciones pro-obreras en
conflictos laborales llevados a cabo por la administración populista de Yrigoyen, debían
ser bloqueadas{note id=20}. Yrigoyen había desarrollado una política obrerista muy
particular, cuyo significado tuvo repercusiones también para los nacionalistas
integralistas. Lejos de poder decir que la política yrigoyenista era pro-obrera - y el
ejemplo de la actitud del gobierno yrigoyenista durante la Semana Trágica en enero de
1919 lo prueba -, es claro, por otra parte, que la concepción yrigoyenista según la cual el
estado ha de promover la armonía social en lugar de reprimir a la clase obrera, sumada a
varias reformas sociales importantes llevadas a cabo durante su administración,
produjeron la sensación que el yrigoyenismo era obrerista{note id=21}. La relación de un
gobierno nacionalista populista interventor y mediador en problemas gremiales, y un
gremialismo que rompe con el ideologismo internacionalista, se puede observar en la
relación del gobierno de Yrigoyen con FORA IX, la sección del sindicalismo "puro" que
se desliga de la sección anarco-comunista universalista que seguía los lineamientos del V
Congreso de FORA{note id=22}.
Influidos por Sorel, los seguidores de FORA IX entienden que sólo el sindicato es la
escuela revolucionaria que debe transformar la sociedad. Sin embargo, es posible sugerir
que la relación con el yrigoyenismo se da por razones similares a aquéllas por las cuales
los alumnos de Sorel encontraron un idioma común con la Acción Francesa, que
representaba un nuevo concepto de nacionalismo.
Esa tendencia elitista no le impedía a Lugones apoyar en forma activa conflictos obreros
y desplegar un odio inapelable a la sociedad burguesa, fundamentalmente a la clase
política del país. En el periódico La Montaña, que coeditaba con José Ingenieros,
Lugones tenía una sección fija, "Los políticos del país", desde donde criticaba
arduamente a la politiquería democrática, no retaceando adjetivos para los políticos
socialistas también. Era claro, por lo pronto, que el camino de Lugones en el partido no
podía proseguir mucho tiempo. Su admiración por la revolución soviética no se desligaba
de su admiración por la revolución fascista, dado a que lo que movía a Lugones era el
espíritu heroico y revolucionario que se perfilaba en ambas revoluciones. Sin embargo, la
revolución soviética, pese a haber sido un acto heroico, fue traicionada, según Lugones,
porque el "materialismo marxista era gastronómico", equivalente a decir que perdía su
espiritualidad{note id=24}. No obstante, los impulsos industrialistas y voluntaristas de
Lenin y Mussolini, que exhiben idéntica linea programática, provocaban la admiración de
Lugones{note id=25}.
Lugones partía de la base que Argentina, al igual'que los Estados Unidos, era un país en
el que no se deberían dar los conflictos sociales en la misma forma que se daban en
Europa. El interés del obrero tenía que ser en definitiva también el interés del empresario
de una industria que recién comenzaba a dar sus primeros pasos en el mercado interno.
Sin embargo, como afirmaba Manuel Gálvez, en el fascismo conviven dos aspectos: "uno
es el socialismo, el otro el orden"{note id=29}. Según Gálvez, Lugones no sintió el
aspecto socialista del fascismo porque no amaba para nada al pueblo. Sin embargo, a
pesar de la evaluación de Gálvez, Lugones entendía que el concepto de democracia y
justicia social estaba unido a las tradiciones preliberales de la nación argentina. El
concepto de justicia social y, por ende, de beneficio a las clases trabajadoras, está
explícito en el concepto de "democracia como organización social", la cual, como
suponía Lugones, estaba desligada del concepto de democracia política{note id=30}.
Julio Irazustra, por su parte, respondía que, "Nuestro nacionalismo ... no es más amigo
del capital que del trabajo, y no lo defiende en todos los casos ... Pero como somos
realistas, tampoco somos sus enemigos..." Refiriéndose directamente a Yrigoyen,
continuaba Irazustra, "...la persecución inmotivada del capital sería la ruina del país y
junto con ella la de los trabajadores"{note id=33}. Esta discusión, que aprovechaba como
excusa a Yrigoyen y su política obrera, en realidad era una discusión teórica mucho más
amplia, relacionada al desarrollo nacional, a la independencia económica y al papel que
juegan las masas trabajadoras en la nación. El yrigoyenismo representaba a la masa
popular, y Manuel Gálvez entendió que lo que le faltaba fundamentalmente al fascismo
argentino era justamente eso. En su libro Vida de Hipólito Yrigoyen: el hombre del
misterio, Gálvez intenta explicar la cercanía del fascismo al yrigoyenismo. Tanto uno
como el otro movilizaba al pueblo,, al tiempo que lo controlaba con el régimen o el
espíritu corporativo. En su famoso testimonio político ate pueblo necesita, escrito en
1936, Manuel Gálvez vuelve a resaltar las raíces socialistas del fascismo. Son esas raíces
las que los nacionalistas uriburistas argentinos no alcanzaron a comprender. Estos
nacionalistas, según M. Gálvez, "son dictatoriales y militaristas pero no fascistas",{note
id=34} ya que el fascismo, entre otras cosas, es "izquierda cuando disminuye el poder del
capitalismo"{note id=35}. Es así que Gálvez considera el izquierdismo fascista, no como
una solución al problema del obrero en términos de conciencia de clase, sino en términos
de integración al país, sosteniendo que esta tendencia ideológica es mucho más radical en
sus aspectos económico-sociales que el programa mínimo del Partido Socialista: "Para
que el estado sea rico es necesario concluir con las grandes fortunas"{note id=36}.
En realidad, esta posición de Gálvez con respecto a las necesidades del país, a la obra
social del fascismo y al yrigoyenismo, fue compartida por otros nacionalistas, como los
hermanos Irazustra. Sin embargo, antes de la aceptación del yrigoyenismo como
movimiento que se acerca a las concepciones ideológicas del nacionalismo integral, éstos
también se referían al fascismo como el único sistema político que podía resolver el
problema de la productividad bajo un marco de justicia social: "Los países de gobierno
fuerte y personal han sido aquéllos que han dado un estatuto mejor a los trabajadores. El
imperio alemán y la Italia fascista les han asegurado condiciones de vida con que ninguna
democracia puede ni siquiera soñar"{note id=37}. Esta fórmula era la más propicia para
resolver los problemas de la nación argentina, en proceso de desarrollo y en busca de
independencia económica e identidad nacional.
