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SUPERAR EL DOLOR DE LAS RUPTURAS

Joan Garriga y Mireia Darder


Escrito originalmente para la Revista Mente Sana.
Octubre 2007

“Estoy sola en la cama. Siento una sensación extraña que podría describir como una
mezcla de frió y vacío, pero no consigo identificar de que emoción se trata. Es mi
primera noche de separada. Hoy duermo sola después de muchos años de vida común.
Lo cierto es que estaba preparada para sentir mucho dolor y enfado, pero me
sorprende que no sienta nada de eso. Más bien es una sensación de abismo, como si me
hubieran sacado el suelo debajo mis pies y estuviera sostenida en el aire, suspendida en
la nada. Poco a poco voy dejándome sentir y puedo poner nombre a mis sentimientos:
tengo miedo, bastante, de lo que esta por venir, de estar sola, de cómo será el futuro, y
me cuesta reconocer que estoy asustada. Además siento la impregnación de todos estos
años y aunque tengo claro que la separación sea el camino correcto, me invade una
extraña añoranza que no quisiera sentir. Me digo que estoy loca y, al fin, me contacto
con tantas ilusiones truncadas y me asalta todo el tiempo la voz de Serrat cantando “no
hay nada más amado que lo que perdí”. Y lloro... en un inacabable océano de lágrimas.
Y duele”.

Esta es la descripción que hacía una clienta de terapia acerca de sus sentimientos
después de una separación consensuada, en la que ambas partes estaban de acuerdo en
bifurcar sus caminos y abrirse a la oportunidad de nuevos horizontes.

En una ruptura en general y especialmente en una de pareja se ponen en marcha muchas


emociones, la mayor parte de las cuales consideramos negativas porque son difíciles
pero resultan imprescindibles para completar el proceso y salir fortalecidos. La más
habitual y difícil de vivir es el simple dolor de haber perdido al otro. Incluso en los
casos en los que se siente una gran liberación por salir de una situación insatisfactoria
para la persona, tarde o temprano asoma el rostro del dolor por dejar lo conocido, lo que
se amó y enfrentarse a algo nuevo.

Afortunadamente la vivencia del dolor es un ingrediente necesario para completar con


éxito el proceso de una ruptura y llegar a ser capaz de crear futuro.

Una elemental mirada filosófica nos enseña que, en el vivir, todo es ruptura y cambio,
que todas las pérdidas empiezan ahora, enmarcadas en lo que tenemos, en aquello que
hemos construido y ganado en nuestra vida. Constantemente estamos despidiendo algo
del pasado y abriendo el paso a algo del fututo. Despedimos el acogedor vientre
materno para salir a la luz de la vida, nos volvemos adolescentes dejando atrás el infante
que fuimos y el entorno protector de los padres, pero también dejamos al joven
impetuoso para tomar compromisos y responsabilidades en la vida, ser padres quizás,
etc. Al final de un largo camino también enfrentaremos el tránsito definitivo de perder
nuestra vida. De manera que vivir nos obliga al ejercicio constante de saber abrir y saber
cerrar, expandir y contraer, ganar y perder, ampliar y reducir, amar y doler. Es el gran
juego que también rima en nuestro cuerpo: a cada inspiración en la que tomamos el
aliento necesario le sigue la expiración en la que nos despedimos del viejo oxígeno que
ya cubrió su función, a cada sístole le sigue su diástole, en un latido ininterrumpido en
el que la vida canta su mantra más sutilmente sonoro: tomar y soltar, tomar y soltar,
tomar y soltar. Al final incluso soltar nuestra propia vida. Es feliz y exitoso aquel que
sabe ponerse en sintonía con ambas fuerzas de la vida: la fuerza de la expansión y la de
la retracción, la del ganar y la del perder. En toda vida ambas visitan. En toda vida nos
encontramos con las perdidas y el desamor pero también con las dichas de las uniones,
los vínculos y el amor que les precedieron.

