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GALILEO GALILEI

La revolución científica del Renacimiento tuvo su arranque en el heliocentrismo


de Copérnico y su culminación, un siglo después, en la mecánica de Newton.
Su más eximio representante, sin embargo, fue el científico italiano Galileo
Galilei. En el campo de la física, Galileo formuló las primeras leyes sobre el
movimiento; en el de la astronomía, confirmó la teoría copernicana con sus
observaciones telescópicas. Pero ninguna de estas valiosas aportaciones
tendría tan trascendentales consecuencias como la introducción de la
metodología experimental, logro que le ha valido la consideración de padre de
la ciencia moderna.

Galileo Galilei

Por otra parte, el proceso inquisitorial a que fue sometido Galileo por defender
el heliocentrismo acabaría elevando su figura a la condición de símbolo: en el
craso error cometido por las autoridades eclesiásticas se ha querido ver la
ruptura definitiva entre ciencia y religión y, pese al desenlace del proceso, el
triunfo de la razón sobre el oscurantismo medieval. De forma análoga, la
célebre frase que se le atribuye tras la forzosa retractación (Eppur si muove, Y
sin embargo, la Tierra se mueve') se ha convertido en el emblema del poder
incontenible de la verdad frente a cualquier forma de dogmatismo establecido.

Galileo Galilei nació en Pisa el 15 de febrero de 1564. Lo poco que, a través de


algunas cartas, se conoce de su madre, Giulia Ammannati di Pescia, no
compone de ella una figura demasiado halagüeña. Su padre, Vincenzo Galilei,
era florentino y procedía de una familia que tiempo atrás había sido ilustre;
músico de vocación, las dificultades económicas lo habían obligado a dedicarse
al comercio, profesión que lo llevó a instalarse en Pisa. Hombre de amplia
cultura humanista, fue un intérprete consumado y un compositor y teórico de
la música; sus obras sobre teoría musical gozaron de una cierta fama en la
época.

De él hubo de heredar Galileo no sólo el gusto por la música (tocaba el laúd),


sino también el carácter independiente y el espíritu combativo, y hasta puede
que el desprecio por la confianza ciega en la autoridad y el gusto por combinar
la teoría con la práctica. Galileo fue el primogénito de siete hermanos de los
que tres (Virginia, Michelangelo y Livia) acabarían contribuyendo, con el
tiempo, a incrementar sus problemas económicos. En 1574 la familia se
trasladó a Florencia, y Galileo fue enviado un tiempo al monasterio de Santa
Maria di Vallombrosa, como alumno o quizá como novicio.

Juventud académica

En 1581 Galileo ingresó en la Universidad de Pisa, donde se matriculó como


estudiante de medicina por voluntad de su padre. Cuatro años más tarde, sin
embargo, abandonó la universidad sin haber obtenido ningún título, aunque
con un buen conocimiento de Aristóteles. Entretanto, se había producido un
hecho determinante en su vida: su iniciación en las matemáticas (al margen
de sus estudios universitarios) y la consiguiente pérdida de interés por su
carrera como médico.

De vuelta en Florencia en 1585, Galileo pasó unos años dedicado al estudio de


las matemáticas, aunque interesado también por la filosofía y la literatura, en
la que mostraba sus preferencias por Ariosto frente a Tasso; de esa época data
su primer trabajo sobre el baricentro de los cuerpos (que luego recuperaría,
en 1638, como apéndice de la que habría de ser su obra científica principal) y
la invención de una balanza hidrostática para la determinación de pesos
específicos, dos contribuciones situadas en la línea de Arquímedes, a quien
Galileo no dudaría en calificar de «sobrehumano».

Tras dar algunas clases particulares de matemáticas en Florencia y en Siena,


trató de obtener un empleo regular en las universidades de Bolonia, Padua y
en la propia Florencia. En 1589 consiguió por fin una plaza en el Estudio de
Pisa, donde su descontento por el paupérrimo sueldo percibido no pudo menos
que ponerse de manifiesto en un poema satírico contra la vestimenta
académica. En Pisa compuso Galileo un texto sobre el movimiento que
mantuvo inédito, en el cual, dentro aún del marco de la mecánica medieval,
criticó las explicaciones aristotélicas de la caída de los cuerpos y del
movimiento de los proyectiles.

El método experimental
En continuidad con esa crítica, una cierta tradición historiográfica ha forjado la
anécdota (hoy generalmente considerada como inverosímil) de Galileo
refutando materialmente a Aristóteles mediante el procedimiento de lanzar
distintos pesos desde lo alto del Campanile de Pisa, ante las miradas
contrariadas de los peripatéticos. Casi dos mil años antes, Aristóteles había
afirmado que los cuerpos más pesados caen más deprisa; según esta leyenda,
Galileo habría demostrado la falsedad de este concepto con el simple
procedimiento de dejar caer simultáneamente cuerpos de distinto peso desde
lo alto de la torre y constatar que todos llegaban al suelo al mismo tiempo.

Recreación del plano inclinado de Galileo (Museo Galileo, Florencia)

De ser cierto, podría fecharse en el episodio de la torre de Pisa el nacimiento


de la metodología científica moderna. Y es que, en tiempos de Galileo, la
ciencia era fundamentalmente especulativa. Las ideas y teorías de los grandes
sabios de la Antigüedad y de los padres de la Iglesia, así como cualquier
concepto mencionado en las Sagradas Escrituras, eran venerados como
verdades indudables e inmutables a las que podían añadirse poco más que
glosas y comentarios, o abstractas especulaciones que no alteraban su
sustancia. Aristóteles, por ejemplo, había distinguido entre movimientos
naturales (las piedras caen al suelo porque es su lugar natural, y el humo, por
ser caliente, asciende hacia el Sol) y violentos (como el de una flecha lanzada
al cielo, que no es su lugar natural); los estudiosos de los tiempos de Galileo
se dedicaban a razonar en torno a clasificaciones tan estériles como ésta,
buscando un inútil refinamiento conceptual.

En lugar de ello, Galileo partía de la observación de los hechos, sometiéndolos


a condiciones controladas y mesurables en experimentos. Probablemente es
falso que dejase caer pesos desde la torre de Pisa; pero es del todo cierto que
construyó un plano inclinado de seis metros de largo (alisado para reducir la
fricción) y un reloj de agua con el que midió la velocidad de descenso de las
bolas. De la observación surgían hipótesis que habían de corroborarse en
nuevos experimentos y formularse matemáticamente como leyes
universalmente válidas, pues, según un célebre concepto suyo, «el Libro de la
Naturaleza está escrito en lenguaje matemático». Con este modo de proceder,
hoy natural y en aquel tiempo nuevo y escandaloso (por cuestionar ideas
universalmente admitidas y la autoridad de los sabios y doctores), Galileo
inauguraba la revolución metodológica que le ha valido el título de «padre de
la ciencia moderna».

Los años fecundos en Padua (1592-1610)

La muerte de su padre en 1591 significó para Galileo la obligación de


responsabilizarse de su familia y atender a la dote de su hermana Virginia.
Comenzaron así una serie de dificultades económicas que no harían más que
agravarse en los años siguientes; en 1601 hubo de proveer a la dote de su
hermana Livia sin la colaboración de su hermano Michelangelo, quien había
marchado a Polonia con dinero que Galileo le había prestado y que nunca le
devolvió (más tarde, Michelangelo se estableció en Alemania gracias de nuevo
a la ayuda de su hermano, y envió luego a vivir con él a toda su familia).

La necesidad de dinero en esa época se vio aumentada por el nacimiento de


los tres hijos del propio Galileo: Virginia (1600), Livia (1601) y Vincenzo
(1606), habidos de su unión con Marina Gamba, que duró de 1599 a 1610 y
con quien no llegó a casarse. Todo ello hizo insuficiente la pequeña mejora
conseguida por Galileo en su remuneración al ser elegido, en 1592, para la
cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua por las autoridades
venecianas que la regentaban. Hubo de recurrir a las clases particulares, a los
anticipos e incluso a los préstamos. Pese a todo, la estancia de Galileo en
Padua, que se prolongó hasta 1610, constituyó el período más creativo,
intenso y hasta feliz de su vida.
Galileo Galilei (detalle de un retrato de Domenico Tintoretto, c. 1606)

En Padua tuvo ocasión Galileo de ocuparse de cuestiones técnicas como la


arquitectura militar, la castrametación, la topografía y otros temas afines de
los que trató en sus clases particulares. De entonces datan también diversas
invenciones, como la de una máquina para elevar agua, un termoscopio y un
procedimiento mecánico de cálculo que expuso en su primera obra
impresa: Operaciones del compás geométrico y militar (1606). Diseñado en un
principio para resolver un problema práctico de artillería, el instrumento no
tardó en ser perfeccionado por Galileo, que amplió su uso en la solución de
muchos otros problemas. La utilidad del dispositivo, en un momento en que
no se habían introducido todavía los logaritmos, le permitió obtener algunos
ingresos mediante su fabricación y comercialización.
En 1602 Galileo reemprendió sus estudios sobre el movimiento, ocupándose
del isocronismo del péndulo y del desplazamiento a lo largo de un plano
inclinado, con el objeto de establecer cuál era la ley de caída de los graves.
Fue entonces, y hasta 1609, cuando desarrolló las ideas que treinta años más
tarde constituirían el núcleo de sus Discursos y demostraciones matemáticas en torno a
dos nuevas ciencias (1638), obra que compendia su espléndida contribución a la
física.

Los descubrimientos astronómicos

En julio de 1609, de visita en Venecia (para solicitar un aumento de sueldo),


Galileo tuvo noticia de un nuevo instrumento óptico que un holandés había
presentado al príncipe Mauricio de Nassau; se trataba del anteojo, cuya
importancia práctica captó Galileo inmediatamente, dedicando sus esfuerzos a
mejorarlo hasta hacer de él un verdadero telescopio. Aunque declaró haber
conseguido perfeccionar el aparato merced a consideraciones teóricas sobre
los principios ópticos que eran su fundamento, lo más probable es que lo
hiciera mediante sucesivas tentativas prácticas que, a lo sumo, se apoyaron
en algunos razonamientos muy sumarios.

Galileo muestra el telescopio al dux de Venecia (fresco de Giuseppe Bertini)

Sea como fuere, su mérito innegable residió en que fue el primero que acertó
en extraer del instrumento un provecho científico decisivo. Entre diciembre de
1609 y enero de 1610, Galileo realizó con su telescopio las primeras
observaciones de la Luna, interpretando lo que veía como prueba de la
existencia en nuestro satélite de montañas y cráteres que demostraban su
comunidad de naturaleza con la Tierra; las tesis aristotélicas tradicionales
acerca de la perfección del mundo celeste, que exigían la completa esfericidad
de los astros, quedaban puestas en entredicho.

El descubrimiento de cuatro satélites de Júpiter contradecía, por su parte, el


principio de que la Tierra tuviera que ser el centro de todos los movimientos
que se produjeran en el cielo. A finales de 1610, Galileo observó que Venus
presentaba fases semejantes a las lunares, hecho que interpretó como una
confirmación empírica al sistema heliocéntrico de Copérnico, ya que éste, y no
el geocéntrico de Tolomeo, estaba en condiciones de proporcionar una
explicación para el fenómeno.
Ansioso de dar a conocer sus descubrimientos, Galileo redactó a toda prisa un
breve texto que se publicó en marzo de 1610 y que no tardó en hacerle famoso
en toda Europa: El mensajero sideral. Su título original, Sidereus Nuncius, significa
'el nuncio sideral' o 'el mensajero de los astros', aunque también admite la
traducción 'el mensaje sideral'. Éste último es el sentido que Galileo, años más
tarde, dijo haber tenido en mente cuando se le criticó la arrogancia de
atribuirse la condición de embajador celestial. Elogios en italiano y en dialecto
veneciano celebraron la obra. Tommaso Campanella escribía desde su cárcel de
Nápoles: «Después de tu Nuncio, oh Galileo, debe renovarse toda la
ciencia». Kepler, desconfiado al principio, comprendió después todas las
ventajas que se derivaban de usar un buen telescopio, y también se
entusiasmó ante las maravillosas novedades.

El libro estaba dedicado al gran duque de Toscana Cosme II de Médicis y, en


su honor, los satélites de Júpiter recibían allí el nombre de «planetas
Mediceos». Con ello se aseguró Galileo su nombramiento como matemático y
filósofo de la corte toscana y la posibilidad de regresar a Florencia, por la que
venía luchando desde hacía ya varios años. El empleo incluía una cátedra
honoraria en Pisa, sin obligaciones docentes, con lo que se cumplía una
esperanza largamente abrigada y que le hizo preferir un monarca absoluto a
una república como la veneciana, ya que, como él mismo escribió, «es
imposible obtener ningún pago de una república, por espléndida y generosa
que pueda ser, que no comporte alguna obligación; ya que, para conseguir
algo de lo público, hay que satisfacer al público».

No obstante, aceptar estas prebendas no era una decisión exenta de riesgos,


pues Galileo sabía bien que el poder de la Inquisición, escaso en la República
de Venecia, era notoriamente superior en su patria toscana. Ya en diversas
cartas había dejado constancia inequívoca de que su revisión de la estructura
general del firmamento lo habían llevado a las mismas conclusiones que a
Copérnico y a rechazar frontalmente el sistema de Tolomeo, o sea a preconizar
el heliocentrismo frente al geocentrismo vigente. Desgraciadamente, por esas
mismas fechas tales ideas interesaban igualmente a los inquisidores, pero
éstos abogaban por la solución contraria y comenzaban a hallar a Copérnico
sospechoso de herejía.

La batalla del copernicanismo

En septiembre de 1610, Galileo se estableció en Florencia, donde, salvo breves


estancias en otras ciudades italianas, había de transcurrir la última etapa de
su vida. En 1611 un jesuita alemán, Christof Scheiner, publicó bajo seudónimo
un libro acerca de las manchas solares que había descubierto en sus
observaciones. Por las mismas fechas Galileo, que ya las había observado con
anterioridad, las hizo ver a diversos personajes durante su estancia en Roma,
con ocasión de un viaje que se calificó de triunfal y que sirvió, entre otras
cosas, para que Federico Cesi le hiciera miembro de la Accademia dei Lincei,
que el propio Cesi había fundado en 1603 y que fue la primera sociedad
científica de una importancia perdurable.
Galileo Galilei (retrato de Justus Sustermans, 1636)

Bajo sus auspicios se publicó en 1613 la Historia y demostraciones sobre las manchas
solares y sus accidentes, donde Galileo salía al paso de la interpretación de
Scheiner, quien pretendía que las manchas eran un fenómeno extrasolar
(«estrellas» próximas al Sol que se interponían entre éste y la Tierra). El texto
desencadenó una polémica acerca de la prioridad en el descubrimiento que se
prolongó durante años e hizo del jesuita uno de los más encarnizados
enemigos de Galileo, lo cual no dejaría de tener consecuencias en el proceso
que había de seguirle la Inquisición. Por lo demás, fue allí donde, por primera
y única vez, Galileo dio a la imprenta una prueba inequívoca de su adhesión a
la astronomía copernicana, que ya había comunicado en una carta a Kepler en
1597.
Ante los ataques de sus adversarios académicos y las primeras muestras de
que sus opiniones podían tener consecuencias conflictivas con la autoridad
eclesiástica, la postura adoptada por Galileo fue la de defender (en diversos
escritos entre los que destaca la Carta a la señora Cristina de Lorena, gran duquesa de
Toscana, 1615) que, aun admitiendo que no podía existir ninguna contradicción
entre las Sagradas Escrituras y la ciencia, era preciso establecer la absoluta
independencia entre la fe católica y los hechos científicos. Ahora bien, como
hizo notar el cardenal Roberto Belarmino, no podía decirse que se dispusiera de
una prueba científica concluyente en favor del movimiento de la Tierra, el cual,
por otra parte, estaba en contradicción con las enseñanzas bíblicas; en
consecuencia, no cabía sino entender el sistema copernicano como hipotético.
Galileo ante la Inquisición
En 1616 Galileo fue reclamado por primera vez en Roma para responder a las
acusaciones esgrimidas contra él, batalla a la que se aprestó sin temor alguno,
presumiendo una resolución favorable de la Iglesia. El astrónomo fue en un
primer momento recibido con grandes muestras de respeto en la ciudad; pero,
a medida que el debate se desarrollaba, fue quedando claro que los
inquisidores no darían su brazo a torcer ni seguirían de buen grado las
brillantes argumentaciones del pisano. Muy al contrario, este episodio pareció
convencerles definitivamente de la urgencia de incluir la obra de Copérnico en
el Índice de obras proscritas: el 23 de febrero de 1616 el Santo Oficio condenó
al sistema copernicano como «falso y opuesto a las Sagradas Escrituras», y
Galileo recibió la admonición de no enseñar públicamente las teorías de
Copérnico.

Consciente de que no poseía la prueba que Belarmino reclamaba, por más que
sus descubrimientos astronómicos no le dejaran lugar a dudas sobre la verdad
del copernicanismo, Galileo se refugió durante unos años en Florencia en el
cálculo de unas tablas de los movimientos de los satélites de Júpiter, con el
objeto de establecer un nuevo método para el cálculo de las longitudes en alta
mar, método que trató en vano de vender al gobierno español y al holandés.

