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Textos:
Texto 1:
Pues bien, de ellos, el que ocupa el lugar preferente es de erguida planta y de finos remos, de
altiva cerviz, aguileño hocico, blanco de color, de negros ojos, amante de la gloria con
moderación y pundonor, seguidor de la opinión verdadera y, sin fusta, dócil a la voz y a la
palabra. En cambio, el otro es contrahecho, grande, de toscas articulaciones, de grueso y corto
cuello, de achatada testuz, coIor negro, ojos grises, sangre ardiente, compañero de excesos y
petulancias, de peludas orejas sordo, apenas obediente al látigo y los acicates.
(...)
Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya
asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza
que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos
y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada.
Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía una carroza de
caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos
mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente,
pues, nos resultará difícil y duro su manejo.
Texto 2:
-Así pues, ¿del amante de la sabiduría diremos que la desea no en parte sí y en parte no, sino
toda entera?
-Cierto.
-Por tanto, de aquel que siente disgusto por el estudio, y más si es joven y aun no tiene criterio de
lo que es bueno y de lo que no lo es, no diremos que sea amante del estudio ni filósofo.
-Y acertaremos en ello.
-En cambio, al que con la mejor disposición quiere gustar de toda enseñanza, al que se encamina
contento a aprender sin mostrarse nunca rechazando ello, a ese le llamaremos con justicia
filósofo.
Y Glaucón respondió: -Si a ello te atienes te vas a encontrar con una buena multitud de esos
seres. Esos que gustan de dejarse llevar por los sentidos al ver espectáculos de todo tipo. ¿A
estos hemos de llamarles filósofos?
-De ningún modo -dije- sino semejantes a los filósofos.
-¿Pues quiénes son entonces -preguntó -los verdaderos filósofos?
-Los que aman contemplar el espectáculo de la verdad -respondí.
Texto 3:
Sócrates: De mi sabiduría, si hay alguna y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que
está en Delfos. En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud
y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era
Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la
audacia de preguntar al oráculo esto —pero como he dicho, no protestéis, atenienses—,
preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio.
Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto.
(...)
En efecto, en cada ocasión los presentes creen que yo soy sabio respecto a aquello que refuto a
otro. Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la
sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates —se sirve de
mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: "Es el más sabio, el que, de entre
vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la
sabiduría". Así pues, incluso ahora, voy de un lado a otro investigando y averiguando en el
sentido del dios, si creo que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me
parece que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio.
Texto 4:
Y, finalmente, Neville Wakefield escribe en su Postmodernism and the Twighlight of the Real:
"Dentro de la noción prístina de textualidad, en la cual el sujeto se constituye solamente en
lenguaje, se asume que no hay nada fuera del texto. De esta manera, la búsqueda de y la disputa
sobre la 'verdad' de las representaciones ya no es posible, sería inconsistente defender la 'verdad'
de intuiciones teóricas en una situación en la cual el concepto mismo de 'verdad' es parte del
bagaje metafísico que el postestructuralismo busca desechar. Con la erosión de las coordenadas
de valor entramos en lo que se ha denominado un período post-crítico." ¿Y qué debemos pensar
de la otra doctrina expresada aquí -la negación de la verdad objetiva? Los filósofos suelen tener
una respuesta fácil contra esta aseveración. La respuesta se origina en el Teeteto de Platón. En
este diálogo Sócrates argumenta contra la afirmación de que "el hombre es la medida de todas
las cosas", atribuida al sofista Protágoras, quien, por lo tanto, tal vez merece ser llamado el
primer postmodernista de la historia. Si el hombre es la medida de todas las cosas, arguye
Sócrates, y si a una persona le parece que las cosas son de cierta manera, entonces las cosas son
realmente de esa manera. Pero, supón (dice) que le parezca a alguien que Protágoras está
equivocado y que ese hombre no es la medida de todas las cosas. Entonces, dada su doctrina,
Protágoras tiene que aceptar que las cosas son como le parecen a esta persona, concediendo él,
Protágoras, que está equivocado y que ese hombre no es, después de todo, la medida de todas las
cosas. De esta manera, nos muestra Sócrates, la doctrina se refuta a sí misma. Lo mismo sucede,
según muchos filósofos, con la doctrina que sostiene que no hay una verdad objetiva. Podemos
hacer la siguiente pregunta: ¿debemos suponer que la doctrina que sostiene que no hay una
verdad objetiva es ella misma una verdad objetiva? Si es así, la doctrina sería ella misma una
instancia de lo que sostiene que no puede haber y se refutaría a sí misma. (Muy parecido a que
yo escriba en la pizarra la oración: "No hay oraciones".)
Texto 5: