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CAPÍTULO IV

EL DEBUT DEL SERVICIO SOCIAL CHILENO EN EL MUNDO POPULAR


TIEMPOS DE MODERNIZACIÓN Y CRISIS. 1925-1935

1. La incorporación de la visitadora social


a las instituciones privadas y públicas
“La Escuela de Servicio Social... (forma) las falanges salvadoras de la sociedad
con un espíritu apostólico, que las hace llegar alegremente hasta los antros mis-
mos en que se debate nuestro pueblo en medio de miserias físicas y morales de
todas clases. Ella nos dará a conocer los métodos de que se vale para ir operando
en las clases populares esa re-educación de los hábitos y de las costumbres que les
permiten elevar el nivel general de su vida, disfrutar del hogar, paladear las exce-
lencias de la virtud, en lo moral y de la higiene, el orden y el aseo en lo físico”551.
En casi todos los campos institucionales donde el Servicio Social comenzó a tra-
bajar en forma sistemática, su presencia constituyó una innovación dentro de una
continuidad ya desarrollada por otros agentes civiles preexistentes, tales como las
“señoras”, matronas y enfermeras. Así, a pesar de que en la mayoría de estos espa-
cios asistenciales ella se sumará, continuará y ampliará la labor de estas otras agentes
femeninas que, de una u otra manera realizaban tareas de mediación entre el pueblo
y las instituciones, la visitadora social será, al mismo tiempo, un elemento disconti-
nuo y, para muchas, un elemento perturbador de la “propiedad” de un determinado
territorio de intervención social. En casi todas partes, y ante la mirada a veces sospe-
chosa de “señoras”, monjas y enfermeras, la visitadora tuvo que “conquistar” su
lugar, convencer acerca de su legitimidad profesional, de su “utilidad” social. Com-
petencia natural en un momento de emergencia de esta nueva intervención social
femenina que se hace a nombre de “otros” principios, llamados claramente a servir
de recambio o al menos de complemento moderno de los anteriores, tildados de
tradicionales y, hasta cierto punto, descalificados por obsoletos.
La novedad de su presencia se manifestaba a través su uniforme de “monja
laica” portando cuadernos con su “encuesta” bajo el brazo, irradiando un peculiar

551
El Diario Ilustrado, 5 septiembre, 1927.

295
profesionalismo; así como a través de su dedicación remunerada y su pertenencia
a una red institucional propia y autónoma cual era la Escuela de Servicio Social, la
que, a su vez, pertenecía a otras redes institucionales nacionales e internaciona-
les. Históricamente, la novedad de su presencia e intervención se puede distinguir
también por el hecho de que, en función de su trabajo y formación, las asistentes
sociales comenzarán a producir una nueva y mayor cantidad de escritos que si-
guen una metodología específica (“científica”), en los cuales estampan sus
“conocimientos” extraídos de su visión de lo real-popular emanada de su contacto
directo con ese mundo. De modo que ellas articulan el modelo y el método de las
metrópolis científicas y la observación del “objeto” local, produciendo como re-
sultado un saber genuino chileno y latinoamericano escrito en lengua femenina.
Esto nos permite plantear que estamos frente a una intervención social localmente
textualizada, es decir, formalizada desde el punto de vista de su propia construc-
ción cultural en Chile. Esto se da especialmente a partir de los años 1927 adelante,
momento que marca la puesta en acción y labor de la primera generación de asis-
tentes sociales diplomadas de la Escuela de Servicio Social de la Junta de Beneficencia,
hecho que coincide con la asunción al poder del presidente Carlos Ibáñez, impul-
sor de una política de represión, disciplinamiento e intervención social desde arriba.
El objetivo central de este capítulo es seguir los pasos de las primeras Visitado-
ras Sociales chilenas a través de los distintos ámbitos del espacio institucional
asistencial y del mundo popular, tanto en el espacio urbano, en faenas y fábricas,
como en el espacio rural. Al mismo tiempo, el objetivo más importante de esta
parte de nuestro estudio es recoger sus primeros escritos que hablan de su expe-
riencia y especialmente de su “mirada sobre lo real-popular”. Por último nos
interesa visualizar los mecanismos de su intervención sobre los pobres en vista de
la posible producción de un cambio de su situación anterior. Al respecto, conside-
ro que es necesario historizar este concepto de “intervención”: este será ahora
inseparable del carácter que asume la asistencia social profesional a través de sus
agentes visitadoras ante los distintos desafíos y momentos históricos.
Tratar estos temas y problemas del servicio social pionero en América Latina
será nuestro objetivo en esta parte de nuestro estudio. Este se hará consideran-
do los cruciales momentos históricos que atravesó el país y el mundo en la década
de 1930: colapso económico, polarización ideológica, formación de nuevos parti-
dos y recomposición del movimiento obrero hacia la segunda mitad de la década,
con una fuerte impronta de autonomía política; junto a una profundización de la
reforma legislativa y una mayor diseminación del Servicio Social hacia todos los
campos del mundo del trabajo. La tempestad económica y la agitación política
contribuyeron a dar auge al servicio social y a articularlo con los desafíos histó-
ricos que enfrentaba la sociedad civil y los gobernantes de la hora, consolidando

296
y explicitando muy claramente “el uso político del género femenino” para fines
de orden político, ideológico, estatal y socioestructural.

a) El campo laboral de las primeras visitadoras sociales profesionales


Puestos habidos por las visitadoras sociales de la
Escuela de Servicio Social de la Junta de Beneficencia 1925-1932552

Instituciones Años
1925-26 1927 1928 1929 1930 1931 1932
Hospitales de la Junta
de Beneficencia 3 7 13 16 16 27 28
Asistencia Pública
de la J. de B. 1 4 2 3 3 3 3
Escuela de Servicio
Social (J. de B.) 1 1 2 3 3 3 4
Gotas de Leche (P.N.I.) 6 11 11 12 12 12 12
Asilo Maternal (P.N.I.) 1
Maternidades 1 2 2 5 6 6 6
Hogares 1 3 1 1 1
553
Settlement 1 1 1
Dirección General de Sanidad 1 1
Ferrocarriles 1 2
Seguro Obligatorio 3 3 6 5 8 9 10
Servicio Médico Escolar 5
Industrias 1 1 3 3 2 1

552
Cuadro confeccionado en base a la información del empleo anual de las visitadoras sociales
egresadas de la Escuela de Servicio Social de la Junta de Beneficencia, entregada por Madame
Leo de Bray, en su artículo “El desarrollo del Servicio Social en Chile”, en Servicio Social, Año V,
junio-sept., 1932, Nº 2 y 3, pp. 195-206.
553
Obra social creada por un grupo de filántropos anexa a la parroquia de Andacollo y cuyo objetivo
era la educación post-escolar.

297
Instituciones Años
1925-26 1927 1928 1929 1930 1931 1932
Escuela de Reforma 1
Municipalidad 1 1 1
Asilos 3 6 7 6 7
Instituto de Salud Escolar 12
Instituto Pedagógico 1 1 1
Casa de Menores 5 5 6
Escuelas Normales 4 4
Escuelas Experimentales 2 2
Instituto Bacteriológico 1
Caja de Crédito Popular 1 2 1
Depto. de Previsión Social 1 1 1
Instituto Nacional del Radio 1 1
Casa de Menores 5
Oficina Central Socorro Cesantes 12 12
Depto. de la Habitación 1 6
Dirección Gral. de Carabineros 2 2
Dirección Gral. de Prisiones 2 2
Servicio Social del Ejército 1
Inspección del Trabajo Femenino 1
Of. de Servicio Social
(Inspecc. Gral. del Trab.) 1
Presidencia de la República 1
Settlement de la Escuela de S.S. 1
Bolsa de Trabajo 1
TOTALES 22 42 54 67 73 97 109

298
El cuadro anterior nos muestra, en primer lugar, la progresiva “penetración del
servicio social en el dominio de la Asistencia Social chilena”554, el cual va “con-
quistando” una gran diversidad de instituciones a la lógica de su labor. Es posible
identificar la presencia de un núcleo básico de “uso” y acogida del servicio social
profesional pionero en el país, dado por las instituciones asistenciales de salud:
hospitales, Gotas de Leche, maternidades, policlínicas del Seguro Obrero, Direc-
ción General de Sanidad, etc.
Especialmente relevante es su participación en Gotas de Leche y Hospitales (9
visitadoras en ambos servicios en 1925-26 y 40 visitadoras en 1932555), como una
clara expresión del objetivo original del servicio social de conectar y conducir al
pueblo hacia las instituciones asistenciales de cuidado de su cuerpo como curación y
prevención, inspiradas en las modernas doctrinas anteriormente expuestas. Estas
instituciones de salud, que atendían diariamente cientos de personas y cuerpos po-
pulares, eran ciegas sin la visitadora que acudía a mirar y “saber” del pueblo en su
“lugar real”; eran sordas sin la visitadora que acudía a escuchar al pueblo en su
necesidad; se hacían incomprensibles sin las visitadoras que traducían el lenguaje
científico médico al pueblo; eran ineficaces si la visitadora no vigilaba los pasos del
cuidado de las prescripciones de su tratamiento. Ellas eran, sin duda, las correas de
transmisión entre pueblo y las instituciones de salud que los “trataban”. Y no es raro
que se integraran de inmediato las primeras asistentes sociales graduadas a las Go-
tas de Leche, por cuanto venían a continuar la función de la “visitación” que hacían
las señoras y que cada día era más difícil de mantener en forma sistemática.
Al núcleo central se van incorporando, en una segunda etapa, nuevas institu-
ciones que se sirven del servicio social, así como también, en forma bastante tímida,
algunas industrias. Destaca el interés y la incorporación del servicio social que se
da en el ámbito educacional, en sus diversas expresiones. “Bajo la iniciativa de un
grupo de médicos, pediatras en general, el Ministerio de Educación Pública funda
el Instituto de Salud Escolar, a cuyo servicio el doctor Cienfuegos presta el apoyo de
su talento y de su entusiasmo, rodeado de una pléyade de médicos jóvenes anima-
dos todos de un verdadero fuego sagrado” 556. Veintiún mil niños de las escuelas

554
Ibid., p. 201.
555
Aunque hay que hacer notar que estas cifras de contratación de visitadoras deben calibrarse en
relación a la gran cantidad de asistidos que había que atender. Una visitadora se hacía cargo de
200 familias inscritas en una Gota de Leche, lo cual nos da la medida de lo selectivo que tenía que
ser su trabajo. Por otra parte, existían 4.000 camas en los hospitales del país, lo que nos habla del
mismo problema de escasez de cobertura (datos aportados por ibid., pp. 198-199). De ahí la impor-
tancia de la “encuesta”: el instrumento de información básica de la población asistida en su
totalidad.
556
Ibid., p. 198.

299
públicas, seriamente vulnerados en su salud y víctimas de la pobreza y la desinte-
gración familiar 557, van a ser examinados por los médicos y son objeto de
seguimiento por parte de las visitadoras sociales contratadas que llegarán hasta
sus hogares a “saber” acerca de su situación y a conectar la escuela y la casa,
intentando vigilar su tratamiento médico y sustraer a los niños del ausentismo
escolar, de la vagancia callejera y laboral o simplemente del abandono 558.
La directora de la Escuela de Servicio Social, Madame Leo de Bray, destaca dos
hechos ocurridos el año 1929 en el campo de la difusión y consolidación del servi-
cio social en el país. Uno de ellos se refiere a la organización que hizo dicha Directora
de “una jira de conferencias en todas las ciudades del sur de Chile, desde Valpa-
raíso hasta Puerto Montt, con el fin de hacer conocer el objeto del Servicio y el
papel de la Escuela en esas regiones, para que niñas de provincias vengan a hacer
sus estudios a Santiago, para ejercer después su profesión en su ciudad natal. En
efecto”, agrega, “ha sido siempre difícil decidir a las santiaguinas a dejar sus fa-
milias y su medio ambiente, para aceptar empleos en provincias y el efecto de esta
centralización es naturalmente un cierto abandono de las obras de asistencia fue-
ra de la capital”. Y señalaba la buena acogida que les habían brindado las
autoridades provinciales, lo cual se había expresado –algunas santiaguinas desde
ya habían decidido partir–, ese mismo año, en la extensión del servicio social fuera
de la capital: “Concepción (Hospital), Chillán (Escuela Normal), Antofagasta (Se-
guro Obligatorio), Valparaíso (Hospital y Tribunales de Menores), Viña del Mar
(Refinería de Azúcar) y Lota (minas de carbón)”559.
El otro hecho importante había ocurrido en el ámbito de las relaciones de las
Gotas de Leche y el Servicio Social. “El Patronato Nacional de la Infancia da un
gran paso en la unificación, la coordinación, encargando a una visitadora social
Jefe la dirección técnica de sus servicios sociales en las Gotas de Leche”560. De este
modo, se sellaba una decisiva alianza entre la más antigua de las instituciones
asistenciales civiles del siglo XX y el servicio social profesional, en vista de la
modernización –denominada “tecnificación– de su acción, definida en los nuevos
términos “científicos” de la asistencialidad social.
Podemos identificar una tercera etapa que está claramente marcada por la cri-
sis de 1930-31, donde predomina el servicio social trabajando en torno al auxilio

557
Sobre este tema ver M. Angélica Illanes, Ausente, señorita. El niño-chileno, la escuela para pobres y
el auxilio. Chile, 1890-1990. Ediciones del Ministerio de Educación (JUNAEB), Santiago, 1992.
558
“Desgraciadamente, después de seis meses de trabajo, el Instituto de Salud Escolar fue suprimi-
do para realizar las economías exigidas por el Estado de las finanzas públicas”. Ibid., p. 198.
559
Ibid., p. 200.
560
Ibid.

