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Trabajo publicado en 2010 por la Fundación Editorial El Perro y La Rana, Colección


Somos Creadores, investigación nº 1. Valencia, estado Carabobo.
Ilustración de portada: Armando “Sasarabicoa” Torres Villegas.

Prefacio

Leonardo Páez se revela en el presente trabajo como un conspicuo investigador del Arte
Rupestre, haciendo, incluso, valiosas propuestas al desarrollo de esta disciplina, partiendo de
las interpretaciones de los grandes maestros de los últimos dos siglos que anteceden al que
recién comienza, hecho que pone de relieve su acuciosidad bibliófila y su capacidad
interpretativa.

Leonardo Páez aborda el mundo gráfico prehispánico incursionando en la belleza de los


símbolos elaborados por los artesanos del pasado, reproduciéndolos para la contemplación y
admiración de propios y extraños. Hoy, donde él mismo se reconoce con modestia como un
artesano, inspirado en la prehistoria venezolana, hemos de reconocerle meritoriamente, como
un verdadero artista, meticuloso, esmerado y perseverante. Sin embargo, Leonardo no se
conformó nunca con su acopio de símbolos, él traspasó el umbral de la imagen escudriñando
y desentrañando su significancia para llegar al mundo de los hombres que plasmaron tales
diseños en las rocas, con extraordinaria habilidad plástica, compenetrándose de tal manera
con la investigación antropológica, que hoy se nos perfila como un “rupestrólogo”, tal como se
autodenomina, para usar el término, acuñado por él mismo; por cierto, de auténtico valor
lingüístico entre los investigadores que laboramos en el área.

Una de las problemáticas más complejas a la que el autor del presente trabajo intenta dar
respuestas, es compartida por muchos investigadores de esta materia y ella no es otra que
establecer horizontes estilísticos de los grabados, sus cronologías, su finalidad y sus autores.
La ardua tarea comienza por relacionar los fechamientos arqueológicos de los restos óseos y
cerámicos aportados por los poblamientos neoindios “Barrancoides” y “Valencioides”; tales
fechamientos han sido ampliamente validados durante el siglo pasado, situándose la fecha
más temprana de arribo del primer poblamiento (Barrancoide), a la ribera oriental del Lago de
Valencia, en los albores de la era cristiana (siglo I), mientras que la fecha establecida para el
poblamiento Valencioide ha sido situada en el siglo VII de la misma era, en la margen
occidental del Lago.

Los autores de las postrimerías del siglo que acaba de transcurrir han aportado bastante
comprensión en lo que toca al tipo de relación que surgió entre los dos grupos que arribaron a
esta región lacustre. Las evidencias apuntan hacia un proceso de integración de ambas
culturas, las que intercambiaron patrones arquetípicos claramente observables en los objetos
cerámicos del grupo Valencia. Así, se asume que no hubo desplazamiento de un grupo por
otro y que la segunda oleada de poblamiento se integró a la primera en forma pacífica. La
razón de esta integración no fue otra que la inexistencia de “barreras idiomáticas”, puesto que
ambos grupos tuvieron un origen común y procedían de una misma región geohistórica,
ubicada al noroeste de lo que hoy es el territorio colombiano, en consecuencia, hablaban la
misma lengua arawaka.

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Autores del siglo pasado, no todos, coinciden en afirmar que los petroglifos carabobeños
son consecuencia de los aportes de los dos grupos mencionados, parcialidades étnicas de
filiación lingüística arawaka, que permanecieron en la región por más de 1500 años, dejando
una muy clara huella de su permanencia en la toponimia y la lexicología que hoy heredamos
sus tan mestizados descendientes.

Los petroglifos del Valle del Río Vigirima, como otros yacimientos carabobeños, son un
registro fiel de todo el proceso de desarrollo histórico que aconteció en esta porción de la
cuenca lacustre y, a través de ellos, puede evidenciarse la manufactura de numerosas
generaciones que mantuvieron vivo el yacimiento de “Piedra Pintada” y otos aledaños, como
importantes centros de prácticas ceremoniales. Reconstruir este proceso de desarrollo
histórico, a través del estudio del Arte Rupestre es el reto concreto que se nos plantea en este
momento, de allí la importancia de sistematizar en los registros tal como lo plantea el autor del
presente trabajo.

Los inventarios de petroglifos de los yacimientos de “El Junco” y “Los Colorados” en las
inmediaciones de la media montaña del Cerro “Las Rosas”, son los primeros en ser
sistematizados para su estudio y difusión, en el ámbito del Valle del Río Vigirima. Nuestro
equipo de trabajo, en el que se halla incluido Leonardo, da inicio a la etapa de arqueo de
campo, reconocimiento y registro de yacimientos de grabados aborígenes presentes en el
Valle, para su ulterior interpretación y difusión, precisamente en los albores del siglo XXI.

Omar Idler
Diciembre, 2003

Introducción

La presente investigación es el resultado de las exploraciones realizadas para la ubicación


de nuevos yacimientos de petroglifos, en los sectores El Junco y Los Colorados del cerro Las
Rosas, estribo montañoso de la vertiente sur de la Cordillera de la Costa, bajo jurisdicción del
Parque Nacional San Esteban, zona nor-occidental de la Cuenca Hidrográfica del Lago de
Valencia, Municipio Guacara, Estado Carabobo. Tiene como objetivo contribuir con el registro,
divulgación y defensa de este invaluable legado, fruto tangible del arte creador de los
primigenios pobladores de lo que hoy se conoce como Venezuela.

La mayoría de las investigaciones sobre petroglifos en el valle de Vigirima se circunscriben


al estudio del yacimiento Piedra Pintada. La localización de grabados sobre piedra en las
montañas que circundan este territorio ha sido abundante, pero la información y registro de
tales hallazgos incipiente, a pesar de ser una de las regiones más ricas del país en Arte
Rupestre. Pocas son las referencias que proporcionen pruebas o noticias de su existencia,
ejemplo de esto lo constituye el material rupestre localizado en el cerro Las Rosas,
documentado parcial y fragmentariamente.

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El Arte Rupestre en general representa una fuente de información para la reconstrucción
del tiempo prehispánico, expresión cultural de nuestros primeros habitantes que
afortunadamente se conserva hasta hoy. Constituye un elemento a ser estudiado dentro del
contexto arqueológico y no de manera aislada. Como tal, debe ser parte integrante de una
investigación amplia que pueda evocar aspectos de nuestro pasado aborigen.

Por las razones expresadas, este trabajo abordará el registro sistemático de los
yacimientos El Junco y Los Colorados, elaborando una codificación detallada del material
rupestre basada en la propuesta del investigador del tiempo prehispánico Omar Idler,
consistente en la identificación del yacimiento, estación, número de roca y número de
grabado, por medio de la combinación de letras del alfabeto español, números romanos y
números naturales. Por ejemplo, la codificación LC-II-01-02 para un petroglifo, refiere que su
ubicación está en el yacimiento Los Colorados (LC), en la estación dos (II), roca uno (01) y es
el grabado dos sobre esta roca (02). Acotamos que el término “estación” en arqueología, por
lo general es sinónimo de yacimiento; en la codificación propuesta representa una división de
éste, producido cuando en un área o sector identificado las rocas grabadas se encuentran
dispersas de tal manera que conforman conjuntos separados entre sí por distancias
prudenciales.

