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Mayo 68, ¿una revolución

traicionada?
Alfredo Iglesias Diéguez
Faro da cultura

El 22 de marzo de 1968 un grupo de estudiantes de la


Universidad de Nanterre ocupó la torre central de su universidad:
bajo el liderazgo de Daniel Cohn-Bendit y Daniel Bensaïd,
anarquistas y trotskistas volvían a unir sus esfuerzos en una
misma lucha, de la que la central obrera comunista (CGT) y el
Partido Comunista, del que en aquel momento era secretario
general Georges Marchais, parecían de alguna manera quedar al
margen, a pesar de que en las elecciones de 1967 había obtenido
22,7% de los votos. Ahora bien, ¿cuáles eran los objetivos de esa
lucha que aparentemente convirtieron en caducas las
aspiraciones del movimiento comunista de tradición leninista?
Obviamente, a pesar de que podamos disponer de un arsenal de
documentos de los que echar mano para hacer un listado de
demandas, la respuesta no es sencilla. Por una parte, el
movimiento comunista de tradición leninista tenía unos objetivos
primordialmente materiales: mejora de las condiciones laborales
en los puestos de trabajo, aumento salarial, aumento de las
vacaciones remuneradas, mayor inversión social del estado para
garantizar que los hijos de la clase obrera puedan acceder a la
universidad y mayor redistribución de la riqueza….; en el otro
bando, el que estaba llamado a superar por la izquierda las
demandas clásicas del proletariado, los anarquistas, los
trotskistas, los maoístas y otros revolucionarios de la extrema
izquierda, aspiraban a transformar la condición vital de los
individuos en una sociedad deshumanizante; de hecho, en
palabras de uno de sus principales protagonistas, Bensaïd, lo que
buscaban los revolucionarios sesentayochistas era un mundo en
el que el ‘derecho a la existencia se impusiera al derecho a la
propiedad’, razón por la que muchas de sus demandas concretas
eran ‘metafísicas’ y, por tanto, innegociables: ‘¡lo queremos
todo!’.
Así pues, para esclarecer la cuestión es necesario aclarar cómo
se desarrollaron los acontecimientos. Veamos. Después de varias
semanas tras la antedicha acción inicial de los estudiantes de
Nanterre en las que se hizo evidente la tensión entre un sector
del estudiantado universitario y el gobierno del general De
Gaulle, el 3 de mayo los estudiantes ocupan la Sorbonne, la
histórica sede de la universidad parisina de la que Nanterre era
uno de sus campus. No obstante, a pesar de que ese mismo día
(3), Georges Marchais publicaba un artículo titulado ‘De los falsos
revolucionarios a desenmascarar’, en el que advertía de que las
movilizaciones ultraizquierdistas y espontáneas podían amenazar
los intereses de clase del proletariado al alentar el fascismo –así
había ocurrido el día anterior-; ante la marcha de los
acontecimientos, el 13 de mayo diferentes organizaciones
obreras y estudiantiles –incluidas el PCF y la CGT-, convocan una
masiva manifestación que ocupa gran parte de las vías
principales de París: se llegó hablar de un millón de participantes,
principalmente estudiantes universitarios y de instituto y obreros
de las principales fábricas de la ciudad. Ese paro multitudinario
marca el inicio de una masiva huelga general que movilizó a 11
millones de trabajadores que bloquearon la producción en las
principales fábricas del país, lo que supuso la paralización de
Francia en los días posteriores; en este sentido, se puede afirmar
que la huelga y la ocupación de fábricas, institutos y centros
universitarios supuso la primera confrontación de masas con el
capitalismo monopolista. Ante esa situación, la patronal y el
gobierno, que puso en alerta al ejército, tenían que encontrar
una solución, que en aquel momento sólo tenía dos posibilidades:
la brutal represión del movimiento o la negociación. Ahora bien,
para negociar hace falta un interlocutor y unas demandas
concretas (no se pueden negociar demandas inmateriales): y es
aquí –en este punto crucial para el futuro de las movilizaciones,
por tanto-, en donde entran los comunistas de la CGT, ¡que
tenían un largo listado de demandas bien concretas y materiales!
En este sentido, el 27 de mayo se alcanzan los ‘acuerdos’ (no
suscritos formalmente, pero sí cumplidos) de Grenelle, que
esencialmente van a suponer un aumento del 35% del salario
mínimo y un 10% de todos los salarios, junto con otras muchas
demandas defendidas por los comunistas (acuerdos en materia
de seguridad laboral, vacaciones pagadas, derecho a la
negociación colectiva…). Así pues, a pesar de que las bases no
aceptaron de buena gana los ‘acuerdos’ y algunos sectores
continuaron la huelga -siendo en ese contexto en el que surge la
idea de revolución traicionada-, tras la llegada del general De
Gaulle de Baden-Baden, de donde venía de hablar con el general
de las fuerzas desplazadas en las bases alemanas, y de la masiva
manifestación de la derecha por los Champs-Élysées, el 30 de
mayo se disuelve la Asamblea Nacional y se convocan elecciones,
que dan la victoria a los conservadores.

