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PRESENTACION

El presente trabajo busca responder de qué manera las diversas estructuras de gobierno
públicas y privadas (formales e informales) aplicadas en la gestión del proyecto Las
Bambas, han contribuido a generar las condiciones sociales necesarias para la
gobernabilidad del proyecto minero. Esta investigación es importante, porque problematiza
las condiciones para la gobernanza de la actividad minera en el país en función al estudio
exhaustivo de un caso específico, que además representa la mayor inversión minera hecha
en el país hasta la fecha. En ese marco, la investigación permite analizar las deficiencias y
vacíos existentes en el marco institucional formal que regula las actividades mineras en el
país. También contribuye a identificar los roles, responsabilidades y principios éticos que
han regulado y guiado las interacciones de los diversos actores involucrados en la
gobernanza de Las Bambas. Se presentan y analizan los hallazgos identificados en el
estudio de caso en función a las variables conceptuales que se han delimitado en el marco
teórico: gobernanza, gobernabilidad y conflictos sociales. El análisis se divide en torno a
los niveles de gobernanza recogidos de la construcción conceptual del término (actores,
instituciones y valores), en función a su contribución al fortalecimiento de la
gobernabilidad de Las Bambas. Por último, se presentan las conclusiones generales del
trabajo y las referencias.

ANTECEDENTES

Como antecedentes del tratamiento estatal de la conflictividad social existente, resulta