300
de los cesantes, especialmente a partir de la segunda mitad del año 1931, coyuntu-
ra en que las visitadoras sociales jugaron un papel central, sirviendo de principal
soporte de la acción del Estado en el campo del auxilio a los pobres y desemplea-
dos. Tanto los Centros de distribución de víveres como el tenso proceso de
organización de la población necesitada en torno a dichos Centros y, en general,
casi todas las tareas de trabajo directo con la miseria –como veremos más adelan-
te–, fue labor de las visitadoras, que se volcaron en masa a paliar la emergencia.
La estrecha relación Estado-visitadoras se expresó, asimismo, durante esta fase
crítica, en la colaboración de estas últimas en la Caja de Crédito Popular, institución
del Estado. Hasta el gobierno de Montero, dicha Caja contrató una visitadora que
tuvo como tarea “ayudar especialmente a las obreras a domicilio, prestándoles las
numerosas máquinas dejadas en prenda. Este préstamo está ligado a condiciones
de ahorros para la compra de la máquina, de control ejercido por la visitadora
social y del apoyo prestado por ella en las interesadas en todas sus dificultades” 561.
Con el derrocamiento de Montero y el advenimiento de la República Socialista
(junio 1932), todas las máquinas e instrumentos de trabajo fueron simplemente
devueltas a sus dueños, tarea en la cual –como veremos en su oportunidad– las
visitadoras jugaron también un rol central. La crisis sellaba una alianza entre Ser-
vicio Social profesional y Estado, la cual habría de perdurar, en la medida que –a
partir de la crisis del 30– las políticas de intervención sobre las condiciones de
vida del pueblo irán definiendo, en buena medida, el carácter del Estado.
Efectivamente, esta alianza Estado-Servicio Social se expresará en el hecho
históricamente muy significativo de que “la Dirección General de Beneficencia y Asis-
tencia Social decide unificar sus servicios y reunir bajo la dirección de una Jefa de
la Sección Servicio Social todas las actividades pertenecientes a esta categoría.
Treinta y dos visitadoras sociales aprovechan, así, la ventaja de tener por jefe una
especialista en la materia, que las guía, las alienta y estimula a mejorar su trabajo
y las defiende si se presenta la ocasión. Desde el principio del funcionamiento de
esta sección nueva, se dibuja en los servicios que de ella dependen, un marcado
progreso”562. A través de este acto no solo se estaba legitimando el servicio social a
nivel de los servicios asistenciales públicos, sino que se le estaba otorgando un
espacio de poder autónomo dentro de dicho aparato de intervención social.
Tal como se aprecia en el cuadro, otras reparticiones del Estado continuarán
abriendo sus puertas al Servicio Social profesional. Es el caso de la Inspección
General del Trabajo: tres departamentos bajo su dependencia contratarán visita-
doras: la “Inspección del Trabajo Femenino”, la “Bolsa del Trabajo” y la Oficina

561
Ibid., p. 202.
562
Ibid., p. 204.

301
del Inspector General que instala una “Oficina de Asistencia Social” de casos
individuales. Por último, siguiendo una línea ascendente en el poder del Estado,
una visitadora social es agregada a la Presidencia de la República (gobierno del
Sr. Montero)563.
Finalmente, es en este momento cuando simultáneamente entra el Servicio
Social a todas las ramas de las Fuerzas Armadas. ¿Alguna intencionalidad neu-
tralizadora del descontento, de la tentación rebelde? Posiblemente. En los
hechos, la mano benefactora del Estado, a través de sus visitadoras sociales, se
hizo presente en el seno de sus filas.
En suma, estamos en presencia de un fenómeno de progresiva validación del
servicio social en Chile, legitimándose esta rama de trabajo profesional femenino
que, inicialmente se desenvuelve en el terreno de las instituciones de salud popu-
lar, continuando por ámbitos institucionales diversos (tradicionales y nuevos)
interesados en la indagación e intervención sobre las condiciones de sobreviven-
cia del pueblo, hasta culminar, durante la crisis de 1930, en las distintas esferas
del Estado. Por su parte, el Servicio Social comenzará a introducirse progresiva-
mente en las industrias y fábricas, realizando una intervención social específica,
intentando re-armonizar directamente las relaciones entre el trabajo y el capital.
Hacia el final del período de nuestro estudio, tal como veremos, las visitadoras
sociales serán enviadas al mundo rural, realizando un contacto directo con el
campesinado y develando, a través un discurso bastante crítico, sus miserables
condiciones de vida.
Este proceso de creciente “necesidad” del Servicio Social nos muestra la im-
portancia que está adquiriendo la presencia del “pueblo” como categoría
sociopolítica y, por lo mismo, la utilidad de un trabajo femenino que “está forma-
do” para intervenir directamente en este, sobre la base de su función mediadora.
Se trata, pues, de un “uso político del género femenino” de esta rama profesional,
llamado a ejercer un importante papel en la coyuntura de la máxima crisis del
orden social capitalista.
Si bien la visitadora social va a abrir campos nuevos de intervención político-
social, especialmente en el campo previsional y laboral obrero, ella va a continuar la
línea de la acción desarrollada por las señoras de “sociedad”, quienes, desde princi-
pios de siglo, han sido fieles colaboradoras de la ciencia médica, especialmente en
el campo de la puericultura. Ella va a seguir construyendo, pero a escala ampliada,
la reorganización popular en vista de una mayor salud, bienestar y productividad
social del sistema en su conjunto.

563
Ibid., pp. 205-206.

302
b) La visitadora social en un espacio tradicional asistencial privado: El Pa-
tronato Nacional de la Infancia y las Gotas de Leche
El Patronato entra de lleno a figurar como nuestra principal obra de protección
abierta y como tal desempeña una labor eficiente a todas luces564.
Uno de los vagones del antiguo tren asistencial eran las Gotas de Leche, a las
que las visitadoras sociales se integraron de inmediato, en tanto campo privilegia-
do para llegar desde “la mano del niño al corazón del hogar, camino muchas veces
difícil y otras tantas, imposible”565. Las Gotas de Leche y el Servicio Social que
debutaba en Chile, entraron en estrecha alianza; eran momentos decisivos de ines-
tabilidad y crisis social, económica y política y, por lo mismo, de nuevos desafíos a
nivel de gobierno civil e intervención asistencial sobre el pueblo.
En efecto, el año 1924, simultáneamente a la entrada de ciertas figuras del
estamento médico a las esferas ministeriales del gobierno (doctor Alejandro del
Río, entre varios otros) y al levantamiento del gran proyecto de Estado Asistencial
(Ministerio de Salubridad, Asistencia Social, Previsión Social y Trabajo), el Patro-
nato Nacional de la Infancia, principal institución civil de intervención biopolítica
sobre el pueblo, entró en una importante reestructuración.
Ese año 1924, uno de los directores del Patronato, el doctor Julio Schwarzem-
berg (futuro directivo de las Milicias Republicanas {1932-1935}566 y futuro miembro
del Consejo Directivo de la Escuela de Servicio Social de la Beneficencia en 1935567), en
su calidad de Inspector Técnico, se dedicó de lleno a la renovación del programa
de las Gotas de Leche, en vista de alcanzar una mayor eficiencia en su acción.
Se comenzó por reducir el número de niños atendidos al compatible con una bue-
na atención (200 niños por Gota) y se dio al personal médico el papel que le
corresponde en la dirección de cada Gota y, por último, se creó uno de los elemen-
tos más indispensables para el buen resultado de esta clase de obras, el servicio
social a cargo de visitadoras sociales tituladas en nuestra Escuela de Servicio

564
M. Leo de Bray, El desarrollo del Servicio Social en Chile, op. cit., p. 211.
565
Chela Reyes, “Servicio Social en las Gotas de Leche”, en Servicio Social, año II, Nº1, marzo de
1928, p. 57.
566
Las Milicias Republicanas fueron cuerpos de civiles armados, en cuya directiva participaron algu-
nos médicos que tendrán importantes funciones públicas en la década de 1930. Entre ellos, el
doctor Sótero del Río, ministro de Bienestar Social durante el gobierno de Esteban Montero y
Director General de la Beneficencia en 1936, y el mencionado doctor Julio Schwarzemberg. Am-
bos médicos actúan a nivel directivo (civil y/o estatal) en vista de una intervención social y polí-
tica ya por la “vía asistencial” como por la “vía armada”. Sobre las Milicias Republicanas ver
Verónica Valdivia, op. cit.
567
“Memoria de la Escuela de Servicio Social de la Junta de Beneficencia de Santiago”, en Servicio
Social, año xiii, Nº 2, Santiago, junio, 1939.

303
Social y que, poco a poco, con la enseñanza de los médicos, su práctica diaria y
cursos especiales, se han especializado en el Servicio Social de la infancia568.
El organigrama de la Gota de Leche se estableció de la manera siguiente:
– un Administrador y una señora Directora que, ad honorem, desempeñaban la
labor administrativa;
– un médico jefe especializado en pediatría, secundado por dos médicos pedia-
tras ayudantes, quienes a su vez trabajaban en hospitales de niños;
– una visitadora social especializada en protección a la infancia;
– una enfermera especializada en atención del niño enfermo;
– un servicio dental para las madres;
– una farmacéutica titulada;
– una mayordoma encargada del régimen interno de la Gota y de la prepara-
ción de las mamaderas;
– colaboradoras voluntarias de la Directora que acuden a bañar a los niños
semanalmente569.
Es decir, la reestructuración nos está hablando claramente de una organiza-
ción bio-técnica y social de la Gota, en la cual quedaba enrolada la medicina
pediátrica con mayores recursos humanos, los que, a su vez, conectaban la Gota
con el sistema formal hospitalario, aumentando la eficiencia de su acción. Por otra
parte, se incorporaban distintos estamentos técnicos auxiliares, a más de la visita-
dora social profesional. La función de la “señora directora” queda, así, rodeada de
estos agentes técnicos, que, posiblemente, han de delimitar su propio accionar
“directivo”, mientras las “voluntarias” solo habían de acudir al baño, ayudando
también al reparto de mamaderas. Cada agente tenía determinadas sus funciones,
lo cual también refuerza el carácter técnico de la Gota.
Si bien las Gotas de Leche siguen estando bajo la dirección de las señoras,
secundadas por la ayuda de las señoritas de sociedad que atienden los baños y
reparto de mamaderas, la visitadora ha tomado allí un rol decisivo. Se ha instalado
en la Gota con oficina propia, ejerciendo las funciones de recepción, selección y
admisión que otrora realizaban las señoras. Siguiendo los criterios emanados del
médico, la visitadora conecta la Gota con las Maternidades, de modo de captar al
niño recién nacido en sus primeras semanas; al mismo tiempo, debía seleccionar y
recibir a los niños sanos, “ideal que hoy en día es bien difícil de realizar, pues la
pobreza de las familias obreras se convierte en argumento de urgencia para la
admisión de niños que prácticamente no tienen sus madres cómo alimentarlos”,

568
M. Leo de Bray, op. cit., p. 211.
569
Ibid., pp. 211-212.

304
especialmente cuando las madres del pueblo habían disminuido visiblemente la
lactancia: “gran culpa de ello tiene la industria que ha sacado las madres de su
hogar y la pobreza que por una parte las obliga a trabajar también fuera de su casa
y, por otra parte, por su mala y deficiente alimentación, termina por agotar prema-
turamente el seno materno”570.
La visitadora, además, ha asumido la responsabilidad del trabajo más pesado y
vulnerable de la Gota de Leche, cual era el de las visitas a las habitaciones popula-
res, donde ella realiza “la investigación de la realidad social popular” que termina
archivada en un kárdex para la información médica. La variable “ambiental” y
familiar en que se desarrolla el niño ha ido adquiriendo creciente importancia,
justamente por el flujo de contagios que circulaban con especial intensidad en los
barrios populares. Así, además de atender al lactante, se cuidaba también a los
hermanos, tratando de evitar el contagio entre ellos.
Hacia 1928, el trabajo de las Gotas de Leche se había consolidado, sistematiza-
do y crecido enormemente. Recientemente habían ampliado la atención de niños
hasta los siete años (anteriormente lo hacían hasta los dos años), con el objeto de
hacer un largo seguimiento de la familia popular y abordarla en su conjunto, de-
tectando los cuerpos en peligro, especialmente los contagios de tuberculosis y de
enfermedades venéreas en el seno del circuito cotidiano del pueblo. “Tenemos la
presencia casi diaria de la familia y con esto la exposición permanente de sus
fallas...”571. Con la avería de sus cuerpos al desnudo, esta institución de salud po-
pular preventiva funcionaba con bastante y fluida eficacia: consultas médicas, peso
y baños, reparto de mamaderas y seguimiento de la salud reproductiva familiar
obrera.
Esta ampliación asistencial la pudo realizar la Gota, en gran medida, a partir del
momento en que contó con los servicios de las visitadoras profesionales, quienes,
desde su salida de la escuela, se integraron ampliamente a dichas instituciones. Todo
esto, en el marco del énfasis político que puso el gobierno de Carlos Ibáñez a través
de su ministro de Sanidad, quienes comenzaron la reforma sanitaria del país centra-
da en el ataque a las enfermedades “degeneradoras de la raza”, como entonces se
calificaba a las venéreas y la tuberculosis.
Al parecer, a esta altura de la historia, las mujeres-madres del pueblo ya se han
entregado a las Gotas; se habrían convencido de que allí se ayudaba efectivamente a
sus hijos a sobrevivir en medio de la desesperanza. Es indudable que allí la civiliza-
ción procuraba poner los parches más urgentes al trabajo social de la muerte que

570
Ibid., p. 213.
571
Chela Reyes (Visitadora Social de la Gota de Leche “Luisa”), “Servicio Social en las Gotas de
Leche”, en Servicio Social, año II, marzo 1928, Nº 1, p. 57.

