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CONCEPTO|S E HISTORIA|S
Blog de historia y teoría

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3 1 / 0 3 / 2 0 1 8 P O R V L A D I M I R LÓ P E Z A LCA Ñ I Z

Una lección de historia


El historiador estadounidense Timothy Snyder ha escrito un libro que
deberían leer todos los estudiantes de secundaria ―y el hispanista Stanley
G. Payne―. Se trata de un texto breve y sencillo, muy sencillo que desgrana
veinte lecciones del siglo veinte para pensar y actuar en nuestro tiempo. El
autor se inscribe en esa tradición cultural de Occidente que consiste en
revisar el pasado cuando el orden político del presente está en peligro,
convencido de que «la historia no se repite, pero sí alecciona» ―una
a rmación que, tristemente, debemos completar con esa otra de Ingeborg
Bachman según la cual «la historia enseña, pero no tiene alumnos».

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A lo primero que nos invita Snyder es a no dar nada por sentado, pues la
historia europea del siglo pasado «nos enseña que las sociedades pueden
quebrarse, las democracias pueden caer, la ética puede venirse abajo», la
tiranía puede regresar. Esta caución prudencial debería presidir la tarea del
historiador no solo en el escritorio, sino también como ciudadano. No
siempre lo hace. El ejemplo de Payne es aleccionador: «Me di cuenta
―confesó sin rubor― de que podía votar a Trump, porque si hace algo
perjudicial para el país, lo destituirán». Ya ha pasado un año.

Si la historia tiene un sentido, este es el de precavernos ante la


naturalización de las cosas y ayudarnos a no ser ni impacientes ni
absolutos. O, dicho con la concisión de Fredric Jameson, la historia nos
enseña a historizar siempre. El resto es dogma.

Sumerjámonos ya en el siglo veinte. La primera lección que debemos


aprender es no obedecer por anticipado, pues en el pasado el autoritarismo
se ha nutrido en cierta medida del poder que se le ha otorgado libremente.
No pocos han optado por la claudicación preventiva ante la opresión, la
censura, la discriminación y el asalto a los derechos y libertades. En
segundo lugar, debemos valorar las instituciones, hacerlas nuestras y
defenderlas. «Los partidos que rehicieron estados y eliminaron a sus rivales
no fueron omnipotentes desde el principio». En ocasiones, el odio a la
política pluralista ha sido el germen de la dictadura de partido único. Esa es
la tercera lección.

La cuarta concierne al reparto de lo sensible. «Los símbolos de hoy hacen


posible la realidad de mañana». Por eso conviene asegurarse que, al
ostentar alguno, este incluya a todos los conciudadanos en lugar de
excluirlos ―una enseñanza que no deberíamos olvidar nunca, aquí y
ahora―. Los distintivos públicos, los signos visibles ―como antaño las
esvásticas o las estrellas amarillas― también apuntalan la tiranía. Esta,
además, precisa de trabajadores obedientes: funcionarios, abogados,
jueces, profesores, policías. Cuando nos encontramos ante una situación
excepcional, es equivocado e inmoral «limitarse a cumplir órdenes». Si uno
tiene que portar armas como servidor público, «debe estar dispuesto a
decir que no»; si las armas llegan a fuerzas paramilitares, el nal está cerca.

Desmarcarse del resto es la octava lección. Sin la incomodidad de la


diferencia, no hay libertad. Cuando alguien rompe el hechizo del statu quo,
otros vendrán detrás. Así le ocurrió a Rosa Parks, que se levantó
sentándose en un autobús de Montgomery, Alabama, en diciembre de
1955. En noveno lugar, hay que tratar bien la lengua. Si nos conformamos
con las palabras de los políticos y los medios para describir la realidad, nos
hurtamos un marco de comprensión más amplio. «Poseer ese marco
requiere más conceptos, y disponer de más conceptos exige leer». En el
mismo sentido, «renunciar a los hechos es renunciar a la libertad». Cuando
dejamos de distinguir entre lo que oímos y lo que queremos oír, vamos
camino de la servidumbre. Ser hostil a los hechos veri cables, dejarse
encantar por las palabras conmovedoras, aceptar los prejuicios y los
estereotipos y mostrar indiferencia ante las contradicciones son formas de
asesinar la verdad. Y, según Snyder, «la posverdad es el prefascismo».

