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1– INTRODUCCIÓN.
2– EVOLUCIÓN POLÍTICA HASTA 1951.
3– PAPEL DEL EJÉRCITO Y FALANGE.
4– EVOLUCIÓN POLÍTICA: 1950–1975.
5– LA SOCIEDAD A PARTIR DE 1950.
6– LA TRANSICIÓN INSTITUCIONAL.
7-BIBLIOGRAFÍA.
1– Introducción.
El carácter dictatorial del nuevo Estado había surgido como desarrollo de las
funciones ejercidas de la facción rebelde del Ejército, tras el fracaso del golpe del 18 de
julio de 1936, inicialmente concebido como una toma rápida de poder y no como el inicio
de una guerra. Tras la ley de 30 de enero de 1939 Franco asume no sólo todos los poderes
del estado, sino también su jefatura vitalicia. De esta forma, los Ejércitos abandonaban la
dirección política mantenida durante los primeros meses, y debía ser apolítico, o más
estrictamente apolíticamente franquista, apoyo que selló definitivamente el proyecto de
organización de un poder dictatorial.
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Finalizada la guerra, Franco reorganizó completamente su gobierno el 8 de agosto
de 1939, manteniendo sólo a dos ministros: Serrano Súñer en Gobernación y Alonso Peña
en Obras Públicas. Cinco carteras recaen en falangistas de viejo cuño, una forma de
adaptarse a los aires fascistas que corren en Europa, y algunos además militares de carrera
(Beigbeder), con personas como el general carlista José Enrique Varela como ministro del
Ejército (ministerios distintos son los de Marina y Aviación). Un gobierno, en definitiva,
que responde al interés de que estén representados los principales grupos de apoyo al
franquismo, y que, por esta circunstancia, otorga un gran peso específico a los militares.
Este gobierno se mantuvo hasta la crisis política de mayo de 1941, en la que existen
presiones enfrentadas de militares, falangistas y monárquicos, básicamente en cuanto a la
posición a adoptar respecto al Eje, siendo los militares partidarios de que España entrara
abiertamente en el conflicto mundial. Los falangistas harán valer su influencia,
especialmente en la prensa y propaganda, dominadas por Antonio Tovar y Dionisio
Ridruejo, director general de Propaganda de F.E.T. Ante la presión falangista, Franco
aceptó nombrar en su gobierno al joven camisa vieja José Antonio Girón, pero, en
compensación (pues fue técnica habitual de Franco establecer estos cabalísticos tira y
afloja con los grupos de influencia) nombró ministro de Gobernación a un monárquico,
Valentín Galarza, cesando a Serrano Súñer, y nombrando a Luis Carrero Blanco, otro no
falangista. La remodelación, una vez que la prensa falangista llegase a ejercer su presión
efectiva, consistió en nombrar a tres nuevos ministros falangistas, pero no del grupo de
poder dominado por Serrano Súñer, muestra de la habilidad de Franco.
Durante este gobierno se formulará el Fuero del Trabajo, carta de los escasísimos
derechos sociales del régimen, presentada a la sociedad en términos demagógicos por José
Antonio Girón.
Desde 1945 los católicos exigirían a Franco que hiciera desaparecer de entre los
símbolos de poder a los que evocaban a Alemania e Italia. Además, el primado de España
condenó a Alemania como causante de la guerra. En este contexto de mínima petición de
apertura es promulgado el Fuero de los Españoles de 1945, en el que no se hace sino
recoger derechos históricos del pueblo español: a la libertad de residencia y
correspondencia, a no se detenido durante más de 72 horas sin pasar por la autoridad
judicial, incluso el derecho a expresar libremente las ideas y la garantía de reunión y
asociación, apostilladas por la coletilla "siempre que no ataquen a los principios
fundamentales del régimen".
Por último, el representante del grupo de presión católico Martín Artajo entró en el
gobierno, en el que sólo quedan dos falangistas: la Falange deja de tener la fuerza anterior
también en los organismos públicos de cierta relevancia, incluso en Educación y en
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Propaganda, paralelamente a que tomaba auge el monarquismo. Era la fórmula mediante la
que Franco pretendía acabar con los comentarios respecto al talante dictatorial de su
gobierno. Se trató del gobierno de más larga duración del franquismo, permaneciendo
estable hasta el verano de 1951.