El trabajo de campo se fundamentó en la recolección de datos métricos descriptivos de:


los surcos, rocas, inclinación y orientación de las caras trabajadas; la producción de
calcos para la obtención del diseño; registro fotográfico de las rocas y grabados; inspección de
los surcos para la identificación de las técnicas de ejecución; observación del estado de
conservación; y principales causas de deterioro, ya sean humanas o ambientales.

La metodología empleada para el desarrollo del trabajo consistió en la ubicación de


distintas fuentes de información escritas sobre el Arte Rupestre del Valle, el análisis detallado
de las datos recopilados en el trabajo de campo, la producción de materiales gráficos
digitalizados y la comparación de los resultados obtenidos con otras regiones del país,
estableciendo relaciones que puedan presumir filiación cultural y horizontes estilísticos.

A todo lo anterior debemos acotar las limitaciones a las que no está exento este estudio,
realizado desde una perspectiva básica de conocimientos sobre el tema arqueológico. La
investigación carece de una serie de datos que, por desconocimiento de las técnicas, falta de
acceso al instrumental necesario o participación de profesionales del área y otras disciplinas,
no pudieron medirse en el trabajo de campo. Datos como las coordenadas geográficas,
levantamiento topográfico, medidas de la profundidad de los surcos, análisis de las pátinas
superficiales y elementos arqueológicos asociados a los yacimientos, deben conformar parte
de próximos trabajos que complementen la información aquí presentada.

Finalmente queremos expresar nuestro agradecimiento a todas las personas que


colaboraron con la realización del presente trabajo, en especial al artista popular Jhonny Brea,
quien nos acompañó junto con su esposa Iliana Dos Ramos en las primeras exploraciones al
cerro Las Rosas; al investigador de Arte Rupestre Gustavo Pérez, con quien hemos
compartido en los últimos años la pasión de la montaña, la exploración y hallazgos de nuevos
yacimientos; a los otrora guías del Museo Parque Arqueológico Piedra Pintada Gina, Gerardo,

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Haylin, Ángel, Williams, en los cuales siempre hemos encontrado el gran valor de la amistad;
al antropólogo Pedro Rivas, ex-Director de Conservación de Bienes Arqueológicos del Instituto
del Patrimonio Cultural, por su valiosa colaboración en la revisión del documento y oportunas
recomendaciones; y por último nuestro más sincero agradecimiento por habernos brindado su
apoyo y sapiencia, por haber siempre creído en nosotros, por sus palabras de aliento, en fin,
nuestra gratitud a Omar Idler.

CAPITULO I

“...dio órden á su Teniente General Juan de Villegas, para que llevando ochenta hombres á su
satisfacción, (...) faldeando la serranía por la orilla de los Llanos, siempre al Leste, llegó á
reconocer las riveras de la gran laguna de Tacarigua, hermoso lago, que en un ameno valle, á
sesenta leguas del Tocuyo, y á veinte de Carácas, retirado siete del mar la tierra adentro, ocupa
catorce de longitud de Leste á Oeste, y seis de latitud de Norte á Sur, tan profundo, que á corta
distancia de sus orillas no hay sonda que le descubra el fondo de sus aguas; sus márgenes en
toda su circunferencia son alegres, vistosas, y deleitables, pobladas de frescas arboledas, y de
varia multitud de diversas aves...”
José de Oviedo y Baños, 1723.

Topografía de la Cuenca del lago de Valencia y valle de Vigirima

La Cuenca del lago de Valencia abarca la mayor porción de los Estados Carabobo
y Aragua de la región centro-norte venezolana (mapa 1 y 2). Tiene una extensión de 7.800
kilómetros cuadrados de superficie, con suelos relativamente planos a excepción de dos
ramales montañosos que señalan los linderos de los estados antes mencionados, siendo sus
límites por el oeste con la Sierra de Nirgua, el este con la Cuenca del río Tuy, el norte con la
Cordillera de la Costa y por el sur con la Serranía del Interior (Cruxent y Rouse, 1982 [1961]:
292, 293). Está formado en una fosa tectónica que se prolonga a los valles del Tuy, separando
la Cordillera de la Costa de la Serranía del Interior, sucesión montañosa que hacia el sur
desemboca en los llanos centrales y divide la Cuenca con la del río Orinoco (Antczak, A. y
Antczak, M., 1999: 139).

En el centro se encuentra el Lago de Valencia, a 402 metros sobre el nivel del mar
(Antczak, A. y Antczak, M., Op. Cit: 139). Mide unos 30 Km. de largo por 20 Km. de ancho y
profundidad máxima de 70 m. Admite las aguas de 22 riachuelos y quebradas,
en su mayoría en épocas de lluvia, siendo el principal de ellos el río Aragua. Posee 13
islas: Tacarigua o del Burro, Otama, Caigüire, El Horno, el Zorro, Burrito, Bruja, Brujita, El
Fraile, Cura, Cucaracha, Las Piedras y Los Chivos (Fundación Polar, 1998).

En la región nor-occidental de la Cuenca se localiza el río Vigirima, formado de las aguas


que vierten las quebradas Los Apios, El Corozo, El Jengibre, Las Rositas y Cucharonal,
recogiendo después las del Vigirimita, La Leona, La Jabonera, Los Colorados, Las Marías, El
Pozote (caño El Nepe), y caño El Toquito, éstas últimas intermitentes. En la época de lluvias
suele tener un cauce relativamente considerable, apreciándose una disminución cuantiosa de
su caudal en la temporada de sequía, llegando inclusive a secarse a partir del sector
Tronconero. Forma un fértil valle, con temperatura media de 26 ºC, rodeado de estribos y
montañas donde se localizan importantes yacimientos arqueológicos de Arte Rupestre,

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abriendo al sur hacia el lago. Sus suelos, de gran potencial agrícola, cada día ceden al rápido
crecimiento demográfico que experimenta la Cuenca, por el creciente proceso de
industrialización de la zona, sobre todo a partir de 1936.

Mapa 1. Ubicación de la cuenca del lago de Valencia. elaboración propia.

Mapa 2. Zona ampliada región centro-norte venezolana. Elaboración propia.

Antecedentes de la investigación del Arte Rupestre en el valle de Vigirima

Muchas han sido las reseñas y estudios efectuados por especialistas e investigadores
sobre el Arte Rupestre de la región del valle del río Vigirima, aportando datos e información
desde diferentes enfoques, algunos de mayor relevancia que otros, sobre la existencia e
importancia de este patrimonio arqueológico dentro del parnaso cultural venezolano. A
continuación haremos mención de las más conocidas, sin ahondar demasiado en estas

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pioneras memorias, dejando entrever su obligada consulta para los que desean adentrarse en
el estudio del tiempo prehispánico de la Cuenca Tacarigüense.

