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Herejía: Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una

verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma

Arrianismo: Para hablar de una herejía capital desde el punto de vista religioso y
sociológico hay que llegar a la figura de Arrio (318). Arrio es un presbítero de la Iglesia
de Alejandría, una de las sedes más relevantes de la tradición cristiana. La obsesión de
Arrio es la de salvaguardar, dentro de la trinidad, la figura del Padre. El Padre sería el
único “agentos” (inengendrado). Esto suponía una desvalorización del “Logos” (Verbo)
a quién Arrio no reconocía una coeternidad con el Padre, definiéndolo como “creado”.
Según esto, lanzaría una tesis en la que el Hijo quedaba subordinado al Padre. Arrio no
parte de cero, existía ya una concepción litúrgica que contribuía a reafirmar su concepto
y que se resumía con la expresión “Gloria al Padre, con el Hijo, en el Espíritu Santo”. El
patriarca Alejandro de Alejandría condena a Arrio (320) quien en lugar de zanjar la
polémica, la abre tremendamente. Eusebio de Cesarea y Eusebio de Nicomedia
rehabilitan la figura de Arrio, mientras que en Jerusalén es condenada. El emperador
Constantino, una vez fracasada la vía diplomática propugnada por su consejero el
hispano Osio de Córdoba, usa en 325 la vía del Concilio Ecuménico que se celebrará en
Nicea (Asia Menor). De los doscientos obispos que acudieron, solo cinco eran
occidentales y todos ellos estaban ligados a la Corte Imperial. El papa Silvestre no
asistió. En este Concilio se formaron tres partidos religiosos: ∗ Arriano extremo:
Encabezado por Eusebio de Nicomedia. ∗ Subordinacionista moderado: Encabezado por
Eusebio de Cesarea. ∗ Antiarriano: Encabezado por Alejandro, patriarca de Alejandría y
por Osio de Córdoba. La fórmula que se adoptó por mayoría (no por unanimidad), fue la
de Eusebio de Cesarea. Cristo era “omousíos”, es decir, consustancial al Padre. Esta era
una idea innovadora ya que no procedía de las escrituras. La Iglesia, como vemos, se
embarca desde 325 en las declaraciones solemnes e inamovibles de los “dogmas”. En
Nicea se toman otras medidas, la readmisión de los apóstatas, el destierro de Arrio, la
fijación de la Pascua de Resurrección, etc. La crisis Arriana, no obstante, se mantendrá
de 325 a 379. Una buena parte del episcopado oriental no aceptó la declaración de
“omousíos”. La intervención de Constantino quizás enmarañó aún más las cosas. En la
sede de Antioquía en 362 llega a haber hasta cinco formas distintas de entender el
cristianismo: ∗ El nicenismo. Consustancialidad de Primera y Segunda personas. ∗ El
arrianismo extremo “anomeismo” que sostiene que la Primera y la Segunda personas
eran radicalmente distintas. ∗ El “omeismo” La Segunda persona y la Primera son
parecidas. ∗ Apolinaristas: Fórmula del obispo Apolinar que derivó diciendo que Cristo
era una simbiosis del Logos divino y la “carne” o componente material humana. ∗
Pneumatómacos: Defendida por Macedonio, Mantenían la fórmula “omousíos”, pero no
para el Espíritu Santo. La Tercera Persona quedaba devaluada. Los sucesores de
Constantino trataron de terciar en la polémica sin demasiado éxito, máxime cuando en
esta época (325-379) que comentamos se da el reinado de Juliano el Apóstata. La
polémica termina por la imposición de Teodosio convirtiendo al cristianismo, en su
versión nicena, en la religión oficial del Imperio. 3 Teodosio promulga el Edicto de
Tesalónica en 380 con el que impone el nicenismo y se convoca el I Concilio de
Constantinopla. Asisten ciento cincuenta obispos, todos orientales, sin que asista el
hispano papa Dámaso. En este Concilio se acuerda lo siguiente: ∗ Se reafirma lo
convenido en Nicea que queda recogido en el Credo. ∗ Se condena el arrianismo en
cualquiera de sus formas. ∗ A la sede de Constantinopla se le concede una preeminencia
por encima de las otras sedes. Desde el punto de vista teológico, el arrianismo fue muy
importante porque partió en dos, al menos en Oriente, a la comunidad de fieles,
poniendo en claro la afición oriental a la especulación teológica El arrianismo que
muere en Oriente en 380, sería introducido en Occidente por los pueblos germanos que
habían sido adoctrinados por los discípulos de Arrio.

Arrianismo
El arrianismo es una de las muchas interpretaciones del cristianismo del siglo III cuyas
doctrinas se basaban en la negación de la naturaleza divina de Jesús, por lo que
rechazaban el dogma de la Trinidad de Dios. Según los arrianos, al haber sido creado
por Dios, Jesús podía tener atributos divinos, pero no una naturaleza divina. Sólo había
un Dios y una única naturaleza divina, estableciendo una clara diferencia entre el Padre
y el Hijo, que era una criatura excelsa, pero que no se podía llamar Dios bajo ningún
concepto.

El nombre procede de Arrio de Alejandría (256-336), sacerdote cristiano cuyas


interpretaciones consiguieron la adhesión de muchos cristianos a sus tesis, dando lugar a
un amplio movimiento dentro de la iglesia, a partir del siglo III. Sus principales tesis
terminaron por ser rechazadas en el concilio de Nicea (celebrado el año 325) siendo
condenadas definitivamente como heréticas en el de Constantinopla, del año 381. Pese a
ello, sus doctrinas, aunque prohibidas en el Imperio romano, fueron seguidas por los
pueblos germánicos, hasta el siglo VII.

priscilianismo
Herejía cristiana que negaba la Santísima Trinidad y atribuía a Jesús sólo el cuerpo
aparente: el priscilianismo se difundió durante el siglo IV. Desviación heterodoxa del
cristianismo con una profunda raíz rigorista, uno de los primeros movimientos de
protesta contra la corrupción y el vicio del clero católico ortodoxo y, también, contra el
escaso celo mostrado por éstos ante la penosa situación de las capas más desfavorecidas
El Priscilianismo: Prisciliano (fallecido en el 385), obispo hispanorromano iniciador de
la herejía que lleva su nombre. Nacido en fecha incierta en la provincia romana de
Gallaecia, comenzó su predicación hacia el año 379. Su doctrina atacaba la ortodoxia
católica negando la distinción de personas en la Trinidad y afirmando que el mundo
había sido creado por el demonio. Creía que los astros influían en el ser humano, estaba
en contra del matrimonio y defendía una rígida moral, lejos de la relajación de
costumbres que él veía. Sus teorías tienen influencias gnósticas y maniqueas. Nombrado
obispo de Avela (Ávila) en el 380 y desterrado de la península Ibérica en el 381, fue
juzgado en Tréveris ante el emperador Máximo acusado de magia, siendo decapitado.
Su herejía duró hasta el fin del siglo VI en Gallaecia23 . Su doctrina es una síntesis de
ascetismo, maniqueísmo y gnosticismo. Esta teoría sería condenada por un Concilio
celebrado en Zaragoza en 380. Prisciliano, laico y rico, es elegido por sus discípulos
obispo de Ávila, lo que le valió la amonestación del metropolitano de Mérida Idacio.
Sufre un proceso en Burdeos y es decapitado en Tréveris por orden del usurpador
Máximo acusado de magia y conducta disoluta. No le pueden perdonar haber caído en
dos errores muy perseguidos: maniqueísmo, y ser un falso obispo. En el I Concilio de
Toledo (400), todavía se anatematizan a los seguidores de Prisciliano24 que quizás
llevaban a cabo una serie de prácticas que nada tenían que ver con lo que Prisciliano
había dejado escrito. En 1885, Scheps descubrió una colección de once opúsculos de
Prisciliano y en ellos no había nada que pudiera ser considerado heterodoxo, lo que
consideramos priscilianismo quizás no tuvo nada que ver con el pensamiento escrito de
Prisciliano. Prisciliano habría sido la primera víctima del brazo secular al servicio de la
Iglesia. Otros autores le presentan como un conciliador de prácticas ancestrales con la
práctica cristiana. Menéndez Pelayo, Unamuno y algunos eruditos galleguistas, nos
presentan alguna conexión de las doctrinas de Prisciliano con los antecedentes celtas.
Prisciliano tenía una posición moral, no teológica, de tipo dualista, que le hace
vulnerable ante sus enemigos: “El hombre es una unión accidental de cuerpo y alma”.
Las teorías de Prisciliano fueron capaces de galvanizar unos sentimientos sociales en
una zona como Gallaecia, de escasa romanización, de ahí la importancia del
priscilianismo en función de unas “vetas” que se han encontrado en el monaquismo
gallego.
Monofisismo

