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“Doce saltamontes, algún gigante y un talit.


Por Adi Cangado

Comentario a la Parashat Shelaj Lejá

Esta es una historia de boyscouts, de doce exploradores, de lo que se encontraron en la tierra de


Canaán; pero también de lo que sus ojos hallaron al mirar sus cuerpos y de las sensaciones de sus
corazones, de sus mentes. De los terrores de la noche y de la sombra que las pesadillas del sueño
dibujan a la mañana siguiente. De la renuncia, del fracaso, de la pérdida, y de qué hacer cuando
parece que lo hemos perdido todo, y de qué hacer cuando se nos arrebata todo.

Después de llegar a la frontera con la tierra de Canaán, Dios le pide a Moisés que envíe a doce
hombres, ve'yaturu et érets Kená'an “y exploren la tierra de Canaán”, ish ejad ish ejad “un
hombre, un hombre” (Núm. 13:2) por cada tribu, y con cada hombre sus ojos y su corazón. Doce
hombres, pero solamente hombres, de carne y hueso, kulam anashim (v. 13:3), a quienes sus ojos
y sus corazones guiarán en esta aventura. Moisés les dice que deberán buscar la respuesta a siete
preguntas. ¿Cuál es la tierra? Sus habitantes, ¿son fuertes o débiles? ¿Pocos o muchos? La tierra,
¿es buena o mala? Las ciudades, ¿abiertas o fortificadas? El suelo, ¿rico o pobre? ¿Hay árboles o
no? Parece fácil, ¿verdad? Tal vez la más difícil sea la segunda pregunta, aunque las ciudades
dicen mucho sobre sus moradores:

“¿Cómo mediréis su fuerza? Si las ciudades son abiertas es porque sus habitantes se
sienten seguros, confían en su fuerza; sin embargo, si están fortificadas es porque en
realidad son débiles y sus corazones tímidos.” (Bemidbar Rabá 16:12)

Los buscadores partieron hacia Canaán y espiaron la tierra durante cuarenta días. Tomaron una
rama y un racimo de uvas, granadas e higos. Al regresar le cuentan a Moisés y al pueblo cómo es
la tierra:

“Llegamos a la tierra, y efectivamente de ella manan leche y miel, y éste es su fruto,


pero el pueblo que la habita es agresivo, y las ciudades grandes y bien amuralladas, y
hay en ella algunos gigantes.” (basado en Núm. 13:27-28)

La tierra parece buena, pero … ¡qué fuerza increíble tiene un “pero”! Si le damos la vuelta al
relato, todo cambia. El pueblo que habita la tierra es agresivo, las ciudades grandes y
fortificadas y los gigantes las habitan, pero la tierra mana leche y miel, ¡y mira qué maravilloso
su fruto! Pero no fue así cómo lo contaron. Lo bueno en primer lugar, pero después lo malo,
anulando lo malo cualquier sueño, cualquier posibilidad. Exploraron la tierra, pero sin darse
cuenta también sus ojos y sus corazones espiaron en su mente y en sus cuerpos. Le contaron a su
gente que el pueblo de Canaán era más fuerte mimenu “que nosotros” (v. 13:31): se exploraron y
se descubrieron débiles. Nos parecía que éramos como saltamontes a sus ojos, y así debieron
vernos ellos, dijeron (v. 13:33): se exploraron y se descubrieron minúsculos.

Al escuchar estas noticias cundió el pánico entre la gente y aquella noche lloraron sin parar. La
noche les habría asaltado con pesadillas terribles, en las que aquella tierra ya no manaba leche y
miel sino que se comía a sus moradores. A la mañana siguiente se quejaron ante Moisés; querían
regresar a Egipto. Fue entonces cuando dos de los exploradores hablaron: Calev ben Yefuné y
Hoshea bin Nun, un perro y un pez alevín:
“La tierra por la que pasamos en nuestras exploraciones es una tierra muy muy
buena. Si Dios está satisfecho con nosotros y nos trae a esta tierra, Él puede dárnosla,
una tierra que mana leche y miel. ¡No os rebeléis contra Dios! ¡No tengáis miedo de
sus habitantes! Dios está con nosotros, no tengáis miedo.” (Núm. 14:7-9)

