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Se le atribuye al judío Zenón, feo y patizambo, triste y brillante,
fundador del estoicismo en el siglo IV a.C., la primera formulación de
la teoría de los derechos naturales. En la Grecia de su tiempo -Zenón
impartía sus charlas en Atenas- las personas eran sujetos de derecho
por dos vías: la fratría o tribu a la que se pertenecía, o la ciudad en la
que vivía. La «sangre» y el «suelo» eran las bases que determinaban
los derechos que se aplicaban a las personas, normas que en gran
medida siguen vigentes en nuestros días. Pero Zenón y sus
seguidores plantearon algo totalmente novedoso y revolucionario: los
seres humanos, por su carácter único, poseían unos derechos que no
provenían de la etnia o de la ciudad, sino de los dioses. Esos derechos
eran anteriores a la existencia de la tribu y del Estado, así que no
podían ser suprimidos ni por la fratría ni por las autoridades políticas
de la ciudad, puesto que no habían sido otorgados por ellas.
A fines del siglo XVII el británico John Locke (entre otros) retoma en
sus escritos el argumento de los derechos naturales y echa las bases
de la democracia liberal: ni el Rey ni el Parlamento pueden legislar
contra la libertad, el derecho a la vida y a la propiedad. De Locke
surge el Bill of Rights de los ingleses y los límites a la autoridad real.
Con él se consagran los principios con los que cien años más tarde se
fundan los Estados Unidos y los franceses redactan la Declaración
Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El silogismo
es impecable: sin la creencia en Dios, no era concebible la existencia
de los derechos naturales; sin los derechos naturales no se sostiene la
idea de la democracia liberal.
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Así de simple: si no hay derechos naturales, puede ser aceptable
esclavizar a los cautivos, discriminar a las mujeres y execrar a los
extranjeros o a los homosexuales. Basta con que lo decida una fuente
legítima de poder, como la mayoría aritmética, por ejemplo, o un grupo
de sabios insignes y petulantes. El marxismo -otro ejemplo-, que
negaba la existencia de derechos naturales, se sentía autorizado, en
nombre de la clase obrera, para establecer la dictadura del
proletariado, privar de sus bienes a millones de personas y fusilar y
encarcelar a otras tantas por ser despreciables «enemigos de clase».
El nazismo, que tampoco creía en los derechos naturales, exterminó a
seis millones de judíos y a un millón de gitanos y otras minorías
porque no había ningún impedimento moral o filosófico que lo frenara.
4 de diciembre de 2005