El monofisismo es una doctrina religiosa que se basa en el rechazo de la doble


naturaleza de Jesucristo. Los monofisistas, por lo tanto, no creen que Jesús tenga una
condición divina y, a su vez, una condición humana: solo le atribuyen el carácter divino.

De acuerdo al dogma católico, en Cristo conviven la naturaleza divina y la naturaleza


humana sin separaciones ni confusiones. Para el monofisismo, en cambio, la faceta
humana se encuentra absorbida por la divina, que es la única que prevalece.

El monofisismo surgió en el siglo IV y motivó tanto disputas teológicas como políticas.


Actualmente la Iglesia copta, la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia ortodoxa india,
entre otros grupos, siguen la doctrina monofisista. Para el catolicismo, sin embargo, el
monofisismo es una herejía.

Un monje de Constantinopla llamado Eutiques o Eutiquio es señalado como el padre del


monofisismo, también conocido como eutiquianismo. Eutiquio se opuso a Nestorio,
quien defendía la doble naturaleza de Jesucristo. Según la postura de Eutiquio, la
naturaleza humana de Jesucristo resultó absorbida por la divina tras la encarnación,
resultando una única naturaleza.

El enfrentamiento entre Eutiquio y Nestorio quedó plasmado tras el concilio de 431. La


falta de acuerdo entre ambas posturas motivó otro concilio en 449 que se caracterizó por
las rencillas políticas. Un tercer concilio en 451 finalmente condenó la doctrina de
Eutiquio y los monofisistas provocaron un cisma, lo cual generó la irrupción de varias
corrientes religiosas. Así el monofisismo llegó hasta nuestros días, manteniéndose al
margen de la Iglesia católica apostólica romana y de otros grupos cristianos.
PROVINCIAS DIÓCESIS Y PARROQUIAS Bajo los reyes germánicos, la diócesis
sigue siendo la división territorial esencial, siendo el obispo la figura principal. Las
capitales de provincias civiles romanas, permiten al obispo de esa capital arrogarse el
título de metropolitano. Las divisiones territoriales, a raíz de las migraciones
germánicas, sufrieron alteraciones: desaparecieron ciudades importantes (Cartagena),
mientras que otras que perdieron su población y se redujeron al tamaño de un villorrio,
siguieron teniendo la consideración de ciudad porque el obispo correspondiente
permaneció en ellas. No obstante, quedaron muchas plazas vacantes. La instalación de
los pueblos germánicos permitió la celebración de numerosos Concilios no ecuménicos
(en Francia en Orleans, en España los Concilios de Toledo), que reúnen a los obispos de
un reino. Factores políticos promueven a ciudades como Toledo a ser sedes primadas.
La extracción aristocrática de los obispos, parece bien documentada, aunque los
monasterios también serían otro de los viveros (Cesáreo de Arlés era un monje del
monasterio de Lerin). Leandro e Isidoro tienen franjas de coincidencia con los ideales
monacales. Puede hablarse incluso de dinastías de obispos, Ej. en Sevilla Leandro ⇒
Isidoro. 46 Hasta aquí, hemos hablado de un cristianismo ubicado en las ciudades,
cuando hablamos de un cristianismo que va más allá del ámbito urbano, hablamos del
cristianismo que llega a las masas rurales, donde el obispo de la diócesis no llega con
facilidad. En el medio campesino y en los barrios de las ciudades, aparecen iglesias
propias. Parroquias que se adaptan al tipo social de la vicus (aldea), de las villas o de los
suburbios d las ciudades. La palabra parroquia se usa para designar distintas realidades:
∗ Conjunto de personas bautizadas en una iglesia. ∗ Duby ha dicho que la parroquia es
el más vivo de los espacios rurales (pero se refiere a la Plena Edad Media). ∗ La
parroquia también se utiliza para designar la diócesis. ∗ En Inglaterra, la parroquia es el
terreno de un monasterio. ∗ Nosotros utilizamos el término parroquia como la forma
más elemental de encuadramiento de fieles. ¿Como fueron surgiendo las parroquias
rurales o las iglesias propias? Hay una polémica entre dos historiadores: ∗ Para Stuzt la
creación de las iglesias en el medio campesino, está dentro del ámbito de una idea
indoeuropea, la función del padre-sacerdote que estimularía a los “señores”
terratenientes construir un templo para uso común. ∗ Imbart de la Tour dice que la
parroquia es el producto del compromiso de los propietarios de instalar iglesias para
erradicar el paganismo. Esta idea provoca una subordinación del sacerdote al dueño de
la tierra. La jerarquía eclesiástica urbana, por su parte, intento, además de promover la
construcción de estas iglesias, que todas ellas sean aterritoriales y acaben dependiendo
del obispo que elegirá al titular o, que al menos, tenga una función de vigilancia sobre
ellas. Los decuratores, presbíteros, etc. tienen las mismas funciones y disponen de una
serie de recursos: ∗ La dotación de los fundadores. ∗ Los diezmos y primicias. ∗ Los
donativos por “servicios”. ∗ Las abluciones. Estos ingresos explican los intentos de
“protección” y de rapiña que sobre las parroquias ejercieron los propietarios laicos. Las
disposiciones conciliares trataron, no siempre con éxito de reglamentar los derechos
respectivos
DIÓCESIS
Un vocablo del griego bizantino (dioíkēsis) pasó al latín tardío (dioecēsis) antes de
llegar a nuestra lengua como diócesis. Así se denomina al territorio sobre el cual un
obispo tiene jurisdicción.

Diócesis
Cabe recordar que un obispo es un superior eclesiástico. Contar con jurisdicción, por
otra parte, implica disponer de autoridad para administrar o gobernar.

Una diócesis, por lo tanto, es un distrito cuya administración eclesiástica está a cargo de
un obispo. Este prelado se encarga de dirigir todas las parroquias que forman parte de su
diócesis. Varias diócesis, a su vez, pueden agruparse en provincias eclesiásticas.

La Iglesia católica considera que cada diócesis es una parte del pueblo de Dios, cuya
guía espiritual es encomendada al obispo. Si la diócesis, por algún motivo, carece de
obispo, se habla de diócesis vacante.

Las diócesis también tienen la función de formar a los futuros miembros del clero. Por
eso fundan seminarios donde los aspirantes cursan los estudios que les permiten
ordenarse.
La Iglesia católica de España, por ejemplo, está compuesta por sesenta diócesis, cada
una de ellas bajo jurisdicción de un obispo o de un arzobispo. Las diócesis españolas, de
manera simultánea, se agrupan en catorce provincias eclesiásticas.

