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Agradecimientos .........................................................................
Introducción ................................................................................
Capítulo Primero
Espiritualidad holística: El hambre de la totalidad... 21
Capítulo Segundo
El yo abandonado: La sombra y la totalidad ............................... 47
Capítulo Tercero
Codependencia: La totalidad traicionada ..................................................... 77
Capítulo Cuarto
El perfeccionismo: Una pseudototalidad ..................................................... 109
Capítulo Quinto
La envidia: El anhelo de la totalidad........................................... 133
Capítulo Sexto
Exceso de trabajo: Un impedimento para la totalidad. 159
ANHELOS DEL CORAZÓN
Capítulo Séptimo
Intimidad: Un crisol de la totalidad .................. . ...................
Capítulo Octavo
Epílogo
Tener, Sostener, Ceder............................................................... 247
El mayor problema reside en intentar integrarlo todo, en dotar a todo de sentido, verlo todo como parte de una vida
más grande y significativa.
-Hildegard von Bingen
AGRADECIMIENTOS
La doble autoría ha hecho de esta obra un esfuerzo de colaboración desde su inicio hasta el final. Sin
embargo, el círculo de cooperación se extiende más allá de los dos autores. Muchos amigos y
compañeros han contribuido por medio de su estímulo y de sus comentarios. Nos satisface expresarles
aquí nuestra gratitud y reconocimiento.
Queremos dar las gracias a Jean Bloomquist, Kay Cannon, Robert Caro, S.J., y Miriam Therese
Larkin, C.S.J., por leer atentamente el manuscrito en su totalidad y por sus atinados comentarios y
sugerencias. Extendemos nuestra gratitud a Jerry McKevitt, S.J., y a Earl Kofler, Ph. D. por sus valiosas
observaciones sobre diversas secciones del libro.
Agradecemos a Janet Duffy, C.S.J. su ayuda en el diseño de la portada. El símbolo "yin-yang", que
representa la totalidad, junto al de la Cruz, refleja nuestra convicción de que el crecimiento psicológico y
el espiritual van de la mano. También estamos agradecidos a los numerosos participantes en los talleres
que hemos dirigido en los Estados Unidos y Cañada. Su evaluación y la respuesta entusiasta a los
mismos motivaron la escritura de este libro.
o
ANHELOS DEL CORAZÓN
Nos encontramos en deuda con Lore Zeller, lectora de pruebas de la publicación Psychological
Perspectives, por su disposición y generosidad a la hora de revisar la impresión.
Algunas secciones de diversos capítulos habían sido publicadas con ligeras variaciones en Human
Development. Agradecemos a los editores su permiso para incluir aquí esos materiales.
Por último, pero no menos importante, una expresión de gratitud a nuestras respectivas familias y
amigos por su continuo amor y apoyo.
W.W.Á
Universidad Loyola Marymount
N.D.C.
Instituto C. G. Jung Los Angeles
INTRODUCCIÓN
Casi no podía creerlo. Ahora estaba sentado en la soledad serena de su propia habitación,
reconfortado por los sonidos cercanos de una cálida conversación que salían de la cocina. Pero tan sólo
dos días atrás se encontraba literalmente entre los muertos, atormentado por su propio espíritu
fragmentado y encadenado a las rocas en el cementerio de las afueras de la ciudad. Recordaba
claramente hasta qué punto había estado fuera de control: chillando como un loco, destrozándose con
golpes autodestructivos y desgarrado entre tantas partes en pugna dentro de sí que cuando ese hombre
llamado Jesús de Nazaret preguntó quién era, él tan sólo pudo emitir un grito chirriante y terrorífico:
"¡Mi nombre es Legión!" Qué experiencia tan horrenda. Sin embargo, para su sorpresa, Jesús no se
espantó sino que permaneció firme para ayudarle a hacer frente a la agonía de esa división interna con
comprensión compasiva, para hacer que ese odio que sentía hacia sí mismo acabara diluyéndose al calor
de su contacto. Encontrarse a Jesús de ese modo representó una diferencia enorme. Incluso la multitud
que se había congregado a su alrededor se sorprendió al ver el cambio que se operaba en él.
sentado ahora en medio de ellos, bien vestido y en su sano juicio. Pero los curiosos tan sólo pudieron
atisbar débilmente el verdadero alcance de lo que había tenido lugar aquel día en que Jesús entró en su
vida. Todavía ahora, reflexionando sobre lo acontecido, su mente comenzaba lentamente a asimilar el
impacto de esa experiencia transformadora. No era sólo que se sentía plenifícado por Jesús, con una
vivencia de unidad interna,' sino que sabía en lo profundo de su alma que el toque de Jesús le había
marcado de por vida, llamándole a ser santo y confiriéndole la capacidad de amar a otros como Jesús le
había amado.
La historia de "Legión", el endemoniado geraseno curado por Jesús 5,1-20), suscita una cuestión
importante: ¿existe una conexión entre la salud psicológica y el desarrollo espiritual, entre integración
sana y santa? Hoy en día, ese interrogante es objeto de un debate vivo sobre el que se vierten opiniones
divergentes. Hay quienes sospechan de la psicología y ven en ella un peligro para el desarrollo
espiritual amén de encontrarla irrelevante para amar como Cristo. Un sector de cristianos
fundamentalistas, por ejemplo, arguye que la búsqueda de salud psicológica no solo distrae sino que
también hace peligrar la única tarea que vale la pena y que no es sino la salvación del alma. Otros
critican a la religión y señalan que los sistemas de fe pueden abusar de los individuos, infligiéndoles
heridas psicológicas y emocionales y por ende, haciéndoles incapaces de amar.1 Un tercer punto de
vista es el que expresa Ruth Burrows, una escritora contemporánea de temas espirituales, que sostiene
que "a Dios no pueden darle gloria medias-personas."2 Con esas palabras „ tan provocativas, proclama
la creencia de que el crecimiento psicológico y el espiritual guardan una estrecha relación. Sus palabras
se hacen eco de los sentimientos de San Ireneo, un padre de la iglesia del siglo II, que afirmaba que "la
gloria de OÍOS es la persona humana completamente viva."3 La perspectiva de Burrows y la de Ireneo
captan el sentido religioso del anhelo humano de totalidad. La totalidad no es una idea nuestra sino de
Dios. Los anhelos del corazón que nos impulsan a crecer y a convertimos plenamente en los seres que
somos de verdad reflejan el deseo de Dios de encarnarse de un modo único en cada uno de nosotros.
El tema de este libro es que el crecimiento espiritual y el psicológico van de la mano. Ni una
espiritualidad que ignore la dinámica de la maduración psicológica ni una psicología que niegue la
naturaleza espiritual de la condición humana servirán como guías adecuadas a nuestro tiempo para las
personas que anhelan vivir con mayor armonía e integración. La espiritualidad que aquí se va a
1 Vease Stephen Arterburn and Jack Felton, Faith that Hurts, Faith that Heals (Nashville, TN: Oliver-Nelson, 1993).
presentar es "ho lis tica" en la medida en que reconoce la interrelación dinámica entre nuestro yo
psicológico y espiritual, entre nuestra búsqueda de lo psicológicamente sano y nuestro deseo de lo
espiritual- mente santo.
La santidad, en sentido estricto, es un atributo de Dios y sólo Él es el "absolutamente Otro" a quien
todos los seres creados deben su existencia y adoración agradecida. Mas la Biblia nos exhorta a buscar
la santidad imitando el amor de Dios. En el Sermón de la Montaña del Evangelio según San Mateo,
Jesús resume claramente el fin de la vida cristiana: amar como Dios lo hace. El Dios que ama hace que el
sol brille sobre malos y buenos y que la lluvia caiga sobre justos e injustos (Mt 5, 45-46). En breve, Jesús
afirma que hemos de llegar a ser santos como Dios por medio de un amor que incluya y abrace todo a
todo lo existente. La santidad cristiana, pues, comporta una continua expansión de los límites de
nuestro corazón para que cada vez sean más las personas que puedan encontrar en nosotros una
cariñosa acogida, aunque no guarden parentesco de sangre, de creencia o de nacionalidad. De un modo
concreto, a medida que los cristianos crecen en santidad, la "lista de enemigos" se va haciendo cada vez
más corta mientras que la de las felicitaciones navideñas es cada vez más larga.
Este amor inclusivo también supone un desafío al solicitar nuestra amistad con aquellas partes
ocultas de nosotros mismos que hemos llegado a considerar como enemigos. Así, la llamada a la
santidad es a su vez una llamada a la totalidad. Como muestra el caso del endemoniado geraseno, las
divisiones y fragmentación internas representan un obstáculo a la hora de amar a los demás. Si bien no
conocemos el historial de este hombre, vemos los resultados: es preso de su pasado, y está tan paralizado
a causa del tormento y dolor que sufre en su interior que no puede ni acercarse a los demás ni permitir
que otros le toquen. En nuestras propias vidas, un pasado con carencias o abusos emocionales puede
encadenarnos a patrones de pensamiento, sentimiento y conducta que quizás en su día nos ayudaron a
sobrevivir en medio de una situación familiar disfuncional pero que ahora sabotean nuestros esfuerzos
por desarrollar relaciones íntimas como personas adultas. O tal vez los conflictos y las luchas internas
drenen la energía que de otro modo proyectaríamos al exterior para amar a nuestros semejantes. La falta
de estima propia y el consecuente menosprecio nos impiden amar porque lo que no podemos aceptar en
nosotros es lo que rechazamos continuamente en los demás. De esta y de muchas otras maneras, lo que
nos separa de nosotros mismos es también lo que nos separa de Dios y de las otras personas.
La transformación espiritual consiste en dos movimientos: uno de autoapropiación y otro de
autotrascendencia. Autoapropiarse pasa por conocerse y aceptarse a sí mismo. En términos prácticos,
supone conocer qué nos sucede por dentro, esto es, quiénes somos, por qué escogemos lo que
escogemos, por qué obramos de ese modo y cuáles son nuestros sentimientos y deseos. En otras
palabras, la autoapropia- ción requiere un hábito de reflexión que nos permita sintonizar con las
corrientes superficiales y profundas de nuestra vida. La autotrascendencia, por otra parte, se refiere a la
transformación gradual de nuestra visión y opciones egocéntricas para que tengan a Dios como eje. Este
movimiento comprende dos aspectos. El primero implica desarrollar una relación íntima con Dios y una
voluntad de compartir el ministerio de Jesús en nuestros días encarnando la compasión de Dios hacia los
demás. El segundo nos urge a profundizar en nuestra capacidad para discernir la voluntad de Dios
respecto a nosotros y en nuestra disposición a seguirla, sabedores de que se trata de la obra de Dios y de
que Dios nos dará la gracia para llevarla a cabo.
Toda nuestra vida cristiana implica una conversión continua en ambos aspectos. En el pasado ha
habido una tendencia a minusvalorar la autoapropiación. Algunas formas de espiritualidad han puesto
abiertos reparos a la psicología y al tipo de introspección que genera, por miedo a que ésta pueda hacer
que nos concedamos excesiva atención a nosotros mismos, favoreciendo de esa forma que estemos más
pendientes de nosotros que de los demás. Una espiritualidad integrada otorga la misrna importancia a
la autoapropiación que a la autotrascendencia y reconoce el carácter complementario de ambas. La
dinámica del amor cristiano establece un movimiento que va más allá de la preocupación propia y se
dirige a Dios y a los demás con compasión y solicitud. Mas esa disposición se ve necesitada siempre de
una purificación que la mantenga tan libre como sea posible de cualquier forma sutil de
autogratificación y de búsqueda de sí mismo. La integración psicológica no es un sustituto del amor
altruista. Por el contrario, los cristianos podemos poner las intuiciones procedentes de la psicología al
servicio de nuestra vocación para amar como Jesús lo hizo, iluminándola y apoyándola.
Aunque el libro tiene por objeto de atención la a utoapropia- ción, ésta siempre se estudia al efecto de
arrojar luz sobre la forma en que el autoconocimiento puede promover la auténtica autotrascendencia.
La autotrascendencia, la donación de sí a Dios y al prójimo, es el hambre de nuestro ser.
El primer capítulo se asemeja a una obertura musical. Subraya la importancia del conocimiento de
sí para 1a maduración psicológica y espiritual e introduce temas que se desarrollarán con mayor
extensión en otras partes del libro. Los capítulos dos al seis abordan algunos de los mayores impe-
dimentos que hoy tenemos para crecer de manera sana y santa: la sombra (capítulo dos), la
codependencia (capítulo tres), el perfeccionismo (capítulo cuatro), la envidia (capítulo cinco), y el
exceso de trabajo (capítulo seis). Si bien se introducen diversos aspectos, todos ellos son variaciones
sobre un mismo tema central: en la medida en que aumente la conciencia de nosotros y de los demás,
mayor será la madurez que gocemos como personas creadas para amar y ser aunadas. Los dos
capítulos finales presentan el papel que las relaciones íntimas (capítulo siete) y la compasión y
colaboración (capítulo ocho) pueden jugar en esa integración total y santa que perseguimos.
Un relato extraído de la obra del jesuíta Anthony de Mello recoge el espíritu y el mensaje de este
libro.
Aún cuando era el Día de Silencio del Maestro, un viajero le suplicó que le diera una palabra sabia para
guiarle por el viaje de la vida.
El Maestro sacudió la cabeza afablemente, tomó una hoja de papel y escribió tan solo dos palabras: "Darse
cuenta." El visitante se quedó perplejo: "Eso es demasiado corto. ¿Podría, por favor, prodigarse un poco
más?" El Maestro volvió a coger el papel y escribió: "Darse cuenta, darse cuenta, darse cuenta."
"Pero, ¿qué significan esas palabras?", dijo el extranjero desesperado.
El Maestro cogió el papel de nuevo y escribió: "Darse cuenta, darse cuenta, darse cuenta significa
DARSE CUENTA."2
Este episodio muestra nuestra comprensión de la espiritualidad como un proceso continuo de caer
en la cuenta, de ver, de cobrar conciencia.
La espiritualidad cristiana que contienen estas páginas, y que es de carácter globalizador, se basa en
la creencia de que Dios nos ama totalmente, personalmente y tal como somos, con todos los aspectos
positivos y negativos que hacen de nosotros individuos únicos y de una rica complejidad. Como la
gallina clueca que guarda a todos los polluelos bajo sus alas, el amor de Dios nos cubre con una cálida
aceptación. Nuestro desafío espiritual consiste simplemente en recibir el amor asertivo de Dios como un
don que no merecemos. Al vivir en una sociedad orientada a los logros, muchos de nosotros teñimos la
espiritualidad de esa misma tendencia a alcanzar metas, y en tal espiritualidad el recibir no tiene cabi-
da. Nos resistimos a sentirnos en deuda e insistimos en trabajar para obtener todo lo que tenemos. Esa
actitud supone un obstáculo a la hora de disponemos a recibir de Dios, que continuamente nos invita a
acercarnos más para obtener lo que necesitamos: "jOh, todos los sedientos, id por agua, y los que no
tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata y sin pagar, vino y leche!...Aplicad el oído y acudid a
mí, oíd y vivirá vuestra alma" (Is 55, 1, 3). Escuchar la palabra reconfortante de Dios nos hace sentimos
plenos y amados, y al mismo tiempo nos deja libres para amar a los demás de forma parecida al amor
de Dios que es, solo El, el verdaderamente santo.
2 Anthony de Mello, S.J., One Minute Wisdom (Garden City, NY: Doubleday & Company, Inc., 1986), 10.
1
ESPIRITUALIDAD HOLÍSTICA: EL HAMBRE DE LA TOTALIDAD
Que [el PadreJ os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis vigorosamente fortalecidos ... en el hombre interior, que Cristo habite
por la fe en vuestros corazones... y que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios.
EPÍSTOLA A LOS EFESIOS 3,16-19
En su Epístola a los Romanos, San Pablo esboza un autorretrato psicológico que se ha convertido en
una ilustración clásica de nuestra condición humana. El pasaje despierta un eco que pervive entre
nosotros porque la descripción de la lucha interior de Pablo sigue encontrando resonancias en el interior
de la experiencia personal de mucha gente a lo largo de los tiempos. Al igual que Pablo, también
nosotros vivimos con un yo dividido. Encontramos fuerzas en pugna en nuestro interior y éstas son tan
fuertes y autónomas que a menudo somos presa de una sensación de debilitamiento e impotencia. Y
como Pablo, nos encontramos perplejos ante el misterio de nuestra fragmentación interior. Cuando el
apóstol declara: "No puedo entender mi proceder", reconocemos lo que quiere decir. "No obro lo que
quiero sino que hago lo que
aborrezco...Pues bien sé yo que nada bueno habita en mi...; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance,
mas no el hacerlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero" (Rom
7,14-15,18). El yo que ejerce sabotaje sobre sí mismo se encuentra en lucha en el interior de todo hombre
y mujer. Por esa razón, gentes de todas partes se sienten hambrientas de totalidad.
La totalidad y la autotrascendencia
En el contexto del desarrollo cristiano, la autotrascendencia recoge dos significados importantes. El
primero de ellos es que una persona abierta a la trascendencia de sí es aquélla que respeta el misterio de
su persona, plenamente conscienté de que la riqueza de su ser jamás se puede comprender en su
totalidad y de que ninguna autoimagen hace plena justicia a la realidad de un ser que esconde el
potencial de llegar a ser, mañana, más de lo que es hoy. "Dios es siempre más" es un antiguo axioma
teológico al tiempo que una cautela vigente ante la inclinación de reducir el misterio inefable de Dios a
imágenes humanas de débil factura. Este axioma se aplica por igual al misterio de la persona humana.
Las imágenes del yo estáticas y estancadas resultan desfasadas y rígidas. Semejantes al lecho de
Procusto, tales imágenes de uno mismo constriñen y fuerzan a ese yo de carácter único a encajar en
categorías inflexibles e inadecuadas. "Ese no soy yo" o "esa es la clase de persona que soy" son
expresiones comunes que acompañan a las imágenes de sí que ponen freno al desarrollo de la totalidad
y que detienen de manera prematura el flujo de lo que Dios iniciara como un proceso continuo de
autoformación. Fritz Perls, el fundador de la terapia gestalt, solía advertir que no habríamos de
confundir la autorrealización, que es un proceso abierto y que dura toda la vida, con la realización de la
autoimagen, erróneamente cimentada sobre autorretratos caducos que se esbozaron en su día y que han
llegado a confundirse con el ser verdadero que sigue desplegándose continuamente.
El segundo es que una persona abierta a la autotrascen- dencia es aquélla que cree que la gracia
abunda en todas partes y que en cualquier momento puede tener lugar una gran irrupción de Dios aún
cuando paradójicamente afirmemos que Dios ya está presente en todo momento. Algunos ejemplos de
tales experiencias de trascendencia son las llamadas experiencias cumbre, según la descripción del
psicólogo Abraham Maslow en su estudio acerca de los individuos autorrealizados; o el kensho o
nirvana, momentos de iluminación súbita a los que alude la literatura zen; o "la consolación [a la
ánima] sin causa precedente" que comenta Ignacio de Loyola en sus "reglas de discreción de spirítus"
(Ejercicios espirituales, cuarta semana). Esos momentos de autotrascen- dencia diversos entre sí
comparten la característica común de proporcionar vina impresión de totalidad, lo cual queda patente
al constatar en ellas elementos similares e intercambiables, a saber: una sensación honda de ser
valorado, aceptado y amado; saberse unificado y con armonía interior, sin conflictos o divisiones
internas; notar que se está funcionando a pleno rendimiento o que se está en forma como jamás se
3 Neils Bohr, citado por Parker I. Palmer, The Active Life: A Spirituality of Work, Creativity and Caring (San Francisco,
CA: Harper & Row, 1990), 15.
estuvo antes, o sentirse uno con Dios y el universo además de profundamente solidario con todo el
mundo.
Quienes han gozado de esas experiencias trascendentales cuentan que su estado alterado de
conciencia es un momento puntual de claridad inusitada pero no una condición permanente. Son
destellos repentinos de comprensión intuitiva que arrojan luz sobre cómo abordar un asunto
impórtente o que comunican la intensa sensación, totalmente imprevista, de ser amados por Dios, por
ejemplo, ante una puesta de sol. Los momentos de trascendencia son, pues, acogidos como un don
porque cuando se reciben uno se da cuenta de que no hizo nada de forma consciente o deliberada para
producirlos. Es más, saber que no estamos capacitados para provocarlos por nosotros mismos es en sí
motivo de humildad. Lo que sí está en nuestras manos es la posibilidad de disponernos a quedar
abiertos y receptivos para que la repentina visitación de una gracia extática traiga unidad allí donde
antes había fragmentación. Esas ocasiones se viven como auténticas bendiciones porque dejan consigo
el sabor tangible e intenso de la totalidad.
Hay una tendencia entre los cristianos a rechazar la llamada a la santidad al idealizar el proceso y
verlo como algo que únicamente le sucede a las personas extraordinarias en circunstancias muy
especiales. La santidad, por ejemplo, es algo propio de las personas que son quemadas con aceite
hirviendo, O exclusiva de las que son crucificadas boca abajo, o de las que son pasto de los leones por
ser fíeles a su fe, o asesinadas por la noche a manos de escuadrones de la muerte ultradere- chistas. Las
imágenes tradicionales de los santos, tan sumamente plásticas, refuerzan nuestra tendencia a concebir
la santidad como algo reservado exclusivamente a la gente más extraña. Thomas Merton describe
gráficamente esa visión enrarecida de la santidad: "El santo, si es que alguna vez llegaba a pecar",
declara, "se hacía impecable después de una conversión perfecta. Como la impecabilidad no era
suficiente, se le suponía por encima de cualquier posibilidad de ser tentado." La tentación nunca llega
ser algo que ofrezca dificultades para esas personas santas porque tienen una respuesta absoluta y
heroica a la misma: se arrojan "al fuego, al agua helada o a las zarzas antes que enfrentarse siquiera a la
más remota ocasión de pecado." Salen corriendo, siempre con las más nobles intenciones, a ejecutar el
acto preciso de virtud que requiere cada situación. Como parece que de alguna manera poseen tina
certidumbre completa respecto a las preocupaciones de los mortales comunes, inferiores a ellos, "los
'perfectos', en ese sentido terrible", concluye Merton, "se elevan por encima de la necesidad y hasta de la
capacidad de entablar un diálogo plenamente humano" con otros seres humanos.5
Esa caricatura de Merton, que refleja la imagen de la santidad para la imaginación popular, no
hace difícil entender por qué los hombres y las mujeres en la actualidad piensan que la santidad es algo
4 Anonimo en The Sower's Seeds: One Hundred Inspiring Stories for Preaching, Teaching and Public Speaking, ed. Brian
Cavanaugh, T. O. R. (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1990), 58-60.
5 Thomas Merton, Life and Holiness (New York: Herder and Herder, 1963), 18-19 [Existe versión castellana: Josep
Vallverdü Aixala, trad, Vida y Santidad, Barcelona: Herder, 1964].
inalcanzable. Y tampoco es una meta atractiva, porque "cuando el ideal de la santidad representa la
suma de todas las virtudes", observa el psicólogo religioso Josef Goldbrunner, "se alza ante nosotros una
imagen de cartón-piedra y la búsqueda de santidad se reduce a mera imitación."' Los criterios
establecidos para determinar la santidad suelen ser arbitrarios, cuando no mostrencos, tal como sugiere
la siguiente historia rabínica:
Un estudiante de la Torá se dirigió a su maestro para anunciarle que, en su opinión, estaba cualificado para
ser ordenado como rabí. "¿Cuáles son tus credenciales?", preguntó el sabio.
El estudiante replicó: "He disciplinado mi cuerpo y puedo dormir en el suelo, comer la hierba del campo y
ser azotado tres veces al día."
"Fíjate en ese borrico blanco de allá", dijo el maestro, "y observa que también él duerme en el suelo, come la
hierba del campo y no es azotado por menos de tres veces al día. Hasta ahora estás cualificado para ser un
burro, pero ciertamente no un rabí."6
Las imágenes modernas de la santidad también cuentan con figuras de proporciones gigantescas
como la Madre Teresa de Calculta, cuya vida ha estado completamente dedicada al cuidado de los
pobres; Dietrich Bonhoeffer, cuyo relato personal es uno de los grandes testimonios épicos de la valentía
y la convicción de nuestro siglo, y Maximiliano Kolbe, un sacerdote que ofreció su propia vida en un
campo de concentración nazi en lugar de la de un hombre casado y con hijos. Aunque admiremos a esas
personas, sus actos de virtud heroica parecen fuera de nuestro alcance y seguimos en busca de modelos
contemporáneos de santidad que sean cristianos normales como nosotros mismos. Inconscientemente,
tal vez desatendamos nuestra propia llamada a la santidad proyectándola en aquellos otros que tienen
una llamada extraordinaria. Por eso resulta importante reconocer nuestra vocación santa y ver nuestra
vida como un proceso en el que Dios nos va transformando de una manera "ordinaria." La santidad, al
igual que la totalidad, en última instancia no es cosa de nuestra propia fabricación sino la obra de Dios
en nosotros. Aún así, la invitación a la santidad y a la totalidad se nos hace a cada cual personalmente y
exige que consideremos en todo momento, mediante la oración, lo que de verdad representa seguir el
camino de Jesús.
6 William Silverman, Rabbinic Wisdom and Jewish Values, rev. ed. (New York: Union of American Hebrew Congregations,
1971), 74.
misteriosamente indiferente o inaudible. Pero la persona religiosa persevera en su fe, porque "[la
propia] experiencia de Dios dirige este movimiento."*
La fidelidad al sendero en el que se nos invita a amar en el mundo requiere la misma clase de
libertad interior y valentía que Jesús mostró cuando, a pesar del ridículo y el menosprecio, siguió fiel a
su visión. Un obstáculo frecuente para muchos de los que nos sentimos impulsados a seguir la
opción de Jesús es el respeto humano, el temor a lo que los otros vayan a pensar de nosotros. Se
alcanza la libertad cuando superamos esa necesidad de respeto humano, tal como ilustra este
delicioso relato:
El Maestro parecía bastante indiferente respecto a lo que la gente pensara de él. Cuando los discípulos le
preguntaron cómo había logrado ese estado de libertad interior, él se echó a reír y dijo: "Hasta que tuve
veinte años no me importaba lo que la gente pensara de mí. Después me empecé a preocupar hasta lo
infinito sobre lo que pensarían de mí todos los que me rodeaban. Un día, cuando ya tenía más de
cincuenta años me di cuenta de repente de que ellos casi nunca reparaban en mí."7
La auténtica imitación de Cristo consiste en seguir el ejemplo vivo de su profunda devoción a Dios
y de su determinación inconmovible a dar cumplimiento a la visión de la proclamación del reino,
antes que en una mera imitación de los aspectos externos de su vida. La simple emulación externa no
nos llevará a ninguna parte en este sendero espiritual:
Después de que el Maestro lograra la iluminación, se dedicó a una vida simple, porque la sencillez era lo
que mejor encajaba con su temperamento. Se reía de sus discípulos cuando éstos se dedicaban a una vida
simple por mera imitación.
"¿De qué os sirve copiar mi conducta", solía decirles, "si no tenéis mi motivación?¿0 adoptar mi
motivación sin la visión que la produjo?"
v
Lo entendían mejor cuando les decía: "¿Acaso una cabra sé convierte en rabí por dejarse crecer la
barba?""
Corno Jesús, también nosotros, por medio de la oración y de la reflexión, tenemos que seguir en
contacto con nuestra llamada interior y con la visión con la que el Espíritu inspira nuestra vida.
El proceso de individuación
Expresado en los términos de la psicología de Jung, seguir nuestro sendero personal entraña un
proceso de individuación por el que llegamos a ser quienes somos de verdad, indivisibles y a la vez
diferenciados de las demás personas. Crecemos en totalidad cuando nos hacemos conscientes de "la
sombra", el término que Jung emplea para referirse a aquellas partes de nosotros mismos que han
quedado enterradas en el inconsciente. Y establecemos nuestra diferenciación respecto a otras personas
al afirmar nuestro carácter único como individuos. El psicólogo Lawrence Jaffe comenta que muchos de
sus clientes "a menudo están poseídos por el deseo incontrolable de ser lo que ellos denominan normales
y con ello, por lo general, quieren dar a entender que les gustaría ser como los demás. Se olvidan de que
en realidad cada uno está llamado a ser alguien sin precedentes... un misterio al que tan sólo ellos, con la
ayuda de Dios, pueden asomarse viviendo su vida... con la sinceridad y la devoción con la que Cristo
vivió la suya propia."™
La espiritualidad bíblica describe la individuación como el continuo proceso de reunificarse con algo
que se había perdido. Eso se hace evidente en el capítulo quince del Evangelio según San Lucas, el
episodio de la pérdida y el hallazgo, en el que una moneda, una oveja y un hijo son perdidos y después
recuperados. En la conocida parábola del hijo perdido, Jesús nos invita a reconocer en nosotros el
aspecto pródigo, el hijo menor, y el aspecto fiel, el hijo mayor. La buena noticia de la parábola es que
Dios abraza con amor y comprensión todas las partes que nos configuran. La conversión de corazón
exige que nosotros mismos hagamos extensivo a nuestro ser la misma aceptación que Dios nos depara.
Enfrentarse al inconsciente
Los autores de espiritualidad y los psicólogos han acudido al término "falso yo" para sugerir que
nuestra autoi- magen puede resultar completamente distorsionada cuando ciertos aspectos del yo son
negados o reprimidos. El •viaje hacia la integración total necesita del conocimiento de nuestra sombra
para poder hacer frente a motivaciones y actitudes desconocidas. Debido a que eso requiere una pro-
fundizacióri cada vez mayor en nuestro interior, Las imágenes de descenso parecen describir mejor esta
faceta del viaje espiritual que las del ascenso. Así, términos como los de "ahondar", "adentrarse a la
búsqueda del alma" o "descubrir" se aproximan a lo que entraña emprende^ el viaje interior.