Abrirse al amor en la pareja también significa hacerse candidato al dolor. Abrimos


nuestro corazón cuando podemos asumir que tal vez nos dolerá. De hecho en el amor
esperamos que el otro nos tratará bien, cumplirá sus compromisos y deseará nuestro
bien. Pero también debemos saber que no somos niños indefensos y que nos hacemos
más grandes y sabios cuando sabemos y concordamos en que el otro, a pesar del amor,
también nos puede traicionar y que la verdadera confianza asiente a esta posibilidad y a
sus consecuencias, en lugar de invertir en férreos e indignos controles. Si, al fin deviene
la traición o el desamor o la ruptura inesperada, se pone a prueba nuestra autoestima que
consiste en saber que podremos con ello, que lo superaremos fortalecidos y con el
corazón abierto, y que estamos disponibles para todas los retos emocionales que se nos
presenten en el trayecto que ha de conducirnos hacia nuevos y felices vínculos.

Quizá la prueba de fuego de que un proceso de separación concluyo es que estamos de


nuevo disponibles para otro vínculo importante, para construir de nuevo. Se sabe que
mal se construye sobre cenizas y escombros y, al contrario, se edifica bien sobre los
aprendizajes anteriores, sobre la integración nutritiva de nuestro pasado, fuera el que
fuera. Eso sí son buenos pilares. Por eso es tan importante integrar nuestra historia
afectiva. ¿Cómo se hace? Después de un proceso emocional arduo, amándolo todo tal
como fue, tal como ocurrió, incluyendo aquello difícil y desdichado que nos tocó vivir,
porque de esta manera se cumple el efecto de que, amándolo, lo negativo se evapora y
lo positivo se queda impregnado en nuestro corazón. Poderosas alquimias del amor. De
esta manera no necesitamos caer en posiciones débiles como el victimismo o el
resentimiento de las que algunas personas abusan, en lugar de tomar su responsabilidad
en los asuntos. Posiciones que en el fondo les mantienen atados a lo anterior. En
relaciones humanas podemos formular una máxima que se comprueba una y otra vez:
“permanecemos atados a aquello que rechazamos en nuestro corazón” y a la inversa “lo
que amamos, nos hace libres”.

Cuando pasamos por una ruptura, iniciamos el proceso de duelo en el que es previsible
pasar por diferentes estados o etapas que tienen unas características estudiadas. Al igual
que estamos programados para vincularnos con los demás sintiendo placer y expansión
también están en nuestra naturaleza los mecanismos y recursos para el proceso de
despegarse de una persona. Este proceso del duelo, en lugar de expansión produce
retracción y en lugar de placer, rabia, pena, culpa, estrés, etc. hasta que culmina en la
alegría que regresa al final de un aciago túnel.

En el primer momento de una pérdida o separación las personas pueden entrar en shock
o incredulidad o negar la situación con la esperanza mágica de que no está ocurriendo.
Otras quedan insensibles, como congeladas durante un tiempo, sin poder sentir nada.
Estos estados estarán en función de la sorpresa con la que nos pille la ruptura. Si es algo
que llevamos largo tiempo esperando, no sufriremos mucho esta etapa, aceptaremos la
situación sin mucha dificultad. Pero si nos pilló de sorpresa, podremos estar unos días, o
a veces unos meses, que no nos podemos creer lo que ha ocurrido o nos diremos que
“solo es pasajero, seguro que volvemos”, o “que no cambia nada la situación, que al fin
y al cabo siempre hemos estado solos” o “esto a mi no me afecta y voy a poder con
ello”. Todas ellas son maneras de no aceptar el cambio que supone perder una pareja y
el dolor que conlleva. Esta fase puede durar más o menos tiempo aunque normalmente
es corta y se acaba imponiendo la evidencia de la realidad. En el caso de que no fuera
así, seria necesario buscar ayuda terapéutica.

En otros momentos, como en oleadas, nos entra un dolor profundo, casi desesperado, en
el que podemos pensar que sin el otro no somos nada, que no podemos seguir nuestra
vida sin él. Sentir este dolor también es necesario para poder desvincularnos. Es preciso
elaborar con claridad el desgarro de la ausencia y lo que hemos perdido en la ruptura
para soltarlo e ir recuperando nuestra individualidad. Este dolor será mas grande en la
medida que sintamos que nosotros no queríamos esta ruptura o perdida. El dolor se
acentúa en especial en casos de muerte de la pareja ante el vértigo de saber que no la
volveremos a ver. También es más difícil cuando somos los dejados, al enfrentar la
frustración de que las cosas no son como quisiéramos.

