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IDENTIDADES ASESINAS IVÁN BALLESTEROS BURGO.

Sentirse mujer u hombre independientemente de la correspondencia con el sexo biológico,


ser vegetariano como la esencial seña de identidad de una persona o conceder una mayor
legitimidad a una ​persona racializada ​cuando se debate en torno a cuestiones relativas a la
xenofobia son tan sólo algunos de los correlatos de la importancia que el fenómeno
identitario tiene en nuestro presente. Significarse en base a identidades condensadas bajo
etiquetas (​mujer​, ​homosexual ​o ​vegetariano​) ​se ha convertido en uno de los hechos
constitutivos del ​self ​(post)moderno. Parece incluso que dentro de los horizontes no
teleológicos de la ​postmodernidad ​este hecho puede entenderse como un grito de batalla
contra la difuminación de la individualidad entre las masas. ​Identidades asesinas ​supone un
buceo en los entresijos de la ​identidad cultural ​y ​étnica ​de los individuos con miras a
analizar las dialécticas entre el ​esencialismo​, el germen ​histórico ​y las ​vivencias individuales
como factores decisivos en la cristalización del ​ethos ​identitario en general, y el contacto
celebrado en estos términos entre Occidente y Oriente en particular.

Una de las ideas centrales que Amin Maalouf defiende es que son varias las ​pulsiones
identitarias​, y no exclusivamente ​una esencialista​, las que atraviesan a los ​yoes. ​El decurso
vital del sujeto lo hace susceptible de participar en numerosos arquetipos identitarios, todos
ellos coetáneos a pesar de las posibles contradicciones que la simultaneidad implica. El
individuo emprende la búsqueda e interiorización de un ​ethos y, en función tanto de su
acervo como de las coyunturas socio-económicas concretas, algunas identificaciones
prevalecen sobre otras. Antes de comenzar a ahondar en las principales tesis defendidas en
Identidades asesinas ​conviene estructurar una breve definición sobre lo que entendemos
por éstas y las características que alberga.

El fenómeno identitario hunde sus raíces en la dimensión antropológica del Homo Sapiens.
Los arquetipos identitarios han de entenderse como un producto de la complejización
humana cristalizada en sociedades. Desde que el individuo nace, éste se encuentra sujeto a
unas coordenadas culturales concretas de las cuales participa y que, más tarde, puede
tomar distancia o reafirmarse en aquellas. El interrogante a abordar estriba en la relación
que la identidad mantiene con la dimensión cultural del ser humano. Las estructuras
culturales toman una determinada forma al menos desde que es necesaria la convivencia
de sujetos no emparentados. De tal manera que los lazos culturales constituyen una suerte
de vínculos donde los integrantes de la sociedad participan en una ​identidad común ​para
garantizar la protección o al menos la no hostilidad. Bajo este amparo la seguridad del
individuo y el refugio en su cultura y en su sociedad se encuentran garantizados ​a priori​, un
fenómeno que responde a las dinámicas de todo ser vivo: su supervivencia y reproducción.

Las identidades deben entenderse desde una dimensión positiva, esto es, como aquellos
rasgos la vertebran para ​esencializarla​; pero, sobre todo, han de estudiarse desde las
lógicas de la alteridad. Ser cristiano implica no ser musulmán, al igual que ser occidental
significa no ser oriental. De tal forma que la pertenencia a una sociedad determinada implica
simultáneamente negar a otras tantas, lo cual puede sumergir a los individuos a una
dinámica de ‘protección-amenaza’ dependiendo de sus condiciones materiales a las que
están sujetos.
Una vez dibujadas las premisas del fenómeno identitario sobre las que partiremos
expondremos algunas matizaciones sobre la obra en cuestión. En primer lugar pondremos
en tela de juicio algunas de las tesis planteadas por el escritor para a continuación criticar el
corazón de su libro.

Es cierto que las identidades, tanto individuales como colectivas, se constituyen a través de
formas de pensar determinadas así como de una ​praxis ​concreta. Ahora bien: no todos los
que participan del arquetipo identitario ​cristiano ​presentan las mismas opiniones, incluso
pese a que estos sujetos se circunscriben a un mismo entorno como reconoce el Maalouf.
De esta forma se pone de manifiesto que las identidades parecen ser un elemento que
aunque operatorio, es colateral del devenir histórico, político, social y cultural. A nuestro
juicio las identidades no son suficientes para explicar las dinámicas sociales en general ni la
conflictividad celebrada entre las sociedades en particular. Al menos no puede entenderse
como una razón unifactorial, ni tampoco han de desdeñarse las coyunturas políticas,
sociales y económicas a los que los individuos están sujetos independientemente de su
identificación. En definitiva: diferimos en cuanto al fenómeno de ​identidad ​como fuerza
motriz unifactorial de las dinámicas sociales y entendemos que son otras razones
estructurales de diferente naturaleza (histórico-políticas, económicas, sociales, etc.) las que
explican estos procesos donde, de alguna forma, la identidad agrava o atenua a éstos. Por
otra parte remarcamos que el fenómeno de identidad descansa en dos resistencias
coetáneas: una, el miedo a ser informe en un mar de ​etiquetas ​y, por otra, la resistencia del
self a simplificarse en una de éstas como consecuencia de perseguir la preservación del
componente idiosincrásico que singulariza a las personas frente a la disolución que supone
participar en un arquetipo identitario genérico. Es definitiva: por una parte, por las razones
antropológicas aducidas con anterioridad, el ser humano precisa de significación identitaria,
pero siempre en la medida en la que su individualidad quede preservada y no difuminada.

