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GUATEMALA: MEMORIA DEL SILENCIO.

Informe de la Comisión para el Esclarecimiento


Histórico (CEH). Ciudad de Guatemala, febrero de
1999

Componentes y misión de la CEH

En el marco de los Acuerdos de Paz, firmados entre los años 1991 y 1996 por
el Gobierno de la República de Guatemala de Álvaro Arzú y la guerrilla, la
Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), se acordó la creación
de esta Comisión de la Verdad, parecida a las que se había establecido en
otros países como El Salvador o Sudáfrica. En este caso concreto cabe
recordar que: "La CEH fue establecida mediante el Acuerdo de Oslo, del 23 de
junio de 1994, para esclarecer con toda objetividad, equidad e imparcialidad las
violaciones a los derechos humanos y los hechos de violencia que han
causado sufrimientos a la población guatemalteca, vinculados al
enfrentamiento armado. La Comisión no fue instituida para juzgar, pues para
esto deben funcionar los tribunales de justicia, sino para esclarecer la historia
de lo acontecido durante más de tres décadas de guerra fratricida".

Antecedentes y características de la CEH

La CEH tenía las siguientes finalidades: "I) Esclarecer con toda objetividad,
equidad e imparcialidad las violaciones a los Derechos Humanos y los hechos
de violencia que han causado sufrimientos a la población guatemalteca,
vinculados con el enfrentamiento armado. II) Elaborar un informe que contenga
los resultados de las investigaciones realizadas y ofrezca elementos objetivos
de juicio sobre lo acontecido durante este periodo, abarcando todos los
factores, internos y externos. III) Formular recomendaciones específicas
encaminadas a favorecer la paz y la concordia nacional en Guatemala. La
Comisión recomendará, en particular, medidas para preservar la memoria de
las víctimas, para fomentar una cultura de respeto mutuo y observación de los
Derechos Humanos y para fortalecer el proceso democrático".
EL CONTEXTO DEL CONFLICTO ARMADO

Las causas del conflicto armado

"La CEH concluye que fenómenos coincidentes con la injusticia estructural, el


cierre de los espacios políticos, el racismo, la profundización de una
institucionalidad excluyente y antidemocrática, así como la renuencia a
impulsar reformas sustantivas que pudieran haber reducido los conflictos
estructurales, constituyen los factores que determinaron en un sentido profundo
el origen y ulterior estallido del conflicto armado".

"Después del derrocamiento del Gobierno del coronel Jacobo Arbenz en 1954
tuvo lugar un acelerado proceso de cierre de espacios políticos, inspirado en un
anticomunismo fundamentalista que anatemizó un movimiento social amplio y
diverso, consolidando mediante leyes el carácter restrictivo y excluyendo del
juego político. Estas restricciones a la participación política fueron pactadas por
diversos sectores de poder fáctico del país y activadas por las fuerzas civiles y
políticas de esta época. Este proceso constituye en sí mismo una de las
evidencias más contundentes de las estrechas relaciones entre el poder militar,
el poder político y partidos políticos surgidos en 1954. A partir de 1963, además
de las restricciones legales, la creciente represión estatal contra sus reales o
supuestos opositores fue otro factor decisivo en el cierre de opciones políticas
en Guatemala".

Las responsabilidades de las violaciones de los derechos


humanos
"Durante el periodo de enfrentamiento armado la noción de enemigo interno,
intrínseca a la Doctrina de Seguridad Nacional, se volvió cada vez más amplia
para el Estado. (…) Mediante su investigación, la CEH recogió uno de los
efectos más devastadores de esta política: las fuerzas del Estado y grupos
paramilitares afines fueron responsables del 93% de las violaciones
documentadas por la CEH".

Las responsabilidades de los EUA

"Hasta mediados de los años ochenta hubo fuertes presiones del Gobierno de
los Estados Unidos de América y de empresas norteamericanas, para
mantener la arcaica e injusta estructura socioeconómica del país. Además, el
Gobierno de los Estados Unidos, a través de diversas dependencias,
incluyendo la Agencia Central de Inteligencia (CIA), apoyó directa e
indirectamente algunos operativos ilegales del Estado. (…) El anticomunismo y
la Doctrina de Seguridad fueron parte de la estrategia antisoviética de los
Estados Unidos en América Latina. En Guatemala asumieron primero un
sentido antirreformista, luego antidemocrático y, en último término,
contrainsurgente convertido en criminal."

La militarización del Estado

"La militarización del Estado y la sociedad constituyó un objetivo estratégico


definido, planeado y ejecutado institucionalmente por el Ejército de Guatemala,
a partir de la Doctrina de Seguridad Nacional (…) y fue en su momento uno de
los factores que alimentó e incentivó el enfrentamiento armado, al limitar
profundamente las posibilidades de ejercicio de los derechos cívicos, para
luego constituir una de las consecuencias más corrosivas del mismo".