En los momentos de más dolor es muy habitual caer en la tentación de buscar culpables
o de culparnos sobre lo ocurrido. Se puede llegar a olvidar todo el amor que nos unió,
para solo ver todo lo malo que tiene el otro o lo mal que actuamos nosotros. El hacer un
análisis de lo que ha ocurrido es bueno para seguir creciendo y aprendiendo en la vida,
pero juzgar, culpar, y criticar al otro a o nosotros mismos durante mucho tiempo sólo
acentúa el sufrimiento. En general son intentos de hacer más soportable el dolor que con
el tiempo pierden fuerza.

También es normal atravesar momentos de intenso enfado y rabia. El cuerpo necesita


entrar en erupción para gritar y sacar tanto malestar. La rabia es producto de la
frustración de ilusiones en proyectos comunes: la relación de pareja, el proyecto de la
familia, la frustración de unas expectativas de vida. Es una manera de revelarse en
contra de lo ocurrido y mostrar el desacuerdo con ello. En el caso de que nuestra pareja
haya muerto es importante también poder mostrar ese enfado con el destino, con el
mundo, con la pareja. Aunque esto no cambie la situación si que nos puede ayudar a la
expresión de una emoción que sentimos. Algunas veces no nos permitimos la expresión
de ese enfado por la culpa que nos crea enojarnos con el otro. Cuando actuamos así no
permitimos que el duelo siga su curso y por tanto no nos podemos despegar de la
persona. Debemos de saber que ninguna emoción en sí misma es peligrosa, tampoco la
rabia. Lo que sí es disfuncional es quedarse anclado mucho tiempo en alguna de ellas.
En verdad, la cualidad de los sentimientos es ir y venir; no permanecen parados y
estables. Si un sentimiento dura mucho ya no es tal sino más bien una posición que
hemos tomado para protegernos.

Sin embargo hay que cuidar que el enfado no sea más de lo mismo de lo que ya ocurría
en la relación y un intento de atar al otro culpándolo. Así se mantiene el enganche a
través del mal rollo y entorpecemos la evolución de una separación real. Para poder salir
del enfado y la rabia es necesario saber rendirse, aceptar la situación y la ruptura y
aceptar el dolor de la pérdida. Al final si somos capaces de sostener el dolor nos
mantenemos en el amor, ya que dolor y amor son dos caras de la misma moneda.
Permanecer conscientemente en el dolor es una forma de poderlo y de traspasarlo.
Aunque en nuestra cultura el dolor tiene mala prensa porque creemos que nos puede
llevar a la depresión, más bien es al revés, nos deprimimos porque detenemos el flujo
espontáneo de nuestros sentimientos o pretendemos pasar por alto lo que duele.
Un proceso de ruptura concluye cuando reencontramos la paz y la alegría y mirando
atrás logramos apreciar y agradecer lo que vivimos y aprendimos en nuestra ex relación
y darle internamente las gracias a nuestra ex pareja por lo que fue posible y lo que nos
aportó. Cuando podamos darle el reconocimiento que merece como una relación
importante para nuestra vida. Cuando podamos reconocer el amor que hubo y guardarlo
como un regalo. Cuando somos capaces de dejar libre al otro y desearle lo mejor y
hacernos nosotros libres y también desearnos lo mejor.

En definitiva el gran reto para todos es aprender a amar lo imperfecto de la vida, de


nosotros y de los demás, y volvernos compasivos. Cuando esto es posible tomamos
nuestros errores al servicio de la vida y de un camino feliz en pareja.

