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Abril de 2015
Sandra Nicastro
“Para saber hay que imaginarse”
Georges Didi-Huberman
Introducción
Respecto del espacio de la práctica, mucho se ha dicho ya sobre este tema, por lo
cual asumimos que en nuestro caso se trata de volver una vez más sobre preguntas y
temas conocidos.
En este sentido, nos interesa estar atentos a los efectos que provocan los
encuentros entre unos y otros, el trabajo de co-pensar conjuntamente las posiciones, los
encuadres de trabajo, las maneras de mirar. Y en este punto no se trata de efectos sólo
palpables o cuantificables, sino también de aquellos que nos llevan a recolocar la mirada
e interrumpir algunas maneras habituales de pensar la escuela, de hacer de ella un
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ámbito de trabajo, de sostener preguntas que vayan más allá de intentar constatar lo ya
sabido.
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El desarrollo que tiene como antecedente lo trabajado en: NICASTRO, S. y ALEU, M.
“Configuraciones del espacio de la práctica “entre” contextos formativos”. En Revista IRICE,
Universidad Nacional de Entre Ríos, N° 22 (ISSN 0327-392X). Pp. 25-31. Febrero de 2011.
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Veamos otro ejemplo. En esta época, en la cual la idea de trayectoria tiene una
fuerte presencia tanto en la bibliografía como en los propósitos de la política educativa,
es habitual que en los ámbitos educativos se definan a los alumnos y los estudiantes
como portadores de trayectorias formativas diferentes, historias que entraman recorridos
individuales, colectivos y condiciones socio políticas. Sin embargo, a la hora de plantear
explicaciones sobre rendimientos que se alejan de lo esperado, en muchos casos entran
en colisión posiciones que adjudican sólo al alumno la responsabilidad de esos
resultados, mientras que otras, a veces en minoría, los asumen como una cuestión
institucional.
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Ver Ulloa, F. “Novela clínica psicoanalítica” y su referencia al tercero de apelación.
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Será Ferry, G., en su manera de pensar la formación, quien, entre otros, aludirá a
la idea de intermediación. Desde sus aportes decimos que la formación implica un
proceso de desarrollo personal donde la intermediación es lo que posibilita que esa
formación se lleve a cabo. La palabra del maestro, del profesor; el lugar de la
bibliografía, de la cultura profesional o de la cultura institucional; el sistema educativo,
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Con esto queremos decir que se trata de reconocer el lugar, en tanto posición
simbólica, de cada una de estas cuestiones o componentes, en relación con quien está
llevando a cabo la experiencia y se encuentra transitando la práctica. Esto es así porque
justamente la intermediación no está dada por la figura del maestro de la escuela destino
por sí sola, ni por la palabra del profesor, ni por la bibliografía, por poner algunos
ejemplos, cada uno de manera aislada.
Se trata de interpretar el lugar que ese maestro o ese profesor o esa bibliografía
ocupan porque, sobre todo, tienen efectos en la relación que el practicante configura con
la experiencia de la práctica y con los saberes y experiencias que allí circulan. Por eso
decimos que, en el marco de esta hipótesis, cada uno de esos componentes en sí mismo,
por fuera de la relación que el practicante desarrolla en la misma experiencia, no tiene
mayor peso.
Podríamos decir que cuando esta pregunta aparece, no sólo anuncia cuestiones
ligadas a la premura de la respuesta, sino también advierte sobre el lugar que a ella
misma se le asigna como tal. Por eso decimos con este autor que es la misma pregunta
la que permite interrumpir, poner en suspenso, diferir por un momento lo ya sabido.
Esto tendría que ver con pasar de hablar sobre la escuela a reflexionar sobre la
escuela, donde la reflexión deje de ser sólo una palabra, algo que se dice casi por
acostumbramiento, haciendo una fuga de lo que ella misma propone. Y entonces hacer
un alto, como si se tratara de un momento de retorno, de volver a pensar la escuela no
sólo desde lo ya sabido sino también desde los atajos, desde lo que hace excepción,
desde lo que parece errático. No implica una operación de descarte, ni mucho menos, sí
de construcción y reconfiguración, de aproximación, en un movimiento experto que,
mientras pone a disposición algo del orden de una respuesta necesaria e indispensable,
puede sostener el potencial de interrogación necesario como motor de la producción de
otros saberes y conocimientos.
