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Reflexión
Arguedas y Gutiérrez
Los ríos profundos del pobre
Raúl E. Zegarra Medina
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ambos intelectuales. Veremos esto en varios niveles, el primero de
1 Arguedas, J. M. Los ríos profundos. Madrid: Cátedra, 1995. Edición de Ricardo González
Vigil. 53
noventa con algunos añadidos, se trata de Entre las calandrias2. En
él, Gutiérrez desarrolla una sugerente interpretación de Arguedas a
través de dos figuras alegóricas opuestas: la calandria consoladora y
la calandria de fuego. La interpretación no es gratuita, ya que remite
al propio Arguedas:
“Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro
en el Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria
consoladora, del azote; del arrieraje, del oído impotente, de los
fúnebres ‘alzamientos’, del temor a Dios y del predominio de
ese Dios y sus protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y
la fuerza liberadora invencible del hombre de Vietnam, el de la
calandria de fuego, el del dios liberador” (ZZ, V, 198)3.
De este modo, Gutiérrez interpreta la obra de Arguedas a través de la
tensión entre ambas calandrias. Siempre veremos en José María ese
canto entrecruzado de las dos aves. El ave que susurra al oído pala-
bras de consuelo aletargantes para que la enajenación perdure; y la
calandria valiente e iracunda que con la pureza de la ira más santa se
rebela contra el orden establecido que somete, ella aboga con canto
enfurecido por la liberación de los oprimidos. Sin embargo, no es cosa
de poco interés que no es sólo la calandria la que tiene protagonismo
en estos ciclos que nos narra Arguedas: también Dios permanece. Es
justamente este juego con ambas figuras lo que nos permitirá tender
el puente entre la obra de Arguedas y la teología de la liberación de
Gutiérrez.
No en vano, a la calandria de fuego la acompaña el “dios liberador”.
Ese dios que dirige la mirada sobre “la fraternidad de los miserables”
(TS, IV, 236). Lo que está detrás es la construcción de la identidad na-
cional de un país desgarrado como el nuestro, para ello, “la búsqueda
será siempre la misma: la liberación de, y por, los oprimidos”4. Es por
ello que la obra de Arguedas tiene también un cierto hilo conductor: la
esperanza, la esperanza en un porvenir distinto para el Perú. Un futu-
ro esperanzando del cual su vida y su obra fueron siempre testimonio.
En eso, qué duda cabe, su reflexión se estrecha fuertemente con la de
Gutiérrez. En ese sentido comenta Gutiérrez unas pequeñas líneas de
Arguedas dirigidas en carta a Hugo Blanco en 1969. Un comentario
que, quizá sin quererlo, enlaza de un modo sublime la obra del teólo-
go y la del novelista:
2 Gutiérrez, G. Entre las calandrias. Un ensayo sobre José María Arguedas. Lima: cep, 1990.
3 Arguedas, J. M. Obras completas. Lima: Horizonte, 1983. 5 vol. Cito desde ahora hacien-
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5 Ibid. pp. 28-29.
6 Gutiérrez, G. Teología de la liberación. Perspectivas. Lima: CEP, 2005. pp. 113-114.
Mi intención es mostrar que sí es posible conciliar el pensamiento de
ambos autores en relación con este último punto. Ya habíamos dicho
líneas arriba que a la calandria también la acompaña Dios. Habrá que
ver qué puede significar esto a la luz del pensamiento religioso de Ar-
guedas. Procedamos, entonces, a realizar un análisis sucinto acerca
del valor de lo religioso en su obra.
Es interesante notar que Arguedas termina El zorro de arriba y el zo-
rro de abajo con una referencia bíblica, con algunas variantes, de la
primera carta de Pablo a los Corintios, capítulo 13. El texto refiere al
amor como fuente de todo obrar, sin amor ninguna obra cobra auténti-
co sentido. Podríamos decir, más involucrados en la cuestión que nos
ocupa, que sin amor no existe verdadera liberación. Esta referencia al
texto bíblico al final de la obra es interpretada por Forgues7 como un
tránsito importante en el pensamiento de Arguedas, el cual enviaría
así su esperanza al ámbito de lo trascendente y con ello la esperanza
se tornaría en pensamiento trágico. Gutiérrez recusa esta lectura y
reinterpreta el ingreso de este texto bíblico a la luz de su sentido den-
tro del corpus paulino: “el texto significa […] lo substancial del camino
que los cristianos deben seguir en su andar histórico: el amor por Dios
y por el prójimo”8. Lo importante para Gutiérrez es que la alusión al
pasaje parece introducir el tema del amor como clave para el cambio
en la historia. Un amor que es, muchas veces, “odio puro”, como el
fuego de la calandria. Esto es, una vehemencia justificada por el amor
que está detrás, la firmeza de la ira ante el abuso que no es movida
por ningún odio maculado, sino que se purifica en atención a los fines
que lo mueven. Es más bien una suerte de amor que se asemeja al
“fragor de tempestad” del Apurímac, la fuerza del río que revitaliza y
rescata al oprimido.