En 1618 se vio envuelto en una nueva polémica con otro jesuita, Orazio Grassi,
a propósito de la naturaleza de los cometas y la inalterabilidad del cielo. Tal
controversia dio como resultado un texto, El ensayador (1623), rico en
reflexiones acerca de la naturaleza de la ciencia y el método científico, que
contiene su famosa idea de que «el Libro de la Naturaleza está escrito en
lenguaje matemático». La obra, editada por la Accademia dei Lincei, venía
dedicada por ésta al nuevo papa Urbano VIII, es decir, al cardenal Maffeo
Barberini, cuya elección como pontífice llenó de júbilo al mundo culto en
general, y en particular a Galileo, a quien el cardenal había ya mostrado su
afecto.
Primera edición del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632)
La nueva situación animó a Galileo a redactar la gran obra de exposición de la
cosmología copernicana que había ya anunciado muchos años antes: el Diálogo
sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632); en ella, los puntos de vista
aristotélicos defendidos por Simplicio se confrontaban con los de la nueva
astronomía abogados por Salviati, en forma de diálogo moderado por la bona
mens de Sagredo, que deseaba formarse un juicio exacto de los términos
precisos en los que se desenvolvía la controversia.
La obra fracasó en su intento de estar a la altura de las exigencias expresadas
por Belarmino, ya que aportaba, como prueba del movimiento de la Tierra,
una explicación falsa de las mareas, y aunque fingía mediante el recurso al
diálogo adoptar un punto de vista aparentemente neutral, la inferioridad de
Simplicio ante Salviati (y por tanto del sistema tolemaico frente al copernicano)
era tan manifiesta que el Santo Oficio no dudó en abrirle un proceso a Galileo,
pese a que éste había conseguido un imprimatur para publicar el libro en 1632.
La sentencia definitiva
Interpretando la publicación del Diálogo como un acto de desacato a la
prohibición de divulgar el copernicanismo, sus inveterados enemigos lo
reclamaron de nuevo en Roma, ahora en términos menos diplomáticos, para
que respondiera de sus ideas ante el Santo Oficio en un proceso que se inició
el 12 de abril de 1633. El anciano y sabio Galileo, a sus casi setenta años de
edad, se vio sometido a un humillante y fatigoso interrogatorio que duró veinte
días, enfrentado inútilmente a unos inquisidores que de manera cerril,
ensañada y sin posible apelación calificaban su libro de «execrable y más
pernicioso para la Iglesia que los escritos de Lutero y Calvino».
Galileo ante el Santo Oficio (Óleo de Robert-Fleury)
Encontrado culpable pese a la renuncia de Galileo a defenderse y a su
retractación formal, fue obligado a pronunciar de rodillas la abjuración de su
doctrina y condenado a prisión perpetua. El Diálogo sobre los dos máximos sistemas
del mundo ingresó en el Índice de libros prohibidos y no salió de él hasta 1728.
Según una piadosa tradición, tan conocida como dudosa, el orgullo y la
terquedad del astrónomo lo llevaron, tras su vejatoria renuncia a creer en lo
que creía, a golpear enérgicamente con el pie en el suelo y a proferir delante
de sus perseguidores: «¡Y sin embargo se mueve!» (Eppur si muove, refiriéndose
a la Tierra). No obstante, muchos de sus correligionarios no le perdonaron la
cobardía de su abjuración, actitud que amargó los últimos años de su vida,
junto con el ostracismo al que se vio abocado de forma injusta.
La pena fue suavizada al permitírsele que la cumpliera en su quinta de Arcetri,
cercana al convento donde en 1616 y con el nombre de sor Maria Celeste había
ingresado su hija más querida, Virginia, que falleció en 1634. En su retiro,
donde a la aflicción moral se sumaron las del artritismo y la ceguera, Galileo
consiguió completar la última y más importante de sus obras: Discursos y
demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, publicada en Leiden por Luis
Elzevir en 1638.
En ella, partiendo de la discusión sobre la estructura y la resistencia de los
materiales, Galileo sentó las bases físicas y matemáticas para un análisis del
movimiento que le permitió demostrar las leyes de caída de los graves en el
vacío y elaborar una teoría completa del disparo de proyectiles. La obra estaba
destinada a convertirse en la piedra angular de la ciencia de la mecánica
construida por los científicos de la siguiente generación, cuyos esfuerzos
culminarían en el establecimiento de las leyes de la dinámica (leyes de Newton)
por obra del genial fundador de la física clásica, Isaac Newton. En la madrugada
del 8 al 9 de enero de 1642, Galileo falleció en Arcetri confortado por dos de
sus discípulos, Vincenzo Viviani y Evangelista Torricelli, a los cuales se les había
permitido convivir con él los últimos años.
Casi trescientos años después, en 1939, el dramaturgo alemán Bertold
Brechtescribió una pieza teatral basada en la vida del astrónomo pisano en la
que se discurre sobre la interrelación de la ciencia, la política y la revolución
social. Aunque en ella Galileo termina diciendo «Yo traicioné mi profesión», el
célebre dramaturgo opina, cargado de melancólica razón, que «desgraciada es
la tierra que necesita héroes». En 1992, exactamente tres siglos y medio
después del fallecimiento de Galileo, la comisión papal a la que Juan Pablo
II había encargado la revisión del proceso inquisitorial reconoció el error
cometido por la Iglesia católica.
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MAO TSE-TUNG
(Mao Zedong o Mao Tse-tung; Hunan, China, 1893 - Pekín, 1976) Político y
estadista chino. Nacido en el seno de una familia de trabajadores rurales, su
infancia transcurrió en un medio en que la educación escolar sólo era
considerada útil en la medida en que pudiera ser aplicada a tareas como llevar
registros y otras labores propias de la producción agrícola, por lo que, a la
edad de trece años, Mao Tse-tung hubo de abandonar los estudios para
dedicarse de lleno al trabajo en la granja familiar.

Mao Tse-tung
Sin embargo, el joven Mao dejó la casa paterna y entró en la Escuela de
Magisterio en Changsha, donde comenzó a tomar contacto con el pensamiento
occidental. Posteriormente se enroló en el Ejército Nacionalista, en el que sirvió
durante medio año, tras lo cual regresó a Changsha y fue nombrado director
de una escuela primaria. Más adelante trabajó en la Universidad de Pekín como
bibliotecario ayudante y leyó, entre otros, a Bakunin y a Kropotkin, además de
tomar contacto con dos hombres clave de la que habría de ser la revolución
socialista china: Li Dazhao y Chen Duxiu.
El 4 de mayo de 1919 estalló en Pekín la revuelta estudiantil contra Japón, en
la que Mao Tse-tung tomó parte activa. En 1921 participó en la creación del
Partido Comunista, y dos años más tarde, al formar el partido una alianza con
el Partido Nacionalista, Mao quedó como responsable de organización. De
regreso en su Hunan natal, entendió que el sufrimiento de los campesinos era
la fuerza que debía promover el cambio social en el país, idea que expresó
en Encuesta sobre el movimiento campesino en Hunan.
Sin embargo, la alianza con los nacionalistas se quebró, los comunistas y sus
instituciones fueron diezmados y la rebelión campesina, reprimida; junto a un
numeroso contingente de campesinos, Mao huyó a la región montañosa de
Jiangxi, desde donde dirigió una guerra de guerrillas contra Chiang Kai-shek, jefe
de sus antiguos aliados. El Ejército Rojo, nombre dado a las milicias del Partido
Comunista, logró ocupar alternativamente distintas regiones rurales del país.

En 1930, la primera esposa de Mao fue asesinada por los nacionalistas, tras lo
cual contrajo nuevo matrimonio con He Zizhen. Al año siguiente se
autoproclamó la nueva República Soviética de China, de la que Mao fue elegido
presidente, y desafió al comité de su partido a abandonar la burocracia de la
política urbana y centrar su atención en el campesinado.

Pese a las victorias de Mao en la primera época de la guerra civil, en 1934


Chiang Kai-shek consiguió cercar a las tropas del Ejército Rojo, tras lo cual
Mao emprendió la que se conoció como la Larga Marcha, desde Jiangxi hasta
el noroeste chino. Entre tanto, los japoneses habían invadido el norte del país,
lo que motivó una nueva alianza entre comunistas y nacionalistas para
enfrentarse al enemigo común.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se reanudó la guerra civil, con la victoria


progresiva de los comunistas. El 1 de octubre de 1949 se proclamó
oficialmente la República Popular de China, con Mao Tse-tung como
presidente. Si bien al principio siguió el modelo soviético para la instauración
de una república socialista, con el tiempo fue introduciendo importantes
cambios, como el de dar más importancia a la agricultura que a la industria
pesada.
A partir de 1959, Mao Tse-tung dejó su cargo como presidente chino, aunque
conservó la presidencia del partido. Desde este cargo promovió una campaña
de educación socialista, en la que destacó la participación popular masiva como
única forma de lograr un verdadero socialismo. Durante este período, conocido
como la Revolución Cultural Proletaria, Mao logró desarticular y luego
reorganizar el partido gracias a la participación de la juventud, a través de la
Guardia Roja. Su filosofía política como estadista quedó reflejada en su
libro Los pensamientos del presidente Mao.

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LENIN
En las últimas décadas del siglo XIX, el abismo existente entre la clase
cultivada y el zar Alejandro III de Rusia, defensor del absolutismo bizantino de sus
antepasados, se había agravado hasta tal punto que la lucha contra el zarismo
había llegado a ser, entre los rusos cultos, un deber y un honor. La oposición
política y el movimiento revolucionario crecían bajo el empuje de una
"intelligentsia" que hacía acólitos en las escuelas, en las fábricas, los periódicos
y las oficinas. El 1 de marzo de 1887, un grupo de jóvenes nihilistas intentó
acabar con la vida del zar.

Lenin
El atentado fracasó y los terroristas fueron apresados. Entre los condenados a
muerte figuraba Alexander Uliánov, el hermano mayor del futuro Lenin. Al
enterarse por la prensa de que el grupo había sido ahorcado en San
Petersburgo, el muchacho recibió una impresión indeleble, que con el tiempo
se transformaría en la más firme y decidida oposición al zarismo. Pero ya
entonces, con la lucidez de un visionario, resumía la situación en esta frase de
condena a los métodos del terrorismo individual: «Nosotros no iremos por esta
vía. No es la buena».

En el camino de la revolución

Vladímir llich Uliánov, conocido como Lenin, nació el 22 de abril de 1870, en


el seno de una familia típica de la intelectualidad rusa de fines del siglo XIX.
Era el cuarto de los seis hijos habidos por llia Uliánov y María Alexandrovna
Blank, quienes se habían establecido el año anterior a su nacimiento en
Simbirsk, una ciudad de provincias pobre y atrasada, a orillas del Volga.

El padre, un inspector de primera enseñanza, compartía las ideas de los


demócratas revolucionarios de 1860 y se había consagrado a la educación
popular, participando de la vida de los campesinos rusos confinados en la
miseria y la ignorancia. La madre, de ascendencia alemana, amaba la música
y seguía de cerca las actividades escolares de sus hijos. Por su carácter
apacible y tierno -jamás imponía castigos ni levantaba la voz-, despertó en los
suyos un amor rayano en la adoración.

El ambiente estudioso de la casa, donde no faltaba una buena biblioteca,


propiciaba el desarrollo del sentido del deber y la disciplina. Vladímir llich
Uliánov seguía el ejemplo de su hermano mayor; era un muchacho
perseverante y tenaz, un alumno asiduo y metódico que obtenía las mejores
notas y destacaba en el ajedrez. A los catorce años comenzó a leer libros
«prohibidos». Rusia vivía entonces bajo la más negra represión y la lectura de
los grandes demócratas era considerada un delito.
Lenin (derecha) con sus padres y hermanos

Cuando su hermano Alexander fue ahorcado, al año siguiente de que muriera


el padre, la familia debió trasladarse a la fuerza a la aldea de Kokuchkino,
cerca de Kazán. En esa época Vladímir abandonó la religión, pues, como diría
más adelante, la suerte de su hermano le «había marcado el destino a seguir».
En Kazán inició sus estudios de derecho en la universidad imperial, uno de los
focos de mayor oposición al régimen autocrático. El mismo año de su ingreso,
1887, Vladímir fue detenido por participar en una manifestación de protesta
contra el zar. Cuando uno de los policías que lo custodiaban le preguntó por
qué se mezclaba en esas revueltas, por qué se daba cabezazos contra un muro,
su respuesta fue: «Sí, es un muro, cierto, pero con un puntapié se vendrá
abajo».

Expulsado de la universidad, se dedicó por entero a las teorías revolucionarias,


comenzó a estudiar las obras de Marx y Engels directamente del alemán, y leyó
por primera vez El capital, lectura decisiva para su adhesión al marxismo
ortodoxo. Ya en sus primeros escritos defendió el marxismo frente a las teorías
de los "naródniki", los populistas rusos. En mayo de 1889 la familia se trasladó
a la provincia de Samara, donde, después de muchas peticiones, Lenin obtuvo
la autorización para examinarse en leyes como alumno libre. Tres años
después se graduó con las más altas calificaciones y comenzó a ejercer la
abogacía entre artesanos y campesinos pobres.

Ya en esa época, en el grupo marxista del que formaba parte le decían «el
Viejo» por su vasta erudición y su frente socrática, precozmente calva. El
rostro de corte algo mongólico, con los pómulos anchos y los ojos de tártaro,
entrecerrados e irónicos, el porte robusto y el poderoso cuello le daban el
aspecto de un campesino. Abogado sin pleitos, Lenin se inscribió en las listas
de instructores de círculos obreros, llamados «universidades democráticas».
Organizó bibliotecas, programas de estudio y cajas de ayuda con el objetivo
de enseñar los métodos de la lucha revolucionaria, para formar así cuadros
obreros, propagandistas y organizadores de círculos socialdemócratas, con
miras a la formación de un futuro partido.

Para ello necesitaba contar con el apoyo de los grupos marxistas emigrados,
dirigidos por Georgi Plejánov, y en abril de 1895 viajó al extranjero, decidido a
estudiar el movimiento obrero de Occidente. Pasó unas semanas en Suiza, y
luego visitó Berlín y París, donde tuvo como interlocutores a Karl Liebknecht
y Paul Lafargue. A su regreso fue detenido junto con su futuro rival, Julij Martov,
por la Ochrana, la policía secreta del zar. En la cárcel, Lenin rápidamente se
puso a trabajar. Se comunicaba con el exterior a través de su hermana Ana y
de Nadezda Krupskáia, una estudiante adherida al círculo marxista, que, para
poder visitarlo en la prisión, había declarado ser su novia.
Más tarde, en 1898, un año después de que fuera deportado a la Siberia
meridional, cerca de la frontera con China, Lenin contrajo matrimonio con
Nadezda en una ceremonia religiosa. En el destierro, la pareja llevó una vida
ordenada, sin sobresaltos, que le permitió a Lenin terminar de redactar su
primera obra fundamental, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en la que sostenía
que la revolución industrial y el capitalismo avanzaban decididamente pese al
semifeudalismo imperante en el país.
En el exilio
Después de casi mil días en Siberia, a poco de comenzar el siglo y con treinta
años de edad, Lenin comenzaba su primer exilio en Suiza. Allí, reunido con
Martov, puso en marcha un proyecto largamente acariciado: la publicación de
un periódico socialdemócrata de alcance nacional. El primer número de Iskra
(La Chispa) vio la luz el 21 de diciembre de 1900, con un editorial de Lenin
encabezando la primera página. En esta época de andanzas entre Munich y
Ginebra fue cuando se convirtió en el líder de los marxistas rusos, sobre todo
después de la publicación del libro ¿Qué hacer?, una de sus obras más
importantes, en la que reclamaba la necesidad de una organización de
revolucionarios profesionales y sintetizaba la idea del partido como vanguardia
de la clase obrera.

Fue justamente la polémica desatada en torno a cómo estructurar el partido


lo que provocó profundas divergencias en el II Congreso del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso inaugurado por Plejánov en julio de 1903. En él se
consumó la ruptura entre Martov y Lenin. Desde entonces los partidarios de
este último se llamaron «bolcheviques», por mayoría frente al grupo de los
«mencheviques», minoritarios. Y desde entonces el partido de cuadros
profesionales, centralizado y disciplinado, fue el pilar básico del bolchevismo.

La revolución de 1905, que había estallado en San Petersburgo tras el


«domingo sangriento» en que las tropas del zar dispararon sobre
manifestantes indefensos, causando más de mil muertos y cinco mil heridos,
sorprendió a Lenin en Suiza. La presión de las masas obligó al decadente
régimen zarista a hacer algunas concesiones liberales: ahora los bolcheviques
actuaban en la legalidad, y ello permitió a Lenin regresar a Rusia en octubre
de ese año para ponerse al frente de sus partidarios.