Nacionalismo y obrerismo:
El velar por los intereses reales del obrero aparecía como el elemento fundamental en el
concepto de justicia social del nacionalismo: "El mejoramiento de la justicia social que
sostiene el nacionalismo significa seguridad en el trabajo, equidad en el salario, vivienda
decorosa y posibilidad de desenvolverse y alcanzar un mejoramiento progresivo y
continuo"{note id=45}. Las formulaciones de justicia social no representaban un mero
intento demagógico destinado a destruir la lucha de los partidos obreristas contra el
sistema. La justicia social, para el nacionalismo argentino, representaba el contenido
práctico del sentido comunitario del nacionalismo orgánico.
Para los nacionalistas argentinos, esta tendencia era anticapitalista y antiburguesa, ya que
no concebían la posibilidad que un sistema capitalista reformista basado en principios
materialistas y utilitarios de la democracia liberal pudiera desarrollar una proposición de
justicia social. En la práctica política y social, esta concepción se transformaba en la
negación de las leyes reformistas de protección del trabajador creadas por la
administración liberal y promovidas por el parlamentarismo socialista. La ley de despidos
11.729, votada por el gobierno en 1938, provocó enseguida la reacción y crítica patronal,
que se sentía perjudicada. Esta reacción fue apoyada por la prensa nacionalista puesto que
tales "...reformas avanzadas", como se decía hace 20 años, al deprimir y maniatar al
capital útil, dañan también, y en mayor grado, a la clase obrera{note id=46}. El apoyo a
la patronal no equivalía a tratar los conflictos obreros "...con el concepto antiguo que los
reducía a simples actos de indisciplina social y a no menos simples cuestiones de
policía"{note id=47}. Es decir, el apoyo al capital productivo no equivale para nada a
perjudicar los derechos a mejoras del proletariado, que asimismo tiene derecho a huelga
siempre y cuando ésta tenga justificación económica. Sin embargo, es justamente en el
estado burgués en donde la huelga tiene justificación, porque "`la democracia liberal
parlamentaria es simplemente una creación burguesa para la defensa de privilegios"{note
id=48}. El estado autoritario corporativo era el único instrumento anti- burgués que podía
nivelar, por lo tanto, los intereses del proletariado y del capital productor.
Juan Carulla, un intelectual nacionalista de gran influencia, quien, al igual que Lugones,
había evolucionado de la izquierda socialista al nacionalismo de derecha, fundó en 1932
Bandera Argentina, periódico de clara tendencia fascista, quizás el periódico nacionalista
más importante de la década del '30. Utilizando una argumentación soreliana, declara
Carulla firmemente, "no somos enemigos de los obreros. Por el contrario, aspiramos a
encontrar soluciones inteligentes para los problemas que ha suscitado el industrialismo
acelerado de los últimos años. Esas soluciones no las ha dado hasta ahora el socialismo,
ni las podrá dar en lo sucesivo. Del enmarañado complejo del marxismo y del
devenirismo revolucionario contemporáneo sólo se salva el sindicalismo...", que
desembocará en el estado corporatista moderno{note id=52}. Como bien lo entendía Juan
Carulla, director del periódico y conocedor del análisis soreliano, el mito sindicalista
termina unificándose con el estado corporativo.
Sin embargo, a pesar de este discurso nacionalista con claras connotaciones populistas, el
pueblo obrero no se volcó a las filas del nacionalismo hasta la llegada de Perón, quien,
más que nadie, supo interpretar el discurso del nacionalismo, agregándole su liderazgo
personal, o, en otras palabras, transformándolo de teoría en práctica.
La Alianza Nacionalista:
Los orígenes de la Alianza datan de 1937, cuando Juan Queralto, presidente de UNES
(Unión de Estudiantes Secundarios), la rama estudiantil de la Legión Cívica, descontento
con la falta de celo revolucionario de la Legión, crea la Alianza de la Juventud
Nacionalista. Aunque era fundamentalmente un grupo juvenil, contó entre sus miembros
a importantes figuras del nacionalismo, como Ramón Doll (ex socialista convertido en
nacionalista), Jordán Bruno Genta (nacionalista, virulento antisemita, cuya influencia
comenzó a sentirse en la década de 1940) y los coroneles Natalio Mascarello y
Bonifacino Lastra. En sus orígenes, estaba lejos de ser un movimiento popular; sin
embargo, en materia ideológica, ya se notaba con claridad su nacionalismo extremo y su
discurso proletario, percibiéndose su intención de utilizar símbolos revolucionarios de la
izquierda socialista.
Su programa político condensado en "Postulados de nuestra lucha", no se diferenciaba
mayormente de los postulados de la Legión Cívica; sin embargo, fue la Alianza
Nacionalista el primer movimiento nacionalista argentino en llamar a las masas
proletarias a un 1 de Mayo nacionalista. En los panfletos llamando a la conmemoración
de la Fiesta del Trabajo Argentino en 1938, la Alianza urge al obrero argentino a
aprestarse a conmemorar "con sentido argentino, la fecha que marca un jalón doloroso
pero triunfal en las reivindicaciones de los derechos del trabajo". Mencionando
directamente la contribución del obrero argentino a la nación argentina, en contraposición
a la del capitalismo explotador, el panfleto proclama, "Trabajador Argentino. La nación
vive y subsiste ... por la obra de tu esfuerzo inicuamente explotado por el liberalismo
capitalista ..."{note id=54}. El mensaje era sumamente claro: "¡Contra el capitalismo que
ha impuesto su infame tiranía sobre las masas obreras! ¡Contra el super capitalismo y el
marxismo! ¡Por la dignificación moral y material del proletariado argentino! ¡Por la
libertad económica de la nación! ¡Exigimos justicia social!"55. En la historia del
nacionalismo argentino, éste fue el primer movimiento que alcanzó a sintetizar elementos
ideológicos nacionalistas aristocráticos elitistas con el mensaje plebeyo y populista de
corte radical. Enemiga del capitalismo y del marxismo por un lado, no encuentra
contradicción entre el capital y la justicia social para el proletariado. El capital, "factor
imprescindible de la producción y creador de trabajo desempeña ... una verdadera función
social. Pero este capital no encuentra barreras dentro del liberafsmo..."{note id=56}.