Las Leyes Fundamentales enuncian, como aspecto nuclear del nuevo Estado:
"España, como unidad política, es un Estado católico, social y representativo que, de
acuerdo con su tradición, se declara constituido en Reino". Los rasgos sustantivos de la
aludida "unidad política" consistirán en la coordinación de funciones (frente al principio
montesquisiano de la división tripartita de los poderes), la confesionalidad religiosa y la
adopción de una peculiar concepción de provisión social, desarrollada en el Fuero del
Trabajo y en la estructura nacional–sindicalista. Por otra parte, la forma de concebir la
representatividad, suprimido el sistema de partidos políticos, radicará en los principios de
representación familiar (otorgando un peso crucial a la figura del "cabeza de familia") y
sindical ("sindicalismo vertical").
Al tiempo que se clarificaban las zonas dominadas por ambos bandos, en la España
nacionalista se irán creando órganos de gobierno que conjugarán una administración de
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parcelas civiles con las necesidades imperantes en la guerra. En octubre de 1936 se creó la
Junta Técnica, compuesta por siete comisiones, el gobernador general del Estado (especie
de ministro del Interior, inicialmente con sede en Valladolid), la Secretaría de Relaciones
Exteriores y la Secretaría General del Estado. Poco después se creará una Secretaría de
Guerra.
El Fuero del Trabajo será decretado el 9 de marzo de 1938 (declarado luego Ley
Fundamental por el artículo 10 de la ley de 26 de julio de 1947). En su Preámbulo se
sintetiza bien lo que habrán de ser las bases del primer franquismo: el amplio
intervencionismo estatal en la fijación de las normas de trabajo y de remuneración, así
como en el fomento de la economía, si es preciso, en defecto de la iniciativa privada;
mantenimiento de la propiedad privada; ordenación de la empresa como unidad jerárquica
de producción, bajo la jefatura del patrono (jefe de empresa); proscripción de los sindicatos
obreros de clase y creación de una estructura sindical corporativista, cuyas máximas se
enuncian como "Unidad, Totalidad y Jerarquía", que debían abarcar a patronos y obreros
reunidos por ramas de la producción o servicios, y cuyos mandos sindicales
necesariamente ostentarían la condición de militantes de F.E.T. y de las J.O.N.S. (al tiempo
que, orquestados los susodichos mecanismos de representación y conciliación de intereses,
las huelgas y otros mecanismos laborales obstruccionistas eran consideradas "como delitos
de lesa patria").
Terminada la guerra, la Ley de 26 de enero de 1940, denominada de "Unidad
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Sindical", vedaba la existencia de cualquier organización sindical excepto F.E.T. y de las
J.O.N.S., aunque dejaba subsistentes en el ejercicio de sus funciones "las Corporaciones de
Derecho público y los organismos de índole oficial que ejerzan, por disposición emanada
del Poder público, representación profesional económica". Y el 6 diciembre de ese mismo
año, la Ley de Bases de la Organización Sindical estructurará el nuevo sindicalismo
vertical, obligando a todos los trabajadores a afiliarse a las respectivas ramas sindicales,
dado que considera "a todos los productores españoles como miembros de una gran
comunidad nacional y sindical". Así, las Centrales Nacional–Sindicalistas debían reunir en
"hermandad cristiana las diversas categorías sociales del trabajo" y servir de marco de
"encuadramiento y disciplina" de los intereses económicos.
Suprimida por decreto de 28 de agosto de 1936 en los territorios bajo dominio del
bando nacionalista la reforma agraria iniciada durante la República, se constituyó el
Servicio Nacional de Reforma Económico–Social de la Tierra, cuya única tarea (en la
práctica) será la devolución de las fincas expropiadas a sus dueños de antes de 1931. A esta
medida, en un contexto de hambre generalizada, se unirá la creación, ya finalizada la
guerra, en octubre de 1939, del Instituto Nacional de Colonización, con la misión de
estudiar los planes de colonización del agro, e incrementar la productividad (para lo cual se
aplicará una catalogación de las explotaciones según su rendimiento potencial),
proponiendo en lugar de arreglos sobre la disfuncionalidad en el reparto de la propiedad de
la tierra algunas insuficientes reformas técnicas, e incrementando el regadío.