Vladímir llich Lenin frente al Kremlin (detalle de un óleo de Isaak Brodski)

Pero las esperanzas de que se produjeran nuevos levantamientos no se


concretaron y, ante los intentos de la policía por detenerle, Lenin huyó a
Finlandia a fines del verano siguiente. El proceso insurreccional había sido un
fracaso y el gobierno de los zares volvía a endurecer sus métodos, hasta
liquidar totalmente las conquistas logradas por la revolución. Sumida en el
pesimismo y las rencillas internas, la fracción bolchevique se resintió con la
derrota, hasta tal punto que viejos militantes la abandonaron.
Huyendo de la policía, Lenin pasó de Finlandia a Ginebra, donde comenzó su
segundo exilio, que habría de prolongarse hasta 1917. En aquella época
hicieron su aparición el insomnio y los dolores de cabeza que habrían de
perseguirle por el resto de sus días. La vida errante de los exiliados lo llevó a
París, donde él y Nadezda soportaron duras estrecheces económicas que les
obligaban a dar clases o a escribir reseñas para ganar algo de dinero, en medio
de una serie de dificultades. La dureza de aquellos días en la capital francesa
se vio en parte aliviada por la presencia de Inés Armand, una militante
parisiense, inteligente y feminista, a la que se dice le unió un profundo amor.
Fruto de su segundo exilio es la obra publicada en 1909, Materialismo y
empiriocriticismo, en la que Lenin expone sus reflexiones filosóficas
fundamentales, en un intento de culminar la teoría del conocimiento marxista.

Pasada la etapa de la más dura reacción, que se extendió hasta 1911,


comenzaron a llegar noticias alentadoras de San Petersburgo. Una huelga
iniciada en los yacimientos del Lena fue bárbaramente reprimida con
centenares de muertos, lo que originó un gran descontento y una huelga
general. Lenin presentía que se acercaba una ola de efervescencia
revolucionaria y abandonó París en junio de 1912 para instalarse más cerca de
sus partidarios, en Cracovia. Allí le visitaban los diputados bolcheviques para
informarle sobre la situación interna y pedirle instrucciones. En marzo de ese
mismo año había aparecido el primer número de Pravda (La Verdad), diario
obrero que Lenin dirigía desde el exterior y que pronto gozó de una gran
difusión. Así, mientras las grandes potencias ultimaban sus preparativos para
la primera conflagración mundial, entre los proletarios rusos crecía la influencia
de Lenin.
Lenin

El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso un giro decisivo en la historia del


socialismo. Lenin había confiado en la socialdemocracia alemana, pero cuando
se enteró de que los diputados alemanes (y también franceses) votaban
unánimemente a favor de los créditos de guerra para sus respectivos países,
de inmediato denunció la traición. Para Lenin, la guerra no era más que una
«conflagración burguesa, imperialista y dinástica... una lucha por los mercados
y una rapiña de los países extranjeros». El socialismo occidental, acaudillado
por los revisionistas alemanes, había pasado a una evidente colaboración con
la democracia burguesa, y por ende, el movimiento internacional estaba roto.
Era necesario preparar una conferencia de los socialistas que se oponían al
conflicto bélico, para impugnar definitivamente al sector revisionista.
El encuentro se celebró en Zimmerwald, en septiembre de 1915, y en él Lenin
intentó sin éxito convencer a los representantes de que adoptaran su consigna:
«Transformar la guerra imperialista en guerra civil». Fue en este período de
defección de los líderes políticos y de desconcierto para los obreros socialistas
cuando el revolucionario ruso, que hasta entonces era poco conocido fuera de
los círculos marxistas de su país, se convirtió en una primera figura
internacional. En sus manos, la doctrina marxista recuperó su sentido
transformador y su fuerza revolucionaria, como se ve en la obra escrita
durante el período bélico, El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde usa las
herramientas del análisis económico marxista para probar que la revolución, a
diferencia de lo que postulaban Marx y Engels, también es posible en países
atrasados como Rusia.
La Revolución de Octubre

El cansancio y el derrotismo general en las naciones beligerantes a comienzos


de 1917 desembocó en el imperio de los zares en un amplio movimiento
revolucionario que, al grito de «¡Viva la libertad y el pueblo!», ganó las
principales ciudades. Los trabajadores de Petrogrado se organizaron en
soviets, o consejos de obreros, y la guarnición de la ciudad, encabezada por
los mismos regimientos de la guardia imperial, se sumó en masa al
movimiento. Sin que nadie se atreviera a defenderlo, en la semana del 8 al 15
de marzo el régimen zarista sucumbía para ser reemplazado por un gobierno
provisional formado por partidos pertenecientes a la burguesía y apoyado por
el soviet de Petrogrado.

A través de Pravda, Lenin publicaba sus «Cartas desde el exilio», con


instrucciones para avanzar en la revolución, aniquilando de raíz la vieja
maquinaria del Estado. Ejército, policía y burocracia debían ser sustituidos por
«una organización emanada del conjunto del pueblo armado que comprenda
sin excepción todos sus miembros». Un mes después de la abdicación del zar
Nicolás II, en abril de 1917, Lenin llegaba a la estación Finlandia de Petrogrado,
tras atravesar Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado
mayor alemán. A pesar de las disputas políticas que originó su negociación con
el gobierno del káiser, Lenin fue recibido en la capital rusa por una multitud
entusiasta que le dio la bienvenida como a un héroe. Pero el jefe de los
bolcheviques no se comprometió con el gobierno provisional y, por el contrario,
terminó su discurso de la estación con un desafiante «¡Viva la revolución
socialista internacional!».

Muchos de sus camaradas habían aceptado la autoridad de dicho gobierno, al


que Lenin calificaba de «imperialista y burgués», acercándose así a las
corrientes izquierdistas de la clase obrera, cada vez más radicalizadas, y con
el apoyo de un importante aliado, Trotski. A pesar de que los bolcheviques aún
constituían una minoría dentro de los soviets, Lenin lanzó entonces la
consigna: «Todo el poder para los soviets», pese al evidente desinterés de los
mencheviques y los socialistas revolucionarios por tomar tal poder.
Lenin en una imagen tomada en 1918

Para hacer frente a la presunta amenaza de un golpe de estado por parte de


los seguidores de Lenin, en el mes de julio la presidencia del gobierno
provisional pasó a manos de un hombre fuerte, Alexander Kerenski, en sustitución
del príncipe Gueorgui Lvov. Al cabo de unos días, Kerenski ordenó que le
detuvieran y Lenin se vio obligado a huir a Finlandia: cruzó la frontera como
fogonero de una locomotora, sin barba y con peluca, y se estableció en
Helsingfors. Fue ésta su última etapa de clandestinidad, que habría de durar
tres meses. En ellos escribió la obra que con el tiempo sería calificada de utopía
leninista, El Estado y la revolución, por su concepción del Estado como aparato de
dominación burguesa, destinado a desaparecer tras la etapa transitoria de la
dictadura del proletariado y el advenimiento del comunismo.

A medida que la situación interna se agravaba, Lenin, desde el exterior, urgía


al partido a preparar la sublevación armada: «El gobierno se tambalea, hay
que asestarle el golpe de gracia cueste lo que cueste». Ya los bolcheviques
controlaban el soviet de Moscú, y el de Petrogrado estaba bajo la presidencia
de Trotski cuando, el 2 de octubre, Lenin volvió a entrar clandestinamente en
la capital rusa. Cuatro días más tarde se presentaba disfrazado en el cuartel
general del partido para dirigir el alzamiento.

El día 7 de octubre estallaba la insurrección y las masas asaltaban el palacio


de Invierno. Según escribe Trotski, Lenin se dio cuenta entonces de que la
revolución había vencido, y sonriendo le dijo: «El paso de la clandestinidad,
con su eterno vagabundeo, al poder es demasiado brusco, te marea». Y ése
fue su único comentario personal antes de volver a las tareas cotidianas. Al
día siguiente era nombrado jefe de gobierno y lanzaba su famosa proclama a
los ciudadanos de Rusia, a los obreros, soldados y campesinos, ratificando los
grandes objetivos fijados por la revolución: construir el socialismo en el marco
de la revolución mundial y superar el atraso de Rusia.

La revolución había llegado al poder, pero ahora había que salvarla, y la tarea
más urgente para ello, según Lenin, era firmar la paz inmediata. El Tratado de
Brest-Litovsk, signado por Trotski el 3 de marzo de 1918, concertó la paz
unilateral de Rusia con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía. El
tratado ahondó aún más las divergencias con los socialistas revolucionarios -
que en agosto atentaron contra la vida de Lenin-, y contribuyó a intensificar la
decisión de las fuerzas contrarrevolucionarias para derribar al nuevo gobierno
con el apoyo de los países aliados, especialmente Francia y Estados Unidos.

Lenin y Stalin (Gorki, 1922)

Durante dos años, entre 1918 y 1920, la guerra civil condujo al gobierno
soviético al borde del desastre; por último, el ejército de los
contrarrevolucionarios, los «blancos», conducido por antiguos generales
zaristas, fue derrotado por el Ejército Rojo, formado por campesinos y obreros
y dirigido por Trotski. Pero el país quedó devastado, la economía maltrecha y
el hambre se enseñoreó de grandes regiones. El reto más grande de la
revolución pasó a ser entonces la reconstrucción económica de Rusia, tarea
que Lenin se propuso encarar a través de la NEP (nueva política económica),
que detuvo las expropiaciones campesinas y supuso una apertura hacia una
economía de mercado bajo control.

Pese a las dificultades de la guerra civil, Lenin concretó en 1919 su viejo sueño
de fundar una nueva Internacional. En su opinión, el destino de Rusia dependía
de la revolución mundial, y en especial del futuro del movimiento llevado
adelante en Alemania por los espartaquistas. El 2 de marzo de 1919, en Moscú,
inauguró el Primer Congreso de la III Internacional, invocando a los líderes del
comunismo alemán asesinados: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. La Comintern
elevó el comunismo ruso a la categoría de modelo a imitar por todos los países
comunistas del mundo y, al defender los movimientos de liberación nacional
de los pueblos coloniales y semicoloniales de Asia, logró ampliar enormemente
el número de aliados de la Revolución soviética.

A finales de 1921, la salud de Lenin se vio gravemente afectada: sufría de


insomnios progresivamente acusados y sus dolores de cabeza eran cada vez
más frecuentes. En marzo del año siguiente asistió por última vez a un
congreso del partido, en el que fue elegido Stalin secretario general de la
organización. Al mes siguiente se le intervenía quirúrgicamente para extraerle
las balas que continuaban alojadas en su cuerpo desde el atentado sufrido en
1918. Si bien se recuperó rápidamente de la operación, pocas semanas
después sufrió un serio ataque que, por un tiempo, le impidió el habla y el
movimiento de las extremidades derechas.

En junio su salud mejoró parcialmente, y dirigió la formación de la Unión de


Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero en diciembre sufrió un segundo ataque
de apoplejía que le impidió cualquier posibilidad de influir en la política
práctica. Aun así, tuvo fuerzas suficientes para dictar varias cartas, entre ellas
su llamado «testamento», en el que expresa sus fuertes temores ante la lucha
por el poder entablada entre Trotski y Stalin en el seno del partido. El 21 de
enero de 1924 una hemorragia cerebral acabó con su vida. El hombre que
detestaba el culto a la personalidad y abominaba de la religión fue
embalsamado y depositado en un rico mausoleo de la plaza Roja.

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CHE GUEVARA [ERNESTO GUEVARA]


(Rosario, Argentina, 1928 - Higueras, Bolivia, 1967) Revolucionario
iberoamericano. Junto con Fidel Castro, a cuyo movimiento se unió en 1956,
fue uno de los principales artífices del triunfo de la revolución cubana (1959).
Desempeñó luego cargos de gran relevancia en el nuevo régimen, pero,
insatisfecho con la inoperancia de los despachos y fiel a su propósito de
extender la revolución a otros países de Latinoamérica, en 1966 retomó su
actividad guerrillera en Bolivia, donde sería capturado y ejecutado un año
después.

Ernesto Che Guevara


Entregada así su vida en la lucha contra el imperialismo y la dictadura,
el CheGuevara se convirtió en el máximo mito revolucionario del siglo XX. Fue
de inmediato un icono de la juventud del Mayo del 68, y su figura ha quedado
como símbolo atemporal de unos ideales de libertad y justicia que, como los
héroes de antaño, juzgó más valiosos que la propia vida. Todavía en nuestros
días se exhibe con frecuencia, en las acciones contestatarias, aquel perfil suyo
basado en la célebre fotografía de Alberto Korda.
Biografía
Ernesto Che Guevara nació en una familia acomodada de Argentina, en donde
estudió medicina. Su militancia izquierdista le llevó a participar en la oposición
contra Juan Domingo Perón; desde 1953 viajó por Perú, Ecuador, Venezuela y
Guatemala, descubriendo la miseria dominante entre las masas de
Hispanoamérica y la omnipresencia del imperialismo norteamericano en la
región, y participando en múltiples movimientos contestatarios, experiencias
que lo inclinaron definitivamente hacia el marxismo.
En 1955 Ernesto Che Guevara conoció en México a Fidel Castro y a su
hermano Raúl Castro, que preparaban una expedición revolucionaria a Cuba.
Guevara trabó amistad con los Castro, se unió al grupo como médico y
desembarcó con ellos en Cuba en 1956. Instalada la guerrilla en Sierra
Maestra, Guevara se convirtió en lugarteniente de Fidel y mandó una de las
dos columnas que salieron de las montañas orientales hacia el oeste para
conquistar la isla. Participó en la decisiva batalla por la toma de Santa Clara
(1958) y finalmente entró en La Habana en 1959, poniendo fin a la dictadura
de Fulgencio Batista.

El Che con Fidel Castro


El triunfo de la revolución, llevada a cabo con escasos medios, se vio facilitado
por la insostenible situación del país en aquellos años. Pese a registrar la más
alta renta per cápita de América Latina, la riqueza se concentraba en pocas
manos; este fortísimo desequilibrio social se repetía en los marcados
contrastes entre el campo y la ciudad. En el plano político, la corrupción, los
mecanismos clientelares y la inoperancia se habían acentuado hasta límites
insospechados bajo el régimen despótico y autoritario de Fulgencio Batista; su
gobierno logró hacer coincidir en su contra a los sectores más dispares de
opinión e intereses. La economía cubana, en extremo condicionada por la
presencia de Estados Unidos, se basaba en el turismo en las áreas urbanas y
en una agricultura de carácter capitalista que había generado un numeroso
proletariado rural, determinante en el proceso revolucionario.
De la revolución a la política
El nuevo régimen revolucionario concedió a Guevara la nacionalidad cubana y
le nombró jefe de la Milicia y director del Instituto de Reforma Agraria (1959),
luego presidente del Banco Nacional y ministro de Economía (1960), y,
finalmente, ministro de Industria (1961). En aquellos años, Guevara
representó a Cuba en varios foros internacionales, en los que denunció
frontalmente el imperialismo norteamericano. En un viaje alrededor del mundo
se entrevistó con Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru, Sukarno y Josip Broz
Tito (1959); en otro viaje conoció a diversos dirigentes soviéticos y a los
chinos Chu En-Lai y a MaoTse-Tung.
En la tarea de la construcción en Cuba de una nueva sociedad, y especialmente
en el campo de la economía, el Che Guevara fue uno de los más incansables
colaboradores de Fidel Castro. En la polémica económica que tuvo lugar en los
inicios del nuevo régimen se decantó por una interpretación original, creativa
y no burocrática ni institucionalizada de los principios marxistas. Buscando un
camino para la independencia real de Cuba, se esforzó por la industrialización
del país, ligándolo a la ayuda de la Unión Soviética, una vez fracasado el
intento de invasión de la isla por Estados Unidos y clarificado el carácter
socialista de la revolución cubana (1961).

Fragmento de un discurso de Guevara ante la ONU


(Nueva York, 11 de diciembre de 1964)

Su inquietud de revolucionario profesional, sin embargo, le hizo abandonar


Cuba en secreto en 1965 y marchar al Congo, donde luchó en apoyo del
movimiento revolucionario en marcha, convencido de que sólo la acción
insurreccional armada era eficaz contra el imperialismo.

En Bolivia
Relevado ya de sus cargos en el Estado cubano, el Che Guevara volvió a
Iberoamérica en 1966 para lanzar una revolución que esperaba que fuese de
ámbito continental: valorando la posición estratégica de Bolivia, eligió aquel
país como centro de operaciones para instalar una guerrilla que pudiera
irradiar su influencia hacia Argentina, Chile, Perú, Brasil y Paraguay. Al frente
de un pequeño grupo intentó poner en práctica su teoría, según la cual no era
necesario esperar a que las condiciones sociales produjeran una insurrección
popular, sino que podía ser la propia acción armada la que creara las
condiciones para que se desencadenara un movimiento revolucionario; tales
ideas quedaron recogidas en su libro La guerra de guerrillas (1960).
El Che, mito revolucionario

Sin embargo, su acción no prendió en las masas bolivianas. Desde un principio


su grupo, bautizado como Ejército de Liberación Nacional y compuesto por
veteranos cubanos de Sierra Maestra y algunos comunistas bolivianos, se
encontró con la falta de apoyo de los campesinos, ajenos por completo al
movimiento. Sin ningún respaldo popular en el mundo rural, y sin apoyo en
las grandes ciudades por el rechazo de las organizaciones políticas comunistas,
las posibilidades de éxito menguaron drásticamente.