En su polémica controversia frente a las tradiciones de los fariseos, Jesús insiste una y otra vez en la
necesidad de ir- más allá de un mero seguimiento extemo y observancia superficial de la Ley. Para
Jesús, lo que cuenta de verdad en términos de transformación espiritual no es lo aparente sino las
disposiciones interiores del propio corazón o kardia. La palabra kardia se utiliza en el Nuevo Testamento
para simbolizar nuestros sentimientos, emociones y juicios más íntimos. Para crecer en el Espíritu,
debemos ver por debajo de las apariencias de bondad y del código de conducta apropiado a fin de
examinar nuestros corazones "porque de dentro, del corazón [kardia] de los hombres, salen las
intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje,
envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al
hombre" (Me 7, 21-22). "Que el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre." (Mt 15, 20). Así,
la enseñanza de Jesús resulta muy clara: es el corazón humano lo que necesita ser purificado, para que
el Espíritu de Dios pueda transformarnos en una nueva creación. La sabiduría de Salomón reside en su
intuición de que "un corazón sabio" es el don más precioso que podría pedirle jamás a Dios. Lo que
Salomón recibió de Dios es lo que también nosotros necesitamos en nuestro viaje espiritual. Nos hace
falta un corazón que comprenda lo que esconde nuestro interior más recóndito.
Reconociendo la importancia del autoconocirruento y del trabajo interior a la hora de crecer
espiritualmente, el abad cisterciense Thomas Keating reafirma ia sabiduría de la psicología profunda:
"El corazón de la ascésis cristiana es la lucha con nuestras motivaciones inconscientes. Si no las reco-
nocemos y no nos enfrentamos cara a cara con las influencias ocultas de los programas emocionales con
sus promesas de felicidad, el falso yo se adaptará a cualquier nueva situación enseguida y en el fondo,
nada cambiará."'4 En consecuencia, si nos tomamos en serio el crecimiento espiritual tendremos que
vérnoslas con la sombra, algo que inicialmente nos resistimos a hacer porque parece ir en contra
nuestra; es, al decir de Jung, algo contra natura, opuesto a nuestra propia naturaleza. Mas poco a poco la
necesidad nos obligará a hacer lo que de otra forma eludiríamos. Mientras las cosas van bien, nos
quedamos contentos viviendo en el estrato superficial de la conciencia, pero cuando el sufrimiento
perturba nuestra vida, rompiendo nuestro equilibrio y "nos lanza al ruedo" -la rueda de la vida-
encontramos motivación suficiente como para empezar a indagar en nuestra alma. Acontecimientos
como la muerte repentina de un ser querido, el fracaso de una relación o el anuncio de una enfermedad
debilitadora nos fuerzan a aclamarnos de nuevo a aquéllo que habrá de sostenemos. La depresión, la
ansiedad crónica, y otras formas de enfermedad física o diversas adicciones son maneras diversas que
tiene la psique de expresar conflictos inconscientes y todas ellas señalan la necesidad de emprender
8 John Stanford, Healing and Wholeness (New York: Paulist Press, 1977), 20.
una honesta autoindagación. Esos sufrimientos pueden ser la puerta de acceso a ulteriores estados de
crecimiento pues, sin quererlo, nos fuerzan a aventurarnos en zonas que de otro modo nunca
visitaríamos.
Tratar con nuestra ambivalencia
15. Parker J. Palmer, The Active Life: A Spirituality of Work, Creativity and Caring, 27.
16. Thomas Keating, Invitation to Love, 2.
17. Steve Payne, "The Dark Night of St. John of the Cross: Four Centuries Later," Review for Religious
(November/December 1990): 898.
que describe Juan de la Cruz son experimentadas hoy en día por muchos cristianos "no en el
confinamiento seguro de una celda monacal tradicional, sino en el 'sufrimiento por una causa' o en la
purificación del propio compromiso ministerial a través del fracaso y la desilusión, o incluso en 'el
martirio silencioso de la vida cotidiana.'"" Dag Hammarskjdld y Dorothy Day, por ejemplo, fueron
santificadas a través de su fidelidad a una llamada interna a lo largo de toda una vida. Así, los
sufrimientos experimentados en la vida diaria pueden contribuir a nuestro crecimiento espiritual. Al
igual que la rama se corta para que pueda dar fruto en mayor abundancia, también nosotros podemos
descubrir en nuestras frustraciones y sufrimiento la acción transformadora de Dios en nuestra vida.
19. Gerard W. Hughes, S.J., God of Stirprises (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1985), x.
9 Thomas Keating, Open Mind. Open Heart: The Contemplative Dimension of the Gospel (Amity, NY: Amity House, 1986),
15.
Preguntas para reflexionar
1. ¿Te has identificado alguna vez con la lucha que Pablo entabló con su yo dividido? ¿Has
experimentado alguna vez la fragmentación en tu vida? ¿En qué áreas de tu vida sientes ansias de
totalidad?
2. ¿Qué prácticas espirituales has intentado para alcanzar plenitud, equilibrio y armonía en tu vida?
¿Cuáles han funcionado? ¿Cuáles no?
3.La invitación que Jesús hace a Pedro de "echar las redes en lo hondo" puede simbolizar una
invitación similar a fin de nos zambullamos por debajo de la superficie y vivamos con mayor
profundidad, conciencia y significado. Si tuvieras que responder a tal invitación, ¿qué es lo que eso
representaría para ti en lo concreto de tu vida diaria? ¿qué es lo que podría resistirse en tu interior a esa
invitación a "ahondar más"?
En su obra clásica El Castillo Interior, Santa Teresa se imagina el alma como una mansión con muchos
recintos y sugiere que el crecimiento espiritual equivale a tener la capacidad de moverse libremente de
morada en morada sin miedo ni inhibición. Hay, dice, un aposento en el que siempre debiéramos residir,
y ese es el habitáculo del autoconocimiento. Para Teresa, conocerse a sí mismo es la condición sirte qua non
para la santidad porque conduce a la humildad. "Conocerse a sí mismo es la formulación tradicional",
nos recuerda el abad cisterciense Thomas Keating, "para expresar la toma de
l.C G. Jung, Dreams, trans. R.F.C. Hull (Princeton. NJ: Princeton University Press, 1974), 233.
conciencia de la cara oculta de nuestra personalidad."' Si bien Teresa no hizo uso de términos tales como
"conciencia", "sombra" o "vida interior", su mensaje es claro: darse cuenta de la propia vida interna es la
pieza clave del crecimiento espiritual y psicológico. Cari Jung, que exploró la profundidad de la psique
humana, descubrió que conocerse a sí mismo es tan importante para la salud del alma que habría que
tomarlo como un empeño religioso. En su psicología, llegar a conocer la sombra, "aquello que la
persona no desea ser", es una forma de redimir todas las partes rechazadas y perdidas del alma.
¿Qué es la sombra?
Jung utilizó el término "sombra" para describir esa parte de nuestra personalidad que reprimimos
porque entra en conflicto con la forma en que desearíamos vernos. Si aspectos de nosotros mismos tales
como la sexualidad, la ira, la ambición o la creatividad, por ejemplo, no encajan con la autoi- magen
pretendida, quedarán relegados en la sombra. La sombra es una subpersonalidad inferior con vida
propia, con metas y valores que guardan contradicción con los que suscribimos conscientemente. Un
dicho afirma que "cuanto más brilla nuestra máscara, más oscura es la sombra." En contraste con la
sombra, que es el rostro que ocultamos, la "persona" o máscara es el yo público, el semblante que
mostramos ante el mundo. Cuanto más nos identifiquemos con una persona que se muestre buena y
justa, más oscura resultará nuestra sombra. Si se da un abismo excesivamente grande entre la imagen
de lo que "queremos" ser y lo que de verdad somos,
seremos constantemente presos de la ansiedad por temor a que otros nos calen hasta el fondo.
Aunque la sombra tiene una cualidad siniestra y teñida de culpa, Jung jamás pretendió conferir a la
misma esa mala reputación que la acompaña. La sombra sólo parece "maligna" porque alberga todas las
partes inaceptables e inferiores de nuestro ser. Pero Jung más bien comparaba la sombra a un tesoro
escondido en un campo, una fuente potencial de riqueza que no está a nuestro alcance porque la
mantenemos enterrada. Necesitamos reconsiderar nuestra actitud hacia la sombra, "todo lo que no
queremos ser", pues es ella la que contiene precisamente eso que nos hace seres completos.
A los dos o tres años de edad poseíamos algo que podríamos representar de forma visual
como una personalidad de 360 grados. La energía emanaba de todas las partes de nuestro
cuerpo y de nuestra psique. Un niño corriendo es un globo vivo de energía. Pues bien, todos
disponíamos de una bola de energía, pero un día nos
dimos cuenta de que a nuestros padres no les gustaban ciertas partes de esa bola. Decían cosas como: "¿no
puedes estarte quieto?" o "no está bien eso de intentar matar a tu hermano." Detrás de nosotros tenemos un
saco invisible y para seguir contando con el amor de nuestros padres, metíamos en él lo que no les agradaba.
Cuando fuimos al colegio, nuestro saco ya era bastante grande. Y hete aquí a los maestros con su cantinela:
"Los niños buenos no se enfadan por cosas tan pequeñas." Y nosotros una vez más metíamos nuestra rabia
en el saco. A los doce años todo el mundo nos conocía en Madison, Minessota, como los "Bly, esos chicos
buenos." Por aquel entonces ya arrastrábamos un saco kilométrico.1
Bly sigue describiendo cómo el relleno del saco prosigue a medida que nos desplazamos desde
nuestra familia de origen hasta otros grupos en los que siempre nos aguardan nuevas expectativas. Por
ejemplo, nos hacemos miembros de alguna hermandad y moldeamos con ansia nuestro comportamiento
para gozar de algún sentido de pertenencia. O nos casamos y tenemos que adaptarnos a nuestra familia
política a fin de complacer a nuestra pareja matrimonial. Ingresamos en una comunidad religiosa y nos
hallamos inmersos en una subcultura distinta que debemos asimilar hasta hacerla propia. O cambiamos
de una oficina a otra dentro de la misma compañía y descubrimos que en ésta rigen nuevas normas para
definir lo aceptable. Está claro que los grupos conforman una imagen idealizada que ejerce presión
sobre nosotros para que nos ajustemos a La misma. Nuestro deseo de ser aceptados y aprobados hace
que estemos continuamente vigilándonos para actuar según las normas de grupo. En el proceso de estas
experiencias adultas, nuestra sombra sigue
creciendo a medida que cada vez más de lo que somos se va depositando en el saco. El resultado es
que muchos llegamos a la mitad de nuestra vida con tan sólo una diminuta porción de la
personalidad de 360 grados con la que empezamos a vivir. ¡A continuación dedicamos el resto de
nuestros días a reclamar todo lo que guarda el saco!
El viaje interior
Recuperar todo lo que se ha perdido en la sombra es un aspecto esencial del viaje interno. En tanto
que seres humanos, somos una mezcla de oscuridad y de luz, de bien y mal, capaces de lo mejor y de
lo más santo a la vez que de lo peor y de lo más depravado. Crecemos en totalidad a medida que nos
damos cuenta y aceptamos nuestros yo muí ti dimensionales. Integrar la sombra lleva toda una vida
de trabajo interior y nunca se logra de una vez por todas. El trabajo interior, esto es, el proceso de
conocer, sanar y armonizar nuestra vida interna, es la esencia de la espiritualidad porque es nuestra
vida interior la que ejerce una influencia sobre nuestras percepciones, deseos, pensamientos y actos.
Ignorar el mundo interno porque no nos gusta lo que encontramos allí o postergar el trabajo interior
por miedo a lo que podríamos descubrir no hace sino incrementar las dificultades a la hora de
enfrentamos con la sombra. Las energías de la sombra se van haciendo más primitivas con la edad,
algo no muy distinto a lo que le sucede a una persona encerrada en soledad y privada de todo
contacto humano. Cuanto más tiempo se repriman los instintos, más hostiles llegarán a ser.
10 Véanse los libros de Alice Miller, The Drama of the Gifted Child (New York: Basic Books, 1981), For Your Chun Good;
Hidden Cruelty in Child-Rearing and the Roots of Violence (New York; Farrar, Straus & Giroux, 1986).
11 David Steindl-Rast. 'The Shadow in Christianity", en Meeting the Shadow: The Hidden Power of the Dark Side of
Hitman Nature, de. Connie Zweig and Jeremiah Abrams (Los Angeles: Jeremy P. Tarcher, 1991), 131-32.
El segundo error, basado en una malinterpretación de Jung, identifica el concepto de sombra con la
noción cristiana de pecado. Pero si bien el pecado supone el rechazo de Dios, la sombra entraña el
rechazo del yo. El pecado es la alienación espiritual y requiere la reconciliación con Dios. La sombra es
la autoalienación y requiere la reconciliación con el yo. Si odiamos nuestra sombra de la misma forma
en que repudiamos el pecado, siempre permaneceremos divididos. La sombra pasa a ser un problema
sólo cuando, de manera equivocada, la hacemos depositaría de nuestras actitudes negativas hacia el
pecado. La actitud religiosa adecuada ante el pecado es librarnos de él en nuestra vida. Cuando adopta-
mos esa misma actitud de rechazo ante la sombra, ponemos en peligro nuestro desarrollo hacia la
totalidad y perpetuamos nuestra* autoalienación. Si la sombra fuera meramente algo maligno, no
habría asomo de ambigüedad en nuestro modo de tratarla. Mas, como Jung añrmó claramente: "lo
inconsciente no es sólo malo por naturaleza, también es la fuente del mayor bien: no sólo es oscuro,
sino también luminoso; no es únicamente algo bestial, semihumano y demoníaco, sino sobrehumano,
espiritual y, en el sentido clásico de la palabra, 'divino'".'
El tercer error tiene que ver con la confusión entre "integrar" la sombra y "actuar" según sus
dictados. Normalmente se tiene el temor de que al entrar en contacto con la sombra comencemos a
hacer desmanes por obra suya. Por ejemplo, podemos temer que si admitimos nuestros impulsos y
deseos sexuales, eso nos llevará a darles vida de forma desordenada. Pero lo que sucede es que es
verdad justamente lo contrario. La conciencia nos da opciones y nos capacita para responder de
manera deliberada, según nuestros principios morales y éticos. Es precisamente cuando nos separamos
de nuestros instintos cuando corremos el mayor peligro de darles rienda suelta. El propósito de la
conciencia es el autodescubrimiento y la responsabilidad personal. Cuanto más sepamos acerca de
nuestros instintos y deseos humanos, más capacitados estaremos para vivir de manera responsable.
Las personas religiosas son especialmente vulnerables a problemas dificultosos con la sombra
precisamente por poner la mirada en lo más alto, intentando de forma consciente ser buenos y
virtuosos. Hay una ley psicológica que sostiene que cuanto más conscientemente luchemos por el bien,
más se activará la oscuridad contraria. Si, por ejemplo, el ideal consciente de nuestro ego es ser como
Cristo, nuestra sombra contendrá todos los rasgos desemejantes a Cristo. Y cuanto más parecidos a
Cristo nos creamos, menos cuenta nos daremos de nuestra sombra. Además, debido a que todo cuanto
guardamos en el inconsciente se proyecta, al mismo tiempo estaremos transfiriendo nuestra sombra a
los demás y nos sentiremos empujados a corregirlos o a darles nuestra "ayuda." Entretanto, estaremos
negando nuestra auténtica necesidad de reconocer la sombra en nuestro propio interior y de enfrentarla
cara a cara. Esa proyección de la sombra con facilidad alimenta el fanatismo, como sucede en el caso de
las cruzadas antipornografía, que no admiten que en su origen pueda hallarse la misma fijación lasciva
en el sexo que sojuzgan, o en el de los homófobos que persiguen a los homosexuales con una
intolerancia tal que ésta delata su temor a encontrar el menor rastro de sensibilidad homosexual en ellos
mismos.
Si hacemos que la santidad equivalga a la perfección, nos resultará imposible reconocer nuestra
sombra. Vivir como si fuéramos luz pura, con total ausencia de oscuridad, no es ya sólo pretencioso
sino hasta peligroso. El aspecto de sombra de nuestras vidas puede ser proyectado, negado o ignorado,
pero no puede quedar eliminado. Cuanto más se le reprima, más autonomía propia ganará. La negación
de la sombra es lo que permite que ella actúe por su cuenta, sin el beneficio de hacerlo bajo control y
guía conscientes. La tendencia farisaica a hacer que la santidad y la observancia perfecta resulten
realidades sinónimas nos hace vulnerables a irrupciones abruptas de la sombra, porque negar su
existencia es algo así como dejar suelto un caballo indómito. Una identificación unilateral con la luz, por
ejemplo, es lo que ha hecho que la sombra, al no ser admitida, haya sido el motivo de la dolorosa caída
de unos cuantos líderes religiosos:
11 C. G. Jung, Collected Works (Bollingen Series XX), Vol. 16 trad., R. F. C. Hull and de. H. Read, M. Fordham, G.
Adler and William McGuire (Princeton, NJ: Princeton University Press), 389.
11 Joanie Albrecht, "Addiction to Light: Fundamentalism and the Denial of Shadow", Psychological Perspectives 27
(Fall/Winter 1992): 41.
La naturaleza autónoma de la sombra se hace evidente en los "escándalos" que han
proliferado en los medios de comunicación en los últimos años. Los responsables religiosos
que han vivido bajo la luz pública, intentando rigurosamente ser portadores de luz a sus
seguidores, han quedado expuestos como sujetos muy diferentes a lo que supuestamente
proyectaban. La filtración de la sombra también se ha hecho patente en el creciente número
de estadísticas que revelan abusos sexuales llevados a cabo "en nombre de Dios",
probablemente imponiendo reglas familiares de una imposible rigidez y perfeccionismo
mientras la oscuridad de la noche velaba el secreto de la explotación traumática.7
¡Qué fácil resulta señalar el mal en los otros mientras permanecemos ciegos a la existencia de eso
que señalamos en nosotros mismos! El relato del Antiguo Testamento en el que el profeta Natán
amonesta al gran Rey David, llevándolo al arrepentimiento (2 Sam 12,1-15) es una ilustración vivida de
esto mismo. Natán se acercó a David y le dijo:
Había dos hombres en una ciudad, el uno era rico y el otro era pobre. El rico tenía ovejas y
bueyes en abundancia; el pobre no tenía más que una corderilla, sólo una, pequeña, que
había comprado. Ella iba creciendo con él
y sus hijos, comiendo su pan, bebiendo en su copa, durmiendo en su seno igua] que una hija. Vino un
visitante donde el hombre rico, y dándole pena tomar su ganado lanar y vacuno para dar de comer a aquel
hombre, llegado a su casa, tomó la ovejita del pobre, y dio de comer al viajero llegado a su casa.
Cuando oyó esa historia, David se encendió en gran cólera y dijo a Natán: "¡merece la muerte el
hombre que tal hizo. Pagará cuatro veces la oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber
tenido compasión!" En respuesta, Natán le dijo a David: "Tú eres ese hombre." A través de ese episodio,
el sagaz profeta pudo sacudir la conciencia del rey y hacerle ver el terrible daño que había infligido a
aquel hombre llamado Urías el hitita. Aunque David ya poseía muchas esposas, le usurpó a Urías su
mujer, Betsabé, y la incorporó a su propio harén. Peor todavía, con astucia calculada dispuso las
condiciones para que Urías cayera muerto en batalla. La intervención tan directa del profeta hizo que la
sombra del rey saliera de la tenebrosa cueva del inconsciente y le hiciera confesar su mala acción: "He
pecado contra Yahvéh." En la humilde admisión del pecado de David se ha visto una de las principales
causas de su admiración y reverenda dentro de la tradición judeocristiana.
En el Nuevo Testamento, Jesús nos recuerda que es más fácil señalar las faltas de los otros que
reconocer las nuestras. La mota que vemos en el ojo del prójimo refleja la viga en el propio. La
enseñanza de Jesús es clara: siempre que tengamos la tentación de corregir a alguien, deberíamos en
primer - lugar buscar la misma falta en nosotros. En su continuo debate con los fariseos, Jesús señala
consistentemente la necesidad de enfrentamos a nuestra sombra para poder ser salvados de verdad.
Los fariseos simbolizan a cuantos se identifican con su "persona" (apariencia o máscara) de honradez
sin reconocer su lado oscuro. Anclados en su seguridad, no sienten
necesidad alguna de recibir la salvación de manos de un Dios de perdón y aceptación. Quienes conocen
su sombra, por el contrario, admiten abiertamente su necesidad de ser transformados por la gracia en su
lucha para amarse y aceptarse a sí mismos y a los demás como Jesús lo hizo. La rectitud del fariseo no
sólo bloquea nuestro sendero hacia Dios sino que también nos priva de la compasión y solidaridad con
los semejantes que sufren. Cuando nos demos cuenta de que esa expresión de completa dependencia de
la gracia de Dios que expresara San Agustín también se aplica a nosotros, nos haremos más lentos a la
condena y más prestos al perdón.
Integrar la sombra
La sombra se manifiesta de formas diversas en medio de la vida cotidiana. El testimonio de cómo
una persona se dio de bruces con su propio "rostro de sombra" en una confrontación hostil con un
vecino de la misma calle viene a ilustrarlo de manera concreta:
En la calle donde vivo, vive también mi propia sombra. Es increíble que algo tan poderoso me
hubiera pasado desapercibido, pero así es. Casi toda mi vida he permanecido relativamente
ignorante de este enorme poder, creyendo (como casi todo el mundo) que lo que asoma a la
superficie es todo lo que hay, que eso es lo verdadero y que lo que veo en los demás no tiene
nada que ver conmigo.
La historia de mi sombra, que habita en mi misma calle, es el relato de un despertar brusco, la
entrada a una esfera de sentido que resultaba del todo inaccesible a mi conciencia superficial,
pero que con todo siempre había estado allí, esperándome.
Mi casa está situada sobre la cumbre de una montaña, y a ella se accede por un único camino
de unas tres millas.
Conduzco un deportivo rojo y casi siempre ando con prisas para llegar a casa o para salir de ella, pasando cada vez por
el mismo camino.
Aquel día en concreto, iba conduciendo a toda velocidad como suelo hacerlo cuando oí un grito. En realidad, parecía
más bien un rugido. Incluso por encima del estéreo y del ruido de la fricción con la carretera, pude distinguir
claramente las palabras: "¡Reduce la velocidad!" Esas palabras me hicieron salir de mi ensoñación de una sacudida y
numerosos fogonazos de pensamientos y sentimientos comenzaron a bombardear mi mente. Reaccioné con
extraordinaria fuerza. ¿Quién podría atreverse a decirme algo así, a enseñarme a mí cómo se debe conducir, a interferir
con mi derecho a hacer lo que me venga en gana?
La rabia iba en aumento y un reflejo combinado de cólera y de supervivencia hacía su irrupción con ímpetu y dureza.
Estaba encendido, rojo, ciego de ira. ¿Quién se atreve?
Frené bruscamente a un lado, levantando remolinos de tierra al hacerlo. Salí del coche, con una actitud desafiante
tanto en mi interior como en el tono de voz. Con una hostilidad apenas velada dije: "¿Sucede algo?". La respuesta no
tardó en llegar en la forirta de una retahila de tacos cuya fuente localicé al poco por encima de mí. Un hombre grande y
muy enfadado, al que vagamente reconocí como uno de mis vecinos, se había sentido al parecer algo más que
ligeramente ofendido ante mis hábitos al volante. Con una violencia demoledora empezó a soltar un chorro de
expresiones soeces y de acusaciones absolutamente imprevistas. Siguió insultándome con todo lujo de calificativos
soeces, jurando que me mataría no sólo a mí sino a todas las personas que guardaran el menor parecido conmigo, pero
no sin antes encargarse él mismo de arrancarme las visceras con sus
propias manos. El torrente de ofensas y de amenazas prosiguió y su voz rugiente se convirtió
en un conducto que emanaba directamente de ia mismísima raíz de la violencia humana.
La energía inesperada de su respuesta hizo sacudir mi conciencia de un modo súbito y
profundo. Mientras estaba allí, aguantando marea e incapaz del todo de entender qué es lo que
podía haber provocado esa horrenda explosión de furia, de repente se me abrieron los ojos:
comprendí de inmediato que ese arranque de ira era mío. La fuerza y profundidad increíbles de
mi propia rabia me era devuelta. Con ese giro repentino y radical me pude dar cuenta con
muchísima claridad de que estaba mirándome a mi mismo, de que había penetrado en el pozo
de mi propia rabia asesina. Comprendí al instante que no había la menor diferencia entre
nosotros, que su violencia extema y mi violencia interior eran una y la misma cosa. Todos mis
sentimientos de reacción, de defensa y de indignación se disiparon de un plumazo, y fueron
sustituidos al instante por el conocimiento certero de que estaba viendo cara a cara mi rostro de
sombra.
Caí en la cuenta de golpe de que esa cualidad oscura, que por lo general mantenía oculta, era
en realidad un componente crucial de mi propia psique, una vitalidad rica y poderosa
embotellada en el seno de mi personalidad aceptable. Fue el pozo de mi propio flujo vital, mi
savia y mi sangre, lo que estalló en ese momento. Pude ver que, lejos de ser algo de lo que me
podía librar, esa capa de cólera estaba a mi disposición. De hecho, esa fuerza impresionante y
tan desbordante constituía la propia energía de mi vida, que había estado encerrada y • oculta
hasta irrumpir en ese momento cumbre: una forma ruda de abrir los ojos.'
8. David Lowell Kem, "Greeting the Shadow That Lives Down the Road", Psychological Perspectives 27 (Fall/Winter
1992): 110-111.
Para comenzar a procesar acontecimientos cotidianos como éste de una forma psicológicamente
fructífera se hace preciso comprender que nosotros mismos y el mundo esconden mucho más de lo que
normalmente creemos. El narrador de este vivido episodio admite que, si bien en este caso provocó el
descubrimiento de su propia sombra, podía haberlo asimilado de una forma mucho más superficial,
como uno más de los sucesos de la vida diaria. Podía, por ejemplo, haber tomado esa experiencia
meramente como un encontronazo lamentable con alguien que obviamente tenía problemas acusados de
rabia contenida, y por tanto, haberse quedado sin aprender nada de ella. Aprender a reconocer la som-
bra cuando ésta entra en escena es un medio valiosísimo de crecer en el autoconocimiento. Cuanto más
nos abrimos a la verdad de lo que somos, más íntegros podemos llegar a ser "La capacidad de ver mi
propio reflejo en el rostro de mi enfurecido vecino llenó mi conciencia de información respecto a mí
mismo a la que jamás había acceso de una forma tan directa y dinámica. Fue un momento de curación: el
recuerdo de una parte que había perdido y olvidado; supuso, por ello, un gran salto hacia la totalidad."*
Nuestras proyecciones transforman el mundo que nos rodea en un espejo que nos muestra nuestra
verdadera faz, aunque nos cueste reconocerla como tal. Estas proyecciones conforman nuestras actitudes
hacia los demás hasta el punto de provocar lo mismo que proyectamos. Si proyectamos intenciones
negativas hacia los demás, reaccionaremos con cólera y a la defensiva. Los demás experimentarán
nuestra hostilidad no provocada y eso hará que acudan a sus propias defensas y a las proyecciones
negativas de su sombra, lo que a su vez nos obligará a estar todavía más a la defensiva, y así en una
espiral creciente de sentimientos que sólo se detendrá una vez sea reconocida e integrada la propia
sombra. Saber
9. Ibid., 113.
cómo nos habla la sombra nos permite reconocerla. He aquí, pues, algunas pistas útiles para poder
identificarla:
Voz interior. Además de la proyección, la sombra en ocasiones se expresa como otro yo, una voz
interna con la que entablamos diálogos. En tiempos de toma de decisiones o de conflicto interno, esa otra
voz con la que mantenemos un debate interno quizás sea la sombra dando expresión a sus
deseos. Para tomar buenas decisiones, necesitamos conocer también su criterio. Muchas veces, una mala
decisión o un error en nuestra valoración son el resultado de haber hecho oídos sordos a la sombra.
Deslices freudianos. La sombra a veces asoma en los "deslices freudianos", aquellos casos en los que
queremos decir una cosa y en su lugar decimos otra distinta. El desliz suele ser algo embarazoso o
agresivo, cosas que no teníamos intención de decir. Si examinamos con honestidad esas faltas, podemos
encontrar que éstas revelan una herida oculta, rabia escondida o algún sentimiento que la sombra ha
albergado en su interior hasta encontrar una ocasión de expresarlo. La sombra se toma su revancha por
las heridas que reprimimos, y a veces lo hace a expensas nuestras.
Humor. Si examinamos lo que decimos con humor así como lo que nos hace reír posiblemente
detectemos en ello nuestra sombra. El humor es uno de los refugios de la sombra y revela mucho más de
lo que sospechamos acerca de nosotros mismos. Del mismo modo, la falta de sentido del humor
manifiesta por lo general una enorme rigidez y represión. Para ilustrar la forma en que el humor revela
nuestra sombra, el psicólogo William Miller nos cuenta la historia de tres sacerdotes en una ciudad de
provincias que se reúnen cada semana para ayudarse entre sí:
Cuanto más tiempo pasaban juntos más llegaban a intimar y a confiar entre sí. Un día decidieron que
habían llegado a tal nivel de confianza que cada uno de ellos * podría confiar su pecado más grave a los
demás para, de esa forma, compartir su culpa: "Confieso que robo dinero de la colecta", dijo el primero.