La impunidad

"Los órganos de justicia se volvieron inoperantes en una de sus funciones


fundamentales de protección del individuo frente al Estado y perdieron toda
credibilidad como garantes de la legalidad vigente. Permitieron que la
impunidad se convirtiera en uno de los más importantes mecanismos para
generar y mantener el clima de terror".

CONSECUENCIAS DEL CONFLICTO ARMADO

El número de las víctimas

"Con el estallido del enfrentamiento armado interno en 1962, Guatemala entró


en una etapa sumamente trágica y devastadora de su historia, de enormes
costos en términos humanos, materiales, institucionales y morales. En su labor
de documentación de las violaciones de los derechos humanos y hechos de
violencia vinculados al enfrentamiento armado, la Comisión para el
Esclarecimiento Histórico (CEH) registró un total de 42.275 víctimas (…).
Combinando estos datos con otros estudios realizados sobre la violencia
política en Guatemala, la CEH estima que el saldo de muertos y desaparecidos
del enfrentamiento fratricida llegó a más de doscientas mil personas".

Las masacres

"Con gran consternación, la CEH concluye que, en el marco de las operaciones


contrainsurgentes realizadas entre 1981 y 1983, en ciertas regiones del país,
agentes del Estado de Guatemala cometieron actos de genocidio en contra de
grupos del pueblo maya. (…) La estrategia contrainsurgente no sólo dio lugar a
la violación de los derechos humanos esenciales, sino a que la ejecución de
dichos crímenes se realizara mediante actos crueles cuyo arquetipo son las
masacres. En la mayoría de las masacres se han evidenciado múltiples actos
de ferocidad que antecedieron, acompañaron o siguieron a la muerte de las
víctimas".

La represión contra las mujeres

"La investigación de la CEH permitió determinar que aproximadamente una de


cada cuatro víctimas directas de las violaciones de los derechos humanos y
hechos de violencia fueron mujeres. Murieron, fueron desaparecidas,
torturadas y violadas sexualmente, a veces por sus ideales y su participación
política y social; otras fueron víctimas de masacres y otras acciones
indiscriminadas".

Desplazamientos

"El terror sin precedentes, provocado por las masacres y la devastación de


aldeas enteras en el periodo comprendido entre 1981 y 1983, desencadenó la
huida masiva de una población diversa, cuya mayoría estaba constituida por
comunidades mayas (…). Las estimaciones sobre el número de desplazados
va desde quinientos mil hasta un millón y medio de personas en el periodo
álgido (1981 - 1983), incluyendo las que se desplazaron internamente y las que
se vieron obligadas a buscar refugio en otro país". Aquesta població
desarraigada es va ubicar de diverses formes: a) refugi a Mèxic; b)
desplaçament intern a altres zones del país, incloent la capital; c) Comunidades
Populares en Resistencia, les CPR; d) reassentaments militaritzats a les
anomenades aldeas modelo.

Los costes del conflicto

A part dels efectes directes sobre la població, el conflicte armat va tenir altres
costos, entre altres: "El incremento del gasto militar (...) desvió las necesarias
inversiones en salud y educación como destino de los recursos públicos, con el
siguiente abandono de la atención al desarrollo social. (…) El enfrentamiento
armado exacerbó también la tradicional debilidad del Estado al encarar la
recaudación tributaria e intensificó la oposición del sector privado a las
necesarias reformas fiscales. (…) Los efectos fueron decisivos: aumentó la
brecha entre ingresos y gastos, encadenando una serie de desequilibrios
macroeconómicos y debilitando aún más la capacidad del Estado para impulsar
el desarrollo".
La instauración de una cultura del terror

"Además de la represión y el exilio, la debilidad y fragmentación de las


organizaciones sociales se deben en buena medida a la conjunción de diversos
mecanismos activados por el Estado para destruirlas. (…) El terror no se redujo
a los hechos violentos o a las operaciones militares; dependía además de otros
mecanismos conexos como la impunidad de los ejecutores, las extensas
campañas para criminalizar a las víctimas y la implicación forzada de la
población civil en la cadena casual y la ejecución efectiva de atrocidades".

La represión contra las poblaciones indígenas

"Con las masacres, las operaciones de tierra arrasada, el secuestro y ejecución


de autoridades, líderes mayas y guías espirituales, no sólo se buscaba quebrar
las bases sociales de la guerrilla, sino desestructurar ante todo los valores
culturales que aseguraban la cohesión y acción colectiva de las comunidades".

