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1. Un marxista mundano…
Su familia formó parte del exilio español que se vino a México luego de la derrota
de la República española. Aunque formado en una tradición familiar catalana,
Armando Bartra eligió hacerse mexicano. Al parecer, pasó brevemente por
Ingeniería para luego estudiar la carrera de filosofía en la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM, en los años sesenta -pero los previos al movimiento estudiantil
y popular de 1968, en el que también participó como militante de una organización
de izquierda. Muy joven, entró al Partido Comunista Mexicano para salir casi de
inmediato con una escisión que fundó al espartaquismo en México. En esos
juveniles años, militó en la Liga Comunista Espartaco, fundada entre otros por
José Revueltas, escribía en su periódico El Militante e intentó replicar La Causa
del Pueblo maoísta en México, mientras leía a Hegel, a Sartre, al marxista
peruano Mariátegui y al joven Marx de la mano de Adolfo Sánchez Vázquez.
Al mismo tiempo que estudiaba filosofía y militaba, Armando Bartra vivía, tenía sus
experiencias, y empezaba a integrarse al mundo a su manera. Y en esa manera
de vivir, leer era importante: por eso leía novelas, clásicas, contemporáneas,
latinoamericanas, mexicanas; leía historietas o comics (es un conocedor del
clásico La familia Burrón); leía el cine y juntaba carteles de cine; leía obras de
historia y antropología, pero sobre todo leía la vida y comenzaba a volverse un
coleccionista, paseándose por la ciudad de México, entre reuniones militantes y
mercados de viejo… Sin saberlo, parece practicar la epistemología de lo
fragmentario a la Walter Benjamin volviéndose un paseante así como un
coleccionista y un ropavejero de mitos que se atrevía a tener experiencias.
2. En la circunstancia del marxismo mexicano…
Ya desde entonces, el joven Armando Bartra, había optado por ser un marxista
mundano, integrado a la vida. Estudiaba filosofía pero recibió muy bien la
advertencia del casi adolescente Marx: “Las profesiones más peligrosas para un
joven son aquella que, en vez de integrarlo a la vida, se ocupan de las verdades
abstractas.” Pero, ser un marxista mundano, proclamarse un marxista mundano,
¿no es una redundancia? ¿Acaso no el marxismo quería realizar a la filosofía en el
mundo, volver a la praxis revolucionaria para cambiar al mundo?
El marxismo de Armando Bartra viene, entonces, tanto del marxismo marginal que
abre la ruptura de José Revueltas con el partido comunista y del marxismo
mundano y militante del espartaquismo, pero también del marxismo académico de
Sánchez Vázquez, que lo llevó al joven Marx. Pero su marxismo adquiere forma
cuando participa, con Bolívar Echeverría y otros, en el Seminario de El Capital.,
que se desarrolla en la Facultad de Economía de la UNAM. En ese Seminario no
sólo adquiere forma el marxismo renovador de Bolívar Echeverría o el de Armando
Bartra, también el de Jorge Juanes (que abandona para dedicarse a pensar el
arte) o el marxismo de la comuna de Jorge Veraza.
Por cierto, años después, en los años ochenta y noventa, con la caída del llamado
“socialismo real”, una generación de marxistas va a renegar del marxismo (el de la
versión estalinista en la que se habían formado) y virar hacia la derecha en un
viaje institucional que va del PCM al PSUM y de éste al PMS (en los que todavía
se mencionaba al socialismo en sus siglas) para finalmente volverse PRD (y la
revolución debía ser democrática en los marcos institucionales liberales) y luego
MORENA.
Por eso, en Europa del este, sociedades enteras renegaron del marxismo y del
comunismo, que identificaban con la ideología y la dictadura estalinista. En la
Europa del oeste, gran parte de los dirigentes y militantes comunistas
abandonaron sus dogmas de fe (la URSS como la patria del socialismo y un
marxismo simplificado en clave estalinista) y se volvieron hacia la derecha
neoliberal o se reciclaron como socialdemócratas (el caso más ejemplar fue el
PCI), pero lo hicieron exactamente cuando la socialdemocracia asumía
abiertamente los dogmas del liberalismo económico y político.