La undécima lección es la necesidad de investigar. Debemos hacernos


responsables de la información que consumimos y difundimos y averiguar
por nuestra cuenta su veracidad. Así descubriremos, además, que los
líderes que no aman a los investigadores son tiranos en potencia. Las
cuatro lecciones siguientes tienen que ver con el cuerpo y la vida cotidiana.
Tenemos que consolidar una vida privada y mostrar respeto por la
intimidad ajena; cuando el chismorreo nos distrae del acontecimiento, la
democracia se tambalea. Asimismo, tenemos que «estar al tanto del paisaje
psicológico» que nos rodea y salir a la calle, hacer amistades nuevas,
manifestarnos. También, si podemos, conocer gente de otros países y
confrontarnos con otras visiones del mundo. Si nuestras emociones se
diluyen en el sillón o ante la pantalla, jamás ofreceremos resistencia.

Contribuir activamente a las causas que nos importen y que expresen


nuestra forma de entender la vida es la decimosexta lección. Fortalecer la
sociedad civil nos previene del abuso de poder. Y hay otro abuso frente al
que también tenemos que permanecer alerta: el de las palabras
infamantes, como extremista o terrorista. Cuando los políticos hablan de
extremistas, a veces solo pretenden marginar a quienes no son de su
corriente; cuando aseguran que solo podemos alcanzar más seguridad a
costa de la libertad, «están intentando negarnos ambas». La decimoctava
lección es mantener la calma cuando ocurra lo impensable, toda vez que «la
tiranía moderna es la gestión del terror», esto es, la utilización de atentados
terroristas o de otras catástrofes para minar la democracia. La penúltima
lección es, quizá controvertidamente, ser patriota, que Snyder distingue de
ser nacionalista. «Un nacionalista nos anima a ser la peor versión de
nosotros mismos, y después nos dice que somos los mejores»; «un patriota
quiere que la nación esté a la altura de sus ideales, lo que implica pedirnos
que seamos la mejor versión de nosotros mismos».

La última lección es ser valiente. Eso es exactamente lo que le pidió Leone


Ginzburg a su mujer Natalia en la carta que le escribió antes de morir a
manos de los nazis. «Sé valiente». ¿Qué quiere decir eso? Primero, claro,
combatir la tiranía, como hizo Leone al negarse a rmar una declaración de
lealtad a Mussolini y unirse a la resistencia. Pero también tener el valor para
«conquistar, no a los otros, sino a uno mismo; el valor para ser sabios y
justos, para cultivar nuestra alma», como sostiene Rob Riemen.
Para renovar nuestro compromiso con la libertad, concluye Snyder, es
preciso que restablezcamos nuestro sentido del tiempo. No podemos
seguir aceptando la política de la inevitabilidad, que nos dicta que la historia
es de dirección única y que «no hay alternativa». Zygmunt Bauman y
Leonidas Donskis llamaron a esta prédica tan thatcheriana «maldad
líquida». Tampoco podemos seguir amparándonos en la política de la
eternidad. El desprecio de la historicidad y la miti cación del pasado nos
impedirán pensar en futuros posibles.

En de nitiva, nos advierte Snyder, si no empezamos a hacer historia, los


políticos la destruirán. Y, para hacer historia, tenemos que aprender de ella.

   

D E M O C R AC I A , H I S TO R I A D O R E S , N U E S T R O P R E S E N T E , T I M OT H Y S N Y D E R ,
TIRANÍA

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