Las resistencias de la población

"La represión no sólo generó terror, pasividad y silencio. Paralelamente (…)


surgieron respuestas individuales y colectivas ante los efectos
deshumanizadores y denigrantes de la violencia. Contra grandes obstáculos,
las entidades que emergieron de este proceso se dedicaron a la defensa de la
vida, aun cuando todavía implicaba convivir con la amenaza de la muerte. Con
una composición mayoritaria de familiares de víctimas y las comunidades de
sobrevivientes, los fundamentos esenciales de estas nuevas agrupaciones
fueron la solidaridad humana, la defensa de los derechos elementales de la
persona y las aspiraciones de respeto a la dignidad y la justicia. (…) Todos
estos esfuerzos fomentaron una nueva conciencia de la necesidad de la
justicia, el respeto a las leyes y la plena vigencia de un Estado de Derecho
como requisitos de la democracia".

RECOMENDACIONES DE LA CEH

El informe de la CEH formulaba múltiples recomendaciones con el objetivo de


favorecer la consolidación del proceso de paz. Agrupándolas en cinco
apartados éstas eran:

1. Medidas para preservar la memoria de las víctimas, como, entre otras


cosas, rescatar y dar más valor a los lugares sagrados mayas, violados
durante el enfrentamiento armado.
2. Medidas de reparación a las víctimas, como, entre otras cosas, que el
Gobierno prepare y desarrolle una política activa de exhumaciones y
localización de cementerios clandestinos y ocultos y que esto sea
llevado a cabo con un total respeto a los derechos culturales y a la
dignidad de las víctimas y de sus familiares.
3. Medidas orientadas a fomentar una cultura de respeto mutuo y de
vigilancia de los derechos humanos, como, entre otras cosas, que el
Gobierno establezca una Comisión que examine la conducta de los
oficiales del Ejército y de los Oficiales de los diversos cuerpos y fuerzas
de seguridad del Estado en activo durante el período de enfrentamiento
armado.
4. Medidas para fortalecer el proceso democrático, como, entre otras
cosas, llevar a cabo una reforma estructural del Ejército con una nueva
doctrina militar y una reforma del sistema de justicia.
5. Medidas para promover la paz y la concordia nacional, como, entre otras
cosas, realizar una reforma fiscal y articular mecanismos para superar el
racismo y la subordinación de los pueblos indígenas.

Por último, la CEH recomienda la creación de una entidad responsable de


impulsar y vigilar el cumplimiento de las Recomendaciones propuestas en la
que participase la sociedad civil., el Estado y que contara con el apoyo de la
comunidad internacional.

LA GUERRA Y EL FIN NEGOCIADO DEL


CONFLICTO EN GUATEMALA. CONTEXTO
HISTÓRICO

Rachel Sieder, "Cooperación y fortalecimiento institucional: la


reconstrucción de postguerra de Guatemala", en Tamara Osorio y
Mariano Aguirre (Coord.)., Después de la guerra, Icaria,
Barcelona, 2000, pp. 105-141

[...]

La realidad histórica de Guatemala se ha caracterizado por un sistema


económico que ha privilegiado a ciertas regiones y poblaciones en detrimento
de otras, con una alta concentración de tierra y capital en manos de la
oligarquía. La población indígena, que constituye aproximadamente el 60% de
la población actual, ha sido particularmente discriminada (1). En 1954, en plena
Guerra Fría, el gobierno democrático de Jacobo Arbenz fue derrocado por
medio de un golpe de Estado respaldado por la CIA. La trayectoria política del
país a partir de entonces se ha caracterizado por: excesiva violencia estatal,
abuso generalizado de los derechos humanos e impunidad; debilidad de la
institucionalidad estatal; militarización del Estado y de la sociedad y
desigualdades económicas, sociales y culturales. Durante décadas, para la
mayoría de los guatemaltecos el Estado ha sido sinónimo de militarismo,
violencia y corrupción, y no de protección, servicios y justicia.

La lucha armada se inició en Guatemala el 13 de noviembre de 1960 tras un


fallido levantamiento de militares nacionalistas en contra del poder instaurado
por la contrarrevolución de 1954. En 1962 se fundaron las Fuerzas Armadas
Rebeldes (FAR), una coalición de movimientos rebeldes que incluía a oficiales
disidentes del Ejército y a estudiantes y activistas políticos de la izquierda. Las
FAR adoptaron la teoría guevarista del foquismo y empezaron a construir su
base social en las comunidades campesinas no indígenas del oriente del país.
Después de 1966, el ejército guatemalteco, asesorado por militares
norteamericanos, lanzó su primera campaña contrainsurgente contra las FAR,
que arrojó unos 8.000 muertos, la mayoría de ellos civiles. Sin embargo, la
guerrilla sobrevivió a esta primera derrota y se formaron nuevas
organizaciones. En los años setenta se hizo pública la existencia del Ejército
Guerrillero de los Pobres (EGP) y la Organización del Pueblo en Armas
(ORPA). El EGP, el grupo más numeroso, tuvo su base de apoyo en
Huehuetenango. La presencia de la ORPA se centró en el occidente del país,
especialmente en San Marcos y alrededor del lago de Atitlán. Mientras tanto,
las FAR se habían reestructurado y establecieron su base de apoyo en El
Petén.