Los primeros datos se remontan al siglo XIX, cuando en 1878 el gran erudito venezolano
Arístides Rojas refiere la presencia de rocas con grabados aborígenes en la región.
Posteriormente Gaspar Marcano (1889) menciona la existencia de numerosas “inscripciones
jeroglíficas” en todo los Valles de Aragua, haciendo mención a obras presentadas a la
Sociedad Antropológica de Berlín donde están insertadas “jeroglifos” copiados de piedras
situadas en Puerto Cabello y Valencia.

Entrado ya el siglo XX, Luis Oramas (1939) realiza interpretaciones y descripciones


detalladas del yacimiento Piedra Pintada y los alineamientos de piedra del Valle, de
significativa importancia en la época actual. A mediados de siglo José María Cruxent (1952)
presenta un estudio del yacimiento Piedra Pintada y los alineamientos pétreos de Vigirima, y
Raúl Alvarado Jahn (1958) dirige trabajos de campo en el mismo yacimiento, elaborando
descripciones, propuestas y juicios sobre el uso y origen de los petroglifos y alineamientos
pétreos. En la década de los sesenta, nuevamente Cruxent (1960) realiza trabajos de campo,
esta vez en la fila Los Apios, y Guillermo Diessl y José Balbino León (1968), en un estudio del
yacimiento “Piedra de Pinto”, en las afueras del poblado de La Victoria, Estado Aragua,
realizan comparaciones de los petroglifos allí encontrados con los de Vigirima.

Los años setenta comienzan con entrevistas difundidas en prensa a Rubén Núñez y
Henriqueta Peñalver, donde expresan sus teorías acerca de la interpretación de varios
petroglifos. A mediados del decenio Jeannine Sujo Volsky presenta su obra “El Estudio del
Arte Rupestre Venezolano” (1975), constituyendo punto de referencia los petroglifos y
alineamientos pétreos del Valle. Asimismo se presentan los trabajos de Ruddy Manns (1976)
quien emite propuestas en base a las comparaciones en la profundidad de los surcos de los
petroglifos de Piedra Pintada, y Rafael Delgado, donde en su obra “Los Petroglifos
Venezolanos” (1977) expone, entre otras reseñas, un método de clasificación de los glifos de
Piedra Pintada de acuerdo a diferentes períodos de los grabados. Concluye esta década
tocando el tema de los petroglifos de Vigirima en una serie de artículos difundidos en la revista
“Mecánica Nacional” (1978), por Omar Idler, y en la revista “El Petroglifo” (1976-
78), publicación periódica guacareña del Círculo de la Cultura “El Petroglifo”, bajo la dirección
del Prof. Armando Torres Villegas.

Nuevos trabajos sobrevienen en la década de los años ochenta, pertenecientes a Omar


Idler (1985) y por un equipo organizado por Ruby de Valencia y Jeannine Sujo Volsky (1987).
Asimismo, en 1986 Manuel Pérez Vila en un artículo de prensa publica varias imágenes de
petroglifos de Piedra Pintada.

En 1997 el Instituto del Patrimonio Cultural (IPC) publica en la “Colección Cuadernos del
Patrimonio Cultural” estudios realizados en el yacimiento Piedra Pintada con la finalidad de
proceder al diseño del proyecto para convertir el lugar en un Parque Arqueológico, a la par de
gestionar su declaratoria como Bien de Interés Cultural de la Nación, ratificado por decreto en
1999. En ese año, un equipo conformado por Omar León, Yamile Delgado, Nelson Falcón y

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Rafael Delgado, expresan propuestas de clasificación estilística y una posible cronología,
entre otros datos, de este Complejo Arqueológico.

Por último, en el año 2002 la profesora Ursula Thiemer-Sachse de la Universidad de


Berlín, en el 1er Taller Internacional de Arte Rupestre celebrado en La Habana, Cuba, hace
descripciones del yacimiento Piedra Pintada, basadas en una excursión realizada en 1998
con estudiantes berlineses, tras las huellas del viaje de estudios por la América española de el
gran naturalista alemán Alejandro de Humboldt.

Lo anterior pone de manifiesto la relevancia en el estudio del Arte Rupestre venezolano de


la región del Valle del río Vigirima. De allí la importancia de continuar la labor emprendida,
ahondando en la sistematización del registro y análisis de los datos de campo que permita la
aprehensión y comprensión de los procesos históricos-culturales acontecidos durante el
período prehispánico en el territorio de la Cuenca del Lago de Valencia.

Antigüedad del Arte Rupestre en Venezuela y el valle de Vigirima

Hasta la fecha, no se han establecido recursos para determinar cronologías absolutas en


los petroglifos. Sin embargo haremos referencia, en una visión retrospectiva, a propuestas
hechas sobre el particular por diversos autores en diferentes épocas, para posteriormente
realizar algunos planteamientos propios, a manera de enriquecer el debate. Para su mejor
comprensión dividiremos a los autores en tres etapas: La primera, de finales del siglo XIX y
principios del XX; la segunda, de mediados del siglo XX, y la última etapa, de finales de ese
mismo siglo.

Primera etapa. En esta primera etapa mencionaremos las aseveraciones de dos pioneros en
la investigación arqueológica venezolana como lo son Gaspar Marcano y Bartolomé Tavera
Acosta.

En su estudio etnográfico realizado en la región de los valles de Aragua y Caracas,


Marcano (1971 [1889]: 107)refiere la imposibilidad de decir con precisión si los petroglifos
fueron realizados por los grupos conquistados por los españoles u otros más antiguos,
proponiendo como única vía para lograr una comprensión en la materia, la realización de
comparaciones de los símbolos con otras regiones americanas.

Por su parte, Tavera Acosta en su trabajo escrito denominado “Los Petroglifos de


Venezuela” (1957), citando opiniones hechas por Luis Oramas publicadas en 1911 donde
señala rocas grabadas entre Tácata, San Casimiro y Güiripa como “vestigios escritos de lo
indios Quiriquires”, señala su oposición puntualizando que dichas inscripciones no son de
“ninguna otra de las tribus que encontraron en América los castellanos de la Conquista”. En
otro apartado de esa misma obra afirma que no fueron los grupos aborígenes americanos los
realizadores del Arte Rupestre, sino culturas más avanzadas (fenicios, asirios, caldeos,
egipcios, etc.) que, ateniéndose a la cronología establecida en La Biblia, tienen presencia en
el continente americano treinta y cuatro siglos antes de la llegada de Cristóbal Colón.

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Segunda etapa. Donde recopilamos consideraciones de investigadores de la talla de Cruxent,
Rouse, Acosta Saignes, entre otros, algunas de las cuales mantienen plena vigencia a pesar
de haber sido expuestas hace más de sesenta años.