"Mala cosa", dijo el segundo, quien a continuación confesó: "Mi mayor pecado es mantener relaciones con
una mujer del pueblo de
al lado." El tercer sacerdote, habiendo oído las maldades de los otros dos, declaró: "Mis queridos hermanos,
tengo que confesar que mi pecado más terrible es el del comadreo. ¡Apenas puedo esperar a salir de aquí!""
Sueños. Otra fuente de material de sombra nos viene dada todas las noches en forma de sueños. Los
sueños, el lenguaje del inconsciente, son uno de los mejores modos de conocer a nuestra sombra porque
durante el sueño nuestras defensas bajan, lo que permite al inconsciente expresarse sin interferencias.
Las mujeres conocidas y desconocidas en el sueño de una mujer, por ejemplo, le muestran las diversas
cualidades de su personalidad de sombra. De manera parecida, la personalidad de la sombra de un
varón se verá personificada en todas las imágenes masculinas de sus sueños." Muchos aspectos que
durante el día se quedan en la retaguardia ocupan un papel central en los dramas nocturnos creados por
los sueños. Si observamos tales dramas con cuidado, veremos a nuestra sombra en plena actuación
durante
10. William Miller, Your Golden Shadow: Discovering and Fulfilling Your Underdeveloped Self (San Francisco:
HarperSanFrancisco, 1989), 59.
11. El significado de las imágenes del sexo opuesto que se tienen en los sueños se comenta en el capitulo siete dentro
del apartado sobre las proyecciones del animus y del anima.
la noche y llegaremos a conocer cosas acerca de nuestros motivos silenciados o sobre nuestras faltas y
fracasos ocultos, sobre vicios y virtudes desconocidos y sobre nuestro potencial subdesarrollado o
todavía no realizado.
Elección de un chivo expiatorio. Se trata de identificar y atribuir a una persona del grupo el sambenito de
que él o ella es "el problema". Se trata de un fenómeno bien conocido en la tradición judeocristiana y es
un problema corriente en la vida de los grupos contemporáneos. Jesús a menudo ha sido llamado un
cordero inocente, al igual que muchos de los profetas que le precedieron en el Antiguo Testamento.
Todos hemos tenido alguna experiencia de ello bien en nuestro trabajo bien en nuestra vida personal. Es
el resultado de las proyecciones de la sombra, que hacen de una sola persona el objeto de las
proyecciones negativas de la sombra de todo el grupo. Él o ella son "elegidos" para cargar con la culpa
de lo que, de hecho, es un necesidad o conflicto no reconocidos del grupo entero. Suele respirarse un
ambiente que se resume en el comentario frecuente: "Si no fuera por fulanito o mengarnta, todo iría bien
en nuestro grupo." Esa creencia puede contaminar a la persona escogida como chivo expiatorio porque,
cuando la gente vive o trabaja muy cerca, sus proyecciones o expectativas inevitablemente influyen
sobre los demás, para bien o para mal. Tendemos a convertimos en lo que los demás perciben de
nosotros, porque nos tratan de forma coherente con esa impresión. Si, por ejemplo, alguien proyecta su
egoísmo sobre mí y me castiga eludiendo ser generoso ¿ conmigo, yo me pondré a su misma altura y
acabaré actuando de forma egoísta. Si, por el contrario, la misma persona proyecta su generosidad sobre
mí y me premia con ella, mi comportamiento recíproco será el de una generosidad equivalente.
Perfeccionismo. De vez en cuando nos encontramos con personas a las que parece no haber rozado
siquiera el pecado original y es como si no tuvieran sombra. Parecen estar "por encima de todo", no
tienen faltas o debilidades notorias, siempre hacen lo que está bien, son generosas y amables y se
muestran caritativas con todo el mundo. Tal vez nos parezca que esos individuos excepcionales son
más que humanos o que son "cristianos perfectos." Pero la perfección no es algo humanamente
posible; todo el mundo tiene fallos, incluso los santos. Nadie es perfectamente amable, generoso, y
caritativo siempre. ¿Dónde, pues, se encuentra la sombra de tales "santos inocentes"? Con toda
seguridad, otras personas del grupo son las que acarrean con su sombra. Cuando, en nuestra
necesidad de ser perfectos, negamos nuestra cara oculta, otros se sienten compelidos a expresar tales
reacciones humanas por nosotros. En otras palabras, cuando nos negamos a cargar con la cruz de
nuestra propia oscuridad, otros lo están haciendo en nuestro lugar.
Las personas que parecen ' tan buenas que no puede ser verdad" a veces, más que inspirarnos, nos
irritan. Quizás intuyamos que hay algo que no es genuino, porque tal vez estén escondiendo sus
verdaderos sentimientos y reacciones para que otros les admiren. La falsa bondad de los demás puede
hacer que nos sintamos inferiores porque resalta nuestras propias limitaciones y a veces, incluso, llega a
hacer que aflore lo más oscuro de nuestro ser. Podemos, por ejemplo, descubrirnos al acecho, esperando
que esos raros especímenes virtuosos y carentes de sombra tengan algún desliz o cometan alguna falta.
Y cuando así sucede, nos complacemos secretamente de su fracaso, porque ahora parecen humanos
como todos los demás.
Inferioridad. Otro tipo de problema de sombra se manifiesta en un complejo de inferioridad que se
deriva de la proyección que hacemos de todos los aspectos positivos de nuestra personalidad sobre los
demás. En nuestra sociedad hay mucha gente que se tiene en muy baja estima y que se siente
inadecuada. Tales personas, pasivas o dependientes de las demás, se creen incapaces de ofrecer nada a
nadie y por lo general sienten lástima de sí mismas. Aunque participan en las cosas de la vida, lo hacen
tangencialmente porque creen que no son lo "bastante buenas" como para hacer una contribución
personal y creativa. Ese es otro problema de la sombra, pero en este caso no son las cualidades
indeseables sino los talentos por desarrollar los que quedan reprimidos y se atribuyen a los demás.
Quienes se sienten inferiores lo hacen porque no han encontrado su propio lugar en el mundo de la
/vida. Este fracaso los hace más sensibles todavía a los logros ajenos. Tienden a sobrevalorar los dones
de estos últimos, y los hacen objeto de su admiración hasta el punto de que quisieran ser como ellos. En
lugar de realizar su potencial y ofrecer lo que poseen, elevan a las personas que admiran sobre
un pedestal y esperan demasiado de ellas. El peligro de una proyección crónica de nuestra sombra
positiva es que puede llegar a convertirse en una vía fácil para eludir la responsabilidad de desarrollar
los dones que Dios nos ha dado para servir a los demás.
Estoy luchando para atravesar un terreno difícil, montañoso. Cruzo un profundo precipicio y a continuación
me espera un río de aguas turbulentos. Consigo atravesarlo, después de quedarme frío y exhausto, y veo
una casa. Entro en ella, y tras atravesarla entro en otra casa. Un hombre mayor que yo, de aspecto amistoso,
está allí. Me ofrece unas ropas secas para cambiarme y un poco de té v caliente. Hay un filo puntiagudo
sobre la mesa. Lo cojo y lo mato con él.
12. Charles H. Klaif, "Emerging Concepts of the Self: Clinical Considerations", en Archetypal Processes in Psycolherapy
(Los Angeles: Chrion Publications, 1987), 86-87.
El sueño refleja claramente la emergencia de aspectos de la sombra y sugiere una faceta hasta ese
momento ignorada e inaccesible del yo de esta persona. El diente informó que se había despertado del
sueño en un estado agitado y emocional, con lágrimas, mas no de tristeza o de preocupación, a causa del
sueño. Al sentir que ese sueño era importante, estaba deseando poder comentarlo con su analista. No
veía con claridad a quién podía representar la víctima del sueño aunque pensó que tal vez se tratara de
su padre o de su analista. Ni que decir tiene que las imágenes del sueño le embargaron de fuertes
sentimientos durante días enteros. El cambio posterior en la conducta del cliente sugiere cómo ese
encuentro nocturno con la sombra le infundió nuevas energías:
En los días que siguieron al sueño se sintió de alguna forma liberado. Tuvo una confrontación
agria, levemente física, con su mujer cuando ésta intentó interferir con una actividad que él
había acordado con su hijo. Dijo que fue capaz de decirle por primera vez cuánto le molestaba
su intrusión y su actitud autoritaria y por primera vez me dijo a mi [su terapeuta] lo poco que
le gustaba la terapia: el resentimiento y la humillación de tener que revelar cosas acerca de sí
mismo que nadie más sabía._ Poco a poco fue metiéndose cada vez más, con entusiasmo y
fascinación, en transacciones comerciales y operaciones de bolsa arriesgadas en las que jugaba
con sumas considerables de dinero. Mostró un tino notorio en todas esas actividades y tuvo
bastante éxito con ellas.
Cuando nos enfrentamos a la sombra cara a cara, no sólo descubrimos potenciales ocultos, nuevas
formas de sentir y de actuar, sino también que nuestros fuertes sentimientos negativos no son tan
amenazadores para nuestro bienestar como alguna vez temiéramos.
La integración lleva a la totalidad
Integrar la sombra es una forma de llegar a ser plenamente las personas que Dios quiso que
fuéramos. Cuando asumimos la tarea de hacernos más conscientes, no lo hacemos a fin de librarnos de
la sombra sino para incluirla, otorgándole un lugar en nuestra identidad. Jamás llegamos a integrar del
todo a nuestra sombra sino que poco a poco va creciendo nuestra capacidad de reconocerla. De hecho, si
no tuviéramos sombra, su ausencia nos empobrecería porque sin ella seríamos seres chatos y grises,
faltos de sustancia y de personalidad. Nuestra sombra nos enriquece. Nos hace interesantes, nos otorga
profundidad y carácter y fortalece nuestro sentido de identidad. Cuanto mejor nos conocemos, menos
necesidad tenemos de estar a la defensiva, temerosos. El verdadero autoconocimiento nos arraiga. Nos
confiere una sensación de seguridad y confianza propias que nos deja en libertad para ser nosotros
mismos, incluso a riesgo de no contar con la aprobación de los demás. La integración de nuestra sombra
tiene el efecto de resaltar nuestro ser, de hacemos plenamente humanos y más vivos. Nuestros cuerpos
también se benefician de la obra de la sombra. Las tensiones corporales crónicas y otras afecciones
físicas disminuyen a medida que nuestras energías reprimidas encuentran su cauce y emergen a la
superficie de manera constructiva. Cuando las energías que una vez mantuvimos soterradas en la
sombra quedan a nuestro alcance, vemos con sorpresa que gozamos de mayor entusiasmo y
descubrimos capacidades desconocidas para la vida que jamás hubiéramos sospechado que poseíamos.
La redención de la sombra ejerce igualmente un efecto profundo sobre nuestra vida espiritual. Y es
que a medida que miramos directamente lo que nos asusta y lo que nos avergüenza y llegamos a
conocer el dolor que nos hizo rechazarnos a nosotros mismos por primera vez, quedamos de nuevo
receptivos y abiertos a la gracia sanadora de Dios. Poder recoger todo nuestro ser y ponerlo ante Dios en
la plegaria nos libra de la necesidad de estar constantemente dando pruebas a Dios de nuestra valía. A
medida que el amor de Dios va penetrando en esas partes heridas de nuestro ser podemos, por vez
primera, amarnos también a nosotros e incluso abrazar nuestra oscuridad. Nos hacemos más capaces de
entregamos a los demás con amor y compasión porque estamos menos cargados de razones y prejuicios.
Cuando eso sucede, ya hemos dado un paso gigantesco hacia la recuperación de esa personalidad de
360 grados que alguna vez nos perteneció. Y al reemplazar ese énfasis unilateral en la bondad por una
ética más sana y generadora de totalidad, contribuimos a traer la paz a nuestro mundo. Porque, en las
palabras de un escritor junguiano, "el individuo que puede quedar libre de infecciones psicológicas, esto
es, libre de la necesidad inconsciente de proyectar todas sus cualidades oscuras e inferiores sobre los
demás o sobre causas o ideologías, ése es aquél de quien depende la paz definitiva del mundo.""
13. Vernon E. Brooks, "What Does Analytical Psychology Offer Those with No Access to Analysis?" Quadrant 8, 2
(Winter 1975): 127.
los rasgos y cualidades de las personalidades del hijo joven y del mayor. ¿Con cuál de los dos te
identificarías? ¿Quién te parece opuesto a la persona que eres?
Reflexiona sobre tus respuestas a la luz de lo siguiente: el hijo con el que te identificas representa la
personalidad de tu ego; el otro representa tu sombra. Dado eso, ¿qué puedes aprender de tu sombra?
De forma similar, contempla con tu imaginación el pasaje acerca de María y Marta (Le 10,38-42).
Trata de sentir la diferencia en las formas de actuación de las dos hermanas. ¿Cómo describirías la
personalidad de cada hermana? ¿Te identificas con María o con Marta? ¿Qué hermana se parece menos a
tí? ¿Qué puedes aprender sobre los aspectos de sombra de ti mismo a través de esta reflexión?
3. Comparte tu experiencia de cómo la sombra causa problemas en las relaciones y en la vida de
grupo. Ofrece ejemplos concretos.
Érase una vez vina mujer que se trasladó a una cueva en las montañas para estudiar con un gurú. Quería,
afirmaba, aprender todo lo que hay que saber. El gurú le dio montones de libros y la dejó sola para que
pudiera estudiar. Todas las mañanas, el gurú volvía a la cueva para supervisar el progreso de la
mujer. En su mano llevaba una caña. Cada vez le formulaba la misma pregunta: "¿Ya ha
aprendido todo lo que hay que saber?" Y ella respondía: "No, no lo he hecho." El gurú entonces
le daba un golpe en la cabeza con su vara. Esta situación se repitió durante meses. Un día el gurú
entró en la cueva, hizo la misma pregunta, escuchó la misma respuesta y alzó su vara para dar
un golpe como siempre, pero esta vez la mujer cogió la vara del gurú y detuvo su ataque en el
aire.
Aliviada por haber evitado su reprimenda diaria pero
temiendo un nuevo ataque, la mujer miró al gurú. Para
12 Virginia Curran Hoffman, The Codepcndent Church (New York: The Crossroad Publishing Company, 1991).
su sorpresa, éste estaba sonriendo.
"Enhorabuena", dijo, "ya se ha graduado. Ahora ya sabe
todo cuanto necesitaba saber."
"¿Cómo es eso?", preguntó la mujer.
"Ahora ya sabe que jamás aprenderá todo lo que hay que
saber", respondió. "Y además ha aprendido a detener el
dolor."1
13 Judith R. Brown, "I Only Want What's Best for You": A Parent's Guide to Raising Emotionally Healthy Children (New York:
St. Martin's Press, 1986), 8.
13 Dale E. Larsen, "Codependent Caregiving", Santa Clara Magazine (Summer 1991): 46.
distorsionadas de atención, tales como hacer por los demás lo que ellos pueden hacer por sí mismos,
ayudar a las personas cuando éstas no lo quieren o no lo necesitan, ofrecer la ayuda que realmente
no queremos dar, o esperar recibir algo pero no pedirlo. Estos síntomas de «»dependencia
pueden aparecer en nuestras vidas tanto si nos relacionamos con personas adictas como si no.
Casi todo lo que se ha escrito acerca de la codependencia procede del campo de la salud
mental y se centra en técnicas y programas de recuperación. Si bien esos recursos han
adquirido una gran popularidad y están al alcance de todos, tal como hace patente la
proliferación creciente de grupos de "autoayuda", éstos se quedan cortos a la hora de ofrecer
orientación a los cristianos deseosos de saber cómo puede contribuir su fe a la curación y a la
recuperación. Aunque hay que reconocer los logros de los movimientos de autoayuda,
también es de rigor admitir sus limitaciones. El teólogo Richard Neuhaus, al abordar la
codependencia desde la perspectiva de la espiritualidad cristiana, hace alusión a ello cuando
sostiene que "el terreno de la codependencia comparte la misma tendencia moderna a
reducirlo todo a una cuestión técnica. La mayor parte de los libros de autoayuda... parece
sugerir la idea de que constituye una meta loable llegar a convertirse en un técnico de la vida
interior." 14 Este capítulo va en otra dirección, sugiriendo más bien que el fin de la
espiritualidad cristiana consiste no tanto en perfeccio- 8 nar nuestra vida interior como en
ayudarnos a rendimos a
un Dios cuyo amor por nosotros nos cura y nos libera de la atadura de la codependencia.
Después de describir las características de la codependencia, la segunda mitad de este
capítulo presentará formas de usar la riqueza de recursos que posee la tradición cristiana
para facilitar la recuperación de los patrones de pensamiento y conducta codepen- dientes.
14 Richard Neuhaus, "The Gospel of Therapy", First Things 7 (November 1990): 46.
Características de la codependencia
Las autoridades en el terreno de la codependencia coinciden en afirmar que la mayor parte de
nuestra sociedad sufre, en diversos grados, de codependencia, esto es, de una tendencia a depender de
los otros para que ellos nos confieran un sentido de identidad y valor propios. Vienen a decir que la
condición de codependencia está tan imbricada en el tejido de nuestras instituciones que llegamos a
percibir como algo normad y aceptable cosas que son indeseables y disfuncionales. Los críticos de la
teoría de la codependencia, por otra parte, esgrimen el argumento de que tal noción está definida de una
forma tan difusa y genérica que en realidad carece de sentido. Uno de tales críticos afirma que "debido a
que no contamos con medidas válidas y fiables para la codependencia no podemos distinguir a una
persona codependiente de cualquier otra entre la población."' Si bien el debate respecto á la validez de la
teoría de la codependencia sigue candente en los círculos académicos, hay beneficios prácticos que se
derivan de conocer algunos de los síntomas de la codependencia y su manifestación en nuestras vidas.
El dar compulsivo
Los sujetos codependientes tienden a spr personas que se autosacrifican, son generosas, están
pendientes de los demás y son idealistas. Puesto que éstas son también características de una verdadera
autotrascendencia, la codependencia se ha confundido frecuentemente con la santidad. La diferencia
entre la codependencia y la actitud genuinamente cristiana reside en la cualidad compulsiva de las
relaciones codepen- dientes que se establecen con los demás. Para los «»dependientes, la donación es un
"deber" antes que una respuesta que brota de la verdadera compasión. Los (»dependientes no dan
libremente sino porque "tienen" que hacerlo. La "ofrenda " del codependiente es antes una huida del yo
que el morir al yo característico del auténtico servicio cristiano. Debido a que padecen una autoestima
baja y un sentimiento de no ser personas dignas de amor, los individuos codependientes luchan por
superar esos sentimientos dolorosos probando a los demás que son buenos y por ello mismo
merecedores de cariño. En una cultura que equipara el buen hacer con el ser bueno, los codependientes
caen presa fácilmente de la ayuda a los demás como un subterfugio para justificarse a sí mismos por
medio de las buenas obras.
Actividad compensatoria
Los codependientes utilizan la actividad y las relaciones para evitar su mundo interno. El foco de
atención extemo que caracteriza la codependencia sirve a modo de defensa contra la vaciedad, el dolor y
la ansiedad internas. La naturaleza compulsiva, autoprotectora de su actividad permanece oculta a los
codependientes debido a la gratificación obtenida por y al valor otorgado a lo que hacen por los demás.
A diferencia del contemplativo-en-acción, cuyo "hacer" brota de una vida interior rica en oración y
discernimiento, el code- pendiente se siente compelido a actuar movido por la urgencia de tina vacuidad
interna que reclama ser llenada. El núcleo de la codependencia, pues, es un problema espiritual que se
deriva de la carencia de un sano autoconocimiento y de ausencia de verdadero amor a uno mismo.
Incapaces de creer en su propia bondad intrínseca, los codependientes encuentran muy difícil confiar en
el amor incondicional que Dios siente por ellos. Cuando hablan de su infancia, apenas pueden recordar
experiencias sólidas de sentirse amados y apreciados por sí mismos. Es frecuente que recuerden episo-
dios en los que tan sólo fueron queridos al satisfacer las expectativas ajenas y en los que, además, eran
criticados cuando dejaban de hacerlo, lo que les dejaba con un sabor de fracaso y vergüenza.
Avergonzarse
La vergüenza juega un papel importante en la dinámica de los codependientes cuya personalidad
insustituible jamás llegó a ser apreciada y valorada. El amor condicionado hace que un niño se sienta
mal. Con el paso del tiempo, esos niños llegan a internalizar cierto sentido de vergüenza respecto a sí
mismos, hasta.el punto de creer que son ellos los que tienen la culpa por no ser lo suficientemente
buenos como para ser queridos. Aprenden de esa forma a esconder sus verdaderos sentimientos, y lo
hacen tras una fachada flexible que se adapta a cualquier cosa que se espere de ellos. Se alza así un
escenario perfecto para representar un patrón de conducta permanente de autorrechazo y abandono
en favor del cuidado ajeno. De esa forma, la personalidad codependiente espera ser juzgada lo
bastante bondadosa como para ser igualmente atendida en recompensa.
Complacer a la gente
El "no ser lo bastante buenos" es un tema recurrente en la vida y en los sentimientos del
codependiente. Ser humano nunca basta para él. Ser incompleto e imperfecto es sinónimo de ser un
fracaso imperdonable, y por tanto la única redención posible radica en el propio esfuerzo personal y
en ganarse a pulso el derecho a ser valorado y querido tanto por Dios como por los demás. Al no
haberse sentido nunca queridos sin condiciones, los codependientes carecen del sentido innato de
cuidado de sí mismos que podría hacerles sensibles a sus propias necesidades. Por eso, a menudo se
muestran incapaces de encontrar el equilibrio entre la actividad (hacer) y la pasividad (ser). Cuando
todo lo que se ha conocido es el amor y la aceptación condicionales, las personas codependientes
continuarán buscando lo que echan en falta, pero lo
harán a través de enormidades de trabajo y de la complacencia a los demás, al tiempo que mediante la
represión de sentimientos, impulsos o conductas que podrían acarrear crítica o desaprobación. En otras
palabras, funcionan a base de ser falsas. Esta dependencia de la aprobación ajena aprisiona a los
codependientes en un mundo de vanas pretensiones y
futilidad, tal como viene a ilustrar la siguiente anécdota: *
Un padre y su hijo llevaron una muía al mercado. El hombre montó en la bestia mientras el hijo caminaba.
La gente en el camino decía: "Eso es terrible. Un hombre fuerte y grandullón sentado sobre la muía
mientras el joven tiene que caminar." Así que el hombre desmontó y el hijo le reemplazó. Pero enseguida
los caminantes murmuraban: "Eso es terrible. El hombre mayor tiene que caminar mientras su hijo está
sentado." Así que esta vez ambos cabalgaron a lomos de la muía; enseguida, empero, escucharon lo
siguiente: "Menuda crueldad. Dos personas sobre una pobre muía." Y los dos se apearon. Mas muy pronto
otros caminantes comentaron: "Vaya tontería. La muía no carga nada sobre su lomo y hay dos personas que
han de andar junto a ella." Finalmente, los dos cogieron la muía y jamás llegaron hasta el mercado. 15
El perfeccionismo
15 Este extracto procede de Emphasis -A Preaching Journal for the Parish Pastor, C.S.S. Publishing Co., Lima, OH, 14, nO.
4, 4.
Los codependientes buscan la perfección antes que la aceptación. Perseguidos por la sensación
permanente de que nunca son lo bastante buenos, trabajan de forma diligente hasta el hartazgo en un
intento continuo de mejorarse a sí mismos y al mundo. Casi todos los codependientes, como no han
conocido otra cosa que no fuera la aceptación y el amor condicionados, creen que no serán aceptados o
merecedores de cariño a menos que alcancen la perfección. La ilusión de ta perfección impregna todas
sus fantasías y sus planes. Se marcan metas idealizadas para sí y para los demás, con lo que
frecuentemente quedan desalentados y a veces se muestran airados ante su propio fracaso a la hora de
alcanzar lo que habían imaginado. Los codependientes son propensos a la depresión como consecuencia
de su perfeccionismo. Cobrar conciencia de que no pueden controlar el mundo les sume en un estado de
desesperanza y de desesperación que provoca más todavía el que busquen algo o alguien fuera de sí que
les proporcione cierta seguridad. Creen sinceramente que les será posible alcanzar la perfección y que
para ello basta con imaginarse cómo hacerlo.
El control
El perfeccionismo del «»dependiente también se pone de manifiesto en un estilo de relación que
está basado en el control y en la manipulación antes que en la honestidad y la reciprocidad. Cuando los
codependientes se sienten inseguros e impotentes, tienden a compensarlo yendo al extremo opuesto.
Las personas codependientes pueden volverse adictas al manejo de los demás a fin de obtener la
atención y la aprobación necesaria de los mismos. Sus sentimientos dolorosos de impotencia son
negados y quedan convertidos en sensaciones de poder al transferir toda su atención a la satisfacción
de las necesidades ajenas. Tienen una forma de meterse en la vida de los demás haciéndose necesarias
para ellas, y ofreciendo ayuda de formas tales que hagan resaltar su propia generosidad y
autosacrificio. ¡Los demás no existen sino para hacer que los codependientes se sientan necesarios!
Aunque ellos mismos serían los últimos en reconocer tal aspecto sombrío de su ayuda, lo cierto es que
toman a los demás como objetos que utilizan a fin de otorgarse a sí mismos un sentido de propósito y
valor. Otro aspecto del lado oscuro de la necesidad de los codependientes de ayudar a los demás es que
lo hacen de forma tal que generan la dependencia de los demás sobre sí mismos. La ayuda genuina, sin
embargo, en el extremo opuesto de la que crea dependencia, no se busca a sí misma sino que surge de
la compasión y empatia genuinas. En la medida en que es una respuesta a la necesidad del otro de
recibir verdadera ayuda, y no a la propia necesidad de sentirse necesario, permite que quienes la
solicitan mantengan una relación más saludable y autónoma. En otras palabras, el auténtico servicio,
como es fruto de una donación libre, es liberador y lleva vida a todas las partes implicadas.
Soledad contemplativa
La forma de sei* codependiente, debido a que es fundamentalmente reactiva frente a los demás,
carece de la libertad y creatividad personales que caracterizan al desarrollo psicológico y espiritual. El
yo codependiente (falso) se centra exclusivamente en el mundo externo porque falta una cone- años.
Interviniendo en una conversación que estaban sosteniendo sus padres acerca de la importancia de la
soledad para la vida espiritual, preguntó: "¿es algo así como cuando me voy a la habitación y me siento
solo en un rincón y los ruidos de fuera (como el de las cacerolas en la cocina) se hacen pequeños y los de
dentro aumentan?" Escuchar con sensibilidad las voces interiores, familiarizarse con las diversas partes
que constituyen el yo y amistarse con uno mismo, todo ello viene facilitado por la soledad. Al permitir
que los (»dependientes entren en contacto con las corrientes de sus vidas, la soledad hace posible la vida
interior. Es algo que subyace a una verdadera espiritualidad porque constituye una condición esencial
para sentirse en casa con uno mismo e intimar con Dios y con los demás.
Una de las marcas del verdadero crecimiento psicológico y espiritual es un incremento de la
capacidad de aceptar y abrazar con gentileza todo cuanto somos. Johannes Metz habla de ella en su libro
Pobreza de Espíritu [Pooerty of Spirit] cuando dice que la tarea más ardua es la de aceptar nuestra condición
humana. Habla de una tentación universal a rechazar nuestro ser, a huir del hecho de ser plenamente
humanos. Llega a afirmar que esa es la razón por la que Dios tuvo que hacer del amor a uno mismo un
mandamiento. Quizás esa sea una forma de comprender la naturaleza del pecado, que no es sino el
rechazo de la condición humana y nuestra negativa a decir "sí" al hecho de ser incompletos y
esencialmente pobres. La codependencia, desde una perspectiva espiritual, es en el presente un modo de
referirse a esa negativa a asumir nuestra condición de criaturas.
La integridad y la liberación, antes que la perfección y el control, constituyen los fines de un
desarrollo cristiano completo. Los codependientes tienen que aprender a desplazar su punto de mira
desde el mundo extemo del que tanto dependen hacia el mundo interno en el que ese niño del pasado
que no fue aunado aguarda su atención y su afecto. Deben aprender a invitar a Dios, la auténtica fuente
de su identidad y seguridad, a entrar en su pobreza interna y a confiar en que su Amor incondicional
está allí a la espera de ellos para acogerlos a fin de transformar su vergüenza y su dolor mediante el
consuelo de un Amor que no conoce requisitos ni límites. La oración contemplativa puede hacer que tal
transformación tenga lugar.
A. Ser el Amado
Pasaje de la Biblia
Muchos de nosotros nos vemos impulsados a comportarnos de manera codependiente debido a una
sensación soterrada, y a menudo inconsciente, de que no somos lo suficientemente buenos como para
ser amados y aceptados por lo que somos. A fin de obtener amor y merecer la aprobación, nos volvemos
adictos a la ayuda a los demás, haciéndonos indispensables para ellos. Tal déficit de autoestima suele
proceder de las experiencias de la infancia de carencias emocionales. El tema del "niño interior" ha sido
explorado por teóricos tales como W. Hugh Missildine, M.D. y Eric Berne, M.D., y viene a describir un
patrón consciente y consistente de pensamientos, sentimientos, actitudes y comportamientos que se
asemejan o recrean la experiencia que una persona ha tenido en su niñez. La expresión se ha venido
utilizando normalmente en grupos de autoayuda tales como Hijos Adultos de Alcohólicos, para ayudar
a comprender mejor ese sentido de privación y vacío emocional que procede de una infancia plagada de
negaciones, abusos o abandonos en el seno de familias disfuncionales.'