Calev y Josué les hablan sobre el coraje, sobre la fe, sobre el miedo. Tová ha'árets me'od me'od “Es
buena la tierra, mucho, mucho” (v. 14:7). Lo que diferencia a Calev y a Josué es su actitud ante
la situación: su espíritu. Por eso el Eterno le dice a Moisés que poseen rúaj ajéret “un alma
diferente” (v. 14:24).

Los doce saltamontes, algún gigante. El reportaje de la mayoría causó pena en el pueblo. La
noche de aquel día les trajo pesadillas. Llegó la mañana. Será mejor regresar a Egipto,
pensaron, o incluso morir en el desierto. Así fue cómo aquella generación renunció a conquistar
la tierra prometida, y por cada día que los exploradores pasaron en Canaán un año deambularán
por el desierto hasta el día de su muerte. Cuando Moisés les comunica que no llegarán a aquella
tierra, les asalta la duda. Me gusta imaginar cómo fue aquella noche y pensar que no pegaron
ojo, dándole vueltas a la decisión que habían tomado. Llegó la mañana. Se levantaron muy
temprano y le dijeron a Moisés que sí, ¡iremos! Pero el tren ya había pasado. Al ta'alú, “no
subiréis (a la tierra)” (v. 14:42). El día pasó. El tren pasó. A pesar de estas palabras unos pocos
empezaron a subir las colinas pero los hombres de la montaña los hirieron y los derrotaron
persiguiéndolos hasta Jormá (v. 14:45). Al leer la Torá en este punto casi se escuchan los pasos,
los golpes, los tambores: va'yakum va'yaketum “los hirieron y los derrotaron”. Fracasaron.

La historia de los doce exploradores nos enseña que las oportunidades deben aprovecharse, que
a veces renunciamos a ellas para después lamentarlo, pero también nos advierte sobre cómo
miramos al mundo que nos rodea y a nosotros mismos y la importancia de quedarnos siempre
con el lado bueno de las cosas: con la fuerza, con el coraje, con la leche y la miel, sin miedo a los
gigantes ni a las murallas.

Esta oportunidad perdida fue, según nuestros sabios de bendita memoria, la primera desgracia
sufrida por el pueblo de Israel en Tishá Be'Av (el día 9 de Av), cuando también será destruido el
Templo de Jerusalem dos veces y capturada la ciudad de Betar (Mishná, Ta'anit 4:6). ¿Cómo
podemos trabajar la renuncia, el fracaso, la pérdida? A los israelitas en el desierto, aquella
mañana, les pareció que todo estaba perdido. Pensemos en el segundo desastre citado: aquel año
586 a.e.c., cuando los babilonios quemaron el Templo, arrasaron la ciudad, las casas, y obligaron
a sus habitantes a sufrir el exilio. Hombres y mujeres, niños y ancianos, a quienes les habían
arrebatado todo. ¿Cómo se sigue adelante cuando se ha perdido todo? El profeta Jeremías, desde
Egipto, les escribió estas palabras:

“Así dijo el Eterno, Dios de Israel, a toda la comunidad exiliada desde Jerusalem a
Babilonia:
Construid casas y vivid en ellas,
plantad jardines y comed su fruto.
Tomad esposas y tened hijos e hijas;
y tomad esposas para vuestros hijos,
y para vuestras hijas esposos,
y que así tengan hijos e hijas.
Buscad el bienestar y la paz de la ciudad
en la que os he exiliado,
y rezad a Dios en su beneficio
pues en su paz y su bienestar prosperaréis.”
(basado en Jeremías 29:4-7)

Jeremías les pide que superen la pena y la pérdida, les dice que es posible, que es necesario,
seguir adelante: construir y plantar, amar y buscar lo bueno. Porque cuando todo se ha perdido,
todo debe ganarse.