Entendemos errónea esta idea por dos razones, entre tantas de las planteadas una
y otra vez sobre este tema. Una, porque tal como lo trabajaron diferentes autores, entre
los cuales podemos citar a Barbier, J. (1977), cuando nos encontramos en el terreno de
las ciencias sociales, hablar de objetividad requiere, entre otras cuestiones, tener en
cuenta el análisis de la propia subjetividad. Desde allí, la implicación del profesor en esa
situación de formación y, en cada caso específico, es un dato a tener en cuenta cada vez.
Otra razón es que no se trata de no estar implicado tanto desde la propia biografía, como
desde la cultura profesional o los rasgos de época, como a veces se sostiene, sino
reconocer que es imposible no estarlo. Y a partir de estas dos cuestiones, advertir que se
requerirá de un análisis permanente de la situación de cara a este involucramiento
ineludible.
Aclaremos esta idea. Venimos diciendo que desde cada posición se cuenta con
una manera de objetivar y caracterizar la escuela. Encontraremos regularidades y
diferencias según el lugar que el profesor de prácticas, el profesor de una materia, el
mismo director, cada estudiante, ocupan en la institución. Es desde allí que nos
preguntamos de qué manera el carácter que asumen esas apreciaciones sostiene el grado
de contextualización necesario, de búsqueda de significados, de pregunta que
interrumpe y, por lo tanto, de intermediación requerido para pensar la escuela, para
recortar situaciones problemáticas y para tomar las decisiones que se requieren en la
singularidad de cada experiencia formativa.
Marcel Proust
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Las diferentes hipótesis y avances sobre el tema deben operar como mediaciones
entre cada uno de nosotros y nuestras propias maneras de pensar determinado
fenómeno. Si no fuera así, adscribir a un autor, a un marco teórico, a una conjetura,
definición, etc., alcanzaría para describir la realidad de una vez y para siempre, cuestión
que hace que la posibilidad de revisar, repensar, ajustar, se acote a su mínima expresión.
Además, se corre el riesgo de dejar en manos de otros: los autores, los expertos, los de
arriba, los de afuera, etc., el comando del proceso de pensar y construir saberes.
Nos preguntamos: ¿Qué está ocurriendo en esas escenas? ¿Qué se deriva de esos
relatos? En parte tiene que ver con definir, caracterizar, problematizar y recortar la
escuela como objeto de estudio y como contexto de práctica, por lo cual lo que se
promueve es la búsqueda de sentidos, la asignación de significados, el reconocimiento
de analizadores. Como lo señala Green, no se trata de oponer lo propio del pensamiento
a lo propio de la acción sino de entenderlos en su compleja relación. De ahí la necesidad
de que el encuadre de formación implique la definición de marcos de análisis que
asuman estas cuestiones y que, puestos en acción, operen como intermediarios entre el
sujeto y el objeto de la experiencia.
Siguiendo ideas de este autor, decimos que esos sentidos a veces se suponen
como preexistentes y entonces el trabajo está ligado a volver a nombrar desde lo
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Cierre
Desde allí se intenta reconocer las tensiones constitutivas del acto de formar que,
a partir del conjunto de regulaciones y prescripciones que lo enmarcan, produce
conocimiento, ensaya abordajes y desarrolla experiencias situadas una y otra vez, y es
en ese momento que el formador y su encuadre pueden actuar como intermediarios para
que la formación, en sentido estricto, sea posible.
Un texto de Berger se acerca con un pensamiento brillante y unos ejemplos
precisos a una escena que, de alguna manera, pone en palabras la intermediación que
propone una mirada, un tipo de acercamiento, de abordaje, el mismo propósito y, por
qué no, el deseo siempre inconcluso de quien tiene la pretensión de entender, de
conocer, de saber.
John Berger
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Bibliografía