Cuando somos niños necesitamos recibir respuestas que confirmen positivamente nuestra
existencia de parte de las personas a las que consideramos significativas en lo tocante a ser personas
únicas y amadas. Eso explica por qué muchos niños suelen querer ser el centro de atención y buscan de
forma activa la alabanza de los otros respecto a sus logros, y se disputan la mirada privilegiada de los
padres. Cuando nuestros padres o cuidadores no reflejan nuestro carácter único hasta satisfacer dicha
necesidad, nuestra capacidad de sentirnos amados y de sabernos atractivos queda gravemente
cercenada. Los psicólogos se refieren a esta discapacidad calificándola de "herida narcisista". La
oración imaginativa, tal como hemos visto en los ejercicios anteriores, puede contribuir a curar esa
herida profunda que procede de no haber recibido un reflejo adecuado en nuestra infancia.
Experiencia de oración
La herida narcisista que sienten los codependientes suele proceder del hecho de no haber sido
tocados y vistos en la niñez de una forma que reforzara su bondad y amabilidad. Los gestos cálidos y
cariñosos son importantes para el desarrollo saludable de los niños. Tal como lo expresa el informe de
un hospital al dar cuenta del éxito floreciente de un "programa de abrazos voluntarios": "los estudios
recientes de las unidades de cuidado intensivo neonatales de diversos hospitales indican que los niños a
los que se coge, acaricia y habla de forma regular ganan peso con mayor rapidez y salen del hospital
antes que los demás." Si hay algún lugar en nuestro interior que siente que no fue "cogido, acariciado y
hablado de forma regular", rezar tomando como marco el pasaje de Jesús y los niños, mediante la
contemplación imaginativa, puede ser una forma de exponer esta parte herida de nuestro ser a la gracia
salvífica de Dios.
D. El miedo a ser abandonados y el Amor de Dios
Algunos de los codependientes nos encontramos abrumados por el miedo al rechazo y al abandono.
En las relaciones íntimas, siempre tememos ser abandonados o puestos a un lado. Este miedo a veces se
origina en la niñez, cuando nos sentimos abandonados bien físicamente bien emocional- mente. Los
niños a veces se sienten abandonados cuando se ven separados físicamente de alguno de sus padres
debido a su fallecimiento, a un divorcio o a un traslado forzoso por causa de la guerra o de la necesidad
económica. Los niños también se pueden sentir aislados y rechazados cuando los problemas de sus
padres con alguna adicción, o por causa del desempleo o la enfermedad les consumen tanto tiempo y
energía que les queda muy poco para dar a sus hijos. Para cuantas personas hayan experimentado tal
abandono en su infancia, el ejercicio previo de Jesús y los niños les puede resultar de provecho si lo
continúan como sigue:
1. Imagina que eres una criatura sentada en el regazo de Jesús. Siente cómo Jesús intuye tu
incomodidad ante la intimidad y tu miedo a ser rechazado y abandonado.
2. Queriendo ser portador de consuelo y confianza, Jesús te habla del amor que Dios te profesa.
Como un padre que apacigua a un niño leyéndole una historia, Jesús recita para ti el siguiente poema
del profeta Isaías:
Experiencia de oración
María de Magdala, como otros cuyo encuentro con Jesús resucitado queda descrito en los relatos de
la resurrección, es vina persona con la que todos nos podemos identificar. Su experiencia, en otras
palabras, puede ser la nuestra. Su reconocimiento del Señor resucitado tiene lugar al oír una voz
familiar que pronuncia su nombre de modo firme. Este relato del capítulo 20 de Juan tiene una carga de
sentido adicional al leerlo a la luz de lo que Jesús había dicho diez capítulos antes al referirse a sí mismo
como un buen pastor
En este ejercicio de oración pedimos la gracia de reconocer la voz de Jesús resucitado llamándonos
con una afirmación y aceptación afectuosas, de la misma forma que pronunció el nombre de María en el
huerto. Una experiencia así puede aportar sanación a la herida causada por no saberse vistos,
reconocidos y valorados en lo que somos de verdad y de forma única.
De la codependenda a la contemplación
La contemplación libera el estrangulamiento que el perfeccionismo ejerce sobre nosotros al hacer
evidente que la falta de toda mácula es una condición falsa para la autoacep- tación y para obtener el
amor de Dios. Al centrar nuestra atención en el amor personal e infinito de Dios, la contemplación nos
ayuda a aceptar que la fuerza creativa del Espíritu continuamente obra en nosotros, y no lo hace
pidiendo nuestra perfección sino anhelando que alcancemos la totalidad. La contemplación abre los
oídos de nuestro yo codependiente a la buena nueva de la espiritualidad cristiana: que somos criaturas
radicalmente inacabadas por naturaleza pero, con todo, llenas de gracia y que nuestra persona entera
está orientada hacia una totalidad que es recibida antes que conquistada.
La contemplación es una forma de activar la imaginación en nombre de la libertad personal. Es un
tiempo en el que se nos desafía a comprobar cómo el Señor de la historia, que liberó a los Israelitas de las
cadenas de Egipto, sigue cercano a nosotros en nuestra experiencia de cautiverio. La contemplación es
permitir que el gran acontecimiento salvífico del éxodo se transforme en una guía para la comprensión
de la vida. Durante la contemplación se nos invita a constatar la analogía entre los acontecimientos de
los tiempos bíblicos y nuestras propias vidas y a señalar la semejanza entre el Dios que liberó a los
Israelitas de la tiranía del faraón y el que ahora preside nuestras vidas con el mismo deseo y poder de
liberamos.
La contemplación, en última instancia, invita a los code- pendientes a cultivar una confiánza
saludable en Dios, el radicalmente Otro para nosotros. Paradójicamente, depender de Dios es
absolutamente diferente de todas las demás formas inmaduras de dependencia que dejan a la persona
"asistida" con un sentimiento de inadecuación e impotencia. Por el contrario, depender de Dios es lo que
permite que obre una gracia capacitadora y la seguridad de una ayuda divina que alienta a los
«»dependientes a tomar las riendas de sus vidas cómo adultos competentes. En la medida en que se van
convenciendo cada vez más del valor intrínseco que tienen a los ojos de Dios mediante la
contemplación, se sienten en mejores condiciones de reivindicar su derecho y la plena libertad para
gozar de vidas abundantes.
Preguntas para reflexionar
1. Revisa la sección sobre las características de la code- pendencía y comparte tu experiencia sobre
cómo pueden hacer irrupción tales características en tu vida ordinaria y en la vida de aquéllos con
quienes convives y trabajas.
2. Identifica algún aspecto de tu vida en el que te sientas estancado y sin posibilidad de cambio.
Ahora imagina de forma concreta de qué modo podrían ser diferentes las cosas respecto a lo que conoces
en este momento. ¿Al ver una nueva posibilidad, te ves movido a aceptar menos la condición presente y
a efectuar un cambio?
3. Experimenta las experiencias de oración que se sugieren en este capítulo. Escribe en un diario lo
que te sucedió en tu oración y cómo te afectó la misma. Comparte estas experiencias de oración con
alguien que pueda beneficiarse de ellas.
El maestro zen envió a su discípulo fuera de la sala de meditación a recitar su mantra: "Lo que soy es
suficiente. Lo que tengo basta." Esta enseñanza zen tenía por objeto sustituir la búsqueda perfeccionista
del discípulo por una aceptación serena de sí mismo. Muchos de nosotros podemos beneficiamos de esa
lección porque también nos invade un perfeccionismo que nos vuelve rígidos y nos hace temer ser
quienes somos. Cuando perseguimos la perfección nos tratamos como si fuéramos objetos con un valor
que creemos máximo cuando hay ausencia de toda falta. Tanto en lo espiritual como en lo psicológico, el
precio que pagamos por nuestro perfeccionismo es muy alto. Espiritualmente, nos vemos privados de la
paz de nuestra alma al ser torturados por un perpetuo ejercicio de autocrítica. Quedamos igualmente
sordos a la buena nueva de que somos aceptados incondicionalmente por un Dios que nos ama y nos
perdona. Psicológicamente, el perfeccionismo viene asociado a una diversidad de problemas que
incluyen el alcoholismo, desórdenes alimenticios y digestivos, depresiones, el bloqueo creativo, una
personalidad obsesivo-compulsiva y una conducta propensa a afecciones coronarias de tipo A.16 No
hace falta que busquemos demasiado lejos para hallar los resultados perjudiciales del perfeccionismo.
El condicionamiento religioso
Si bien la actitud perfeccionista está tan extendida que puede ser considerada incluso como un
fenómeno cultural, los cristianos la acusan todavía más debido a ciertos factores religiosos. En primer
lugar, la exhortación bíblica a "ser perfectos como vuestro Padre" (Mt 5, 48) ha calado históricamente
16 Leo Rock, S.J., Making Friends with Yourself: Christian Growth and Self-Acceptance (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1990), 99.
entre algunos cristianos como una ecuación que identifica la santidad con un modelo de virtud sin
tacha.
En segundo lugar, en las misas se comunican regularmente dichas expectativas de perfección, ya
sea de un modo intencionado o no, de forma consciente o inconsciente. Un estudio de dos psicólogos
señala que "es frecuente que en las iglesias se lance un mensaje poco realista y apenas bíblico respecto
al modelo de conducta de la 'vida cristiana.'"17
Si los pastores pretenden que su conducta sirva de modelo es comprensible que tan sólo lo mejor de
su comportamiento y sus mayores logros queden expuestos a la luz. El resultado es un patrón de
perfección pastoral para unos feligreses imperfectos... El poderoso mensaje
que ello oculta es que "usted necesita ser un cristiano perfecto". El corolario es que se requiere
tener un éxito completo y una competencia absoluta particularmente en la superación de todas
las luchas y limitaciones personales.5
Tal mensaje crea una mentalidad que hace de la espiritualidad sinónimo de la perfección. Si ser
imperfecto es equiparable a no ser espiritual, evitar la imperfección lógicamente habrá de ser uno de los
objetivos de la vida cristiana. Ser un buen cristiano, por tanto, requiere que nuestras luchas y
tentaciones personales queden ocultas a la visión ajena e incluso a la propia.
Del mismo modo que algunos pastores son proclives a esperar la perfección de sus feligreses, éstos
también suelen lanzar mensajes indicando que su pastor debiera ser perfecto. Mas al poner a los
sacerdotes y ministros sobre un pedestal, la congregación impone criterios de perfección sobre aquellos
que les sirven como guías. V la vulnerabilidad al perfeccionismo se acentúa cuando los mismos
ministros asumen en su interior esas expectativas de santidad. Los sacerdotes que adoptan como papel
prioritario ser alter Christus ("otro Cristo") y que ven reforzada esa autoimagen por cuantos los sitúan
jerárquicamente un peldaño por debajo de Dios representan ejemplos ilustrativos de la dinámica
compleja que subyace a la conducta perfeccionista.
Un tercer factor que hace que los cristianos sean notablemente vulnerables al perfeccionismo es
cierta retórica propia de la vida religiosa. Por ejemplo, en los documentos jesuítas se encuentra una
exhortación a intentar siempre "más" (magis) y a obrar en todo "para mayor gloria de Dios" (ad majorem Dei
gloriam). Las hermanas de San José son invitadas
5. Ibid.
a seguir cien máximas de perfección. También han sido ensalzados como estandartes a los que
emular algunos santos jóvenes e idealistas como San Estanislao Kostka, cuyo lema era "nací para
las cosas más grandes" (ad majorem sum natus). Aunque no de manera intencionada, al acudir a ese tipo
de lenguaje exhortativo los receptores del mismo terminan por concluir que lo que ellos hacen
nunca es bastante y que siempre es necesario hacer algo más. El mensaje que oculta buena parte de
la literatura hagiográfica tradicional es que los santos son perfectos y que, por ende, todos
debemos luchar por alcanzar la perfección. Al comentar acerca de San Juan Berchmans después de
que éste muriera, su rector escribió: "Lo que todos admiramos umversalmente en él es que en todas
las virtudes demostró ser perfecto y que, con la ayuda de la divina gracia a la que respondió con
todo su ser, realizó todas sus acciones con toda la perfección que pueda ser imaginada."*
17 D. Louise Mebane and Charles R. Ridley, "The Role-Sending of Perfectionism: Overcoming Counterfeit Spirituality," Journal of
Psychology and Theology 16, no 4 (1988): 335.
Síntomas de perfeccionismo
Como el perfeccionismo cuenta con la aprobación cultural y está tejido en la fábrica de nuestras
instituciones quizás nos cueste damos cuenta de cuándo hemos cruzado el umbral que separa la
búsqueda saludable de la excelencia de las exigencias perfeccionistas que imponemos a nuestros
logros. Hay, sin embargo, diversos síntomas indicativos del perfeccionismo. Los más corrientes
son la depresión y la baja autoestima, las dilaciones, el comportamiento compulsivo- obsesivo, el
miedo al fracaso, las relaciones problemáticas, un autocontrol pobre y las conductas adictivas.
Depresión y autoestima baja: la evidencia clínica sugiere que las actitudes perfeccionistas llevan a la
depresión. Un estudio llegó a la conclusión de que los perfeccionistas "son proclives a responder a
la percepción del fracaso o a la inadecuación con una pérdida súbita de la estima propia que puede
provocar episodios de depresión y ansiedad extremas."'
Retrasos: Es típico de los perfeccionistas postergar las cosas. Como albergan dudas respecto a sus
posibilidades y mantienen expectativas poco realistas, se sienten fracasados e impotentes antes
siquiera de comenzar cualquier tarea ordinaria. Esos sentimientos les empujan a postponerlo todo
como una forma de evitar el fracaso que tanto temen.
Conducta obsesivo-compulsiva: Los perfeccionistas le dan vueltas a los errores del pasado a la vez que
se preocupan en exceso por los del futuro. Al volver una y otra vez sobre las mismas preocupaciones,
reconstruyendo lo ya acontencido o ensayando lo que está por venir, su estilo de pensamiento se torna
obsesivo. La ansiedad y el temor que se ocultan tras sus pensamientos obsesivos les impulsan a la
acción como una forma de liberar su ansiedad* Eso explica la mezcla de tensión y empuje que
percibimos en los perfeccionistas.
Miedo al fracaso: Otro síntoma del perfeccionismo es la necesidad de ir sobre seguro. Puesto que
cometer faltas hace evidente el propio fracaso y el fracaso conduce a ser rechazado por los demás, los
perfeccionistas encuentran difícil dar un nuevo paso si no tienen garantías de obtener un resultado
exitoso.
Relaciones difíciles: Esperar que los demás vivan según sus propios criterios produce tensión y
fricciones entre los perfeccionistas y los demás. Cuando surgen problemas, los perfeccionistas prefieren
hacerse a un lado antes que arriesgarse a sufrir el rechazo que temen de los otros. Por eso, el perfec-
cionismo puede llevar a la soledad y al aislamiento.
Falta de autocontrol: Los perfeccionistas suelen aplicarse programas de autocontrol, por ejemplo dietas
o ejercicios, pero éstos son tan rigurosos que sirven para abonar el terreno de su propio fracaso. Su
rígido autocontrol inicial se deteriora en cuanto experimentan la menor frustración en su agenda
superambiciosa. Ésta "se vive como el síntoma de un fracaso absoluto, lo que suele dar como resultado
incurrir en indulgencia en el tabaco, la bebida o la comida (el síndrome de 'o santo o pecador')". 1 Aquí
vemos un ejemplo del pensamiento dicotòmico y de la generalización excesiva que pueden conducir a
debilitar el autocontrol. Una de las ironías del perfeccionismo es que cuando los perfeccionistas no
pueden ostentar un perfecto autodominio, pierden toda medida. Un poco de prudencia para
contrarrestar este tendencia drástica de "o-todo-o-nada" puede ser la que muestra el lema de un grupo
de control de peso: "progreso, no perfección."
Conductas adictivas: Las adicciones de todo tipo suelen enmascarar la necesidad de ser perfectos. La
comida, el alcohol, las drogas, el sexo, ir de compras y las relaciones son paliativos corrientes del dolor
que experimentan los perfeccionistas cuando no triunfan en su intento de responder a la autoimagen
irreal e idealizada que han fabricado de sí mismos.
Los síntomas del perfeccionismo, de una u otra forma, vienen a expresar en su conjunto un rechazo a
la naturaleza humana y a la vida por ser limitadas e incompletas. En el núcleo del perfeccionismo se
halla un anhelo espiritual de trascendencia que tan sólo se saciará con Dios, nunca por medio de alguna
clase de perfección autocreada.
La persona neurótica se propone moldearse hasta llegar a ser un ser supremo de su propia
fabricación. Sostiene ante su alma esta imagen de perfección e inconscientemente se dice a sí
mismo: "Olvídate de la desdichada criatura que en realidad eres; así es como tendrías que ser; y lo
que importa es ser este yo idealizado. Tendrías
que ser capaz de soportarlo todo, de entenderlo todo, de que te gustara todo el mundo, de
ser siempre productivo"... para mencionar tan sólo algunos mandatos internos. Como éstos
son inexorables, los denomino "la tiranía del tener que."18
18 Karen Homey, Neurosis and Human Growth (New York: W. W. Norton & Company, 1950), 64-65.
Por otro lado, los perfeccionistas narcisistas tienen un yo muy pobremente definido y débilmente
diferenciado. Carecen de un núcleo interno estable y de ahí que la sensación de su identidad sea frágil,
lo que les obliga a solicitar la atención y la admiración ajenas para consolidar su propia autoestima. A
modo de barómetro, esta autoestima vulnerable pasa por crestas y valles y fluctúa entre sentimientos de
inferioridad y de superioridad. Cuando una persona significativa reacciona con desaprobación o crítica,
los perfeccionistas narcisistas lo viven como un fracaso; cuando se les alaba o se les admira,
experimentan un sentido del yo grandioso o inflado. En vez de la culpa que los perfeccionistas
neuróticos sienten cuando fracasan, los perfeccionistas narcisistas experimentan una vergüenza
paralizante, sintomática de alguna herida emocional temprana. Los primeros se sienten mal por haberlo
hecho mal, los últimos creen que ellos mismos son malos.
La "tiranía del tener que" de los perfeccionistas narcisistas se centra en el yo ("tendría que ser
perfecto"). No poder responder a los dictados del "tener que" evoca pensamientos del tipo: "no sirvo
para nada" o "soy un don nadie" (vergüenza). En abierto contraste, el foco central del "tener que" del
individuo neurótico es la acción que se ha de hacer o dejar de hacer ("jamás tendría que enfadarme).
La imposibilidad de responder a tales expectativas despierta pensamientos del tipo: "soy malo"
(culpa)."
En suma, las personas narcisistas son perfeccionistas porque su frágil autoestima requiere la
admiración de los demás para verse reforzada. El tejido mismo del yo narcisis- ta mantiene su
consistencia gracias a la perfección, de ahí que el menor fracaso resulte devastador. Por el contrario, el
perfeccionismo neurótico tiene que ver más con la moralidad y los ideales. Las personas neuróticas
incurren en com-
portamientos perfeccionistas debido a sus impulsos compulsivos de seguir los dictados de un
superego muy exigente.44
El perfeccionismo y la sombra
Buscar la perfección cristiana no significa tener que negar o rechazar aspecto alguno de nuestra
personalidad. Ni es razón para descartar nuestra sombra. Jung establece una importante distinción entre
ser perfectos y ser completos: "Hay que tener en cuenta que hay una diferencia considerable entre
perfección y totalidad... El individuo tal vez vaya tras la perfección... pero debe experimentar lo opuesto a
sus
EL PERFECCIONISMO: UNA PSEUDOTOTAUDAD
intenciones a fin de alcanzar la totalidad."19 Lo importante en este punto es que la perfección pertenece a
Dios mientras que la totalidad es todo lo que los seres humanos pueden esperar. El pensamiento de
Jung a este respecto coincide con el Evangelio porque para Mateo teleios no significa ser perfecto por
carecer de fallos sino por moverse hacia la meta humana de la totalidad.
El modo de convertimos en seres totales consiste en abrazar nuestra existencia como seres
humanos. Uno de los mayores desafíos al que siempre tendremos que enfrentarnos es el de aprender a
apreciar nuestras debilidades y a tomarnos mucho menos en serio. La vida nos enseña a través de
nuestras faltas y fracasos. Aprendemos lecciones de humildad al reconocer que necesitamos la ayuda de
los demás. Aprendemos igualmente a tolerar los fallos ajenos. Sin necesidad de exigimos la perfección,
llegamos a damos cuenta felizmente de que dependemos de Dios y llegamos a confiar en que basta la
gracia de Dios. La confianza en el amor incondicional de Dios sustituye nuestras luchas perfeccionistas
por una aceptación padfica de nosotros mismos al hacemos eco en lo más hondo de nuestro ser de las
palabras del maestro zen: "lo que eres es sufidente; lo que tienes basta."
19 C.G.Jung, Collecled Works, Aion (Bollingen Series XX), 9ii, par. 123.
Propósito: Primero, ayudar a una persona a darse cuenta de los "tener que" que está viviendo en ese
momento;
segundo; reconocer la fuente de esos dictados internos; y tercero, clarificar cómo desea responder a los
mismos.
Procedimiento:
1. Haz una lista de los "tengo que" que estás experimentando en tu vida en el presente. Escríbelos de
manera breve y sencilla, expresando de un modo directo lo que crees que deberías estar haciendo o
sintiendo, sin dar razones o explicaciones. Dale vida a tu pluma. Trata de ser tan espontáneo/a como te
sea posible, tratando de no filtrar o censurar lo que salga a la superficie de tu conciencia de modo
automático. Simplemente registra lo que ocurra en cada momento. Continúa haciendo la lista de los
"tengo que" durante 10 a 15 minutos. Escribe lo que te venga a la cabeza, aunque te repitas.
2. Repasa la lista y añade un signo "+" a las frases que te hacen sentir de forma positiva, una "x" junto
a las que te producen una reacción negativa y una interrogación ("?") al lado de las que te suscitan
respuestas ambivalentes.
3. Trata de identificar la fuente de los "tengo que" que te producen reacciones negativas
preguntándote: "¿De dónde viene este 'tengo que'?" ¿Puedes asociar alguno de estos "tengo que"
negativos a un rostro o una voz? ¿Hay alguien en tu entorno que te imponga esos "tener que" o proceden
de ti? Quizás vengan en principio de alguien a tu alrededor pero los has internalizado hasta un grado tal
que sería más justo decir que la fuente está dentro de ti.
4. Una vez hayas identificado la fuente de los "tener que" negativos, pregúntate cómo quieres
responder a cada uno de ellos en este momento de tu vida. Si la fuente es alguien diferente de ti, podría
tratarse de alguna persona cercana, lejana o incluso muerta (porque la muerte pone fin a una vida, no a
una relación). Conocer la fuente te ayudará a decidir cómo quieres y cómo puedes responder.
Comentarios sobre el ejercicio
El valor de este ejercicio reside en su posibilidad de clarificar, para cuantos se vean arrastrados o
paralizados por las voces tiránicas del "tener que", dónde habría de librarse la auténtica batalla por la
libertad: frente a alguien de tu entorno o en tu interior. Si la fuente de los "tener que" es realmente
interna y se proyecta sobre los demás, sería estéril y destructivo buscar solución alguna fuera de uno
mismo.
Este ejercicio también ayuda a reconocer ciertos "tener que" que suscitan reacciones positivas.
Quizás sería más adecuado considerar que en tal caso se trata más de "querencias" que de "carencias".
Mediante este ejercicio, también podemos examinar los "tendría que" que nos despiertan sentimientos
encontrados. Al reflexionar de forma concreta en nuestras reacciones ambivalentes a tales demandas,
podemos llegar a clarificar gradualmente nuestros sentimientos y decidir cómo queremos responder a
los mismos.
LA ENVIDIA: EL ANHELO DE LA TOTALIDAD
5
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas:fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios,
avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de
dentro y hacen impuro al hombre
(MARCOS 7,21-23)
La envidia es algo tan corriente como d amor o la ira, y seguramente resulta tan poderosa como
cualquiera de las pasiones del corazón humano. ¿Por qué, entonces, apenas se habla de ella y no se
reconoce siquiera su existenda? ¿Podría ser a causa de su viejísima reputadón como una cosa maligna?
Ciertamente la envidia nos afecta a todos en algún momento a pesar de nuestras mejores intenciones y
de cuantos intentos hagamos por superarla. Mientras que algunas personas padecen su acoso como algo
ocasional y pasajero, a otras "las consume la envidia" y sufren una enormidad a causa del tormento
psíquico que supone ver la vida y con- cienda propias sometidas a su dominio.
Relatos conocidos de envidia
Muchas obras literarias dibujan el drama que puede ocasionar la envidia en las relaciones humanas.
Las historias bíblicas de Caín y Abel, la de José y sus hermanos, la del hijo pródigo así como el cuento
de la Cenicienta y O telo de Shakespeare, ilustran el potencial destructivo de la envidia y reflejan sus
odiosas intenciones.
Caín, que se muere de envidia porque Yahvéh favorecía a su hermano Abel, fue llevado al
fratricidio (Gén 4,1-8). José fue víctima de los celos de sus hermanos cuando vieron que "Israel amaba a
José más que a todos los demás hijos... y le aborrecieron hasta el punto de no poder ni siquiera
saludarle" (Gén 37, 3-4). Sin embargo, los sueños de José anunciando un futuro prometedor en el que él
habría de reinar sobre sus hermanos empeoró la situación todavía más. Los sueños de José despertaron
el odio en sus hermanos cuyos celos acabaron por convertirse en envidia asesina.
El hermano mayor en la parábola del hijo pródigo demuestra que cuando percibimos que alguien
recibe injustamente "un bien mayor" que el nuestro, reaccionamos con resentimiento y envidia. En
respuesta a la súplica de su padre para que le comprenda, el hijo mayor replica con irritación: "Hace
tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito
para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda
con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" (Le 15, 29-30).
El cuento de la Cenicienta ejemplifica otra faceta de la envidia, pues incluso la belleza y las dotes
naturales de una persoga pueden ser suficientes para provocar la envidia de cuantos se sienten
inferiores. En este relato, una hermosa joven se convierte en objeto de los ataques de su madrastra y de
sus hermanastras, quienes disfrutan haciéndola sufrir.
Por último, Shakespeare hace patente el potencial destructivo de la envidia en el personaje de
Yago, el villano de la obra de teatro Otelo. Yago envidia el éxito de Otelo y a su bella esposa, Desdé
mona, y se ve impulsado a destruir la felicidad de Otelo mediante artimañas que fuerzan a Otelo a
dudar de la fidelidad de Desdémona. Sus argucias tienen éxito y consiguen que Otelo se vuelva tan
celoso que en un ataque de locura acaba con la vida de su amante esposa. Y si bien la conducta
envidiosa de Yago acabó por atraer su propio castigo, consiguió de todas maneras provocar la ruina y
la tragedia de Otelo. Aún cuando la persona envidiosa no puede obtener lo que otros poseen, parece
resuelta a privar a los demás de su disfrute.
Siempre que la envidia sale a flote, el sufrimiento ronda cerca. En palabras de Horacio: "Los
tiranos de Sicilia no pudieron inventar ningún tormento que superara a la envidia."20 Por lo general,
podemos decir que quienes más sufren son las personas envidiosas. La envidia está rodeada de una
cualidad masoquista porque produce más daño al sujeto que al objeto de la misma. Un moralista
judio del siglo Vm lo señala con acierto:
La envidia no es sino (alta de razón y locura, porque el envidioso no saca nada para si y no priva a
la persona que envidia de cosa alguna. Por lo tanto, lo único que hace es perder... Algunos son tan
necios-que si saben que su vecino posee algún bien, sufren, se resienten y se lamentan tanto que
el bien ajeno les impide apreciar el suyo propio.21
Sin embargo, es innegable que nuestra envidia también puede hacer daño a otras personas. La voz
de la envidia puede funcionar como una especie de cinta rayada que tratara de convencemos
insistentemente de lo siguiente: "todo cuanto necesito se me quitará, y por eso destruiré a quien tenga
aquello de lo que carezco." Por eso, la envidia intenta vengarse atacando a quienes de forma inocente
son víctimas de la misma. Tanto para el envidioso como para el envidiado, tratar de hallar algún sentido
a ese sufrimiento es un desafío que suele acabar en fracaso y dejar tras de sí tanta confusión que nunca
termina de ser resuelta. Reconocer la envidia y comprender su significado puede ayudamos a bregar
con ella cada vez que sintamos los efectos dañinos de sus embates. Si no la traemos a nuestra conciencia,
podemos acabar fácilmente siendo presas de lá envidia propia o ajena.
La envidia y la sombra
A muchos nos resulta imposible reconocer nuestra envidia, pues nos resistimos a admitir algo tan
bajo en nosotros mismos. Nos acercamos a la envidia cual si fuese un veneno que se pudiera guardar en
un armario bajo llave, fuera de la vista y lejos de nuestro alcance, en algún lugar donde pensamos que
no nos podrá dañar. Quizás eso refleje la tendencia humana a esconder el lado oscuro de nuestra
personalidad, especialmente los aspectos que hacen que nos sintamos mezquinos y avergonzados.
Como la envidia es una de las emociones más difíciles de identificar y de integrar, no encuentra
obstáculo alguno para adherirse a la sombra, nynando de esa forma nuestra integridad espiritual. La
teología y la psicología cristianas nos advierten del riesgo en que incurrimos si tratamos de minimizar la
capacidad destructiva de la envidia. La tradición cristiana, reconociendo su mal intrínseco, la considera
uno de los siete pecados capitales. El psicoanálisis también otorga un papel de enorme importancia a la
envidia al considerar que es algo que sub- yace a muchos de los problemas de las relaciones humanas y
al ver en ella la causa de confrontaciones en el matrimonio y entre hijos, amigos y naciones.