En el contexto de la posguerra resultará crucial el control de los precios de los
alimentos básicos. Dada la escasez de alimentos fundamentales, se creará el Servicio
Nacional del Trigo, como una forma de subsanar el déficit alimentario (en el contexto de la
autarquía) pretendiendo proteger al tiempo a consumidores, a la empresa agrícola y a la
propiedad familiar agraria. Sin embargo, tales medidas de control de la producción y
precios, favorecerán la generalización del mercado negro y estraperlismo: en 1943, según
datos oficiales, un 30% de la cosecha era desviado hacia el mercado negro.
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la fijación de precios, etc.
Por Ley de 17 de julio de 1942 se crearán las Cortes Españolas, a las que se da la
categoría, indudablemente subsidiaria, de “instrumento de colaboración en la tarea
legislativa”, sujeto por lo demás al “principio de autolimitación para una institución más
sistemática del Poder”. Las Cortes tenían, pues, una función meramente deliberativa y
auxiliar; y su composición y reglamentación las convertían en un órgano totalmente
dependiente del Poder ejecutivo. Los procuradores de las Cortes se dividían en dos
categorías: natos y electivos. La gran mayoría eran natos, es decir, ocupaban un escaño en
función del cargo político o administrativo que desempeñaban y para el cual habían sido
nombrados (mayoritariamente) por el Poder ejecutivo (un número no superior a 50 de entre
ellos era nombrado directamente por el Jefe del Estado). Por su parte, los procuradores
electivos sólo podían nombrarse de entre los representantes de los Sindicatos y algunos
representantes de las entidades locales y provinciales, y nunca mediante elección directa: o
bien se trataba de una elección indirecta y restringida (dos o tres grados y sólo mediante
ese peculiar sistema de voto del cabeza de familia, denominado “representación familiar”),
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o bien, en el caso de los Sindicatos, era indirecta (varios grados) y mediatizada por la
exigencia estatutaria de que los altos cargos sindicales fuesen ejercidos por militantes de
F.E.T. y de las J.O. N.S.
La tarea específica de las Cortes era conocer actos o leyes de importancia general y
los proyectos que le sometiese el Gobierno; si bien éste podía legislar (como de hecho
sucederá frecuentemente) mediante decreto–ley en caso de guerra o alegando razones de
urgencia. La sanción legislativa, en todo caso, corresponde al Jefe del Estado: puede
recurrir a una especie de veto suspensivo que implica la devolución de la ley a las Cortes
para nuevo estudio.
Pero el nuevo sesgo tomado por la guerra a partir de 1942 supondrá una
reorientación de la posición adoptada por las autoridades franquistas. El conde Jordana,
nuevo ministro de Asuntos Exteriores, intentará un acercamiento a las potencias
occidentales, acordando en octubre de 1943 la retirada de la “División Azul”, reafirmando
la neutralidad y consignando el Pacto Ibérico con Portugal a finales de 1943.
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embajadores acreditados en España a finales de 1946.
En dicha ley, con una importancia constitucional evidente, España, “de acuerdo con
su tradición, se declara constituido en Reino”, atribuyéndose nominalmente la Jefatura del
Estado al Generalísimo Franco, y disponiendo la vigencia e inmutabilidad de las
denominadas Leyes Fundamentales. También se regulaba el mecanismo de sucesión en la
Jefatura del Estado, con vistas a la plena restauración monárquica en caso de muerte o
incapacidad de Franco; y se crean nuevos órganos asesores, como el Consejo del Reino y
el Consejo de Regencia.
El papel represivo del nuevo Estado fue administrado por las fuerzas Armadas para
asegurar su defensa. Una defensa que comprendía desde la integridad territorial hasta la
seguridad interna, el mantenimiento del orden y la justicia. Pero además del papel
represivo que desempeña, el Ejército intenta sustituir el papel de los partidos políticos,
siendo una institución favorable ideológicamente al régimen, y aspirando a ser un modelo a
seguir por la sociedad. Hasta cierto punto, el Ejército se convierte en el aparato dominante
del Estado, al que incumbe paralelamente la misión de legitimar al régimen.
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nacionalista, imperialista y ultrarreaccionaria. Ésta será la ideología imperante en la
organización castrense durante el primer franquismo.