Consejos prácticos para superar el dolor de las rupturas

LA RESPONSABILIDAD DE UNA RELACION ES DE DOS Y LA RUPTURA


TAMBIÉN
El aceptar la responsabilidad de que las relaciones son cosa de dos y lo que ocurre en
ellas también. El poder ver qué parte de responsabilidad tiene uno en lo que está
pasando en la ruptura es importante, no para culparse o juzgarse sino para ver cómo
puede evitar más problemas y ayudar a que la ruptura sea más fácil. El hacerse
responsable de que uno atrajo a esa persona determinada y que en un principio la amó y
seguramente en algún lugar la sigue amando, nos puede ayudar para ver las cosas desde
otro punto de vista, lo cual puede ser útil en los momentos difíciles. El satanizar al otro
y culparlo de todo, sólo trae más conflicto y más dolor.

EXPRESAR LOS ASUNTOS PENDIENTES


Para poder superar una ruptura es importante expresar aquello que no hemos dicho
anteriormente, tanto se trate de sentimientos como de acontecimientos puntuales a lo
largo de la relación. La expresión de las cosas que quedan por decir puede ayudarnos a
cerrar una gestalt y poder abrir otra. Si es posible la expresión con la persona delante
mucho mejor, si no fuera posible, cualquiera sea el motivo, simplemente escribir todo lo
pendiente e imaginar a la otra persona delante y decírselo.

EL DUELO TIENE DIFERENTES FASES Y REQUIERE TIEMPO


Como hemos descrito en el artículo en el duelo de una ruptura se pasa por diferentes
fases y sentimientos. Una ruptura no concluye con la firma del divorcio. Este es un
hecho importante que demarca unos límites precios. Sin embargo, en términos internos
el tránsito de lograr una separación tiene su propio biorritmo emocional. Además, la
relación puede perdurar como padres quizá, con lo cual se requiere una transformación
de las reglas de juego y un reconocimiento por parte de la pareja de que, como padres
permanecerán juntos en sus hijos. En cierto modo el divorcio une en el reconocimiento
de un pasado que fue relevante.

EL AMARNOS A NOSOTROS MISMOS AYUDA A SUPERAR LA RUPTURA


Cuando tenemos una ruptura el saber que tenemos un valor independiente de si el otro
nos valora o no es muy importante. Nuestra capacidad de valorarnos a nosotros mismos
se pone a prueba cuando vivimos el fracaso de una relación o nuestra pareja nos dice
que no quiere continuar viviendo con nosotros. Ahí aparecen todos los fantasmas de que
ya no servimos o que no encontraremos a otra pareja nunca más o a nadie que nos
quiera. El saber que uno tiene valor para otras personas y que lo tiene por sí mismo por
el solo hecho de existir nos puede ayudar con estos sentimientos.

PODER AGRADECER LO QUE HA HABIDO


Es también muy importante poder agradecer todo lo que nos ha dado la otra persona, lo
que su presencia ha traído a nuestra vida. Una forma de hacerlo es creando una lista de
las cosas concretas que tienes que agradecerle. Aceptar lo que nos ha dado el otro y
poder decir gracias nos pone en disposición de valorar e integrar lo recibido y desde ahí
poder superar la ruptura. Un proceso de ruptura concluye cuando reencontramos la paz
y la alegría y mirando atrás logramos apreciar y agradecer lo que vivimos y aprendimos
en esa relación. Sólo así podremos abrirnos a lo que esté por venir.

EN NUESTRA CULTURA CADA VEZ MAS SE HABLA DE MONOGAMIA


SECUENCIAL
En la sociedad en la que vivimos, a diferencia de otras culturas o en otros momentos
históricos de la nuestra, el esquema establecido sobre cómo tienen que ser las relaciones
es muy flexible. Lo previsible es que tengamos varias parejas estables a lo largo de una
vida, con el consiguiente coste emocional. Sin embargo esto tiene la ventaja que de que
podemos ser creativos con el tipo de relación que queremos. El inconveniente es que
nos podemos perder en tantas opciones y no saber qué tipo de relación podemos
establecer. Esta flexibilidad nos da la posibilidad de tener varias relaciones en una vida
y de poder experimentar con cada pareja diferentes tipos de relación y de crecimiento.
Para ello también es necesario poder dar un lugar a cada relación que hemos tenido y
reconocerlas como tales.

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