Al igual que ocurre con diversos problemas de la sombra, quienes deseen crecer espíritu ai mente
están obligados a aprender a reconocer los múltiples rostros de la envidia. Tenemos que abrimos a los
anhelos frustrados que originan la envidia, porque lo que se oculta tras en ella en realidad no es más
que un hambre de totalidad que, aunque nos pertenece, ha sido cercenada. Y a pesar de que cada brote
específico de envidia contiene su propio mensaje, la envidia es en esencia un anhelo desesperanzado de
alcanzar la plenitud de vida que Dios nos ha prometido como herencia al venir a la vida. Nuestra
capacidad de reconocer su presencia y de descifrar su sentido puede reconducir esta emoción
destructiva hacia aguas portadoras de vida. Si nos asomamos con detenimiento a la emoción de la
envidia, observaremos dos cosas. En primer lugar, que la envidia expresa tanto la aspiración como una
desesperación profundas por no recibir las cosas buenas de la vida. La persona envidiosa trata de
La dinámica de la envidia
Para entender plenamente la emoción de la envidia, que tanta perplejidad produce, necesitamos
damos cuenta de que ésta brota de un deseo humano de plenitud. Cuando percibimos que algo es
bueno, nos sentimos atraídos hacia ello. Necesitamos sabemos cerca o poseerlo. Eso sucede si "lo bueno"
es otra persona, un objeto material, una belleza de la naturaleza o algún rasgo valioso como la felicidad
o generosidad. La envidia guarda una relación directa con la bondad. Surge de una sed profunda de lo
bueno y de una desesperación similar para poder obtenerlo. Lo que alguien llegue a valorar y desear
como bueno se verá determinado por nuestra personalidad irreductible. Lo que es deseable para una
persona quizás no lo sea para otra. La envidia entra en nuestro corazón cuando nos desesperamos ante
la perspectiva de no póder recibir las cosas buenas que deseamos. Nuestro sentido de frustración y la
desesperación se convierten en el caldo de cultivo de la envidia, que florece allí donde falta la esperanza.
Eso explica tanto nuestro padecimiento cuando
alguien triunfa como la alegría secreta que sentimos ante el fracaso ajeno.
La envidia es fruto de ignorar el deseo más hondo de nuestra naturaleza humana. Ser humano es
tener bolsillos vacíos que persiguen infatigablemente ser llenados. La oración de San Agustín: "Nos has
hecho para ti, oh Dios, y nuestros corazones no estarán en paz hasta que descansen en ti", expresa la
verdad acerca de nuestro aspiración más íntima, ese anhelo que nos deja con la sensación permanente
de ser incompletos y con el deseo de más. Es precisamente la dimensión infinita de nuestros deseos la
que nos hace añorar nuestra plenitud. Cuando no aceptamos conscientemente ese aspecto de la
condición humana, nos volvemos seres frustrados y envidiosos. Olvidamos que somos criaturas
destinadas a hallar nuestra totalidad únicamente en el amor divino. La envidia nos hace creer que "si
tan sólo tuviera esto o aquello, me sentiría al fin completo." Pero a medida que la experiencia nos va
dando evidencias repetidas de que en realidad eso no es así, la desilusión se instala en nuestro corazón
y llegamos a odiar lo mismo que una vez creímos que habría de saciarnos.
En vez de aceptar la limitación y la pérdida como parte de la vida, la persona envidiosa piensa que
otras personas siempre tienen más y que nadie les da nada a ellos. La gente envidiosa se fija tanto en lo
que otras personas poseen que es incapaz de reconocer lo que necesita y quiere de verdad. Esta falta de
conciencia les impide asumir la responsabilidad que tienen sobre sus propias vidas. Por el contrario,
llegan a creer que todos los demás tienen la culpa de lo que les falta y se enojan contra ellos. Acusar al
prójimo activa en ellos sentimientos de victimismo y enriende sus deseos de una venganza que creen
legítima, impulsándoles a desear que sean los demás quienes paguen por sentirse tan mal. Lo que había
comenzado siendo su propio sufrimiento pasa poco a poco a convertirse en algo que los demás les
infligen. El vado y la
nostalgia hondas que una vez sintieron se ven ahora reemplazados por el resentimiento y la rabia. Y
quienes poseen lo que desean se convierten en sus enemigos por creer que si son felices es a expensas
suyas.
Los orígenes en la vida temprana
Al igual que sucede con otras emociones humanas, todo el mundo posee la capacidad para la envidia;
pero la susceptibilidad de las personas varía enormemente y queda determinada en los estadios más
tempranos de la vida. Se considera que la envidia encuentra sus raíces en la primera infancia, en esa
etapa en qué los niños, indefensos y totalmente dependientes, se sienten absolutamente necesitados.
Su total incapacidad para cuidar de sí mismos les hace vulnerables a las carencias físicas y
emocionales. La psicoanalista infantil Melanie Klein sostiene que la envidia nace de esa completa
dependencia y que los niños, de manera espontánea, sienten envidia de su madre, a la que consideran
todopoderosa y capaz de conceder o de quitarles lo que necesitan.22 Así, la intuición de Shakespeare
tiene cierta base psicológica cuando en Romeo y Julieta leemos que quizás a alguien le ocurra en etapas
tempranas de su vida lo siguiente:
Se parece al capullo que el gusano envidioso ha roído antes que pueda sus
dulces hojns desplegar al aire o cautivar al sol con su hermosura (Acto 1,
escena 1, linea 156)
Nuestra propensión a la envidia se remonta a la experiencia de una madre que da o que retiene.
Según Klein, cuando el fiel de la balanza de la necesidad tsa tisfocoán iren- te a necesidajdtcarenda se
inclina hacia el primer platillo,-el niño sobrevive el estadio de la envidia con una capacidad
saludable de dar y de recibir amor. Cuando el fiel se indina en la dirección contraria, bien debido a lo
insaciable de las necesidades del niño bien a causa de una enorme carencia materna, la experienda
emocional que prevalece en el niño es de vado en lugar de plenitud. Klein cree que tal experiencia
causa daño a la propia capaddad para amar. La sensación de derrota y desesperadón aumenta hasta
configurar una personalidad inclinada a la envidia. Es en la infancia, pues, ~ cuando aprendemos
mediante las vivenaas de necesidad- satisfacción y necesidad-privación a apreciar o a odiar lo bueno
así como a atacar a quienes parecen poseerlo.
Defenderse de la envidia
Los mecanismos de defensa, tales como la negación y la intelectualizadón, son formas
inconsaentes de protegerse contra los sentimientos que hacen daño y de evitar realidades
desagradables. Hacemos uso de múltiples formas de defensa para poder lidiar con la envidia. En su
obra clásica sobre la envidia, Klein sugiere que existen tantas que es imposible elaborar una lista de
todas ellas. Estas defensas sirven para evitar quedar abiertamente expuestos a la envidia ajena así
como para eludir la reacdón que tememos que pueda provocar la propia. Las formas más comunes
nos resultan a todos familiares aunque quizás no las hubiéramos considerado antes como una forma
de enmascarar la envidia:
Devaluación: Es otra forma de alzar un muro defensivo. Dos ejemplos corrientes de tal devaluación
son: la actitud de minimizar lo que no hemos sido capaces de obtener ("Después de todo, ese premio no
es gran cosa...") y afirmaciones ciertas, pero que encierren cierta actitud falaz, del tipo: "La gente rica
quizás tenga mucho dinero, pero el dinero no puede comprar la felicidad." Tras haber minusvalorado
22 Melanie Klein, Envy and Gratitude: A Study of Unconscious Sources (London: Tavistock Publications, 1957), 1-91
[Existe versión en castellano: Envidia y Gratitud, en Obras Completas, Vol. 3 (Barcelona: Paidós, 1994)]
algo, nuestra envidia parece remitir. Restamos valor, inevitablemente, a las cosas o personas que
previamente habíamos idealizado. Tarde o temprano, nuestras idealizaciones terminan por producimos
desilusión, y el momento en que una idealización se venga abajo dependerá ante todo de la intensidad
de la envidia que se oculte tras ella. Para algunas personas, la tendencia a sobrestimar o a subestimar al
prójimo alcanza a todas sus relaciones importantes, y por eso pasan de una relación a la siguiente
atravesando fases reiteradas de desilusión y desengaño.
Confusión: La sensación de desesperación por no poder lograr aquello qüe deseamos es inherente a
la envidia. Superados por la futilidad, experimentamos enormes dificultades a la hora de tomar
decisiones, tanto en cuestiones cruciales, tales como la elección de los estudios o de la profesión, como
en asuntos menores, por ejemplo a la hora de escoger el menú en un restaurante. Esa clase de indecisión
y pensamiento turbio que nos hace incapaces de llegar a conclusión alguna a veces se debe a nuestra
desesperación, teñida de envidia, por sentirnos incapaces de obtener lo que quisiéramos. La confusión,
que se traduce en inactividad o triunfo por encima de ellos expresa tanto la hostilidad como la
indefensión profundas que caracterizan el mundo interior de la persona envidiosa. Una actitud de
superioridad o una tendencia a airear la propia buena suerte son disfraces corrientes de la envidia.
Odio e indiferencia: Otra forma frecuente de defendernos de la envidia es apagar el amor y atizar el
odio. La persona envidiosa se encuentra confundida por esa mezcla de amor, odio y envidia que se da
inevitablemente en cualquier trato cercano y es incapaz de tolerar la menor ambivalencia. Una forma de
eludir este conflicto interno es mediante la negación del amor. Eso puede expresarse en forma de odio
abierto o cobrar la apariencia de una manifiesta indiferencia. Reprimir el afecto u otras manifestaciones
de cariño humano es una forma sutil de vengarse de las personas a las que envidiamos.
Huida: Una variación de la indiferencia es eludir el contacto con los demás. Un exceso de
autoconñanza suele enmascarar el miedo a incurrir en la envidia y su defensa es tratar de evitar cuantas
experiencias puedan suscitar envidia o gratitud. La incapacidad de dar o de recibir ayuda ajena a veces
revela un problema de envidia, porque la independencia excesiva quizás no sea sino una forma de
negarse a reconocer la fortaleza ajena.
Crítica destructiva: El comadreo malicioso, Ja crítica mezquina y otras formas de "pelar" a la gente
constituyen algunas de las expresiones cotidianas más corrientes de la envidia. La persona envidiosa se
siente infeliz ante la felicidad ajena y complacida por su infortunio. Desacreditar o dañar la reputación
de otras personas es una forma ampliamente reconocida de expresar envidia.
en agresión, actúa a modo de barrera defensiva frente a la envidia.
Una autoimagen pobre. La devaluación del propio yo o una baja autoestima es otra forma de
evitar la envidia. Este tipo de devaluación es una característica propia de las personas proclives a la
depresión. Su resultado puede ser una incapacidad crónica de desarrollar y usar con éxito nuestros
dones, o tal vez surja únicamente en ciertas ocasiones, como cuando se da el peligro de establecer
la rivalidad con otra persona. El "beneficio" de negarse a competir quizás consista en no quedar
expuesto a los sentimientos de envidia; sin embargo, el precio de esc escape es una costosa
renuncia a la oportunidad de usar nuestros dones y de tener éxito.
Avaricia: La avaricia puede ser una forma sutil de defensa frente a la envidia. La envidia, que
surge, como vimos, de grandes carencias en la más temprana infancia, conduce a una incapacidad
neurótica de sentirse alguna vez satisfecho. Las personas que padecen tal aflicción creen que "lo que
tengo que hacer y lo que soy nunca es suficiente." Para compensar esa impresión, pueden sentirse
impulsadas a acaparar todo lo que puedan, en forma de bienes materiales o espirituales. La avaricia
que inflama esa adquisición insaciable le permite a uno estar tan preocupado por el "tener" y el
"sacar cosas adelante" que de esa manera la envidia puede ser desviada. El perfeccionismo y el
profesionalismo pueden ser manifestaciones de tal tendencia cuando estos suponen una búsqueda
incesante de éxitos y logros reconfortantes.
Provocar la envidia: Suscitar la envidia de los demás alardeando de los propios éxitos o
posesiones es una forma de invertir la situación en que uno mismo siente envidia. El deseo de
hacer que los demás nos envidien y exhibir nuestro
Las víctimas de la envidia
Los efectos de la envidia en la vida de grupo merecen una especial atención puesto que casi todos
vivimos y trabajamos en grupos de alguna clase. Los expertos en dinámicas de grupo normalmente
reconocen que la envidia inconsciente suele hallarse en el corazón de los conflictos grupales.
»Apenas se encuentran grupos homogéneos; la diversidad de dones naturales es inevitable- Sin
embargo, tal diversidad no habría de dar lugar a la envidia si los individuos se sienten lo
suficientemente seguros y confiados como para reconocer qué cada persona tiene algo valioso que
ofrecer. Cuando eso
sucede, "no tenemos por qué sentimos obligados a ser o a hacerlo todo. Podemos contar con que los
demás suplirán lo que nos falta", afirman los analistas junguianos Ann y Barry Ulanov en su estudio
sobre la envidia. Podemos, añaden, "complacemos de que posean capacidades y talentos, porque
juntos formamos un todo, una unidad deseable."23 Sin embargo, cuando la subestima es lo que
caracteriza a un grupo, es previsible que la envidia asome su feo rostro y dirija su mirada a los
miembros del grupo que debido a su éxito o fortuna destaquen de algún modo. Por eso, las
celebraciones, bodas, aniversarios o cumpleaños pueden ser el fermento de comparaciones
envidiosas. Los que sienten que jamás se les da nada o que no reciben trato especial alguno quizás se
resientan de forma especialmente sensible cuando se rinde homenaje a otras personas.
La envidia envenena la vida de los grupos. Contamina su ambiente impregnándolo de
resentimientos, minando los esfuerzos e iniciativas de cooperación y ejerciendo una influencia
negativa sobre los individuos. Puede sembrar semillas de discordia haciendo que se extiendan
rumores que fomenten la desconfianza o que enfrenten a unos con otros o propicien los triángulos
de relaciones.
Enfrentarse a los problemas que se dan en la vida de grupo requiere algo más que fe y buenas
intenciones. Si los miembros del grupo no poseen habilidades para una comunicación efectiva y
resortes para la resolución de conflictos, no serán capaces de evitar el daño que la envidia puede
producir. Unas pocas personas envidiosas en una comunidad son suficientes para destruir la vida
del grupo en su totalidad. Una forma común de que eso suceda es mediante la elección de chivos
expiatorios: algunas personas, de forma consciente o inconsciente, se ponen de acuerdo a la hora de
seña-
23 Ann and Barry Ulanov, Cinderella and Her Sisters: The Envied and the Envying (Philadelphia: Westminster Press,
1983), 83.
lar que alguno de sus compañeros es "el problema" y convencen al resto de su diagnóstico. Los
estudiosos de la teoría sistèmica han demostrado esta dinámica de una forma muy convincente en el
trabajo que llevan a cabo con familias que cuentan con un "niño problemático." Al acercarse a la familia
entera como un sistema, llegan a desentrañar las alianzas y conflictos que se dan en el interior de cada
miembro y entre todos ellos. La ayuda prestada a los componentes para poder comunicar sus
necesidades y compartir sus sentimientos elimina la necesidad de tener que buscar a un chivo
expiatorio.
Normas de grupos disfuncionales, tales como el acuerdo tácito de "ser siempre agradables" y
esconder los conflictos bajo la alfombra, abonan el terreno para buscar chivos expiatorios al impedir que
sus miembros formulen su verdadero sentir y expongan sus conflictos. Un ejemplo de ello sucedió en
una comunidad cristiana cuyo modo de resolver los asuntos que tenían pendientes era escoger una
víctima diferente cada año. La apariencia superficial era de unidad y cooperación. Fuera del grupo
todos pensaban que se trataba de una comunidad ejemplar. La verdad, empero, se hizo a la luz no sólo
en ese proceso de victimización sino en la incapacidad que mostró el grupo de desarrollar ima vida de
oración plena de sentido y de comunicarse en un nivel que no fuera únicamente superficial.
La envidia en la vida de grupo puede hacerse presente de formas menos dramáticas que lo descrito
anteriormente. Los comadreos, la negatividad (hacia la autoridad o hacia compañeros que de alguna
manera sobresalen en el grupo), y la falta de afirmación o apoyo son formas comunes por medio de las
cuales los miembros de un grupo pueden expresar su envidia mutuamente. La incapacidad de recibir
ayuda de otros miembros del grupo o de expresar gratitud de una forma genuina pueden ser formas
encubiertas de envidia. Finalmente, la envidia en la vida de grupo a veces se refleja en el modo negativo
en que los miembros más jóvenes pueden ser tratados por los mayores. A veces resulta triste para las
personas entradas en edad aceptar los signos crecientes de su propia disminución. Cuando se dejan de
asumir ciertas menguas inevitables se produce un resentimiento que crea un abismo, dilatado por la
envidia, entre viejos y jóvenes, haciendo que resulte imposible disfrutar del bien que pueden
proporcionarse unos a otros. Algunas personas mayores, sintiéndose relegadas, se vuelven intolerantes
hacia los jóvenes porque gozan de cosas o situaciones que ellos no conocieron a su edad. En la vida
familiar, los padres a veces tienen que enfrentarse a sentimientos de envidia hacia sus propios hijos
porque éstos quizás disfruten de ventajas de las que ellos carecían en su juventud. Paradójicamente, los
padres lo quieren todo para sus hijos de un modo consciente mientras que inconscientemente les
reprochan tener tanto bien.
La transformación de la envidia
Aunque resulta importante analizar las raíces psicológicas de la envidia,
su curación requiere abordar la dimensión espiritual de la misma. En su
nucleo, la envidia daña nuetra relación con Dios asi como con nosotros y con los
demás.
En tanto que supone un rechazo radical a aceptarnos tai como somos, la envidia es un
pecado. Satán es el arquetipo de la persona envidiosa porque no fue capaz de aceptarse a
sí mismo. Insatisfecho con su estado, permitió que la envidia rompiera su relación con
Dios. Desafiar su condición de criatura y luchar por conquistar una identidad divina creó
un problema de actitud que fue incapaz de afrontar y de cambiar.
La curación de la envidia exige un cambio fundamental de actitud. En primer lugar, a
la envidia hay que reconocerla como lo que de verdad es: una realidad pecaminosa y
espiritualmente destructiva que reclama una genuina conversión. En segundo lugar, sólo
podemos quedar libres de la envidia con el reconocimiento de que, como cristianos, siem-
pre sentiremos un anhelo que sólo se saciará cuando Dios sea nuestro todo en la Jerusalén
celestial. Una espiritualidad holística nos invita a ver que la pobreza que experimentamos
como criaturas no es un vacío negativo del que haya que lamentarse sino un espacio que
nos permite llenarnos de Dios, lo único que plenificará nuestro ser. En tercer lugar, hay
que hacer esfuerzos concretos para examinar las condiciones que llevan a la envidia.
Damos cuenta del papel que juega la envidia en nuestra vida es la única cosa que nos per-
mitirá escapar a sus efectos deleznables. A algunas personas les bastará con cambiar la
dirección de su mirada y reparar en la bondad y gratuidad de todo lo que somos y
poseemos. Como la envidia es una forma torcida de admiración, la solución puede
consistir justamente en volver a descubrir nuestra capacidad de aprecio y asombro. Otras
personas, por el contrario, debido a lo arraigado de su envidia, tal vez por causa de
enormes carencias durante la niñez, posiblemente tengan que acudir a alguna ayuda
terapéutica. Los casos de la mujer en la ñesta y del hombre de negocios estarían entre
ellas. Al igual que la mujer del Evangelio de Lucas que anda buscando una moneda
perdida (15,8-10), deberán mostrar que están decididas a buscar activamente en su inte-
rior lo que allí han extraviado.
La envidia puede actuar como un catalizador de transformación. Cuando las
necesidades y deseos que oculta se ven reconocidos, la envidia puede apuntarnos la
dirección del bien que en realidad buscamos. Aprender a detectar la necesidad precisa
que ansia verse satisfecha en medio de la vorágine de sentimientos envidiosos es un paso
crítico hacia el descubrimiento de la gracia que esconde la experiencia. El reconocimiento
claro de lo que de verdad necesitamos puede encaminar nuestros esfuerzos hacia una
acción positiva y constructiva. La envidia no es algo de lo que uno deba avergonzarse
sino antes bien un mensaje valioso del que habríamos de tomar buena nota. Cuando
vemos en nuestra envidia un anhelo de totalidad, podemos responder a la misma con
amor y compasión. Perdonar nuestra envidia nos abre a la bondad que habita en nuestro
fuero interno. Y ahí es donde comienza la transformación de la envidia. La gracia llega
cuando empezamos a apreciar el bien que nos pertenece, aunque lo que tengamos no
incluya todo lo bueno de la vida humana. Es entonces cuando cobra vida el hecho de que
en verdad Dios nos ha tocado con su gracia. A medida que crezca nuestra experiencia de
lo bueno, lo hará por igual nuestro sentido de gratitud, y la envidia empezará a
empequeñecerse.
Puesto que la gratitud y la envidia son mutuamente excluyentes, la forma de curar un
corazón envidioso es reemplazarlo por un corazón agradecido. Ese es uno de los pro- *
pósitos de la oración: recordarnos la generosidad graciosa de Dios y despertar en nosotros
el aprecio por la bondad que ya nos pertenece. La oración nos conduce hasta la hondura
del misterio de la gracia. En la oración, nos abrimos a la abundancia de Dios; allí nuestro
vacío se torna en regalo, un don precioso y no una maldición, porque en él Dios nos llena
de amor. Cuanto más necesitados nos sintamos, más conscientes seremos de nuestra
dependencia de Dios. Y con humildad empezaremos a reconocer los dones y las gracias
que hemos recibido en esta vida. Ocasionalmente, cuando menos lo esperemos, una
gracia que desde hada tiempo nos era necesaria viene sobre nosotros y, como C5. Lewis,
nos vemos sorprendido® por la alegría. Induso nuestros sufrimientos y pérdidas se
vuelven ocasión de grada cuando de verdad nos damos cuenta de que jamás fuimos
abandonados, ni siquiera cuando emprendimos la huida lejos de nosotros mismos.
Cuando la gratitud se convierte en una forma de vida, nos reconaliamos con la envidia,
no excusándola o ignorándola, sino reconociéndola como una parte de nuestro ser.
Entonces, con el salmista, podremos rezar asú "Porque tu mis ríñones has formado, me
has tejido en d vientre de mi madre; yo te doy gracias por tan grandes maravillas:
prodigio soy, prodigios son tus obras." (Sal 139:13-14).
En la medida en que lleva vida a nuestra existencia, el trabajo humano nos permite manifestar nuestro
amor por los demás mediante actos concretos de servicio, enriqueciendo de esa forma la vida de las
familias, comunidades y naciones. Un oficio satisfactorio también es una gran ayuda a nuestro
crecimiento intelectual, psicológico y espiritual. En las palabras de un escritor contemporáneo: "Si
elimináramos la oportunidad de trabajar, de crear o de asumir responsabilidades -como nuestra
sociedad hace con demasiada gente- estaríamos privando a los individuos de la ocasión de sentirse
plenamente humanos." 25 El trabajo, cuando se realiza en condiciones humanas y respetuosas,
proporciona al espíritu humano la posibilidad de expresar su capacidad creativa y de imitar al creador a
cuya imagen fue hecho.
Pero la sombra también hace irrupción en el mundo laboral. Los problemas colectivos e
individuales de la sombra suelen empañar la bendición que representa realizarse humanamente por
medio del trabajo. Una espiritualidad cristiana que honre el lugar justo que debe ocupar el trabajo en
nuestras vidas ha de valorar por igual las contribuciones del trabajo al mundo de la vida como sus
limitaciones inherentes. El trabajo fracasará si creemos que él, y sólo él, nos aportará la integridad que
buscamos. Los límites propios de cualquier trabajo hacen que por sí mismo, éste sea incapaz de
satisfacer todas nuestras aspiraciones humanas. Por eso resulta de vital importancia que el trabajo no
monopolice nuestra vida entera ni nos deje sin espacio suficiente para otras actividades humanas que
resultan esenciales para una vida y crecimien- to íntegros. Como el trabajo puede llevamos a la
integración personal o a la fragmentación, comprende aspectos de "luz" y de "oscuridad".
Encontramos la sombra en el trabajo siempre que, a fin de desempeñar nuestro oficio, nos vemos
obligados a negar aspectos importantes de nosotros mismos. Las definiciones . rígidas de nuestro papel
y los patrones de conducta laboral restrictivos pueden forzarnos a negar o a hacer a un lado cier
25 Bruce Shackleton, "Meeting the Shadow at Work*, en Meeting the Shadow: The Hidden Power of the Dark Side of Human Nature,
ed. Connie Zweig and Jeremiah Abrams (Los Angeles: Jeremy P. Tarcher, Inc., 1991), 106.
tos valores o creencias personales. Cuando una actuación eficaz de nuestro papel exige el sacrificio
de nuestra humanidad más honda, es que estamos experimentando el "lado oscuro' del trabajo. Por
ejemplo, un abogado cuyo principal trabajo consista en regatear el dinero que los clientes redaman
a sus compañías de seguro puede encontrarse con que la compasión y la empatia no tienen cabida
en su jornada laboral si de verdad quiere obtener buenos resultados. En su trabajo, sólo los más
duros logran tener éxito. O un sacerdote, a fin de satisfacer las expectativas idealistas de los
feligreses, quizás niegue sus propias necesidades y flaquezas en nombre del trabajo bien hecho. El
trabajo contribuye a "crear la sombra" siempre que nos obliga a "vender nuestra alma a la compa-
ñía", es decir, cuando abandonamos partes de nuestro ser al objeto de satisfacer a los demás, se trate
de nuestros jefes o compañeros o de clientes o compradores.
Sea cual sea nuestra dedicación profesional, de un modo inevitable cultivamos ciertas destrezas
y aptitudes en detrimento de otras que relegamos al mundo de la sombra. En las palabras de un
escritor: "si cultivamos una ambición extrovertida y exhibimos la personalidad competitiva y fuerte
de un vendedor, político o empresario, nuestra introversión se queda en la sombra. Nos olvidamos
de cómo "vibrar" fuera de todo foco atención extemo y no nos acordamos de recibir la riqueza que
aporta la soledad ni de hacer uso de los recursos que se hallan escondidos en nuestro interior. Si, por
otro lado, desarrollamos una personalidad más privada, por ejemplo como artistas o escritores,
nuestra ambición y empuje aguardarán en la sombra sin emerger jamás, hasta que tal vez un día
hagan su aparidón como fantasmas saliendo de un armario."26 Está claro que no podemos esperar
hallar ni nuestra integridad ni nuestra plenitud solamente en el ámbito del trabajo.
Un trabajo que no funciona
¿Cuándo se convierte en algo desmesurado nuestro trabajo? El problema del exceso de trabajo
sobreviene cuando debido a su carácter desproporcionado y compulsivo no nos queda el tiempo libre
que se necesita para llevar una vida equilibrada. "Sentirse exprimidos todo el tiempo", "ir como una
moto", "sacar sólo cinco horas de sueño diarias", "tener ocupadas todas las horas del día" son
expresiones comunes que resumen la condición de la vida contemporánea de mucha gente en países
como Estados Unidos. Estamos atravesando una "crisis de tiempo libre", sostiene la economista de
Harvard Juliet Schor. En su estudio de 1991, The Overworked American (Los americanos con exceso de
trabajoJ, subraya que el exceso de trabajo se ha convertido en un fenómeno a escala nacional.
Irónicamente, aún cuando muchos americanos estén desempleados o tengan empleos precarios,
muchos otros soportan la presión de tener que trabajar muchas horas con la consiguiente reducción
de su tiempo de ocio.27 Según Schor: "hay informes que indican que en toda la nación el tiempo de
ocio ha disminuido un tercio desde principios de los años setenta".1 Como resultado, dedicamos
menos tiempo a necesidades tan básicas como el sueño o la comida y prestamos una menor atención a
nuestros hijos. El equilibrio tan delicado y difícil entre las exigencias del trabajo y las de la
Las diferencias individuales hacen necesario que cada uno de nosotros examine su propia situación a
fin de determinar qué cosas están fuera de lugar y cuáles necesitan sufrir algún reajuste. No estamos
expuestos a los mismos peligros o necesidades. Una historia contada por Anthony de Mello, titulada "La
salvación de un pez por un mono", ilustra con humor de qué forma la vulnerabilidad es diferente para
cada persona:
"¿Qué diablos estás haciendo?", le dije al mono cuando vi que sacaba un pez del agua y lo ponía
en un árbol. "Estoy salvándole, impidiendo que se ahogue", fue su ' respuesta.
- La moraleja de esta historia, concluye de Mello, es que "el mismo sol que permite que el águila vea,
impide ver al buho."28 Por eso, a la hora de examinar los patrones de nuestra conducta laboral, tenemos
que ser sensibles a aquello que resulte más vulnerable según nuestra personalidad y contexto
particulares.
28 Anthony de Mello, S. J., The Song of Ihe Bird (Garden Gty NY: Image Books/Doubleday & Company, 1984), 8 [Existe versión
castellana: El Canto del Pájaro (Santander. Sal Terrae, 12 ediciones)).
¿A qué se debe la sobrecarga de trabajo?