Tan sólo cincuenta y seis de estas diócesis se encuentran a cargo de un obispo, ya que
las catorce que restan son en realidad archidiócesis, y por lo tanto las dirigen diferentes
arzobispos. Por otro lado, hay dos jurisdicciones personales con alcance todo el
territorio de la nación, aunque sin territorio propio.

A continuación veremos algunas de las diócesis y archidiócesis del territorio español,


con su fecha de creación y otros datos, como ser las eventuales supresiones y
reactivaciones:

* Diócesis de Barcelona, creada en el año 400 y convertida en archidiócesis en 1964. En


2004, fue elevada a archidiócesis metropolitana;

* Diócesis de Sant Feliú de Llobregat, cuya creación tuvo lugar en 2004, desmembrada
de la Archidiócesis Metropolitana de Barcelona;

* Diócesis de Tarrasa, con origen en 2004 y con la misma proveniencia de la anterior;

* Archidiócesis Metropolitana de Burgos, creada en el siglo III con el nombre de Oca,


rebautizada en en año 1075 con Burgos en lugar de Oca y finalmente elevada a
archidiócesis metropolitana en 1574;

* Diócesis de Bilbao, que se creó en 1949 como desmembración de otras tres diócesis;

* Diócesis Osma-Soria, surgida en el año 600 con el nombre de Osma y renombrada un


siglo y medio más tarde;

* Diócesis de Palencia, que pasó más de tres siglos suprimida hasta que la
restablecieron en el año 1035;

* Diócesis de Vitoria, cuya creación data de 1861 como desmembración de una


archidiócesis y tres diócesis;

Diócesis* Archidiócesis Metropolitana de Granada, surgida en un primer momento


como diócesis, en 1437, y elevada en 1492 a su actual título;

* Diócesis de Almería, de 1492, tras dos supresiones a lo largo de casi un milenio de


existencia, desde el 300;

* Diócesis de Cartagena, del 100;

* Diócesis de Guadix, creada en el siglo XV.

En el Imperio romano, se llama diócesis a una división administrativa formada por


varias provincias. El vicario (vicarius) era el gobernador de la diócesis, estando bajo
subordinación del prefecto del pretorio.
Cabe mencionar que las diócesis romanas suelen ser llamadas diócesis civiles para
evitar confusiones con las diócesis religiosas. Ambas circunscripciones no tienen nada
que ver entre sí.

Hay un gran número de diócesis a nivel internacional que tienen centros de educación
superior. La universidad católica, por ejemplo, se creó vinculada al seminario diocesano
para apoyar la formación del clero. De todos modos, la universidad católica es asimismo
una fuente de servicios de gran importancia para la nación en la que se encuentran o
incluso para su continente, y en el mundo hay muchas que realizan considerables
aportes tanto a la ciencia como a la cultura.

DEFINICIÓN DE
PARROQUIA
Parroquia es un término que procede del latín parochĭa y que tiene su antecedente más
lejano en un vocablo griego. Puede utilizarse en el ámbito religioso para nombrar al
templo donde se brinda atención espiritual a los creyentes y se ejerce la administración
de los sacramentos. El concepto también permite hacer referencia a la comunidad de
fieles y a la región territorial que depende de una determinada jurisdicción espiritual.

Parroquia
Por ejemplo: “Mi abuela visita la parroquia todas las mañanas y agradece a Dios”, “El
sacerdote de la parroquia del barrio está juntando alimentos no perecederos para donar a
las víctimas del terremoto”, “La parroquia abre sus puertas a primera hora de la mañana
para que las personas carenciadas puedan desayunar”, “Mi hija tomará la comunión en
la parroquia de su escuela”.

En el caso de España, entre las parroquias más bellas y significativas se encuentra la


Iglesia de San Pedro de la Nave que está situada en la localidad zamorana de El
Campillo. De estilo visigodo es el citado templo que se levantó a finales del siglo VII y
que ha sido catalogado como Patrimonio Histórico.

Uno de los últimos ejemplos del citado tipo de arte es esta construcción que tiene entre
sus principales señas de identidad el hecho de que se han identificado un total de trece
marcas de cantería de gran simbología y valor.

No obstante, tampoco hay que pasar por alto en dicho país la existencia de la Parroquia
de San Miguel de Lillo que no sólo se ha convertido en uno de los máximos exponentes
de la lista de Monumentos de Oviedo y del Reino de Asturias sino que también se ha
incorporado a lo que es el Patrimonio de la Humanidad.

Esta iglesia es de estilo prerrománico, está dedicada a la figura de San Miguel Arcángel
y fue construida en la primera mitad del siglo IX a raíz de la orden dada por el entonces
rey Ramiro I. De ella habría que destacar fundamentalmente la exquisitez de su
decoración así como otra serie de elementos de gran belleza como sería el caso de sus
bóvedas.

En algunos países, una parroquia es una subdivisión política o administrativa dentro del
territorio nacional, como una provincia o un estado. Suele tratarse de una unidad
territorial de bajo rango: “Los habitantes de la parroquia han reclamado a las
autoridades por el desborde del arroyo”, “Se trata de una parroquia que cuenta con una
desarrollada infraestructura de transporte”, “La administración de la parroquia planea
subir los impuestos locales”.

En el lenguaje cotidiano, se conoce como parroquianos a quienes asisten regularmente a


un mismo lugar público, bar o similar: “Los parroquianos se inquietaron cuando una
mujer desconocida ingresó al lugar y se acercó a la barra”, “Manuel pasa todas las
noches en el bar de la esquina: es su parroquia”, “A esas horas de la noche, sólo los
parroquianos se encontraban en la tienda”.

Por último podemos subrayar la existencia de una locución verbal que se emplea con
cierta frecuencia: cumplir con la parroquia. Con ella lo que viene a expresarse es que
alguien cumple con la Iglesia, es decir, que comulga con sus creencias y en sus distintos
oficios.
DEFINICIÓN DE
OBISPO
El vocablo griego epískopos, que puede traducirse como “supervisor”, llegó al latín
tardío como episcŏpus. Ese es el antecedente etimológico inmediato de obispo, un
término que se emplea en nuestra lengua para aludir al superior eclesiástico de una
diócesis católica.

Obispo
Un obispo, por lo tanto, es un sacerdote al que se le confirió el primer grado de la
jerarquía eclesiástica. Se trata del prelado que supervisa a los curas de una región
determinada.

De acuerdo a la Iglesia católica y a otros cultos, los apóstoles ordenaron a los primeros
obispos y esa sucesión se desarrolló de manera ininterrumpida hasta hoy. Los actuales
obispos, por lo tanto, siguen una línea cuyos orígenes se remontan a los apóstoles: son
sus sucesores.

Los obispos católicos, que visten de color púrpura y en determinadas ceremonias


utilizan el báculo pastoral y la mitra, se encargan de la dirección de una diócesis. La
iglesia principal de una diócesis recibe el nombre de catedral, que es donde el obispo
tiene su cátedra.

El obispo diocesano u obispo ordinario es aquel que ejerce su función pastoral con la
totalidad de las potestades. Para desarrollar su labor cuenta con el apoyo de obispos
coadjutores y obispos auxiliares. También puede tener la colaboración de obispos
titulares, que carecen de responsabilidad sobre un territorio específico y son oficiales de
la Santa Sede.

Cabe destacar que el papa, además de ser la máxima autoridad de la Iglesia católica, es
el obispo de Roma. Por lo tanto esa es una de las dignidades de Francisco.

CAPITULO V: EL MONAQUISMO
En el siglo IV, es donde se dio comienzo a la Vida Monástica, principalmente en Egipto
y Palestina. Desde el comienzo del cristianismo algunos hombres muy religiosos que
por medio de la soledad, penitencia y oración, buscaban llegar a un grado mas de
perfección y unión con Dios.
Luego de la persecución de Decio muchos cristianos se refugiaron en el desierto de
Tebaida en Egipto, practicaban una vida de soledad, silencio y sin ninguna regla en
común, a ellos se les llama Anacoretas o Solitarios. Los mas celebres fueron San Pablo
de Tebas y San Antonio Abad. Este último es llamado El Padre de los Monjes, se retiró
al desierto después de haber repartido sus bienes entre los pobres.