305
aquella misma civilización había generado y que seguía produciendo. Las estadísti-
cas de control de la mortalidad infantil en las Gotas así lo demostraban:
De un total de 2.573 lactantes inscritos durante el año 1930, hubo una mortalide
354, lo que da un 7,35% global, cifra ésta que si la consideramos en relación con
la mortalidad infantil general del país, de 19 a 23%, nos dará una idea clara y
precisa sobre los beneficios de la institución572.
Estos resultados, considerando la pobreza general del pueblo y del país, eran,
sin duda, bastante notables y constituían la base objetiva de la progresiva aproxi-
mación que han venido haciendo las madres populares a esa casa asistencial
instalada en su barrio, en la cercanía de su propio habitar. Según la Directora de la
Escuela de Servicio Social de la Beneficencia, esta institución “se ha adaptado en
tal forma a nuestras costumbres y al ambiente popular, que las Gotas de Leche
están rodeadas de un merecido prestigio entre las clases populares; hecho feha-
ciente lo constituye la cantidad enorme de solicitudes que es necesario rechazar
por falta de capacidad en las distintas Gotas”573.
Por lo demás, el grupo familiar obrero ha ido quedando “adscrito” a la Gota
(desde 1928) a través de su vida reproductiva, ya que el ingreso del lactante le ha
otorgado derecho de atención de salud a casi toda la familia. Ello habría “estimu-
lado la maternidad”, pues el infante era el carnet de suscripción de su madre y
hermanos al servicio de protección de la Gota “y si el lactante sale por falleci-
miento, inasistencias u otras causas justificadas, queda fuera toda la familia.
Además se estimula el orden y la puntualidad, pues si no cumplen debidamente
con los niños mayores, se les amenaza con la expulsión del lactante, o sea de toda
la familia”574.
El nuevo fruto infantil popular constituye, de esta manera, el eslabón clave
para la incorporación del pueblo a la institución privada de la Gota de Leche,
fundamento de la asistencialidad popular cotidiana. Por otra parte, la transición
de la “atracción por premios” (primeras etapas de las Gotas) a esta de “expulsión
por castigos”, nos está hablando de una consolidación del poder de la institución
asistencial en el seno del pueblo.
Ya el pueblo acudía por su propia voluntad a la Gota. La desconfianza popular
rompía, poco a poco, el hielo de su distancia. La Visitación a sus habitaciones aún
producía tensión y algo de desconfianza. Pero se había ido entregando y se entrega-
ba, especialmente ante los métodos de buen trato, amabilidad, eficacia y dedicación
que va a desplegar la visitadora social, resolviendo situaciones urgentes y concretas

572
M. Leo de Bray, op. cit., p. 215.
573
Ibid., p. 215.
574
Chela Reyes, op. cit., p. 58.

306
que, a partir de la Gota (es decir, por la vía de la sanación de los cuerpos) iban más
allá de la función de la Gota: hospitalización, búsqueda de empleo, subvenciones,
legalizaciones. Ella trabajaba con todos los problemas de la familia, “personalizán-
dola”, levantando el estado de sitio de su abandono.
Todo había comenzado con la encuesta, la cual, una vez recogida, nos permi-
tía acercarnos calladamente a los hogares, haciendo un favor aquí, una
advertencia allá, sin hacerse sentir, pero con dulzura y firmeza, único camino
por el cual pronto se ha de llegar al corazón de la familia, porque no hay que
olvidar que nuestro pueblo es desconfiado y, si a nuestra primera visita se nos
sonríe, no creamos por esto que nos dirán la verdad sobre su mezquino vivir.
Tienen su orgullo, no el de la buena sangre al ver llegar a su palacio al intru-
so, pero sí, ese empecinamiento y esa desconfianza que caracteriza a nuestro
indio aborigen. Pero cuando el hogar presenta una falla, como falta de em-
pleo, enfermedad del padre, legalizaciones, etc., y nuestra solicitud les remedia
prontamente, se nos abren de golpe las puertas de su confianza, y penetramos,
pero siempre solo paso a paso, gastando infinita delicadeza a ese ambiente
entristecido por el vicio del padre, el carácter de la madre, el desapego o tru-
hanería del hijo.
Y solo en este momento psicológico ha de empezar la lenta reorganización, no ya
tan solo con la cooperación de nuestras aptitudes y las del público, sino con la de
ellos que, con sencilla confianza, vienen hacia nosotros, dispuestos a obedecernos
en lo que les pidamos: docilidad ganada con dulzura y perseverancia, pues es tan
sencillamente cierto que por mal nada se obtiene575.
¿Qué nos está diciendo el pueblo a través de las palabras de la visitadora Chela
Reyes? Creo percibir un mensaje bastante evidente: lo que principalmente intere-
sa a los sectores populares es que las autoridades y sus representantes o mensajeros
(como lo es la Visitadora) respondan a las demandas que emanan de las necesida-
des que ellos definen como tales y que generalmente se relacionan con situaciones
urgentes de supervivencia de la familia en su conjunto. La desconfianza al parecer
provendría de recibir a una extraña sin ser llamada, la que traería algún mensaje
no requerido por ellos; solo cuando dicha extraña era capaz de responder a sus
propias demandas, perdía su carácter de tal, pasando a ser una aliada a la que se
entregarían sin restricción, abriéndose a recibir sus enseñanzas y normativas. La
fórmula del contacto consiste, pues, en una negociación condicionada que, final-
mente juega a favor de la visitadora, pero no sin antes haber sido “probada” por
parte de “sus casos sociales” intervenidos.

575
Ibid., pp. 60 y 63.

307
La “reorganización”
Un día cualquiera, un anciano de 75 años había llegado a la Gota con una gua-
gua de cuatro meses en brazos “en un estado lamentable de salud y desaseo”.
Atenta la visitadora al problema humano y ambiental que podía haber detrás de
ese niño, le visitó al día siguiente al miserable cuarto de dos metros de ancho por
cuatro de fondo, donde vivía el anciano, de oficio zapatero, en un hacinamiento y
suciedad “inverosímil” de trapos, canastos y tablas, con la guagua, dos niños varo-
nes de 5 y 4 años y una niñita de tres “que miraban semidesnudos”. La madre
había muerto hacía dos meses de tuberculosis, dejando al abuelo a cargo de los
cuatro niños, los que comían cuando “el padre tenía la generosidad de darles para
ello”. El padre ganaba $6 diarios y pagaban por ese “antro” $30 mensuales576.
He ahí los datos empíricos de esa humana realidad. Este “caso”, que la visita-
dora califica como “caso típico”, nos revela la magnitud de la tragedia popular
chilena.
“Inmediatamente se procedió a la reorganización”, dice la visitadora: a) se pro-
veyó al lactante con ropa abundante y limpia y “se le compró una cuna de mimbre,
una palangana para el lavado de las ropas y baño diario del niño, dándoles leccio-
nes de lavado, aseo y orden”; b) la Gota le obsequió con una beca con el fin de
recibir sus remedios gratuitamente; c) con la ayuda de la directora de la Gota, la
visitadora colocó a dos de los niños en la Protectora de la Infancia, ante lo cual el
padre, sintiéndose pasado a llevar en su voluntad y autoridad, abandonó el hogar,
dejando al abuelo sin ningún recurso; d) se procedió a buscarles pieza donde tras-
ladarlos. Entretanto, el niño murió. “Debía entonces haber cesado la protección de
la Gota, pero no fue así. Se les trasladó a una pieza limpia y la directora les pagó
los dos primeros meses de pieza”. El viejo zapatero quedó viviendo con el niño de
5 años, produciendo algunos ingresos con su trabajo de zapatero. Últimamente
había regresado el padre, quien les llevaba todas las semanas algunos comestibles
básicos577. Sin embargo, en esta reorganización tres niños habían quedado en el
camino: la guagua y los dos niños menores, quienes, a más de perder a su madre,
perdieron a su abuelo, a sus hermanos y a su padre; estos tres últimos por decisión
de la visitadora. Esta forma de reorganización implica, pues, la domesticación de
la voluntad de los poderes familiares populares al interior de la familia.
A fin de cuentas, la visitadora ha asumido la figura del “Padre” sustitutivo del real,
cuya autoridad alcanza, en la hora crítica, mayor legitimidad que la del padre car-
nal si este no es capaz de cumplir con la función de asegurar la supervivencia de la

576
Ibid., p. 64.
577
Ibid.

308
familia popular. Ante la amenaza de la muerte, la familia es intervenida y reinsta-
lada en los lugares que la voluntad profesional de la visitadora estime, de acuerdo a
los espacios institucionales existentes. De este modo, ella ha logrado imponerse y
conseguir la obediencia de los “hijos”, logrando que estos sigan algunas de sus nor-
mas y prescripciones. Así ella trabaja organizando a la familia institucionalmente
en torno a su figura.
En la foto la vemos (ver apéndice fotográfico p. 491): de pie con su sencillo
uniforme y su toca de “monja”, conversando con la madre obrera al interior de su
oscura habitación, donde cuelgan trapos y tiestos, ante la atenta observación de
dos niños que parecen percibir la novedad de la visita.

c) La visitadora social en la escuela pública para pobres


La visitadora acude a la escuela del niño chileno pobre a sustituir al padre-
madre carnal ausente, adoptando la figura de su primer apoderado. A través de los
ojos de la maestra, ella fija su atención en el niño desatento, somnoliento, de débi-
les cuerpos remecidos con la tos que emana de sus cavernas pulmonares, signos
claros de hambre y tuberculosis. Entonces le sigue los pasos hasta su “hogar” de
barrio pobre y apartado, cual detective en busca de los sospechosos causantes de
su prematuro mal578. Ante el espectáculo alarmante de la miseria, ella acude a
reorganizarla, intentando implantar un orden que consistirá principalmente en rear-
ticular las partes de un cuerpo social en peligro de desintegración.
El espectáculo que en estas visitas se ofrece en no pocos casos a su vista es sencilla-
mente desolador. Una habitación única, o cuando más dos, mal aireada, falta de luz
y sol, con algunos muebles groseros diseminados por aquí y por allá, en el ángulo
más retirado de la puerta una cama, donde llegada la hora de reposo, deben acomo-
darse el padre, la madre y los hijos que raramente son menos de cinco.
El jefe de este hogar, enfermo unas veces, alcohólico o vicioso otras y en no
pocas forzado a la inacción por falta de trabajo, nada o solo irregularmente
puede proveer al mantenimiento de la familia y es la pobre mujer con el produc-
to de un trabajo abrumador y mal retribuido, la que debe sobrellevar la carga
aplastante. En cuanto a los niños, los más chicos que aún no llegan a la edad
escolar, desposeídos de la vigilancia materna, angustiosamente concentrada en
la producción del sustento diario, desgreñados y vestidos a medias, vagan todo

578
La última estadística sobre el estado sanitario de la población escolar señalaba que un 50% de
los escolares eran presuntos candidatos a padecer tuberculosis. Laura y Blanca San Cristóbal,
visitadoras sociales del Servicio Médico Escolar, “Servicio médico y asistencia social en la escue-
la”, en Servicio Social, Año II, marzo de 1928, Nº 1, p. 32.

309
el día completamente libres en compañía de sus amigos de vecindario, cuyas
condiciones en poco se le diferencian579.
La percepción de la visitadora de la realidad social que sufre el pueblo de
Chile es clara: la crisis recae principalmente sobre los hombros de la mujer popu-
lar, mientras los suyos (su hombre y sus hijos) deambulan en el desorden de la
miseria.
¿Qué hará ante esto la visitadora? ¿Cuáles son sus recursos y sus capacidades?
¿Cuál es su función? ¿Qué hace allí, solitaria, en medio del descampado de la im-
potencia? Ella ha sido enviada por el Padre (el gobierno) a recomponer las piezas,
a reorganizar el caos; ella es, pues, mediadora y como tal, lleva el mensaje y porta
el rostro de una madre buena, sonriente, amable, de cálida cercanía protectora.
Más aún, se esforzará por mejorar la condición económica de la familia, intentan-
do “orientar y activar su capacidad productora”, incentivándolos a mantener la
educación de los hijos, “único medio de asegurarles un porvenir menos duro”580.
Ella es, pues, también el padre.
Ahí la vemos, con su uniforme y toca sentada ante la única mesa del cuarto de
una familia obrera (ver apéndice fotográfico p. 488). Su espalda erecta, su brazo
sobre la mesa, dirigiendo su mirada a la mujer que sostiene la guagua en brazos,
comunicándole las reglas a seguir, para restablecer el flujo social de la supervi-
vencia. Está rodeada de los hijos, la mujer, madre real de ellos, parece una hija
más de la visitadora. Para todos los niños, este es un momento solemne: miran
directo a la cámara con ojos soñadores y despiertos. Inteligentes.
Pero la visitadora, contrariada, reconoce sus limitaciones. A pesar de que
ella acude al pueblo “con celo y visión clara de sus deberes” y a nombre del
Servicio Médico Escolar, una institución estatal, este servicio carecía de los recur-
sos suficientes para abordar siquiera el problema de la salud de los escolares;
menos el de sus familias. La miseria rebasaba todas sus fuerzas. Impotencia era
el sentimiento:
Es penoso y se necesita una buena dosis de optimismo, de confianza en el porvenir,
para no sentirse desalentado en presencia de tanta anomalía, de tanta calamidad
que, afectando a la porción social que contiene el germen del porvenir de la Pa-
tria, entraña un problema de incalculable trascendencia, y ante los cuales aunque
conociendo los medios y la técnica para combatirlos, solo por falta de recursos
económicos y materiales, hay que permanecer inactivo y dejarlos completar su
obra de demolición racial581.