Comenzamos con Irving Rouse (1949), quien indica el parecer de haber sido grabados los
petroglifos aún en la misma piedra en distintas etapas y por diferentes grupos, debido a la
frecuencia con que los glifos se amontonan en la roca sin relación aparente. En alusión al
tema, Cruxent (1955) plantea la posibilidad de poder establecer algunos yacimientos de
petroglifos venezolanos en algún horizonte sin alfarería, es decir, en períodos por encima de
cuatro mil años A.P., aunque mantiene la certeza de la existencia de grabados más modernos
o antiguos que otros.

En relación al posible vínculo que pudiera existir entre el Arte Rupestre y el material
cerámico asociado a él, Pericot (1950) pone de manifiesto la temeridad de fechar las pinturas
rupestres europeas por los restos cerámicos encontrados a sus pies, que indicarían, en todo
caso, la ocupación del lugar en esa época con la permanencia de la significación de los
motivos. Por su parte Acosta Saignes (1956) apunta que el estudio de las técnicas de
realización, la diferenciación de estilos y la comparación entre petroglifos de diferentes
regiones, esto último en concordancia con Gaspar Marcano, quizás puedan contribuir al
establecimiento de estratos de grabados y crear series cronológicas.

Finalizando esta etapa haremos mención a las propuestas de Raúl Alvarado Jahn (1958)
acerca del origen desconocido y único de los alineamientos pétreos del yacimiento Piedra
Pintada, aseverando que, si se les atribuye la misma autoría a los realizadores de los
petroglifos, tal vez se afirmaría su elaboración por grupos de una civilización más avanzada de
la encontrada en la época de la conquista.

Tercera etapa. Finalizamos con propuestas de finales de siglo XX, destacando las de Idler y
León, investigadores activos en el Arte Rupestre del Valle de Vigirima.

Hellmuth Straka (1975) le atribuye a los petroglifos venezolanos una antigüedad entre
4.000 y 400 años (imagen 1), realizados por las comunidades aborígenes hasta la llegada de
los conquistadores europeos, incluso durante el primer período de la colonización, como se
comprueba según su opinión en una representación de un animal no autóctono (un burro) en
las cercanías de La Victoria, en la zona centro-norte del país. Igualmente identifica dibujos de
grupos Caribes, más recientes que los de autoría “Aruaco”, la población más antigua, que les
atribuye una data entre setecientos y quinientos años. Entre estas representaciones Caribes,
identifica los rostros o máscaras con cuatro ojos (“Ojos de Caribe”), asociado a la práctica
actual de estos grupos de pintarse en las mejillas dos círculos rojos como protección contra
los malos espíritus (imagen 2).

Omar Idler (1985: 19-20) expone la presunción de períodos en la realización de los


petroglifos del valle del río Vigirima, donde coinciden la etapa de mayor desarrollo con la de
mayor esplendor de la cerámica y la de decadencia marcado por movimientos bélicos, aunque
deja asentado la subjetividad de cualquier intento de fechamiento. Plantea este autor, insigne
investigador del tiempo prehispánico de la región lacustre del Lago, la posibilidad de una etapa

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de pronunciada declinación en la realización de grabados rupestres producto de la invasión de
grupos aborígenes de tendencia guerrera y belicosa que, asentados tardíamente en el
territorio arrasaron a los primigenios pueblos sedentarios, perdiéndose “los genios creadores
de las más bellas expresiones artísticas”.

Imagen 1. Hellmuth Straka en uno de los yacimientos de la región centro-norte del país. Fuente: Straka, 1975.

Imagen 2. Rostro "Ojos de Caribe”, según Straka. Representación fuertemente trazada. Sector La Cumaquita,
municipio San Diego, estado Carabobo.

Jeannine Sujo Volsky (1987: 106) ubica los inicios del Arte Rupestre, al igual que Cruxent,
en períodos anteriores a la cerámica, donde la lítica era el principal medio de comunicación
del hombre con el mundo natural. Hace mención al hallazgo de una piedra con un grabado de
similares características a los observados en Vigirima, en un conchero sin cerámica en la
península de Araya, estado Sucre, excavado por Cruxent y Rouse (1963), donde la datación
arroja fechas de 1.730 a.C. y 1.190 a.C. Asimismo refiere algunas pruebas inconclusas
efectuadas en el Instituto de Investigaciones Científicas (IVIC) en la década de los años 60,

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con el contaje de isótopos de cloro 36 que se internan en las rocas por secuelas de la
meteorización subsiguiente a su grabado (Ibíd.: 104).

Robert Bednarik (1990) hace mención de un método desarrollado por el profesor Ronald I.
Dorn de la Universidad del Estado de Arizona (EE.UU.) llamado de “Análisis del Cociente de
Cationes”, aún en experimentación, según éste el primer sistema analítico de fechar las
pátinas de la roca, sistema excesivamente sensisitivo a cualquier agente perturbador del
ambiente microquímico formado sobre un petroglifo. Plantea este autor que, pensando en los
sofisticados y avanzados métodos que se aplicarán en el futuro con el elemental progreso de
las Ciencias, debe tomarse en cuenta el no permitir que “ninguna sustancia de ninguna clase
se ponga en contacto con el Arte Rupestre”, a los fines de no contaminar y distorsionar los
resultados analíticos que puedan conducir a establecer cronologías absolutas en los grabados
rupestres. Esto supone la aplicación de técnicas de registro que en ningún caso planteen el
resaltado de los surcos con sustancias químicas, naturales o de otra índole.

En la búsqueda de cronologías relativas para los petroglifos de Piedra Pintada, en un


estudio realizado por el Instituto del Patrimonio Cultural (1997: 10) en coordinación con otras
instituciones, partiendo de las similitudes en el estilo de los símbolos con decoraciones
presentes en la artesanía saladoide, barrancoide, dabajuroide, chicoide y taína, de posible
lengua Arawaca, se señala la factibilidad de manufactura de buena parte de los grabados de
ese yacimiento en un período comprendido entre los siglos I y IX d.C. De igual manera Omar
León en conjunción con otros autores (Op. Cit.) establecen relaciones entre el dibujo de los
grabados del yacimiento Piedra Pintada y la Serie Cerámica Barrancoide, proponiendo una
cronología relativa semejante para los estilos El Palito y La Cabrera, correspondientes a esta
Serie, según Sanoja (1979) entre el año 1 y el 700 d.C., con una ocupación y empleo del lugar
por comunidades Valencioides entre los siglos VIII y XVI.

En conclusión, a pesar de los estudios y esfuerzos para contar con métodos eficaces de
datación, lo anterior demuestra el contratiempo en obtener fechas relativamente confiables
para los petroglifos. A grandes rasgos debe considerarse para los inicios de producción de
grabados rupestres en la región lacustre del Lago de Valencia la posibilidad de fechas muy
tempranas. Entre el 1.600 y 600 años a.C. existían ya en el área campamentos de
recolectores-cazadores en proceso de tribalización (Sanoja y Vargas, 1999: 170), con
poblados semi-permanentes e incipientes prácticas agrícolas, en clara asociación con el modo
de vida característico del sitio arqueológico Las Varas, de la región costera del noreste de
Venezuela. Según las evidencias arqueológicas este modo de vida reflejaba la fabricación de
variados instrumentos de piedra, concha y madera, usados en la explotación de los recursos
naturales; y la realización de prácticas ceremoniales asociadas a la producción de figulinas
antropomorfas y biomorfas, así como al uso de sustancias estimulantes (Ibid.: 152, 153).