En esos años se vivía el Fin de la Historia (“el capitalismo triunfó sobre el fascismo
y el comunismo”), de las Utopías (que incluso se veían como peligrosas por
pretender ir más allá del capitalismo realmente existente), de las Ideologías (“la
lucha de ideas ha terminado”) así como la imposición dogmática del pensamiento
único neoliberal, esto es: de una doctrina extremadamente simplista, determinista
y economicista, teleológica y racionalista.
3. Un marxismo que se mundaniza y se vuelve heterodoxo…
Después de los años posteriores al colapso del socialismo irreal y del marxismo
ortodoxo, cuando soplaban los vientos cínicos y posmodernos, declararse
marxista ya no sonaba subversivo sino anacrónico. Sin embargo, pese a que los
vientos soplan y soplaban en contra, Armando Bartra se mantuvo y mantiene en
su empeño por renovar, ampliar y enriquecer a un marxismo que debía y debe ser
mundano. No por casualidad, en el Preámbulo de su extraordinario libro El
hombre de hierro, pone como epígrafe, citando a John Berger: “Sí, entre otras
cosas, sigo siendo marxista.”
En los años sesenta, Armando Bartra era un joven marxista mundano que
buscaba en el joven Marx un marxismo de la praxis, diferente al marxismo
ortodoxo, fatalista, determinista y economicista. Pero también tomaba distancia de
la moda estructuralista y del marxismo estructuralista y positivista de Althusser
(que atrajo fatalmente a otro brillante joven marxista como Carlos Pereyra),
buscando en el Sartre de la Crítica de la Razón Dialéctica un marxismo del
sujeto y de la libertad, de la praxis como capacidad de negar la negación del
sujeto. También era lector del marxismo latinoamericano, encontrando en el
peruano José Carlos Mariátegui, que valoraba el papel de los campesinos y los
indígenas en la revolución socialista, a su principal representante. Tal vez en él
encontró el proyecto de mundanizar el marxismo y hacerlo indoamericano con
estas célebres palabras: "No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en
América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con
nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano."
-Y después del 68, el marxismo mexicano rompió con el molde del Partido
Comunista mexicano y florecieron cien marxismos. En la propia UNAM se abrieron
cursos sobre Marx y en la entonces Escuela Nacional de Economía se organizó un
Seminario de El Capital para estudiar esta obra de Marx. Como Bolívar
Echeverría llegó antes, le tocó dirigir el estudio del tomo I de El Capital. Y como
Armando Bartra llegó después le tocó el estudio del tomo III de El Capital, el que
trata sobre el proceso de la producción capitalista en su conjunto.
Esto parecía ir contra la idea de un marxismo que apostaba por la clase obrera
constituyéndose en un sujeto revolucionario en su lucha contra el capitalismo
industrial, para, con conciencia para sí, transitar hacia el socialismo. El hecho de
subrayar la importancia de la renta de la tierra y de la explotación campesina
parecía ir contra un marxismo que veía en el campo y en las relaciones
campesinas meras supervivencias de un pasado precapitalista.
Pero, por otro lado, subrayar el asunto de la cuestión agraria cobraba sentido
cuando en México había importantes luchas campesinas recuperando tierras y en
contra de los latifundios. Sin duda, Bartra estaba abriendo nuevos territorios de
investigación así como la reflexión sobre nuevas políticas desde el marxismo para
los campesinos.
Tan importante fue el estudio del tomo III de El Capital trabajado por Armando
Bartra que se hizo necesario abrir otro seminario: un Seminario sobre la cuestión
agraria, que generó una revista: Cuadernos agrarios, publicada por la Universidad
Autónoma de Chapingo. El asunto se desarrolló hasta culminar con la
organización de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, en la que confluyeron
diversas organizaciones, entre ellas grupos políticos marxistas que reivindicaban
la lucha campesina. En ese marco de reflexiones y discusiones, Armando Bartra
escribió sus célebres ensayos sobre los mecanismos de explotación capitalista de
los campesinos (recopilados en su libro El Capital en su laberinto) y sus
múltiples libros sobre los movimientos campesinos.
Entre los trabajos que destacan en su incursión en la cuestión agraria está un libro
de 1979: La explotación del trabajo campesino por el capital, que luego
incluirá con otros ensayos fundamentales sobre la renta y los campesinos en El
capital en su laberinto. Pero no deja de escribir también sobre los movimientos
sociales, particularmente sobre los movimientos campesinos, publicado en 1982:
Tierra Y Libertad: El Movimiento Zapatista, en 1985: Los herederos de
Zapata: movimientos campesinos posrevolucionarios en México, 1920-1980,
en 1996: Guerrero bronco, en 1996: El México bárbaro: Plantaciones y
monterías del sureste durante el porfiriato, en 2001: Crónicas del sur.
Utopías campesinas en Guerrero, en 2003: Cosechas de ira, en 2010:
Campesindios: aproximaciones a los campesinos de un continente
colonizado, en 2012: Los nuevos herederos de Zapata. Campesinos en
movimiento: 1920-2012, en 2014: Haciendo milpa.
Pero también escribe sobre sus otras lecturas y publica en 1988: Puros cuentos:
1934-1950, escrito con Juan Manuel Aurrecoechea en dos tomos, así como un
Catálogo sobre una exposición del artista contemporáneo Gabriel Orozco. En
2010 publica: Sueños de papel: el cartel cinematográfico mexicano de la
época de oro y en 2011 saca un hermoso librito sobre el café: La hora del café.
En 2013 publica otro libro/imagen: Hambre/Carnaval. Y no deja de escribir sobre
la política en México y en 1992 publica: Desigualdad y democracia, en 1995: El
impacto social de las políticas de ajuste en el campo mexicano, en 2002:
Economía Política del Plan Puebla Panamá: foro organizado el 11 de julio de
2001, con Alejandro Alvárez y Andrés Barreda Marín, en 2011: La utopía posible,
recopilando artículos y ensayos breves sobre la política mexicana.
Sin embargo, es en sus últimas obras donde el marxismo de Armando Bartra
adquiere una mirada más totalizadora, profunda y compleja, sin dejar de ser un
marxismo mundano (enfocado en este mundo), para volverse realmente un
pensamiento innovador sin abandonar sus principios críticos, un marxismo libre y
liberador, abiertamente utópico y dialógico. Me refiero a obras como El hombre de
hierro (2008), Tomarse la libertad: la dialéctica en cuestión (2010), Tiempo de
mitos y carnaval (2011), Crisis civilizatoria y superación del capitalismo
(2013), Goethe y el despojo (2016) y Hacia un marxismo mundano (2016).
2° Marx crítico de la Razón Sociológica: en donde razona que no hay en Marx una
sociología que formula clases sociales dadas sino una determinación múltiple,
compleja, totalizadora y sujeta al proceso de la lucha misma que nos permite
seguir pensando una sociedad desgarrada por la lucha de clases.
Por cierto, el libro cierra con una “Contribución a la crítica de la ecología política”
que apunta al proyecto ecosocialista reivindicado y aprobado en el XV Congreso
Mundial de la Cuarta Internacional celebrado en el 2003.
El Capital es, por tanto, una fuerza hostil que mercantiliza todo, incluso al ser
humano y a la naturaleza (“los límites sociales y naturales del capital”, dice Bartra
con razón), para explotarlos y exprimirles plusvalía.
El Capital es una Mercancía que eclipsa al valor de uso por el valor lucrativo y se
enfrenta a nosotros en el Mercado; es Dinero que enajena el ser por el tener,
derrumbando los valores cualitativos biófilos de las potencialidades humanas por
el valor cuantificador necrófilo del tener; es un hombre de hierro (una máquina)
que domina al ser humano de carne y hueso; es el poder económico que
subordina al poder político (al Estado), a la Cultura (que vuelve industria
enajenante del entretenimiento) y a la propia Ciencia, que vuelve tecnociencia a su
servicio.