Por primera vez se puede ver que el nacionalismo se basa más en la crítica al sistema
liberal que en el marxismo, el cual es considerado "...una reacción justificada contra la
opresión de esa fuerza explotadora y usurpadora de los beneficios del Trabajo...". Sin
embargo, el marxismo pertenece a la misma familia ideológica del liberalismo y, a pesar
de que "se dice anticapitalista, no pretende otra cosa que suplantar un capitalismo por
otro ... el capitalismo de estado, más funesto y más expresivo que cualquier otra forma de
capitalismo"{note id=57}. Entre el laissez faire liberal y el colectivismo marxista,
considerado una forma diferente de capitalismo de estado, la única solución es la armonía
de clases propuesta por el nacionalismo.
La Alianza Nacionalista iba a apoyar a Perón cuando éste sube al poder en las elecciones
de 1946. Presentando a las elecciones de 1946 candidatos a diputados, entre ellos al padre
nacionalista Leonardo Castellani, se adhirieron a la fórmula Perón-Quijano para la
presidencia de la nación. Este apoyo a Perón era lógico y se daba a pesar de que el
gobierno militar, y Perón en él, deciden declarar la guerra a Alemania, en contra de los
principios de la Alianza, que era claramente antisemita.
La famosa marcha del 17 de octubre de 1945, tras la cual Perón fue liberado de Martín
García, fue cálidamente recibida por la Alianza, ya que aquélla representaba una lección
para socialistas y marxistas de que el pueblo trabajador por fin se movilizaba bajo un
lema diferente al socialismo internacionalista y clasista. Pese a que no existía aún un
convencimiento total sobre la claridad de conducción de Perón, la meta era clara: "El
tiempo ha de colocar en las limpias manos del nacionalismo la conducción de esa masa
proletaria, para llevarla en armonía con los demás elementos de la sociedad a la conquista
de la justicia..."{note id=58}. La unión del proletariado nacional argentino incluye a todo
quien sea productor, tanto capitalista como obrero: "Aquí en la Alianza, unidos en un
común afán de liberación argentina y de solidaridad social, el obrero de alpargatas, el
joven estudiante, el peón rural, el estanciero criollo y el industrial honesto se sienten
camaradas"{note id=59}.
Conclusión
Esto hizo ver a sectores importantes del nacionalismo de derecha argentino que el
problema central argentino era la dependencia económica, y un sistema distributivo más
justo, que era impedido por las condiciones de tal dependencia económica.
A pesar de los problemas creados por la gran depresión, Argentina seguía siendo un país
básicamente rico, sin los problemas estructurales de países tercermundistas o de
"industrialización tardía". Por ello es que el modelo corporatista peronista, precedido
ideológicamente por el nacionalismo, podía desarrollar un concepto de corporatismo,
cuyas implicancias para la clase obrera pueden apreciarse durante la época peronista. Sin
ninguna duda, la retórica nacionalista peronista, a diferencia de la nacionalista de la
década de 1930, fue acompañada por beneficios materiales claros para la clase obrera
corporatizada. El peronismo indudablemente transformó en hechos muchos de los
principios ideológicos desarrollados por el nacionalismo, tanto de derecha como
populista, durante la década de 1930.
En 1912 se dictaba la ley que limitaba las posibilidades de fraude electoral mientras
seguía excluyendo de la participación política a mujeres y extranjeros.
“Art. 1. Son electores nacionales los ciudadanos nativos y los naturalizados desde los
diez y ocho años cumplidos de edad.
Art. 39. Si la identidad (del elector) no es impugnada, el presidente del comicio entregará
al elector un sobre abierto y vacío, firmado en el acto por él de su puño y letra, y lo
invitará a pasar a una habitación contigua a encerrar su voto en dicho sobre.”
Pero además estaban excluidos del derecho al voto los habitantes de los Territorios
Nacionales, es decir aquellos que no constituían provincias, las cuales eran sólo 14 por
aquellos años, con una buena parte de población originaria.
La ley establecía junto con el voto secreto y obligatorio, cláusulas para la incorporación
de las minorías al parlamento mediante la “lista incompleta”, para permitir la integración
de la UCR e incluso del Partido Socialista a las instituciones del nuevo régimen.
Así, una pequeña parte de la población tenía derecho, en verdad, a ejercer el sufragio, el
más elemental de los derechos en los que se basan las democracias burguesas. Aun con
estos evidentes límites al ejercicio de la democracia, esta ley implicó una ampliación de
las condiciones de participación política de la ciudadanía. ¿Qué características tenía
entonces el régimen que esta ley vino a cambiar?
El régimen oligárquico
Por esto el radicalismo surgió a fines del siglo XIX al calor del cuestionamiento de las
formas restrictivas del régimen conservador. Tres levantamientos radicales precedieron a
la ley Sáenz Peña, levantando como bandera la reforma política (en 1890, el que dio
origen a la Unión Cívica Radical poco después, en 1893 y en 1905).
Sin embargo, en las elecciones parlamentarias de 1913, el Partido Socialista ganó la primera
mayoría en la Ciudad de Buenos Aires, ingresando por primera vez un socialista, Del Valle
Iberlucea, al Senado. En 1914 volvió a ganar el PS las legislativas de la Ciudad, sumando 5
nuevos diputados, mientras el radicalismo triunfaba en Entre Ríos y Santa Fe. En 1915, los
radicales controlaban las gobernaciones de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, y fueron segunda
fuerza en Buenos Aires.
En las elecciones presidenciales de 1916, la UCR obtuvo el 45,59 % de los votos en todo el país,
ganando así la presidencia con Hipólito Yrigoyen. En estas elecciones la UCR y el PS sumaron el
89,4 % de los votos en la Ciudad de Buenos Aires. Los conservadores tradicionales, que se
mantuvieron como partidos provinciales, alcanzaron un 25 % de los votos a presidente,
triunfando en la provincia de Buenos Aires por escaso margen. El Partido Demócrata
Progresista obtuvo un 13,23 % a nivel nacional, y el PS un 8,8 %, aunque en la Ciudad
alcanzaron un importante 41,3 %. [1]
La puesta en práctica de la ley fue un golpe para los representantes de la “vieja política”. Las
formas del régimen cambiarán ahora sujetas como estaban al mantenimiento de una base de
apoyo electoral.
Sin embargo, los nuevos representantes estarán tan atados como los viejos a los intereses de
la gran propiedad terrateniente y el capital extranjero. Los gobiernos radicales serán una
muestra de ello. Mientras tanto, la ampliación del juego electoral reforzará el ya profundo
reformismo del Partido Socialista, una de las direcciones más importantes de la clase obrera.