De la vida Anacoreta o Solitaria se siguió el paso a La vida cenobita o comunitaria, es


decir, una vida común bajo la autoridad de un superior, y fue San Pacomio, pagano
convertido, quien fundó Tabbena, primer monasterio en el cual los monjes practicaban
una misma regla. San Basilio, padre de la Iglesia, fue quien propagó la vida monástica
en el oriente y redactó nuevas reglas que fueron adoptadas por todos los monasterios
griegos: la principal la obediencia al superior.

La vida monástica pasa del oriente al occidente por medio de San Atanasio. Sus
principales propagadores en Italia, Africa y Galia fueron algunos Padres de la Iglesia
como San Ambrosio, San Agustín, San Hilario y San Martín de Tours. San Honorato
que fue obispo de Arles, edifico en el año 410, en una isla de Lerines, un célebre
monasterio del cual salieron numerosos Obispos.

Finalmente la causa del monaquismo se vio perjudicada por algunas exageraciones en el


occidente; y para acabar con esto, San Benito Abad fundó en Montecasino la orden y la
regla benedictina, cuyo lema es "Ora et Labora" (ora y trabaja). El Gran difusor de esta
regla fue el Papa San Gregorio Magno la cual fue adoptada casi en todos los
monasterios del occidente.

Los Benedictinos llenan la Historia de la primera época de la edad media, fueron los
misioneros que evangelizaron a los bárbaros, fueron los educadores de Europa, sus
escuelas, fueron modelos de cultura intelectual y mientras que algunos se consagraron a
la trascripción de manuscritos o composición de libros piadosos y crónicas de la
historia, otros se consagraron a la creación de aldeas agrícolas y a la construcción de
represas y canales de riego. Estos monjes llegaron a ser los maestros de la agricultura, la
industria y la ciencia.

En el siglo X surgieron con gran vigor nuevos órdenes monásticas, que intentaron
luchar contra los males que aquejaban a la Iglesia. Desde los monasterios se predicaba
el renunciamiento a las vanidades del mundo como una de las condiciones para salvar el
alma.

La reforma de los conventos partió de Francia. El 11 de noviembre del año 910, el


duque de Aquitania, conocido como Guillermo el Piadoso, fundó un monasterio en la
localidad de Cluny y lo puso bajo la protección directa del Papa, sustrayéndola de la
autoridad del obispo local. Se formó entonces una orden religiosa, la cluniacense, que
observaba con mucho cuidado a regla de San Benito:

la combinación del trabajo manual con la oración, la recitación de los Salmos, el respeto
por el silencio y la confesión pública de los pecados.

La orden cluniacense comenzó a condenar en forma sistemática ¡a vinculación entre


Iglesia-Estado; especialmente en referencia a la situación en Alemania, donde los
obispos eran “semifuncionarios” del emperador. Para los monjes de Cluny, la función
más importante que tenía que cumplir la Iglesia en la Tierra era la salvación del alma y
para ello necesitaba estar libre de la intromisión estatal. Se debía terminar con la
compraventa de cargos eclesiásticos. Desde Cluny surgió entonces la idea de que el
poder laico debía estar subordinado al poder moral de los eclesiásticos.

La actividad que esta orden desarrolló rehabilitó el espíritu religioso en la opinión


pública. De esta orden surgieron muchos clérigos notables, como Hildebrando que
luego se convirtió en el papa Gregorio VII.
En el siglo XI surgió otro movimiento reformista en Cister, bosque de Francia, en donde
el abad Roberto con algunos de sus religiosos se instalaron para fundar un monasterio.
Aplicaron también con respeto las reglas de San Benito. Desde allí se desarrolló una
orden religiosa de tal magnitud que no tardó en hacerse célebre. Los monjes cístercenses
tomaron el nombre de bernardos, en honor de uno de sus clérigos más destacados, San
Bernardo.
El movimiento monástico no se detuvo. En los siglos posteriores surgieron nuevas
órdenes, como los franciscanos y los dominicos.

A comienzos del siglo XII un religioso italiano, San Francisco de Asís, fundó la orden
de los Frailes Menores, luego llamada franciscanos. Predicó dos virtudes primordiales:
la fe y la caridad, a través del ejemplo de una vida humilde, y la renuncia a las riquezas
que le brindaba su familia. La orden franciscana fue muy popular y se convirtió en una
de las más fecundas instituciones del cristianismo.

En el mismo siglo Santo Domingo de Guzmán fundó la orden de los Predicadores,


considerada como una de las más importantes órdenes mendicantes.

El objetivo de Santo Domingo fue la necesidad de combatir la herejía (desviación de la


interpretación del dogma católico), no sólo con la palabra sino con la conducta y las
obras. Los dominicos renunciaban a los bienes terrenales, concebían el estudio como
una forma esencial para concretar sus aspiraciones religiosas: sus claustros fueron
verdaderos aulas de ciencias. Los monasterios se convirtieron de esta manera en centros
importantísimos de la vida en esa época.
En el mundo medieval, los monasterios hacían la función de «ciudades de Dios», al
igual que las villas, los pueblos y las aldeas eran las ciudades de los hombres. Eran
microcosmos en los que los hombres y mujeres allí reunidos se entregaban al trabajo y
la oración; en un mundo oscuro y bárbaro fueron los que preservaron la cultura clásica
para los siglos venideros.

Papado en Roma

Tras la caída del Imperio Romano y el traslado de la capital imperial a Constantinopla,


el Papa fue ganando poder y pasó a ser única autoridad en Roma.
Desde que la capital del Imperio de Oriente fue trasladada a Constantinopla y lo que
quedaba del Imperio de Occidente fue llevado a Rávena, Roma perdió su poder
quedando como única autoridad la del Papa que consolidó su poder con la ayuda de los
lombardos y de Carlomagno.
Hasta el año 751, cuando fue invadida por los lombardos, Roma formaba parte del
Imperio Bizantino. En el 756, Pipino el Breve otorgó al Papa el poder sobre regiones
próximas a Roma, surgiendo los Estados Pontificios.

El desarrollo del antiguo cristianismo hizo que el Obispo de Roma adquiriese gran
relevancia tanto religiosa como política y que llegase a establecer a Roma como centro
del cristianismo. Hasta que se anexionó al Reino de Italia en 1870, Roma fue la capital
de los Estados Pontificios.

Hasta el siglo XIX el poder papal mantuvo siempre una constante lucha con el Imperio
Sacro Germánico y otros poderes en Europa. A pesar de ello Roma se enriqueció y llegó
a tener un gran peso internacional.

Para lograr este crecimiento se dieron una serie de hechos que contribuyeron a ello: la
ciudad fue el mayor centro de peregrinación durante la edad media, la institución del
Jubileo, en 1300, los concilios, el mecenazgo papal convirtiéndose en foco del
renacimiento sustituyendo a Florencia y su influencia cultural.

Definición de Cisma de Occidente


Fue denominado así a una etapa en la historia de la iglesia católica, en donde se
presentó una crisis de carácter religiosa, en la cual tres obispos se disputaban la máxima
autoridad de la iglesia, hecho que afectó a toda la comunidad cristiana católica en el
mundo, es considerado como uno de los episodios más tristes en la historia del
cristianismo, éste tuvo lugar entre los años 1378 y 1429 posterior a la muerte del papa
Gregorio XI.