Aislado en una región selvática en donde padeció la agudización de su dolencia


asmática, Ernesto Guevara fue delatado por campesinos locales y cayó en una
emboscada del ejército boliviano en la región de Valle Grande, donde fue
herido y apresado el 8 de octubre de 1967. Dado que el Che se había convertido
ya en un símbolo para los jóvenes de todo el mundo, los militares bolivianos,
aconsejados por la CIA, quisieron destruir el mito revolucionario, asesinándole
para después exponer su cadáver, fotografiarse con él y enterrarlo en secreto.
En 1997 los restos del Che Guevara fueron localizados, exhumados y
trasladados a Cuba, donde fueron enterrados con todos los honores por el
régimen de Fidel Castro.
La imagen de Ernesto Che Guevara queda incompleta si no se consideran, junto
a la de revolucionario, sus facetas como ideólogo y teórico de la guerrilla, de
la lucha armada en pequeños grupos como única forma revolucionaria de
actividad política posible en los países subdesarrollados. Sus ideas se hallan
expuestas en textos como el famoso Mensaje a la Tricontinental (1967) y el ya
citado libro La guerra de guerrillas (1960).
Si bien escribió muchísimo, la mayor parte de su obra sigue inédita. La integran
manuscritos, cartas, discursos, proclamas y, sobre todo, artículos publicados
en Verde olivo, el órgano de las Fuerzas Armadas cubanas, en las que
el Cheostentaba el grado de comandante. Los más recordados son aquellos en
los que evoca la revolución cubana (Una revolución que comienza, 1959 y
siguientes) y los de política económica (Contra el burocratismo, 1963 y siguientes).
Del diario que Ernesto Guevara había ido escribiendo durante toda su vida, se
publicó póstumamente la parte referente a la guerrilla boliviana: Diario del Che
en Bolivia(1968).
Este último libro, que relata su lucha guerrillera en Bolivia hasta el día
inmediatamente anterior a su captura, constituye el más impresionante
testimonio de su personalidad. El Che describe el día a día de la guerrilla por
dentro, en su aspecto cotidiano; las mil dificultades prácticas, las debilidades,
los errores y litigios entre compañeros y su precario estado de salud dan lugar
a un cuadro nada idealizado. Pero es sobre todo el estilo casi distanciado de
este diario, incluso en los momentos más difíciles, lo que revela el lado humano
del Che en el último período de su vida: en su ánimo reinaban una enorme
calma y una profunda serenidad, debidas a la íntima convicción de lo justo de
sus ideales y a la razonada aceptación del riesgo de morir en la lucha.

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JESÚS DE NAZARET
Los evangelios
En términos teológicos, Nuevo Testamento significa la Nueva Alianza establecida
por Dios con toda la humanidad en su Hijo Jesucristo, continuación y
cumplimiento de aquella primera Antigua Alianza establecida con su pueblo
escogido, el pueblo de Israel, en el monte Sinaí. Desde el punto de vista
literario, se entiende por Nuevo Testamento el conjunto de libros en los cuales los
discípulos de Jesús dejaron constancia de la instauración y primeros años de
esa nueva y definitiva alianza. El Nuevo Testamento se compone de 27 libros,
aceptados unánimemente por católicos, ortodoxos y protestantes: los
cuatro Evangelios, el Libro de los Hechos de los Apóstoles, las trece Epístolas de San Pablo,
la Epístola a los Hebreos, las siete Epístolas Católicas de Santiago, San Pedro, San
Juan y San Judas y el Apocalipsis de San Juan.
Los cuatro evangelios nos informan sobre la manera en que eran recibidas en
las primeras comunidades cristianas la vida y la enseñanza de Jesús de Nazaret.
Es necesario advertir que, en el momento de la consignación por escrito de las
tradiciones evangélicas transmitidas en las primeras comunidades cristianas,
varios de los apóstoles todavía vivían. Los Hechos de los Apóstoles (redactado
probablemente por Lucas entre los años 65-80) describen de manera viva y
detallada, aunque sólo parcialmente, los comienzos de la Iglesia desde la
Ascensión y Pentecostés (hacia el año 30) hasta la llegada de San Pablo a Roma
hacia el año 61. Lucas, compañero de Pablo, fue un testigo de primera mano
en todo lo que se refiere a la misión y viajes de su maestro y a las comunidades
por él fundadas.

A diferencia de los escritos del Antiguo Testamento, los del Nuevo Testamento
fueron compuestos en un breve lapso de tiempo; concretamente, durante la
segunda mitad del siglo I. Todos ellos nacieron en las comunidades cristianas
y tuvieron la finalidad de consolidar la fe de las mismas y de las nuevas que
se iban fundando. Resulta difícil determinar la fecha en que los distintos libros
del Nuevo Testamento fueron redactados; pero, con el apoyo de criterios
internos y externos, sí se puede determinar un cierto orden cronológico en su
aparición y, en muchos casos, la época en que fueron escritos.

Así, por ejemplo, las Epístolas de San Pablo fueron escritas entre los años 50 y 67.
La primera de las Epístolas de San Pedro fue escrita un poco antes del 64,
mientras que la segunda (escrita no por él sino por algún discípulo) y la de
Santiago son difíciles de datar. Los Evangelios y el Libro de los Hechos de los
Apóstoles fueron escritos entre los años 65 y 100. De finales del siglo I son
las Epístolas de Juan y de Judas, así como el Apocalipsis y la Epístola a los Hebreos.

San Pablo escribiendo sus Epístolas

Fueron muchos los cristianos que se propusieron contar en sus escritos cuanto
había ocurrido desde el principio, tal y como nos lo advierte Lucas al inicio de
su evangelio (1,1). Pero no todos esos escritos del siglo I fueron aceptados
como inspirados por Dios y, por lo tanto, admitidos como parte de las Sagradas
Escrituras. Se hizo una selección antes de incluirlos en un canon. Los criterios
utilizados para determinar la canonicidad de los escritos fueron tres: 1°) el
origen apostólico de un escrito, es decir, que hubiera sido escrito por un
apóstol o por un discípulo directo de algún apóstol; 2°) la plena concordancia
del escrito con la tradición viva de la Iglesia, es decir, su ortodoxia; 3°) la
utilización de los escritos en la lectura pública de un buen número de iglesias.

A finales del siglo II, el apologista Taciano, discípulo de Justino, fusionó en uno
los cuatro evangelios, en la obra llamada Diatesarón ("cuatro en uno"); esa obra
fue traducida a varios idiomas y adoptada como base de la catequesis para
pueblos bárbaros que iban llegando al Imperio romano. Ello demuestra que los
cuatro evangelios no gozaban todavía de la autoridad que luego tuvieron,
aunque ya habían comenzado a ser citados como tales desde mediados del
siglo II. La lista de obras más antigua que conocemos es la del llamado "canon
de Muratori", un texto del siglo II descubierto por el investigador Muratori en
1740. Este documento, del que falta la parte inicial que ciertamente hablaba
de Mateo y Marcos, menciona los evangelios de Lucas y Juan, el Libro de
los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de San Pablo, las Epístolas Católicas y
el Apocalipsis.
En el siglo III se comenzó a dar el nombre de Nuevo Testamento al conjunto de
los escritos considerados canónicos. Pero la lista no estaba completamente
definida. Ésta aparece por primera vez en los escritos del historiador del siglo
IV Eusebio de Cesarea, el cual, sin embargo, refleja la duda sobre la canonicidad
del Apocalipsis, que era rechazado todavía por varios teólogos, especialmente
los orientales. Sería San Atanasio quien a finales del mismo siglo IV consiguió
que el libro fuera también aceptado por los orientales. El primer catálogo
completo del Nuevo Testamento fue promulgado, junto con el canon católico
actual para el Antiguo Testamento, en el concilio de Hipona (norte de África)
en el año 393. Fue luego confirmado por el concilio de Cartago en el 419 y por
los orientales en el concilio de Trullo (692). Y también por los concilios
ecuménicos de Florencia (1441, contra los jacobitas) y de Trento (1546) para
zanjar la cuestión ante las dudas proferidas por Lutero y otros protagonistas
de la Reforma respecto a la autenticidad de la Epístola a los Hebreos, de
las Epístolas de Santiago y Lucas y del Apocalipsis. Hoy día no existe ninguna
divergencia entre ortodoxos, católicos y protestantes respecto al canon del
Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento la palabra evangelio significa "buena noticia" y está
usada para expresar todo el contenido de la misión de Jesús y de la predicación
primitiva. En labios de Jesús, evangelio significa la buena noticia de que el reino
de Dios ha comenzado a hacerse presente entre los hombres (Mc 1,14-15). En
la predicación apostólica, significa la buena noticia de la muerte y resurrección
de Jesús, porque en estos acontecimientos descubrían que Dios había
comenzado a cumplir sus promesas.
El evangelio y su mensaje es uno, pero está expresado en diversas teologías
o diversos enfoques según los diversos escritos. Tenemos en primer lugar el
enfoque de los cuatro Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos
ofrecen una teología de la memoria de Jesús; estos libros tienen como finalidad
demostrar que la predicación de Jesús es algo histórico y no un sistema
ideológico abstracto. Luego se encuentra la teología kerigmática, propia de la
mayor parte de las Epístolas de San Pablo y de la Epístola a los Hebreos: es la teología
del anuncio, del pregón de aquello que los apóstoles han vivido y
experimentado, experiencia centrada en la resurrección del crucificado. La
teología de la praxis consiste en orientaciones sobre práctica de la vida
cristiana; es verdad que casi todas las cartas contienen alguna orientación en
este sentido, pero algunas, como la de Santiago y la primera de Pedro, lo
hacen con una insistencia particular. Otras, como la de Judas, la segunda de
Pedro y las de Juan, se centran más concretamente en orientaciones para los
casos de divisiones internas en las comunidades. Finalmente tenemos la
teología profética, propia del Apocalipsis, que entronca con el profetismo del
Antiguo Testamento y proporciona elementos para una interpretación de la
historia a la luz de la venida de Cristo.
El Evangelio de San Mateo

Mateo era perceptor de impuestos en Cafarnaum, por donde pasaba el "camino


del mar" que recorrían las caravanas que desde el interior de Siria se dirigían
a los centros mercantiles del Mediterráneo y de Egipto. La vocación de Mateo
al apostolado se conoce con cierto detalle, como en general la de los principales
seguidores de Jesús. Su condición de publicano le situaba moralmente al
margen de la sociedad palestina, que consideraba a los recaudadores de
impuestos como pecadores públicos por razón de su odiado oficio. Jesús,
pasando por Cafarnaum, vio a Mateo en su escritorio y le invitó a que le
siguiese. Mateo respondió a su llamada e invitó a sus compañeros a un
solemne banquete de despedida, al cual asistió Jesús. Emprendió así la sublime
aventura del apostolado abandonando sus registros y su oro, a los que no
podría ya volver.
San Mateo y el ángel (c. 1635), de Guido Reni
Testigo fiel de la vida de Cristo, recogió primero en lengua aramea un
considerable caudal de "dichos" y actos (sobre todo de discursos) del Salvador,
particularmente en vistas a una apología del cristianismo ante los judíos. El
Evangelio de San Mateo es el primero de los Evangelios, y fue escrito en
Jerusalén, originalmente en lengua aramea, traduciéndose luego al griego. No
se conoce exactamente la fecha de su composición. Según el testimonio de San
Ireneo, que afirma que lo escribió "mientras San Pedro y San Pablo divulgaban
la buena nueva del Evangelio en Roma", cabe suponer que fue alrededor de
los años 63-67 d.C. Junto con los Evangelios de San Marcos y San Lucas
constituye el grupo de los tres Evangelios llamados "sinópticos", semejantes
por su léxico, por la selección de los relatos y por el orden, y tan sólo diferentes
en ciertos detalles.

El libro se divide en tres partes. La primera narra la infancia de Jesús y su vida


oculta (I, 11): la genealogía de Jesús, la concepción virginal y el nacimiento
del Salvador, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y el retorno de este
país. La segunda parte describe la vida pública de Jesús (III-XXV). Se
presentan algunos hechos de su predicación, así como las circunstancias que
vienen a demostrar que Jesús, aunque rechazado por el Sanedrín, es el Mesías,
a la vez que señalan la verdadera naturaleza del reino de Dios. Finalmente, la
parte tercera relata la pasión y el triunfo de Cristo (XXVI-XXVII): los
preparativos de la Pasión, la Pasión y muerte de Jesús, su glorificación,
resurrección y apariciones. La conexión entre los diversos episodios se realiza
mediante procedimientos muy elementales, y, a veces, resumiendo lo que
anteriormente se ha dicho.
El relato de San Mateo no constituye una biografía histórica de Jesús, como
tampoco lo son las narraciones de los demás evangelistas. San Mateo reúne y
enlaza las palabras y hechos de Jesús, pronunciadas o acaecidos en
circunstancias diversas. La predicación de Jesús, las parábolas (en número de
ocho), las máximas y los discursos mantienen esta estrecha unión. Ha sido
posible concretar en San Mateo una distribución de los relatos y máximas en
tríadas y septenarios. Así, la tentación tiene tres episodios, y Jesús reza por
tres veces en Getsemaní. El número siete es el de las virtudes, las peticiones
del Padre Nuestro, las parábolas del capítulo XIII, las maldiciones del capítulo
XIII; también se recomienda perdonar setenta veces siete (XVIII, 22).

En conjunto puede decirse que si el estilo de San Mateo ofrece algunas


características peculiares, éstas no le alejan, como a otros escritores sagrados,
de la lengua clásica. Comparado con el de San Marcos, el vocabulario del
Evangelio de San Mateo contiene menor proporción de elementos que no se
encuentran en la lengua clásica ni en los escritores. En cambio, el narrador se
muestra completamente extraño a la cultura grecolatina, habituado a la lectura
de la Biblia griega, de la que adopta la especial fraseología. Largos discursos
rompen la monotonía de la narración. Entre ellos es celebérrimo el "Sermón
de la Montaña", tan elevado de contenido como penetrado de verdadera
poesía. Asimismo, la invectiva contra los fariseos recuerda el apasionamiento
de algunos fragmentos proféticos de Isaías. Las numerosas máximas confieren
una originalidad característica al Evangelio de San Mateo. Tranquilo y objetivo
en su relato, Mateo revela cualidades de orden y de armonía que
evidentemente responden a su mentalidad semítica, y no renuncia a dejar que
asomen de vez en cuando indicios de su antigua profesión, como puede verse
por sus precisas referencias a todo cuanto tiene que ver con el comercio y con
la moneda.

La preocupación por cimentar la vida de Jesús en las profecías del Antiguo


Testamento da a su breve libro un tono solemne, con ecos que se pierden en
la lejanía de los milenios. Los primeros adversarios paganos del cristianismo,
Celso, Porfirio y Juliano, hacían hincapié en la vocación de Mateo para acusar
a la nueva religión de inhumana locura; pero si el gesto de Mateo fue el
resultado de una madura meditación sobre cuanto Jesús había dicho y hecho
en Cafarnaum, no por ello perdió ni un ápice de su valentía, y revela una
audacia de la que los antiguos no tenían ejemplo. El "sermón de la montaña",
que Mateo es el único que transcribe ampliamente (cap. V-VII), es uno de los
signos de su sensibilidad religiosa y poética.

El Evangelio de San Marcos

En la historia de la Iglesia primitiva, Marcos es una figura secundaria, pero


llena de gracia y de vivacidad. Muchos autores le sitúan en el relato evangélico,
identificándole con el jovencito que, en Getsemaní, apareció vestido
únicamente con una sábana, despertado por el barullo de la gente armada que
había llegado para capturar a Jesús. También fueron puestas las manos sobre
el incauto espectador, quien, sin embargo, abandonando su ligera
indumentaria, logró escapar (Evangelio de San Marcos, cap. XIV, 51).

San Marcos fue uno de aquellos apreciables hombres que renuncian a destacar
para consagrarse al servicio de una personalidad de mayores iniciativas. De
familia acomodada, dio sus primeros pasos en el apostolado con su primo San
Bernabé y con San Pablo, a quienes sirvió como "ministro" en el primer viaje
misionero, reservándose las funciones exteriores para aliviar a aquéllos.
Inesperadamente, le faltaron los ánimos y quiso volver atrás, y así, en el
siguiente viaje, San Pablo no le quiso entre sus acompañantes.

Aparece luego en Asia Menor asociado al ministerio de San Pedro, quien le dio
pruebas de un cariño paternal. En Roma fue nuevamente compañero de San
Pablo, que le manifestó particular estimación preguntando por él desde Éfeso
en la época de su último cautiverio. En la Ciudad Eterna se le pidió que reuniera
los recuerdos de San Pedro acerca de la vida de Jesús, y, de esta suerte,
escribió el segundo Evangelio, en el que la divina figura del Maestro revive con
una riqueza de matices concretos y de colores que hacen de la minúscula obrita
la biografía más rápida pero asimismo más ágil y dramática de Jesús.