[2]
Los límites de la “democratización” que se impulsa con la Ley Sáenz Peña se encuentran
entonces en el mantenimiento de las relaciones de clase que se conservan intactas dentro del
modelo primario-exportador y en la conformación de la Argentina capitalista cada vez más
dependiente del imperialismo. Así, aunque formalmente se asumen algunos mecanismos
democráticos, el poder real –como en toda democracia burguesa y más aún en un país
semicolonial– sigue en manos de las grandes corporaciones, de los capitales nacionales y
extranjeros.
Desde la Revolución de 1890, la Unión Cívica se presentaba ante la sociedad como una
organización política que proponía una nueva forma de hacer política. Pero en su seno se
percibían notables diferencias entre sus dos conductores. Los objetivos de Alem y Mitre eran
notablemente diferentes. Sólo coincidían en expulsar a Juárez Celman del gobierno. Pero
mientras Alem luchaba por elecciones libres y transparencia gubernativa, el mitrismo, aliado
con el roquismo, pretendía recuperar el poder para colocarlo en manos confiables que
aseguraran que nada cambiaría.
Los conductores del Partido Autonomista Nacional, integrantes del reducido grupo político que
monopolizaba el control de la vida política argentina, advirtieron que urgía recuperar el poder
político, y la credibilidad debilitada desde los hechos del 90. Para ello debían pacificar la
sociedad y debilitar a la oposición. Con ese propósito incorporaron a algunos miembros de
ésta a la gestión de gobierno. Comenzaron las negociaciones y acuerdos con los sectores más
dialoguistas de la Unión Cívica. En ocasión de la campaña electoral para los comicios de 1892,
Roca y Pellegrini negociaron con Mitre, lo que no fue aceptado por Leandro Alem, quien al
frente de la fracción intransigente de la Unión Cívica creó en 1891, la Unión Cívica Radical. Los
sectores conservadores formaron la Unión Cívica Nacional, liderada por Mitre.
Los radicales proclamaban en su carta orgánica:
“Concurrir a sostener dentro del funcionamiento legítimo de nuestras instituciones las libertades
públicas, en cualquier punto de la nación donde peligren. Levantar como bandera el libre
ejercicio del sufragio, sin intimidación y sin fraude. Proclamar la pureza de la moral
administrativa. Propender a garantir a las provincias el pleno goce de su autonomía y asegurar a
todos los habitantes de la República los beneficios del régimen municipal.”
La Unión Cívica Radical se orientó hacia la intransigencia. Sus dirigentes negaron la legitimidad
del acuerdo entre mitristas y roquistas y decidieron pasar a la resistencia. El régimen, a través
del fraude y la transmisión del poder entre los miembros de la elite, cerraba todos los canales
legales de participación y expulsaba a la oposición del sistema. Leandro Alem declaraba: “No
derrocamos al gobierno de Juárez Celman para separar hombres y sustituirlos en el mando; lo
derrocamos para devolverlo al pueblo a fin de que el pueblo lo reconstituya sobre la base de la
voluntad nacional”.
Entre 1891 y 1893 se produjo un fuerte debate al interior de la UCR entre abstencionistas, que
planteaban no participar en las elecciones mientras subsista el fraude, y la concurrencista que
proponía no abandonar la lucha electoral.
Las elecciones de 1892 que llevaron a la presidencia a Luis Sáenz Peña, en las que se perpetró un
fraude monumental, volcaron la balanza a favor de los abstencionistas.
A principios de julio de 1893 se realizó una importante reunión entre el ministro del Interior, el
cívico Aristóbulo Del Valle, Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen. Los dos líderes radicales se
esforzaron por convencer a Del Valle para que diera un golpe de Estado y asumiera el gobierno
con el apoyo del radicalismo. El ministro se niega para “no sentar un funesto precedente”.
Fracasada esta gestión la Unión Cívica Radical se lanzó a la lucha revolucionaria.
La primera acción armada se produjo en la mañana del 29 de julio en San Luis, donde los
radicales encabezados por Teófilo Sáa atacaron el cuartel de policía, tomaron prisionero al
gobernador roquista Jacinto Videla y formaron una junta revolucionaria de gobierno.
En Rosario el movimiento fue dirigido por Lisandro de la Torre. Lisandro y sus hombres armados
con bombas y fusiles aportados por oficiales radicales de Zárate, tomaron la Jefatura de Policía y
lograron que la ciudad cayera en manos de los rebeldes. La rebelión se extendió a Santa Fe,
donde el lugarteniente de De la Torre, Mariano Candioti, al frente de unos 300 hombres tomó
los principales edificios del gobierno provincial expulsando a tiros a los roquistas y asumiendo el
30 de julio de 1893 como gobernador de la provincia.
En Buenos Aires, la revolución estalló el 30 de julio y fue dirigida por Hipólito Yrigoyen y su
hermano el coronel Martín Yrigoyen. Los revolucionarios recibieron la adhesión de los habitantes
de 88 municipios y nombraron al sobrino de Alem gobernador de la provincia. Yrigoyen, siguió al
frente del movimiento, coordinando las distintas acciones militares de su ejército de 3.000
hombres acantonado en Temperley, pero no quiso asumir la gobernación provincial y designó en
el cargo a su correligionario Juan Carlos Belgrano. El joven Marcelo T. De Alvear fue designado
Ministro de Obras Públicas del gobierno revolucionario.
Los hechos estaban tomando una magnitud nunca imaginada por los dueños del poder. El 10 de
agosto la Cámara de Diputados de la Nación aprobó un proyecto que recomendaba la
intervención a la Provincia. El ministro Del Valle se reunió en La Plata con Yrigoyen. Le advirtió
que ya no podía demorar más la represión y le rogaba que evitara “un baño de sangre”. Yrigoyen
decidió la disolución del gobierno revolucionario.
Pero el conflicto estaba lejos de terminar. El 14 de agosto estalló en Corrientes otro movimiento
revolucionario del partido liberal con apoyo radical. Los rebeldes tomaron Bella Vista, Saladas y
Mburucuyá y el 22 se apoderaron de la Capital provincial. Como ocurriera con Buenos Aires, se
decide la intervención federal.
Los movimientos revolucionarios de 1893 coincidieron con una aguda crisis económica. A
diferencia de la crisis del 90, que había afectado básicamente a las actividades urbanas como la
bolsa, los bancos y el comercio –por lo que el fenómeno revolucionario se había reducido
exclusivamente a las ciudades-, en la segunda mitad del 93 la crisis llegó a las zonas rurales, en
coincidencia con uno de los picos más bajos del precio internacional del trigo.