Pero no cabe duda que la mayor producción de petroglifos y demás Manifestaciones


Rupestres de la Cuenca Tacarigüense se ubica posterior a los inicios de la era cristiana. Los
estudios arqueológicos revelan dos procesos migratorios importantes en este período de
comunidades agroalfareras provenientes de la región orinoquense, conocidos por los estudios
de su cerámica como “Serie Barrancoide” y “Serie Valencioide” (Cruxent y Rouse, Op. Cit.:
306-318). Según Sanoja y Vargas (Ibíd.: 172-185) los modos de vida de estos grupos

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totalmente tribalizados marcaron una significativa evolución en las relaciones sociales, desde
las formas igualitarias de los primeros, de filiación lingüística Arawak, hasta las formas
jerárquicas cacicales de los segundos, iniciada en los alrededores del año 1.000 de nuestra
era, asociada a la macrofamilia lingüística Caribe. Idler (2004: 116-118,124,125) se
contrapone a esta presunción, al proponer una ocupación más tardía de los grupos Caribes y
Caribanos de la región del lago, alrededor de los siglos XIII y XIV d.C., desplazando por la
fuerza a los primigenios Arawaks de sus espacios, aunque no todos, u ocupándolos cuando ya
éstos la habían abandonado, como pudo pasar con los montículos artificiales de tierra de las
orillas del río Aragua y el llano de Guaracarima, en la región oriental de la zona lacustre.

En definitiva, con toda una panorámica de presencia de grupos humanos en la cuenca del
lago de Valencia que se remontan a períodos anteriores a la era cristiana y la inexistencia de
técnicas de datación absoluta, la interrogante principal planteada en el Arte Rupestre de la
región es determinar con exactitud el tiempo de realización de los grabados y la filiación
lingüística de sus creadores, específicamente cuáles son los de autoría Arawak y cuáles los
de procedencia Caribe. Este enfoque conlleva a preguntarse, a sabiendas que ambos grupos
fueron pueblos grabadores de petroglifos, si cada uno de los yacimientos rupestres de la
Cuenca poseen exclusivamente símbolos de una sola de estas parcialidades o si, por el
contrario, se encuentran superpuestos unos con otros, inclusive en una misma roca. En
ambos casos, ¿Cómo determinar los Arawaks? ¿Cómo los Caribes? La sistematización de la
documentación y análisis de los registros de campo son necesarias, colaborando con técnicas
de datación aplicadas en el futuro y herramientas proporcionadas por ciencias y disciplinas
aliadas de la arqueología como la etnología, etnografía, toponimia, lingüística, entre otras, que
permitan desentrañar estas incógnitas.

CAPITULO II

“...Pasó la mano del tiempo y acabó con la civilización antigua, y con los caciques
belicosos que asaltados un día de improviso, por hombres nuevos que habían atravesado el
Océano, lucharon contra el extranjero y se defendieron, y volvieron a luchar para entregarse
exánimes, cuando de ellos, los dueños de la tierra venezolana, no quedó ni hogar, ni
soldados, ni esperanza posible, ante la nube invasora que todo lo cubrió con su mortaja de
sangre. Así pasó; pero quedaron los libros de piedra que no tienen por intérpretes sino las
raíces de los árboles o los musgos y graciosas enredaderas que tienden sus sarmientos sobre
la esculpida superficie, como para recibir con más libertad los voluptuosos besos del sol de
ocaso.”
Arístides Rojas,
1878.

El cerro Las Rosas: ubicación, topografía y geología

El cerro Las Rosas está ubicado en el área nor-occidental de la cuenca del lago de
Valencia, en el Sistema Montañoso de la Cordillera de la Costa, bajo jurisdicción del Parque
Nacional San Esteban, en el municipio Guacara del estado Carabobo. Tiene una altura
máxima de 1.347 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.). Sus laderas están cubiertas por
vegetación sabanera constituidas por chaparros, herbáceas y arbustos, conservando los
márgenes de los arroyos sectores de bosques de galería (Rivas, 1999). Su formación
geológica compete al Cuaternario, delimitado por suelos de formación sedimentaria propios de

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la cuenca del lago, encontrándose rocas con proceso de metamorfismo como las calizas, ricas
en sílice como el cuarzo, y esquistos de mica (León y otros, Op. Cit.).

Yacimientos El Junco y Los Colorados

Se han localizado petroglifos en sectores del cerro Las Rosas y fila La Josefina, en
afloramientos rocosos que abundantemente se localizan, a saber: El Junco y Los Colorados
(motivos de este estudio), La Corona del Rey y Las Mesas (imagen 3). En el sector El Junco, a
una altura aproximada de 1.100 metros sobre el nivel del mar, se localizaron seis piedras con
un total de once grabados, codificados en dos estaciones. Mientras que en el sector Los
Colorados, alrededor de los 760 y 900 metros sobre el nivel del mar, el trabajo de campo
arrojó un total de trece rocas con veintisiete petroglifos, codificados según su dispersión en
cinco estaciones. El tamaño de las rocas trabajadas son de pequeñas dimensiones,
observándose dispersión de los glifos, a excepción de los once diseños encontrados en una
roca del sector Los Colorados. El promedio por roca según los datos obtenidos es de dos
petroglifos.

Imagen 3. Ortofotomapa del cerro Las Rosas con la ubicación de los yacimientos de petroglifos.

Técnicas de ejecución

Los petroglifos fueron realizados en bajo relieve en rocas metamórficas del lugar,
que proporcionaban un sustrato uniforme para el trabajo lítico por percusión y abrasión, con
surcos en su mayoría delgados y poco profundos (imagen 4). Según las hipótesis manejadas,
pudieron efectuarse con instrumentos líticos de cristales de cuarzo, y conchas marinas como
el Strombus gigas (Straka, 1979: 78).

13
En la mayoría de los casos puede observarse en los surcos la percusión o golpeteo, con
un ligero y suave proceso abrasivo, práctica encontrada en los yacimientos aledaños de El
Jengibre (imagen 5), La Cumaquita, Guayabal, Las Mesas, Piedra Pintada y La Corona del
Rey. Esta forma de ejecución se encuentra en ocasiones con grabados de mayor profundidad,
como por ejemplo en el yacimiento Piedra Pintada, y en otras formando parte exclusiva, como
es el caso del yacimiento El Jengibre.

Imagen 4. Diseño del yacimiento Los Colorados, donde se observa el estilo de ejecución característico de este
yacimiento. Foto: Leonardo Páez, año 2002.