Al final de la Parashat Shelaj Lejá, Moisés instruye a los israelitas sobre el precepto de tsitsit,
¿por qué? Sin duda sería más razonable que estos versos (Núm. 15:37-41) fuesen la introducción
de la porción siguiente, Kóraj, con la que guardan relación. Deberán colocar las fimias, tsitsit,
sobre las cuatro puntas de sus prendas, un cordoncillo de lana en las borlas de las puntas, y será
que cuando las miren se acordarán de todos los mandamientos de Dios para guardarlos, ve'ló
taturu ajaré levavjem ve'ajaré enejem “y no explorarán tras su corazón y tras sus ojos” (v. 15:39),
le'má'an tizkerú “para que recuerden”. La Torá dice ve'ló taturu “y no explorarán”, usando el
mismo verbo que al principio de esta lectura al referirse a nuestros doce saltamontes. Pues el
corazón y los ojos son los exploradores de nuestro cuerpo, de lo más profundo de la mente a lo
más lejano para los sentidos (Talmud Yerushalmí, Berajot 1:8; Tanjumá Shelaj Lejá 15):

“Es como cuando alguien cae al mar y el timonel le lanza una cuerda y le dice:
“¡Agarra la cuerda con tu mano y no la sueltes, pues si la sueltas no podrás vivir!” De
igual manera dice el Santo, Bendito sea Su nombre, a Israel, pues toda vez que os
adherís a las mitsvot (los preceptos, los cometidos, que Él os ha enseñado), se cumple
lo que dice el versículo: “Pues vosotros, que os adherís a lo Eterno, vuestro Dios,
estáis vivos todos vosotros hoy” (Deut. 4:4). “Agarra este consejo, no lo dejes;
guárdalo, porque eso es tu vida” (Prov. 4:13).”

La sabiduría reside en mirar el lado bueno de las cosas. Los ojos y el corazón exploran, ¿pero en
qué se fijan y qué deciden sentir? La vida no es sencilla. El talit nos lo enseña: cubre parte del
cuerpo, pero parte queda descubierta. Extiéndelo y obtendrás una jupá: el palio nupcial bajo el
que las parejas simbolizan la creación de un hogar, metáfora de las relaciones humanas. Los
cuatro postes sostienen el paño, pero en los cuatro puntos cardinales sopla la brisa. Los
exploradores trajeron un racimo de uvas porque era la temporada de la vendimia en Canaán, la
época del año en la que construimos las sucot “cabañas”. Tienen tres paredes completas, pero la
cuarta abierta. El techo nos guarda de la lluvia pero deja pasar la luz del sol. Las tres nos
abrigan pero no nos protegen plenamente. Habrá días en que debamos manejar la tempestad,
encontrar quietud en el movimiento, descanso en la tormenta, sonrisa tras la pena. Incluso
aquella generación del desierto, los derrotados, encontraron la manera de salir adelante y de
ellos se dirá:

“Ma tovu ohaleja Ya'akov mishkenoteja Yisrael ¡Qué hermosas tus tiendas, Jacob! !Tus
lugares de residencia, Israel! Como palmerales que se extienden, como jardines junto
a un río, como áloes plantados por el Eterno, como cedros junto al agua.” (Núm.
24:5-6)

Mira atentamente. La tierra mana leche y miel. Disfruta las uvas, las granadas y los higos, y no
temas a los gigantes; que los muros más altos no derrumben tu fe ni tu coraje. No eres un
saltamones ni un gigante, sino solamente un hombre o una mujer. Los ojos y el corazón
exploran: busca con ellos el lado bueno de las cosas. Construye una casa y reposa en ella; planta
un jardín y come su fruto; y cuando dejes pasar oportunidades, o renuncies a ellas, o cuando
fracases, o cuando pierdas, porque sin duda, alguna vez, renunciarás, fracasarás o perderás,
palpa las fimias de tu prenda para recordar lo que más importa en la vida, los cometidos más
elevados, y aférrate a la cuerda que te lance el timonel.

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