Solamente entendiendo los motivos de nuestra actitud compulsiva frente al trabajo, y de qué forma
las exigencias laborales pueden afectar a la totalidad de nuestra vida, podremos albergar alguna
esperanza de poder ahorramos el sufrimiento físico y espiritual que conlleva el exceso de trabajo. Las
raíces de la adicción al trabajo, tanto de orden psicológico como social, suelen estar enterradas en
nuestro inconsciente. Algunos de los factores que contribuyen al exceso de trabajo pueden ser
susceptibles de control y otros no. Damos cuenta de la dinámica que nos lleva a trabajar por encima de
lo recomendable puede aumentar nuestra capacidad de respuesta al tiempo que facilita las
probabilidades de alcanzar una mayor armonía y equilibrio en nuestras vidas. Comprender las causas
más corrientes del exceso de trabajo nos ayudará a escapar de sus garras atenazadoras.
Huida del yo: Las personas con una baja estima suelen evitar conocerse a sí mismas. Temen no
encontrar nada ni a nadie que valga la pena conocer en su interior, y les asusta que el vacío que
esconden sea demasiado temible como para emprender su exploración. En ese caso, el trabajo
compulsivo puede ser una defensa frente al encuentro con su espejo interior a la vez que una forma de
ocultar su sensación de inadecuación frente a los demás. Estar siempre ocupados es un pretexto idóneo
para eludir un doloroso encuentro cara a cara con uno mismo y con los demás.
Encubrir la realidad doloroso: El uso del trabajo a modo de narcótico para anestesiar cualquier
agitación interna guarda una estrecha relación con esa malsana hiperactividad. El trabajo tiende una
niebla sobre la angustia de los conflictos no resueltos al tiempo que sirve como una excusa perfecta para
no tener que afrontar directamente los conflictos interpersonales. Las personas que sienten adicción al
trabajo temen que, si se detuvieran el tiempo suficiente para escuchar, empezarían a sentir emociones
que desean evitar. La elaboración de largas agendas de trabajo les hace estar en un estado continuo de
emergencia y el ruido de ese perpetuo estado crítico acaba sofocando la voz de sus verdaderas
emociones. De esa forma, el trabajo encubre efectivamente los sentimientos que no se quieren sacar a
flote y los mantiene siempre soterrados y a una distancia inaccesible.
"Siéntese", Foltrigg [Abogado del Distrito Sur de Louisiana], dijo, señalando una silla.
"Estamos acabando." Se estiró a continuación e hizo chascar sus nudillos. Le encantaba gozar
de esa reputación de trabajador adicto, un hombre de importancia que jamás temía trabajar
cuantas horas fuesen necesarias, un hombre de familia cuya llamada se extendía más allá de la
atención a su esposa y a sus hijos. El trabajo lo era todo para él. Su cliente eran los Estados
Unidos de América. Truman [agente del FBI en Nueva Orieans] llevaba oyendo siete artos
toda esa basura a favor de las jornadas de dieciocho horas al día. Era el tema favorito de
Foltrigg: hablar de él mismo, de sus largas horas de oficina y de su cuerpo que no tenía
necesidad de sueño. Los abogados tienen a gala su falta de sueño, como si se tratara de un
emblema honorífico. Portentosas máquinas humanas dejándose el pellejo en un horario
inhumano."
Una planificación cada vez más exigente puede conferirnos seguridad, darnos certificados y
decorar nuestro despacho con diplomas, hasta el puntó de hacemos creer que somos en verdad gente
importante, siempre en la cresta de una ola de acontecimientos cotidianos sumamente significativos.
La adicción a estar ocupados: Estar ocupados puede llegar a convertirse ciertamente en una adicción.
Algunas personas confiesan estar enganchadas a un alto nivel de adrenalina que se produce a base de
mantenerse todo el día sin parar. Se han vuelto adictos a la sensación de vivir a toda velocidad, como
si siempre fueran a llegar tarde a todas partes. Sus días se ven desbordados por proyectos
inacabables y urgentes. Cuando han concluido una tarea, siempre les aguarda algo igualmente
acuciante. El empuje para aguantar ese ritmo es tanto un modo de mantener el nivel de adrenalina
como una forma de evitar la depresión que inevitablemente sobreviene cuando no queda nada por
hacer.
Una adicción "positiva" y una pseudo-virtud
A pesar de sus efectos perjudiciales sobre la vida personal y familiar, el exceso de trabajo suele
presentarse bajo una máscara de virtuosidad que se ve respaldada por creencias de tipo cultural e
incluso religioso. En América, argumentar que el trabajo excesivo es un obstáculo para el crecimiento
sano y para el desarrollo espiritual equivale a criticar a una vaca sagrada. Culturalmente, hay una fuerte
inclinación hacia el trabajo duro, que se considera algo beneficioso y productivo para la sociedad. La
idea de que los americanos están obsesionados por el trabajo tiene un reflejo histórico en una ley de
Massachussetts aprobada en 1648 que hace de la indolencia un crimen punible. Un historiador
contemporáneo afirma que la "elevación del trabajo por encima del ocio" constituye una suerte de
"ethos" que "impregna la vida y costumbres" de toda la nación.29 En consecuencia, no es de extrañar que
sea frecuente oír a la gente enorgullecerse de la cantidad de trabajo que tiene que hacer y aceptar su
compulsión como una "adicción positiva".
Por lo que respecta a la religión, el exceso de trabajo encuentra justificación en una ética que
identifica los logros personales con la prueba de que se goza del favor de Dios así como con el miedo a
que el ocio se convierta de verdad "en el mejor amigo del diablo." Para muchos cristianos, la palabra
"ocio" despierta espontáneamente reacciones incómodas y una sensación de culpa. Muchos sostienen
que han sido condicionados desde niños a asociar el tiempo libre con "ser vagos", "perder el tiempo", "la
inutilidad", "ser.egoístas" y "carecer de celo apostólico y generosidad para el servicio". A muchos
sacerdotes, ministros de la iglesia y personas religiosas se les ha inculcado desde su educación más
temprana la idea de que su ministerio habría de consistir, siguiendo las
Negar el problema
La adicción al trabajo es una de las pocas adicciones de las que la gente puede llegar a
congratularse. En lo que atañe al trabajo, pocos son los que plantearán sus límites. Nos resulta muy
difícil admitir que el exceso de trabajo sea un problema aún cuando suframos sus efectos
perjudiciales día a día, compartiéndolos con nuestros allegados. La negación de esa adicción tiene
varias dimensiones. Algunas personas niegan su problema acudiendo a argumentos comparativos.
Aún admitiendo ser trabajadores compulsivos, insisten en todo caso en que es mejor pasarse la vida
trabajando que dedicarse a otras muchas cosas. Otras esgrimen como argumento en favor de su
adicción los múltiples beneficios que se derivan de su industriosidad. Para ellas, esos beneficios
compensan con creces cualquier sacrificio que exija su labor. Es un costo rentable. Finalmente, las
hay que admiten ser adictas a la acción pero no reconocen que eso les pueda suponer daño alguno.
Esas y otras formas de negación se ven reforzadas cuando reciben todo el apoyo de una familia y
amigos «»dependientes que, por una parte se benefician y por otra sufren en su relación con la
persona adicta. En palabras de Fassel, los codependientes "imitan la negación del adicto al trabajo
30 Diane Fassel, Working Ourselves lo Death: The High Cost of Workaholism, The Rewards of Recovery (San Francisco: Harper
San Frandsco, 1990), 11.
30 Ibid., 30.
incluso en su forma de lamentarse: 'nos lo proporciona todo, pero apenas le vemos' o 'supongo que
podría hacer cosas mucho peores que matarse a trabajar, como salir con sus arru- gotes' o se
comportan como en el chiste de una tira cómica de Glasbergen: '¿Tendrán algún perfume que huela a
mesa de oficina? Mi marido es adicto al trabajo.'""
La negación, en cualquiera de sus manifestaciones, contribuye muy poco a mejorar nuestras
vidas; tan sólo una humilde admisión de nuestra lucha contra el exceso de trabajo y una honesta
mirada a nuestra alma para indagar los motivos inconscientes que lo propician podrán transformar
una vida presidida por la compulsión en otra en la que tengan cabida la elección y la libertad.
31 Este ejemplo está basado en un caso citado por Fassel en Working Ourselves to Death. 17-18.
abru- madoramente positiva de los feligreses hicieron que en los primeros años anduviera siempre sin
un respiro. Pero la situación finalmente tocó techo cuando llegó a un retiro con todos los síntomas del
agotamiento: estaba exhausto, deprimido, desilusionado, resentido, desalentado y confuso. Cuando
comentó esa condición a su director espiritual, éste tuvo una intuición repentina de lo que le sucedía, lo
que le hizo derramar lágrimas de gratitud porque por primera vez atisbaba una salida para la atadura
que había contraído con el trabajo. Cayó en la cuenta de la estrecha relación que había tenido su exceso
de trabajo con la necesidad de aprobación y reconocimiento para compensar un sentido débil de su pro-
pio yo. De repente vio con claridad que su celo procedía de un deseo inconsciente de obtener la
aprobación del sacerdote, de mayor edad que él; era una manera de conseguir afirmación de una figura
paterna de autoridad que él siempre había anhelado pero jamás pudo obtener porque su padre
abandonó la familia cuando él tenía tan sólo tenia cinco años de edad. Aunque era consciente de que
haría falta mucho trabajo interior y mucha oración para poder romper su forma de proceder adictiva,
esta intuición, por obra de la gracia, fue el principio de un largo proceso de curación.
El complejo de mesías
Un complejo mesiánico inconsciente suele ser frecuente en algunas personas atrapadas en el ciclo de
un trabajo desmesurado al instilar en ellos la convicción ilusoria de que "todo depende de mí". La
psicoterapeuta Carmen Berry describe esa "trampa mesiánica" como una doble mentira que, a primera
vista, parece llena de gracia, santidad y nobleza."" La primera mentira es que "si yo no lo hago, se
quedará sin hacer" y la segunda es que "las necesidades ajenas están por encima de las mías." Estas dos
caras de una misma moneda reflejan la grandiosidad que caracteriza a los trabajadores con exceso de
celo, que tienen un sentido exagerado tanto de sus propias habilidades como de la importancia de sus
proyectos. Este sentido hinchado de autoimportancia les lleva a pensar de una forma engañosa que son
indispensables y que tienen que estar en guardia las veinticuatro horas del día. Los mesías de hoy en día
muestran cierto orgullo y un aire de condescendencia a la hora de negar sus propias necesidades y sus
límites, lo que parece elevarles por encima de la condición humana. Un signo seguro de que han caído en
esa trampa es cuando detectamos que siempre están dispuestos a dar pero odian tener que recibir.
La historia de un sacerdote de edad madura viene a iluminar la forma en que la mentalidad
mesiánica puede afectar a las opciones personales. Después de haber servido durante muchos años a los
pobres y abandonados, se le concedió un año sabático para descansar y renovarse. En el transcurso de
ese año, pasó un tiempo en un centro de espiritualidad aprendiendo el arte de la dirección espiritual.
Para su sorpresa, descubrió en su interior un profundo deseo de incluir la dirección espiritual en su
futuro ministerio. Esta atracción por un ministerio dedicado a alimentar el crecimiento espiritual de
otras personas fue tomado también como una invitación a integrar mejor su propia anima, el lado
femenino de su personalidad. Aunque ese ministerio contrastaba abiertamente con su dedicación previa
como activista social, lo experimentó como una llamada de Dios, una inspiración religiosa que había de
ser reverenciada y honrada.
Al regresar, se enfrentaba a diversas opciones en su trabajo: algunas encerraban la posibilidad de
ejercer la dirección espiritual y otras no dejaban lugar alguno para ella. Entre esas opciones se hallaba un
ruego especialmente dirigido a él que le obligaría a trabajar en una parroquia del centro urbano que se
hallaba sumida en una crisis y pasaba por un mal momento. Se vio inmerso en un conflicto profundo. A
veces sentía la urgencia de acudir al rescate de esa parroquia necesitada aunque ello le exigiría dedicarse
a tiempo completo, lo que le haría imposible seguir su llamada a la dirección espiritual. En otras
ocasiones, se resistía vigorosamente a abandonar esa invitación reciente en su vida.
Durante el proceso de discernimiento, tuvo un sueño que le hizo confrontar su tendencia a ignorar
sus necesidades personales más hondas siempre que una situación desesperada activaba su instinto
mesiánico. Antes de ir a la cama, se encontraba en su oficina distribuyendo los efectos personales de un
colega y amigo fallecido muy querido por
todos los fieles de la parroquia. A todos ellos les daba lo que le pedían, pensando para sí: "Ése soy yo.
Pueden tener todo lo que quieran de mí." Más tarde, esa misma noche, soñó que una secretaría estaba
repartiendo los efectos personales de su colega fallecido. Cuando llegó ante una estatua de la Virgen
María, exclamó: "No, tú no puedes tener esto. Lo necesito."
De la mismá forma que el sueño de ios tres reyes magos les permitió escapar del rey Herodes de regreso
a su país, el sueño del sacerdote también contenía un sabio consejo. Se trataba de un intento de la
psique por devolver el equilibrio a una identidad consciente que había perdido contacto con su propia
necesidad y se veía incapaz de reclamar legítimamente lo que requería para su supervivencia y
crecimiento. El sueño tuvo una función compensadora por cuanto venía a corregir una tendencia
unidimensional en su forma de pensar. Cuando aplicó ese mensaje a su discernimiento, sintió que se le
invitaba a no precipitarse ante una supresión impulsiva de su deseo de ejercer la dirección espiritual, lo
que también supondría el abandono de su anima, simbolizada en el sueño tanto por la secretaria como
por la Virgen. El sueño, a modo de prudente guía nocturno, le recordaba igualmente que hay ciertos
valores a los que uno debe aferrarse en bien de la totalidad. También ilustra para nosotros el lado de
sombra del complejo mesiánico que oscurece nuestra propia vulnerabilidad así como nuestra
necesidad de ser salvados.
La presión productiva
Las presiones extemas, sean éstas económicas o sociales, pueden contribuir igualmente al trabajo
desmesurado. La presión social es ejercida normalmente por organizaciones con metas muy
ambiciosas. Estas organizaciones "adictivas" crean expectativas y demandas que no pueden ser
satisfechas, y el intento de hacerlo puede dañar el bienestar de sus trabajadores." Muchas iglesias y
grupos humanitarios pertenecen a esta categoría. Más aún, se ha observado que son los miembros de
tales sistemas disfuncionales más propensos a la codependencia los que asumen la responsabilidad de
conseguir esas metas poco realistas, a menudo para su desgracia. No es de extrañar, pues, que tantos
sacerdotes y asistentes en tareas pastorales se quejen de la presión del trabajo y teman acabar
quemándose en su empeño. Las organizaciones cercanas a la iglesia que se preocupan más de sus
grandes objetivos que de las necesidades de sus miembros desarrollan el mismo tipo de problemas de
sombra a nivel colectivo que cualquier gran corporación empresarial. Se hacen impersonales e
inhumanas.
La presión económica la ejercen los "trabajólicos" que son quienes suelen establecer los criterios de
retención de puestos de trabajo, aumento de salario y promoción, a los que los demás se ven obligados
a ajustarse, les guste o no. Mientras haya individuos de esa clase en el entorno, la com- petitividad y el
respeto humano suponen una presión humana inmensa para quienes tengan que ponerse a su altura.
Como los empresarios prefieren empleados "dedicados", a los que recompensan promocionándolos y
poniéndolos por modelo, los trabajadores compulsivos juegan con ventaja frente a quienes por motivos
de preferencia personal o por obligaciones familiares irrenunciables no pueden invertir el mismo
tiempo que los primeros. Por eso, los adictos al trabajo ponen el listón tan alto que los demás se ven
obligados a irles a la zaga por una cuestión de mera supervivencia económica.
La sombra colectiva del trabajo:
Valorar el rendimiento por encima de las personas
Como es más provechoso para los directivos poner a trabajar a sus empleados en horas
extraordinarias que formar y proporcionar subsidios a nuevos trabajadores, incluso quienes quisieran
trabajar menos horas y disfrutar de mayor tiempo libre.se ven obligados a renunciar a ello. En América
ha aumentado la productividad, que se mide por la cantidad de bienes y servicios que se obtienen de
cada hora de trabajo. Con el crecimiento de los índices de productividad, los obreros pueden o bien
producir el mismo rendimiento en menos tiempo o trabajar el mismo número de horas y producir más
todavía. En teoría, el incremento de productividad presenta la posibilidad ya sea de disfrutar de más
tiempo libre ya de obtener salarios más altos. Eso es lo que los economistas denominan el "dividendo
por productividad." En realidad, sin embargo, los trabajadores apenas tienen la posibilidad de tomar
decisión alguna respecto a cómo hacer uso de ese dividendo debido a que, como observa Schor, "salvo
contadas excepciones, los empresarios (o vendedores) no ofrecen la oportunidad de intercambiar las
ganancias de los ingresos por una semana laboral más reducido o por periodos sabáticos. Se limitan a
repartir los ingresos en la forma de aumentos salariales anuales o de bonos, o, si deciden aumentar los
días de vacaciones o los permisos por asuntos personales, lo hacen de forma unilateral."32 Por ejemplo,
una madre recientemente cambió de profesión, pasando de ejercer en la enseñanza a ser consultora
financiera para poder atender mejor a sus hijos. En su primer año en ese campo obtuvo más dinero que
cuando se dedicaba a la enseñanza y fue la que más ingresos obtuvo de toda la empresa. Como sus
ingresos cubrían las necesidades de su familia, le dijo a su jefe que preferiría trabajar menos horas y
estar más tiempo en casa. Su jefe le respondió obligándola a incrementar un veinticinco por ciento el
rendimiento de su producción.'*
Desde los años treinta apenas ha habido opción posible entre el trabajo y el ocio, sostiene Schor, al
menos de un modo consciente, porque los americanos han sido arrastrados por una vorágine
consumista, encerrados en un ciclo de "trabajo y gasto" que se ha convertido en un poderoso motor que
les ha alejado de cualquier otra forma de vida un tanto más relajada y ociosa.14 La compra, que alguna
vez fuera considerada un deber doméstico inevitable, se ha convertido en la actualidad en una pasión
nacional y el ir a las grandes superficies comerciales ha pasado a ser una forma popular de
entretenimiento de fin de semana. Si bien el consumismo es ante todo una aflicción que padecen las
clases media y alta, incluso los pobres están cautivados por el sueño de que se puede vivir mejor a base
Una vez el gran Antonio del Desierto estaba descansando con sus discípulos al aire libre cuando pasó un
cazador. El cazador se quedó sorprendido al ver a Antonio relajado, y le reprochó que se tomara así las
cosas. Esa no era la idea que tenía de lo que debiera hacer un monje. Antonio le contestó: "Tensa tu arco y
dispara una flecha." Y asi lo hizo el cazador.
"Vuelve a hacerlo y dispara otra flecha", dijo Antonio. El cazador volvió a hacerlo, una y otra vez. El
cazador finalmente dijo: "Abba Antonio, si sigo tensando mi arco, acabará por romperse." "Lo mismo le
sucede al monje", repuso Antonio. "Si nos esforzamos de forma desmedida, acabaremos rompiéndonos. Es
necesario que de tanto en tanto relajemos nuestros esfuerzos.""
Una vida espiritual saludable requiere que alcancemos el equilibrio entre nuestras diversas
obligaciones y las necesidades personales. Los cristianos que siguen el camino de Jesús pueden
comprobar que su vida seguía un ritmo de santidad que comprendía tiempos para el ministerio,
tiempos para algún apartamiento y momentos de relax y convivencia en compañía de sus amigos. Aún
en medio de un ministerio público muy exigente, siempre hallaba solaz en algún monte
24. Joan Chittister, OSB, Wisdom Distilled from the Daily: Living the Rule of St. Benedict Today (New York: HarperCollins,
1990), 98.
25. Elogio del sabbath de Abad-Ha-am, citado en Thomas Hides, The Sabbath Rediscovered", America, 11 July 1992,16.
van del exceso de trabajo y de las adicciones que hemos venido describiendo hasta el momento.
Se comprende mejor el sabbath cuando se piensa en él como en un clima o ambiente más que como
una fecha. Los judíos del siglo XVI conocidos como los cabalistas del Safed solían hablar de recibir el
"alma del sabbath." Durante el sabbath, todo está- transido de un espíritu distinto al de otros días. Se
respira otro ambiente y se vive con otro estado de ánimo. Los antiguos rabís afirmaban que ai igual que
los judíos entraban en el sabbath, el sabbath entraba en ellos. Era tan importante en sus vidas que de él
se decía lo siguiente: "Más que guardar el sabbath, es el sabbath el que les guarda a ellos." Hoy en día
estamos sometidos a fuertes tentaciones que nos invitan a perdernos en el trabajo para fortalecer una
deficiente autoestima y nos instan a huir de una realidad dolorosa y solitaria y buscar la felicidad por
medio de la sensación que se tiene al vivir con un nivel alto de adrenalina y a través de un estado de
estrés continuo, ambas cosas provocadas por un ritmo de vida vertiginoso. Tal vez seamos nosotros,
más todavía que nuestros predecesores, quienes de verdad necesitemos la protección del sabbath.
1. ¿De qué forma contribuye tu trabajo a tu integridad y crecimiento? ¿En qué medida es un
obstáculo para una vida y espiritualidad equilibradas?
2. Revisa los diferentes factores que pueden provocar el exceso de trabajo. ¿Has observado esos
factores en ti y en otr^s personas?
3 ¿Cuál es el papel del ocio en tu vida? ¿Cuáles te parecen las formas de emplear tu tiempo libre que
te parecen más fructíferas y que te proporcionan mayor disfrute? ¿Cuáles no te resultan satisfactorias?
fuerzan a crecer, desafiándonos allí donde mostramos
apego a las viejas, aunque familiares, autoimágenes o a
patrones de conducta egoísta. La intimidad nos hace confrontar cara a cara aquellos aspectos de la
sombra que alberga nuestro ser y que tendemos a negar y a proyectar sobre los demás porque suelen
revelar "lo que no queremos ser." Cuando la intimidad se ve acompañada de amor, ésta expone a la luz
lo que necesita ser integrado y nos sostiene en el amor a la hora de admitir en nosotros la presencia de
todas aquellas partes que siempre temimos y odiamos.
7
INTIMIDAD: UN CRISOL DE LA TOTALIDAD
Amarse de persona a persona es quizá lo más difícil de todo lo que nos ha sido encomendado, lo más avanzado, la última prueba y
examen, el trabajo por excelencia, para el que todo otro trabajo es sólo preparación.
Rainer María Rilke33CARTAS A UN JOVEN POETA
33 Rainer Maria Rilke, Letters lo a Young Poet, trans. M. D. Herter (New York: W. W. Norton, 1963), 53-54. [Hay
versión castellana: Curios a itn Joven Poeta (Barcelona: Obelisco, 19%)]
intimidad se halla en el núcleo de la vida cristiana. En e! contexto de sus palabras de despedida, Jesús les
dice a sus discípulos: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros... amaos ios unos a
los otros como yo os he amado" Un 15, 9 y 12). Este nuevo mandamiento que Jesús dio a sus discípulos
antes de su muerte es la culminación de todo su mensaje. Como cristianos estamos llamados a sabernos
amados por Dios y a amar a los demás del mismo modo en que somos abrazados íntimamente por Dios.
Para reforzar sus palabras, el autor del cuarto Evangelio presenta dos escenas de intimidad que
iluminan de forma concreta lo que este mandamiento representa. Ambas escenas describen a dos
personas íntimamente yuxtapuestas, con una de ellas descansando en el regazo de la otra. La palabra
griega kol- pos, que significa "seno" y que tan sólo aparece dos veces en el Evangelio de Juan, denota
afecto, al decir de Raymond Brown, estudioso de las Escrituras.1 La primera vez que aparece es al final
del prólogo, en el capítulo primero: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno
(kolpos) del Padre, él lo ha contado" (1,18). En esta escena de entrañamiento íntimo es Jesús el que aparece
recogido afectuosamente en el interior de Dios. La única vez que ese término vuelve a aparecer es en el
pasaje que describe la última cena. Una vez más, vemos a una persona descansando sobre otra, con su
cabeza en el kolpos de aquélla. Esta vez es el "discípulo que Jesús amaba" quién se recuesta sobre el kolpos
de Jesús (13, 23-26). Además de designar a una figura histórica concreta y muy cercana a Jesús, que
compartió con Él la última cena, el apelativo "el discípulo al que Jesús amaba" también simboliza e
incluye a todos los cristianos que han sido llamados a conocer íntimamente a Jesús.' Estas dos escenas
de personas yuxtapuestas íntimamente son paralelos visuales de lo que el autor expresa en su prosa:
"Como el Padre me amó" queda recogido en la escena del Hijo preexistente en el kolpos del Padre; "yo
también os he amado" se ve plasmado en la escena del discípulo amado con su cabeza reclinada sobre el
pecho de Jesús en la última cena. Los dos pasajes de San Juan presentan la imagen de Dios como Padre y
el mensaje que contienen es que cada uno de nosotrós está llamado a reposar íntimamente en el kolpos de
Dios, ya sea nuestra imagen de la realidad divina de tipo paterno o materno. Más aún, el mandamiento
de Jesús de "amamos los unos a los otros como yo os he amado" es una llamada a abrir nuestros
corazones a los demás para que encuentren solaz en nuestro afecto y calidez.
La sexualidad y la intimidad
Nuestros esfuerzos por amamos no pueden excluir a la sexualidad, nuestro yo encarnado. Una
espiritualidad que niegue al cuerpo, como si no tuviera importancia alguna en la vida del amor a Dios y
a los demás, da lugar a una división que acaba por mutilar nuestro crecimiento espiritual. Igualmente
dañinas son las actitudes que oponen el cuerpo al "espíritu, fomentando la convicción de que la
sensualidad y la sexualidad son actitudes anticristianas e incluso pecaminosas. Lejos de eso, una
espiritualidad cristiana global considera que la sexualidad está intrínsecamente relacionada con nuestra
capacidad para amar porque nuestra relación con el prójimo se lleva a cabo en calidad de personas
corpóreas y tiene lugar entre seres sexuales. Muchos de cuantos crecimos en ambientes que cultivaban el
temor a La sexualidad por tratarse de algo "sucio" o "reprobable," nos acercamos al mundo de la
sexualidad como si fuera algo que no tuviera nada que ver con nosotros. A menudo nuestra sexualidad
está confinada a la sombra, donde se ve rechazada y condenada al exilio, lo que hace que nuestros
corazones se enfríen y resulte imposible una entrega generosa y gozosa.
Toda la cuestión de la sexualidad está rodeada de ansiedad, prejuicios, culpa y una absoluta
ignorancia, hasta el punto de que tenemos que acordamos una y otra vez del verdadero sentido de la
encamación, esto es, que Dios se hizo carne para ser uno con nosotros. Cristo, la Palabra hecha carne,
estableció su hogar en el cuerpo humano que también es para nosotros nuestro hogar. Cuando
negamos la bondad de nuestros cuerpos, estamos rechazando a Dios, que escogió tener un cuerpo.
Aunque la sexualidad de Jesús no se menciona de forma explícita en los Evangelios, no debemos
pensar por ello que Jesús no fue tan humano como nosotros o que fue un ser asexuado, con mayor
proporción de espíritu que de cuerpo. Por el contrario, el retrato que tenemos de Jesús a través de los
Evangelios refleja la figura de un hombre cuya sexualidad irradiaba hacia los demás, incorporándolos
en una vinculación íntima con su persona. Con frecuencia, movido por la compasión, se acercaba
espontáneamente a tocarles (Me 1, 42), á darles de comer (Me 6, 30-34), o los abrazaba (Me 10,16)
dando muestras de un amor tan gTande que necesitaba ser expresado más allá de las palabras, con
todo el cuerpo. Como seguidores de Jesús, la sexualidad tiene una importancia central en nuestro viaje
hacia la integración y la santidad. Tan sólo cuando nos sintamos en casa en nuestro cuerpo, aceptando
la gracia que supone sabemos seres sexuales, seremos capaces de abordar
libre y confiadamente las relaciones y compromisos que acompañan a la vivencia del amor.
34 C. G. Jung, The Development of Personality: Papers on Child Psychology, Education and Related Subjects, trans. R.F.C. Hull
(Princeton, NJ: Princeton University Press, 1981), 198.
sobre nosotros. Eso es lo que ocurre cuando nos enamoramos. Las personas que encontramos
fascinantes estimulan algo en nuestra propia psique que quiere cobrar vida.
Las relaciones heterosexuales suelen estar incitadas por proyecciones de tipo anima o animus.
Cuando nos enamoramos por primera vez de una persona, por lo general nos atrae más la imagen
proyectada de la otra persona que la verdadera persona de carne y hueso. Una relación genuina, sin
embargo, no se desarrollará mientras permanezcan intactas nuestras proyecciones. La relación carecerá
de auténtico amor humano en la misma medida en que descanse en nuestras proyecciones. "Amar a una
persona que no conocemos
como persona, sino por la que sentimos atracción debido a que refleja la imagen de la bondad que
encierra nuestra alma," sostiene John Stanford, "equivale a decir, en cierto modo, que nos hemos
enamorado de nosotros mismos más que de la otra persona."* El verdadero amor comienza cuando
conocemos a la otra persona como el ser humano que es, y a partir de ahí nace nuestro cariño por ella.