En septiembre los radicales de Tucumán se sublevan contra el gobierno de Prospero García. Los
combates duran varios días hasta que el 20 los revolucionarios logran tomar la provincia. El
gobierno nacional envía una división de 1.200 hombres al mando del general Francisco Bosch y
de Carlos Pellegrini que logra recuperar la provincia.
El movimiento comenzó a extenderse por todo el país, pero la falta de coordinación entre los
distintos focos rebeldes y la eficaz acción represiva llevada a delante por el General Julio A. Roca
y el ministro de Guerra y Marina, Benjamín Victorica, llevaron a la derrota de la sublevación, a la
detención de Alem y al exilio de Yrigoyen en Montevideo.
La frustrada revolución del 93 traerá múltiples consecuencias dentro y fuera del radicalismo. En
el seno del partido, durante los episodios revolucionarios se pusieron de manifiesto las notables
diferencias entre el fundador y conductor indiscutido, Leandro Alem y su sobrino, Hipólito
Yrigoyen. Las disidencias tenían que ver fundamentalmente con la profunda desconfianza que
sentía don Leandro por las convicciones revolucionarias de Yrigoyen. Lo sentía proclive a los
pactos espurios y a rodearse de los peores hombres con tal de lograr sus objetivos. Por su parte
su natural heredero, acusaba a Alem de ejercer una conducción demasiado principista,
intransigente y personalista que no dejaba lugar a ningún tipo de negociación, ni siquiera con las
figuras más “progresistas” del régimen conservador, como Roque Sáenz Peña o José Figueroa
Alcorta.
Los disensos se fueron profundizando en los años subsiguientes y los respectivos orgullos no
dejaron espacio para el diálogo superador.
“Los radicales conservadores se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán
socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino
Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña y los radicales intransigentes nos iremos a la
mismísima mierda.”
Los que conocían bien a Leandro N. Alem sabían que estaba pasando un momento muy difícil.
Con gravísimos problemas económicos, porque había aportado todo su capital para financiar la
acción partidaria y las fallidas revoluciones; se lo veía muy deprimido y decepcionado por las
actitudes de sus correligionarios y convencido de que su famoso lema partidario “que se rompa
pero que no se doble” estaba entrando en desuso. Asqueado de la corrupción y el fraude del
modelo conservador y sintiéndose impotente para enfrentarlo, decidió suicidarse el 1 de julio de
1896.
Poco antes de tomar su última decisión, dejo lo que se conoce como su testamento político. Allí
decía entre otras cosas: “Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Sí, que se
rompa pero que no se doble. He luchado de una manera indecible en estos últimos tiempos.
¡Cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos
factores! No importa. ¡Todavía el radicalismo puede hacer mucho, pertenece principalmente a
las nuevas generaciones! ¡Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra, deben
consumarla!”
“El Partido Radical ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora, la del señor Yrigoyen,
influencia oculta y perseverante que ha operado por lo mismo antes y después de la muerte del
doctor Alem, que destruye en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a los
intereses del país y los intereses del partido, sentimientos pequeños e inconfesables.”
Yrigoyen no sabía esgrima y contrató a un profesor para la ocasión. Lisandro, en cambio era un
experto. La lucha duró más de media hora al cabo de la cual, paradójicamente Lisandro
presentaba heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo, mientras que
Yrigoyen resultó ileso. A partir de entonces Lisandro comenzará a usar su barba rala para
disimular las marcas de aquella disputa con Don Hipólito.
Una nueva revolución radical estalló el 4 de febrero de ese año con el apoyo de importantes
sectores del ejército en medio de un clima de creciente agitación social protagonizada por los
gremios anarquistas y socialistas. La rebelión se extendió por la Capital, Mendoza, Rosario, Bahía
Blanca y Córdoba. En esta ciudad se produjeron los episodios más resonantes y durísimos
enfrentamientos. Allí el comandante Daniel Fernández, militante radical, sublevó al regimiento 8
de Línea y con el apoyo de militantes radicales a los que el propio comandantes les distribuyó
armas del arsenal copado, derrocó al gobierno provincial y tomó prisionero al vicepresidente
Figueroa Alcorta que se encontraba de visita en la provincia.
La revolución terminó militarmente derrotada, pero la clase gobernante debió tomar nota de la
alarma que se había activado y comenzaron a afirmarse en su seno los hombres partidarios de
una modificación del sistema electoral que permita descomprimir el panorama social sin
modificar en absoluto el modelo económico agroexportador. Para los hombres más lúcidos de la
oligarquía, el mantenimiento de la exclusión política de la mayoría era evidentemente más
peligroso que la incorporación política de un partido moderado como la UCR que cuestionaba las
bases del modelo sino los mecanismos de incorporación al mismo.
un grupo de militares encabezado por el general José Félix Uriburu se apoderó del gobierno,
derrocando al presidente Hipólito Yrigoyen y estableciendo una dictadura militar. No fue el
primer intento de golpe de estado posterior a la sanción de la Constitución en 1853, pero sí el
primero en tener éxito total.
Modelo Agroexportador
Este modelo coincide en casos como el argentino con el establecimiento del Estado nacional, por
lo que se vincula profundamente con las raíces imaginarias de la nación, es decir, forma parte
importante de su propia historia económica.
Origen
A menudo se dice que este modelo de economía de exportación agraria nació en la Argentina y
otros países en situación similar, que disponían de una extensa plataforma territorial
aprovechable en términos agrícolas y productivos.
Contexto histórico
Es la época del fin del colonialismo europeo y los capitales internacionales persiguen su
incorporación en los mercados insurgentes como el americano, que se muestra gustoso de
consumir sus productos elaborados y sentirse en condición de igualdad de consumo.
Causas
Las principales causas del surgimiento del modelo agroexportador radican en la cantidad de
terreno cultivable disponible en las jóvenes naciones latinoamericanas, cuyo pasado
precisamente agrícola durante la colonia las habrá preparado.
Por otro lado, la inversión extranjera fue abundante en países como Argentina, permitiendo
levantar una infraestructura agrícola extensa, a medida que Gran Bretaña se constituía en el
principal comprador de sus productos.
Consecuencias
A grandes rasgos, la consecuencia más importante del modelo agroexportador tiene que ver con
el crecimiento masivo del agro, pero no su desarrollo y modernización.
Las consecuencias de ello no se hicieron esperar: el mundo desarrollado pronto pudo incorporar
sus propios productos manufacturados al mercado, amparados en las potencias tecnológicas de
la industria moderna, abaratando los precios de la materia prima y constituyendo un mundo
muy desigualmente modernizado.