La Guardia Civil y la policía Armada se convierten en los otros pilares del orden
del régimen. Sin embargo, el talante represor de ambas instituciones no es generalizable,
ya que mientras la Guardia Civil posee una tradición más a largo plazo que le había servido
para sobrevenir a distintos regímenes políticos, la policía Armada era una institución
expresamente creada en 1941 para la represión política. Franco incluso había pensado en
los primeros momentos tras la guerra en la disolución de un cuerpo como la Guardia Civil
que, pese a las depuraciones establecidas, trataba de no identificarse en exceso con el
nuevo gobierno. El nombramiento de militares reaccionarios en su cúspide no logrará del
todo alterar este carácter de apoyo no exhibicionista de la institución al régimen en sus
primeros momentos. Sólo con la labor de militarización total emprendida por Alonso Vega
entre 1943 y 1955 la Benemérita (tras expulsar a 5.000 miembros) será un cuerpo represivo
y reaccionario como convenía al régimen.
Falange no disponía antes de la guerra de suficiente apoyo entre las clases medias,
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en todo caso más identificadas con los grupos conservadores y recelosas del totalitarismo.
Sólo la sublevación militar y la guerra civil le iban a facilitar un espacio político relevante.
Sus efectivos aumentarán a medida que se desarrolla la guerra. Además, todos los
encarcelados por los republicanos serán nombrados tras la guerra miembros de Falange, lo
que la convierte en una especie de asociación honorífica. Franco articulará el partido al
unir Falange y Comunión Tradicionalista, pero sobre todo al disolver todos los demás
partidos: F.E.T. pasaba a ser el núcleo aglutinante del régimen, con más importancia
burocrática que verdadero calado social, pese a las fórmulas intentadas al respecto
(campamentos infantiles y del Frente de Juventudes, asunción de algunas competencias en
educación y censura, etc.), e incluso de su activa propaganda con las mujeres (madres) para
introducirse ideológicamente en los futuros militantes (hijos): es la Sección Femenina, a la
que se encomienda la educación de las mujeres desde 1939, y con fines concomitantes con
el modelo familiar franquista (buenas amas de casa, con contenidos educativos distintos a
los masculinos, activas militantes católicas, pasivas política y laboralmente). Sin embargo,
es preciso indicar que en el campo educativo pronto la presencia falangista será sustituida
por católicos, aunque persistirán los valores falangistas como el encuadramiento jerárquico
de estudiantes y profesores, acentuación de valores paramilitares.
La razón de ser de Falange se tambaleará con la apertura de España tras 1953, con
la firma del pacto con Estados Unidos. La nueva imagen que pretende el régimen ya no es
compatible con esa fachada de atraso y dictadura que encarna la organización. Sin
embargo, su caída en desgracia no tendrá el efecto de una sublevación de sus miembros, en
parte por la estudiada campaña de prensa que exalta las virtudes de los nuevos aliados
estadounidenses, y presenta la firma del pacto como el final del túnel del aislamiento.
Falange será sustituida por el Opus como grupo ideológico referencial, y su caída en
desgracia será inevitable en los años 60, pese al intento de adaptarse a las nuevas
exigencias (incluso de imagen) que realiza baldíamente Falange: así, aceptará muchos de
los postulados oficiales (como la Ley de Sucesión) contrarios a su ideología.
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El crecimiento industrial alcanzado en la década de 1940 (en 1948 la producción
industrial había conseguido los niveles de 1929) no podía continuar dentro de la estructura
restrictiva de la autarquía. La economía, rodeada de defensas tarifarias, encerrada en un
mercado interior con una capacidad adquisitiva limitada, incapaz de importar materias
primas o bienes de capital para proveer y modernizar la industria, se estancó. Una
recuperación mayor exigía importaciones, el abandono de los controles y la integración de
España en el mercado mundial. En 1956 se expusieron las limitaciones de la autarquía.
"Llegó un momento en que hubo que establecer un pacto entre los deseos de
industrialización y las exigencias de esta industrialización", como señala L.A. Rojo.
Los arquitectos de la nueva política económica que había de conciliar un rápido
crecimiento con sus "condiciones" implícitas fueron los tecnócratas relacionados con el
instituto seglar católico Opus Dei. A partir de 1957, gradualmente con interrupciones y
vacilaciones, se introdujeron las "condiciones": creación en España de una economía de
mercado en la que los precios controlarían la colocación de los recursos, y la integración de
ese mercado en una economía capitalista. El Plan de Estabilización de 1959 remedio
drástico para la inflación y para un severo déficit de la balanza de comercial tomado del
libro de recetas del capitalismo ortodoxo, libraría a la economía de las impurezas de ese
período autárquico.