La realización de los grabados siguiendo determinadas pautas, en este caso surcos


ligeros y superficiales, pudo haberse practicado en algún período específico por algún grupo
cultural en la Cuenca del lago de Valencia. Esto puede constatarse sobre todo en la pared
rocosa contentiva de quince grafías localizada en la margen derecha de la quebrada El
Jengibre, en el cerro El Corozo, donde la posición casi vertical de este afloramiento ha debido
contribuir a la conservación de los grabados; sin embargo, puede apreciarse la poca
profundidad de los surcos, característica contrastante con los yacimientos contiguos como El
Corozo o La Piedra de los Delgaditos, que sí poseen surcos más profundos y definidos, a
pesar de estar expuestos a los mismos factores causantes de la meteorización.

A este respecto, Omar Idler, en su trabajo “Petroglifos de Tacarigua” (Op. Cit.: 17),
también menciona lo delgado de los surcos y la forma casi vertical de la pared rocosa de los
petroglifos de El Jengibre. En sus observaciones, supone que lo superficial de los petroglifos
no obedece al desgaste erosivo, sino al abandono de este yacimiento sin haber concluido el
proceso de grabado, haciéndose uso de una técnica, suscrita por algunos autores y aún por
demostrar, consistente en la utilización de una “sabia corrosiva” de ciertas plantas de látex que
producía una tenue marca superficial en la roca, apenas pulidas posteriormente con arena
humedecida. Este argumento se basa en la protección contra los factores erosivos dada por el
corte de la piedra, y la comparación en la técnica de ejecución con “todos los glifos de
Vigirima”. Evidentemente, este vanguardista en la investigación del tiempo prehispánico de la

14
Cuenca Tacarigüense, para el momento de la señalada publicación (1985) no tuvo acceso a la
información suministrada por los yacimientos del cerro Las Rosas.

Imagen 5. Diseño rupestre del yacimiento El Jengibre, montañas de Vigirima. Foto: Leonardo Páez, año 2003.
Digitalización: Gustavo Pérez.

Tipos de grabado, motivos y clasificación

El 71% de los grabados están realizados en bajo relieve lineal, mientras que el 23,7%
corresponde a una combinación entre bajo relieve lineal y planar. El 5,3% restante por ser
puntos acoplados no clasifica dentro de los anteriores. Observamos en los motivos el dominio
de líneas curvas, representadas por volutas, círculos y líneas onduladas; las líneas rectas
anguladas, visibles en formas rectangulares y triangulares. Destaca la ausencia del punto y
círculos concéntricos como elemento preponderante. Los espirales se encuentran asociados
al diseño, pero no de manera aislada. De acuerdo a la clasificación por figura dominan las
antropomorfas (47,4%), seguidas de las geométricas (34,2%), zoomorfas (5,3%), antropo-
geométricas (5,3%), zoo-geométricas (2,6%), zoo-antropomorfas (2,6%) y asteromorfas
(2,6%).

Estado de conservación

De un total de 38 diseños estudiados, el 28,9% está fracturado en algunas de sus partes,


a pesar que algunos se avistan a simple vista; el 23,7% se encuentra en óptimo estado,
observándose a simple vista en su conjunto y sin fraccionamiento; el 21,1% posee fuerte
meteorización, y sólo con la aplicación de técnicas de relevamiento y el ojo experto se
obtienen los diseños (imagen 6); el 21,1% está difuso, meteorizado, aunque su observación
para el versado se logra sin mucha dificultad; y el 5,2% contiene irregularidad en la
profundidad e indefinición del surco. A su vez existen rastros de grabados o percutidos
indeterminados que no fueron documentados, al no poder obtenerse formas coherentes. Estos
casos se advierten en LC-I-O2, LC-I-05, LC-II-01, y en rocas de LC-I y EJ-II. Además cabe
destacar que el proceso de registro en estos dos sectores no debe darse por finalizado,
debido a la innumerable existencia de rocas que dificulta la conclusión del trabajo exploratorio.

15
De lo anterior se infiere el terrible deterioro en que se encuentra el patrimonio histórico-
cultural alojado en los sitios de El Junco y Los Colorados. Lo tenue de la mayoría de los
surcos, las pequeñas dimensiones de los soportes rocosos y sus posibles desplazamientos a
futuro, así como los factores naturales y humanos como la meteorización, la intemperie, los
incendios forestales, los actos de vandalismo, entre otros, crean condiciones adversas que
atentan a la conservación y permanencia en el tiempo de los grabados, facilitando su deterioro
o destrucción total.

Imagen 6. Diseño LC-V-01-01 donde se observa el proceso de meteorización. Foto: Leonardo Páez, año 2002.

CAPITULO III

“Todavía no ha nacido ningún Champolión que descifre estos signos; tenemos únicamente
hipótesis de interpretación.”
Hellmuth Straka, 1975.

Análisis y descripción de los diseños

Se evidencia el predominio del rostro humano, ejecutado de múltiples formas (circular,


concéntrico, triangular, oval), en algunos casos sobresaliendo por su tamaño con respecto al
cuerpo, y en otros formando un solo conjunto con apéndices ornamentales. Esta
preponderancia es corriente en la mayoría de los yacimientos del valle y en toda la región
centro-norte venezolana (imagen 7). Hipotéticamente podría identificarse este elemento como
parte integrante de la manifestación simbólica paralela al “culto al cráneo”, denominada
“complejo cefálico”, ambas del área amazónica y otras regiones de América, fenómeno de

16
carácter chamánico donde sus visiones en estado de trance alucinatorio permitían la
contemplación de las fuerzas internas de la cabeza humana (Schobinger, 1997).

Imagen 7. Diseño en rostro antropomorfo de La Corona del Rey. Registro y digitalización: Leonardo Páez.

Sobre el particular, vemos como en las facciones o rasgos de algunos rostros de Los
Colorados se encuentra plasmado un motivo arquetípico presente de manera significativa en
la región centro-norte del país y que algunos autores lo asocian como elemento cultural propio
de los grupos “Valencioides” (Idler, 2004: 120-121). Se trata de la denominada “T amazónica”,
consistente en la representación de la nariz y las cejas unidas en una sola línea, observada a
su vez en los apéndices cerámicos, vasijas efigies y figulinas del territorio Tacarigüense
asociados a este grupo cultural, establecido en el área hacia los siglos VII y VIII provenientes
del Orinoco Medio y emparentados con grupos reconocidos culturalmente con la Tradición
Aruquín (Sanoja y Vargas, Ibíd.: 176).

Asimismo se observa en los yacimientos estudiados los motivos en espiral en forma de


volutas en figuras geométricas, humanas y de animales. Esta representación forma parte del
patrimonio simbólico del aborigen americano y es común su contemplación en el Arte
Rupestre (imagen 8). Al parecer, su significado y uso son múltiples, y varía según el grupo
cultural por él empleado. Para ilustrar lo expuesto, mencionamos las interpretaciones
atribuidas a dos grupos separados geográficamente, como lo son los Guarekenas de la región
amazonense venezolana, y los Huicholes del noroeste de México: En los primeros, el motivo
en espiral encarna la impresión que deja en la arena el caparazón enroscado del botuto,
representando el incesto y señala a las mujeres que por estar vinculadas por una filiación de
tipo unilineal con el hombre, no pueden elegirse como consortes, razón por la cual el individuo
debe casarse fuera de su propio grupo, lo que se conoce como exogamia (González Ñáñez,
1986). En los Huicholes, la cuerda enrollada en forma de espiral en el término del viaje en
búsqueda del peyote (la cactácea sagrada), simboliza la renovación, la limpieza, el
renacimiento, alegoría de la muerte y el renacimiento (Schobinger, Op. Cit.).