Ventajas
Inmigración. Numerosos países de América presenciaron la ola de migrantes europeos que venía
a cultivar en sus tierras, incorporando no sólo conocimientos en la materia sino tradiciones
culturales y culinarias que enriquecieron la cultura local.
Desventajas
Dependencia del mercado externo. Una vez que los mercados externos estén saturados, sean
conquistados por otra oferta o empiecen a autoabastecerse, la economía agroexportadora se
verá en crisis ante la disminución de su única fuente de ingresos.
Los latifundios. Surgieron los grandes terratenientes y latifundistas de producción amplia pero
moderada, asistemática, cuya riqueza se sostenía sobre una mano de obra campesina
depauperada.
Duración
El relativo éxito de este modelo, previo a su entrada en crisis en el primer tercio del siglo XX,
suele variar de acuerdo a la historia particular del país: Algunos ejemplos:
En Venezuela, antigua nación rural de amplia explotación cacaotera, se inició a finales de siglo
XIX su desarrollo petrolero, abandonando para siempre el agro en pos de una economía más o
menos crudodependiente.
En Argentina, en cambio, el modelo duró unos 50 años (desde 1880, con la presidencia de Julio
Argentino Roca, hasta la crisis de 1930).
Ejemplos
El mejor ejemplo del continente lo representa el modelo argentino entre 1880 y 1915, época
durante la cual el gobierno impulsó el cultivo masivo de granos y cereales, por lo que a menudo
se llamó a la Argentina como “el granero del mundo”. De una exportación promedio por año de
20 toneladas de granos, Argentina pasó a 400 toneladas en poco más de quince años.
Sin embargo, el inicio de las Guerras Mundiales del siglo XX (Primera y Segunda) disminuyó
drásticamente el volumen de las importaciones europeas, sentenciando al modelo
agroexportador a la crisis y, eventualmente, a ser reemplazado por uno de consumo interno.
La gran crisis mundial de 1930 cuyo epicentro es Wall Street en los Estados Unidos pone fin al
modelo de exportaciones del agro de los países latinoamericanos, obligándolos a reemplazar a
toda máquina el consumo externo, que cayó en más de la mitad de sus cifras.
El endeudamiento
CONCLUSIÓN
Fomento de la inmigración
Expansión de La Pampa.
ARTIGAS
Si confundir el ideario federal de Artigas con su caricatura rosista es una mistificación, también lo
es considerar a Artigas un caudillo oriental, padre de una supuesta "nacionalidad uruguaya” (ver
más adelante la historiografía sobre Artigas). Una y otra vez, Artigas rechazó los ofrecimientos de
los gobiernos porteños para que segregue a la Banda Oriental del resto del cuerpo de las
provincias del Plata.
Por el contrario, fue la política porteña la que prefirió entregar la Banda Oriental a los
portugueses antes que convivir con el "anarquismo" artiguista y la que preparó el terreno para la
segregación del Uruguay.
ROSAS
8. Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos analizado distintos aspectos de la Argentina rosista. De esto
podemos concluir:
Que las relaciones de producción estaban teñidas en todas partes de las formas de coerción y
sujeción feudal de las masas (peones, gauchos, campesinos...) por parte de la oligarquía
terrateniente.
Que la política con el indígena (exterminio alternado con negociaciones de conveniencia), que
las ideas constitucionales demoradas, que el terror y el paternalismo estuvieron marcados todos
por el gran objetivo de Rosas: mantener en el país la dispersión con caudillos, estancieros y
peones, con el predominio indiscutible de la provincia de Buenos Aires, dueña de la Aduana y de
las relaciones exteriores.
Que la resistencia ante las agresiones extranjeras es el punto más alto y destacable de la
actuación política rosista, y en esa acción demostraría el profundo divorcio entre los intereses de
la nación y los de muchos de sus opositores.
El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta a ese planteo, que
determinaba la prohibición de importar algunos productos y el establecimiento de aranceles
para otros casos. En cambio mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los
minerales que no se producían en el país. Con esta medida buscaba ganarse la buena voluntad
de las provincias, sin ceder lo esencial, que eran las entradas de la Aduana. Estas medidas
impulsaron notablemente el mercado interno y la producción del interior del país. Sin embargo,
Buenos Aires continuó siendo la principal ciudad.70
La escala de tarifas partía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba aumentando
para proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones vitales, como el acero, el
latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las bebidas
y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y
algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.70
Un efecto adicional —que Rosas había considerado correctamente— era que, pese a que
disminuyeron las importaciones, el crecimiento del mercado interno compensó esa caída. De
hecho, los ingresos por impuestos a la importación aumentaron significativamente.70
El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes ingleses y había
provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel moneda,
continuamente depreciado. En 1836 Rosas lo declaró desaparecido, y en su lugar fundó un
banco estatal, llamado Casa de Moneda; fue el antecedente inicial del actual Banco de la
Provincia de Buenos Aires.
Bajo el efecto de los bloqueos, las tases de importación fueron reducidas significativamente;
pero nunca volvieron a ser tan bajas como en la época de Rivadavia, ni como serían después de
su caída.133
Los subsidios que otorgó a algunas provincias estaban orientados a sostener a sus gobiernos y
ejércitos, no a la economía local. De todos modos, el crecimiento económico del litoral fluvial
arrastró un cierto crecimiento de las economías del interior, que proveían de ciertas mercaderías
a aquél.135
El estricto control que Rosas impuso —incluso personalmente— a los gastos públicos, y su
negativa a permitir emisiones de papel moneda sin respaldo le permitieron a la provincia de
Buenos Aires mantener equilibradas sus finanzas, aún en los períodos en que éstas se vieron
afectadas por los bloqueos navales
BALANCE
Más allá de las diferencias evidentes —y en algunos casos más aparentes que reales— entre los
estilos de Rivadavia y Rosas, el período comprendido entre 1820 y 1852 tiene una serie de
características en común. Tanto Rivadavia como Rosas conservaron todo el poder para su
provincia, y controlaron al interior a través del comercio exterior y la política aduanera. Ambos
intervinieron militarmente en las provincias del interior en que consideraron que la mera
influencia no era suficiente para asegurar su dominio. Y ambos rechazaron todo intento de
institucionalizar el país cuando el predominio porteño no estuviera asegurado; la experiencia de
Rivadavia convenció a Rosas que era mejor mantener al país inconstituido y sostener un sistema
de negociaciones entre provincias soberanas.203204
Pese a la falta de datos precisos, parece haber existido una fuerte corriente de migraciones
internas desde el interior hacia el litoral fluvial, que además habría recibido una corriente
inmigratoria importante —muy difícil de medir— desde Europa, especialmente desde España e
Italia.207 Y, a partir de la gran hambruna, también desde Irlanda.208
En lo cultural, el período presenta una discontinuidades notable con la época anterior: tras la
pretensión rivadaviana de modernizar y europeizar la cultura y la educación, y romper con el
modelo colonial, los dirigentes federales intentaron desarrollar una cultura nacional propia, sin
hacer particular hincapié en la continuidad o discontinuidad con la situación previa.209
La época de Rosas, han sido considerados por la historiografía como un período política y
culturalmente estéril.210211 Por su parte, los historiadores revisionistas suelen considerar que
fue un período en que se llevó a cabo un intento de organización social y política autónoma, que
se frustraría en el período siguiente, el de la Organización Nacional.