Las proyecciones distorsionan la realidad de la otra persona, que de hecho puede ser muy distinta a
la imagen que podamos fabricar de la misma. Hasta que no seamos capaces de reconocer y de
renunciar a tales proyecciones, sufriremos los efectos de entablar pseudorelaciones, sintiéndonos
defraudados en nuestras expectativas y engañados por la otra persona cuando ésta no se comporte de
acuerdo a la imagen que teníamos de ella. Cuanto más fantasiosas nuestras expectativas, mayores serán
los desengaños, hasta que finalmente nos veamos obligados a mirar a la otra persona tal y como es, sin
proyección alguna. Eso no es en absoluto fácil y a menudo sólo se consigue a base de mucho esfuerzo y
sufrimiento. Y no sólo porque tengamos que damos cuenta de las ilusiones que albergábamos respecto
a la otra persona sino porque también tenemos que tratar de hallar en nuestro interior lo que
buscábamos en ella. Si no confrontamos nuestra anima o animus y establecemos una relación viva y
creciente con ellos, continuaremos proyectando nuestro "otro yo" interior sobre el otro sexo.
mente así como con la capacidad de autoafirmarnos y de tomar postura. El anima, p>or otra parte,
representa el potencial humano para la receptividad y nos abre al mundo de las emociones y de las
relaciones. Normalmente, la individuación de la mujer requiere la integración del animus, y la de un
varón, la del anima. Pero hay hombres que, debido a su formación o a factores culturales, mantienen
mejor relación con su anima que con su animus y mujeres a las que les sucede otro tanto con su animus.
En cualquier caso, la individuación requiere que integremos toda la potencialidad humaría que de una
u otra forma hemos llegado a rechazar. .
Tanto si somos varones como mujeres, todos poseemos los mismos atributos e impulsos humanos, y
nuestras motivaciones en ambos casos necesitan encontrar cauces de expresión. Cuando no nos
relacionamos con todo ello de una forma consciente, nuestras personalidades se resienten porque el
desarrollo queda detenido. Por ejemplo, una mujer que no actualice al menos en un grado mínimo parte
de su potencial de autoafirmación e independencia (animus) quedará atrapada en el estereotipo de la
figura dulce, amante y maternal de la mujer, cuyos pensamientos no son sino un reflejo, sin filtro crítico
alguno, de lo que oye decir a las "autoridades" (usualmente masculinas). En otras palabras, no sabrá qué
es lo que piensa y siente por sí misma, ni podrá decir "no" a nada ni a nadie, porque no habrá marcado
los límites que se establecen cuando alguien se conoce a sí mismo. Y a su vez, si un hombre no puede
integrar siquiera mínimamente su anima acabará por forjar una personalidad en la que toda sea cabeza
y no haya lugar para el corazón. Quizás tenga éxito si posee ambición, inteligencia y agresividad, pero
su desarrollo emocional y su capacidad de relacionarse con los demás quedarán reducidas a la mínima
expresión.
Una buena relación con el anima y con el animus trae una sensación de plenitud y nos libera de la
dependencia del sexo opuesto. Muchos conflictos y frustraciones en las relaciones entre los distintos
sexos surgen debido a expectativas inconscientes para que el otro supla nuestras carencias. Eso es espe-
cialmente notable en las mujeres que esperan que los hombres se comporten como "rocas", verdaderos
héroes que les rescaten de su infortunio; o en los hombres que esperan que las mujeres se comporten
como la "madre tierra", siempre disponibles para ellos cuando las reclaman y dispuestas a saciar todas
sus necesidades físicas y emocionales. Sin embargo, las relaciones íntimas son más plenas y menos
estresantes cuando las mujeres desarrollan su propia fuerza e independencia en lugar de esperar a que
los hombres desarrollen tales cualidades y cuando los hombres, por su parte, despliegan a conciencia su
caudal emocional y son sensibles a la hora de responder en vez de esperar que sean las mujeres las que
cubran esas áreas de su vida. Ese desarrollo psicológico libera a las relaciones de todo el peso de las
proyecciones inconscientes y deja espacio para que se den relaciones ecuánimes y recíprocas.
Cuando "nos trabajamos", nuestra capacidad de relacionamos con los demás experimenta una
mejoría; cuando "trabajamos" nuestras relaciones y los elementos inconscientes que influyen en ellas,
aceleramos nuestro desarrollo personal. Las "cosas de la vida" tienen lugar entre las personas. Y
cuando una relación humana es importante para nosotros, si hemos invertido la energía de nuestras
emociones y de nuestra libido en ella, esa relación puede erigirse en un vehículo de crecimiento y de
individuación psicológicos. La individuación, el proceso de llegar a ser el ser irreductible que somos,
no puede tener lugar en una cámara de vacío. Los asuntos del corazón, aún cuando no sean
correspondidos, ponen en marcha un proceso psicológico de desarrollo interno. Mantener alguna
relación hace que nuestros límites se expandan, obligándonos a dejar a un lado defensas e inercias
cómodas. Las interacciones, el dar y tomar, de los contactos íntimos, exigen abordar con honestidad
nuestros sentimientos, necesidades y deseos, y enfrentamos a conflictos y malentendidos inevitables, y
al mismo tiempo quedar
expuestos a aspectos hasta ese momento desconocidos de
nosotros mismos. En palabras de un psicólogo: "Las relaciones íntimas exigen siempre que
renunciemos a algo que valoramos en mucho: cierta privacidad, preferencias, o formas de evitar la
indefensión. Nos obligan a dar un salto por encima de la forma convencional de proteger nuestro
terreno personal."7 Sólo otro ser humano puede hacemos caer en la cuenta de cuántos aspectos
insospechados encierra nuestro yo. Puesto que las relaciones humanas involucran valores, deseos, y
emociones reales, son capaces de producir una gran transformación psicológica y espiritual.
Además de transformadoras, las relaciones amorosas también son asertivas. Estar enamorados es
una de las cosas más maravillosas de la vida. Cuando se está enamorado todo cobra un sentido nuevo.
La vida deja de ser algo ordinario y prosaico para convertirse en algo emocionante y henchido de
posibilidades. Ser el objeto del amor y devoción de alguien cambia profundamente el sentido de
nuestro yo y nos permite tener un atisbo de quiénes somos de verdad a los ojos de nuestro Creador. Lo
mejor de nosotros sale a relucir y es que, de hecho, es el amor de la persona amada lo que hace expone
a la luz todo lo bueno al permitir que nuestros mayores potenciales tomen forma. En eso reside el
poder oculto del amor, en que se nos da la visión para reconocer algo en el otro que quizás esa persona
hubiera intuido pero que jamás hubiera podido llegar a conocer de no haber sido por la plena
confirmación de nuestro amor.
En los estadios tempranos del amor proyectamos sobre la persona amada no sólo nuestras
carencias sino lo que de una * forma intuitiva apreciamos en aquélla. El amado es algo más que un
espejo en el que descubrirnos; mediante la visión que nos da el amor, vemos con la imaginación todo lo
mejor del ser amado y lo proyectamos sobre éste, comunicándole la sensación real de que esos
potenciales pueden llegar a Actualizarse. Por eso las personas enamoradas ven en su ser amado cosas
que los demás no son capaces de percibir, No es del todo cierto que "el amor sea ciego" porque, en
efecto, puede proporcionarnos esa clase de visión profunda que nos permite reconocer lo más hondo
de la persona amada. Y como la escritora junguiana Verena Kast declara: "en ese estado de amor,
perdemos el miedo a todo y nos sentimos capaces de donarlo todo; esos sentimientos pueden hacer
que las fantasías de la relación cobren vida y de ese modo intensificar el amor."' La idealización que
acompaña al enamoramiento refuerza nuestra autoestima y nos confiere un sentido de valía y de
bienestar que nos hace crecer por encima de nuestros propios límites.
Las relaciones inclusivas, ya sea en el ámbito del matrimonio, en las comunidades cristianas o en el
terreno de la amistad, implican el triple compromiso de "amar, honrar y obedecer," para acudir a las
palabras familiares de la promesa matrimonial. "Amar" significa hacerlo como Dios, del todo y sin
reservas. "Honrar" quiere decir respetar la libertad y la integridad del otro y no juzgar lo que no
comprendemos. "Obedecer" se refiere a escuchar y responder con sinceridad y honestidad a la verdad
de la otra persona. Este compromiso interno ha de adquirirse al mismo tiempo con uno mismo. Porque
si no nos relacionamos con nosotros mismos con amor, obediencia y respetando el ser único que somos,
jamás podremos hacerlo con ninguna otra persona.
A fin de que una relación sea un verdadero cauce de crecimiento, ésta tiene que estar dispuesta a
aguantar los malos momentos que todas las relaciones inevitablemente tienen que atravesar. Una
relación que florezca cuando las cosas van bien pero que haga aguas cuando surgen las dificultades, es
una fabricación endeble y sin consistencia. El analista jun- guiano Adolf Guggenbühl-Craig distingue
dos actitudes muy distintas frente a las relaciones íntimas.* La primera y más extendida es que las
relaciones matrimoniales, comunitarias o amistosas, habrían de ser placenteras y gratificantes. Esta
visión, que reduce la meta de la relación al bienestar, da prioridad a la comodidad, a todo lo que es
fácil y a la felicidad inmediata por encima de todo lo demás. Busca evitar el dolor y la incomodidad
que suelen darse en las relaciones y huye del compromiso cuando las cosas comienzan a ponerse feas.
La gente que sólo tiene ese tipo de motivación suele mariposear de relación en relación a la búsqueda
de personas que no les carguen con asuntos y sentimientos "molestos" y "poco importantes" sino que
puedan satisfacer sus deseos egocéntricos.
La segunda actitud, por el contrario, supone asumir que las relaciones son una vía para ganar
conciencia y alcanzar la individuación. Bajo este punto de vista, las relaciones sirven
a un propósito espiritual: obtener la salvación comprometiéndose de lleno en lo bueno y en lo malo. Esta
noción central al cristianismo sugiere que la obra creativa y salvífica del matrimonio o de cualquier otra
relación comprometida reside en aceptar el gozo y el sufrimiento, la alegría y el dolor, las luces y las
sombras..., en definitiva, el conflicto y la armonía que constituyen las polaridades de la vida.
El sacrificio en aras de la totalidad
Las relaciones íntimas no tienen porque ser exclusivamente reconfortantes y armoniosas; más bien,
lo que importa es que sean cauces para la individuación de tal manera que, mediante la convivencia
prolongada, hagan posible aprender a conocerse mejor y ganar una nueva comprensión sobre el mundo,
el bien y el mal y los picos y valles de la vida. La espiritualidad cristiana de carácter holístico concibe la
metanoia y el sacrificio como elementos indispensables para alcanzar la integridad y la salvación. A fin
de convertimos en las personas que Dios nos ha llamado a ser, tenemos que estar dispuestos,
paradójicamente, a renunciar o a sacrificar algunas partes de nosotros mismos, tal y como refleja dra-
máticamente la historia del sacrificio de Isaac. El sacrificio difiere del martirio en la medida en que se
escoge libremente en aras de la totalidad. Por ejemplo, en el roce continuo que comporta la vida
matrimonial, los esposos suelen tropezar continuamente con zonas de su inconsciente que producen
daño en el otro sin la menor intención. Cuando se lanzan reproches por esos rasgos o cualidades que
causan sufrimiento a alguno de los dos esposos, ambos se ven obligados a revisar su comportamiento
con suma honestidad. Eso proporciona a las parejas casadas la oportunidad de darse cuenta de las
manifestaciones de la sombra que tan sólo pueden verse expuestas cuando el marido o la mujer se hacen
eco de
ellas al sufrir su irrupción en el curso de la convivencia. Si
ambos valoran la relación por encima de su propia autoima- gen y están auténticamente
comprometidos a amarse, honrarse y obedecerse, se mostrarán receptivos a las objeciones del otro y
reconocerán aquellos aspectos de la sombra que les han producido dolor. El apego egoísta a la propia
imagen es contraproducente en las relaciones en que se quiere crecer en intimidad. Admitir que
podemos haber herido a la persona que amamos de forma inconsciente exige el sacrificio de nuestro
ego y la determinación de cambiar haciéndonos conscientes de esa fuente de malestar. Si estimamos
las relaciones íntimas únicamente cuando nos traen felicidad y bienestar, éstas siempre tendrán pies
de barro. Pero si por el contrario valoramos nuestras relaciones porque vemos en ellas la forja de la
santidad y de la totalidad, tendremos la perseverancia y el coraje de "seguir en medio de" y "trabajar
con" las dificultades que surjan. De esa forma, las relaciones íntimas harán que tanto nuestro
conocimiento como el amor que sentimos se expandan insospechadamente.
Un episodio de la novela Las Virtudes Cardinales, del novelista Andrew Greeley, subraya de una
manera deliciosa de qué forma el matrimonio puede ser un cauce duradero para el crecimiento y cómo
Dios, el Creador de la Tierra, también está íntimamente implicado en las luchas que son arte y parte de
cualquier relación comprometida. En la novela, un sacerdote, durante la celebración de un matrimonio,
relata por qué el Creador hizo las fresas: "Érase una vez, hace mucho tiempo", comenzó con acento
rural, "el primer hombre y la primera mujer vivían juntos y eran felices"'* y el Creador, un buen amigo
suyo, les visitaba con frecuencia en su pequeña casa a orillas del bosque. De vez en cuando discutían,
pero nunca era nada serio. Un día, "una auténtica pelea" comenzó
a caldear sus ánimos y ambos la emprendieron con ira discutiendo sobre quién había comenzado la
discusión y después sobre qué es lo que la había provocado. Finalmente, la primera mujer, hecha una
fiera, salió gritando: "no eres más que un bocazas" y "estoy harta de ti". Absolutamente fuera de sí, salió
corriendo a través de los campos, cruzó el valle y atravesó la montaña, sin mirar atrás ni por un solo
instante. Inicialmente, el primer hombre suspiró con alivio, pensando que al fin podría disfrutar de un
poco de paz y sosiego. Pero en cuanto el sol se puso, el alivio del hombre dio paso a una enorme tristeza
al ver la casa vacía. Aün cuando su estómago estaba rugiendo, se sentía demasiado mal a causa de la
soledad como para comer e intentó huir de sti soledad mediante el sueño. Pero la cama estaba tan fría
que no pudo pegar ojo. Cuando al fin llegó la mañana, el primer hombre se quedó sorprendido ante la
visita de su Creador, que inmediatamente pregunto por ella. "¡Ah, Reverencia! se fue, salió corriendo
lejos de mí", replicó el primer hombre a la defensiva. Al preguntarle por qué, tartamudeó hasta que
finalmente admitió: "Para decir la verdad. Reverencia, no me acuerdo". Al ver el aspecto tan desolado
que ofrecía el primer hombre, el Creador le dijo: "Bueno, hombre, sal corriendo. Ve tras su busca y
pídele que regrese." El primer hombre saltó ante la idea, pero pronto quedó desalentado por verse
incapaz de hacer que regresara la primera mujer, que había salido como una flecha. De todas formas,
como el Creador le animó, se fue volando, cruzó los campos y pasó el valle y la montaña.
Adelantándose a él, el Creador vio a la primera mujer que seguía corriendo a toda velocidad y se
dio cuenta de que tendría que acudir a alguna estratagema para que el primer ^ hombre pudiera
alcanzarla. Con destreza divina, el Creador interpuso en su camino la espesura de un bosque. De poco
sirvió, sin embargo, porque ella lo atravesó disparada y sin enmarañarse en lo más mínimo. El Creador
de la Tierra, pensando que la mujer ya debía estar hambrienta, plantó raudo
un huerto de frutas en su trayecto. Pero la mujer no perdió el tiempo deteniéndose a comer. Cogió la
fruta al vuelo y la comió sin detener su carrera.
Finamente, el Creador sonrió y se dio cuenta de que tendría que acudir a su recurso mejor guardado
para detener la velocidad de la primera mujer. Así que... ¡zap!... he aquí un seto con fresas, lleno de
hermosísimas flores blancas y maravillosas fresas rojas. La primera mujer quedó fascinada al ver que las
fresas tenían la misma forma y color que el corazón humano. Tocando una fresa, pensó que se parecía a
un corazón, suave y a la vez firme. A continuación, probó una. "Hmmm", dijo la primera mujer, "es lo
más sabroso del mundo. Bueno... salvo el amor humano." Y así, mientras comía la fresa y pensaba en la
maravilla del amor humano, su mente se dirigió al primer hombre. "¡Ah, pobre hombre!", pensó. "Está
intentando alcanzarme y cuando llegue seguro que está medio muerto de hambre. Ya sé lo que haré.
Cogeré algunas fresas más y cuando me alcance las compartiremos. Después, volveremos a casa juntos."
El primer hombre al fin dio alcance a la primera mujer y finalmente los dos comieron juntos las fresas.
Entonces, cogidos de la mano, y con el Creador sonriendo tras ellos, regresaron de nuevo a casa.
A modo de conclusión para los recién casados, el sacerdote les dijo: "Ahora os advierto... de ahora en
adelante cada vez que comáis fresas... acordaos de mi historia y no olvidéis que lo único que supera al
sabor de las fresas es el amor humano. Y preguntaos... ¿acaso hay alguien que está intentando darme
alcance? ¿o quizás debería esperar a que me alcance quien me busca?"
Una relación inclusiva, basada en el compromiso y la espera mutua, es un don a la vez que una obra
creativa. No podemos simplemente esperar que algo así suceda. Pero en nuestras manos está el
permanecer abiertos, dispuestos a buscar ocasiones propicias para crear relaciones y dar la bienvenida a
quienes nos hagan ir más allá de nosotros mismos.
Las relaciones inclusivas no tienen por qué ser siempre románticas, aunque el matrimonio es la relación
en la que eso puede ocurrirles a muchas personas. Las amistades, las relaciones terapéuticas y las
comunidades intencionales, siempre que sus miembros compartan el compromiso de crecer juntos,
también esconden el potencial de proporcionar cauces idóneos para la maduración.
35 Life as Prayer and Other Writings of Evelyn Underhill, ed. Lucy Menzies (Harrisburg, PA: Morehouse Publishing, 1991),
23.
demás."" Por tanto, las amistades íntimas,, que encarnan el amor de Cristo, pueden ser para nosotros un
templo en el que contemplar el rostro de Dios.
La comprensión de Heliwig queda ilustrada bellamente en una historia que muestra el amor de dos
hermanos que hicieron de su relación íntima un templo en el que Dios se dio a conocer:
En tiempos inmemoriales, cuando el mundo aún era joven, dos hermanos compartían un campo y un
molino, y cada noche dividían con ecuanimidad el grano que habían molido durante el día. Un
hermano vivía solo; el otro tenía una esposa y familia numerosa. Así que un día pensó: "No está bien
que divida el grano a partes iguales. Yo tan sólo he de cuidar de mí, pero mi hermano tiene que dar
de comer a su prole." Y a partir de entonces todas las noches iba en secreto hasta el granero de su
hermano y en secreto le llevaba más grano para que nunca le faltara.
Pero el hermano casado un día pensó: "No está bien que divida el grano a partes iguales, porque
tengo hijos que cuidarán de mí cuando sea anciano, pero mi hermano no tiene descendencia. ¿Qué
hará cuando se haga viejo?" Así que cada noche llevaba secretamente parte de su grano al granero de
su hermano. Resultó que los dos encontraban su ración de grano llena, de una forma misteriosa,
todas las mañanas.
Una noche se cruzaron a mitad de camino entre las dos casas, y dándose cuenta de repente de lo que
estaba pasando, se abrazaron con afecto. El caso es que Dios presenció su encuentro y proclamó:
"Éste es un lugar
rilll »*_•!_»l^bU WVIVlfciVIl
santo, un lugar lleno de amor, y aquí es donde construiré mi templo." Y así sucedió. El lugar
santo, el templo en el que Dios se da a conocer a las personas, es el lugar en el que los seres
humanos descubren su amor mutuo.36
La intimidad es el recinto de la revelación divina porque, como esta historia pone de manifiesto,
Dios, que es Amor encamado, se encuentra en la experiencia encarnada del amor humano. La intimidad
humana también es una escuela de amor que prepara nuestros corazones para la intimidad eterna con
Dios. Las relaciones íntimas, con todas sus alegrías y sus penas, son un crisol de totalidad cuando hacen
más honda nuestra capacidad de amor con integridad y fidelidad y nos enseñan a amar como Jesús nos
amó.
1. Comenta la relación entre la intimidad y la vida cristiana. ¿Qué relación guardan la sexualidad y
la espiritualidad?
2. ¿Qué es lo que, conforme a tu personalidad y experiencia pasada, te ayuda a establecer y
disfrutar de relaciones íntimas? ¿Qué es lo que hace que la intimidad te resulte difícil y problemática?
3. Comenta de qué modo las proyecciones (tanto las de la sombra como las del anima o animus)
producen problemas en las relaciones íntimas. ¿Cómo puede abordar una relación inclusiva esas
proyecciones de forma constructiva?
36 Belden C. Lane, "Rabbinical Stories: A Primer on Theological Method", Christian Century, 16 December
1981,1307-08.
COMPASIÓN Y COLABORACIÓN: AMAR CON TODO EL SER
8
Damos testimonio de la presencia compasiva de Dios en el mundo por el modo en que vivimos y traba/amos juntos- La compasión
siempre se revela en la comunidad, en una forma nueva de estar juntos.37
Donald McNeiU - Douglas Morrison Henri No inven COMPASIÓN
Lágrimas de vergüenza y culpa rodaban por su rostro, mientras salía corriendo del patio de la
casa del sumo sacerdote donde Jesús estaba detenido. "¿Cómo pudiste haber traicionado a tu amigo
Jesús de urta forma tan baja?", le preguntaba una severa voz interior. Muy poco antes, el mero
pensamiento de abandonar a su suerte a Jesús le había resultado del todo imposible. Las palabras
que había dirigido a
Jesús, pronunciadas con tanta confianza, ahora le perseguían: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo
hasta la cárcel y la muerte" (Le 22,34).
Pero tal y como Jesús le había anunciado, terminaría por negar al Señor tres veces esa noche. Había
sucedido tan rápido, pensó Pedro. Primero, se encontró que caminaba con cautela hacia el patio.
Después, al darse cuenta de que le habían reconocido como seguidor de Jesús, se le ocurrió que él
mismo se hallaba en peligro. V entonces es cuando la gente empezó a lanzarle imprecaciones en voz
alta: "También tú estabas con Jesús, el nazareno" (Me 15,68). Se sentía cada vez más tenso. Cuanto más
le presionaba la gente, más enfática se hacía su negación. En cuestión de minutos, lo que empezara
siendo una tímida negativa había crecido hasta convertirse en un juramento en voz alta: "No conozco a
ese hombre" (Mt 26, 74). A pesar de recordar la veloz secuencia de acontecimientos, el dolor amargo
por no haberle sido fiel ponía un nudo en su estómago y vencía todo su ser llenándolo de sentimientos
deprimentes. Pedro se dio cuenta más tarde que la mirada de Jesús en el patio cuando se volvió hacia
él, tan llena de compasión, es lo que le había hecho darse plena cuenta de lo terrible de su acción pero,
pese a ello, Jesús le comprendía y le perdonaba. Al evocarlo con claridad, se deshizo en lágrimas.
El hecho de que los cuatro Evangelios relaten la negación de Pedro indica que, desde sus orígenes, la
iglesia reconoció, y no encubrió, la deficiencia de su primer pastor. De alguna forma, eso les fortalecía
en vez de escandalizarlos. La experiencia de Pedro era un modo de reconocer que equivocarse es
humano y que siempre hay una oportunidad de perdón. Es muy posible que fuera el mismo Pedro
quien difundiera la noticia de su traición mientras intentaba infatigablemente reconfortar a sus
hermanos y hermanas en sus luchas, tal y como Jesús le había pedido que hiciera. "¡Simón, Simón!
Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no
desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Le 22, 31-33). Así como los primeros
cristianos vieron en el pecado de Adán una "caída feliz", porque fue lo que propició la venida del
Salvador, también consideraron que la falta de Pedro era una "felix culpa," pues ella les dio un guía
37 D. P. McNeill, D. A. Morrison, and H. J. M. Nouwen, Compassion: A Reflection on the Christian Life (New
York: Doubleday & Company, 1981), 50, 51.
compasivo. Pedro se vio obligado a confrontar su sombra y como resultado se convirtió en una
persona humilde y misericordiosa.
El trabajo de la sombra que hemos descrito en este libro resulta central para el desarrollo
espiritual porque el amor compasivo constituye el núcleo mismo del discipulado cristiano. Imitar a
Jesús equivale a amar con compasión. El ruego de los indivjduos y de los grupos siempre conmovió el
corazón de Jesús y le empujó a acercarse hasta ellos, siendo portador de sanación, perdón y nuevas
fuerzas. Por ejemplo, una vez un leproso se acercó a Jesús, suplicándole que le curara (Me 1, 40-45).
Jesús se detuvo a contemplar la realidad de ese suplicante afligido, prestando mucha atención a sus
palabras y a sus actos. Entonces, compadecido, se acercó a tocar a la persona enferma. El toque
terapéutico de Jesús brotó de un corazón lleno de misericordia. Esa respuesta al leproso, apartado de
la sociedad debido a su mal, era típica en Jesús. Otros marginados de su tiempo: mujeres, extranjeros,
recaudadores de impuestos y prostitutas, fueron igualmente C ijeto de la compasión de Jesús, a pesar
de que sus líderes religiosos les hubieran negado acceso a los canales oficiales de curación y
reconciliación.
Las necesidades de los grupos también movían a Jesús a obrar de forma compasiva. En los dos
relatos de Marcos de la multiplicación de los panes y de los peces (Me 6, 30-44 y 8, 1-10), fue la
compasión de Jesús la que le hizo intervenir. Al volver su vista sobre la multitud hambrienta que se
había congregado para recibir el alimento de su palabra, les dijo a sus discípulos: "Me da lástima esta
gente, porque hace ya tres día permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los des- , pido en
ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos."38 (Me 8,2-4). El
primer
relato del milagro de los peces dice que Jesús mandó a sus discípulos "que se acomodaran todos por
grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta." (Me 6,38-41). Según
el investigador de las Escrituras Edward J. Mally, esa afirmación "es posiblemente una alusión a la
distribución que hizo Moisés de los israelitas en grupos... (Éx 18, 25; Dt 1,15)", y al maná del cielo que
recibían los israelitas como alimento en el desierto. La compasión de Jesús al saciar a la muchedumbre
se parece a la compasión de Yahvéh al dar de comer al pueblo liberado de los israelitas mientras huían
de Egipto en medio de peligros por el desierto. Ese parecido no puede sorprendernos puesto que la
misión de Jesús fue precisamente la de encarnar la misericordia de Dios.
-2. Edward J. Mally, S.J., "The Gospel According to Mark", The Jerome Biblical Commentary (Englewood Cliffs, NJ:
Prentice-Hall Inc., 1968), Vol. II: 35.
Jesús, la compasión de Dios
39 St. Ignatius of Loyola, The Spiritual Exercises af St. Ignatius, de. L. J-, Pubi (Chicago: Loyola University Press,
1951), # 103 [N. del T.: La versión en castellano de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola puede
leerse en Sal Terrae, Santander, 1986)
sentía culpable por lo que había hecho, aunque a la vez se había visto inclinada a hacer lo que pudiera
para infundir confianza al joven que llamaba a su madre. Salió de la iglesia en paz, pues el sacerdote le
aseguró que no sólo no había hecho nada malo sino que, en realidad, había respondido tal y cómo
Cristo quería. Como Jesús, también ella había traído a la tierra la compasión de Dios por el prójimo.
La comunidad hace posible la compasión
Abandonados a nosotros mismos como individuos, no tenemos forma alguna de seguir ofreciendo
la respuesta compasiva de Cristo ante las heridas de la humanidad. Sólo si actuamos juntos de forma
comunitaria podremos abrigar esperanzas de poder hacerlo. Solos, nos sentiremos abrumados ,e
impotentes, tal vez desalentados y deprimidos, a la hora de afrontar la extraordinaria magnitud del
sufrimiento humano. La comunidad es la realidad que nos permite ver la enormidad del dolor que asóla
a nuestro mundo y la que nos mueve a responder con compasión de la misma forma que respondió
Jesús ante la multitud hambrienta. Mediante la multiplicación de los panes, Jesús enseñó a sus
discípulos una lección valiosa: la comunidad, ese espacio en el que crear y compartir genera
abundancia, "es el contexto en el que la abundancia puede sustituir a la escasez."40 A la vista de la can-
tidad limitada de alimento, reducida a tan sólo cinco panes y dos peces, la respuesta inicial de los
discípulos al problema de la multitud hambrienta fue: "Despídelos para que vayan a las aldeas y
pueblos del contorno a comprarse de comer" (Me 6, 35-37). Pero en lugar de eso Jesús dio instrucciones a
los discípulos para que dividieran a la multitud en pequeños grupos dentro de los cuales pudieran salir
de su anonimato y encontrarse con otros que compartían sus mismas carencias. El contacto directo con
los otros, que se hallaban en la misma situación, marcó una diferencia decisiva, tal y como señala Parker
Palmer:
Hoy, cuando el constante bombardeo de la cobertura de noticias por medios de difusión electrónicos
puede abrumarnos con las dificultades y tragedias de todo el planeta, nos sentimos como los discípulos,
y también nosotros tenemos la sensación de que sencillamente es imposible atender todas las
demandas. Bastante tenemos con ocuparnos de los problemas cotidianos en nuestro propio círculo de
amigos y familiares. Sin embargo, con el apoyo de la comunidad cristiana, podemos contribuir a aliviar
el dolor de la familia humana sin necesidad de huir o de mostrarnos airados por vemos impotentes,
porque en la comunidad experimentamos la fuerza y el poder que vienen de aunar todos los recursos.4
La comunidad se beneficia de los dones y carismas diversos de cada miembro cuya unión forma el
cuerpo de Cristo y al tiempo nos permite salir al encuentro de los demás con la misma compasión que
Jesús. Sin la comunidad, tan sólo experimentaremos el sufrimiento de los otros como un peso aplastante
y abrumador.