En su momento de auge, en 1978-1980, el movimiento guerrillero contó con


aproximadamente de seis a ocho mil combatientes y alrededor de medio millón
de simpatizantes activos en todo el territorio nacional. En 1982 los grupos
guerrilleros y el comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) se unieron
para formar un comando único bajo el nombre de Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). Sin embargo, ya para 1982 la guerrilla había
sido fuertemente golpeada por la represión militar y no fue capaz de proteger a
sus simpatizantes en el altiplano rural, quienes se convirtieron en el blanco
principal de la contrainsurgencia militar.

El conflicto armado en Guatemala tuvo su mayor impacto en la población civil


no combatiente. En los años ochenta la campaña contrainsurgente utilizó un
alto nivel de violencia, particularmente en las áreas mayoritariamente indígenas
del altiplano pero también en contra del movimiento popular en el área urbana.
Aproximadamente 150.000 personas murieron como consecuencia del
conflicto, y entre ellos hay de cuarenta mil a cincuenta mil desaparecidos, la
mitad de todos los desaparecidos de América Latina. Comunidades enteras
fueron arrasadas en los años ochenta; centenares de aldeas y caseríos fueron
quemados y sus habitantes asesinados o forzados a exiliarse. Más de un millón
de personas fueron desplazadas (hoy en día existen todavía unos treinta mil
refugiados guatemaltecos en México) y aunque no existen cifras confiables, se
estima que aproximadamente 500.000 personas fueron desplazadas dentro del
país, muchas de las cuales se vieron obligadas a trasladarse de las áreas
rurales a los centros urbanos, particularmente a la capital.

La estrategia contrainsurgente del ejército se basó en la desorganización social


primero y luego en la reorganización y control de la población rural para
erradicar la base de apoyo de la guerrilla. Se militarizó el campo creando los
llamados "Polos de Desarrollo" (centros militarizados de concentración de
población donde funcionaban las "aldeas modelo" y donde se aplicaban
programas de "reeducación" a las personas desplazadas capturadas mientras
se escondían en las montañas). Asimismo, centralizaron los proyectos de
desarrollo e infraestructura, que fueron administrados por el ejército por medio
de las Coordinadoras Interinstitucionales. Todas las autoridades civiles locales
fueron puestas bajo la autoridad del ejército, lo cual debilitó y distorsionó
enormemente las estructuras de gobierno local. El ejército se apropió también
de grandes extensiones de tierra en las zonas de conflicto, muchas de las
cuales habían sido abandonadas previamente por los desplazados. Además,
dirigió intensas campañas para repoblar estas áreas abandonadas y para
finales de 1985 había otorgado aproximadamente 2.000 títulos de tierra en las
áreas más afectadas por la guerra. Los fenómenos de desplazamiento y
repoblación agravaron la situación que existía antes del conflicto sobre la
distribución desigual de la tierra y las disputas acerca de los títulos.

Al mismo tiempo se establecieron las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC),


fuerzas paramilitares a nivel comunitario en las que todos los hombres mayores
de 16 años de edad tuvieron que prestar servicio. Aunque las PAC fueron
presentadas como organizaciones "voluntarias", quienes no hacían su turno
eran considerados casi automáticamente como simpatizantes de la guerrilla.
Estos organismos vigilaban todas las aldeas del país, con informes semanales
a la base militar de la zona. En las áreas de conflicto, las PAC también fueron
utilizadas como primera línea ofensiva en la búsqueda de columnas guerrilleras
o de población desplazada que no estaba bajo control del ejército. A mediados
de los años ochenta el número de hombres organizados en este organismo
paramilitar alcanzó los 900.000, según cifras oficiales. Dado que el rechazo a
prestar servicio en las patrullas se convirtió en algo sumamente difícil de lograr
sin sufrir las consecuencias de la represión militar, las PAC echaron raíces en
muchas comunidades rurales y en algunos casos se convirtieron en una
ambivalente organización de defensa comunitaria (2). Al terminar el conflicto
armado, aproximadamente 400.000 hombres todavía prestaban servicio en las
PAC, rebautizadas en la Constitución de 1985 como Comités Voluntarios de
Defensa Civil (CVDC).

En resumen, la campaña contrainsurgente agravó todas las causas originales


del conflicto: se cerraron los espacios democráticos para la representación y
expresión ciudadana, el poder se centralizó y militarizó como nunca antes, y la
rendición de cuentas (accountability) por parte del Estado acerca de su
funcionamiento se canceló en su totalidad.