Marcos el Evangelista (1605), de Gortzius Geldorp


Una tradición histórica segura sitúa en efecto la redacción de este Evangelio
en estrecha dependencia con el Apóstol Pedro. Los testimonios al respecto de
Papías, de San Justino o de Ireneo, en una época cercana al autor, son en
extremo importantes. San Clemente de Alejandría añade: "algunos oyentes de las
predicaciones de San Pedro en Roma rogaron a Marcos que pusiera para ellos
por escrito lo que predicaba Pedro... Marcos los había contentado. Cuando
Pedro lo supo, no prohibió a Marcos que lo publicase ni lo animó a ello; pero
luego de reconocer la verdad de lo que allí estaba escrito, aprobó el contenido".
Una confirmación de que "Marcos escribió su Evangelio como oyó del Apóstol
Pedro" la tenemos en el mismo texto. En efecto, en él se ponen de relieve las
acciones de Pedro que redundan en su desdoro y, en cambio, se callan las
contadas por otros evangelistas, que redundan en su gloria. Así, San Marcos
describe más minuciosamente que los otros evangelistas la triple negación de
Pedro. Entre los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles y el segundo
Evangelio se advierte además una analogía de concepción y desarrollo de
catequesis que hace verosímil la existencia de una relación de dependencia
entre las dos obras.
Escrito en lengua griega en Roma, en fecha incierta, el Evangelio de San
Marcos es el más breve de los cuatro. Prescinde de exponer noticia alguna de
la vida infantil de Jesús, y cuenta sólo su vida pública, comenzando con las
palabras "Principio del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios". Puede dividirse
en cuatro partes. En la primera, la del comienzo del ministerio público, se
desarrollan la predicación de San Juan Bautista en el desierto (I, 1-5) de donde le
viene al evangelista el símbolo del león; el bautismo de Jesús y su retiro en el
desierto (I, 9-13); la predicación del Evangelio del Reino de Dios en Cafarnaum
y en sus alrededores (I, 14-III, 35), y la enseñanza y los milagros en torno al
lago de Tiberíades (IV, 1 - V, 43). La segunda parte relata el ministerio de
Jesús en Galilea; Jesús vuelve a su Patria, escoge a sus discípulos, y con ellos
se va luego más allá del mar de Tiberíades (VI, 1 - VII, 23); de allí a la Galilea
septentrional, a Tiro y Sidón; después de haber obrado milagros pasa por
Cesarea de Filipo, desciende al Tabor y finalmente se vuelve a hallar en
Cafarnaum (VII, 24-IX, 50). En la tercera parte, Jesús cruza Perea y va a Judea
(X). En la cuarta y última son descritas la Semana Santa y la Pasión (XI, 1 -
XVI, 18). El Apéndice (XVI, 19 - XX) trata de la misión de Jesús y de la eficacia
de la misión Apostólica.

Prescindiendo de la primera parte, que puede ser considerada como un


proemio, en la segunda, dedicada al ministerio de Jesús en Galilea, el orden
de las narraciones parece ser histórico y geográfico, como lo demuestran las
muchas indicaciones espaciales y temporales. Sin embargo, no puede excluirse
que este orden sea un poco artificial; no es, en efecto, muy verosímil que Jesús
no hubiera pasado nunca dos veces por la misma región. Como en el Evangelio
de San Mateo, también en éste se nota un progreso lento en la revelación
mesiánica. Jesús, al comienzo de su ministerio, no hace indicación alguna a
sus discípulos de su misión; los prepara poco a poco, y finalmente hace
proclamar a Pedro que Él es el Mesías Hijo de Dios. Da a conocer
progresivamente lo que debe ser el reino mesiánico y llega a predecir muy
tarde su Pasión, Muerte y Resurrección.
El relato de San Marcos es, en general, idéntico al de San Mateo y San Lucas.
Sólo contiene cinco trozos propios: dos parábolas, dos milagros y un fragmento
histórico en el capítulo tercero (III, 20-21), que refiere la inquietud de los
padres de Jesús. Las dos parábolas propias de San Marcos son las de la semilla
que crece (IV, 26-29) y la del amo que parte de su casa y no sabe cuándo
volverá (XIII-34). Los dos milagros son la curación de un sordomudo (VII, 31-
36) y la curación del ciego de Betsaida (VIII, 22-26). San Marcos nos ha legado
además algunas frases características de Jesús, pasadas en silencio por otros
evangelistas: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado"
(I, 27) o "Todas estas cosas malas proceden de dentro" (VII, 22). Los
sentimientos de odio que se manifiestan en los adversarios de Jesús son
expresados de la misma manera por los otros dos Sinópticos, pero hay un
pormenor de gran importancia: los Herodianos se habían unido con los
Fariseos y los Escribas contra Jesús (III, 6).

San Marcos da a conocer las disposiciones de los discípulos hacia el Maestro,


pero refiere además los sentimientos y las impresiones del propio Jesús:
"Jesús, vueltos los ojos hacia ellos con ira" (II, 5); "tuvo compasión de la
muchedumbre que le seguía porque eran como ovejas que no tienen pastor, y
se puso a instruirlos largamente" (VI, 34). Otra de las características de San
Marcos es su procedimiento de dramatizar la narración: no expone los hechos
sino que los traduce en acción y pone en boca de Jesús el discurso directo.

Frente a los otros evangelistas, aparecen además como peculiaridades de


Marcos su percepción de lo popular y su estilo agudo y literariamente
despreocupado. La tradición habla de su origen levítico e indica una
particularidad fisiológica suya: tenía los dedos cortos. Simbolizado, como los
otros evangelistas, por uno de los cuatro ríos terminales y, posteriormente,
por el león alado del Apocalipsis, la iconografía medieval lo representó a menudo
acompañado por San Pedro, que le dicta el Evangelio.
El Evangelio de San Lucas
Al evangelista Lucas, discípulo y compañero de San Pablo en sus últimos viajes
y en su prisión en Roma, se le atribuye el tercer Evangelio; la autenticidad del
libro quedó acreditada por el testimonio patrístico y el canon de Muratori.
Médico de profesión y antioqueno, San Lucas es el más erudito de los autores
del Nuevo Testamento. Escritor doctísimo y escrupuloso historiador, emplea a
veces un griego de refinada elegancia, y en algunos casos no rehuye la
imitación de modelos semíticos. Dante le definió como "el cronista de la
magnanimidad de Cristo", y, efectivamente, Lucas se muestra sensible a
cuantos dichos y hechos del Maestro expresan a lo vivo el espíritu de caridad
del Evangelio.

Dotado de una sensibilidad delicadísima, pone cuidadosamente de relieve el


papel de las mujeres en la historia de Jesús, y narra con gracia inimitable los
episodios de la infancia del Salvador. El arte le debe todos los temas de
inspiración evangélica más apreciados y frecuentes. Una tradición le hace
pintor; de esta profesión conoció, si no la técnica, por lo menos el arte de una
representación esencial y dramática de los acontecimientos. San Lucas recogió
las parábolas de Jesús más expresivas y de supremo valor no solamente
religioso y humano, sino también literario (por ejemplo, El hijo pródigo, El
buen samaritano, Lázaro y el rico Epulón o El fariseo y el publicano).

San Lucas pintando a la Virgen María (1602),


de Marten de Vos
Autor también de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas tuvo conciencia de ser el
primer historiador del cristianismo, y elaboró las dos obras con segura intuición
y método riguroso. La presencia de su personalidad sólo se vislumbra a través
del gusto y de la medida con que dispone y refiere el material que había ido
recogiendo de fuentes incontrovertibles mediante largas indagaciones. Dijo
Renan que el Evangelio de San Lucas es el mejor libro que jamás se haya
escrito; y hubiera podido añadir que la personalidad de su autor es una de las
más vivas y cordiales de cuantas gravitan en la órbita de los protagonistas
principales de la historia del cristianismo primitivo. Además de ser el primer
historiador cristiano, es también el primer artista de la nueva religión. En la
proximidad de San Pablo, Lucas vivió un cristianismo profundo, cuyos orígenes
y primeros progresos expresó bajo el sello de la poesía y la verdad.
Escrito en griego entre los años 60-63 d. de C., el Evangelio de San Lucas fue
quizás compuesto en la misma capital romana. En su organización, admirable
incluso desde el punto de vista literario, pueden apreciarse, tras un prefacio
(I, 1-4), cinco partes. Primera parte: infancia; anuncio del Precursor y del
nacimiento de Jesús; visita de la Virgen María a Santa Isabel; nacimiento del
Precursor y de Jesús; presentación en el Templo; Jesús entre los doctores (I,
5 - II, 52). Segunda parte: preparación a la vida pública; predicación de San
Juan Bautista; bautismo (genealogía) y tentaciones de Jesús (III-IV,13);
ministerio de Jesús en Galilea; milagros y predicación, como en los otros
Sinópticos (IV, 14 - IX, 50). Tercera parte: último viaje de Jesús desde Galilea
a Jerusalén; milagros y predicación, como en los otros Sinópticos (IX, 51 -
XIX, 28). Cuarta parte: historia de la pasión y muerte de Jesús, como en los
otros Sinópticos (XIX, 29 - XXIII, 55). Quinta parte: resurrección de Jesús, su
aparición, su ascensión (XXIV, 1-52).

Los episodios que aparecen exclusivamente en el Evangelio de San Lucas son


muy numerosos. Desde el punto de vista lingüístico, el vocabulario es más rico
que el de los demás evangelistas y autores sagrados; y si bien el libro debe
incluirse entre las producciones del griego vulgar, posee con todo una
superioridad que lo aproxima a los clásicos. Lucas evita hebraísmos,
aramaísmos y latinismos; sabe componer con arte y dar a sus narraciones un
carácter a la vez simple y grandioso, expresar con gracia los diversos
sentimientos de las personas que introduce en escena y retratarlas de manera
perfecta.

El evangelista advierte en el prefacio que se propone hacer una obra histórica.


En su prólogo imita a los grandes historiadores griegos
(Herodoto, Tucídides y Polibio), y, a semejanza de ellos, comienza su libro
señalando las fuentes en que se inspiran sus relatos, cómo los compone y el
objetivo que persigue. Relaciona sus datos cronológicos con los de la historia
profana (II, 13-III, 1), pero, al igual que los otros Sinópticos, no es un simple
cronista de la vida de Jesús; algunas veces, como San Mateo y San Marcos,
reúne discursos y milagros hechos en distintas circunstancias. Desde el punto
de vista doctrinal, el Evangelio de San Lucas es llamado "ebionita", es decir,
Evangelio de los pobres. La pobreza triunfa sobre la riqueza terrena, y, en
medio de una luz maravillosa, aparece la doctrina de la salvación universal: el
individualismo judío queda vencido.
El Evangelio de San Juan
Autor además del Apocalipsis y de tres Epístolas, San Juan prevalece netamente
sobre los demás evangelistas incluso en la iconografía, gracias al importante
lugar que corresponde a Juan en todas las representaciones de la cena y de la
crucifixión. Entre los doce discípulos que siguieron a Jesucristo, San Juan es el
personaje más claramente dibujado por los Evangelios. Ya los tres Sinópticos
dan a su figura un especial relieve, pero los escritos del propio Juan le añaden
abundantes recuerdos personales y revelan, en un lenguaje humilde y sutil,
los más recónditos pliegues de su alma. La misma perífrasis con que Juan se
designa tímidamente a sí mismo como "el discípulo amado de Jesús", recoge
de lleno, resumiéndolas, las características de su personalidad y de la aventura
espiritual a que ésta estaba destinada. En efecto, sólo gracias a aquella
predilección de Jesús se pone de manifiesto su riqueza interior.
Nacido en el seno de una acomodada familia de pescadores de Cafarnaum o
de la vecina Betsaida, San Juan Evangelista fue uno de los primeros seguidores de
Jesús y formó parte de aquel triunvirato de íntimos que tuvo el privilegio de
asistir a los episodios más significativos de la vida del maestro, como la
resurrección de la hija de Jairo o la agonía de Getsemaní. En la última cena,
San Juan reposó la cabeza en el pecho de Cristo (si se identifica a Juan con el
anónimo discípulo predilecto del cuarto Evangelio) y fue el único de los
Apóstoles que estuvo presente en la crucifixión.

El evangelista fue acogido en la familia carnal de Jesús, convirtiéndose en el


fiel guardián de María, y llegó a ser el más sublime cantor del amor cristiano.
Suya es la frase "Dios es amor", y, antes de ser desterrado a Patmos, y luego
de haber sufrido, según se cuenta, la inmersión en una caldera de aceite
hirviendo sin sentir daño alguno, aconsejaba a los discípulos: "Hijos míos,
amaos los unos a los otros. Éste es el gran precepto que Cristo nos ha
enseñado". Las últimas palabras que Jesucristo le dirige en la tierra son casi
una duda, una alusión simbólica y ciertamente el signo de un destino singular:
"¿Y si yo quiero que éste se quede hasta mi regreso?..." (Juan, XXI, 21-22).
Por ello, en su vejez, se difundió el rumor de que no moriría hasta el regreso
de Cristo. Falleció al parecer en Éfeso, a muy avanzada edad.

San Juan Evangelista (c. 1600), de El Greco

Escrito en lengua griega (e indudablemente en Éfeso, según el autorizado


testimonio de San Ireneo), el Evangelio de San Juan suscitó largas
controversias acerca de la fecha exacta de su composición. Teniendo en
cuenta, sin embargo, el hecho de que el apóstol lo escribió en edad avanzada
(como lo atestiguan Epifanio y Eusebio), al regresar de su destierro bajo el
emperador Nerva (96-98), y que, según refiere San Jerónimo, su autor murió
68 años después de la Pasión de Jesús, puede establecerse casi con certeza la
fecha de la redacción alrededor de los años 96-98 d. de C.

Los dos papiros Ryland's y Egerton, descubiertos respectivamente en 1920 y


1934 en Egipto, nos hacen saber que este Evangelio era reconocido e incluso
iba unido a los evangelios sinópticos desde la primera mitad del siglo II. El
libro comienza con un prólogo en donde se contiene, más aún que en las
páginas de San Pablo, gran parte de la teología cristiana. En él (I, 1-18) se
presenta a la persona del verbo de Dios, Luz y Vida, que se manifiesta por
medio de la creación y de la encarnación y que da, a los que le reciben
creyendo en él, la filiación divina. Ya en estas afirmaciones iniciales aparecen
las tres verdades predicadas en todo el libro: Jesús está unido sustancialmente
con Dios Padre; es luz (verdad) y vida (gracia) de los hombres; es, finalmente,
verdadero Dios.

En la primera parte (I, 19-XII, 50) Jesucristo es revelado al mundo;


resplandece en las tinieblas que no quieren recibirle. Esta manifestación de
Jesús viene preparada mediante el testimonio de Juan Bautista, la vocación de
los discípulos y un primer milagro en el que resplandece la gloria de Cristo.
Sigue la primera manifestación pública en Judea, tras la cual es recibido
primero por los samaritanos y después por los galileos como Salvador del
mundo. Una nueva manifestación en Jerusalén, con el milagro de la piscina
probática, suscita el odio de los judíos. En Galilea, Cristo se revela como pan
de vida y lo confirma con el milagro de la multiplicación de los panes; el pueblo
no cree, ni tampoco sus discípulos; sólo Pedro expresa su fe en las palabras
del Salvador.

En los capítulos VII, VIII, IX y X Jesús precisa mucho más su doctrina, con el
consiguiente acrecentamiento de la animosidad por parte de los fariseos. Es
luz del mundo, y lo demuestra con la curación del ciego de nacimiento. El
milagro de la resurrección de Lázaro revela todo su poder y confirma su misión.
Jesús va a Efraim, después a Betania en casa de Lázaro, entra triunfalmente
en Jerusalén y, por última vez, habla de su grandeza y de su futura exaltación.
Llegado a este punto, el evangelista parece hacer una recopilación de lo
antedicho hablando de las causas de la incredulidad y aduciendo una
categórica afirmación de Cristo.

En la segunda parte (XIII-XXI, 25), resplandece la caridad de Cristo para con


sus discípulos. Les da en la última cena los supremos ejemplos de caridad y
humildad, y en un postrer discurso los consuela y los confirma en su fe. En su
última oración al Padre, Jesús pide su glorificación, la protección y la
santificación para sus Apóstoles y la caridad y la unión para todos los que han
de creer en él. Desde el capítulo XVIII al XXI, 24 se pone de manifiesto la
caridad de Cristo, y su condición mesiánica en la Pasión y en la Resurrección.
Los dos últimos versículos nos dan indicaciones acerca del autor del Evangelio
y nos informan de que en él no se contiene todo cuanto hizo Jesús.