La disputa se origina posterior a la muerte del papa Gregorio XI en el año de 1938, el


cual había tomado la decisión de mover la sede papal ubicada en Aviñón a la ciudadde
Roma, luego del fallecimiento se procedió a la elección del siguiente líder de la iglesia,
resultando como sucesor el Gregorio VI el cardenal de origen italiano Bartolomeo
Prignano, quien asumió su cargo como Urbano VI, ésto provocó que un grupo de diez
cardenales integrantes del cónclaves se opusieran a la decisión ya que
consideraban que la misma había sido influenciada por las manifestaciones de
carácter popular en la ciudad de Roma, nombrando entonces como papa a Clemente
VII, quien instaló la sede de la iglesia de nuevo en Aviñón, provocando una división en
la iglesia, ya que los franceses se decantaron por aceptar a Clemente VII como máxima
autoridad, también España y escocia lo apoyaron, mientras que los pueblos italianos,
ingleses, alemanes y finlandeses se decantaron por Urbano VI.

Bonifacio IX fue quien suplanto a Urbano VI, esto entre los años 1389 y 1404,
posteriormente el cargo lo asumió Gregorio XII. Mientras Tanto los sucesores de
clemente fueron Benedicto XIII y posterior a éste Carlos V.

Toda esta situación provoca gran confusión entre los fieles, ya que se ponía en duda cuál
era la verdadera autoridad, por lo que la Universidad de París ideó tre maneras de llegar
a una solución para el problema, la primera consistía en que ambos líderes debía dejar
sus cargos, la segunda, era la creación de un concilio en donde se llegará a un acuerdo y
la tercera era la elección de una árbitro en donde ambas partes estuvieran de acuerdo, la
decisión fue tomada, se llegó al acuerdo de instaurar un concilio denominado el
Concilio de Pisa, el cual inició en el año de 1409 y gracias al cual ambos papas fueron
acusados y depuestos.

Para la siguiente elección papal 24 eran los cardenales participantes que se unieron al
concilio, la elección dio como ganador a Pedro Philagrés, nombrado como Alejandro V.
A, decisión que no fue aceptada por los dos papas acusados, sumándose a la disputa en
denominado “Papa de Pisa”. Luego de la muerte de Alejandro V se nombró como
sucesor a Juan XXIII. Con la imposibilidad de lograr un acuerdo se acudió a la ayuda
del emperador de Roma Segismundo, quien se encargó de organizar un nuevo
concilio instaurado en 1914 en Constanza el cual se declaró como máxima
autoridad sobre el papado, lo que originó un conflicto entre el emperador romano
y Juan XXIII, provocando que el Papa terminara en prisión para 1415, posteriormente
Gregorio XII renunciaría disponiéndose a Benedicto XIII quien era acusado de hereje.
Finalmente para 1417 la disputa finalizó con la elección como único líder supremo de la
iglesia católica a Martín V.

QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS


En el año 1075 se entabló una furibunda guerra entre el Papado y el Sacro Imperio
Romano Germánico, los dos grandes leviatanes de la política europea de su tiempo. El
pretexto: quién debía nombrar a los obispos. Los verdaderos intereses en juego: Quién
sería el amo absoluto de Europa Occidental. El resultado: una sangrienta guerra que se
arrastraría durante 47 años, y que no terminaría con una paz definitiva. Las
consecuencias hoy: comienza la autocracia papal que rige a la Iglesia Católica hasta el
día de hoy. En EODLE develamos los entresijos de uno de los episodios más
importantes en la historia del Cristianismo.

Hacia la guerra.

En el año 1075, la Iglesia Católica vivía un momento bastante oscuro. En los dos siglos
anteriores, el poder del Papado se había ido eclipsando poco a poco. Los aristócratas de
Roma peleaban el título de Papa para obtener ventajas para sí mismos, y de esta manera,
la espiritualidad de la Iglesia se vio arrastrada por las cloacas. Fue un tiempo en el cual
depravadas cortesanas podían imponer Papas a su antojo, y la simonía (compraventa de
cargos eclesiásticos) campeó a sus anchas. El prestigio del Papado se vio aún más
dinamitado luego de que en el año 1054, luego de varias hostilidades, el Patriarca de
Constantinopla y el Papa de Roma rompieron relaciones definitivamente, generando un
cisma en la cristiandad que hasta el día de hoy no ha sido jamás reparado. En toda
Europa habían voces que clamaban por serias reformas al interior de la Iglesia Católica,
e incluso varios Papas habían tratado de cambiar este estado de cosas, sin mayor
resultado.

En el año 1073 llegó al solio pontificio un monje llamado Hildebrando. Este había
recibido educación en un monasterio ubicado en Cluny, Francia. Los cluniacenses eran,
desde su fundación en el año 910, una punta de lanza de la espiritualidad católica, y
tenían un puesto destacado entre quienes aspiraban a las necesarias reformas en la
Iglesia. Hildebrando había sido secretario de Gregorio VI, un Papa que había comprado
su cargo por simonía para tratar de alejar a un pretendiente indigno, y que por este
tecnicismo legal, había sido oficialmente depuesto por el Emperador de Alemania. De
este episodio, Hildebrando había concluido que no habría posibilidad alguna de
reforma, hasta que el Papado fuera fortalecido, y especialmente puesto lejos de las
manos del Emperador.

Para entender bien este problema, deben tenerse presentes algunos antecedentes sobre la
organización de la Iglesia de la época. Desde los tiempos del Imperio Romano, el
Emperador tenía facultades para nombrar obispos a voluntad. En ese tiempo el Imperio
Romano ya no existía, pero los Emperadores alemanes, señores del Sacro Imperio
Romano Germánico, pretendían ser sus continuadores, basados justamente en que
algunos Papas anteriores los habían nombrado como tales. Por supuesto que el
Emperador nombraba como obispos no a los más capaces o de mejor vida espiritual,
sino a aquellos que estuvieran en mejores relaciones con su propio poder. Además el
Emperador retribuía a los obispos con señoríos feudales, por lo que los Obispados eran
señoríos feudales, de la misma manera que los condados, ducados, margraviatos,
etcétera, amarrados todos por un vínculo de vasallaje a la corona del Emperador.

La situación política italiana también debe ser considerada. En ese tiempo, una nueva
raza de señores de la guerra, los normandos, habían hecho aparición en el sur de la
península. Un aventurero normando llamado Roberto Guiscardo había ganado en diez
años de guerras, el título de Duque de Apulia y Calabria (es decir, de todo el sur de
Italia), y la promesa de ser nombrado Rey de Sicilia si la conquistaba, todo aquello en el
año 1059. Todas esas tierras estaban en manos del Imperio Bizantino, señor del
Patriarca de Constantinopla, así es que Roma y los normandos se habían transformado
en aliados naturales. Al mismo tiempo, en el norte, teóricamente sometido al Imperio,
cobraba fuerza cada vez mayor el Condado de Canosa, cuyos señores se trasladaron
desde Canosa hasta la por entonces ascendiente Florencia, y eran los rectores de la
política en el norte de Italia.

Una vez elegido, Hildebrando se nombró a sí mismo como Gregorio VII, en recuerdo
del Gregorio VI indignamente depuesto, y emprendió una amplia serie de reformas.
Estas se llevaron a cabo en la esfera administrativa, en primer lugar, pero para Gregorio
VII, esto no era suficiente. De este modo, se lanzó a su innovación más revolucionaria:
prohibió al Emperador nombrar obispos, al centrar en sí mismo tal facultad. Aquello, en
términos de Derecho Medieval, constituía una verdadera declaración de guerra.

Gregorio VII contra Enrique IV.

A Enrique IV, todo esto le supo muy mal. El Emperador alemán era en realidad el señor
de una serie de revoltosos vasallos que a la primera oportunidad trataban de consolidar
su propio poder, a costa del poder central; entre esos vasallos estaban, recordemos, los
condes de Canosa, que controlaban Italia del norte. Que el Papa nombrara a los obispos,
equivalía literalmente a crear un estado dentro del Estado, algo que el Emperador no
estaba dispuesto a tolerar. Las hostilidades quedaron abiertas cuando el Obispado de
Milán quedó vacante. Tanto el Emperador como el Papa nombraron a su propio hombre,
así es que de pronto Milán tenía dos obispos que se excomulgaban mutuamente.

Enrique IV tenía el precedente de que los Papas anteriores habían sido todos bastante
débiles y dóciles, así es que pensaba que iba a imponerse fácilmente a Gregorio VII.
Pero éste era de madera muy dura. Ante el encono de Enrique IV en defender su
posición, Gregorio VII lanzó la más mortífera arma del arsenal pontificio: decretó el
interdicto sobre los territorios imperiales, y excomulgó al Emperador.

En la Edad Media, esto era terriblemente grave. El interdicto significaba que no se


podían celebrar rituales católicos, en particular la misa, en todo el territorio, por lo que
la gente que muriera en el intertanto, lo haría sin recibir la gracia de los sacramentos
católicos, lo que los precipitaría de seguro en los infiernos, en la concepción de la
época. Al mismo tiempo, un Emperador excomulgado carecía de toda autoridad para
hacerse obedecer, algo que los señores feudales, siempre listos a rebelarse, vieron como
una oportunidad extraordinaria. Enrique IV trató de forzar con violencias a los
sacerdotes alemanes a cumplir con los ritos católicos, sin el menor éxito, porque esto le
atrajo aún mayores animadversiones.

Completamente derrotado, Enrique IV marchó a Italia con un pequeño ejército.


Gregorio VII, sin conocer las intenciones del Emperador, se marchó de Roma y
escondió prudentemente en el Castillo de Canosa, fortaleza principal de Matilde, la
Duquesa de Toscana, y gran aliada del Papa. Pero Enrique IV no traía intenciones
belicistas. Quiere la leyenda que permaneció tres días frente al castillo, en la nieve,
postrado de hinojos, implorando el perdón papal, aunque parece ser que más bien
sostuvieron una conversación amigable, dentro de la situación, y resolvieron sus
problemas a satisfacción. En el siglo XIX, el nacionalista Canciller alemán Otto von
Bismarck acuñaría la expresión “ir a Canosa”, para hacerla sinónima de una gran
humillación.

El amargo fin de Gregorio VII.

Enrique IV volvió a Alemania completamente rehabilitado. Se trenzó entonces en una


dura guerra civil contra sus propios señores feudales. Pidió entonces la ayuda de
Gregorio VII, pero éste vaciló en intervenir en asuntos internos del Imperio. Las
relaciones entre el Papa y el Emperador se enfriaron rápidamente, y el Papa
comprometió entonces su apoyo al pretendiente rival, Rodolfo de Suabia. Y nuevamente
puso a Alemania bajo interdicto, y excomulgó por segunda vez a Enrique IV.

Esta vez, el Emperador estaba preparado. Forzó a los obispos alemanes a reunirse en
sínodo, y consiguió que Gregorio VII fuera oficialmente depuesto. La situación ya no se
resolvería sino por las armas. Estas fueron favorables a Enrique IV, más allá de toda
expectativa, ya que en 1081, Rodolfo de Suabia murió en combate. Enrique IV sometió
duramente a los príncipes alemanes rebeldes, y luego dirigió todas sus fuerzas militares
a Italia. Matilde de Canosa no pudo resistir, y Enrique IV avanzó victoriosamente hasta
Roma, sometiéndola a un duro pillaje mientras que Gregorio VII escapaba de la misma.

Desesperado, Gregorio VII llamó en su auxilio al normando Roberto Guiscardo. Este, a


la sazón, se encontraba en Grecia, librando una victoriosa guerra al Imperio Bizantino.
Este llamado salvó al Imperio Bizantino de ser conquistado por los normandos, porque
Roberto Guiscardo volvió a Italia y dejó a su incompetente hijo Bohemundo el mando
de las tropas en los Balcanes. Roberto Guiscardo se dejó caer en Roma, expulsó a las
tropas alemanas, y a continuación se pagó con un saqueo aún más horrible que el de los
soldados de Enrique IV. Esta vez los romanos se exasperaron tanto con los normandos,
que supuestamente venían a ayudarlos, que echaron a Gregorio VII apenas éste intentó
regresar a Roma. El Papa se refugió en Salerno, capital de Roberto Guiscardo, en donde
falleció en 1085. Sus famosas últimas palabras fueron: “amé la justicia y odié la
iniquidad, por eso muero en el destierro”.

La guerra prosigue.

Después de algunos años, subió al solio pontificio Urbano II. Este hombre era también
un cluniacense, como Gregorio VII, pero mucho más perito en cuestiones diplomáticas.
Estaba convencido de que no habría paz con el Imperio si no se ganaban las cuestiones
de las investiduras (esto es, del nombramiento de obispos) a entera satisfacción de la
Iglesia Católica. Pero no recurrió a la hostilidad abierta, sino que prefirió las sutiles
artes de la diplomacia, haciendo que contra Enrique IV se rebelaran sus propios hijos.
Enrique IV había nacido en 1150, era un mozalbete de 25 cuando había estallado la
guerra con el Papado, y por tanto, apenas llegaba a la cincuentena cuando estaba
luchando desesperadamente por conservar su trono, una vez más. Su hijo Enrique V
resultó ser aún más artero que su padre, ya que consiguió derrotarle con engaños.
Enrique IV tuvo que huir de Alemania, e intentaba en vano reclutar un ejército para
recuperar sus dominios, cuando falleció completamente quebrantado por sus penurias, a
los 56 años, en 1106.

Mientras tanto, Urbano II estaba dedicado a reforzar el prestigio del Papado por otros
expedientes. En 1078, mientras Gregorio VII estaba absorbido en sus hostilidades
contra el Emperador, los turcos selyúcidas habían tomado Jerusalén. Urbano II, con las
manos más libres que Gregorio VII, había predicado la Cruzada, con lo que esperaba no
sólo recuperar los Santos Lugares para la Cristiandad, sino también imponer a la Iglesia
Católica como una figura de autoridad moral sobre todos los cristianos. Ciertamente que
lo consiguió, de modo que a su muerte, en el mismo 1099 en que los cruzados
conquistaban Jerusalén, la Iglesia Católica era otra vez un digno rival para el
Emperador.

Una vez bien asegurado en su trono por la muerte de su padre, Enrique V insistió una
vez más en la cuestión de las investiduras. Esta vez, el Papa que le enfrentaba era
Pascual II, hombre de talante más bien conciliador, lejos del radicalismo de Gregorio
VII y Urbano II. Después de varios años de negociaciones, ahora con la guerra sólo en
estado latente, se llegó a un acuerdo en el año 1111. Enrique V renunciaba a la
pretensión de investir a los obispos, pero a cambio, éstos entregaban todos los regalia
(esto es, los beneficios que los obispos recibían como señores feudales) al Imperio. Era
una renuncia casi heroica, por parte de ambas partes, y hubiera sido la base de un
arreglo sólido y perdurable, salvo por un pequeño detalle: este trato no gustó para nada a
los obispos alemanes, quienes prefirieron seguir subordinados al Emperador, pero
beneficiándose de sus regalia. La ambición de poder de los sacerdotes es cosa que viene
de antiguo.