Los espacios democráticos se comenzaron a abrir paulatinamente después de


la transición a la democracia electoral de 1985-1986, proyecto dirigido por el
ejército como estrategia para mejorar la imagen del país ante la comunidad
internacional y así asegurar un incremento de fondos externos. Sin embargo, la
democracia guatemalteca siguió siendo frágil y limitada: muchos de los
elementos institucionales de la contrainsurgencia, como las patrullas de
autodefensa civil, fueron legitimados en la nueva Constitución de 1985. Las
Coordinadoras Interinstitucionales fueron reemplazadas por los Consejos de
Desarrollo administrados por los gobernadores civiles (no electos), aunque el
Comité de Reconstrucción Nacional, dirigido por el ejército, mantuvo el control
ejecutivo sobre sus funciones.

En estos movimientos políticos, las estructuras militares se mantuvieron


impunes. El nivel de abuso a los derechos humanos siguió siendo muy alto y el
ejercicio del derecho a la oposición política civil todavía seguía siendo una
opción peligrosa. Los secuestros, asesinatos y desapariciones selectivas de
activistas civiles fue una táctica muy común. No obstante, en estos años se
formaron nuevos movimientos sociales de sindicalistas, familiares de
desaparecidos y de pueblos indígenas. A finales de los años ochenta, las
organizaciones de derechos humanos de la sociedad civil, como el Grupo de
Apoyo Mutuo (GAM) formado en 1984, empezaron a presionar para instaurar
una comisión de la verdad en Guatemala. Estas demandas fueron adoptadas
posteriormente por la URNG como parte de su plataforma en las
negociaciones.

El gradual dinamismo de la sociedad civil se manifestó a principios de los años


noventa por medio de una mayor participación política de los indígenas y un
incremento en el número de ONG trabajando en distintos campos, tales como
los derechos humanos o los derechos laborales. En mayo de 1993, las
organizaciones populares, junto con el gobierno norteamericano, las
instituciones financieras internacionales, el alto mando del ejército
guatemalteco y el sector privado condenaron enérgicamente el intento de
"autogolpe" del presidente Jorge Serrano Elías y respaldaron el orden
constitucional. Esto fue un acontecimiento clave en la marcha hacia un fin
negociado del conflicto armado. También fueron de suma importancia las
elecciones de 1995, cuando un nuevo partido de izquierda, el Frente
Democrático Nueva Guatemala (FDNG), obtuvo el cuarto lugar en las
elecciones presidenciales y el tercero en las legislativas. Esto contribuyó a la
transformación de un sistema de partidos que históricamente había sido
estrecho y poco representativo a una gama de opciones políticas más amplia.
También abrió a la guerrilla la posibilidad de construir una base electoral y
reincorporarse a la vida política nacional.

"Hagamos la paz y botemos estas armas"


(Dice el soldado al guerrillero)
La búsqueda de una solución negociada al conflicto armado duró casi diez
años y se puede dividir en tres fases históricas:

a. 1983-1987. En esta fase todavía estaban operando las guerras civiles en


toda la región centroamericana. En Guatemala el gobierno estaba
controlado por el ejército. Esta fase culminó en la firma del Acuerdo de
Esquipulas II entre los distintos gobiernos centroamericanos, lo cual
proveyó un marco preliminar para la búsqueda de una solución a los
conflictos armados por medios institucionales (3).

b. 1988-1993. En esta fase, el fin de la Guerra Fría, la derrota electoral del


Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua en 1990
y la firma del acuerdo de paz en El Salvador en diciembre de 1991,
abrieron nuevas posibilidades para las negociaciones en Guatemala.
Una Comisión Nacional de Reconciliación, inspirada en el marco de los
acuerdos de Esquipulas y coordinada por la iglesia católica, dio un
espacio a la oposición cívica no armada para plantear sus demandas.
Para el año 1993 ésta ya había consolidado una posición en las
negociaciones cada vez más independiente de la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). La oposición cívica ayudó a determinar
la agenda para una paz negociada y su representante, Monseñor
Rodolfo Quezada Toruño, se convirtió en el conciliador oficial en las
conversaciones entre el gobierno de Guatemala y la URNG.

c. 1993.1996. En esta fase las estrategias de la comunidad internacional y


del gobierno y la URNG favorecieron un fin negociado al conflicto.
Después del fracasado autogolpe de Jorge Serrano Elías se fortaleció la
Comisión Gubernamental para la Paz (COPAZ), y en noviembre de 1994
llegó la Misión de las Naciones Unidas para Guatemala (MINUGUA)
para monitorear los abusos a los derechos humanos y la implementación
de los acuerdos de paz. La ONU jugó un papel clave en el fin de las
negociaciones a través de su moderador especial, Jean Arnault. En
enero de 1996 fue electo Álvaro Arzú Irigoyen a la presidencia de la
República y el espacio que dio al sector privado en su gobierno cimentó
el compromiso de dicho sector con el proceso de paz. Ya para finales de
1996 se logró un cese al fuego definitivo y un acuerdo general.

