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1. Nuestro amor y devoción a la Madre de Dios se fundamenta en las palabras con que
Cristo la confió como Madre nuestra: ahí tienes a tu Madre (cfr. Jn 19, 26-27), y en la
plenitud de gracia que proclamó el Ángel en Ella en el misterio de la Anunciación.
Madre de cada uno, y, para cada uno, sólo Madre.
2. Como lirio entre los cardos, es mi amada entre las docellas (Cant 2, 2). Sobre la
Virgen ha recaído la elección divina, para ser Madre de Dios. Desde la eternidad, la
Trinidad ha pensado en María: Desde los orígenes, antes que existiese la tierra (Prov 8,
23). Y llenándola de gracia, la llama a una santidad y a una dignidad única entre las
criaturas. Su Maternidad divina se ha manifestado también en la participación que ha
tenido para engendrarnos a la gracia y para que recibiéramos de Dios la gracia soberana
de nuestra vocación. La Virgen, como buena Madre, está siempre dispuesta a
comprendernos, a ayudarnos: Sí un niño pequeño hace algo mal, sí -por ejemplo- rompe
algún objeto de gran valor, a veces tiende a escaparse de los brazos de su madre. No se da
cuenta de que ella no siempre le busca para darle una azotaína, sino para consolarle, para
apretarle contra su corazón y comérselo a besos (De nuestro Padre, Meditaciones 1, p.
269).
7. La Iglesia universal, llevada Duc in altum por el sucesor de Pedro, se acoge también
bajo el amparo de nuestra Señora con el rezo del Rosario. El Papa tiene una gran
esperanza en los frutos que producirá la práctica de esta devoción (cfr. Carta Apostólica
Rosarium Virginis Mariae, nn. 5, 10, 13-16, 39, 43). El motivo más importante para
volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio
sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del
misterio, cristiano. El Rosario es, esencialmente, contemplación del rostro de Cristo en
compañía de santa María. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo
insuperable. (...) Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del
rostro de Cristo. Repasar si estamos rezando bien el rosario de nuestra Señora (cfr.
Santo Rosario, Prólogo). Mejorará nuestra vida interior y nuestro espíritu de
contemplativos, pues entre las criaturas nadie mejor que Ella cono ce a Cristo, nadie
como su Madre puede introducimos en un conocimiento profundo de su misterio.
Además, el Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre
de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el
corazón del Hijo. Por eso el Papa quiere que le encomendemos dos grandes intenciones:
hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración la causa de la paz en el mundo y la de la
familia; pensar cada una en la paz de la propia familia y en la unidad en el propio hogar.
¡Qué este llamamiento mío no sea en balde!, nos ha escrito el Papa.