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FERNANDO GABRIEL ORTEGA

IBARRA
Microeconomía

4 DE JUNIO DE 2019
102 RI
[Dirección de la compañía]
El cazo de monopolio de diamante De Beers

Los diamantes son, seguramente, la joya más famosa de todos los tiempos. Aunque en Europa y
América Latina no son tan populares, en Estados Unidos un anillo de diamantes es, culturalmente,
casi un compromiso a la hora de contraer matrimonio. Porque los diamantes, como los
matrimonios, duran para siempre.

Esta tradición cultural no es casual y tiene sus raíces en una de las historias más interesantes del
mundo de la minería. Se trata del ilimitado poder que llegó a tener una única empresa que en su
momento fue dueña de prácticamente todos los diamantes del mundo. Sus movimientos, ocultos,
bien calculados, maquiavélicos, casi le hacen dar un aire conspiranoico, por lo que me atreví a
llamar a esta historia la Conspiración de los Diamantes.

Nuestra historia comienza en Sudáfrica hacia finales de los 1800’s, cuando se descubrieron en
varias regiones del país vastas minas de diamantes que superaban todo lo hasta entonces
conocido. Un hombre llamado Cecil Rhodes comenzó, con prontitud, a adquirirlas una tras otra.

Se trató de una labor verdaderamente encomiable. El hombre, tras algún tiempo, se había vuelto
dueño de la absoluta mayoría de minas de diamante en África y había bautizado De Beers (por el
apellido de una familia en la región) a su empresa.

Es aquí donde comienza la historia de la manipulación de los diamantes que sobreviviría por un
siglo.

De Beers

Ernest Oppenheimer, un importante empresario alemán, logró obtener control sobre la compañía
hacia principios del siglo XX y entonces continuó lo que Cecil Rhodes había comenzado. Dejó de
concentrarse únicamente en la producción y comenzó a especializarse en la distribución y el corte
de los diamantes. Pronto logró un control casi absoluto: prácticamente todos los productores le
vendían exclusivamente a su empresa y sólo los clientes autorizados por ésta podían comprar.
Esto significaba que nadie por fuera de su compañía obtenía dinero de la reventa de los
diamantes.

El poder más importante que le dio a De Beers este monopolio fue el de manipular a su antojo los
precios de los diamantes. Usando sus vastos inventarios la empresa podía hacer que los precios
bajaran o subieran a su antojo. Sin embargo, conocedora de los riesgos de subir el precio
demasiado rápido, optó por hacerlo de manera moderada: por décadas los diamantes subieron
ligeramente de precio, año tras año, haciendo cada vez más ricos a los dueños de la empresa.

Luego entró en juego la Unión Soviética.

El nacimiento de una tradición

Hacia los 1950’s se descubrieron varias minas importantes de diamante en la Unión Soviética.
Como es lógico, De Beers no podía comprar estas minas (ya que eran propiedad del estado), pero
sí podía negociar con los soviéticos. Tras algo de presión, el gobierno de la URSS terminó por
aceptar imponiendo la condición de que se compraría toda la producción (es decir, no se
rechazarían compras).

Esto, que originalmente parecía dar poder a la compañía, pronto comenzó a presentarse
problemático cuando la producción de las minas soviéticas superó por mucho los estimados de De
Beers. Pese a su gran cantidad de diamantes, sin embargo, casi todos ellos eran de media a baja
calidad. No había posibilidad de venderlos en el exigente mercado de élite que, hasta entonces,
caracterizaba los diamantes.

Fue entonces cuando vino la jugada maestra de la compañía que al día de hoy generó un
importante cambio cultural en los Estados Unidos. De Beers lanzó una impresionante campaña
mediática titulada Diamonds last forever (“Los Diamantes duran para siempre”), haciendo alusión
a la necesaria relación entre un diamante y la duración de un matrimonio. Pronto, millones de
norteamericanos de clase media comenzaron a comprar diamantes para sus futuras esposas,
convencidos por la campaña que no podía ser de otra manera.

Quienes viven en Estados Unidos, al día de hoy, tienen muy presente este cliché, sea que lo
rechacen o que hagan parte voluntaria de él. Esto, que hoy parece natural, fue en verdad una
jugada maestra para vender millones de diamantes de media calidad a ciudadanos capaces de
pagarlos.

En este momento, De Beers era imparable. Tras casi 80 años de funcionamiento se había
convertido en un verdadero titán, amasando una fortuna y dominando si no todas las minas, sí
toda la distribución mundial de diamantes. Seguramente más del 97% de las gemas pasaban por
manos de la compañía antes de llegar al consumidor final.

Nadie pensaba que apenas dos décadas después el castillo comenzaría a derrumbarse.

La muerte del Monopolio

No fueron acciones legales ni cuestiones morales las que llevaron al fin del monopolio. Fue más
bien el cierre de una era.

Con el colapso de la URSS se volvió cada vez más difícil para De Beers controlar la producción rusa
de diamantes. Con el ejemplo vino la secesión: primero fue la mina de Argyle, en su momento la
mayor productora del mundo en Australia, la que se separó de De Beers. Más adelante, varias
minas canadienses siguieron su ejemplo. Y en este periodo surgieron muchas minas nuevas que
jamás estuvieron bajo su control.

De Beers comenzó a comprar a sus competidores para aumentar su inventario, pero el sistema
sencillamente ya no funcionaba. Para el año 2000 ya controlaban menos del 50% de la producción
mundial, y hoy controlan menos del 25%. Su negocio, que los llevó a ser dueños de la práctica
totalidad de diamantes en el mundo (al menos, de los que iban a ser vendidos) ya está acabado.

Curiosamente, aunque muchos culpaban al monopolio de los altos precios de los diamantes, con
su ruptura estos no han hecho sino aumentar desmesuradamente, más y más, convirtiendo el
2011 en el año con los diamantes más caros de la Historia.

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