El partido independentista contaba con Liniers, que por no ser español y a la vez sospechado de
pro-francés, se apoyaba en dicho partido y en las tropas criollas. A la vez Liniers seguía siendo
Virrey para España; primera base de su poder, a la que mientras tanto era leal, por lo que se
preparó para la Tercera Invasión Inglesa.
1. La toma del Río de la Plata por los franceses napoleónicos con miras a una posterior y
supuesta independencia.
Aunque por el momento seguiría siendo Virrey y fiel a España, mientras ésta lo mantuviera. Se
podría decir con justicia y sin exagerar que Liniers jugaba para todos los equipos.
A su vez el partido independentista utilizaba a Liniers para sus propósitos, por ser influenciable y
porque como dijimos antes, le convenía. Padilla y Moldes se encontraban en Inglaterra en
contacto con Miranda y el gobierno inglés, tratando de lograr que se produjera la expedición de
Arthur Wellesley para independizar Sudamérica. Con igual intención estaba Pueyrredón en
España y Rodríguez Peña en Río de Janeiro.
Ya entronizado José Bonaparte como Rey de España luego de las abdicaciones de Carlos IV a
favor de su hijo Fernando VII (Motín de Aranjuez), y de Fernando VII otra vez en favor de su
padre Carlos IV, y éste a favor de Napoleón, y el posterior confinamiento de ambos en Bayona.
Luego de la sangrienta represión de Murat, el pueblo español inicia la guerra a los invasores a
través de las juntas constituidas en cada ciudad. La Junta de Asturias envió una representación a
Londres a pedir ayuda contra el invasor. El pedido les significó a los ingleses la oportunidad de
enfrentar a su enemigo desde una base continental, como aliados de los españoles.
Esto provocó que Inglaterra cancelara inmediatamente sus planes de invadir las colonias
españolas de Sudamérica, lo que había sido previsto por algunos representantes locales, como
Rodríguez Peña, quien escribió a Miranda desde Río de Janeiro, pidiéndole que apure la
expedición de Wellesley, porque la demora podría ser funesta si se levanta España contra
Napoleón.
"Los Americanos en la forma más solemne que por ahora les es posible, se dirigen à S.A.R. la
Señora Doña Carlota Joaquina, Princesa de Portugal é Infanta de España, y la suplican les
dispense la mayor gracia, y prueba de su generosidad dignándose trasladarse al Rio de la Plata,
donde la aclamaran por su Regenta en los términos que sean compatibles con la dignidad de la
una, y libertad de los otros... Aunque debemos afianzarnos y sostener como indudable principio,
que toda la autoridad es del Pueblo, y que este solo puede delegarla, sin embargo la creación de
una nueva familia Real nos conduciría á mil desordenes y riesgos. Al contrario la dignidad ya
creada, y adornada al presente de tan divinas qualidades, y que separándose absolutamente de
la dominación Portuguesa se establecerá en esos territorios nos ofrece una eterna felicidad y
quantas satisfacciones puede prometerse una nación establecida afirmada y sostenida con las
más extraordinarias ventajas; añadiendo que sin duda alguna debemos contar con la protección
y auxilios de la Inglaterra". [46]
Rodríguez Peña era uno de los llamados "carlotistas", es decir, partidario de establecer un
reinado en el Plata, teniendo como monarca a la princesa Carlota Joaquina; aunque no ocultaba
los temores sobre lo que se podría desatar en ocasión de concretarse. También garantizaba a los
ingleses que haría lo posible para preparar a los criollos de Buenos Aires, a fin de recibir a la
fuerza expedicionaria inglesa como amigos. Como reflexión accesoria advertía que el partido
independentista no era numeroso ni estaba compuesto de vecinos notables, que en las
provincias del interior existían recelos sobre la reacción de los españoles, y a su vez el partido
español estaba preocupado por las prebendas del contrabando que les permitía vivir con relativa
comodidad.
Luego del fracaso de la invasión, los conjurados debieron escapar: Saturnino Rodríguez Peña se
refugió en Río de Janeiro y Aniceto Padilla emigró a Londres. Ambos gozaron de una pensión del
gobierno inglés en recompensa de este acto. En los años siguientes fueron partícipes de
diferentes negociaciones que se encaminaban a la independencia, pero con resultados
negativos, como veremos más adelante.
Ya en Londres, Padilla se reunió con Sir Arthur Wellesley, más tarde nombrado duque de
Wellington, el 2 de abril de 1808 y, al término de esa reunión, Padilla le envió una memoria al
general inglés. En ella relata que con la ocupación inglesa, los americanos "creyeron que el
propósito de la nación británica era proteger la independencia de ese país; [...] Pero como
después de eso, la conducta de los jefes británicos no correspondiera en absoluto con las
esperanzas que el pueblo había concebido, tomaron la resolución de expulsarlos mediante la
reconquista, cosa que hicieron poco tiempo después". Más adelante continúa Padilla: "Peña
dirigió sus pasos a Río de Janeiro para observar el movimiento y vicisitudes del país, y yo me
dirigí a esta capital para tomar consejo y conferenciar con nuestro compatriota el general
Miranda, cuyos conocimientos, experiencia y los generosos y constantes esfuerzos para lograr la
independencia de los americanos nos son conocidos desde hace tiempo,". [47]
Finaliza la nota pidiendo una expedición británica de unos 6.000 a 7.000 hombres que
desembarquen en la Colonia del Sacramento y desde allí ganar la voluntad de toda la provincia.