579
Ibid., p. 31.
580
Ibid.
581
Ibid., p. 33.

310
En este campo del Servicio Social la mirada está puesta principalmente sobre
el Estado, solo éste era el responsable de la integridad de la raza, “base y esencia
de la nacionalidad”. Debía mirar cómo en el país de allende los Andes estaba per-
fectamente provisto el Servicio Médico Escolar, a imagen y semejanza de Estados
Unidos. Había, pues, que ponerse a la altura582.
Si bien ella, la visitadora, ha sido enviada como mediadora y hada madrina y
protectora, portando la lengua de la ley y del Padre, ha regresado pronunciando
una habla propia, autónoma, haciendo una mediación a la inversa: representando
al pueblo ante el Estado, como una “hermana” que aprendió la lengua del otro y
ha de traducírsela al padre. Sí, ella poco a poco va pronunciando el discurso de un
yo autónomo que se constituye como sujeto crítico ante el espejo del otro, ante el
texto de su historia, de su realidad y su miseria; sujeto crítico y exigente de nuevos
desafíos nacionales ante el poder del Estado. Ella rompe, así, la funcionalidad
lineal que se le exigía cumplir, para pasar a anidar en su interior una conciencia
crítica que mas temprano que tarde, germinaría en la búsqueda de nuevos cami-
nos de sociedad y de país.

2. La práctica del Servicio Social moderno

a) El mundo popular y laboral desde la “Oficina” de la Escuela


En la Oficina, “la visitadora social es el vínculo de unión entre el que pide un
beneficio y el que lo prodiga”583.
La Oficina de Servicio Social fue fundada adjunta a la Escuela de Servicio Social
de la Junta de Beneficencia y formaba parte de la formación práctica del alumna-
do: allí las futuras visitadoras recibían a sus primeros “clientes” populares,
ensayaban la aplicación de sus instrumentos científicos de diagnóstico y aventura-
ban en sus primeros tratamientos de “casos sociales”; todo bajo la supervigilancia
de una jefa o maestra. Así, La Oficina, como se la llamaba, en su calidad de centro
de atención popular de servicio social, instalada en la misma escuela profesional
de visitadoras, se constituía en un espacio diferente respecto de todas las institu-
ciones asistenciales preexistentes.
En la Oficina la visitadora, por lo general una alumna supervisada, no es una
“enviada” de otra institución asistencial, cuyo mensaje debe transmitir y al que
debe entregar las informaciones que ella recoge acerca de lo real para los propios

582
Ibid., p. 32.
583
Rebeca e Inés Jarpa (alumnas de la escuela), “El Servicio Social en la Oficina de Informaciones
de la escuela”, en Servicio Social, Año II, marzo 1928, Nº 1, p. 34.

311
y particulares fines asistenciales de esa institución. En la Oficina regía la ley de la
Escuela y sus preceptos, una ley de aprendizaje y que la visitadora conoce y aplica
directamente en su propia lengua.
La Oficina de Asistencia tiene por objeto dar a las alumnas oportunidad de poner
en práctica los conocimientos impartidos en los cursos teóricos y familiarizarlas
con los procedimientos administrativos y con la tramitación rutinaria, indispen-
sable para el buen funcionamiento de un servicio. Con este objeto, las alumnas
deben hacer estadas en la Oficina, durante las cuales atienden al público que
solicita ayuda y determinan, por medio de una entrevista preliminar, si el caso
corresponde a los objetivos de la Oficina para hacerse cargo de él. De lo contrario,
orienta al cliente hacia la oficina indicada y lo pone en contacto con ella584.
A la Oficina acude el pueblo por su propia voluntad, sin estar previamente ins-
crito en algún beneficio asistencial; simplemente porque lo busca y lo requiere
por sí mismo. Creo no equivocarme al plantear que la Oficina es donde el pueblo y,
especialmente la mujer popular y la visitadora social se encuentran en forma más
autónoma, teniendo lugar un proceso de mutuo conocimiento, aprendido desde el
habla del otro.
Las solicitudes de atención popular en la Oficina de Asistencia de la Escuela de
Servicio Social de la Junta de Beneficencia fueron en aumento. De 66 solicitudes re-
gistradas el año 1926, aumentaron a 209 solicitudes el año 1930, a 1.062 el año
1933, en plena crisis; el año 1936 se registraron 715 y el año 1938, 1.178585.
Agitada, casi en estado de total desesperación llegó un día a la Escuela una mu-
jer de pueblo. “Presa de una gran agitación nos cuenta que se halla sin trabajo, que
ha agotado por completo sus recursos, pues ya no le queda nada por llevar a la ‘agen-
cia’. Trae consigo una hija pequeña y otra de 15 años que se encuentra próxima a ser
madre”. Una amiga la ha asilado por caridad en su pequeño cuarto donde viven 18
personas en total hacinamiento. Ante este crítico cuadro humano, ¿cuál es el primer
diagnóstico de la Visitadora? “Gran parte de su mala situación”, dice, “se debía a
que esta familia estaba ilegalmente constituida”. La pregunta por el padre se impo-
nía. Este se acababa de casar civilmente con otra mujer. Es decir, el padre no existía.
La visitadora dirigió sus pasos a la dirección que la mujer le había dado para
efectuar la “verificación” de la información. Todo y mucho más pudo constatar. La
visita “no solo nos demostró la efectividad de la información, sino que nos dejó

584
“Memoria de la Escuela de Servicio Social de la Junta de Beneficencia de Santiago”, Servicio
Social, año XIII, Nº 2, Santiago, 1939.
585
Estas cifras son aportadas por dos informes: el “Cuadro estadístico de las actividades de la Escue-
la de Servicio Social” del año 1936, en Servicio Social, año X, julio-diciembre, Nº 3 y 4, Santiago,
1936 y de la “Memoria de la Escuela de Servicio Social” del año 1939, op. cit.

312
impresionadas de ver un cuarto pequeño, sucio, totalmente ocupado por cinco ca-
mas y sin más alumbrado que una vela”. Entonces emergía su propia desesperación
y angustia: “¿Cómo arreglar tan triste estado de cosas?”, se preguntó.
La visitadora encontró trabajo a la madre, la que entró a una casa como cocinera,
empleándose puertas adentro con su hija pequeña. Respecto de la hija mayor emba-
razada, la visitadora buscó la manera de sacarla de “ese medio completamente falto
de moralidad y donde recibía perniciosos consejos”. A través de la red de coopera-
ción que espontáneamente se iba formando entre las visitadoras de las distintas
instituciones, la niña-madre fue aceptada en la maternidad del Hospital San Vicente
de Paul. Pronto dio a luz a su hijo; sin embargo, no lo quería, buscaba deshacerse de
él para poder trabajar sin que constituyese una carga o un obstáculo para ella. Pero
la Visitadora la empleó de ama de leche de un “matrimonio honorable”, trabajo que,
al mismo tiempo, le permitía tener y amamantar al suyo. La transformación de niña
a madre se operó: “Ahora por nada del mundo querría separarse de su hijo”586.
¿Qué nos dice este “caso social” que, más que caso, constituye una ventana de
la realidad popular chilena de la época? Creo percibir, a partir del relato de la
visitadora, tres aspectos relevantes: a) la situación límite de una crisis de supervi-
vencia que no solo ha “agotado todos los recursos” sino que, al mismo tiempo,
tiende a reproducir a futuro (la hija embarazada) el círculo de la pobreza encarna-
da en el nuevo hijo al que, por lo mismo, la niña-madre rechaza; b) la solidaridad
popular ha alcanzado también el límite de su capacidad, reproduciendo en su inte-
rior relaciones humanas que, al mismo tiempo y contradictoriamente, mitigan y
agudizan la pobreza entre sí; c) la “solución” de que se vale la Asistencia Social
profesional para intervenir esta crisis popular femenina desencadenada en el seno
de su grupo familiar, es descomponer este grupo y “ubicarlo” en distintos espacios
institucionales y especialmente en espacios familiares “bien constituidos” donde
“la domesticidad” se constituye en un paradigma de aprendizaje de la vida “fami-
liar” y donde no solo encuentra trabajo sino un espacio de protección patriarcal,
que se constituye en un “padre sustitutivo” respecto de un ente ausente que no se
conoce, y que, en concreto, se define como “pan, techo y abrigo”.
Una fría mañana ha salido la visitadora de la Oficina caminando hacia el barrio
de conventillos. “Una enferma le ha encargado vaya a solicitar una ayuda pecunia-
ria de su marido que vive al final del barrio de Las Hornillas. Como la dirección no
fuera dada con exactitud, hay que buscarla por varias casitas y conventillos. Por fin
da con el domicilio deseado. Sale a la puerta una mujer, una de las tantas hijas de
nuestro pueblo, de edad indefinida, gastada a fuerza de trabajos y sufrimientos”. La
Visitadora le pregunta por el dueño de casa. No está, de parte de quién, si desea

586
Rebeca e Inés Jarpa, op. cit, pp. 36 y 37.

313
dejarle el recado, le pregunta la mujer. Ella le contesta que es de parte de su mujer
que está en el hospital. “La infeliz se demuda y entre profundos sollozos, manifiesta
que ella es la mujer legítima con que este hombre se ha casado por el civil y por la
iglesia y que ‘la otra’ es de malos sentimientos, puesto que le trata de quitar el
cariño de su marido”. Entonces la visitadora la consoló, la tranquilizó y se compro-
metió a ayudarle para evitar que se rompiera la unión de su matrimonio.
Como parte de su permanente labor detectivesca, la visitadora ha hecho aquí
de correa de transmisión de mensajes entre mujeres del pueblo, enredándose en
la trama de una intriga donde ella, también, ha sido utilizada como pieza impor-
tante de la misma. Y eso forma parte del juego en que se ha metido. Ayudando, ella
ha sido cómplice; se trata de historias de vidas íntimas que pasan a formar parte
de la suya propia, de su escritura, de su memoria como visitadora. El límite de las
nuevas historias de vidas entre las dos-ellas (la mujer popular y la visitadora) se
desdibuja: cada una define su identidad a partir del habla de la otra; cada una
busca al ausente, al hombre, al padre carnal que se ha marchado. Y en el seno de
esta íntima complicidad “entre-mujeres”, la visitadora llega a menudo a sustituir
al hombre, y pasa a ser el hombro que abraza a la mujer herida.
(Es curioso, cuando la visitadora escoge estos casos para narrarlos en la escritura
de su posteridad, quizás no se ha dado cuenta de su doble género actuando al uníso-
no: su identidad femenina junto al principio activo de su identidad masculina).
Por su parte, la Escuela de Servicio Social de la Universidad Católica “Elvira
Matte de Cruchaga” fundó su Oficina de Servicio Social en octubre de 1936. Su
objetivo era no solo servir de campo de ejercicio práctico de las alumnas, sino
funcionar simultáneamente como un sistema distribuidor de las mismas en los
distintos ámbitos socio-productivos cuyos empresarios, incluyendo empresas me-
dianas y pequeñas, comenzaron a demandar en forma creciente los servicios de
visitadoras, cuyas profesionales no alcanzaban ya a cubrir la demanda. La Visita-
dora Jefe que supervisaba las alumnas, las distribuía a las distintas faenas, empresas
y fundos, a cuyos empresarios les pasaba informe y cuenta mensual 587.
“La Oficina del Servicio Social empezó sus actividades organizando el servicio social
en dos empresas, con un total de 132 obreros. En julio del presente año (1937), el
número de faenas adheridas a la Oficina llegaba a 12 y el total de los obreros ascendió
a 2.532. Estos pertenecen a municipalidades rurales, a industrias, a diversas empresas
y a faenas agrícolas. Entre estas últimas merece especial mención el gran desarrollo
que ha tenido el Servicio Social en las haciendas vecinas a Santiago”588.

587
Luisa Donoso Besa, Oficina Central de Servicio Social, Memoria para optar al título de Visitadora
Social, Universidad Católica de Chile, Santiago, 1937.
588
Ibid., p. 4.

314
Desarrollo alcanzado por la Oficina Central de la Escuela de Servicio Social
“Elvira Matte de Cruchaga”
Servicios Número de Obreros
Ferrocarril del Llano del Maipo 80
Instituto Sánitas 77
Sociedad de productos de papel 170
Firma Alfonso Zégers 600
Viña Santa Rita 25
Viña Concha y Toro 90
Club Hípico 150
Obras de Pavimentación de:
San Bernardo
San Miguel
Las Condes
Cisternas
Providencia
Ñuñoa 150
TOTAL 1.342

Servicio Social en los Fundos (1937)


Fundos Inquilinos
Barrancas:
Pudahuel
Resbalón 250
Melipilla 375
Bellavista y Florida 270
Las Condes 300
Marruecos:
Malloco
Peñaflor
Calera de Tango 359
El Monte y Chiñigüe 135
Talagante y Santa Ana 250
Conchalí 170
TOTAL 2.109
Fuente: Luisa Donoso B., “Oficina Central de Servicio Social”589 .

589
Ibid., pp. 29-30. La autora anota que, respecto de los atendidos en los campos, “es de advertir que
se ha tomado en cuenta solamente el número de obligados y no el de voluntarios. Si se agregaran
éstos, las cifras de obreros de los fundos seguramente se duplicarían” (p. 30).