-es el Monstruo ilustrado que coloniza las conciencias con la industria cultural…
Más allá de cierto marxismo crítico, Bartra sostiene, con muy buenas razones, que
el análisis crítico-político del Capital no puede reducirse a la cuestión de la
explotación (extracción de plusvalía) y a la contradicción entre el Capital y la clase
obrera explotada. Considerando las diversas formas del Capital, el análisis crítico-
político marxista debe incluir la explotación de clase (de obreros y campesinos, de
la clase trabajadora) pero también el dominio neocolonial y el colonialismo interno,
el racismo, la opresión de la mujer y de la diversidad sexual, la exclusión, el
autoritarismo político, económico y cultural, la crisis ecológica… Sólo así podemos
entender la emergencia de los movimientos sociales actuales y la necesidad,
agregaría Daniel Bensaïd, de una política contra-hegemónica que conforme un
bloque histórico anticapitalista.
Sin embargo, la mejor tradición trotskista sabe muy bien que toda revolución lleva
dentro de sí la posibilidad de la contra-revolución (el proyecto libertario que puede
volverse contrafinalidad enajenada, en la terminología sartreana), que todo
proceso revolucionario puede segregar burocracias reaccionarias (que la praxis
instituyente puede devenir en lo práctico inerte) que traicionen a la revolución. De
hecho, es muy probable que el propio Sartre fuera escéptico de la institución de la
praxis revolucionaria en un nuevo orden social por la propia experiencia de la
revolución y contrarevolución burocrática rusa. No en vano la Crítica de la Razón
Dialéctica quedó inconclusa cuando Sartre intentó comprender la degeneración
revolucionaria a partir de las personalidades de Stalin y Trotsky –análisis que
contrasta con el sobrio diagnóstico de Trotsky en La revolución traicionada, en
el que realiza un riguroso examen de la sociedad soviética, considerando su
estructura económica, política y cultural, con datos empíricos y estadísticos, desde
la perspectiva de la revolución y de su burocratización.
Un marxismo ecologista
-Las FP (la producción en exceso) chocan con las RSP (la circulación se frena e
impide la realización de las ganancias). Este tipo de crisis es la causante de los
movimientos sociales tradicionales, de los trabajadores, ya que el Capital frena la
producción con su secuela de desempleo, caída de salarios, miseria. La crisis y
reestructuración implica más explotación (trabajo más flexible y precario) y los
trabajadores se limitan a luchar por el empleo, las condiciones laborales y el
salario. Un Socialismo no ecológico sólo lucharía por nuevas RSP y por el
crecimiento de las FP, con una justicia distributiva.
2) De acuerdo a la Segunda Contradicción del capitalismo, el desarrollo de las FP
y las RSP chocan con las Condiciones de Producción (CP), por lo que se generan
crisis de subproducción, que obligan a reestructurar a las FP, las RSP y a las
mismas CP.
-Las FP y las RSP entran en oposición con las CP: la naturaleza y sus
ecosistemas sufren deterioro ecológico, la fuerza de trabajo sufre daños físicos y
mentales, la infraestructura o capital social se privatiza y vende sus bienes y
servicios generando más miseria. Este tipo de crisis es la causa de los nuevos
movimientos sociales: ecologistas, urbanos, feministas, campesinos, indígenas y
de sectores de trabajadores, ya que la afectación de las CP implica desatención
de salud y seguridad, devastación y contaminación ecológica, así como el
deterioro o descuido de la infraestructura social. La crisis y reestructuración de las
CP implica incrementar la privatización y mercantilización de los servicios públicos
y de la naturaleza, afectando la reproducción social de la fuerza de trabajo y la
reproducción de la naturaleza, de modo que los nuevos movimientos sociales
luchan por: 1) la salud y la seguridad de los trabajadores, 2) contra la privatización,
agotamiento o contaminación de los recursos naturales (disputas por tierras y
bosques, agua, transgénicos, desechos tóxicos, etc.), y 3) contra la privatización y
mercantilización de la infraestructura social (salud, educación, etc.), que
consideran bienes comunales o interés público. Un Socialismo ecológico (un
ecosocialismo) lucharía por nuevas RSP y el control democrático de las FP y las
CP, por una justicia distributiva y productiva, con su vertiente anti-capitalista que
pone en cuestión al Mito del Progreso y a la ilusión tecnológica.