En este punto, Enrique V dio un paso indigno. En vez de renegociar el acuerdo o tratar
de someter a los obispos alemanes, optó por tender una trampa al confiado Pascual II,
para secuestrarlo y obligarle en cautiverio a ceder todas sus prerrogativas, en lo que se
refiere a las investiduras. El Papa, quebrantado después de dos meses de prolongado
cautiverio, cedió. Pero ahora fueron los obispos italianos quienes se rebelaron en masa
ante lo que juzgaban un vejamen inadmisible, y negaron toda validez a las concesiones
de Pascual II, por haber sido arrancadas bajo coacción. Enrique V, enardecido ya que la
situación se arrancaba de sus manos, decidió intervenir militarmente en Italia, una vez
más, al tiempo que el clima de desorden imperante llevó a los señores feudales
alemanes a sublevarse una vez más.

El Concordato de Worms.

La situación de Enrique V era desesperada, ya que con una mano estaba guerreando
contra los señores feudales en Alemania, y con la otra pretendía imponerse al Papado en
Italia. Pero la fortuna le favoreció. Matilde de Canosa, vieja aliada del Papado, falleció
en 1115, lo que le abrió camino fácilmente hasta Roma. En 1117, los alemanes
volvieron a tomar Roma. Una vez más, el Papa se arrojó en brazos de los normandos. El
fiero Roberto Guiscardo había fallecido en 1085, pero en el intertanto, su hermano
Roger I, y después su sobrino Roger II, se habían transformado en señores de Sicilia, y
habían consolidado su posición política más allá de toda posibilidad de quebrar su
poderío. Roger II no vaciló en intervenir a favor del Papado, lidiando una feroz guerra
con Enrique V, y el antipapa Gregorio VIII, que éste había nombrado.

Frente a todas estas tribulaciones, Enrique V prefirió ceder. Se hacía viejo, al igual que
su padre, y no quería pasarse todo su reinado en guerra, así es que mientras aplastaba
uno por uno a los señores feudales alemanes rebeldes, entabló nuevas negociaciones con
el Papa, que en esta ocasión era Calixto II (Pascual II había fallecido en el intertanto).
En el año 1121, Enrique V logró que la Dieta Imperial (es decir, la asamblea de señores
feudales alemanes) le reconocieran como Rey de Alemania, y tuvo las manos libres para
llegar a un acuerdo con el Papa.

En la ciudad alemana de Worms se celebró entonces el llamado Concordato de Worms


(un concordato es un tratado entre el Papado y un Estado cualquiera, en este caso, el
Sacro Imperio Romano Germánico). No sin ironía, se repitieron algunas estipulaciones
de lo ya acordado en Sutri, once años antes. En líneas generales, el Papa nombraría en
adelante a los obispos, pero éstos deberían hacer un reconocimiento al Emperador. Esto
último era un gesto vacío, desde luego, ya que al ser nombrados por el Papa le serían
fieles a éste, pero salvaba de maravillas las apariencias para el derrotado Emperador.
También el Emperador restituía las propiedades en Italia, de las que se había apoderado
en los años de guerra anterior.

Las consecuencias de la Querella de las Investiduras.

¿Es la Querella de las Investiduras un episodio de la Edad Media, sin mayor


trascendencia? ¡De ninguna manera! Las consecuencias de esta serie de guerras, siguen
presentes hasta el día de hoy en la Iglesia Católica. La doctrina hildebrandina según la
cual la Iglesia debía ser autónoma de todo poder secular, que hoy en día parece casi
obvia, en aquellos años era una completa innovación. Aquí se sentaron las bases del
totalitarismo eclesiástico que transformó a la Iglesia Católica en una monarquía absoluta
de derecho divino, y que sería sucesivamente perfeccionada a lo largo de los siglos.

El resultado de este cambio fue harto drástico. El Monasterio de Cluny y los hombres
salidos de allí, como Gregorio VII o Urbano II, querían sustraer de las manos del poder
terrenal el nombramiento de obispos, como medida desesperada para asegurar la pureza
de los hombres de iglesia. Pero a medida que los ideales de Cluny se fueron
degradando, y los cluniacenses terminaron convertidos en una maquinaria de poder, y
por tanto corrompidos por el mismo, el fortalecimiento de la autoridad papal dentro de
la Iglesia Católica redundó en un empeoramiento de la moral al interior de la misma, ya
que el Papa comenzó a nombrar obispos serviles a sus propósitos, los que se veían
obligados a apoyarle como un verdadero ejército, algo que se mantiene hasta el día de
hoy. A lo largo de los siglos, esta concatenación de hechos llevaría a la mundanización
del clero, que en la época del Renacimiento llegaría a sus cotas más altas con figuras
como el intrigante Alejandro VI, o Julio II, el Papa Guerrero, y que nunca ha sido
eliminada del todo.
DEFINICIÓN DE
CONCILIO
El término concilio, cuyo origen se encuentra en el vocablo latino concilium, alude a
una reunión que se lleva a cabo con el objetivo del tratamiento de algún asunto de
interés. También se llama concilio a los documentos que surgen de dicho encuentro.

Concilio
Por ejemplo: “El empresario uruguayo se sumará al Concilio Mundial de Organizadores
de Espectáculos Musicales”, “El Concilio de Carson se reunirá mañana con el objetivo
de resolver el conflicto”, “Desde la oposición plantearon la necesidad de crear un
Concilio de Representación de los Jubilados y Pensionados”.

La idea de concilio suele hacer referencia a una junta de autoridades eclesiásticas de la


Iglesia católica que tiene la finalidad de analizar y decidir cuestiones vinculadas a los
dogmas.

La Iglesia católica, desde su creación y hasta el año 1054, celebró ocho concilios
ecuménicos. A partir de esa fecha, se produjo una división entre Occidente y Oriente y
desde entonces los concilios fueron convocados por la Iglesia occidental. Entre 1054 y
la actualidad se realizaron otros doce concilios, convocados por el papa.

El concilio ecuménico más reciente de la Iglesia católica tuvo lugar entre 1962 y 1965
en el Vaticano. Conocido como Concilio Vaticano II, su convocatoria corrió por cuenta
de Juan XXIII, a cargo de presidir la primera etapa, mientras que las últimas sesiones
fueron lideradas por Pablo VI.

Los concilios nacionales (que se convocan con autorización del papa y están orientados
al episcopado de una región) y los concilios provinciales (dirigidos por un obispo
metropolitano) son otros concilios desarrollados por la Iglesia católica.

Concilio de Trento

Uno de los concilios ecuménicos más significativos de la historia de la Iglesia católica


fue el de Trento, el cual se desarrolló a lo largo de veinticinco sesiones que se llevaron a
cabo entre 1545 y 1563 en la ciudad de Trento, al norte del actual territorio italiano (en
aquella época era una ciudad imperial libre, a cargo de un príncipe-obispo).

El papa Pablo III hizo su primer intento de celebrar este concilio en el año 1537, en
Mantua, y después en Vicenza, al año siguiente, mientras buscaba llegar a un acuerdo de
paz para Francisco I y Carlos V en Niza. Luego de varios obstáculos que lo obligaron a
posponer la reunión, decidió convocar un Concilio General de la Iglesia a finales de
1545, que sirvió para trazar los alineamientos de las reformas del catolicismo (más tarde
denominadas «contrarreformas»).
En dicha sesión estuvieron presentes cinco superiores generales y veinticinco obispos.
La idea fundamental del concilio de Trento la plasmó la gestión de Francisco Torres,
Alfonso Salmerón y Diego Laínez, tres destacados jesuitas; Pedro Guerrero, el obispo
de Granada, fue el principal exponente de las normas prácticas; la inspiración para la
filosofía del concilio, por otra parte, vine de Cardillo de Villalpando, un importante
teólogo de España.

La última reunión del concilio de Trento se llevó a cabo en la época del Papa Pío IV. A
lo largo de todos esos años se tomaron decisiones de suma importancia para la Iglesia
católica, y una de las más relevantes fue aumentar los requisitos de excelencia para los
candidatos al obispado: los obispos debían tener una conducta intachable, un historial
libre de cualquier actitud inmoral y un nivel teórico muy alto.

