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La cultura: su utilidad y sus formas de financiación: una nota para los

empresarios

La cultura, en el sentido restringido de las actividades que tienen que ver con el disfrute
estético (las tradiciones artísticas populares, las artes plásticas, escénicas y musicales y
la literatura, popular o erudita) es un bien final cuyo consumo da sentido y placer a la
vida. Así como las personas logran satisfacciones en el amor, o conociendo un nuevo
país o usando una joya elegante, pueden obtener también placeres intensos a través de
la música, la literatura o cualquiera de las artes, tanto en el papel de espectador como
en el de practicante de ellas. Como bien final, no necesita justificación diferente al placer
que puede proporcionar y a su contribución al desarrollo de las personas.

I. La utilidad de la cultura

Sin embargo la cultura es, además de un bien final que cada persona decide obtener
según sus gustos, un medio para desarrollar otras capacidades humanas:

1. La familiaridad de los niños con la literatura y con el arte contribuye al desarrollo


de sus capacidades. El dominio del lenguaje, que es la competencia cultural
fundamental para la vida, se consolida con la lectura de textos literarios; muchas
habilidades manuales y motrices se refinan con el ejercicio del arte; el conocimiento
y disfrute de obras de arte consolida el juicio estético e intelectual de los individuos.
Quienes han aprendido a disfrutar de la literatura, del arte, de la belleza de la
naturaleza, son personas, en muchos sentidos, más ricas, complejas y productivas.

2. En especial, el dominio del idioma es importante en el ejercicio laboral y


profesional. Quienes leen y escriben bien tienen herramientas mejores para el
manejo de competencias laborales difíciles: comprenden la lógica de los procesos
de trabajo, interpretan instrucciones complejas, evalúan críticamente alternativas,
toman decisiones razonadas entre opciones inciertas, evalúan críticamente la
información disponible, presentan en forma adecuada esa misma información. La
mayoría de las funciones requeridas para el ejercicio de cargos de dirección supone
un dominio sofisticado de la lectura, que vaya más allá de la simple comprensión de
textos a la evaluación crítica de argumentos, intenciones, demostraciones y juicios
sobre los hechos

3. El funcionamiento de una sociedad democrática requiere una cultura política


avanzada, en la que la capacidad para buscar y analizar la información, someter a
crítica las propuestas políticas, evaluar alternativas, etc., es necesaria para
participar en la vida política. Para ser un ciudadano se requiere haber
desarrollado la habilidad de diálogo y debate que es el resultado en buena
parte de una buena capacidad de lectura.
4. En sociedades con altos niveles de conflicto y tensión como la nuestra, la actividad
cultural puede contribuir a la convivencia en diversas formas. Por una parte,
constituye una de las formas más atractivas para el uso del tiempo libre de los
jóvenes, y un uso del tiempo que puede ayudar a evitar conductas conflictivas o
antisociales. Los jóvenes que se entusiasman con el arte encuentran una salida
alternativa a sus conflictos y angustias, distinta a la pandilla de barrio o a la droga y
la alcohol. Por otra, las personas con mayor desarrollo cultural tienden a resolver
sus conflictos en forma más dialogada, utilizando la palabra antes de recurrir a los
hechos. Por último, el desarrollo de una actividad cultural amplia refuerza los lazos
de pertenencia de los ciudadanos a sus comunidades, tanto a las locales como a la
nación misma o al mundo internacional: la cultura nos hace más afines a nuestros
vecinos, pero también a quienes comparten, en Europa o en otra parte, nuestros
gustos y pasiones.

5. El arte y la cultura ayudan a establecer distancia con lo terrible de la vida, la


violencia, el terror. Permiten enfrentar, con la ficción o la pintura, realidades a
veces siniestras. Logran que los niños y jóvenes que han vivido situaciones extremas
busquen formas de superar sus experiencias. Contribuyen así a que exista un clima
menos conflictivo al buscar solución a los problemas de una sociedad.

II. ¿Quien debe financiar la cultura?

Las financiación de la cultura la hacen ante todo de los consumidores: las industrias del
libro, del disco, del cine, que tienen productos destinados al público de masas, obtienen
sus ingresos en el mercado.

Sin embargo, buena parte de los bienes culturales tienen una complejidad y dificultad
que hace que solamente sean consumidos por grupos reducidos de la sociedad, o son
bienes públicos o que serán disfrutados por generaciones futuras, por lo que no es fácil
cobrar sumas que cubran sus costos totales. La música clásica, la gran literatura, la
ópera, el arte de vanguardia, raras veces tienen públicos de masas, y sus costos de
producción hacen que no exista un mercado que pueda pagarlos. Lo mismo ocurre con
la conservación del patrimonio histórico de un país, de sus monumentos
arquitectónicos o sus museos.

Por otra parte, la capacidad de disfrute de los bienes culturales más complejos es el
resultado de un proceso largo de desarrollo: volverse lector de buena literatura,
aficionado al cine de calidad, al arte o a la música clásica, es el resultado de una
formación que toma tiempo. Para tener públicos dispuestos a pagar por estos bienes
culturales, como consumidores o como ciudadanos que pagan impuestos, es preciso
haber formado esos públicos, en la escuela y mediante una oferta cultural que poco a
poco configura su propia demanda.