De igual manera Weber (1996: 49-50) destaca el uso de la espiral como medio de
comunicación entre los planos subterráneo, terrestre y cósmico, vía que tienen que recorrer
los iniciados en el proceso de cambio hacia los planos más elevados, asentando la

17
variabilidad de significancia de acuerdo al movimiento: De izquierda a derecha estaría
asociado con la vida y lo positivo, mientras que el movimiento contrario a los muertos y a los
dioses malignos. Otra propuesta, atribuida a Fernando Ortiz, estudioso de este símbolo,
refiere su asociación con los huracanes, fenómeno destructor y regenerador de vida (Ibidem).

Imagen 8. Representación de espirales en el yacimiento La Manga, montañas de Vigirima. Registro: Torres Villegas.
Digitalización: Leonardo Páez.

El análisis descriptivo de los diseños arroja como característica principal el equilibrio


proporcionado por la simetría. Distinguen así un rostro o máscara antropomorfa (LC-III-01-01)
trazado en dos líneas curvas concéntricas trianguladas, de vértices redondeados y en forma
de pirámide invertida, con apéndices que finalizan en volutas, pintura facial en las mejillas y
boca y unión de la nariz con las cejas (T amazónica); una figura antropomorfa (LC-I-02-02), la
cual se distingue el rostro circular (desproporcionado con respecto al cuerpo), ataviado
con pintura facial que guarda cierta analogía con un motivo de la isla de Puerto Rico; un
diseño antropomorfo (LC-I-05-01), de cuerpo simétrico, cuerpo en bajo relieve planar y
extremidades estilizadas en forma de volutas; un grabado zoo-geométrico (LC-I-02-03),
semejando un ave en vuelo, muy estilizado y de gran estética, diseño que para la fecha no
guarda semejanzas con otro del Arte Rupestre venezolano; una representación
antropomorfa (EJ-I-02-01), donde se observa muy particular la forma de los ojos de la cual
no se encuentra registro de otro parecido y una figura geométrica (EJ-I-03-01), compuesto por
dos líneas paralelas, tal vez unidas originalmente por uno de sus extremos, finalizando los
otros en grecas, especie singular entre la simbología del valle.

Análisis comparativo de los diseños y motivos

El repertorio iconográfico de estos dos yacimientos sin duda guarda relación con otros de
la Cordillera de la Costa: rostros, grecas, volutas, figuras humanas, pertenecen a las mismas
necesidades de expresión simbólica observadas inclusive en toda la región amazónica y
antillana. No obstante a la uniformidad expresiva, los diseños en sí son representaciones
únicas, bajo el concepto de ser el resultado de la asociación de varios elementos, motivos y

18
figuras, conformando conjuntos complejos (imagen 9). Esta propiedad es directamente
proporcional a la cantidad de elementos y motivos integrantes: mientras más recargado se
encuentre el diseño (puntos, líneas, triángulos, volutas, etc.), más aumenta su particularidad,
teniendo la posibilidad de establecer comparaciones estilísticas, con apoyo del estudio de las
técnicas de realización, que contribuyan a desarrollar propuestas de series cronológicas o
rutas migratorias de pueblos de la misma unificación cultural (Acosta Saignes, Ibíd.).

Imagen 9 y 10. Izquierda: los elementos y motivos de este diseño antropomorfo hacen de él una representación
única. Yacimiento Piedra Pintada, valle de Vigirima. Registro: Leonardo Páez, año 2000. Infografía: Gustavo Pérez.
Derecha: diseño rupestre del yacimiento conocido como La Corona del Rey. Las similitudes con el diseño LC-I-03-
01 son palpables. Registro e infografía: Leonardo Páez.

Imagen 11 y 12. Izquierda: diseño rupestre del yacimiento "Piedra de la Fertilidad", municipio Puerto Cabello,
estado Carabobo. Registro y digitalización: Leonardo Páez, año 2003. Derecha: Diseños rupestres en forma de
vulva del sector Carmen de Uria, estado Vargas. Registro y digitalización: Leonardo Páez, año 2003.

En este caso, las semejanzas despuntan en los yacimientos vecinos, en especial La


Corona del Rey (imagen 10) y la Quebrada El Jengibre, unidas a una misma técnica de
ejecución, deduciendo la realización en un mismo período histórico y grupo étnico. Fuera de la
Cuenca, el análisis comparativo arrojó similitudes en el área del Bum-Bum, Estado Barinas, el
sector El Limón de la parroquia Carayaca, Estado Vargas y en la isla caribeña de Puerto Rico

19
(Cuadro 1). El motivo triangular encontrado en el diseño antropomorfo LC-I-01-01,
representativo del órgano sexual femenino, se encuentra diseminado por toda la región centro-
norte del país, como diseño o formando parte de él, y en la mayoría de los casos
acompañados de líneas y/o puntos acoplados (imagen 11 y 12). Fuera de esta área, la
investigación mostró presencia en los Estados Táchira, en San Juan de Colón y Lobatera, y
Bolívar, en La Urbana, en el Orinoco Medio (cuadro 2).

20
CAPITULO IV

“De todos los documentos arqueológicos, probablemente los que están en mayor peligro de
alteración o destrucción son las representaciones rupestres, porque en su gran mayoría están al
aire libre y por lo tanto, expuestas, sin protección alguna. O sea, desprotegidas tanto frente a las
vicisitudes e inclemencias de los agentes atmosféricos y telúricos, como a los daños que le pueden
ocasionar las personas no o mal informadas.”
Elisenda Coladán, 2000.

La meteorización, el hombre y la conservación del Arte Rupestre

Los petroglifos, dado que han sido realizados en las capas superficiales de las
rocas, están expuestos a sufrir la degradación originada por los procesos causantes de la
meteorización. Esta desintegración física y química es el resultado de la acción combinada de
varios factores, como el calor, el frío, los gases, el agua, el viento, la gravedad y la vida
vegetal y animal, en continua actuación, desgastando y destruyendo las rocas de la corteza
terrestre (Microsoft Corporation, 2001).

La meteorización física deriva de los cambios de temperatura, que ensanchan y estrechan


las rocas alternativamente, causando porciones menudas, división en escamas y una
laminación de las capas exteriores. La meteorización química varía la estructura original de las
rocas de diferentes maneras, como por ejemplo disolviendo sustancias inorgánicas en
contacto con el agua, o por los líquenes que extraen nutrientes solubles y hierro de sus
minerales originales (Ibidem).