Puede cuestionarse hasta qué punto los Planes de Desarrollo de los tecnócratas,
copiados en buena medida de la planificación indicativa francesa, provocaron desde 1963
en adelante el milagro de la economía española de los 60, en la que las tasas de crecimiento
superan a todas las demás economías capitalistas excepto Japón. Se ha sostenido que los
planes distorsionaron un auge español que era un mero reflejo del auge europeo; que la
propaganda "triunfalista" del régimen, difundiendo estadísticas de crecimiento, no era
prueba de una prosperidad basada en la "paz de Franco", sino únicamente reflejo del
inevitable aumento súbito de la actividad que la industrialización provoca en sus primeras
fases en cualquier economía atrasada. Y la de España lo era.
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Planes no redistribuyeron la renta. Lo cual no significa que no se lograra, como era
intención de los tecnócratas, un incremento de los salarios y del nivel de vida de la clase
obrera, al tiempo que se logra un rápido crecimiento industrial.
La consecuencia fue el éxodo masivo hacia las ciudades, el vaciamiento de las
áreas rurales, creando el desierto interior y el sur empobrecido, y con destino a la próspera
periferia y el "triángulo industrial" del nordeste. Madrid se convirtió en una excepción
europea: una metrópoli rodeada por un desierto demográfico. En 1970, 1,6 millones de
andaluces viven fuera de su región (0,7 m. en Barcelona).
El problema más difícil de tratar era el de los pequeños campos de las pobres tierras
de secano (22 millones de parcelas de menos de 2 hectáreas). Aquí la política de
concentración parcelaria seguida por el régimen hizo algunos progresos al crear una clase
de agricultores medios, de la que se carecía en el pasado en absoluto. A mediados de la
década de 1970 habían abandonado sus tierras 800.000 propietarios.
El apoyo del gobierno al cultivo de cereales –que constituía una necesidad durante
el hambre de 1940– tuvo a largo plazo consecuencias menos felices. Al favorecer el trigo
con precios protegidos y garantizados, la tierra se dedicó al cultivo del cereal, y el sistema
agrícola no pudo responder a la nueva demanda de carne y de productos lácteos exigida
por la relativa prosperidad de la década de 1960. A partir de aquí, apareció la llamada
"crisis de la agricultura tradicional" ya que los cultivos tradicionales no encontraban
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mercados.
Los tecnócratas esperaban que la nueva economía produjese una sociedad estable,
satisfecha. López Rodó, el más eminente de los nuevos tecnócratas y planificadores
sostenía que las tensiones sociales desaparecerían cuando se alcanzase una renta per cápita
de 2.000 $. De acuerdo con Fernández de la Mora, el ideólogo del régimen durante sus
últimas etapas, las satisfacciones de una sociedad de consumo inducen a la apatía, una
condición de salud política deseable pues. ¿Hasta qué punto justificaron los
acontecimientos las profecías de los planificadores? La respuesta es compleja. Después de
la apatía producida por los sufrimientos, y la dura lucha por la supervivencia de los años 40
(donde se encontraban a la venta cepillos de diente usados, y se instaló un feroz
racionamiento en lo que Umbral llamó el invierno de las colas), la relativa abundancia de
los 60 se atribuyó a la "paz de Franco". La satisfacción con este nuevo estado de riqueza
comparativa le llevó al antiguo falangista Ridruejo a sostener que el régimen gozaba del
apoyo de la mayoría de los españoles.
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tradicional de transmisora de cultura para convertirse en un campo de experimentación
social y sexual.