Este tema del amor liberador es para ambos autores, de modos menos
disímiles de los que uno podría imaginarse, sumamente importante.
La confrontación permanente de Arguedas, a través de sus obras, con
la figura del dios y la religión castigadores se debe sin duda al rol que
éstos cumplen: se trata de las herramientas que sustentan la opre-
sión del indio9. Sobre el particular, el estudio de Rouillón10 nos parece
particularmente interesante. En él nos detendremos brevemente en
lo que sigue.
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11 Marx, K., “En torno a la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción”, en
Marx, K., Escritos de juventud, México, FCE, 1987, pp. 491-492.
Lo que resulta interesante, es que ello no quita del imaginario de Ar-
guedas la idea de consuelo o purificación, sino que la traslada. Ya
no se busca paz y pureza en el rostro doloroso del Cristo de la cate-
dral, la pureza está en su conexión con la naturaleza, ese nexo con
el Apurímac al que hicimos referencia al inicio (RP, III, 24). Como bien
indica Rouillón, “la purificación se alcanza en el mundo luminoso del
campo que para Arguedas es una presencia del mundo inocente de
su infancia”12. ¿Y cuál es ese mundo inocente? Pues, claro, el mundo
de esos indios de Lucanas, los más amados, los más comprendidos.
Todo conecta. La naturaleza y el indio se hacen uno, los une la fuerza
del amor que discurre por el feroz torrente del río: el torrente que es
como el “odio puro” que libera.
¿Cómo se vincula esto con el tercer nivel de liberación al que hace
referencia Gutiérrez?
Mi tesis radica, justamente, en un matiz que, como ninguna otra, la
teología de la liberación rescata de las fuentes bíblicas: la figura del
Cristo liberador. La tesis que sostengo encuentra particular fuerza si
uno se remite al mismo Arguedas. Una nota formidable a la edición
personal que José María tenía de Todas las sangres nos ayuda a sos-
tener el punto. El contexto de la nota es un comentario al pasaje que
narra la destrucción del pueblo. Para el sacristán de Lahuaymarca
Dios no está más allí. Como bien indica Gutiérrez: “Dios se aleja de los
sitios donde no se practica la justicia. En ese Dios cree el sacristán.
Se trata de otro gran tema profético, el de la ausencia y presencia de
Dios en la historia”13. Así comenta Arguedas el pasaje:
“Esta es la novela máxima del mundo andino forjado durante la
colonia. Este es el nuevo Dios católico que los nuevos teólogos
predican (G. Gutiérrez)”14.
Como se ve, existe en Arguedas una clara conciencia de que se está
dando un tránsito importantísimo en la reflexión teológica de la época.
Hay un nuevo Dios, distinto a aquel que él conoció. Un Dios que libera,
que sana, que atiende a la miseria del pobre. La referencia a Gutiérrez
en la nota no se da en vano. El mismo Gutiérrez comenta que en una
cena a la cual ambos fueron invitados por César Arróspide, Arguedas
le dijo con cierta picardía: “Lo siento, pero ya había escrito esto antes
de tus conferencias de Chimbote”15. Como diciéndole a Gutiérrez que,
si hubiese sabido de un dios como ese, quizá todo hubiese sido dis-
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14 Citado en: Gutiérrez, G. Op. cit. p. 83. Las cursivas son mías.
15 Ibid. p. 84.
tinto; y, sin embargo, de algún modo ya había sido distinto: de alguna
manera la figura del sacristán había predicado anticipadamente el
Dios que Gutiérrez empezaba a rescatar de las fuentes bíblicas.
De este modo se cierra la pregunta abierta en este breve ensayo y
se hace patente el ciclo del que hablaba Arguedas al inicio, el adve-
nimiento de la calandria de fuego. La obra de Gutiérrez y el trabajo
genuino de hombres y mujeres comprometidos con la situación del
pobre no es otra cosa que el signo patente de dicho advenimiento.
Una voz que se alza, vigorosa, convencida. Se trata de una religión, de
una teología y de un Dios que Arguedas no llegó a conocer, pero que
empezaba a vislumbrar como profeta de un tiempo nuevo. Un Dios
de diestra poderosa que derriba al que le arrebata el pan al pobre, al
que en monumental trono decide cruelmente el destino del hermano,
al miserable que se escuda tras la sotana para legitimar el abuso y
el dolor. Nos habla del Dios que acompaña a la calandria de fuego, el
único Dios que merece reverencia, el Dios que libera del sufrimiento
al inocente.
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