La principal objeción que se ha de poner de manifiesto contra ​Identidades asesinas ​es que
Maalouf no indaga en el móvil prevalente de la inmigración​. ​Probablemente el autor
construye su argumento desde su experiencia más particular y no preste atención a la
motivación principal de la inmigración: la pobreza y la desigualdad relativa a la distribución
de la riqueza. Es el ​estatus social ​del inmigrante ​y el hospedaje institucional que éste recibe
la cuestión que debería haberse analizado en la obra. Los Estados receptores de este tipo
de inmigración, que en definitiva es la mayoritaria, tienen la tarea de profundizar en la
acogida que ofrecen. No por cuestiones éticas, que por supuesto también han de valorarse,
sino por razones socio-culturales: la inclusión puede aminorar las tensiones derivadas de
los ​choques culturales ​que se generen entre receptores y acogidos​. ​La inadaptación puede
estar influida por la diferenciación de los ​ethos ​identitarios, pero esta situación puede ser
amortiguada en la medida en la que los instrumentos de inclusión legislativa, política y
social sean desarrollados para soslayar la conflictividad étnico-cultural.

Maalouf toma partido de ​buenismos varios ​para intentar ofrecer soluciones, o lo que es lo
mismo: toma partido por nada. El autor de la obra se escuda en abstracciones universalistas
al apelar a una presunta ​armonía de intereses ​entre las personas ​invocando a los
incuestionables Derechos Humanos. ​Pero es que detrás (o más bien antes) de los
individuos hay otredades opuestas: clases, identidades, grupos, etc. cuyos intereses no sólo
no son reconciliables sino que por aditamento son motor de conflicto. Lo demás es producto
de una infantil entelequia revestida de lo políticamente correcto. A nuestro juicio lo más
grave de la obra es haber evitado señalar el problema nuclear que atraviesa toda esta
temática: la desigualdad relativa a la redistribución de la riqueza. Si bien es verdad que se
ha aludido a la globalización y a sus efectos como un factor a tener en cuenta, pero lo cierto
es que Maalouf no ahonda en la agudización de la desigualdad socio-económica mundial
como motor la conflictividad sobre la que reflexiona. Mientras que el Estado del Bienestar se
encuentre comprometido por los incisivos dientes del ​mercado, ​la pobreza, el paro
estructural, el neo-imperialismo y la desigualdad, entre otros, aumentarán. Son varios los
investigadores -Ubaldo Martínez por ejemplo- los que han dedicado su esfuerzo en describir
las condiciones a las que los inmigrantes de móvil económico se ven sometidos en los
países europeos receptores. La precaria situación de éstos revelan el sustantivo grado de
ficcionalidad que conceptos como ​Derechos Humanos ​albergan. En definitiva: el autor ha
inundado con ríos de ​moralina y ​buenismo ​su obra ​Identidades asesinas que, aunque la
intención sea encomiable, no deja de ser completamente estéril. El científico social tiene la
tarea de transformar la realidad: primero estudiando la operatoriedad de ésta y después
proponiendo soluciones prácticas formalizadas en orientaciones concretas para problemas
previamente definidos. La moral no transforma, y el ​Homo Sapiens​, antes que ​Sapiens ​es
Faber. ​Por tanto nuestra labor es tanto recoger el espíritu de Maalouf para denunciar las
injusticias sociales que acontecen en nuestra realidad al mismo tiempo que estudiamos el
funcionamiento de ésta última para erradicar las primeras.

En suma: los individuos se ven compelidos por razones antropológicas, por su ​background
étnico-cultural, por su vivencia individual y por coyunturas económico-sociales exógenas y
ajenas a su voluntad a significarse en una identidad particular. Dichos arquetipos identitarios
se desarrollan por las dinámicas de la ​esencialización​, lo cual implica que el fenómeno de la
otredad ​esté presente tanto en la afirmación como en la negación. Uno de los retos
fundamentales a superar por Occidente es crear marcos identitarios interculturales para
frenar la fricción entre esencias antitéticas. Para ello se han de estudiar fórmulas orientadas
a la disminución de las desigualdades socioeconómicas con el objeto de mantener a raya la
exclusión. No obstante esta cuestión no está exenta de debates morales sobre la licitud
relativa a esta empresa: ¿hasta qué punto las sociedades que guardamos distancia sobre
las ​esencias antitéticas ​no obligamos a difuminar el acervo cultural de las sociedades
esencializadas? Y, sobre todo, ¿es efectivo? El desafío versa en capitalizar una
reformulación sobre el fenómeno de la identidad que materialice vínculos capaces de
superar los esencialismos culturales excluyentes. ¿Es posible apelar a valores universales
que rebasen las fronteras particulares? En nuestra modesta opinión, no: esto sería discurrir
por entelequias al no considerar que determinados intereses entre grupos sociales son tanto
antitéticos como insuperables. Aunque apelemos a abstracciones como ​Derechos
Humanos​, creemos que los cambios estructurales dependen más bien de las respuestas
que culturas esencializadas ofrezcan ante esta situación. Occidente puede -y debe- seguir
amortiguando en buena medida los efectos colaterales que deriven de las fricciones
generadas en el diálogo entre el Nosotros y el Otro mediante las políticas que hemos
descrito con anterioridad, pero sin un proyecto que convenza desde las entrañas de las
esencias etnico-culturales ​no podrán desplegarse escenarios alternativos.

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