315
Al respecto, debemos llamar la atención acerca de la relación entre los diver-
sos factores que, en esta época específica, hizo que muchos dueños pusieran sus
ojos en las visitadoras: en primer lugar, el mandato de la Encíclica Quadragésimo
Anno (1931)590 que instaba a los empresarios a mejorar la condición de sus trabaja-
dores; en segundo lugar, la gran crisis económica del capitalismo (1931-32), a la
que nos referiremos en acápite aparte; en tercer lugar, el empobrecimiento gene-
ral de la población, a raíz de las políticas de “shock” económico implementadas
por el segundo gobierno de Arturo Alessandri (1933-1938); y, finalmente, la orga-
nización en 1936 del Frente Popular, un ampliado político de izquierda que, con una
renovada fuerza, unidad y convicción y bajo la consigna de “pan, techo y abrigo”,
llamaba a sus filas a obreros, campesinos y clase media para alcanzar el gobierno
y realizar importantes reformas en la estructura económica y social del país. Es
decir, sobre las espaldas de las visitadoras de fines de los años treinta, pesaba la
responsabilidad y las motivaciones políticas, económicas y éticas de un empresa-
riado atento a los vientos que se aprestaban a cambiar el rumbo de la historia.

b) La “representación” de los trabajadores: la visitadora en la Caja del Segu-


ro Obrero.
“Dentro de la Ley 4054 se aspira poner a la visitadora como intermediaria entre
el médico y la familia del enfermo asegurado (...)”591.
La Ley del Seguro Obrero Obligatorio y de Previsión Social, dictada junto con el
Código del Trabajo el año 1925, fue el texto por excelencia del nuevo pacto social
entre obreros y patrones, pacto que se expresó en la famosa “libreta”, donde los
patrones irían pegando las estampillas del cumplimiento de sus obligaciones ase-
guradoras y que, en manos de los obreros, sería su nueva e ilustrada arma de lucha
respecto de patrones incumplidos. La libreta, con sus estampitas de valores y colo-
res, acompañada del texto de la Ley, inauguraba, casi imperceptiblemente, una
nueva etapa de la historia social de Chile.
Junto a la ley dictada y a la emisión y socialización de sus “libretas” labora-
les, se creó la gran institución asistencial moderna donde se llevaría a la práctica
la mediación corporal pueblo-Estado, como vía de aproximación entre ambos: la
Caja del Seguro Obrero Obligatorio, uno de cuyos rostros más importantes fue el
Servicio Médico de la Caja, el que tenía a su cargo la dirección y supervigilancia

590
Encíclica promulgada por el Papa Pío XI el 15 de mayo de 1931 en conmemoración de los 40 años
de la Encíclica Rerum Novarum. Una publicación de este texto papal en, Colección de Encíclicas y
Cartas Pontificias de la Acción Católica Española, Editorial Poblet, Buenos Aires, 1946.
591
Fresia Horst y Berta Guzmán, “La asistencia social en el Seguro Obrero Obligatorio”, en Servicio
Social, año II, Nº 1, marzo, 1928, p. 20.

316
de la asistencialidad médica otorgada a los trabajadores asegurados a lo largo
de toda la República592. Se trataba, pues, del organismo que abrazaría las partes
del cuerpo laboral del país, constituyendo un todo sistémico que hablaría un
mismo lenguaje y realizaría un mismo accionar. Dicho organismo era la expre-
sión corporal de la nación para el Chile moderno.
En concordancia con este vasto objetivo, el destino primero y natural de inicia-
ción laboral en el área pública moderna por parte de las nuevas Visitadoras Sociales
fue la Caja del Seguro Obrero Obligatorio, básicamente su Servicio Médico. En este,
las visitadoras trabajaban en cada una de sus secciones, dando cumplimiento a su
misión materno-protectora de un pueblo que, en el interior de ese recinto, entraba
en una relación directa con el sistema, y donde, supuestamente, el obrero debía
aprender a incorporar a su visión de “clase”, la idea de la “conciliación” en torno
a la moderna protección legal.
En la sección Bienestar593, la visitadora se ponía en contacto con el enfermo,
visitándole y haciéndole de inmediato su “encuesta”: el lugar donde se producía
el texto del nuevo conocimiento social y donde ella anotaba-traducía las condicio-
nes materiales y morales en las que, según la narración del trabajador, se había
formado su familia. Escribía, también, cómo se alimentaba dicha familia obrera,
dato muy importante para la asistencialidad biomédica. Estas confesiones ella las
entrega a los jefes de la sección, médicos en general, los hombres que “están de-
trás” de ellas en esta gran tarea de aproximación social histórica, los que “en vista
de tales antecedentes”, es decir, a partir de esta producción de conocimiento de
realidad social chilena que ellas realizan de cara al pueblo, “toman las medidas
que el caso requiera para suavizar la existencia, dura, amarga y muchas veces des-
esperada, del asegurado”594.
En la sección Maternidad las visitadoras sociales llevaban a la madre los
subsidios a que tenían derecho, vigilando su reposo durante las primeras semanas
que seguían al parto, entregándole, además, un subsidio de lactancia para que
amamantase al niño con tranquilidad. La visitadora, rostro femenino del legisla-
dor, era ahora su padre-madre; ellas, sus hijas que han dado a luz en la otrora
orfandad. Sus pequeños serían atendidos y resguardados hasta su primer año de
vida en la Oficina del Niño595, salvándoles de las garras de la peligrosidad.

592
Esta repartición estaba a cargo, en 1928 del doctor Félix Bulnes.
593
Jefe de esta sección era en 1828 el doctor Enrique Laval.
594
Fresia Horst y Berta Guzmán (visitadoras sociales de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio), “La
Asistencia Social en la Caja del Seguro Obrero Obligatorio” en Servicio Social, año II, Nº 1, marzo
1928, p. 16.
595
Su jefe era el doctor Aníbal Ariztía.

317
Respecto de los trabajadores que acudían a dichos centros asistenciales, la labor
de la visitadora como alfabetizadora y educadora respecto de los nuevos derechos le-
gales adquiridos por éstos, constituyó una de sus prioridades. Allí la vemos a ella, en
esa hermosa foto histórica (ver apéndice fotográfico p. 490), pequeña, con su uniforme
y toca de semi-monja, ante un grupo de obreros que han acudido al hospital. Son 12
obreros reunidos ante ella, quien, con el Texto de la Ley en la mano, cual Biblia civil de
la nueva humanidad, les explica su contenido, ante la mirada curiosa y atenta de los
obreros de todas edades. Ellos parecen allí sus feligreses, ella su pastora.
Además de los servicios médicos de la Caja del Seguro Obligatorio596 las recién
iniciadas visitadoras sociales se diseminaron por los distintos hospitales de la ca-
pital, con el fin de vigilar la aplicación de la Ley 4054 de Previsión Social. Allí
fueron recibidas con desconfianza por el personal hospitalario, especialmente las
enfermeras, por creerlas “intrusas”, obstaculizando su labor, negándoles respues-
ta a sus preguntas respecto de la situación de los enfermos hospitalizados. Su
primera tarea consistía, pues, en convencer a dicho personal de que su labor con-
sistía en “cooperar al bienestar de los enfermos asegurados y de la familia de
éstos”597. Poco a poco se fueron incorporando y ya en 1928, cada hospital de Santia-
go contaba con su visitadora.
Fue a los hospitales el primer lugar donde las libretas del Seguro comenzaron a
llegar; allí eran leídas por las visitadoras, en representación y como “enviadas” de
la Ley y del Estado. Ellas recogían las libretas de todos los hospitalizados y hospi-
talizadas, leían la historia laboral de los trabajadores asegurados allí estampillada
y, cual fiscalizadoras, detectaban sus falencias. Al revisarlas, sus incorrecciones
saltaban a la vista:
Por desgracia, gran número de estos enfermos ha trabajado hasta el último día que
le han acompañado sus fuerzas, sin embargo, sus libretas presentan las estampillas
colocadas solo hasta uno o dos meses antes de caer enfermos. Todos se preguntan
¿por qué se produce esta irregularidad entre los patrones? Muy fácil es explicarlo: la
mayoría de nuestros obreros son analfabetos, por lo tanto, se reciben de sus libretas,
sin poderlas revisar antes de retirarse de sus trabajos. Pero, lo que más perjudica al
obrero, son los patrones analfabetos, pues solo saben que deben colocarse estampi-
llas, pero nunca tratan de ponerse al corriente de los reglamentos de la Ley, ni tampoco
pueden llevar libro de contabilidad para saber cuánto le debió corresponder a cada
obrero que dicho patrón ocupara598.

596
La que contaba además de la Sección Bienestar, Maternidad y Oficina del Niño, que eran las
principales, incluía Servicio Dental, Farmacia y Sección de Invalidez.
597
Fresia Horst, op, cit., p. 20.
598
Fresia Horst y Berta Guzmán (Visitadoras sociales de la Caja del Seguro Obligatorio), “La Asis-
tencia Social en el Seguro Obrero Obligatorio”, en Servicio Social, Año II, marzo, 1928, Nº 1, p. 22.

318
La visitadora asumía la representación del trabajador desvalido hospitalizado a
un triple nivel: a) indirectamente ante su patrón, al dar cuenta la visitadora de las
irregularidades detectadas en el cumplimiento de la ley social al Inspector del
Trabajo, “suministrándole los detalles dados por el obrero”, para que este exigiese
al patrón el cumplimiento del reglamento; b) Lo representaba ante la Caja del Seguro
(una de las figuras claves del Estado reformista) acudiendo semanalmente a cobrar
los subsidios que le permitían al trabajador seguir percibiendo una parte de su
salario mientras permaneciera invalidado de trabajar599; subsidios que ella repartía
en forma personalizada en sobres de pago con el nombre de cada obrero. Algo
nuevo, extraño, se ha introducido al interior de las instituciones asistenciales
tradicionales de la república: una mínima y relativa participación obrera en el
beneficio del trabajo.
Respecto de los hospitalizados asegurados de provincia, ella cobraba en la sec-
ción Bienestar de la Caja la cantidad de dinero que necesitaba el obrero para
regresar a su casa, firmando su orden de pago la visitadora “como representante
del asegurado”, llevándole personalmente el dinero al trabajador enfermo indi-
cándole la hora en que partía el tren y el costo del pasaje.
Pero no todo era armónico en la relación y representación que la visitadora
hacía de los trabajadores ante la propia Caja de su Seguridad Legal. Los obstácu-
los con que muchas veces se topaba, las puertas que se le cerraban y las negligencias,
especialmente médicas, le hacían enfrentarse sola con los titanes de la fábula. Y lo
hacía sin desmayo.
Y lo hizo así en el caso de L.M., obrero minero, trágicamente afectado en su
salud durante su trabajo en las minas de S. De solo 25 años, L.M. fue quedando,
en el plazo de 11 meses de trabajo, completamente ciego. Acudió al Médico del
Seguro quien, después de 15 días de tratamiento, “le dijo que se hacía el enfermo
y que debía volver a su trabajo”. Sintiéndose L. cada día peor, se fue a curar a
otras ciudades, hasta agotar sus recursos, llegando exhausto a un Hospital de
Santiago con su mujer y sus dos hijos. El médico le dio su dictamen: ceguera
irremediable. Entonces comenzaron los trajines de la visitadora en vista de tra-
tar de reordenar el caos que las malas condiciones laborales habían traído a la
vida y familia de este joven trabajador, en la flor de su existencia. Había que
pensionar a L., pues en el hospital corría peligro de contagio y reclamar sus

599
El subsidio consistía en el pago de un porcentaje decreciente del salario del trabajador percibido
durante la última semana de trabajo: recibía el 100% de dicho salario en la primera semana de
enfermedad, el 50% en la segunda semana, el 25% en la tercera semana y las restantes que
siguieran, hasta un límite de 26 semanas, donde terminaba el plazo de beneficios otorgados por la
Ley. Fresia Horst, op. cit., p. 23.

319
subsidios; pero la Caja se negaba a ayudarlo “por haber pasado ya mucho tiempo
desde que se inició la enfermedad”. Pero ella no aflojaba. Acusaba al Seguro:
“La enfermedad le había cundido tanto por no haber sido curado a tiempo por el
Seguro” e insistía en que se le pagasen sus gastos. Consiguió, al fin, que el Segu-
ro lo enviase a una de sus pensiones que contaba con auto para trasladarlo al
Hospital cuando fuese necesario. Con dolor, hubo que enviar los niños al sur, a
casa de la abuela, y la visitadora le consiguió a la esposa, después de muchas
tentativas, un empleo en un hospital, con sustento asegurado. En un plazo no
lejano, ella esperaba que ese hogar disperso pudiese reconstituirse, junto a sus
hijos 600.
c) En tercer lugar, la visitadora representa al trabajador ante el médico, al
que le proporcionaba el conocimiento recogido por ella en relación a la enfer-
medad del obrero más allá de su propio cuerpo, en el seno de su familia: sus
“taras” y contagio tuberculoso y venéreo, su miseria, es decir, complementaba
la historia clínica con la historia bio-social familiar. En la foto (apéndice foto-
gráfico p. 487) la vemos frente al médico, junto a la cama del enfermo,
dialogando directamente con él, escribiendo su historia para ser trasmitida y
considerada por las instituciones; narraciones que permiten romper con el
anonimato obrero cuyo texto de vida entra a pertenecer a la historia social del
país.
Por otra parte, solicitaba al médico las órdenes de los medicamentos y tratamien-
tos que no podía suministrarle el hospital y entonces ella buscaba proporcionárselos
al trabajador vía Caja del Seguro y vía farmacias con convenio. Al ser dado de alta,
la visitadora entregaba a cada trabajador “una cartilla” con el tratamiento recibido,
lo cual permitiría seguir su evolución a futuro contando con todos sus antecedentes
médicos.
En suma, estamos aquí ante una nueva “representación” social moderna,
que está lejos de ser la ilustrada política. Es una “representación” que, a
diferencia de la que realizan los organismos partidarios y los aparatos
representativos, consiste en una mediación directa o personalizada entre pueblo
y sistema, basada en un intercambio de saberes y sustentada en una ideología
misionera, inspirada en el superior mandato del cumplimiento social del de-
ber y dirigida a facilitar el bienestar de una clase social considerada más
débil y a la que el Estado y el sistema legal había de proteger con mano de

600
Juana Mac-Quade, (visitadora social del Hospital San Juan de Dios, Santiago), “El Servicio Social
en el Hospital. Dos casos en que la intervención de la visitadora social era indispensable”, en
Servicio Social, año II, junio 1928, Nº 2, p. 126.