La protesta obrera fue también consecuencia de lo que los marxistas llamarían "las
contradicciones del sistema". Los sindicatos obreros habían sido destruidos por completo
en 1939. En su lugar hicieron su aparición los sindicatos verticales que aglutinaban a
trabajadores y patronos y que incorporaron los ideales falangistas. La lucha de clases se
sustituiría por la cooperación entre las clases bajo dirección "jerárquica" –palabra favorita
de los falangistas– del Estado. Las huelgas eran ilegales, los sindicatos representativos de
trabajadores se vieron sustituidos por sindicatos dominados por burócratas falangistas. La
seguridad en el empleo fue la compensación que se les dio a los trabajadores por la
supresión de los sindicatos obreros. Paulatinamente los sindicatos oficiales ("mastodontes
burocráticos") demostraron ser incapaces de resolver los problemas laborales de una
economía industrial moderna. El mismo régimen admitió los convenios colectivos y la
elección de delegados; los trabajadores crearon las representativas pero ilegales
Comisiones Obreras, dominadas cada vez más por los militantes comunistas. Los
empresarios que deseaban modernizarse y alcanzar objetivos de productividad, si tales
objetivos implicaban una racionalización de las plantillas, negociaban con los sindicatos
ilegales. En la década de los 70 el gobierno trató con dureza a CC.OO., pero el mal estaba
hecho: los sindicatos oficiales embutidos de la ideología y la estructura del régimen
estaban desacreditados. El Partido Comunista que no había poseído ninguna base sindical
segura en la España anterior al franquismo, como resultado del éxito de CC.OO. controló
el sindicato más poderoso en la era posfranquista.
Con un promedio de rentas que casi se había triplicado en una década, López Rodó
pudo decir que "nunca se había conseguido tanto en tan poco tiempo". Pero si el objetivo
del franquismo era alcanzar la "paz social" gracias a la prosperidad, ésta se alcanzó sólo en
parte. Si los tecnócratas del Opus Dei esperaban forjar una amalgama de autoritarismo,
catolicismo tradicional y el mundo de la eficacia de los negocios de tipo americano, sólo
obtuvieron éxito durante un corto tiempo. La sociedad española de los años finales de la
década de los 60 y de la de los años 70 era superficialmente estable, pero se encontraba
alterada por los conflictos existentes entre las costumbres heredadas y los valores de la
clase media que habían servido al franquismo, lo mismo que había servido a cualquier
régimen anterior, y que aquellas otras típicas de una sociedad de consumo, materialista, de
una nación de "teleadictos" que rendía culto al automóvil (que pasó por cada 1.000
habitantes entre 1960 y 1970 de 9 a 70), a la televisión (que abarca al 90% de la nación en
1970).
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Es difícil estimar los efectos más íntimos de tales cambios. La sociedad de los años
60 y 70 mostraba síntomas de lo que Gino Germani llama "modernización superficial". Los
empresarios de banca que presionaban para conseguir la nacionalización de los bancos
apoyaban una educación religiosa. Los trabajadores, cada vez con una mayor militancia y
conciencia de clase, eran tan conservadores como los ideólogos del régimen y como los
sectores más puritanos de la Iglesia por lo que se refería al papel de la mujer en la
sociedad. El conflicto entre los nuevos y viejos valores fue particularmente agudo entre las
generaciones. En las sociedades industriales los padres pierden autoridad. Los estudios de
opinión revelaban un alejamiento completo del régimen y de sus valores entre la juventud
urbana educada de clase media, alejamiento que no era compartido por los jóvenes del
campo o por las viejas generaciones. En los 70 los progresistas defendían el derecho al
"libre uso del cuerpo", mientras que paradójicamente España mantenía la tasa de edad de
emancipación respecto a la familia más tardía de Europa.
6– La transición institucional.
Como señala Raymond Carr, "el franquismo era algo más que el gobierno de un
solo hombre", pese a que Franco permaneciese hasta su muerte. Fue un sistema político
que, para el mundo exterior, aparecía como un monolito político inmutable. Dados los
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cambios ocurridos en la sociedad, no hubiera sobrevivido sin llevar a cabo al menos
cambios "cosméticos" y algún intento por incorporar nueva fuerzas al sistema. La
legitimidad de ese sistema fue cambiando con el tiempo. Nunca desapareció la simple
división maniquea de la posguerra entre vencedores y vencidos. En la inauguración del
Valle de los Caídos, en 1959, Franco habló de la "lucha entre el Bien y el Mal". Pero con
todo sí existió una evolución, entre la "dictadura de la victoria" (Franco como salvador del
país) y la "dictadura del desarrollo" (el régimen como garante del desarrollo). Franco se
veía a sí mismo menos como un general conquistador que como un benevolente patriarca
familiar.
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con Ruiz Giménez en 1956 por ser "demasiado liberal", con Fraga por lo mismo en 1969.
"España es fácil de gobernar", presumía.