[…]

(1) En Guatemala se hablan 23 idiomas y más de un centenar de dialectos derivados de los


mismos: 20 idiomas son mayas y los otros son el español, el xinca y el garífuna. En el pueblo
maya la comunidad K'iche' es la mayoritaria (1,8 millones de hablantes) y se distribuye en los
departamentos de Totonicapán, Sololá, Quiché, Baja Verapaz, Quetzaltenango, Suchitepéquez
y Retalhuleu. La comunidad Mam (1 millón de hablantes) se encuentra en los departamentos
de Huehuetenango, San Marcos y Quetzaltenango. La comunidad Kaqchiquel también tiene un
millón de hablantes y habita en los departamentos de Guatemala, Sacatepéquez, Escuintla,
Chimaltenango, Baja Verapaz y Sololá. La comunidad Q'eqchi' tiene aproximadamente 712.000
hablantes distribuyéndose entre los departamentos de Alta Verapaz, El Petén, Izabal y Quiché.
Los otros grupos mayas son: el Poqomchí (259.000 hablantes) en Alta y Baja Verapaz; el Ixil
(131.000 hablantes) en Quiché; el Poqomam (127.000 hablantes) en Jalapa, Escuintla y
Guatemala; el Chuj (85.000 hablantes) en Huehuetenango; el Popti' o Jakalteco (84.000
hablantes) en Huehuetenango; el Ch'orti (74.000 hablantes) en Chiquimula y Zacapa; el
Sakapulteco (42.000 hablantes) en Quiché; el Akateko (39.000 hablantes) en Huehuetenango;
el Awakateko (34.000 hablantes) en Huehuetenango; el Uspanteko (21.000 hablantes) en
Quiché; el Tz'utujil (15.000 hablantes) en Sololá y Suchitepéquez; el Mopán (13.000 hablantes)
en Petén; el Sipakapense (6.000 hablantes) en San Marcos y el Itzaj (2.000 hablantes) en
Petén.

(2) Ver David Stoll, Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala, Columbia University
Press, 1993 y Paul Kobrak, Village Troubles: The Civil Patrols in Aguacatán, Guatemala, tesis
no publicada, University of Michigan, 1997.

(3) Para mayores detalles sobre los acuerdos de Esquipulas ver Daniel Moreno, The Struggle
for Peace in Central America, University of Florida Press, Miami, 1994.

Claves del conflicto

La evolución histórica de Guatemala muestra como principal


característica la ausencia crónica de un proyecto de Estado nacional que
englobe a toda la sociedad, hecho que ha fomentado una tensión social
latente que ha provocado que la violencia se haya instalado de forma
permanente en la vida del país. Entre las causas principales de esta
situación destacarían el desigual reparto de los medios de producción y
la falta de integración social de la gran mayoría de la población de origen
indígena. Un caso singular sería la alta concentración de la propiedad de
la tierra en manos de una oligarquía agraria, que ha dado como resultado
el subdesarrollo crónico de amplias capas de campesinos condenados a
niveles casi de supervivencia.

Mientras, en el entorno favorable que creó el Mercado Común


Centroamericano (MCCA) durante los años 60 y 70, se desarrolló un
incipiente sector manufacturero de bienes de consumo básico,
especialmente la alimentación, las bebidas, el tabaco y los textiles, junto
con la construcción y los servicios. El carácter urbano y más lucrativo de
estas actividades contribuyó a favorecer otro contraste en el país,
acentuando la profunda división social y cultural entre el campo y la
ciudad. A título de ejemplo, las actividades agrarias, que ocupan a casi el
60% de la población activa generan tan sólo una cuarta parte de la renta
nacional.

Las desigualdades sociales también se hacen evidentes si observamos


los indicadores de educación, salud y distribución de la riqueza, que se
encuentran entre los menos favorables del entorno latinoamericano.
Guatemala, que tiene 11 millones de habitantes, presenta tasas de
analfabetismo próximas al 40% y una esperanza de vida de poco más de
60 años. Por otro lado, mientras que la mitad de los hogares del país
viven por debajo del lindar de la pobreza, un privilegiado 10% de la
población capta cerca del 45% de los ingresos nacionales.

Este modelo económico y social, que muchos analistas llaman de


exclusión, tiene su corolario en la organización de la vida política en
Guatemala. La pauta histórica ha sido una larga tradición de gobiernos
autoritarios y dictatoriales, sin controles legales ni institucionales, que a
menudo han utilizado la violencia y el terror para imponer el orden. De
esta manera, en Guatemala no ha tenido lugar la oportunidad de generar
espacios estables de expresión y participación política y social de la
ciudadanía, hecho que ha fomentado la anomía de una mayoría de la
población. En cambio, se han desarrollado contrapoderes que, al mismo
tiempo, han entrado en la lógica de la violencia, como ha sido el caso de
la guerrillas. La situación desembocó en una espiral de represión por
parte del Estado que tuvo consecuencias realmente catastróficas.