El carácter más sobresaliente de este Evangelio, si se confronta con los


Sinópticos, es su riqueza en discursos y su pobreza en relatos. Esa tendencia
sobre todo doctrinal no excluye una exposición histórica. Pero su cronología se
limita a las grandes líneas, a la distribución de la vida de Cristo dentro de las
Pascuas. El evangelista se propuso un triple objetivo. El primero, dogmático,
probar que Jesús es el Mesías anunciado por los Profetas, el verdadero Hijo de
Dios (II, 17; III, 14; III, 18; XIX, 24, 28, 36; XX, 31). Jesús es descrito
continuamente como el verdadero Prometido por los Profetas, y su divinidad
queda claramente atestiguada en todo el libro.

El segundo objetivo que San Juan se propone es apologético: refutar el error


de Cerinto, que negaba la divinidad de Cristo; refuta también a los ebionitas,
reos de la misma herejía. No pudo pensar en las herejías gnósticas y de
Marción, las cuales surgieron posteriormente, pero puede decirse que las
destruyó de antemano. Su tercer objetivo es histórico: es evidente en San
Juan la intención de completar la narración de los Sinópticos. San Clemente
de Alejandría observa que la misión terrena de Jesús había sido confirmada en
los otros tres Evangelios, y que a San Juan le incumbía narrar los hechos que
atestiguaban el ministerio divino de Jesucristo. Y el propio evangelista lo
confirmó (XX, 31).

Por ello descarta muchos hechos que supone conocidos por medio de los otros
Evangelios; no refiere todos los preceptos morales del Sermón de la Montaña,
no reseña más que cinco milagros de Jesús, no menciona el viaje de Jesús a
Galilea; sólo recuerda los milagros y los admirables discursos de Jesús en
Judea y en Jerusalén, que los otros habían callado. Si consigna dos únicos
hechos anteriores a la Pasión, referidos ya por los Sinópticos (la multiplicación
de los panes y el paso de Jesús sobre las olas) es para mejor explicar las
palabras del Salvador en Judea y en Jerusalén. Añade, además, el episodio del
lavatorio de los pies a la cena, fija la época del encarcelamiento de Juan
Bautista, precisa el lugar de las tres negaciones de Pedro, determina las cuatro
Pascuas y proporciona el medio de coordinar todos los acontecimientos
narrados por los otros tres evangelistas y de establecer una concordancia
exacta.

El Evangelio de San Juan procede por afirmaciones teológicas presentadas con


autoridad y solemnidad y con elevada forma literaria; el episodio de Jesús y la
Samaritana y la narración de la resurrección de Lázaro pueden ser comparados
con las mejores páginas de San Lucas. Algún relato, como el de la curación del
ciego de nacimiento, tiene en cambio un color más semítico, más próximo al
estilo de San Marcos. San Juan es dogmático y teólogo por excelencia: es el
poeta y filósofo del espiritualismo católico. Orígenes decía: "Si los Sinópticos son
la primicia y la parte mejor de la Sagrada Escritura, el Evangelio de San Juan
es la primicia de los Sinópticos y de todo el Nuevo Testamento". San Juan
posee en sí algo más dulce y afectuoso que los otros evangelistas: se complace
en narrar cándidamente el amor que Jesús sentía por él, y, al formular la
teología del cristianismo, acentúa los valores llenos de amor y de misericordia
que ya no se separarían de la religión.
V

ABIMAEL GUZMÁN

Político peruano (1934/12/03 - Unknown)

 Organización: Sendero Luminoso, Partido Comunista del Perú


 Padres: Abimael Guzmán y Berenice Reynoso (madre soltera, que falleció en 1939)
 Cónyuges: Augusta La Torre (m. 1964–1988), Elena Iparraguirre (m. 2010)
 Nombre: Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso
 Seudónimo: Presidente Gonzalo
 Nacimiento : 3 de diciembre de 1934, en Mollendo, Arequipa, Perú

Desde entonces vivió con su padre, Abimael Guzmán, que tenía otros seis
hijos con tres mujeres distintas. Entre 1939 y 1946 vivió con sus tíos
maternos, antes de viajar a la Provincia Constitucional del Callao.

En Arequipa estudia en el Colegio La Salle de los Hermanos de las


Escuelas Cristianas. Con 19 años ingresa a la Universidad de San Agustín
y comienza a interesarse por las doctrinas de Karl Marx y Immanuel Kant.
En ambas instituciones llegó a ser profesor antes de 1962. Terminó sus
estudios con el título de Bachiller de Humanidades y Derecho.

Desde 1962 se desempeñó como catedrático en la Universidad Nacional


San Cristóbal de Huamanga, de Ayacucho. En 1963 fue designado
delegado de la Facultad de Ciencias Sociales ante el Consejo Universitario,
iniciando el trabajo de infiltración comunista en dicho centro superior,
dándose tiempo para realizar en forma paralela el trabajo de catequizar al
campesinado de la zona.

En el año 1964 contrae matrimonio con Augusta la Torre, hija de un dirigente


comunista ayacuchano.

En 1961, como delegado del Partido Obrero Revolucionario (POR), fue


elegido miembro de la directiva provincial del Frente de Liberación
Nacional de Arequipa, integrada en su mayoría por partidos políticos de
izquierda. En 1969 conformó un grupo de profesores que se opusieron a
la Reforma Educativa.

En junio de 1969 fue detenido por ser el presunto autor de los delitos de
ultraje a la nación y a los símbolos representativos, ataque a las Fuerzas
Armadas contra el Orden Constitucional y la seguridad del Estado,
fabricación, uso de armas y explosivos y daños a la propiedad pública y
privada.

En la década de los setenta funda el Partido Comunista del


Perú "Sendero Luminoso".

Fue cesado como docente de la UNSCH en 1975 y en octubre de ese año


pasó a la clandestinidad para no abandonarla hasta su detención en 1992.

En 1979, en un operativo del estado de emergencia, fue detenido y


compartió celda en el penal de Lurigancho con Alfonso Barrantes (Líder
de Izquierda Unida). Fue puesto en libertad por la intercesión de cuatro
generales y volvió de inmediato a la clandestinidad. Al comienzo de los años
noventa la acción terrorista se empezó a centrar en Lima. Entre las peores
evidencias se recuerda el atentado en la calle Tarata en Miraflores.

En 1992 fue localizado y detenido. Aunque trató de llegar a un acuerdo


con Fujimori, entonces presidente de Perú, fue recluido en una prisión de
máxima seguridad en la Base Naval del Callao.

Sendero Luminoso
El movimiento terrorista Sendero Luminoso fue responsable directo de
25.000 muertes y de 22.000 millones de dólares en pérdidas materiales.
Sendero Luminoso dinamitaba bienes públicos y privados, asesinaba
impunemente a los que luchaban contra la violencia, amenazaba, acosaba
e intimidaba a quienes no siguieran sus órdenes ni pagaran sus cupos. No
distinguían entre gente del pueblo y gente de poder, asesinaron a más de
100 dirigentes populares, uno de los sangrientos ejemplos fue la muerte de
Maria Elena Moyano, quien falleció en el distrito de Villa el Salvador, a causa
de una bomba que despedazó su cuerpo pero no sus ideales pues hasta el
día de hoy, la "Madre Coraje", es un ejemplo de lucha en el país.
El grupo terrorista fue fundado en 1969, por el "filósofo" Abimael Guzmán,
secretario de organización de Bandera Roja. Rompió con ese movimiento
para liderar un partido que fuera "por el sendero luminoso de José Carlos
Mariátegui", quien introdujo el marxismo en Perú.

PLATÓN
(Atenas, 427 - 347 a. C.) Filósofo griego. Junto con su maestro Sócrates y su
discípulo Aristóteles, Platón es la figura central de los tres grandes pensadores
en que se asienta toda la tradición filosófica europea. Fue el británico Alfred
North Whitehead quien subrayó su importancia afirmando que el pensamiento
occidental no es más que una serie de comentarios a pie de página de los
diálogos de Platón.
Platón

La circunstancia de que Sócrates no dejase obra escrita, junto al hecho de que


Aristóteles construyese un sistema opuesto en muchos aspectos al de su
maestro, explican en parte la rotundidad de una afirmación que puede parecer
exagerada. En cualquier caso, es innegable que la obra de Platón, radicalmente
novedosa en su elaboración lógica y literaria, estableció una serie de
constantes y problemas que marcaron el pensamiento occidental más allá de
su influencia inmediata, que se dejaría sentir tanto entre los paganos (el
neoplatonismo de Plotino) como en la teología cristiana, fundamentada en gran
medida por San Agustín sobre la filosofía platónica.

Nacido en el seno de una familia aristocrática, Platón abandonó su inicial


vocación política y sus aficiones literarias por la filosofía, atraído por Sócrates.
Fue su discípulo durante veinte años y se enfrentó abiertamente a los sofistas
(Protágoras, Gorgias). Tras la condena a muerte de Sócrates (399 a. C.), huyó de
Atenas y se apartó completamente de la vida pública; no obstante, los temas
políticos ocuparon siempre un lugar central en su pensamiento, y llegó a
concebir un modelo ideal de Estado.
Viajó por Oriente y el sur de Italia, donde entró en contacto con los discípulos
de Pitágoras; tras una negativa experiencia en Siracusa como asesor en la corte
del rey Dionisio I el Viejo, pasó algún tiempo prisionero de unos piratas, hasta
que fue rescatado y pudo regresar a Atenas. Allí fundó en el año 387 una
escuela de filosofía, situada en las afueras de la ciudad, junto al jardín dedicado
al héroe Academo, de donde procede el nombre de Academia. La Academia de
Platón, una especie de secta de sabios organizada con sus reglamentos,
contaba con una residencia de estudiantes, biblioteca, aulas y seminarios
especializados, y fue el precedente y modelo de las modernas instituciones
universitarias.
En ella se estudiaba y se investigaba sobre todo tipo de asuntos, dado que la
filosofía englobaba la totalidad del saber, hasta que paulatinamente fueron
apareciendo (en la propia Academia) las disciplinas especializadas que darían
lugar a ramas diferenciadas del saber, como la lógica, la ética o la física.
Pervivió más de novecientos años (hasta que Justiniano la mandó cerrar en el
529 d. C.), y en ella se educaron personajes de importancia tan fundamental
como su discípulo Aristóteles.

Obras de Platón

A diferencia de Sócrates, que no dejó obra escrita, los trabajos de Platón se


han conservado casi completos. La mayor parte están escritos en forma
dialogada; de hecho, Platón fue el primer autor que utilizó el diálogo para
exponer un pensamiento filosófico, y tal forma constituía ya por sí misma un
elemento cultural nuevo: la contraposición de distintos puntos de vista y la
caracterización psicológica de los interlocutores fueron indicadores de una
nueva cultura en la que ya no tenía cabida la expresión poética u oracular, sino
el debate para establecer un conocimiento cuya legitimación residía en el libre
intercambio de puntos de vista y no en la simple enunciación.
Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas (1511), de Rafael

Los veintiséis diálogos platónicos probadamente auténticos (de los cuarenta y


dos transmitidos por la Antigüedad) pueden clasificarse en tres grupos. Los
diálogos del llamado período socrático (396-388), entre los que se incluyen
la Apología, Critón, Eutifrón, Laques, Cármides, Ión, el Hipias menor y tal vez Lisis (que
quizá sea posterior), revelan claramente la influencia de los métodos de
Sócrates y se distinguen por el predominio del elemento mímico-dramático:
comienzan abruptamente, sin preámbulos preparatorios. Todas estas obras
son anteriores al primer viaje de Platón a Sicilia, y en ella dominan los diálogos
investigadores a la manera socrática.
Dentro de los diálogos del siguiente período, llamado constructivo o
sistemático, pertenecen a una fase de transición Protágoras, Menón (que anunció
la doctrina de las Ideas), Gorgias, Menéxenes, Crátilo y Eutidemo. Los grandes
diálogos de esta etapa son el Fedón, cuyo tema es la inmortalidad del alma; El
banquete, en el que seis oradores debaten sobre el amor; La República, el texto
platónico más sistemático, fruto de largos años de trabajo, que presenta tres
líneas principales de argumentación (ético-política, estético-mística y
metafísica) combinadas en un todo; y el Fedro, que mediante la forma de
diálogo dramático debate aspectos relativos a la belleza y el amor, y contiene
momentos de honda poesía. Estos diálogos, en los que se muestra en su
apogeo la fuerza expresiva de Platón, no son ensayos filosóficos propiamente
dichos, sino obras literarias que tratan temas filosóficos, y por ello no se limitan
a un solo tema o asunto.
Los diálogos del período tardío o revisionista, por último, fueron escritos a
partir del momento de la fundación de la Academia. Si bien carecen de los
méritos dramáticos y literarios que caracterizaron a los diálogos precedentes,
presentan en cambio una mayor sutileza y madurez de juicio, ya que en ellos
se expresa más el pensador decidido a presentar la definitiva exposición de su
pensamiento filosófico que el artista. En el Parménides, Platón revisa la doctrina
de las Ideas; en el Teeteto combate el escepticismo de Protágoras acerca del
conocimiento, al tiempo que exalta la vida contemplativa del filósofo; en
el Timeo expone el mito de la creación del mundo por obra del Demiurgo; en
el Filebo trata las relaciones entre el Bien y el placer, y en Las leyes intenta
adaptar más a la realidad su doctrina del Estado ideal, tomando como
referencia las constituciones y legislaciones de varias ciudades griegas.
Una característica del estilo platónico que revela una admirable conjunción
entre pensamiento y expresión es su empleo del mito para hacer más evidente
el pensamiento filosófico. Sin duda el más célebre de ellos es el mito de la
caverna utilizado en La República; pero también son conocidos el del juicio de
ultratumba, que aparece en Gorgias, y el de Epimeteo, en Protágoras.

La filosofía de Platón

El conjunto de la obra de Platón, cuya producción abarcó más de cincuenta


años, ha permitido formular un juicio bastante seguro sobre la evolución de su
pensamiento. De las obras de juventud consagradas a las investigaciones
morales (siguiendo el método socrático) o a la defensa de la memoria de
Sócrates, pasó Platón a desarrollar sus ideas filosóficas y políticas en los
diálogos constructivos o sistemáticos, y luego a revisar y completar sus propias
teorías en las difíciles obras de su etapa final.

El contenido de estos escritos es una especulación metafísica, pero con


evidente orientación práctica. Dos son los temas permanentes que prevalecen
sobre los demás. Por un lado, el conocimiento, esto es, el estudio de la
naturaleza del conocimiento y de las condiciones que lo posibilitan. Y por otro,
la moral, de fundamental importancia en la vida práctica y en la realización de
la aspiración humana a la felicidad en una doble vertiente individual y
colectiva, ética y política. Todo ello se resuelve en un verdadero sistema
filosófico de gran alcance ético basado en la teoría de las Ideas.

La teoría de las Ideas

La doctrina de las Ideas se fundamenta en la asunción de que más allá del


mundo de los objetos físicos existe lo que Platón llama el mundo
inteligible (cósmos noetós). Tal mundo es un reino espiritual constituido por una
pluralidad de ideas, como la idea de Belleza o la de Justicia. Las ideas son
perfectas, eternas e inmutables; son también inmateriales, simples e
indivisibles.

El mundo de las Ideas posee un orden jerárquico; la idea que se encuentra en


el nivel más alto es la del Bien, que ilumina a todas las demás, comunicándoles
su perfección y realidad. Le siguen en esta jerarquía (aunque Platón vacila a
veces en su descripción) las ideas de Justicia, de Belleza, de Ser y de Uno. A
continuación, las que expresan elementos polares, como Idéntico-Diverso o
Movimiento-Reposo; luego las ideas de los Números o matemáticas, y
finalmente las de los seres que integran el mundo material.

El mundo de las Ideas, aprehensible sólo por la mente, es eterno e inmutable.


Cada idea del mundo inteligible es el modelo de una categoría particular de cosas
del mundo sensible (cósmos aiszetós), es decir, del universo o mundo material en
que vivimos, constituido por una pluralidad de seres cuyas propiedades son
opuestas a las de las Ideas: son cambiantes, imperfectas, perecederas. En el
mundo inteligible residen las ideas de Piedra, Árbol, Color, Belleza o Justicia;
y las cosas del mundo sensible son sólo imitación (mímesis)
o participación (mézexis) de tales ideas, es decir, copias imperfectas de estas
ideas perfectas.

El mito de la caverna

En su obra La República, Platón ilustró esta concepción con el célebre mito de la


caverna. Imaginemos, dice Platón, una serie de hombres que desde su
nacimiento se hallan encadenados en una cueva, y que desde pequeños nunca
han visto nada más que las sombras, proyectadas por un fuego en una pared,
de las estatuas y de los distintos objetos que llevan unos porteadores que
pasan a sus espaldas. Para esos hombres encadenados, las sombras (los seres
del mundo sensible) son la única realidad; pero, si los liberásemos, se darían
cuenta de que lo que creían real eran meras sombras de las cosas verdaderas
(las Ideas del mundo inteligible).
Sólo el mundo inteligible es el verdadero ser, la verdadera realidad; el mundo
sensible es mera apariencia de ser. Dado que el mundo físico, que se percibe
mediante los sentidos, está sometido a continuo cambio y degeneración, el
conocimiento derivado de él es restringido e inconstante; es un mundo de
apariencias que solamente puede engendrar opinión (doxa) mejor o peor
fundamentada, pero siempre carente de valor. El verdadero conocimiento
(epistéme) es el conocimiento de las Ideas. En este punto es patente la influencia
de su admirado Parménides.
En el Timeo, Platón explicó el origen del mundo sensible a través de la figura
de un poderoso hacedor, el Demiurgo, una divinidad superior que, feliz en la
perenne contemplación de las Ideas, quiso, por su misma bondad, difundir en
lo posible el bien en la materia. El Demiurgo, disponiendo del espacio vacío y
partiendo de la materia caótica y eterna, modeló poliedros regulares de los
cuatros elementos (la tierra, el fuego, el aire y el agua, conforme a la
formulación de Empédocles), y, combinándolos, formó los distintos seres del
mundo sensible tomando las Ideas como modelos; tales seres, obviamente,
no podían ser perfectos por las mismas limitaciones de la naturaleza de la
materia. Hay que subrayar que el Demiurgo, partiendo de la materia, formó
cosas materiales; el alma humana, que es inmaterial, no es obra suya.