Sí lo anterior es cierto, la política cultural del estado debe promover en acceso de la


población a los bienes culturales, dar prioridad al público infantil y juvenil y tener a la
escuela como escenario privilegiado de la actividad cultural. Por ello, la función del
estado, más que producir la cultura, es ante todo promover la conservación del
patrimonio cultural, impulsar la formación para la cultura, sobre todo en la escuela,
apoyar el mantenimiento de una infraestructura adecuada[1] y facilitar, reduciendo
trabas y regulaciones, la creación y difusión de bienes culturales. [2]

Situadas entre el consumidor y el Estado, las empresas pueden apoyar la cultura en


diversas formas: subsidiando parcialmente las actividades artísticas y literarias,
patrocinando museos y presentaciones musicales, estableciendo premios, impulsando
programas de formación artística y literaria, asumiendo la conservación de edificios de
valor arquitectónico y transfiriendo criterios empresariales de administración al
manejo de la cultura.

Para estimular el apoyo de los empresarios a la cultura, el Estado debe crear un marco
legal y tributario favorable, que estimule la formación de fundaciones y organizaciones
civiles con funciones culturales, el desarrollo de colecciones, la conservación y uso del
patrimonio cultural y el apoyo a la creación artística y literaria.

Las empresas pueden obtener beneficios directos importantes del apoyo a actividades
culturales, en el campo de las relaciones públicas, del reconocimiento de su imagen
corporativa, de la percepción pública de su compromiso social. Frente a la inversión en
publicidad directa o en otras áreas como el deporte, el apoyo a la cultura resulta
atractivo si está acompañado de estímulos tributarios adecuados, y si puede hacerse en
las áreas que resulten de interés para la empresa.

Para el Estado un estímulo tributario en el que el gasto final cultural realizado por la
empresa es en todo caso varias veces el valor del impuesto perdido, y en condiciones
de mayor eficiencia y con menores costos de administración y recaudo, es un excelente
negocio, si se aplica a actividades que normalmente realiza al mismo Estado: el
sostenimiento de museos, bibliotecas y orquestas, la formación de colecciones
artísticas, el otorgamiento de premios y estímulos a la creación literaria. [3]

Jorge Orlando Melo

Leído en una reunión de empresarios

Bogotá, mayo 2002

[1] La implicación de esto es que con el presupuesto público nacional se deben financiar
en forma prioritaria: a) la formación artística en la escuela, b) la creación de bibliotecas
públicas y escolares, c) los grandes servicios de conservación patrimonial, como el
Museo, el Archivo y la Biblioteca Nacionales. Se debe reducir al máximo la
programación directa de conciertos, exposiciones y representaciones teatrales, la
edición directa de libros, la contratación de videos promocionales y turísticos, la edición
de revistas y el apoyo a fiestas y celebraciones locales. Debe impulsarse que esto lo
asuman la industria cultural y el mecenazgo privado. La compra masiva de libros para
bibliotecas escolares y públicas y de entradas a las exposiciones y conciertos, para que
vayan a ellos los niños del sistema escolar y otros grupos similares, deben ser la forma
principal de apoyar la financiar la actividad de editoriales, museos, teatros, etc. Hoy el
gasto público cultural es en mucho caso disperso, arbitrario y poco justificable. Sería
útil unir todos los aportes y contratos con entidades privadas en un fondo cuyos gastos
sean aprobados por una Junta de alto nivel cultural, estable y sujeta a políticas de largo
plazo.

[2] En la actualidad las actividades culturales están sujetas a un complejo y barroco


sistema de tributación nacional y municipal: impuestos al deporte, espectáculos y
juegos de azar, Ica, remisiones, industria y comercio para las rentas de las fundaciones,
impuesto de pobres, fuera del IVA en los casos en que se aplica. Esto en parte se
compensa con la exención de impuestos e IVA a la industria del libro (justificable en
parte por el impacto muy fuerte que tiene un alza en precios sobre este consumo), con
las exenciones tributarias a las donaciones culturales (que son inferiores a las que
existen para otras donaciones y pueden generar mucha evación y gasto poco
importante). Las donaciones a los fondos mixtos –un sistema fallido, muy burocrático y
arbitrario- tienen una exención superior, pero conducen a un gasto en buena parte
clientelista.

[3] Si los particulares regalan 20.000 millones al año a Festivales de Teatro, Museos,
actividades musicales, el gobierno pierde probablemente unos 6.000 millones en
ingreso. Si se elimina la exención, el gobierno recibe 6.000 millones más, pero no
podría compensar el aporte privado a esas actividades (que dejan de recibir 20.000
millones), sin recurrir a otros fondos. (Y de 6.000 millones en el presupuesto llega
solamente una parte a los beneficiarios finales, pues hay que descontar los costos de
recaudación tributaria y los costos administrativos y de funcionamiento del sector
cultural estatal) Por supuesto, el gasto público podría ser decidido con criterios de
prioridad mejores, pues mucha donación cultural para lograr exenciones es realmente
gasto en relaciones públicas, apoyo a fiestas locales de interés para las empresas
licoreras y cerveceras, donaciones en especie sobrevaloradas, etc. Por esto,
probablemente lo más conveniente sería que el gobierno (a través de una junta como
la señalada antes, que podría además otorgar financiación complementaria sabiendo
lo que reciben por mecenazgo) definiera un conjunto muy preciso de actividades y
entidades, con condiciones de continuidad, austeridad administrativa e impacto
exigentes, que puedan recibir donaciones a la cultura aceptables para las exenciones,
y que estás, salvo casos excepcionales, solo se admitieran en dinero. Al permitir la
donación con destino a un proyecto concreto (Festival de Teatro, Museo de Arte
Moderno, Museo de Cartagena), se supera la indiferencia ante los fondos mixtos de
cultura, y se ahorran costos de trámite muy alto.

http://www.jorgeorlandomelo.com/culturafincacia.htm

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