También hay que señalar el temor a la anarquía, ya que cada ciudad importante, cada puerto,
cada región del Virreinato del río de la Plata tenía sus grupos de poder y en ellos una idea y un
proyecto político propios. Estos proyectos políticos venían durante toda la etapa virreinal sujetos
a la administración central impuesta por el gobierno español, y viviendo una realidad forzada por
el centralismo virreinal.
Son muy ilustrativas las instrucciones que el 5 de octubre de 1808, George Canning le comunica
a J. H. Frere, embajador inglés en España, acerca de los alcances de su misión diplomática. En
especial lo que concierne a la actitud británica con respecto a Sud América. Le indicaba
"abstenerse, si se lo solicita, de reconocer o aún de ayudar a su independencia."[49]
A esta altura podemos afirmar que la Revolución de Mayo de 1810 no fue un movimiento contra
Napoleón, y contra un gobierno español que descuidó sus colonias en América a causa de la
guerra; ya que España tenía un rey, José I; ilegítimo pero apoyado por buena parte de la
sociedad y pueblo españoles y por el ejército francés. Contra lo que generalmente se cree, el
apoyo inglés de tropas y dinero no alcanzaba para debilitar a los franceses en la península, hasta
que napoleón debilitó su posición a causa de la invasión a Rusia, lo que sucedió mucho después
(1812).
Por su parte Pueyrredón, ante el panorama de los sucesos y el cambio de política de los ingleses;
antes de verse entrampados por franceses o españoles en la península, escapó hacia el Plata con
una cincuentena de patriotas, a fin de seguir operando a favor de la independencia.
Desde 1808 en España además del rey ilegítimo José I, había varias autoridades auto
constituidas, como las juntas de Cádiz, Sevilla y otras, y las del exilio como Carlos IV y Fernando
VII, sin contar con la Infanta Carlota Joaquina, quien desde Río de Janeiro se juzgaba virtual reina
del Río de la Plata. Ante este panorama, no es de extrañar que los poderes locales se
encontraran socavados; por una parte de Elío en Montevideo y por la otra Liniers en Buenos
Aires, quien a su vez no sabía a quién acatar como autoridad superior; con partidos que se iban
definiendo y con una economía muy complicada a causa de la guerra en Europa, las invasiones
inglesas y los gastos de defensa que éstas habían ocasionado.
El 14 de diciembre, el gobernador Elío despachó una nota al Cabildo de Buenos Aires en la cual
comunicaba la existencia de "tres pérfidos proyectos, el de Pueyrredón; el que proponía Peña y
yo descubrí aquí, y el que recientemente tendrá V. E. A la vista de resultas de las actuaciones que
la Junta extraordinaria de la fragata Prueba ha dirigido a V. E, y verá que todos tres coinciden, y
todos cuentan con una seguridad de apoyo en don Santiago de Liniers." Y agregaba más
adelante que: "unido a la Real Audiencia se tome la providencia de suspender de su mando a un
Virrey que atenta la soberanía, y admite semejantes infamias [...]"[50]
Podemos concluir entonces que durante el año 1808 se planeaban varias acciones
revolucionarias en Buenos Aires. Que las autoridades tenían conocimiento de estas actividades.
Que existía una combinación entre el Cabildo de Buenos Aires, presidido por Martín Álzaga y el
gobernador de Montevideo, Javier Elío. Estaban atentos a los movimientos subversivos y además
promovían una campaña para derrocar al virrey Liniers, bajo los cargos de amigo de Francia,
disoluto y partidario del comercio libre.[51]
Antes de la Revolución de Mayo, fue muy importante la labor de inteligencia que realizaba el
Ministerio de Relaciones Exteriores Británico, Foreign Office. Recibía constantemente
información proporcionada por los comerciantes y viajeros ingleses que se encontraban en
América del Sur. También lo hacían los oficiales británicos, en especial los marinos. En estos
informes se encuentra un valioso material que daba cuenta del estado de las colonias españolas
poco antes de la lucha por la Independencia.
Un informe escrito en el año 1808 por el comerciante que firma señor Johnson, indica que a
pesar de la derrota británica luego de las invasiones a Buenos Aires, señala que si bien:
"terminaron en desastre y desgracia, produjeron por lo menos el efecto beneficioso de ponernos
en conocimiento de la fuerza interna de esas regiones y de la desafección de la mayoría de sus
habitantes con su metrópoli".[52]
Más adelante recalca los beneficios para el Reino Unido que traería un mercado que compense
las pérdidas producidas por el cierre de los mercados del Continente Europeo y propone la
creación de una monarquía independiente en Sud América.
El 4 de julio de 1808 el Rey de Inglaterra, Jorge III, decreta el cese de hostilidades con España,
termina el bloqueo de los puertos españoles y permite la entrada de buques españoles a los
puertos de Gran Bretaña. Esto modificó todo el tablero político de Europa y de las colonias.
Lord Strangford, Embajador británico en la corte de Río de Janeiro, envió un informe a George
Canning, Ministro de Relaciones Exteriores, en junio de 1808 comunicando sus temores por las
intenciones del Príncipe Regente de Portugal a extender su dominio hasta el Río de la Plata, y
pidió instrucciones sobre cómo debe proceder. Strangford le comunica que disuadirá al príncipe
de estos propósitos hasta saber la política británica al respecto.
Canning responde que "rogará seriamente al ministro portugués de suspender toda operación
ulterior tomada con ese fin, y de respetar en las colonias sudamericanas, aquellos lazos de
interés común y amistad, con que España y Portugal están ahora unidos en Europa."
Son ilustrativas las instrucciones que el 5 de octubre de 1808, George Canning le comunica a J. H.
Frere, embajador inglés en España acerca de los alcances de su misión diplomática. En especial
lo que concierne a la actitud británica con respecto a Sud América: le indica "abstenerse, si se lo
solicita, de reconocer o aún de ayudar a su independencia."
A fines de octubre Saturnino Rodríguez Peña, que estaba exiliado en Río de Janeiro, envía una
serie de cartas a Sidney Smith presentándole a un grupo de residentes en Buenos Aires que
estarían a favor de la regencia de la Princesa Carlota. Los principales nombres mencionados son:
Juan José Castelli, Félix Casamayor, y Martín de Álzaga. Además envía a Buenos Aires otras
escritos para varias personas con el objeto de promover la regencia de Carlota hasta tanto el rey
Fernando VII, prisionero en manos de Napoleón, pudiera regresar a España. Rodríguez Peña las
envía en manos del médico inglés, Diego Paroissien, que junto con el coronel Burke, serán los
portadores de esas misivas