El alma

Existe pues un mundo inteligible, el de las Ideas, que posibilita el


conocimiento, y un mundo sensible, el nuestro. Esa misma dualidad se da en
el ser humano. El hombre es un compuesto de dos realidades distintas unidas
accidentalmente: el cuerpo mortal (relacionado con el mundo sensible) y el
alma inmortal (perteneciente al mundo de las Ideas, que contempló antes de
unirse al cuerpo). El cuerpo, formado con materia, es imperfecto y mutable;
es, en definitiva, igual de despreciable que todo lo material. De hecho, la
abismal diferencia entre el nulo valor del cuerpo y el altísimo del alma lleva a
Platón a afirmar (en el Alcibíades) que "el hombre es su alma".
Frente a la tosca materialidad del cuerpo, el alma es espiritual, simple e
indivisible. Por ello mismo es eterna e inmortal, ya que la destrucción o la
muerte de algo consiste en la separación de sus componentes. Las diversas
funciones del alma confluyen en sus tres aspectos: el alma racional (lógos) se
sitúa en el cerebro y dota al hombre de sus facultades intelectuales; del
alma pasional o irascible(zimós), ubicada en el pecho, dependen las pasiones y
sentimientos; y de la concupiscible (epizimía), en el vientre, proceden los bajos
instintos y los deseos puramente animales.
Platón (óleo de José de Ribera, 1637)

Platón explicó el origen del alma mediante el mito del carro alado, que se
encuentra en el Fedro. Las almas residen desde la eternidad en un lugar
celeste, donde son felices contemplando las Ideas; marchan en procesión,
cada una de ellas sobre un carro conducido por un auriga y tirado por dos
caballos alados, uno blanco y otro negro. En un momento dado el caballo negro
se desboca, el carro se sale del camino y el alma cae al mundo sensible. Es
decir, las almas se encarnaron en cuerpos del mundo sensible por una falta de
su aspecto concupiscible (el caballo negro; el blanco representa el pasional o
irascible), que la razón (el auriga) no pudo evitar.

El alma, pues, se halla encarnada en el cuerpo por una falta cometida; de ahí
que el cuerpo sea como la cárcel del alma. La unión de alma y cuerpo es
accidental (el lugar natural del alma es el mundo de las Ideas) e incómoda. El
alma se ve obligada a regir el cuerpo como el jinete al caballo, o como el piloto
a la nave. Sin embargo, su aspiración es liberarse del cuerpo, y para ello
deberá aplicar sus esfuerzos a purificarse. Las almas que logren tal purificación
regresarán al mundo de las Ideas tras la muerte del cuerpo; las que no, irán
a la región infernal del Hades, donde, tras un período de tormentos (específicos
para cada alma según las faltas cometidas), se les permitirá elegir un nuevo
cuerpo en el que reencarnarse.

Ética y política
El hombre sólo puede conseguir la felicidad mediante un ejercicio continuado
de la virtud para perfeccionar y purificar el alma. "Purificarse -escribió en
el Fedón- es separar al máximo el alma del cuerpo." Dominando las pasiones
que la atan al cuerpo y al mundo sensible, el alma va desligándose de lo
terrenal y acercándose al conocimiento racional, hasta que, inflamada en el
amor a las Ideas, logra su completa purificación. Este amor a las Ideas es el
sentido original del amor platónico, muy distinto del que le daría la tradición
literaria posterior y del que tiene la expresión en nuestros días.
Practicar la virtud significa, ante todo, practicar la virtud de
la justicia (dikaiosíne), compendio armónico de las tres virtudes particulares
que corresponden a los tres componentes del alma: la sabiduría (sofía) es la
virtud propia de la razón; la fortaleza (andreía) de la voluntad ha de modular el
alma pasional o irascible hacia los afectos nobles; y la templanza (sofrosíne) ha
de imponerse sobre los apetitos del alma concupiscible. El hombre sabio será,
para Platón, aquel que consiga vincularse a las ideas a través del conocimiento,
acto intelectual (y no de los sentidos) por el cual el alma recuerda el mundo
de las Ideas del cual procede.

Sin embargo, la completa realización de este ideal humano sólo puede darse
en la vida social de la comunidad política, donde el Estado da armonía y
consistencia a las virtudes individuales. El Estado ideal de Platón sería una
República formada por tres clases de ciudadanos (el pueblo, los guerreros y
los filósofos), cada una con su misión específica y sus virtudes características,
en correspondencia con los aspectos del alma humana: los filósofos serían los
llamados a gobernar la comunidad, por poseer la virtud de la sabiduría; los
guerreros velarían por el orden y la defensa, apoyándose en la virtud de la
fortaleza; y el pueblo trabajaría en actividades productivas, cultivando la
templanza. De este forma la virtud suprema, la justicia, podría llegar a
caracterizar al conjunto de la sociedad.

Las dos clases superiores vivirían en un régimen comunitario donde todo


(bienes, hijos y mujeres) pertenecería al Estado, dejando para el pueblo llano
instituciones como la familia y la propiedad privada; al carecer de ellas las
clases dirigentes, se evitaría su corrupción, ya que no podrían ni necesitarían
obtener riquezas, ni tendrían familiares a los que favorecer; tal esquema (y
otros aspectos de sus concepciones) fue revisado en Las leyes, obra de vejez en
la que desaparecen estas restricciones. El Estado se encargaría de la educación
y de la selección de los individuos (en función de su capacidad y sus virtudes)
para destinarlos a cada clase. La justicia se lograría colectivamente cuando
cada individuo se integrase plenamente en su papel, subordinando sus
intereses a los del Estado.
Teorizó también sobre las distintas formas de gobierno, que según Platón se
suceden en un orden cíclico en el que cada sistema es peor que el anterior.
La monarquía o la aristocracia (gobierno de un solo hombre excepcionalmente
dotado o de una minoría sabia y virtuosa, que aspira solamente al bien común)
es para el filósofo la mejor forma de gobierno. De la monarquía se pasa a
la timocraciacuando el estamento militar, en lugar de proteger a la sociedad,
usa la fuerza para obtener el poder. En la oligarquía, una minoría de ricos
gobierna a un pueblo empobrecido. El descontento lleva a la democracia o
gobierno del pueblo, de la que tiene Platón un pésimo concepto: se elige como
gobernantes a los más ineptos y reina la anarquía. Finalmente, la tiranía,
encabezada por un demagogo que suprime toda libertad, restaura el orden;
es la peor de las formas de gobierno.

Platón intentó plasmar en la práctica sus ideas filosóficas, aceptando


acompañar a su discípulo Dión como preceptor y asesor del joven rey Dionisio
II de Siracusa, hijo de aquel Dionisio I el Viejo al que ya había aconsejado en
vano antes de fundar la Academia; con el hijo, el choque entre el pensamiento
idealista del filósofo y la cruda realidad de la política hizo fracasar de nuevo el
experimento por dos veces (367 y 361 a. C.).

Su influencia

Sin embargo, las ideas de Platón siguieron influyendo (por sí mismas o a través
de su discípulo Aristóteles) sobre toda la historia posterior del mundo
occidental: su concepción dualista del mundo y del ser humano (materia-
espíritu, cuerpo-alma), la superioridad del conocimiento racional sobre el
sensible o la división de la sociedad en tres órdenes funcionales serían ideas
recurrentes del pensamiento europeo durante siglos.

Al final de la Antigüedad, el platonismo se enriqueció con la obra de Plotino y la


escuela neoplatónica (siglo III d. C.). El cristianismo, empezando por Agustín de
Hipona (siglo IV), encontró en Platón muchos puntos afines (el desprecio del
mundo terrenal, la primacía del alma) en que sustentar sus concepciones
religiosas, y la teología cristiana fue básicamente agustiniana hasta que una
profunda reelaboración de Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) incorporó el
pensamiento aristotélico. En los siglos XV y XVI, la admiración hacia la filosofía
antigua que caracterizó al Renacimiento europeo llevó a un último resurgir del
platonismo.

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RENÉ DESCARTES
(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático
francés. Después del esplendor de la antigua filosofía griega y del apogeo y
crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires del
Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el
siglo XVII, al nacimiento de la filosofía moderna.

René Descartes

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo;


Descartes, su iniciador, se propuso hacer tabla rasa de la tradición y construir
un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz metodología de las
matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario;
sin embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus
ideas.
Biografía

René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por


entonces uno de los más prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato
de favor en atención a su delicada salud. Los estudios que en tal centro llevó
a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual; conocida
la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse
la base de su cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y
acusadamente en toda la ideología filosófica del sabio.

El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios,


entre los que figura el del mismo Descartes) era muy variado: giraba
esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes liberales, a la
cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida
de los futuros gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho
debía de resultar más bien ligero y orientado en sentido esencialmente práctico
(no se pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las elevadas
misiones políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos
o curiosos podían completarlos por su cuenta mediante lecturas personales.
Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es
perfectamente posible, sin embargo, que su descontento al respecto proceda
no tanto de consideraciones filosóficas como de la natural reacción de un
adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la
sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles
ocupaciones futuras (burocracia o milicia). Tras su etapa en La Flèche,
Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por la facultad
de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde
sirvió como soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en
las filas del Maximiliano I de Baviera.
Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo
invierno de ese año se halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio,
posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado al lado de una estufa y
lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus
pensamientos. En tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le
revelaron las bases sobre las cuales edificaría su sistema filosófico: el método
matemático y el principio del cogito, ergo sum. Víctima de una febril excitación,
durante la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo
transcurso intuyó su método y conoció su profunda vocación de consagrar su
vida a la ciencia.

Supuesto retrato de Descartes

Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos
y regresó a Francia en 1622, para vender sus posesiones y asegurarse así una
vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-1625) y se afincó
luego en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época.

En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones


científicas gozaban de gran consideración y, además, se veían favorecidas por
una relativa libertad de pensamiento. Descartes consideró que era el lugar más
favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había fijado,
y residió allí hasta 1649.

Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema
del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía
de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio texto de metafísica y
física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena
de Galileo le asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el
heliocentrismo de Copérnico, opinión que no creía censurable desde el punto de
vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener teorías
condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente.
En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres
ensayos científicos. Por la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad
de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el libro bastó para dar a su
autor una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó
un diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su
vida.
Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio
todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la
suya era una duda orientada a la búsqueda de principios últimos sobre los
cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia
de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego
existo». Sobre la base de esta primera evidencia pudo desandar en parte el
camino de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la verdad de
las evidencias de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas».
El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y
disciplinas, consiste en descomponer los problemas complejos en partes
progresivamente más sencillas hasta hallar sus elementos básicos, las ideas
simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir
de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva
relación establecida entre ideas simples la misma evidencia de éstas. Los
ensayos científicos que seguían al Discurso ofrecían un compendio de sus
teorías físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una
especificación de su método para las matemáticas.
Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal
propiedad de los cuerpos materiales, fueron expuestos por Descartes en
las Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su demostración de la
existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada
en la cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías
físicas de Descartes, sin embargo, determinó que fuesen superadas más
adelante.
Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas
y las amenazas de persecución religiosa por parte de algunas autoridades
académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos como en Francia. Nacidas
en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas
acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante
la redacción y al publicar otras obras suyas, como Los principios de la
filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).

Descartes con la reina Cristina de Suecia

Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la


reina Cristina de Suecia, que le exhortaba a trasladarse a Estocolmo como
preceptor suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una intensa
correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le
proporcionaba Cristina, Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde
los pensamientos de los hombres parecen, como el agua, metamorfosearse en
hielo". Estaba acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse
cada día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal
royéndole los huesos, para adoctrinar a una reina que no disponía de más
tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos madrugones y el frío
pudieron más que el filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650,
cinco meses después de su llegada.
La filosofía de Descartes
Descartes es considerado como el iniciador de la filosofía racionalista moderna
por su planteamiento y resolución del problema de hallar un fundamento del
conocimiento que garantice su certeza, y como el filósofo que supone el punto
de ruptura definitivo con la escolástica. En el Discurso del método (1637),
Descartes manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en
principios totalmente nuevos procedía del desencanto ante las enseñanzas
filosóficas que había recibido.
Convencido de que la realidad entera respondía a un orden racional, su
propósito era crear un método que hiciera posible alcanzar en todo el ámbito
del conocimiento la misma certidumbre que proporcionan en su campo la
aritmética y la geometría. Su método, expuesto en el Discurso, se compone de
cuatro preceptos o procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que
no se tenga absoluta certeza de que lo es; descomponer cada problema en sus
partes mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por último,
revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay ninguna
omisión.

René Descartes

El sistema utilizado por Descartes para cumplir el primer precepto y alcanzar


la certeza es «la duda metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en
tela de juicio todos sus conocimientos adquiridos o heredados, el testimonio
de los sentidos e incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en
toda duda hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de
otro modo, no podemos dudar de que estamos dudando. Llegamos así a una
primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como verdadera:
dudamos.

Pienso, luego existo


La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es pensar.
Ahora bien, no es posible pensar sin existir. La suspensión de cualquier verdad
concreta, la misma duda, es un acto de pensamiento que implica
inmediatamente la existencia del "yo" pensante. De ahí su célebre
formulación: pienso, luego existo (cogito, ergo sum). Por lo tanto, podemos estar
firmemente seguros de nuestro pensamiento y de nuestra existencia.
Existimos y somos una sustancia pensante, espiritual.

A partir de ello elabora Descartes toda su filosofía. Dado que no puede confiar
en las cosas, cuya existencia aún no ha podido demostrar, Descartes intenta
partir del pensamiento, cuya existencia ya ha sido demostrada. Aunque pueda
referirse al exterior, el pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas
sobre las cosas. La cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro
pensamiento alguna idea o representación que podamos percibir con la misma
«claridad» y «distinción» (los dos criterios cartesianos de certeza) con la que
nos percibimos como sujetos pensantes.

Clases de ideas

Descartes pasa entonces a revisar todos los conocimientos que previamente


había descartado al comienzo de su búsqueda. Y al reconsiderarlos observa
que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres clases: ideas
«innatas», como las de belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden
de las cosas exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que
son meras creaciones de nuestra fantasía, como por ejemplo los monstruos de
la mitología.

René Descartes

Las ideas «ficticias», mera suma o combinación de otras ideas, no pueden


obviamente servir de asidero. Y respecto a las ideas «adventicias», originadas
por nuestra experiencia de las cosas exteriores, es preciso obrar con cautela,
ya que no estamos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir,
dice Descartes, que los conocimientos «adventicios», que consideramos
correspondientes a impresiones de cosas que realmente existen fuera de
nosotros, hubieran sido provocados por un «genio maligno» que quisiera
engañarnos. O que lo que nos parece la realidad no sea más que una ilusión,
un sueño del que no hemos despertado.

Del Yo a Dios

Pero al examinar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible,


encontramos en nosotros una idea muy singular, porque está completamente
alejada de lo que somos: la idea de Dios, de un ser supremo infinito, eterno,
inmutable, perfecto. Los seres humanos, finitos e imperfectos, pueden formar
ideas como la de "triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y
perfecto no puede nacer de un individuo finito e imperfecto: necesariamente
ha sido colocada en la mente de los hombres por la misma Providencia. Por
consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede
engañarse ni engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio maligno» que
nos engañe, haciéndonos creer que es real un mundo que no existe. El mundo,
por lo tanto, también existe. La existencia de Dios garantiza así la posibilidad
de un conocimiento verdadero.

Esta demostración de la existencia de Dios constituye una variante del


argumento ontológico empleado ya en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury,
y fue duramente atacada por los adversarios de Descartes, que lo acusaron de
caer en un círculo vicioso: para demostrar la existencia de Dios y así garantizar
el conocimiento del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y
distinción, pero la fiabilidad de tales criterios se justifica a su vez por la
existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez del
argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar en este
punto su propia metodología.
Res cogitans y res extensa
Admitida la existencia del mundo exterior, Descartes pasa a examinar cuál es
la esencia de los seres. Introduce aquí su concepto de sustancia, que define
como aquello que «existe de tal modo que sólo necesita de sí mismo para
existir». Las sustancias se manifiestan a través de sus modos y atributos.
Los atributos son propiedades o cualidades esenciales que revelan la
determinación de la sustancia, es decir, son aquellas propiedades sin las cuales
una sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en cambio, no son
propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales.