La presencia de líquenes es uno de los principales motivos de meteorización orgánica,


producto de la acción de algunos organismos vivos: A través de un complejo proceso causan
el desgaste del sustrato con la ruptura mecánica y la alteración de rocas y minerales
produciendo partes menores que las del material original (Strecker y Taboada, 1995).

Paralelo a este proceso, se desarrolla la interferencia humana, considerada el principal


factor de destrucción: La ganadería, los incendios forestales, cazadores de tesoros, la
agricultura, el crecimiento de la población y/o las actividades destructivas en la
documentación, interfieren directamente todo intento de conservación de restos arqueológicos
en general. La conservación y defensa de Los Colorados y El Junco, así como las decenas de
sitios de Arte Rupestre de la Cuenca Tacarigüense está signada por la concienciación
comunitaria sobre la importancia de este legado histórico, y sobre todo de la sensibilización y
optimización del trabajo de las instituciones del Estado que les compete directamente los
asuntos patrimoniales de la Nación.

Los incendios forestales: enemigos del patrimonio

Lamentablemente, la mayoría de los yacimientos de Petroglifos del valle de Vigirima se


encuentran en áreas donde están expuestos a las altas temperaturas producto de los
incendios. Dicho fenómeno se ha convertido en uno de los problemas más agudos
presentados durante la época de sequía en el Parque Nacional San Esteban. En su mayoría
son provocados por la intervención del hombre (el 97% de los casos son descuidos humanos)

21
ya sea por la quema intencional para la fertilización de los suelos agrícolas, negligencia o
accidente. El choque térmico produce el resquebrajamiento y desgaste del material
rocoso, generando la pérdida irreparable del trabajo lítico que las culturas aborígenes nos
obsequiaron como signo de su presencia y dominio en estas tierras.

Imagen 13. Incendio en los Alineamientos Pétreos del yacimiento Piedra Pintada, ocurrido en el año 2001. Foto:
Leonardo Páez.

El Parque Nacional San Esteban posee en todo su ámbito territorial innumerables


yacimientos de Arte Rupestre, siendo uno de los reservorios más importantes a nivel nacional.
La problemática de preservación de este patrimonio cultural tiene en los incendios uno de sus
principales enemigos. Los Yacimientos más afectados del área del valle del río Vigirima son
La Corona del Rey, Quebrada El Jengibre, La Piedra de los Delgaditos, La Manga, y las
estaciones 4 y 5 del Parque Arqueológico Piedra Pintada (imagen 13).

Se hace indispensable la creación y ejecución de proyectos a corto, mediano y largo


plazo. Es indudable que la labor, por demás loable, de instituciones como Inparques
y Fundaincendios, son insuficientes para combatir la problemática. Nos permitimos sugerir la
creación de “Brigadas Arqueológicas Municipales”, integradas por miembros de la comunidad
adiestradas en lo referente al rescate, registro, mantenimiento, conservación y difusión del
Arte Rupestre. Al tener presencia permanente en los yacimientos, no solamente los
protegerían de los incendios, sino de los demás factores que atentan en su contra, sean
naturales o humanos. A su vez, campañas de concientización son necesarias para disminuir
porcentualmente la cantidad de incendios producidos. Trabajar con la comunidad es un
elemento vital a la hora de desarrollar una campaña de prevención.

CAPITULO V

“La tarea urgente para el estudio de los petroglifos es la de poseer publicadas suficientes
colecciones fidedignas que nos permitan realizar comparaciones.(...)La primera tarea ha de ser la
clasificación, desde diversos puntos de vista; la segunda, el estudio de las relaciones entre zonas

22
contiguas; la tercera, el análisis de posibles relaciones entre zonas alejadas en América. Después
podrán venir nuevos modos de ver, por ahora impredictibles.”
Miguel Acosta Saignes, 1956.

PETROGLIFOS DE LOS COLORADOS

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PETROGLIFOS DE EL JUNCO

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A manera de conclusión

Se evidencia el uso y ocupación de los yacimientos estudiados por un mismo grupo cultural
en un período histórico específico, debido a la uniformidad en la ejecución que sumado a
similitudes en el diseño, se vinculan con los yacimientos aledaños de El Jengibre y La Corona
del Rey. A su vez, el empleo de estos lugares en otro contexto se comprueba al haber
grabados con otras características, como es el caso de LC-III-01-01.

Se propone por tanto un estilo de ejecución de los grabados, de surcos delgados y poco
profundos, efectuados con la técnica de percusión, sin ningún proceso abrasivo. Dicha
aseveración se constata principalmente en el panel vertical de la quebrada El Jengibre,
poseedor de estas características a pesar del grado de inclinación que ciertamente ha servido
de protección contra los agentes erosivos. La observancia de grabados en el valle del río
Vigirima de surcos de mayor profundidad y mejor acabados, obtenidos mediante la aplicación
de técnicas abrasivas posterior al inicial percutido y suavizado con arena y agua, u otros
donde solamente se valieron de la percusión y abrasión, hace entrever los diferentes períodos
y grupos culturales que trabajaron la roca, plasmando los símbolos de su repertorio
iconográfico.

Se aprecia en estos yacimientos la preponderancia de la figura humana, en rostro o cuerpo


entero y asociadas a volutas, líneas curvas anguladas, ausencia de diseños en espiral y
círculos concéntricos, con poca presencia de puntos acoplados. La presencia de la “T
amazónica” en algunos rostros antropomorfos, siguiendo la propuesta de Idler, indicaría su
autoría a los grupos valencioides, con una data no mayor a 1.200 años.

La posibilidad de plantear horizontes estilísticos, en base al estudio comparativo de las


técnicas de realización en lugares fuera de la región con similitudes en motivos y diseños, es
un desafío para futuras investigaciones.

El 76% de los petroglifos estudiados se encuentran en indudable deterioro, lo que pone de


manifiesto la urgencia de una intervención directa a los fines de preservar estos yacimientos
contra factores humanos y ambientales. El abocamiento por parte de comunidades
organizadas e instituciones gubernamentales, con apoyo de otras instancias sociales, en las
labores de defensa de las decenas de sitios de Arte Rupestre de la Cuenca Tacarigüense, es
una tarea urgente que no resiste aplazamiento so pena de perderse irremediablemente esta
herencia cultural dejada por los antiguos habitantes de este territorio y los ingentes beneficios
en el mejoramiento de la calidad de vida que desde diferentes enfoques podrían aportar.

Todos los sitios de Arte Rupestre del Valle del río Vigirima se encuentran desamparados,
expuestos a sufrir deterioro por factores humanos, los más perjudiciales. La premisa para la
conservación y difusión de este invaluable legado es estar al tanto de su existencia, el
conocimiento y entendimiento de la historia que representan y su significancia como elemento
de nuestra identidad. De allí que el registro y sistematización de los yacimientos y su
documentación sea el primer paso en su defensa, adquiriendo las bases elementales que
permitan avanzar hacia el proceso comunitario de empoderamiento del patrimonio.

42
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