La comunidad y la colaboración
Para que una comunidad funcione como un instrumento eficaz de la compasión de Dios, resulta de
vital importancia que se de un clima de colaboración entre los miembros de la
Ministerio: Compartir la acción de Dios. Cada uno de nosotros tiene algo que ofrecer al esfuerzo de la
comunidad cristiana por encarnar la compasión de Jesús. Damos cuenta de eso tiene como resultado no
incurrir en ese énfasis elitista de creemos parte "de esos pocos escogidos" y en vez de ello desplazar el
acento hacia la afirmación de que "muchos son los llamados." De hecho, lo cierto es que todos estamos
llamados a compartir la misión de Jesús como un derecho bautismal. En sus Ejercicios Espirituales, San
Ignacio de Loyola nos dice que vivimos en un mundo impregnado de la presencia de Dios. La realidad
está por completo infundida de divinidad. Y lo que es más, la presencia de Dios en su creación no es
inerte sino dinámica. San Ignacio insta a las personas que están efectuando los Ejercicios Espirituales a
"considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas cosas cría- das sobre la faz de la tierra."" Dios
está siempre en medio de nosotros obrando en favor nuestro: "en los cielos, elementos, plantas, fructos,
ganados, etc., dando ser, conservando, veje- tando y sensando, etc." [236] Esta continua labor de Dios en
el mundo constituye la esencia del ministerio. Si concebimos esa gracia como la acción permanente de
Dios en todo el mundo, se nos hará evidente por qué San Ignacio nos enseñaba a "orar como si todo
dependiera de ti y a obrar como si todo dependiera de Dios."42 El centro de atención de todo nuestro
ministerio debería ser Dios, no nosotros. Somos instrumentos de la acción de Dios porque Él así lo ha
querido. Dios nos invita a dar forma humana a la presencia y amor divinos que abundan en cada rincón
de la creación. Estamos llamados a ser, en las palabras de Ignacio, "contemplativos en medio de la
acción", personas con una especial facilidad para ver a Dios en todas las cosas.
41 Adaptado de Brian Cavanaugh, More Sower's Seeds: Second Planting (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1992), 37.
42 mente a través de Dios.'" Según Smith: "Se puede debatir el sentido de esa.versión completa, pero... creo que la
versión simplificada capta de forma adecuada su sentido." Francis R. Smith, S.J., "The Religious Experience of
Ignatius of Loyola and the Mission of Jesuit Higher Education Today" (comunicación presentada con ocasión del
"Fourth Institute on Jesuit Higher Education," University of San Francisco, CA, June 6-9,1990), 2-3.
Ministerio: Estamos situados íntimamente con el Hijo. Otra imagen ignaciana del ministerio en favor de la
colaboración es la de que "estamos situados" con el Padre junto a Jesús cuando el Hijo carga con la cruz.
Jesús, con la cruz a cuestas, simboliza la presencia redentora de Cristo en nuestros días. Al quedar
ubicados en íntima yuxtaposición con Jesús mientras carga la cruz sobre sus espaldas, recibimos el don
de compartir su obra salvífica. Esta imagen del ministerio procede de la experiencia religiosa de San
Ignacio en una pequeña capilla llamada La Storta, a unas diez millas a las afueras de Roma. Cuando se
dirigía a Roma a consultar con el Papa de qué manera podrían rendir mejor servicio a la iglesia él y su
recién formado grupo de jesuítas, sintió cómo su petición de servir a Jesús le era concedida al oír al
Padre decir a Jesús mientras acarreaba la cruz: "Es voluntad mía que tomes a ese hombre (refiriéndose a
Ignacio) como siervo tuyo" para oír a continuación a Jesús mismo que le decía: "Es mi voluntad que nos
sirvas."43 La experiencia de Ignacio de sentirse escogido por Dios para ser su siervo se parece a la
experiencia que San Pablo tenía de sí mismo como escogido para ser siervo de Dios (2 Cor 6, 3 y
siguientes) y ministro de Cristo (2 Cor 11,23).
Las dos imágenes del ministerio, una como la obra presente de Dios en bien de toda la creación y la
otra como una forma de llevar la Cruz junto a Jesús subrayan la naturaleza esencial del ministerio: se
trata ante todo de algo que procede Dios. Estrictamente hablando, la expresión "ministerio cooperativo"
es redundante, puesto que todos colaboramos con la obra de Dios. Antes incluso de que los ministros
colaboren entre ellos, son primordialmente, en las palabras de San Pablo, "colaboradores de Cristo" (1
Cor 3,19). Como en rigor el ministerio no es algo que nos pertenezca a nosotros, nada podría justificar
una actitud posesiva que excluyera a los demás.
Ministerio: Recogemos lo que no hemos sembrado. Engarzada en la historia de ese interesante diálogo de
Jesús con la mujer samaritana en el pozo, cual si fuera una perla dentro de la ostra, encontramos la
intuición bíblica de que cualquier forma de ministerio es un don de Dios. Juan evangelista construyó
con suma inteligencia la estructura global de ese diálogo para dejar claro que es el Señor quien hace el
trabajo mientras los demás reciben su parte gratuitamente en el reparto de las recompensas.
Un breve análisis literario de ese texto nos ayudará a abrir un tanto la concha que cubre esta pieza
preciosa de sabiduría. El drama comienza cuando Jesús y sus discípulos llegan al pozo de Jacob cerca
de Sicar. Jesús se sienta junto al pozo porque venía fatigado (kekopiakos) del camino (4, 6). Después
sabremos por qué es Jesús el que está cansado. La palabra griega para referirse a la fatiga contiene una
raíz, kop, con dos sentidos diferentes. Uno de ellos es el de "cansado," pero el otro también denota
"labor". La raíz kop, en su segunda acepción vuelve a aparecer (en 4, 38) para formar una inclusión
semítica, un recurso literario (a modo de conclusión de los libros) para proporcionar unidad temática a
un pasaje. Aquí Jesús les dice a los discípulos que son privilegiados porque "yo os he enviado a segar lo
que vosotros no habéis trabajado; Otros trabajaron (kekopiakasin), y vosotros os aprovecháis de su trabajo
(kopon)." Como ellos recogerán lo que no cosecharon, la participación de los discípulos en la obra
apostólica es un don que Jesús les otorga. En este pasaje, el evangelista define a Jesús como aquel que
está cansado(kekopiakos) porque es él quien hace todo el trabajo. Aunque ellos llegaron con Jesús, los
discípulos inmediatamente abandonan la escena para irse a comprar. Su ausencia es notable y se
prolonga durante todo el episodio en el que Jesús se enfrenta con empeño a la mujer samaritana hasta
que le hace tener fe a través de esfuerzos pacientes y laboriosos. Los discípulos vuelven a aparecer en
escena una vez ha finalizado todo el trabajo.
Cuando examinamos el encuentro de Jesús con la mujer, vemos el desafío que éste le presentó a
Jesús. Cuando la encuentra por primera vez, ella carece de fe y de comunidad. Los investigadores
señalan lo inusual de ese momento para acudir al pozo como una indicación de su condición de mar-
ginada de la comunidad. Normalmente esa faena se llevaba a cabo por la mañana o al caer la tarde,
pero nunca en la hora sexta, el momento de más calor de todo el día. La elección de ese momento para
acudir al pozo parece sugerir que ella había ajustado su horario cotidiano de manera que pudiera
43 Jospeh de Guibert, SJ., The Jesuits: Their Spiritual Doctrine and Practice (St. Louis: The Institute of Jesuit
Sources, 1965), 38-39.
evitar el encuentro con otras personas. Al vivir en una situación moral ambigua y vergonzosa,
posiblemente temiera el escarnio de los vecinos y el tipo de reprobación que pudiera dejarla al
descubierto y ponerla en una situación embarazosa. Por eso había calculado su rutina diaria de manera
que pudiera evitar cualquier encuentro y confrontación interpersonales. Mas en su encuentro con
Jesús, Dios echa por tierra todas las estructuras que constreñían su vida. Mediante su contacto cara a
cara con Jesús, el diálogo hizo nacer en ella la fe y la posibilidad de relación. El talante respetuoso,
paciente y sin prejuicios de Jesús deshizo todas las resistencias de la samaritana: "¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" (4, 9), y su carácter taimado: "No tengo marido." (4,
17). De una forma clara, Jesús convirtió a la mujer con su propio esfuerzo perseverante. Los discípulos
ausentes no le fueron de ninguna ayuda. Por eso, a su regreso, cuando vieron a la mujer y a la gente de
aquella ciudad abrazar con entusiasmo el camino de jesús, Él no hizo más que señalar algo obvio: otros
han trabajado lo que ellos tendrán el beneficio de recoger. Compartir el ministerio de Jesús, por lo
tanto, es un don inmerecido que recibimos de Dios, algo que no se debe ni al mérito ni al esfuerzo
propio.
Si el ministerio es ante todo la obra de Dios, es necesario que los cristianos que conforman una
comunidad de ministros formulen preguntas importantes. ¿Qué es lo que quiere Dios en nuestro
mundo de hoy y cómo podemos cooperar con los planes y esperanzas de Dios? ¿Cómo nos uniremos
los cristianos a fin de cumplir los designios de Dios a la vez que somos sensibles a los movimientos de
la gracia que ya están operando en nuestro mundo? Si abordamos estas cuestiones recogiéndonos en
oración y compartiendo honestamente nuestras intuiciones, podremos crear una visión y atisbar un
horizonte comunes que unificarán nuestros esfuerzos y nos servirán de sostén para superar cualquier
posible división.
Lograr una vida equilibrada
Trabajar de forma cooperativa en una comunidad no nos deja exentos de la responsabilidad sobre
nuestro propio crecimiento espiritual, emociona] y psicosexual y de establecer una espiritualidad global
y equilibrada. De hecho, la colaboración convierte la necesidad de enfrentarnos con honestidad a las
cuestiones (le nuestro crecimiento en algo imperativo. Ya que todo lo que tenga que ver con nuestro
crecimiento espiritual incidirá directamente sobre nuestra capacidad de trabajar con otros de manera
más eficaz, nos beneficiaremos enormemente en nuestra convivencia comunitaria si reflexionamos
sobre lo siguiente:
¿Qué es lo que me ayuda y que es lo que me impide colaborar con los demás?
¿Me siento seguro de poder contribuir como un igual, respetando lo que yo mismo y los demás
tenemos que ofrecer en nuestro común empeño? ¿Poseo suficiente estima personal como para poder
afirmar a otras personas y estar satisfecho con cumplir mi parte o tengo que asumir siempre iodas las
responsabilidades?
¿Depende mi propia valoración de hacer siempre las cosas de forma perfecta hasta el punto de no
poder delegar tareas en otras personas? ¿Me hacen mis tendencias perfeccionistas difícil trabajar con
otros al imponer siempre criterios elevados y criticar a quienes no se ajusten a mis normas?
¿Qué hago ante la frustración, la rabia y el conflicto que surgen en algunos trabajos en grupo?
¿Suprimo mis sentimientos? ¿Les doy salida de forma airada y con hostilidad? ¿Me aparto? ¿Adopto
una actitud pasiva y me trago mis sentimientos? ¿Manifiesto mi enojo por medio de una agresión
pasiva, llegando tarde a las reuniones, difundiendo rumores, no cumpliendo compromisos...?
¿De qué forma influyen mis sentimientos sexuales a la hora de trabajar con otras personas? ¿Me
siento cómodo con mi orientación sexual y con mis sentimientos de forma que puedo trabajar sin
problemas y de forma cercana con hombres y mujeres, con hombres y mujeres homosexuales sin
ansiedad ni estrés? ¿Inhibe mi miedo a la intimidad mi capacidad de colaborar con otros? ¿Interfieren
mis necesidades insatisfechas de intimidad en las relaciones que mantengo con la plantilla?
Estas preguntas reflejan las preocupaciones humanas más normales que llevamos a cualquier
terreno de convivencia. Cuando cualquiera de ellas: la seguridad, la estima personal, la ira o la
sexualidad, se convierten en problemáticas para el ejercicio ministerial, eso puede indicar que estamos
negando otras áreas de nuestra vida. El ministerio puede consumir fácilmente todo el tiempo y la
energía de que disponemos. A menos que aprendamos a trazar límites y conceder el espacio que les
corresponde a otros aspectos de nuestra vida, no podremos conseguir el equilibrio que una
espiritualidad global persigue.
"¡Vive tu vida!"
Tjener una vida personal aparte de nuestro trabajo, con tiempo suficiente para la familia y el
descanso, es otro pre- rrequisito importante para colaborar con éxito porque evita esa fusión poco
saludable de nuestra identidad personal con el papel social. Cuando nos identificamos de manera
exclusiva con el trabajo, pueden empezar a surgir problemas. La familia y la amistad nos proporcionan
un sentido saludable de nuestra propia identidad y la seguridad de ser apreciados por nosotros mismos
y no sólo por nuestros logros y por el éxito de nuestras actuaciones o por la posición y el poder
alcanzados. Si bien no tenemos por qué ser indiferentes al éxito personal, cuanto menos importancia le
concedamos mayor será el alcance de nuestra colaboración.
Si nos identificamos en exceso con los roles que adoptamos podemos acabar quemándonos porque
el ministerio es algo tan abierto que no hay límites claramente definidos. Siempre hay algo más que
hacer. A menos que cultivemos una vida privada aparte del trabajo, pronto nos veremos consumidos
por él. En las antiguas películas "del oeste", las escenas del salón siempre mostraban un cartel que decía:
"Dejen todas las armas a la puerta." La amistad, el descanso y el juego, si de verdad quieren ser
refrescantes y traer nuevo vigor, tienen algo en común: todos nuestros roles tienen que quedarse a la
puerta.
Cuando surjan ocasionalmente amistades entre compañeros, la gente que trabaja en equipos no
debe esperar que las relaciones de intimidad se cultiven en el trabajo. Brian Swain, director de un
proyecto de ministerio colabora tivo, cita dos peligros que pueden surgir cuando el papel de compañero
o miembro de un equipo no queda netamente distinguido de otros posibles roles. En primer lugar,
quizás se aspire al ministerio "a la espera de una experiencia de, o una sustituto para, o alguna extensión
de la vida familiar, o comunitaria, o de amistad."" Esas expectativas irreales de colaboración llevan a la
frustración y al desengaño. En segundo lugar, los ministros que se sienten llamados por otras razones a
esa vocación, quizás la eviten por lo contrario, es decir, por creer que "equipo" es sinónimo de amistad
estrecha o de vínculo familiar, y eso es mucho más de lo qué ellos están dispuestos a dar. Por eso, Swain
concluye, los que estén preparándose para un ministerio en colaboración con otros "tendrían que tener
una formación en tareas en las que no se necesite, y en las que no se espere, que los compañeros se
hagan amigos, o se conviertan en la familia o formen una comunidad."44
Mientras que el perfeccionismo nos lleva al empeño con esfuerzo y hasta violencia, el concepto
taoísta de wu-wei nos anima a no forzar las cosas sino a seguir el flujo de las mismas, a navegar con la
corriente y a plegarnos a los ritmos de las cosas. Wu-wei o el camino de la "no-acción" procede de las
famosas palabras del Lao-tzu: "El Tao no hace nada, pero nada queda sin hacer."" Los seguidores del
Taoísmo saben que esas palabras no se pueden tomar al pie de la letra ni justifican en absoluto la inercia,
la pereza, la pasividad irresponsable o el laissez-faire. Lejos de eso, wu-wei nos exhorta a un tipo de
esfuerzo concentrado pero al mismo tiempo relajado.
44 Ibid.
45 Karen Horney, Neurosis and Human Growth (New York: Norton, 1950), 78.
El perfeccionismo es rígido pero wu-wei es flexible. El filósofo Alan Watts ilustra el camino del
no-hacer por medio de una comparación entre la rama de un pino, que es duro y rígido, y la de un
sauce, que es suave y se puede doblar. En una tormenta invernal, la nieve se deposita sobre la rama del
pino hasta que su peso hace que ésta se quiebre. Por su parte,'la rama del sauce se vence ante el peso de
la nieve hasta tocar el suelo, donde de una forma natural suelta su carga para volver a adoptar su
posición original." Desde luego, el camino del sauce es el camino de la acción sin esfuerzo.
Un relato taoísta, titulado "Destazando un buey" viene a ilustrar cómo wu-wei favorece un enfoque
contemplativo a la hora de actuar, especialmente cuando tenemos que vérnoslas con alguna resistencia.
Se trata de la historia de un cocinero con tanta habilidad para su trabajo que después de utilizar la
misma hoja durante diecinueve años conservaba su filo intacto. Cuando el príncipe le preguntó cómo
había sido capaz de cortar tantos bueyes sin que-el filo se hiciera romo, el carnicero respondió:
Hay espacios entre las articulaciones;
La hoja es delgada y cortante:
Cuando esta delgadez
encuentra aquel espacio
¡Hay todo el sitio que se pudiera desear!
¡Pasa como una brisa!
¡Por eso mantengo esta hoja desde hace diecinueve años
como si estuviera recién afilada!
Cierto es, en ocasiones hay
articulaciones duras. Las siento venir.
Entonces me detengo, observo con atención.
Me contengo, casi no muevo la hoja.
Y ¡Whuump! la parte se desprende cayendo como un pegote de tierra.
Entonces retiro la hoja.
Me quedo quieto y dejo que la alegría del trabajo penetre en mi.
Limpio la hoja
Y la guardo.46
A diferencia de este sabio carnicero, los perfeccionistas tienden a acelerar su ritmo y a doblar sus
esfuerzos cuando se encuentran con oposiciones y obstáculos. En lugar de confiar en la fuerza, wu-wei
sugiere que paremos un poco, que nos hagamos a un lado y que observemos con detenimiento las
"junturas duras" de nuestra vida. Sólo si adoptamos ese enfoque contemplativo podremos ver los
"espacios" que se abrirán ante nuestros esfuerzos.
En el terreno de la acción humana, wu-wei representa una forma de inteligencia que permite a las
personas comprender la dinámica de los asuntos humanos para usar el mínimo de energía necesario
para abordarlos. Esta inteligencia no es algo meramente intelectual, sostiene Watts, sino "la inteligencia
inconsciente de todo el organismo y, de forma particular, la sabiduría innata del sistema nervioso.
Wu-wei es una combinación de esta sabiduría con la adopción de la línea de menor resistencia' en todas
nuestras acciones.""
Thomas Merton, que fue un admirador ferviente de la sabiduría taoísta, nos ofrece su propia
versión de otra narración taoísta tradicional que revela la esencia de wu-wei:
Cuando desgastamos nuestras mentes, aferrándonos con obstinación a una visión parcial de las
cosas, negándonos a ver un más profundo acuerdo entre éste y su opuesto complementario, sufrimos lo
que se llama "las tres de la madru- gada."
46 Thomas Merton, The Way of Chiutrtg Tzu (New York: New Dimensions, 1969), 45-47 [N. del T.: Hay dos versiones en
español: 1) Por d amino de Chuang Tzu, trad, de Antonio Resines (Madrid: Visor), 1978 y 2) El camino de Chuang
Tzu. supervisión de la trad, por Pablo Valle (Buenos Aires: Lumen, 1996)1
¿Qué es eso de "las tres de la madrugada"? Un domador de monos fue a ver a sus monos y les
dijo: "Con respectó a lo de vuestras castañas: vais a recibir tres medidas por ta mañana y cuatro
por la tarde." Ante esto todos se enfadaron. De modo que dijo: "Está bien, en ese caso os daré
cuatro por la mañana y tres por la tarde." En esta ocasión quedaron satisfechos. Ambas
soluciones eran lo mismo, en tanto que el número de castañas no variaba. Pero en un caso, los
animales quedaban descontentos y en el otro satisfechos. El guarda había estado dispuesto a
cambiar sus planes para hacer frente a las condiciones objetivas. ¡No había perdido nada al
hacerlo!"
Mi padre se estaba muriendo; mi madre estaba aterrorizada. Estaban a tres mil millas de distancia del lugar
en el que me hallaba. Yo tenía mi familia y mi trabajo. Y estaban todas las cuestiones familiares que
acompañan a esas experiencias: cuándo estar con ellos, cuándo en casa y en el trabajo; cuándo adoptar,
cuándo esperar a que se adopten, decisiones médicas; el hospital o la casa; y simplemente, qué decir y cómo
estar. Le daba vueltas y más vueltas a todo ello, hasta que llegaba un momento en que tenía que parar. Mi
mente estaba embotada. Entonces salía a dar una vuelta o a ver cómo cambiaban el flujo del río hasta
vaciarse en el Atlántico. Miraba a los niños que jugaban en el parque. Me detenía a ver el cambio en el
perfil de ios árboles que se recortaban en el sendero de la montaña que había conocido durante años. Y
cosas así. A veces oía: "Bueno, es hora de salir. Me iré en un par de semanas y pasaré allí diez días." O: "ya
está bien de dar tanto consejo." O: "Dios está con ellos." El pensamiento apropiado. Algo que sonaba a
verdad. Esos pensamientos parecían venir de la nada, pero yo confiaba en ellos y después me sentía en paz.
Hacer eso me inspiraba mucha confianza. Podía sentir algo muy sólido. Durante toda su enfermedad y
mientras se sucedían llamadas llenas de ansiedad, veía surgir las respuestas. Era muy reconfortante. Lo
vivía como una experiencia de gracia. Y al final pude estar con ellos y
coger la mano de mi padre mientras moría a la vez que abrazaba a mi madre rodeándola por
los hombros."
En suma, wu-wei supone el contrapunto a los obstáculos para la colaboración creados por el
perfeccionismo al hacernos más relajados, más confiados y más pacientes en nuestro trato con los
demás.
Las Escrituras demuestran que Dios sigue una trayectoria histórica que consiste en llamar a los
débiles y heridos para que sean ellos los que encamen la compasión para todo6 los necesitados. Cuando
Yahvéh le llamó, Moisés se quejó: "¿Quién soy yo para ir a Faraón y sacar de Egipto a los hijos de
Israel?" (Ex 3,11). "Yo no he sido nunca hombre de palabra fácil, ni aun después de haber hablado tú con
tu siervo; sino que soy torpe de boca y de lengua... Te ruego que encomiendes a otro esta misión." (Éx
4,10-11,13). "Yo estaré contigo", fue la respuesta que Yahvéh le dio (Éx 3,12).
De manera parecida, el profeta Jeremías protestó cuando Dios le llamó a su servicio: "¡Ah, Señor
Yahvéh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho!¡Ah, ah, ah. Señor!" El texto hebreo sugiere
cierta cualidad de titubeo, casi de tartamudez a la respuesta del asustado Jeremías (Jer 1, 6). Pero
Yahvéh replicó: "No digas: 'Soy un muchacho', pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te
mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte rorá- culo de Yahvéh-." (Jer 7-8).
El Evangelio de Lucas nos presenta a Pedro, cansado después de haber estado toda la noche
pescando sin haber cogi-
20. Baba Ram Dass and Paul Gorman, How Can I Help?: Stories and Reflections on Service (New York: Alfred A.
Knopf, 1985), 110.
do nada, tratando igualmente de eludir su llamada al ministerio. Después de la pesca milagrosa, cayó
de rodillas a los pies de Jesús diciendo: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador." A lo cual
respondió Jesús: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres." (Le 5, 8-9,10-11).
La secuencia bíblica que se repite en estos textos parece ser la siguiente: primero, Dios toma la
iniciativa de llamar a las personas a-servir a los demás. Segundo, los que son llamados expresan un
sentido de inadecuación personal. Tercero, hay una experiencia de ser tocados. Cuarto, Dios les
infunde nueva confianza asegurándoles su fuerza y su protección. Este diseño bíblico puede
ayudarnos a entender mejor lo que nuestra llamada al ministerio entraña en nuestro tiempo: escuchar
la invitación como cristianos a encarnar la compasión de Jesús en el mundo; admitir que somos débiles
y somos sanadores heridos; experimentar la presencia de Dios junto a nosotros en el ministerio; y
finalmente, confiar en que el poder de Dios opera siempre en todo lo que hacemos. Tan sólo una
actitud contemplativa puede ofrecemos esa garantía.
47 Paul Tillich, The Couroge lo Be (New Haven: Yale University Press, 1952), 164-65, 172-73 [Hay versión en castellano:
El Coraje de Existir (Barcelona: Laia, 1973)].
posibilidad de anclarse nuevamente para resistir la tormenta o para darse un descanso... ... Es como la
experiencia que los poetas tienen del mundo intuitivo, como la de los místicos, solo que esta vez en
lugar de la sensación de una unión pura con Dios se trata de encontrar la unión con mi propio ser. Es
como estar en posesión del zapato de la Cenicienta y estar buscando por todo el mundo un pie que sea
la horma exacta hasta darme cuenta de repente que el único pie en el que entrará a la perfección es el
mío propio... Es como un globo antes de que las montañas, océanos y continentes hayan sido dibujados
sobre él. Es como el niño en la gramática que tratara de encontrar el sujeto del verbo en una frase, y se
diera cuenta de que en este caso el sujeto abarca toda su vida. Es como dejar de sentirme en teoría res-
pecto a mi misma...3
La experiencia "Yo-Soy" de esta mujer, en el que su sentido del ser emerge y se ve fortalecido, es
vitalmente importante para todos nosotros si de verdad queremos comprender la plenitud del amor de
Dios. La experiencia representó un momento dramático de gracia sanadora para ella debido a la
amenaza patente a su ser que había sufrido en su infancia. Aun cuando nuestras primeras experiencias
no hayan supuesto tanta invalidación y rechazo como la suya, la condición humana impone sobre
nosotros cierto grado de ansiedad ontològica en tomo a nuestra validez y a la hora de juzgar si
merecemos ser amados. Y como la paciente de May, también nosotros necesitamos ser atrapados por
esta verdad central a la fe: que puesto que somos, tenemos derecho a ser y que Dios nos ama en el
mismo núcleo del "Yo-Soy" de cada cual. Para expresarlo con las palabras del Libro de la Sabiduría: "¿Y
cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado?
Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida, pues tu espíritu
incorruptible está en todas ellas." (Sab 11,25-27).
La transformación cristiana exige tanto la autoapropia- ción, esto es, tener y aceptar un yo, como la
autotrascenden- cia, es decir, ceder nuestro yo a Dios y a los demás en el amor. El amor del yo encuentra
su realización plena cuando somos capaces de amar a Dios y a nuestro prójimo de todo corazón "como a
nosotros mismos." Tal y como lleva enseñando durante tanto tiempo la filosofía escolástica, el amor por
su propia naturaleza se extiende. El amor a nosotros, que tanto nos ha costado conquistar, puede llegar a
ser ima fuente de vida para los demás y formar la base de su propia autoaceptación
3. Ibid., 43.
y amabilidad. Para todos los seres humanos la posibilidad de aceptarse a sí mismos pasa por haber sido
aceptados previamente por alguna persona significativa para nosotros. Es importante destacar que la
poderosa experiencia de afirmación de la paciente de May llegó tras un sueño en el que se encontró con
una persona en el desierto de la multitud que mostró compasión por ella. De modo similar, nuestro
amor compasivo a los demás puede ser ese momento de gracia en el que les sea dada la vivencia del "Yo
soy," despertando en ellos la conciencia de su radical aceptabilidad. Y si reparan en la gracia de su
propio ser, crecerá su aceptación y su amor se extenderá a los demás, dejando esta vez todo su ser en
manos de Dios y entregándose por entero a los demás: dando como han recibido.
Para casi todos nosotros, la autoestima es algo de una tenue consistencia. Los momentos de duda
pueden hacer que olvidemos las ocasiones de gracia, y por eso necesitamos recordar que somos seres
amables: sujetos de amor. El poeta Galway Kinnel expresa con elocuencia la naturaleza asertiva del amor
en su relato de San Francisco y la cerda: El brote
representa a todas las cosas incluso las que no florecen,
porque todas las cosas brotan desde dentro y se bendicen a sí mismas;
aunque a veces se hace preciso
volver a enseñar a las cosas la bendición que ya son,
poner una mano en el borde
de la flor y
volverle a decir con palabras y tocándola que es bendita
i hasta que vuelve a florecer desde dentro, desde su propia bendición;
al igual que San Francisco hizo
al poner su mano en el rostro arrugado
de la cerda, y le habló con palabras y con el tacto
acerca de las bendiciones que la tierra le había traído, y la cerda
comenzó a recordar con toda su masa, desde su hocico
pasando por el forraje y el abrevadero hasta la espiral espiritual de su cola, desde
la succión de toda su columna a través de su corazón roto
hasta-la lechosa ensoñación azul esforzándose y estremeciéndose
desde las catorce tetillas hasta, finalmente, las catorce bocas chupando y resoplando debajo de ellas:
la gran, perfecta bendición de la cerda.'
Finalmente, como en definitiva el anhelo de totalidad que experimenta el corazón humano tan sólo
puede ser satisfecho por Dios, necesitamos encomendarnos a Él. San Agustín lo expresó de una manera
muy bella: Tú nos has hecho para ti, ¡oh. Dios! y nuestros corazones no hallarán descanso hasta reposar
en ti." Aun así, estamos hechos para estar con Dios incluso ahora, en cada momento de nuestra vida. Por
eso el poeta jesuita Gerard Manley Hopkins nos dice que le confiemos a Dios nuestras vidas, con todas
sus preocupaciones y sus luchas, con su hermosura y su gozo, y que lo hagamos sin tardanza, ahora:
Liberta ahora, a tiempo, la belleza aún en sombra, antes de que la muerte
la devuelva hacia atrás, belleza, belleza,
hacia Dios, que es la misma belleza y de toda belleza
dador.
Mira; ni un cabello siquiera, ni pestaña, ni el menor parpadeo se pierde;
cada cabello de tu cabeza es numerado.
4. Galwny Kinnel, "St. Francis and the Sow", en Mortal Acts. Mortal IVorrfs (Boston: Houghton Mifflin Company, 1980),
9.
C O L E C C I Ó N