René Descartes
El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de
extensión; si carece de ella no es un cuerpo), y todas las demás
determinaciones (color, forma, posición, movimiento) son solamente modos.
Y el atributo del espíritu es el pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre».
Existe, por lo tanto, una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión
y cuyo atributo es el pensamiento, y una sustancia que compone los cuerpos
físicos (res extensa), cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la
tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres
dimensiones. Ambas son irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es lo
que se denomina el «dualismo» cartesiano.

En la medida en que la sustancia de la materia y de los cuerpos es la extensión,


y en que ésta es observable y mesurable, ha de ser posible explicar sus
movimientos y cambios mediante leyes matemáticas. Ello conduce a la visión
mecanicista de la naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo
funcionamiento podremos llegar a conocer mediante el estudio y
descubrimiento de las leyes matemáticas que lo rigen.

La comunicación de las sustancias


La separación radical entre materia y espíritu es aplicada rigurosamente, en
principio, a todos los seres. Así, los animales no son más que máquinas muy
complejas. Sin embargo, Descartes hace una excepción cuando se trata del
hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo
material y extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans),
debería haber entre ellos una absoluta incomunicación.
No obstante, en el sistema cartesiano esto no ocurre, sino que el alma y el
cuerpo se comunican entre sí, no al modo clásico, sino de una manera singular.
El alma está asentada en la glándula pineal, situada en el encéfalo, y desde
allí rige al cuerpo como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus
animales, sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas
partículas de sangre, que transmiten al cuerpo las órdenes del alma. La
solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de la
comunicación de las sustancias sería largamente discutido por los filósofos
posteriores.
Su influencia

Tanto por no haber definido satisfactoriamente la noción de sustancia como


por el franco dualismo establecido entre las dos sustancias, Descartes planteó
los problemas fundamentales de la filosofía especulativa europea del siglo
XVII. Entendido como sistema estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo
excesivos seguidores y perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la
filosofía cartesiana se convirtió en punto de referencia para gran número de
pensadores, unas veces para intentar resolver las contradicciones que
encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla
frontalmente, como los empiristas.
Así, Nicolás Malebranche intentó, con su doctrina ocasionalista, conciliar el
cartesianismo con la filosofía de San Agustín. El filósofo alemán Gottfried Wilhelm
Leibniz y el holandés Baruch Spinoza establecieron formas de paralelismo
psicofísico para explicar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de
hecho, fue aún más lejos, y afirmó que existía una sola sustancia, que
englobaba en sí el orden de las cosas y el de las ideas, y de la que la res
cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al
panteísmo.
Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas
británicos Thomas Hobbes, John Locke y David Hume negaron que la idea de una
sustancia espiritual fuera demostrable; afirmaron que no existían ideas innatas
y que la filosofía debía reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia.
La concepción cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó
decisivamente en la génesis de la física clásica, cuyo hito fundacional sería la
publicación de los Principios matemáticos de la filosofía natural (1687), obra en
que Newton estableció los tres principios fundamentales de la dinámica,
también llamados leyes de Newton.

No resulta exagerado afirmar, en suma, que si bien Descartes no llegó a


resolver muchos de los problemas que planteó, tales problemas se convirtieron
en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este sentido, la filosofía
moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología)
puede considerarse como un desarrollo o una reacción al cartesianismo.

EDITH LAGOS
La joven Edith Lagos, presentada por la policía a la prensa, tras uno de sus arrestos.

En una reciente entrevista para LaMula.pe, Willems cuenta que como tantos
otros jóvenes europeos de los años 60, él y su compañera Lieve Delanoy,
llegaron a nuestro país convencidos "que el hombre nuevo del que hablaba el
Che Guevara lo iban a encontrar en Latinoamérica". Las más de tres décadas
de vida en las serranías de Lima, Ayacucho y Apurímac que siguieron a esa
decisión, son materia de las anécdotas y estampas que componen su libro.
Uno de estos relatos llama especialmente la atención, pues se trata de una
nueva versión de de la muerte de un personaje icónico: Edith Lagos, la joven
ayacuchana protagonista de los años aurorales de la guerra que Sendero
Luminoso declaró al estado peruano. Su multitudinario entierro en Huamanga
la convirtió en mito, y como todo mito, en algo difícil de rememorar sin entrar
al fango de la polémica.
Poco es lo que se sabe con exactitud de las circunstancias de su muerte,
ocurrida poco después de su espectacular fuga de la cárcel de Huamanga. "Fue
abatida en un confuso tiroteo con un grupo de policías en Umaca. Según
versiones de la prensa, un hombre que la acompañaba huyó cuando a su vez
los policías se retiraron a buscar apoyo a Andahuaylas", señala el historiador
Ricardo Caro en su estudio sobre la construcción de la imagen de Lagos.
Bajo el título "Hierba silvestre", Willems propone su mirada personal, y su
participación en los hechos que conducirían a ese "confuso tiroteo" en el que
muere Edith, a los 19 años apenas. "Las personas aquí mencionadas son reales
y ficticias, porque han existido y existen en mi vida con otros nombres -nos
recuerda el autor- A todas les debo gratitud por las lecciones aprendidas, y
porque también, como yo, fueron y son víctimas de sus propios engaños".
Mark Willems en la nota introductoria a su libro "La patria del alma" (Ríos
Profundos Editores, 2014). "De más está decir que todo lo narrado en estas
páginas es verídico, incluso la ficción",

HIERBA SILVESTRE

Escribe: Mark Willems


(...) Mark conducía, un auto bonito, Nissan Patrol, en aquellos años
el todoterrenomás moderno de la provincia. Lógico, ¿cuándo las ONG
tienen algo en común y corriente, 4x4? No lo había comprado y no le
servía mucho. Un carro en la sierra debe ser como una mula, donde uno
pueda transportar cosas, llevar gente en la tolva, y no una camioneta
cerrada. Parecía más un carro de un pichikatero que de una ONG.
- Cuidado ingeniero. ¡Frena! - gritó Feliciano, pálido, con la carar
aterrorizada.
- Tranquilo compadre, ya les he visto- dijo Mark.
Freno en seco, aparentemente calmado. La procesión iba por dentro.
Miraba a los quince encapuchados armados que estaban en la trocha,
justo antes de una curva cerrada y un badén natural, donde corría un
riachuelo.
- ¡Bajen del auto, c... de su madre!- gritó una chata que parecía dirigir
el grupo. Todos tenían medio rostro cubierto con una capucha de tela
roja, con la hoz y el martillo amarillos en la frente.
- ¡Gringo! ¿Qué haces por acá? Seguro agente de la CIA eres- proseguía
la chata. Los demás, calladitos les apuntaban con sus armas. Armas
cortas, unos máuser viejos. Y tres de ellos portaban metrallas cortas,
Star, como las que manejaban los policías en la provincia.
Por lo grotesco del calificativo, "agente de la CIA", Mark perdió su temor.
Se daba cuenta de que ya no era dueño de su vida, y que dependía de
la voluntad de la chata, pero a la vez le calmaba pensar que él no era
quien ella creía. Y esto le ayudó. Tener miedo nunca te sirve, un poquito
sí, para no hacer tonterías, pero Mark ni siquiera tenía eso.

- ¡Dame las llaves gringo de m...! Y vamos adentro de la casa.


Un compañero alto, que andaba al costado de la chata, recibió las llaves
riendo y les acompañó adentro. Una casa, campesina como todas. Una
campesina cocinando sobre un fuego en el piso y una mesa rústica de
madera de eucalipto en un rincón. Mark y Feliciano se sentaron allí. La
chata cambió de humor, les invitó a comer. Los compañeros habían
comido ya. La campesina trajo dos platos, un poco de papa sancochhada
y lentejas, con su mote.

- No te preocupes gringo, no te vamos a hacer nada. Hemos venido para


ajustar a un tinterillo, abusivo de la gente, el profesor Domínguez.
Podrás ir mañana a tu casa, con tu mujer y tus hijos, cuando hayamos
cumplido nuestra tarea- dijo, y Mark no pudo reprimir su sorpresa.
- ¿Cómo sé que tienes familia, gringo? El partido tiene mil ojos y mil
oídos. ¿Cómo te llamas, qala? ¿Imata sutiyki?- le interrogaba la chata,
riendo.
- Mark, compañera-, contestó el gringo, la boca llena de lentejas que le
shabía servido la campesina, una mujer de edad. Seguramente, la
madre del profesor.
- Te vas mañana,a ver a tu familia. Los comuneros van a darte de comer
algo esta noche. Y no te preocupes, no es a ti al que buscamos.
EL LIBRO DE WILLEMS

Mark conocía al profesor. Conocía el pueblo donde enseñaba, La Cabaña,


comunidad chiquita a la espalda de Occobamba, mirando hacia la Oreja
de Perro, en Ayacucho. Y sabía que no iba a venir ahora mismo, recién
era jueves y le tocaba todavía un día de clase mañana. Y el prfesor
Domínguez no era de los profesores del campo que llegaban el martes
y se iban el jueves, no por ser buen profesor, sino porque vivía en La
Cabaña como un rey. Como un pequeño gamonal. Tenía todo lo que
necesitaba a su disposición, hasta mujer de turno, alumnas que por
coincidencia le traían huevos o papas en la noche, cerveza boliviana en
latas, galletas. Y aquella única vez que se vieron, se jactaba ante Mark
de ser muy buen conocido de los compañeros, que tomaban trago con
él en las noches o jugaban ajedrez. Él no tenía miedo de ellos.

- Gringo, ven. Explícanos los cambios de tu carro, cómo funciona la


doble- ordenó amistosa la chata a Mark.
Los compañeros iban en dirección contraria, hacia Occobamba, y habían
logrado poner el auto en ese rumbo. La chata y el muchacho alto, que
parecía su enamorado por el trato confianzudo que ella le daba, muy
distinto a la jerarquía mantenida con los otros, querían ir a pasear a
solas en el carro.

***

La beata Santa Rosa de Lima es la patrona de la Guardia Civil, y días


antes tuvo su fiesta. Todas las comisarías en los pueblos tienen una
pequeña estatua de Santa Rosa en el patio, donde devotamente los
policías se persignan cada día. Y el día de su fiesta, después de la misa
en el templo de San pedro, a donde acudieron los efectivos en uniforme
de gala, sus damas y amantes con su mejor ropa. Y luego del almuerzo
de camaradería, los que no estaban borrachos se alistaron para jugar
una pichanga, en la misma comisaría.
Pero les faltaba un jugador, debía haber dos equipos de seis. ¿Qué
hacer? No había problema, buscaron a Juan Chocce de la comunidad de
Occobamba, para que participe. Juan estaba en la cárcel, al costado de
la comisaría, por rompe. Pero jugaba bien al fútbol, así que le dieron
libertad provisional.

Después de jugar unos cuatro partidos se pusieron a tomar. Las cervezas


circulaban de dos en dos, e invitaron también a Juan a celebrar. La
verdad, estaban tan alegres y borrachos, que ni siquiera se acordaron
de Juan. Y Juan aprovechó para escapar, después de agradecer a Santa
Rosa, y no se detuvo hasta llegar a su pueblo.

Dos días después, una patrulla de cinco policías, bien armados con sus
FAL, metralleta belga de largo alcance, se movilizaba a Occobamba para
buscar al futbolista pófugo. A las cuatro de la tarde, regresaban por el
camino angosto hacia Andahuaylas, sin el preso. Vestidos como
campesinos con poncho y sombrero, los policías viajaban en la tolva de
la camioneta, y casi saliendo del pueblo de Umaca, se encontraron con
otro carro. No había pase, alguien debía ceder, dar paso, como es
costumbre. En el otro carro había dos jóvenes, con capucha roja.

Mark y Feliciano seguían en la casa, custodiados por unos tres


muchachos. El resto de compañeros seguramente vigilaba el camino por
donde sus líderes partieron, de paseo con el carro bonito de la ONG.

De pronto, estalló la balacera. Asustados, arrojaron sus capuchas al


piso, dejaron sus libros de estudios en el suelo y gritaron al unísomo:

- ¡Salgamos de aquí! ¡No son de nosotros!


Mark y Feliciano se vieron obligados a salir corriendo de la casa, como
todos, por la parte de atrás. Cerro arriba, vieron pasar a toda velocidad
los dos carros y escucharon las ráfagas de las balas estallando contra la
roca del badén. Y después, silencio. Los compañeros habían escapado,
y Mark y Feliciano, sentados en el cerro, no sabían qué hacer.

***

Tomás apareció en la casa, con una moto que hacía bulla por dos. Tomás
siempre iba a visitar a la familia, pero esta vez se portaba extraño,
distinto, como queriendo y no queriendo decir algo.
- Pero -preguntó Lieve- ¿qué te pasa Tomás? ¿Algo ocurre con tu
señora, con tus hijos?
- No, nada, olvídate.
- No te creo. Nunca te he visto así, te conozco. Las mujeres presentimos
cuando hay algo, y a ti te pasa algo- insistió Lieve.
- Está bien, te diré. El auto de Marcos está donde la policía, con las lunas
rotas, y no quieren decir dónde está tu esposo.
Lieve se puso pálida, pero como era una mujer de armas tomar, mandó
a sus hijos mayores a cuidar la casa. Y con el pretexto de que había algo
que hacer en Andahuaylas, montó en la moto de Tomás.

- ¡Vamos a la comisaría! ¡Quiero saber qué pasa!- reclamó Lieve,


vehemente- ¡Apúrate Tomás!
Lieve era temeraria, pero no le gustaban las aventuras sobre ruedas,
prefería caminar, pero esta vez no lo pensó dos veces, porque quería
llegar lo más rápido posible. Ni cuenta se dió que los ocho kilómetros
para llegar a la comisaría pasaron como un suspiro, tanto pensaba en
su compañero y en qué sería de su vida si algo desagradable le hubiera
pasado. Llegaron, saltó del motor y se acercó hasta la puerta de la
comisaría. Un policía le cerró el paso.

- Tu marido es flaco y alto, ¿no?- dijo. Como únicos gringos en el pueblo,


eran bien conocidos.
- Sí, ¿le pasó algo?
- Está muerto.

***
Mark y Feliciano estaban esperando, sin saber qué hacer, y un poco
aterrorizados. Dudaban si debían regresar a pie, porque los tucos le
habían advertido que no podían salir. ¿Qué hacer? De pronto vieron a
unos comuneros con sus acémilas, tomando un camino hacia la ciudad.
Al instante, decidieron seguirles. Después de caminar cinco horas, Mark
encontró a su compañera, abrazada a sus tres hijos, llorando. Lágrimas
que se convirtieron en alegría por la resurrección del muerto.
Al dia siguiente le tomaron preso, y dos días más tarde escapó con toda
su familia hacia Cusco y Lima, subiendo a las cuatro de la mañana en
un carro contratado. Una amiga, casada con un policía, les avisó que
tenían preparada una celada para hacerle daño.

Y así se concretizó una etapa más en el engaño, con la idea de que eran
terroristas. En un breve lapso Mark pasó de ingeniero a agente de la
CIA, terruco, preso, refugiado.

La marca de ser un terrorista les iba a perseguir años, como un estigma.


Cada cierto tiempo aparecían acusaciones, y hasta juicios y amenazas
vía internet. Mark vivía a salto de mata. ¿O era eso lo que buscaba?

Porque no dejó de buscar situaciones complicadas. Se metió en política,


asumió la defensa de los derechos humanos, siguió trabajando en zonas
de emergencia. Y Lieve también, trabajaron en teatro alternativo.
desafiaban paros armados yendo a trabajar, organizaron y ayudaron en
los procesos de retorno. No era raro entonces que las sospechas
continuaran.

¿Y qué pasó con el profesor? Lo mataron meses después, tras torturarlo


bien feo. ¿Y qué fue de los jóvenes que parecían enamorados, el
encapuchado alto y la chata? Ella salió del auto, pereciendo acribillada
en el acto. Su nombre de guerra era Lidia. El alto, Javier, que parecía
cubano, escapó. Meses después murió en Kishuara, tratando de volar el
puente Pachachaca.
A la camarada Lidia la trasladaron al hospital de Andahuaylas. Se
rumoreó que luego de la autopsia, la ropa interior de la muerta se
convirtió en un trofeo.

No hubo reposo para su cadáver. La enterraron tres veces. Primero, en


una fosa común. Luego en un nicho, pagado por las monjas de
Andahuaylas. Y la tercera vez, convertida en leyenda, Edith Lagos fue
sepultada en Ayacucho, con la presencia de más de diez mil personas y
con una misa en la catedral, adelantada por el obispo de Huamanga.
Multitudinario entierro de Edith Lagos, 1982
[Foto de Carlos Domínguez]

Notas relacionadas en LaMula.pe: La patria del alma: Una conversación con Marc Willems,
un belga que llegó al Perú en busca del "hombre nuevo" y se encontró con su destino.

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