importante señalar en primer lugar que, con la llegada al poder de Fujimori se cierra un
ciclo de conflictividad en el país marcado por la derrota de la subversión. Este nuevo
régimen combinó una economía neoliberal con prácticas autoritarias en el ejercicio del
poder, debilitando y fragmentando a los partidos políticos, sindicatos y, en el ámbito rural,
a las organizaciones campesinas y nativas, y otras organizaciones sociales48. Las protestas
durante el gobierno de Fujimori serían escasas hasta fines de 1997, momento en el cual se
inicia un repunte marcado por las manifestaciones contra el régimen fujimorista y que tuvo
su punto más alto en el año 2000 (Bedoya 2014: 27). El inicio de un nuevo período
democrático en el país con el gobierno de transición de Paniagua (2000-2001) y el gobierno
de Toledo (2001-2006), abrió un nuevo ciclo de conflictos sociales en el país, con un
aumento significativo en la cantidad y el tipo de conflictos. ¿En que reside esta aparente
paradoja? Una respuesta intuitiva parte por señalar que la apertura democrática generó
nuevos espacios y posibilidades de participación a sectores de la población
tradicionalmente excluidos, lo cual se conjuga a la vez con el mayor empoderamiento y
toma de conciencia de sus derechos que esta población ha venido desarrollando; ella habría
comenzado a tomar conciencia del impacto que su movilización tiene en la obtención de
sus demandas49. El proceso de regionalización lanzado en el 2003 devino en transferencia
de recursos y competencias a las estructuras departamentales y municipios, en un contexto
de crecimiento económico y mayor apertura para la aplicación de mecanismos de
participación ciudadana y rendición de cuentas. En dicho marco, los conflictos producidos
durante los primeros años del nuevo milenio se focalizaron en el ámbito subnacional:
cuestionamientos a la gestión y el uso de los recursos por parte de los alcaldes, localidades
que buscaban escindirse de sus municipios y constituir el suyo propio para recibir
directamente los recursos estatales, disputas por el uso de los recursos públicos en general.
El asesinato del alcalde provincial de Ilave (Puno) en el año 2004 constituye un hito de esta
nueva etapa de conflictos en el país. Sería durante el gobierno de Toledo, en el año 2004,
que se creó la primera oficina especializada en la atención de la conflictividad social a
cargo de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM). El enfoque de esta oficina era la
producción de información para mejorar la toma de decisiones del gobierno central en
situaciones de conflictividad social. En el 2005 se creó la Unidad de Análisis de Conflictos
a través del Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN). Durante ese período
comienzan a manifestarse acciones de oposición frente a grandes proyectos mineros, siendo
los casos más significativos Tambogrande y Río Blanco en Piura y Cerro Quilish en
Cajamarca. La poca capacidad de respuesta del gobierno de Toledo determinó que ninguno
de estos proyectos haya podido ejecutarse hasta la actualidad. Posteriormente, durante el
segundo gobierno de Alan García se creó la Secretaría de Coordinación (DS 062-2007-
PCM) y luego la Oficina de Gestión de Conflictos Sociales - OGCS (DS 010-2010-PCM),
ambas bajo la conducción de la PCM. Durante este período aumentó significativamente la
recurrencia e intensidad de los conflictos socio ambientales en el país, lo que se vio
alimentado por la estrategia del gobierno de flexibilizar los requisitos para el acceso y
explotación de los recursos naturales del país, y que tuvo su base ideológica en los artículos
“El síndrome del perro del hortelano” de autoría del Presidente García. La estrategia del
gobierno frente a los conflictos siguió siendo reactiva, propugnando un discurso
conspirativo que devino en la aprobación de una serie de normas que, en la práctica,
criminalizaba la protesta social Esta confluencia de elementos tuvo su punto más álgido con
los hechos producidos en Bagua en el año 2009, que determinó el retroceso del gobierno en
sus medidas y el impulso a la aprobación de la Ley de Consulta Previa a los pueblos
originarios, que finalmente se daría iniciando el gobierno de Humala. Contradictoriamente,
durante el segundo gobierno de García se creó el MINAM y el OEFA Finalmente, durante
la gestión de Humala, la OGCS se transformaría en la ONDS (DS 106-2012- PCM), con un
enfoque más preventivo para abordar situaciones conflictivas en etapas iniciales. Sin
embargo, en la práctica, las reacciones del gobierno ante situaciones de conflictividad socio
ambiental han seguido siendo tardías, como lo demuestran los casos de Conga, Tía María, y
el caso de estudio de la presente investigación. Asimismo, a partir del año 2005 con la
creación de la Oficina General de Gestión Social (OGGS) del MEM, se comenzaron a crear
unidades de conflictos en diversos ministerios. En la actualidad existen al menos 15
oficinas de gestión de conflictos en diversos sectores gubernamentales, dentro de las cuales
cabe destacar a la Adjuntía para la Prevención de Conflictos Sociales y la Gobernabilidad
de la Defensoría del Pueblo, la Oficina de Asesoramiento en Asuntos Ambientales del
MINAM, la Coordinación de Conflictos Socio ambientales del OEFA, la Unidad de
Prevención y Gestión de Conflictos de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) La gestión
de los conflictos socio ambientales por parte del Estado (dentro de los cuales se incluye al
sector minero) se ha plasmado principalmente a través de las denominadas “mesas”51:
espacios de diálogo donde las partes involucradas en un conflicto dialogan y tratan de
encontrar soluciones/acuerdos que satisfagan sus intereses Por lo general, las mesas se
encuentran conformadas por funcionarios del Estado de diferentes sectores 3 (de nivel
nacional) y representantes de la población. Estos últimos se conforman principalmente por
aquellos que han participado de los hechos que dieron origen al espacio de diálogo (y otros
con distinto nivel de involucramiento, como los asesores externos). También como parte de
la población pueden participar ONG, Iglesias u otros organismos, dependiendo del caso a
tratar. En algunos casos las autoridades locales (alcaldes) y regionales asumen la
representatividad de la población, lo cual puede devenir en niveles de confrontación con los
intereses del Gobierno nacional. Asimismo, en la mayoría de los casos estos espacios de
diálogo también cuentan con la participación de funcionarios de la empresa. Ello es así
debido a que los problemas o hechos que dan origen a este tipo de conflictos se relacionan
con acciones u omisiones de la empresa, o porque las soluciones para canalizar
positivamente los conflictos dependen de acciones o compromisos que puede asumir la
empresa. La ONDS establece una caracterización de las mesas de acuerdo a la finalidad o
los objetivos a alcanzar por estos espacios de diálogo, diferenciando las “mesas de diálogo”
de las “mesas de desarrollo”. Las primeras son definidas como aquellas que “suelen
conformarse en respuesta a un conflicto social que ha escalado y hecho crisis (…) su
propósito es dar lugar un proceso que ayude a la creación de un clima de confianza entre
los principales actores (…) con el fin de llegar a conocer mejor sus intereses, posiciones y
necesidades, y de esta manera arribar a acuerdos mutuamente beneficiosos” En cambio, las
mesas de desarrollo surgen como una respuesta ante las falencias de las mesas de diálogo,
teniendo como objetivo “contribuir al desarrollo local mediante intervenciones
multisectoriales articuladas, que trasciendan la mera suma de trabajos dispersos y
fragmentarios, con la perspectiva de ampliar la presencia del Estado en una determinada
localidad, población o ámbito” De esa manera, las mesas de diálogo tendrían un carácter
“reactivo” frente a una crisis derivada de una situación de conflicto, mientras que las mesas
de desarrollo tendrían un enfoque preventivo orientado a evitar el escalamiento de un
conflicto en escenarios de riesgo y conflictividad potencial. Ambos tipos de mesas pueden,
a su vez, desagregarse en grupos de trabajo (también denominados mesas técnicas), en
función a los acuerdos que hayan llegado las partes para abordar un tema específico
(ambiente, responsabilidad social, inversión pública, entre otros). Más allá de la
caracterización realizada por la ONDS sobre estos espacios de diálogo, la práctica revela
que los límites entre uno y otro tipo de mesa no son tan claros, puesto que en muchas
ocasiones las mesas de diálogo han definido la ejecución de programas sociales a cargo del
Estado o las empresas. En otros casos, las mesas de desarrollo han surgido de episodios de
conflictividad social. En esa línea, diversos autores (De la Puente y Paredes 2014; De
Echave et al. 2009; Flores 2016; Tanaka 2008) coinciden en resaltar que un patrón común
de estas mesas es (paradójicamente) su aleatoriedad. No existen protocolos formales o
criterios comunes que permitan determinar qué actores intervienen, quién hace las
convocatorias de las reuniones, cuál es el período de duración de las mesas, cada cuanto
tiempo se realizan las sesiones de trabajo, de qué manera se toman las decisiones o quién la
preside. Cabe resaltar por último, que del total de conflictos socio ambientales registrados
por la Defensoría del Pueblo a Diciembre de 2016, 13 correspondían al departamento de
Apurímac (11 activos y 2 latentes); Apurímac también constituía el departamento con
mayor número de conflictos sociales (25 en total, 20 activos y 5 latentes). Tal como indica
Flores (2016: 7-9) sobre la base de la revisión de los reportes defensoriales hasta octubre de
2015, en los últimos años los conflictos socioambientales se han comenzado a concentrar
en la macrorregión sur del país, desplazando a la macrorregión norte. Ello se debería a la
mayor concentración de la cartera de proyectos mineros (64% del total a octubre de 2015) y
al mayor flujo de inversión de inversión minera (67% entre enero y setiembre de 2015) en
esta zona del país.

BIBLIOGRAFIA

file:///C:/Users/usuario2471/Downloads/Leonidas_Ramos_tesis.pdf

http://repositorio.unsch.edu.pe/bitstream/handle/UNSCH/2935/TESIS%20AN147_Loa.pdf?sequen
ce=1&isAllowed=y

SAMUEL DAVID ROSAS MERMA 10120195

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