Mayo del 68 dejó un balance contradictorio: por un lado, los


ultraizquierdistas abanderados de la revolución espontánea,
acabaron renegando de la izquierda y ocupando altos puestos en
los aparatos ideológicos –universidad…- y no ideológicos –
empresas…-, de la maquinaria capitalista que decían combatir;
por otro lado, el proletariado francés logró importantes
conquistas materiales de manera inmediata, aumentos
salariales…, y otras más duraderas: presencia sindical en los
comités de empresa, negociación colectiva… A eso era a lo que
se refería el liberal Nicolas Sarkozy cuando hace diez años decía
que había que superar la herencia del Mayo del 68: ¡a las
conquistas del proletariado! En este sentido, Mayo del 68, ofrece
otra lectura: ¿quién es el sujeto revolucionario? ¿Los nuevos
agentes espontáneos y ultraizquierdistas que en cuanto pasó el
furor revolucionario supieron acomodarse entre las élites
tradicionales o la clase trabajadora que paralizó un país con sus
movilizaciones? No cabe duda: vivimos en una sociedad cada vez
más proletarizada y en la que el capital aprendió de las muchas
movilizaciones que se sucedieron entre el 1968 y el 1978 una
lección fundamental: la necesidad de fragmentar la unidad de
clase, la superación del fordismo, dando paso a la toyotización, a
la uberización… y a esas nuevas formas de explotación en las que
se difumina la pertenencia a una misma clase, un proceso que
además se alienta fomentando esas nuevas identidades que
Mayo de 68 contribuyó a construir y que están relacionadas con
la deconstrucción de los cuerpos: movimientos LGTBIQAP y
nuevos feminismos, más centrados en la cuestión del biopoder
que en la cuestión de clase, a los que se suman una nueva
centralidad de otros movimientos: el pacifista, el antimilitarista,
el antinuclear, el ecologista, que eclosionaron en ese momento y
a los que se añadieron renovados movimientos tradicionales,
como el feminista, el indigenista, los movimientos por los
derechos civiles de la población afroamericana…, que situaban la
contradicción a superar para poner fin a la opresión fuera de la
contradicción de clase.

Ahora bien, ¿qué quiere decir eso? ¿Debemos situar en un


segundo plano todas esas luchas emergentes en los últimos 50
años y concentrarnos en la lucha principal, la lucha de clases?
No. ¡Nunca lograremos el fin de la opresión sino superamos las
contradicciones existentes en el seno del sistema capitalista-
hetero-patriarcal! ¡Esa es la gran lección de Mayo del 68! Asumir
y reconocer que en tanto que obreros industriales heterosexuales
gallegos somos explotados pero también somos explotadores.
Somos explotados como trabajadores por los capitalistas (de
nuestro país o de otro país, en un mundo completamente
globalizado), pero como hombres somos opresores de las
mujeres, como trabajadores/consumidores del centro somos
opresores de los trabajadores de la periferia, como personas de
orientación sexual hetero somos opresores de las personas de
condición sexual no hetero… Ora bien, una vez que asumamos
esa condición de explotado-opresor, debemos reconstruir
nuestras alianzas y establecer una estrategia que sume todas las
reivindicaciones colectivas y particulares de esos movimientos:
esa es la única vía para lograr la emancipación humana: luchar
contra todas las formas de opresión: de clase, de género, de
orientación sexual, lingüística, étnica, ‘racial’, cultural, religiosa…,
desde una única perspectiva: la que da la condición de persona
que sufre la explotación.

Este artículo es una versión ampliada de “Maio 68: unha


revolución traizoada?”, publicado el pasado 10 de mayo en el
suplemento Faro da Cultura, del periódico Faro de Vigo.

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