Para los elementos más reaccionarios de la oligarquía guatemalteca,


impregnados de una concepción patrimonialista del poder y la economía,
la población indígena no entraba en la categoría de ciudadano con quien
se establecen negociaciones que eventualmente puedan conducir a
acuerdos. Este axioma lleva a interpretar la voluntad indígena de
emancipación económica y social como un atentado contra el orden que
entra en la categoría de rebelión.

Una cosa parecida se ha producido con los movimientos sociales


urbanos, que se canalizaban preferentemente hacia el sindicalismo, el
movimiento estudiantil y las organizaciones populares. Las instancias de
poder generalmente no les han reconocido como interlocutores, sino más
bien como agentes subversivos a quienes se tenía que combatir. También
cabe señalar que los grupos guerrilleros, en su estrategia de vanguardia
que opta por la vía armada de toma del poder, arrastraron a los
movimientos rurales y urbanos, subordinándolos en muchas ocasiones al
servicio de su lucha política.

En esta dinámica de violencia y como resultado de la acción


extremadamente represora del Estado, Guatemala presenta un balance de
terror y violaciones de los Derechos Humanos aterrador. Se estima que el
total de víctimas en 36 años de conflicto supera las 100.000 personas y
que un millón de habitantes huyeron de sus lugares de residencia,
convirtiéndose en refugiados externos o desplazados internos.

Antecedentes y evolución del conflicto

En Guatemala se vivió una etapa reformista conocida como la Primavera


Democrática (1944-1954). Entre las medidas más importantes que se
aplicaron destaca la reforma agraria, que hubiese implicado un impulso
para el país por el hecho de ampliar la base económica de la población.
Desgraciadamente, la oligarquía nacional y notables compañías
extranjeras, como la norteamericana United Fruit, se opusieron
enérgicamente y acabaron derrocando al Gobierno con la ayuda militar de
los Estados Unidos. Este episodio ha marcado un hito importante en la
historia guatemalteca contemporánea, generando frustraciones y odios
que nutrieron la conflictividad y la violencia.

En este contexto, y paralelamente a los movimientos guerrilleros que


surgieron en diversos países latinoamericanos siguiendo el ejemplo
cubano del foco insurreccional, aparecen las guerrillas en Guatemala. En
su origen estaban compuestas por varias organizaciones, con tendencias
divergentes de la ideología marxista y diferente implantación al campo o a
la ciudad. Después de sufrir varias derrotas que casi supusieron su
desaparición, en el año 1982 se englobaron en la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). Aunque continuaron reafirmando su
intención de luchar por un cambio revolucionario en el país, su discurso
ideológico y sus programas se identificaron más con elementos
nacionalistas, concediendo una consideración particular a la mayoritaria
población indígena, hecho que contribuyó a aumentar sus efectivos y a
obtener un apoyo social significativo.

Mientras, los gobiernos militares se fueron sucediendo, mediante


elecciones fraudulentas o golpismo, y algunos de ellos aplicaron además
una estrategia represiva feroz. En la primera mitad de la década de los
años 80, los gobiernos de los generales Romeo Luces y Efraín Ríos Montt
impulsaron una campaña contrainsurgente de tierra arrasada que
destruyó las bases de apoyo civil de la guerrilla y redujo sustancialmente
sus áreas de influencia. A parte de su naturaleza autoritaria y su
predilección por la acción represora violenta, estos gobiernos temían
mucho que se reprodujera en Guatemala el éxito de la revolución
sandinista en Nicaragua o la capacidad militar de la guerrilla salvadoreña.

Los primeros indicios de la ruta hacia la pacificación empezaron a


perfilarse a finales de los años 80. Confluyeron varios elementos
internacionales e internos. La crisis centroamericana, con conflictos
armados en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, movilizaron diferentes
países de América Latina y Europa para intentar articular mecanismos de
paz en la región. Un momento significativo fue la firma, en el año 1987, del
llamado Acuerdo de Esquipulas por parte de los presidentes
centroamericanos, en el que se establecía el compromiso interno y los
procedimientos para pacificar estos países, que incluían el apoyo y la
verificación internacional. Esta vía de mediación internacional, que fue
organizada y dirigida instrumentalmente por las Naciones Unidas, ha
representado un apoyo providencial para las negociaciones y los
acuerdos de paz.

En el ámbito interior, a partir de la nueva Constitución de 1985 y la


elección de un presidente civil en 1986, Guatemala inició un arduo
proceso de transición democrática que aún hoy pugna por consolidarse.
Desde el principio no ha sido fácil desarrollar las instituciones y la
práctica cotidiana de una convivencia democrática. Además, el proceso
de las negociaciones que culminaron en el acuerdo de paz de 1996 ha
estado lleno de altos y bajos y continuamente ha interferido en la vida
política del país.