320
mujer. Es decir, cuando la representación y la mediación política tradicional
ya no dan las garantías suficientes de la mantención del “equilibrio” del sis-
tema, ha entrado en Chile al campo de juego la “representación femenina
asistencial” a realizar la restauración de ese “equilibrio”. Momento y experi-
mento sin duda crucial de la historia social y política del siglo XX.

3. Colapso económico y desplome institucional. La “necesidad


política del género femenino” para el control de la crisis social

a) Crisis económica y protagonismo estatal. 1930-1932


Los grandes males presentan al menos esta ventaja, de llamar la atención sobre
las dificultades que en estado moderado y endémico pasaban desapercibidos...
Hasta esa época los poderes públicos no habían ofrecido ningún socorro a los
pobres601.
La situación límite que vivió Chile durante la coyuntura de la crisis capitalis-
ta de 1929-32, indujo a los distintos gobiernos del momento (Carlos Ibáñez, Juan
Esteban Montero y la Junta Militar Revolucionaria de 1932) a intentar manejar
dicha crisis a través de una intervención directa en vista de la organización de la
subsistencia de la población. Todos los prejuicios propios de la definición y res-
guardo de un Estado liberal se vinieron al suelo; la propia crisis, en su tremenda
sacudida, creaba un nuevo protagonismo e intervencionismo de Estado, el que,
al paso que ganaba legitimidad en esa coyuntura, prolongaría este rasgo más
allá de la misma.
Como se sabe, en el marco de esta crisis y a través de un alzamiento político
civil dirigido por gremios profesionales y estudiantes, cayó estrepitosamente el 26
de julio de 1931 el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, bajo la acusación de
“tiranía” y uso indebido de los fondos sociales previsionales602. En su reemplazo
fue elegido el radical conservador Juan Esteban Montero.
Cuando la crisis llegó al fondo de su depresión en Chile –el año 1932–, el pano-
rama de la economía chilena en cifras era el siguiente:

601
Madame Leo de Bray, El desarrollo del servicio social en Chile, op. cit., p. 204.
602
El gremio médico, principal protagonista del movimiento anti-gobiernista, acusó a Ibáñez de echar
mano de los fondos sociales para usos fiscales. Ver M.A. Illanes, En el nombre del pueblo... op. cit.

321
Impacto de la Gran Depresión sobre la economía chilena (1932)

Situación en 1932 c/r a 1929


PGB – 45,8
Exportaciones – 81,4
Precios exportación salitre – 59,0
Volumen exportación salitre – 78,5
Precios exportación cobre – 69,3
Volumen exportación cobre – 71,4
Importaciones – 86,8
PGB/Cápita – 48,2
Fuente: Patricio Meller, Un siglo de política económica chilena (1890-1990)603.

La primera y más dramática expresión de este fenómeno de regresión de la eco-


nomía, se tradujo en una masiva cesantía que obligó a tomar urgentes medidas para
paliar el hambre generalizada de los sectores más vulnerados. Según estadísticas de
la Oficina del Trabajo, existían en el país 128.000 personas cesantes inscritas en dicha
Oficina a nivel nacional, a las que había que agregar 3 ó 4 personas término medio
(componentes de un grupo familiar popular), lo cual hacía un total de 400.000 perso-
nas en la miseria, correspondientes al 10% de la población chilena604.
Estamos, de esta manera, frente a una de las expresiones más claras de un
“desorden capitalista”, concebido como el proceso de desarticulación, a nivel na-
cional y global, de todas las piezas de la maquinaria productiva y, por consiguiente,
de la avería crítica de su funcionamiento. El orden social basado en las relaciones
contractuales entró en una situación de colapso; el Estado moderno había de en-
trar, forzosamente, al primer plano de la escena.
¿Cómo se va a expresar el intervencionismo de Estado en Chile en este marco
socio-económico? La nueva figura del Estado Asistencial, el Ministerio de Bienes-
tar Social605, bajo la dirección del doctor Roberto del Río (futuro dirigente de las

603
Patricio Meller, Un siglo de política económica chilena (1890-1990), Editorial Andrés Bello, Santia-
go, 1996, p. 49.
604
Adriana Izquierdo Phillips, “Cómo se organizó la ayuda a los cesantes y la participación que en
ella correspondió a la Escuela de Servicio Social Elvira Matte de Cruchaga”, Memoria para optar
al título de Visitadora Social de dicha Escuela, Santiago, julio, 1932.
605
Nombre que ha adoptado durante el gobierno de Ibáñez el Ministerio de Salubridad, Asistencia
Social, Previsión Social y Trabajo, fundado con el golpe militar de 1924.

322
Milicias Republicanas 606), a través del organismo de su dependencia –la Inspec-
ción General del Trabajo–, adoptó, como primera medida de emergencia, la
apertura de cuatro albergues para dar techo a los cesantes que llegaban de las
salitreras, “las que ocupaban más del 70% de nuestros obreros”607. Se abrieron
cuatro: uno en Bascuñán Guerrero, otro en Esperanza, un tercero en Av. Santa
María y el cuarto en El Salto.
Hasta aquí no vemos mayor innovación respecto de otras intervenciones de
emergencia social y laboral que había realizado el Estado: la fundación de alber-
gues data de antiguo en coyuntura de pestes y la ubicación de cesantes de las
salitreras en albergues de la capital fue una práctica común implementada duran-
te la crisis que afectó a esa producción, especialmente durante el gobierno de
Alessandri en los años 20 608. Y, como otras veces había ocurrido, en dichos espacios
de emergencia, se suscitaron otras “urgencias”: hacinamiento y enfermedades,
descontento, “organización comunista”, rebeldía y represión. Ante los ojos del
Estado, el remedio parecía peor que la enfermedad, ante lo cual el gobierno optó
por cerrar los albergues y distribuir –a cargo de los Intendentes provinciales– a
sus ocupantes en distintos puntos del país (verano de 1931), con la esperanza de
que los cesantes se integrasen a las faenas agrícolas de cosecha y siembra. Aparen-
temente, hasta aquí había llegado el intervencionismo social estatal609.
Pero la marea del hambre era una fuerza de regreso con dirección a la capital.
Terminadas las faenas agrícolas estacionales, los pobres “poco a poco fueron vol-
viendo a Santiago, consiguiendo, como podían, pasaje, los más a pie y aún desde
regiones lejanas como Temuco. La mayoría perdió en estos cambios sus pocos mue-
bles y camas que aún tenían; todos deseaban volver a Santiago como su única
esperanza”610. ¿Cuál era esta esperanza? Sin duda, la presencia y cercanía del go-
bierno, que necesariamente habría de hacerse nuevamente responsable de ellos y
de tantos otros, a medida que la crisis aumentaba. La migración urbana, el creci-
miento de las ciudades y especialmente de la capital, mucho tenía que ver –durante
posiblemente todo el siglo XX– con esta “esperanza” de constituirse en un factor
social de responsabilidad política y gubernativa.
De hecho, en el mes de marzo el gobierno de Juan Esteban Montero puso a
disposición de la Oficina del Trabajo “una suma apreciable de dinero” destinada a

606
A las que nos referiremos más adelante.
607
Adriana Izquierdo, ibid., p. 2.
608
Sobre este tema ver Julio Pinto, “Donde se alberga la revolución: la crisis salitrera y la propaga-
ción del socialismo obrero (1920-1923)”, en Contribuciones Científicas y Tecnológicas, Año XXVII,
octubre 1999, Nº 122.
609
Adriana Izquierdo, ibid., p. 3.
610
Adriana Izquierdo, op. cit., p. 3.

323
dar techo y ropa a los cesantes que habían vuelto a Santiago. En vez de ubicarlos
en albergues –rechazados por su secuela de enfermedades y de rebeldía social– la
Oficina del Trabajo optó por arrendar piezas y pagar cánones atrasados. Respecto
de la vestimenta, el gobierno asignó a la señora Montero $50.000, dinero con que
ella, secundada por un grupo de señoras, creó el Ropero del Pobre, recogiendo pren-
das de casas particulares que eran llevadas a un taller de costura ubicado en
Nataniel con Alonso Ovalle, en el que señoras y señoritas confeccionaban ropas.
Se distribuyó lana a particulares e instituciones de educación. Las visitadoras so-
ciales, previa revisión del registro de sus ficheros, solicitaban las ropas necesarias
al Ropero y las distribuían personalmente en las ollas instaladas611. Es decir, en
materia de ropas, una cadena de solidaridad y acción se había organizado, movili-
zando la acción de distintas manos cuyo producto terminaba en las de las visitadoras,
las encargadas del “contacto directo”.
Al iniciarse el invierno, el gobierno, a través de la Inspección General del Trabajo,
dirigida por Roberto Yungue, tomó la iniciativa de crear un Comité Central de Ayu-
da a los Cesantes (decreto del 31 de julio de 1931). O se intervenía sobre la
emergencia del hambre o peligraba el orden social. He aquí la disyuntiva ante la
cual se encontraba el Estado liberal.
Eran días de suma agitación; después de la revolución del 26 de julio, brotaba
en el pueblo una oscura conciencia de sus derechos y el deseo de satisfacerlos
de cualquier manera, aun recurriendo a la violencia. Se puede decir que cuan-
do el Inspector General del Trabajo tomó la iniciativa de llenar las justas
necesidades de los cesantes, realizó no solamente una obra altamente huma-
nitaria, sino que llenó un fin de paz social. Únicamente sus colaboradores de
la primera hora pueden darse cuenta, cómo el hecho de ver a tan alta autori-
dad preocuparse de asegurar, aunque fuera un mínimo de ayuda, calmó la
reivindicación de un pueblo entero que la miseria habría podido llevar a los
peores excesos”612.
Dicha agitación social decía relación justamente con la verdadera rebelión ci-
vil que se produjo para provocar la caída de Ibáñez, la cual movilizó a todos los
grupos sociales y a las mujeres en marcha por las calles gritando el hambre, las
alzas y la falta de trabajo613. Una vez caído el gobierno, la respuesta estatal a la
rebelión civil fue la organización del socorro a nivel central.

611
Op. cit., pp. 12-13.
612
Rosa Pellegrini, “El servicio social y los cesantes”. Conferencia dictada en la Escuela de Servicio
Social, citada en Madame L. de Bray, “El desarrollo del Servicio Social en Chile”, en Servicio
Social, año V, junio-septiembre, 1932, Nº 2 y 3, p. 241.
613
Carlos Orellana, El siglo en que vivimos, Planeta, Santiago, 1999, p. 67.

324
¿Qué carácter adquiría este organismo? ¿Era una iniciativa propiamente “es-
tatal”? Dicho Comité Central estuvo compuesto por representantes de distintas
instituciones y presidido por el ministro de Bienestar y el Arzobispo de Santiago.
A este Comité Central, tal como su nombre lo indicaba, le correspondería la “di-
rección, organización y administración superior de los auxilios y recursos fiscales,
municipales y particulares de cualquier naturaleza que fuesen destinados a los
cesantes”. El organismo ejecutivo de dicho Comité era la Inspección General del
Trabajo, dependiente del Ministerio de Bienestar, a quien correspondía el control
de la cesantía en todo el país, así como la distribución de trabajo, albergue y ali-
mentación; solo dicha Inspección podía autorizar la recolección de fondos fiscales
y particulares (colectas y fiestas), procediendo posteriormente a su distribución.
Es decir, si bien el gobierno había creado una figura multi-representativa
para la intervención social en tiempo de crisis, de hecho le otorgó a un organis-
mo de claro tinte oficialista el mando ejecutivo y supremo sobre los recursos y el
manejo a nivel nacional del problema social. En su figura se va a ir dibujando
claramente una institución de intervención pública.

b) El Servicio Social y los cesantes. La mirada de Adriana


Será a esta institución oficial, la Inspección General del Trabajo, a la que se integra-
rán, con el objeto de paliar e intervenir la crisis, ambas Escuelas de Servicio Social con
todo su alumnado614, a más de visitadoras sociales profesionales contratadas por di-
cha repartición pública. Así, junto al Inspector General del Trabajo, Sr. Roberto
Yungue, asumieron sus cargos ejecutivos en el campo de la administración social de
la crisis, la Dra. Luise Jörinssen, Directora de la Escuela de Servicio Social Elvira
Matte de Cruchaga, y Mme. Leo C. de Bray, Directora de la Escuela de Servicio So-
cial dependiente de la Junta Central de Beneficencia. Dicho Comité Ejecutivo se
instaló en la Casa del Pueblo –fundada por el General Ibáñez durante su gobierno–, la
que pasó a ser la sede de la administración gubernativa de la crisis. A partir de este
momento y de este acto de instalación física, el servicio social profesional quedaba
oficialmente adscrito a las políticas públicas de intervención social.
Pero el país estaba aún lejos de la paz social. Otras importantes manifestaciones
de rebeldía ocurrieron al entrar el mes de septiembre (día 1º), cuando los tripulan-
tes de la Armada apostada en Coquimbo se sublevaron, siendo apoyados por la
marinería de otros puertos del norte y de los obreros del dique de Talcahuano. Estos

614
“Afortunadamente los cursos teóricos de la escuela habían terminado y todas las alumnas con
gran entusiasmo se dedicaron a la tarea de inscribir y visitar a los solicitantes. Fue admirable la
labor desarrollada con energía y entusiasmo, ocupando sus días de descanso en esta tarea”. Op.
cit, p. 15.