Carrero Blanco señalaba que ofrecer el cambio a un español era como ofrecer
bebida a un alcohólico. Pero también había ministros partidarios de lograr esa
"legitimación" desde una liberalización controlada, como el propio falangista Solis. A
Franco, que consideraba a los partidos políticos responsables del fracaso del 98, no le
gustaban estos intentos aperturistas, o los limitados intentos de Fraga como ministro de
Información y Turismo de liberar la prensa y la vida cultural en general. Al contrario: los
franquistas se atrincherarán ante estas tímidas aperturas en un búnker ideológico.
A pesar de la idea de Franco en los últimos años de que "toda está atado y bien
atado", o de los que pensaban que "después de Franco las instituciones" (es decir, que la
organización creada por el régimen sería suficiente para asegurar el sistema político
vigente), nadie era desconocedor del fracaso de aquellas instituciones para contener los
conflictos en aumento y mantener los apoyos al régimen. La "descomposición" era
evidente durante el gobierno del almirante Carrero Blanco, apóstol del continuismo
ideológico. Pero la prensa sí se estaba convirtiendo en un "parlamento de papel".
Reformistas gubernamentales como Fraga, autor de la Ley de Prensa de 1966, sostenía que
una sociedad moderna debía poseer instituciones modernas. Pero el reformismo no
prosperó; pereció cuando arreciaron la protesta y el terrorismo.
En los primeros años del régimen el apoyo de la Iglesia al régimen había sido
fundamental. A cambio, la enseñanza secundaria le fue entregada a las órdenes religiosas, y
el código civil se basó en el derecho canónico (prohibición del divorcio, etc.). Pero los
sacerdotes más jóvenes vascos y catalanes comenzaron en los 60 un movimiento para
formar una Iglesia en la oposición, que no encontró apoyo en la jerarquía: sólo con la
muerte de la generación de viejos obispos, o las reformas del Concilio Vaticano II,
Tarancón y otros nuevos obispos comprenderán que la Iglesia no podía ligarse a un
dictador cuya muerte la dejase desamparada. Para el propio Franco, la posición de
Tarancón era una deserción inexplicable, que atribuía a la infiltración masónica y
comunista en la sociedad.
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en la Asamblea de Cataluña una oposición coordinada con la restante frente al franquismo.
El catalanismo dejó de ser un asunto pequeñoburgués, contando con el apoyo de las masas.
El resurgir del nacionalismo vasco fue una seña de identidad del final del
franquismo. Faltándole el sustrato de una cultura en auge como la catalanista, produjo una
manifestación más violenta. Un grupo desgajado de jóvenes activistas rechazaron el
liderazgo desde el exilio del grupo conservador y católico PNV. ETA combinará con
algunas dificultades ideológicas el marxismo y el nacionalismo. Pero ETA se ganó el favor
popular precisamente a partir de la represión policial contra sus primeros actos terroristas,
que hasta cierto punto servía como justificación para su escalada de violencia. El juicio de
Burgos de 1970 contra terroristas vascos significó un punto de inflexión: la sociedad se
olvidó del delito de fondo para centrarse en un debate sobre la pena de muerte y sobre el
franquismo, del que ETA saldrá reforzada. En diciembre de 1973, ETA consiguió su mayor
golpe al volar el coche de Carrero Blanco.
Aunque los terroristas calcularon mal la reacción del régimen, de cualquier forma
dieron un duro golpe al continuísmo que representaba Carrero. Desde ese momento hasta
la muerte de Franco el gobierno estuvo siempre dividido, agobiado por una continua crisis
de identidad entre el búnker y los aperturistas.
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7-BIBLIOGRAFÍA.
CARR, RAYMOND: España: de la Restauración a la democracia, 1875–1980. Ariel,
Barcelona, 1983.
CIERVA, Ricardo de la: La historia del franquismo. Madrid, 1975.
FOESSA (ed.): Informe sociológico sobre la situación social de España. FOESSA,
Madrid, 1970.
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1982 (14ª ed.)
TAMANES, RAMÓN: La República. La era de Franco. Madrid, Alianza Editorial, 1973.
(1ª ed.)
TUSELL, JAVIER: La oposición democrática al franquismo. Madrid, 1978.
VV.AA.: Historia de España. Vol. 18. Gredos, Madrid, 1986.
VV.AA.: Nueva Historia de España. Vol. 18: El siglo XX. De la Segunda República a
nuestros días. Edaf, Madrid, 1985.
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