Con ese enfoque aborda la crisis actual del capitalismo, a la que llama la Gran
Crisis. Así como el Capital es multiforme y se encarna en distintos Monstruos, su
crisis también es multiforme pero, insiste Bartra, es una, que se expresa en
diversas crisis entrelazadas: crisis medioambiental (determinada por los efectos
del Cambio Climático), energética (como escasez de combustibles fósiles),
alimentaria (por escasez y especulación, pero también por el agotamiento de la
fertilidad de la tierra), sanitaria (en la explosión de enfermedades de pobres y de
ricos), migratoria, política, bélica, económica (por el derrumbe del sistema
financiero especulativo). Aunque admite que afirmar que es una Gran Crisis con
varias dimensiones es una simplificación, prefiere decir eso que sostener el
monólogo disciplinario que la reduce a una dimensión.
Mientras que la Gran Crisis es una crisis de escasez (de recursos naturales, de
combustibles, de alimentos, de tierras y aguas, etc.), las crisis recesivas son crisis
de sobreproducción. La Gran Crisis es una crisis externa que se debe al choque
de las FP y las RSP capitalistas con las CP (naturales y humanas), al ecocidio, el
deterioro de la calidad de vida y de las posibilidades de reproducción de la propia
vida; en contraste, las crisis recesivas son crisis internas que se deben a la
competencia capitalista, al desplome de ganancias. Las crisis recesivas son
coyunturales, breves y cíclicas, meros tropiezos económicos que alientan
renovaciones; en cambio, la Gran Crisis es estructural, civilizatoria, que “supone
un deterioro duradero de las condiciones naturales y sociales de la producción.”
Con todo, tiene razón Bartra cuando señala que sólo hay crisis si hay sujetos que
la cuestionan y la perciben como necesidad de cambiar o salir del sistema. Esta
disyunción la replantea de otro modo: “¿cambiamos de timonel o hundimos el
barco?” Ante la Gran Crisis parecen abrirse estas dos opciones. El cambio de
timonel es inviable si el barco sigue enfilado hacia el Mito del Progreso, de modo
que parece mejor opción buscar sobrevivir al hundimiento del barco en lanchones
dispersos, desarrollando un neoutopismo autogestionario, promoviendo
autonomías y redes de economía solidaria, reivindicando el modo de vida
campesino como opción ecológica y civilizatoria. Ya sabemos el gusto de Bartra
por las utopías rinconeras y agrarias…
De hecho, él rechaza que las revoluciones del siglo XX, principalmente la rusa,
fracasaran por la inmadurez socio-económica pues ello implicaría asumir un
inaceptable determinismo economicista. En ese sentido, reivindica al Gramsci que
habla de “la revolución contra El Capital” pues ésta, decía el revolucionario
italiano, no es un mero hecho económico sino un acto que viene de una voluntad
social colectiva, haciendo énfasis en el sujeto y la libertad.
Trotsky concibe de esa manera a la revolución permanente: como toda una época
histórica y mundial en la que las masas toman el destino en sus manos cambiando
de raíz el mundo con revoluciones políticas económicas, sociales, culturales, de la
vida cotidiana…
-Y estas revoluciones comienzan (no culminan) con la disputa del poder político.
De modo que cuando los sujetos sienten la realidad como crisis, como la Gran
Crisis, surge la necesidad radical de cambiar el mundo, el sistema, la realidad. Esa
necesidad radical de cambio puede explotar y volverse un Acontecimiento que
produzca, en primera instancia, una crisis política que abre oportunidades
revolucionarias. Por eso es importante, dice Bensaïd, que las resistencias tengan
un horizonte utópico y estratégico así como una expresión política.