325
últimos levantaron un petitorio que incluía demandas tales como: la “socialización
de las industrias, subdivisión de la tierra, castigo a los causantes de la bancarrota
nacional, cierre temporal de las Escuelas Naval y Militar, derecho de asociación a las
fuerzas armadas, reincorporación de los exonerados, etc”615. Y a pesar de que este
movimiento fue drásticamente reprimido, el contenido de las demandas nos habla
de la presencia en algunos segmentos de la población de un discurso socialista y de
una voluntad de acción revolucionaria.
En este marco, el 2 de septiembre de 1931 se abrió, en Agustinas 2430, la Ofici-
na Central de Socorros en la Casa del Pueblo. Las visitadoras sociales –directoras de
escuela, cuatro visitadoras profesionales contratadas616, a más de una gran canti-
dad de alumnas-, no dieron abasto para atender la gran afluencia de público que
se agolpó en las dependencias de dicha Casa, una avalancha de “muchedumbres”,
la que casi no podía ser contenida por carabineros, presentaban por escrito sus
solicitudes de socorro (1.300 solicitudes en un día). Estas se anotaban en un fiche-
ro: base de datos de las visitadoras con la que posteriormente se dirigirían a los
domicilios a visitar a los demandantes y constatar su verdadera necesidad.
La ciudad se dividió en dos sectores, separados por la Alameda como eje cen-
tral, siendo cada uno de ellos adjudicado a una escuela de Servicio Social para su
visita y control: a) un sector que iba de la Alameda hacia el norte, comprendiendo
Mapocho por el oriente y Brasil por el poniente y que correspondió a la Escuela
Elvira Matte; b) el segundo sector que comprendía la Alameda hacia el sur, fue
otorgado a la Escuela de la Beneficencia617.
Como se puede apreciar, la participación del Servicio Social en la esfera públi-
ca es concebida y organizada, por parte del poder político administrador de la
crisis, sobre la base de una repartición bipartita y equitativa del espacio público,
así como del trabajo a realizar, considerando la existencia de las dos escuelas de
Servicio Social en el país, las cuales sirven, a su vez, como parámetro para la divi-
sión de la ciudad y la distribución de la intervención popular urbana. Es decir, el
servicio social femenino profesional ha consolidado, a través de la crisis, su efecti-
va pertenencia a un sistema político para la gobernabilidad ciudadana, tanto a
nivel de la dirección pública institucional, como en el trabajo de base.
Abarcar la ciudad, visitando a cada una de las familias cesantes que demanda-
ban solicitud, se hizo una tarea imposible. El ejército de visitadoras puesto en

615
Jorge Rojas, Alfonso Murúa y Gonzalo Rojas, La historia de los obreros de la construcción, PET,
Santiago, 1993.
616
Entre ellas, Elena Hott, de la Escuela de la Beneficencia, y Rebeca Izquierdo, de la Escuela Elvira
Matte, cada una con un sueldo de $ 300 mensuales.
617
Op. cit., p. 7.

326
marcha no alcanzaban a más de 300 visitas diarias. Constatadas sus necesidades a
través de la “encuesta”, se procedía a entregar a los pobres un “carnet” que les
daba una serie de beneficios de subsistencia básica (la Oficina de Socorros repartía
3.000 raciones diarias), además de permitirles pedir auxilio en la calle. Al mismo
tiempo, el “carnet” era un instrumento de “control de las personas que necesita-
sen ayuda para que esta no se malgastara socorriendo a personas que no lo merecían
o que ya estuvieran protegidas por otras reparticiones o por particulares” 618. En
tanto mecanismo de identificación del “verdaderamente” necesitado, el carnet
–otorgado por las visitadoras– era un instrumento de orden en el manejo sociopolí-
tico de la crisis.
Al mes siguiente se contrataron visitadoras para hacerse cargo de la atención
directa de los racionados en “centros de reparto” concentrados en áreas colindan-
tes de la ciudad pobre, alcanzando un número de 135. No obstante, el desborde de
la acción del auxilio por la demanda siempre creciente de los sectores populares,
contribuía a aumentar una situación de caos que amenazaba con convertirse en
inmanejable, suscitando el aumento del descontento popular, agolpado cada día
en las puertas de la Oficina Central de Socorros619.
El Estado hubo de recurrir a la iglesia. Históricamente acostumbrada a movili-
zar sus cuadros, sus recursos y su infraestructura en tiempos de crisis o calamidades
sociales, políticas y sanitarias, la iglesia chilena, en forma paralela a la acción
impulsada por la Oficina del Trabajo, había levantado “ollas del pobre” en todas las
parroquias, haciendo “un llamado a las personas acaudaladas pidiéndoles que to-
das tomen bajo su protección y amparo siquiera a un pobre, un hermano suyo, que
contribuyan con dinero a remediar el hambre y frío de los que padecen”620. Apro-
vechando esta iniciativa, que estaba en buen pie, y en circunstancias de verse
sobrepasada la Oficina Central de Auxilio de la Casa del Pueblo, se acordó que la
distribución de comida la hiciesen las ollas de las parroquias, acrecentando en 100
raciones las que cada una de dichas ollas proporcionaban diariamente. Por otra
parte las “raciones en crudo” (no perecibles) serían distribuidas a “las personas
vergonzantes” por medio de los dispensarios de la Hermandad de Dolores y Conferen-
cias de San Vicente de Paul. El Gobierno instaló una bodega central de víveres para
proveerlos en la Casa de Ejercicios de San José.

618
Op. cit., p. 6.
619
“En vista de que el trabajo era materialmente imposible ponerlo al día, por el aumento siempre
creciente de las solicitudes, se acordó suspender por una semana las inscripciones. Se hacen visitas
y se ordenan las fichas visitadas. Al reabrir la oficina, la mayoría no alcanzó a ser atendida; muchos
reclamos, los vales consumidos había que renovarlos, no se consigue trabajo...”. Op. cit., p. 9.
620
Nota del Sr. Administrador Apostólico Monseñor Campillo del 28 de junio de 1931 dirigida al
clero y fieles, en op. cit., p. 4.

327
Se intentaba descentralizar la entrega de la ayuda en torno a las ollas de 30
parroquias y 11 Dispensarios, a los cuales quedaron adscritos los racionados de los
barrios colindantes, que asistían a recibir el auxilio con su carnet y una tarjeta de
racionamiento mensual. La ciudad de emergencia se fue reconfigurando en torno a
los barrios y construcciones parroquiales y eclesiales, desdibujándose el foco cen-
tral expresado en la oficialista Casa del Pueblo y sus centros de reparto sectoriales.
En el mes de febrero de 1932 quedaron definitivamente establecidos estos 30
centros de racionamiento ubicados en los barrios populares, varios de ellos en
parroquias, los cuales repartían un promedio diario de 61.000 raciones para adul-
tos y 5.745 para guaguas consistentes en quáker y azúcar. La ración completa con
pan tenía un costo de $0,67 promedio621. En estos centros las visitadoras sociales
trabajaron durante todo el período de vacaciones de verano, prosiguiendo el año
1932, realizando en ellos un trabajo de solo una hora algunos días y con el fin de
solucionar asuntos de traslados, inscripciones y problemas de los cesantes, pasan-
do la mayor parte del tiempo en terreno.
Según un informe de la Escuela de la Beneficencia, quince de estos centros
quedaron bajo la responsabilidad de esta escuela, a cargo de la Visitadora Jefe,
Rosa Pellegrini:

Centros de Racionamiento y atención de Visitadoras


Visitadora Ollas Horario Atención
Srta. María Benavides La Legua Lunes y jueves, de 11 a 12
Ovalle Martes y viernes, de 11 a 12
San Miguel Miércoles y sáb., de 11 a 12
Srta. Mafalda Pareto Buzeta Lunes y viernes, de 11 a 12
Pasaje Verdugo Ma., jueves y sáb., de 11 a 12
Srta. María Labbé Av. Matta Lunes y jueves, de 11 a 12
Sn. Luis de Francia Martes y viernes, de 11 a 12
Srta. Teresa Banfi San Antonio Mierc. y sábado, de 11 a 12
San Gerardo Martes y viernes, de 11 a 12
San Alfonso Lunes y viernes, de 11 a 12
señora C. de Restat San Crescente Lunes y jueves, de 11 a 12
Lucio Cuadra Martes y viernes, de 11 a 12
Srta. Gabriel Prats Bascuñán Todos los días, de 11 a 12
Srta. Lidia Olguín Matadero Todos los días, de 11 a 12
señora De Rosemary Empleados Particulares Todos los días, de 3 a 4
Fuente: Rosa Pellegrini, “El Servicio Social y los cesantes”622.

621
Op. cit., p. 11.
622
“El Servicio Social y los cesantes”, Servicio Social, Año VI, Nº 1, Marzo, 1932, pp. 106-107.

328
Si a este cuadro agregamos otras informaciones sobre centros de racionamien-
tos, podemos contar con una poco precisa, pero más completa estadística de la
actividad realizada por algunos de estos centros que estaban bajo la responsabili-
dad directa de una visitadora; al mismo tiempo, nos puede dar una idea del trabajo
realizado por dichas profesionales, identificando, al mismo tiempo, las áreas más
afectadas por la miseria:

Distribución de raciones en algunos de Centros de Racionamiento de Santiago 623

Centros Dirección Nº de Raciones visitadora social


Racionamiento
Salto Monserrat s/n 5.400 Julia Gajardo B.
Hipódromo Independencia 2192 1.410 R. Godoy
Recoleta Franc. 885
Mirador Santa María 1474 2.840 Estela Rossi A
O’Higgins Chacra Bruna
(Gral. Bulnes) 1.715 Teresa Fuentes
Yungay W. Martínez 401 3.821 Sofía Campos V.
Buen Pastor F. Vivaceta esq. Rivera 627 Ana Schneider
Esc. Artes Ecuador 3787 1.557 Julia de González
Asilo del Carmen Erasmo Escala 2945 1.375 Olimpia Castillo
Andacollo Mapocho 2350 1.217 Olimpia Castillo
Pje. Verdugo Iquique 132 Mafalda Paretto
P. Buzeta Valparaíso 408 Mafalda Paretto
Bascuñán Bascuñán 1491 M. Benavides,
G. Prats.
R. Pizarro
Ovalle Santa Clara Rosa Babonies
Sacramentinos Arturo Prat 471 Teresa Banfi
San Miguel Parr. Sn. Miguel
(Gran Avenida) Graciela Muñoz
Matadero Sn. Fco. esq. Bío-Bío Lidia Olguín

623
Abarcan, más o menos, un radio o red diseminada por los cuatro puntos cardinales de la “ciudad
de los pobres”.

329
Centros Dirección Nº de Raciones visitadora social
Racionamiento
S. Antonio Víctor Manuel 1441 Hortensia Salas
IV Zona Aseo Sn. Luis de Francia 1850 María Labbé
V. Mackenna Matta Oriente 038 María Labbé
Legua Dalmacia 489 Sara Silva
Parr. Sn. Crescente Salvador 1357 Cristina de Restat
Religiosas Esclavas Lucio Cuadra 480 Cristina de Restat
Empleados Agustinas 1262 L. Pizarro,
M. Particulares
Valpuesta y
L. de Rosemary
Total 20.902 asistidos624

Fuente: Rosa Pellegrini y Adriana Izquierdo 625.

624
Este total corresponde a los datos del cuadro; se estima que los asistidos llegaban a cerca de
35.000.
625
El siguiente cuadro recoge los datos aportados por el trabajo de Adriana Izquierdo (op. cit., p. 16)
escrito en julio de 1932, el que entrega datos concretos de asistidos; y se ha completado con los
datos proporcionados por Rosa Pellegrini (op. cit, pp. 242-243), escrito en septiembre de 1932, el
cual aporta datos de nuevos centros de racionamiento, pero no nos da el número específico de
asistidos, aunque expresa que “en la actualidad ascienden a 35.000 las familias visitadas, la ma-
yoría de las cuales recibe ayuda”.

330
MAPA URBANO DE SANTIAGO Y DISTRIBUCIÓN DE ALGUNOS CENTROS
DE RACIONAMIENTO626

626
Estas localizaciones las hemos efectuado sobre un plano de Santiago de 1923, ya que no pudimos
contar con una copia de uno de 1930. Pudiendo trabajar con un plano de 1939, optamos por el de
1923, por ser más parecido al de 1930. Las localizaciones las hemos hecho sobre el mapa en forma
aproximada, y con la excepción de un par de ellas (Ovalle y Religiosas Esclavas), para las demás
pudimos identificar una ubicación relativa, notándose una mayor concentración de Centros de
Racionamiento y, por lo tanto, de pobreza, en la zona de la Avenida Matta Sur.