Para alcanzar este último objetivo se crearon seminarios dedicados especialmente a la


educación de los futuros sacerdotes. Otros de los puntos más destacados fueron la
exigencia del celibato clerical, la imposición a los obispos de que residieran en sus
diócesis y la imposibilidad de que acumularan beneficios. El concilio de Trento también
impuso la necesidad de que la Iglesia mediara para alcanzar la salvación del ser humano
y reafirmó la posición del Papa como autoridad máxima.

DONACIÓN DE PIPINO (756)

...Un mensajero imperial se apresuró a ir a la presencia del mencionado cristianísimo


rey de los francos. Lo encontró más acá de la frontera lombarda, no lejos de la ciudad de
Pavía, y le rogó urgentemente, con la promesa de muchos presentes imperiales, que
entregara a las autoridades imperiales la ciudad de Ravenna y las otras ciudades y las
fortalezas del Exarcado. Pero no pudo persuadir al fuerte corazón de ese cristianísimo y
benévolo rey, que era fiel a Dios y amaba a San Pedro, es decir, Pipino, rey de los
francos, a entregar esas ciudades y lugares a la autoridad imperial. Ese mismo amigo de
Dios, muy bondadoso rey, se negó rotundamente a enajenar esas ciudades del poder de
San Pedro y de la jurisdicción de la Iglesia Romana o pontífice de la Sede Apostólica.
Afirmó bajo juramento que no había hecho la guerra tantas veces para obtener el favor
de nadie, sino por el amor de San Pedro y por la remisión de sus pecados, y declaró que
el acrecentamiento de su tesoro no le persuadiría a quitar lo que una vez había ofrecido
a San Pedro...

Habiendo adquirido todas estas ciudades, redactó un documento de donación para la


posesión perpetua de ellos por San Pedro y la Iglesia Romana y por todos los pontífices
de la sede apostólica. Este documento todavía existe en los archivos de nuestra Santa
Iglesia. El cristianísimo rey de los francos envió a su consejero Fulrad, venerable abad y
sacerdote, a tomar posesión de las ciudades, y él mismo se puso en camino alegremente
y sin tardanza con sus ejércitos para regresar a Francia. El dicho venerable abad y
sacerdote, Fulrad, vino a la región de Ravenna, con embajadores del rey Astolfo, y
entrando en todas las ciudades de la Pentápolis y Emilia, tomó posesión de ellas, y
también rehenes de entre los hombres principales de cada ciudad, y recibió las llaves de
las puertas. Entonces vino a Roma, y, poniendo sobre la tumba de San Pedro las llaves
de Ravenna y las de las otras ciudades del Exarcado junto con la ya mencionada
donación referente a ellas concedida por su rey, las entregó para que quedaran en
propiedad y en dominio perpetuos del apóstol de Dios y de su santísimo vicario, el
Papa, y de todos sus sucesores en el papado.

Vita Stephani, II, Ed. L. Duchesne, in Liber Pontificalis, Paris, 1886, pp. 452-454, en:
Gallego Blanco, Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Ed. Revista
de Occidente, 1970, Madrid, pp. 84 y s.

LA DONACIÓN DE CONSTANTINO

Concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo pontífice y Papa universal de Roma,
y a todos los pontífices sucesores suyos que hasta el fin del mundo reinarán en la sede
de San Pedro, nuestro palacio imperial de Letrán (el primero de todos los palacios del
mundo). Después la diadema, esto es, nuestra corona, y al mismo tiempo el gorro frigio,
es decir, la tiara y el manto que suelen usar los emperadores y además el manto
purpúreo y la túnica escarlata y todo el vestido imperial, y además también la dignidad
de caballeros imperiales, otorgándoles también los cetros imperiales y todas las
insignias y estandartes y diversos ornamentos y todas las prerrogativas de la excelencia
imperial y la gloria de nuestro poder. Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes
que sirven a la Santísima Iglesia Romana en los distintos grados, tengan la distinción,
potestad y preeminencia de que gloriosamente se adorna nuestro ilustre Senado, es
decir, que se conviertan en patricios y cónsules y sean revestidos de todas las demás
dignidades imperiales. Decretamos que el clero de la Santa Iglesia Romana tenga los
mismos atributos de honor que el ejército imperial. Y como el poder imperial se rodea
de oficiales, chambelanes, servidores y guardias de todas clases, queremos que también
la Santa Iglesia Romana se adorne del mismo modo. Y para que el honor del pontífice
brille en toda magnificencia, decretamos también que el clero de la Santa Iglesia
Romana adorne sus cabellos con arreos y gualdrapas de blanquísimo lino. Y del mismo
modo que nuestros senadores llevan el calzado adornado con lino muy blanco (de pelo
de cabra blanco), ordenamos que de este mismo modo los lleven también los sacerdotes,
a fin de que las cosas terrenas se adornen como celestiales para la gloria de Dios...

Hemos decidido también que nuestro venerable padre el sumo pontífice Silvestre y sus
sucesores lleven la diadema, es decir, la corona de oro purísimo y preciosas perlas, que
a semejanza con la que llevamos en nuestra cabeza le habíamos concedido, diadema que
deben llevar en la cabeza para honor de Dios y de la sede de San Pedro. Pero, ya que el
propio beatísimo Papa no quiere llevar una corona de oro sobre la corona del
sacerdocio, que lleva para gloria de San Pedro, con nuestras manos hemos colocado
sobre su santa cabeza una tiara brillante de blanco fulgor, símbolo de la resurrección del
Señor y por reverencia a San Pedro sostenemos la brida del caballo cumpliendo así para
él el oficio de mozo de espuelas: estableciendo que todos sus sucesores lleven en
procesión la tiara, como los emperadores, para imitar la dignidad de nuestro Imperio. Y
para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y
gloria mayores que las del Imperio terrenal, concedemos al susodicho pontífice
Silvestre, Papa universal, y dejamos y establecemos en su poder, por decreto imperial,
como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no sólo nuestro palacio como
se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades
de Italia y de Occidente.

Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro Imperio y el poder del reino a
Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro
nombre y establecer allí nuestro gobierno, porque no es justo que el emperador terreno
reine donde el emperador celeste ha establecido el principado del sacerdocio y la cabeza
de la religión cristiana.

Ordenamos que todas estas decisiones que hemos sancionado mediante decreto imperial
y otros decretos divinos permanezcan invioladas e íntegras hasta el fin del mundo. Por
tanto, ante la presencia del Dios vivo que nos ordenó gobernar y ante su tremendo
tribunal, decretamos solemnemente, mediante esta constitución imperial, que ninguno
de nuestros sucesores, patricios, magistrados, senadores y súbditos que ahora y en el
futuro estén sujetos al Imperio, se atreva a infringir o alterar esto en cualquier manera.
Si alguno, cosa que no creemos, despreciara o violara esto, sea reo de condenación
eterna y Pedro y Pablo, príncipes de los apóstoles, le sean adversos ahora y en la vida
futura, y con el diablo y todos los impíos sea precipitado para que se queme en lo
profundo del infierno.

Ponemos este decreto, con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de San Pedro,
príncipe de los apóstoles, prometiendo al apóstol de Dios respetar estas decisiones y
dejar ordenado a nuestros sucesores que las respeten. Con el consentimiento de nuestro
Dios y Salvador Jesucristo entregamos este decreto a nuestro padre el sumo pontífice
Silvestre y a sus sucesores para que lo posean para siempre y felizmente.

Edictum Constantini ad Silvestrem Papam, P.L., VIII, en: Artola, M., Textos
Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª Ed., 1992 (1968), Madrid, pp. 47 y s.

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