El patrón económico y social tan desigual de Guatemala ha podido


sostenerse por la práctica continuada de políticas autoritarias por parte
de unas élites muy reaccionarias, que no han dudado en utilizar las
Fuerzas Armadas para contener la capacidad reivindicativa de las
mayorías populares y para combatir las guerrillas. Posteriormente, la
apuesta de estas mismas élites por la paz y la democracia se basa de
alguna manera en la previsión de seguir acaparando el máximo poder con
las imprescindibles concesiones políticas y económicas. Aquí cabe
señalar la división entre una derecha modernizadora, presente en el
Partido de Avanzada Nacional (PAN), que proyecta una transformación
económica de talle neoliberal, y otra más reaccionaria que combina la
defensa de los privilegios con algunas características de populismo,
representada por el Frente Republicano Guatemalteco (FRG), fundado por
el general y líder del movimiento evangélico Efraín Ríos Montt.

Por su parte, la URNG ha batallado en la negociación para su


incorporación en la vida pública con plenas garantías de seguridad, una
transformación de la estructura política e institucional, incluyendo una
significativa desmilitarización de la sociedad, y el objetivo de cambiar el
modelo socioeconómico. Después de la firma de los acuerdos de paz en
1996, esta nueva empresa se encontrará con otras organizaciones cívicas
(sindicales, indígenas, de Derechos Humanos, asociaciones
profesionales, etc.) que hace mucho tiempo que luchan para una
ampliación de la democracia y la satisfacción de sus reivindicaciones.
Algunos observadores señalan la posibilidad que entre todos consigan
articular una fuerza política progresista con capacidad de actuación en el
espacio democrático que se está perfilando en Guatemala.

Condiciones actuales

Aunque 3 años sin conflicto armado ya constituya en si mismo un


elemento positivo considerable, el camino hacia la consolidación de la
paz y la construcción de un país donde quepan todos los guatemaltecos
será aún muy largo y difícil de conseguir. En gran parte porque los
procesos puestos en marcha requieren un tiempo de maduración y no
están exentos de contradicciones. Y también porque existen
enquistamientos estructurales muy difíciles de resolver sin una férrea
voluntad política.

La nueva definición de las relaciones civicomilitares continúa siendo uno


de los focos de tensión. Aunque la significativa reducción de los efectivos
militares y su progresiva sustitución por una Policía Nacional Civil para
las tareas de seguridad interior, el poder militar aún es grande en la esfera
institucional y fáctica. La política de renovación de comandos ha sido
amplia, pero la orientación del Ejército hacia una real subordinación al
poder civil aún no está bien definida y abundan los indicios de la fortaleza
de los sectores militares duros. Esto se hizo manifiesto recientemente
con las suaves sentencias aplicadas a los militares juzgados por una
matanza de indígenas el año 1995.

Respecto a los Derechos Humanos, se estableció una Comisión para el


Esclarecimiento Histórico (CEH) con la tarea de investigar, a título
informativo y en nombre de la reconciliación, las violaciones de los
Derechos Humanos cometidos durante la guerra. La CEH presentó el mes
de febrero de 1999 el informe final que registra más de 40.000 violaciones,
de las cuales 29.000 consistieron en muertes o desapariciones. Esto
puede significar otro foco de tensión sobre cómo determinar
responsabilidades y si estas acciones tienen que ser eventualmente
castigadas. De momento, la justicia se está mostrando muy reticente,
aunque las organizaciones de Derechos Humanos siguen con su
determinación de llegar hasta las últimas consecuencias.

En el ámbito económico, al tradicional sector agroexportador


predominante se ha añadido recientemente la industria de ensamblaje de
productos para la exportación. Ambos sectores comparten características
que los hacen vulnerables al crecimiento y poco útiles para el desarrollo.
En primer lugar, tienen una extremada dependencia de los mercados y los
precios internacionales para vender sus productos y también para
importar lo necesario para el desarrollo productivo. Todo eso con una
muy limitada capacidad de intervención en la economía internacional. En
segundo lugar, a parte de la utilización de las materias primas que genera
el país, la otra ventaja comparativa importante es una fuerza laboral que
se puede utilizar intensivamente con salarios muy bajos.

En definitiva, la base de acumulación es estrecha y redunda en una


distribución del ingreso muy mezquina. Así se alimenta la pobreza
estructural que exacerba más las desigualdades sociales, hecho que
influye en las dificultades para rebajar las tensiones. De la misma manera,
la capacidad estatal para generar recursos fiscales también es muy
limitada, hecho por el cual Guatemala, de la misma manera que muchos
países empobrecidos, depende en un grado muy alto de los subsidios
externos, sean donaciones de otros países, remesas de emigrantes o
créditos en condiciones favorables. Todos estos casos son remedios
para hacer la vulnerabilidad más soportable, pero difícilmente podrán
contribuir a un cambio en el modelo de desarrollo establecido.

Elaborado por la fundación CIDOB para el Foro de la Culturas

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