331
Despuntando el día llegaban las Visitadoras al reparto de alimentos, acogiendo
nuevas solicitudes, atendiendo reclamos y problemas de traslado a otras ollas se-
gún domicilio, visitando a aquellos que han dejado de asistir al reparto, además
de otras visitas, encuestas y confección de datos de fichas y carnets. Lo más difícil
fue la responsabilidad que sobre ellas recayó de la búsqueda de habitación para
los cesantes que lo requerían, debiendo visitarlos, buscarles vivienda –prefirién-
dose los edificios fiscales– y pagar personalmente el canon de arriendo –no más de
$20 mensuales por pieza habitable– financiado por el Comité Central de Socorros,
ubicándose en cada pieza a una familia, procurándose una salubridad aceptable.
Otro problema grave fue el de la ropa, consiguiéndose escasos fondos para cubrir
esta necesidad627.
Es decir, estas visitadoras sociales llamadas “de barrio”, secundadas por las
dos Escuelas de Servicio Social, fueron un puntal muy importante de la organiza-
ción estatal de la crisis, preocupándose directamente de todo, desde la alimentación
hasta la vivienda, en el terreno mismo donde se encontraba la miseria y necesidad
urbana capitalina.
Sin embargo, todos los esfuerzos desplegados por la Oficina de Socorros y sus
visitadoras fueron sobrepasados por la realidad del hambre que conducía al pue-
blo, en agonía y en definitiva, a los hospitales628. Se recurrió a la conciencia de la
opinión pública solicitando a los particulares acudir en su ayuda, encontrándose
más que a menudo las visitadoras, con un muro de indiferencia y frialdad:
ingrata (ha sido) la tarea de hacer penetrar en el ánimo del público indiferente la
idea de que la desocupación era una grave realidad y que ninguna persona cons-
ciente podía ya repetir la frase de que “en Chile nadie se muere de hambre”. Eso
ha sido y desgraciadamente ya no es (...).
El que no esté en contacto íntimo con la miseria y necesidad no puede ni tampoco
quiere comprender que ella existe; siempre encuentra razones que lo disculpan a
sus ojos; una de ellas es la que dice que si el gobierno se ocupa de los indigentes, los
particulares quedan desligados de esa obligación. También existe la idea errada de
confundir al cesante con el mendigo vicioso que vaga por las calles y que siempre

627
La Sra. Montero (señora del presidente que gobernó entre julio de 1931 y junio de 1932) creó un
Ropero del Pobre. Para este ítem, además, los estudiantes católicos contribuyeron con alguna suma
de dinero, la que, unida a algunas donaciones particulares y otras reunidas por la Sra. Dávila
(primera dama de la Junta Militar que gobernó al país entre julio y diciembre de 1932), se reunie-
ron $3.555, destinándose $2.800 a rescate de prendas de vestir y el resto a una pequeña fiesta de
pascua para 300 niños de padres cesantes que tuvo lugar en la Escuela Elvira Matte. Op. cit., p. 17.
628
“Las estadísticas de los hospitales nos proporcionan una prueba irrefutable; allí se ha tratado
inútilmente de hacer reaccionar organismos debilitados y desnutridos, que no padecían de enfer-
medad sino de falta de alimento” . Op. cit., p. 7.

332
ha existido. Cesante, como su nombre lo indica, es aquel que no tiene trabajo y
que puede pertenecer a cualquier clase o categoría social (...).
Otro motivo poderoso es el concepto arraigado que existe de que nuestro obrero es
flojo y no trabaja porque no quiere; en la actual situación ya sabemos cuáles han
sido y son las oportunidades de trabajo y en qué pobres condiciones. Hasta se
podría llegar a comprender el estado de ánimo de aquellos que, no teniendo ya
nada que perder, casas, muebles, ropa, etc, no encuentran la energía necesaria en
ellos mismos para aceptar un trabajo poco tentador en sus condiciones y se con-
forman con recibir la ración de comida que no alcanza apenas a satisfacer sus
necesidades.
No hay duda de que puede haber vicio, abuso, engaño, etc., pero esos casos no
autorizan a hacer pesar sobre los que no tienen culpa, todo el peso de su desgracia.
La más sencilla ley de caridad y de amor al prójimo nos obliga a ello 629.
Este texto, escrito por Adriana Izquierdo Phillips –hermana de la visitadora
profesional contratada por la Oficina del Trabajo, Rebeca Izquierdo–, a la sazón es-
tudiante de la escuela de Servicio Social Elvira Matte y que también participó en
la ayuda a los cesantes, está dirigido a la elite santiaguina y forma parte de la
campaña de opinión que dicha Oficina del Trabajo y su Comité Central de Socorros
dirigieron a la opinión pública. De este texto se desprenden algunos elementos
que, a mi juicio, son interesantes de resaltar: a) En primer lugar, Adriana escribe
dirigiéndose a su propia clase social, respecto de la cual ha tomado una distancia
crítica; b) este distanciamiento lo realiza Adriana a partir de un conocimiento de-
terminado: el que le proporciona la experiencia del contacto directo con los pobres;
c) a partir de esta posición personal, ella entra a refutar ciertos planteamientos
tradicionalmente esgrimidos por una clase social (la aristocracia) respecto de otra
(las clases populares); d) esta refutación la puede hacer desde el momento que
Adriana ha cambiado la perspectiva de su mirada: instalándola en el propio cuer-
po y sentimiento del pobre; e) sustentada en la autoridad de su conocimiento de lo
real como verdad, ella hace un llamado “al orden” a la aristocracia en vista del
cumplimiento de sus deberes cristianos. f) Finalmente, es interesante destacar
que en este texto se deja ver que la situación por la que pasan los trabajadores
obedece a factores (económicos) sobre los cuales ellos no pueden actuar y respec-
to de los cuales “no tienen culpa”, percibiéndoseles, así, como “víctimas” de un
sistema en el cual estaban inmersos y atrapados.
En suma, creemos percibir que Adriana ha sufrido una transformación a par-
tir de su trabajo social en el campo popular en circunstancias de la crisis del

629
Op. cit., pp. 7-8.

333
capitalismo; que esta transformación dice relación con el hecho de que la visita-
ción social no solo estaría permitiendo disciplinar a los pobres y a la pobreza
intervenida, sino también “comprender sus razones”, intentando disciplinar y
re-educar a la aristocracia en función de éstas.
Pero el cambio desde una mirada caritativa a una postura crítica tanto respecto
del sistema económico como de la clase dirigente, no se explica solo desde una pers-
pectiva personal, como podría haber sido la de la experiencia del discurso de Adriana.
En todo occidente, las “mujeres de la asistencialidad”, a quienes les habría tocado
intervenir directamente sobre la crisis y su modo de encarnación en los pobres, se
habrían dado de frente contra los muros de la impotencia y la decepción, al paso que
instalaban un discurso altamente crítico y demandante de soluciones económicas
más estructurales para solucionar la pobreza. Esto lo podemos apreciar a través del
Manifiesto publicado por la Asociación Americana pro Bienestar de la Familia, formada
por 283 agencias que habían asistido a 4 millones de cesantes:
Las miles de visitadoras sociales y aficionados que están relacionados con agencias
locales Pro-Bienestar de la Familia se encuentran en una situación estratégica
para observar los efectos humanos de las condiciones económicas e industriales.
Nosotros (...) estamos “en la línea de combate” al procurar aliviar la cesantía y sus
consiguientes males.
Continuaremos dedicándonos infatigablemente a esta tarea, pero deseamos hacer
constar nuestra convicción que el solo socorro es un paliativo insatisfactorio para
los males económicos e industriales que ahora nos afligen y los cuales requieren
un tratamiento concertado, valeroso y cuidadoso, si muchos de nuestros amados
ideales americanos han de perdurar.
Reconocemos que aún en las mejores condiciones económicas siempre habrá fa-
milias e individuos que buscarán la comprensiva orientación de hábiles visitadoras
sociales en sus problemas más personales... Pero reconocemos también que la in-
mensa mayoría de aquellos a quienes ahora estamos sirviendo están afligidos por
condiciones sociales y económicas imposibles de dominar individualmente.
Mientras que podemos hacer mucho para asistir a tales familias en el desarrollo
de su propia capacidad para afrontar las miserias económicas, estamos igualmen-
te interesados en un programa comunal sensato, tendiente a atacar las causas de
la pobreza. No nos contentamos con medidas paliativas de socorros, por muy nece-
sarias que sean, a menos que estén acompañadas de un ensayo concertado y reflexivo
para rectificar las condiciones básicas630.

630
“El Servicio Social y los cesantes”, Servicio Social, Año VI, Nº 1, marzo, 1932, p. 107.

334
El Manifiesto de las visitadoras sociales norteamericanas terminaba haciendo
un llamado a los líderes cívicos, industriales y financieros a mancomunar sus es-
fuerzos para proyectar medidas en pro del fomento del empleo y del bienestar de
la población. Al respecto, habría que rescatar tres aspectos relevantes: a) las muje-
res están llevando a cabo un combate cuerpo a cuerpo en plena línea de fuego y en
función de la salvaguardia de la civilización y de los “ideales americanos”; b) este
hecho les otorga legitimación a su palabra ante el resto de la sociedad y ante las
clases dirigentes; c) su discurso adopta la forma de un “Manifiesto”, que expresa
una voz concertada, previamente colectivizada y que está destinada a ser sociali-
zada a través de distintos medios de comunicación y opinión, en tanto busca alcanzar
las esferas máximas del poder.
Respecto del contenido del Manifiesto, la crisis necesariamente estaba ponien-
do en cuestión los paradigmas asistencialistas. Estos, los que no hacía mucho tiempo
que se habían adoptado como modernización de la caridad y la filantropía, ya que-
daban obsoletos ante el colapso productivo y comercial mundial que develaba ante
todos los ojos, la relación sustancial entre pobreza y economía.
La crisis seguía desbordando todos los esfuerzos realizados en el invierno de
1932. La caída del gobierno de Juan E. Montero y la toma del mismo en el mes de
junio por la Junta Militar que inauguraba un destello de República Socialista en
Chile631, modificó la dirección e intensidad del auxilio estatal al pueblo, en cir-
cunstancias de haber crecido el número de indigentes. Ante este hecho, la señora
Montero cerró su Ropero del Pobre, mientras la Junta Socialista decretó el rescate
de prendas de vestir y de instrumentos de trabajo, tanto desde la Caja de Crédito
Popular como de otras cajas de crédito632. Las visitadoras, en su afán fiscalizador en
vista de detectar a los verdaderos necesitados, fueron sobrepasadas por las solici-
tudes de rescate prendario. “Era tal la afluencia de solicitantes, que no fue posible
verificar la necesidad por medio de la visita a domicilio, como se hizo primera-
mente, y hubo que proceder a timbrar en las escuelas de Servicio Social los boletos
de prendas según instrucciones de la Inspección General del Trabajo”633.

631
Entre el 4 y el 16 de junio de 1932 asume la República Socialista, bajo el mando del General
Marmaduque Grove, que toma una serie de medidas de intervención en materia económica y de
subsistencia social, siendo derrocada por la Junta de Dávila, de tendencia ideológica opuesta a la
primera, pero no menos intervencionista ante la crisis, la cual llama a elecciones presidenciales
en el mes de diciembre de ese año.
632
El gobierno autorizó la restitución a sus dueños por parte de la Caja de Crédito Popular especies
empeñadas hasta la suma de $150.000, aunque todo lo que fuese útiles de trabajo se restituiría
cualquiera fuese su valor. También se decretó el rescate de prendas de Cajas particulares, aunque
por una suma hasta $50 por familia. La demanda fue tal, que hubo de suspenderse por agota-
miento de fondos del gobierno (sep. 1932). Rosa Pellegrini, op. cit., p. 244.
633
Op. cit., p. 13.

335
La nueva autoridad central, estatal y de tinte socialista, les exigía romper con
los marcos tradicionales de su acción vigilante hacia los pobres (que trabajaba con
el supuesto de la existencia de abusos por parte de éstos y que había que evitar
certificando su condición de pobreza a través de la “visita” y la “encuesta”), requi-
riéndoles una acción inmediata y sin restricción respecto de las solicitudes de los
cesantes. Se impuso la voluntad política gubernativa de una solución drástica e
inmediata de la emergencia, mejorando la calidad de la misma.
Efectivamente, en el mes de junio los Centros de Racionamiento duplicaron su
entrega de raciones, proporcionándose dos raciones diarias, con una porción de
carne y dos de pan. Esto recargó de trabajo a las visitadoras, ante lo cual la Oficina
del Trabajo contrató a cuatro visitadoras más634. Se complementaron las ollas parro-
quiales con nuevos repartos en edificios fiscales, siendo esta labor encargada
también a sindicatos y asociaciones, llegando a 135 el número de centros de repar-
to, centralizados en torno a la Inspección del Trabajo. Este organismo dispuso la
unificación de los Registros a cargo de una Visitadora Jefa de la Escuela de Servi-
cio Social de la Beneficencia, secundada por una visitadora de la Escuela Elvira
Matte635.
Pero la experiencia más interesante la vivieron, durante la crisis, las “visi-
tadoras sociales de barrio”, las cuales aprendieron a estar en contacto directo
con los sectores populares en su radio asignado por la emergencia. Claro que
para ellas “el ideal sería que cada visitadora de barrio tuviera a su cargo un
número de asistidos según su capacidad normal de trabajo y que pudiera dedi-
carse a guiar, reeducar, adaptar, actuar sobre el individuo, mejorando sus
condiciones de vida, en fin, hacer verdadero servicio social entre ellos y con
esto prestaría un gran servicio a la colectividad”636. Es decir, aspiraban a una
prolongación de su trabajo de emergencia y su transformación en una labor
sistemática.
El auxilio a los cesantes no fue solo una política capitalina. En provincias, los
Inspectores del Trabajo formaron Comités de organización de la ayuda, presididos
por el Intendente. Los víveres requeridos eran solicitados a la Comisión de Compras
de la Bodega Central de Santiago, encargada “de la adquisición de víveres para todo
el país”637. En la emergencia, el gobierno central adquiría la legítima figura de un
“Estado proveedor” a nivel nacional.

634
Contrató a cuatro visitadoras de la Escuela Elvira Matte de Cruchaga, con un sueldo mensual de
$300. Op. cit., p. 10.
635
Op. cit., p. 14.
636
Rosa Pellegrini, op. cit., p. 245.
637
Adriana Izquierdo, op. cit., p. 11.

336
De lo anteriormente expuesto, habría que hacer notar algunos aspectos relati-
vos al carácter que asumió el Servicio Social profesional en esta etapa crítica de la
economía y de la subsistencia popular chilena.
En primer lugar, quisiera apuntar a la relación formal que se establece entre el
Estado chileno y el Servicio Social profesional. Esta es la primera experiencia de
incorporación del Servicio Social institucional (las dos escuelas de Servicio Social)
a nivel directivo en el ámbito de una secretaría ministerial estatal (la Inspección
General del Trabajo, dependiente del Ministerio de Bienestar Social). Las directoras
de las escuelas de Servicio Social ejercieron roles de jefatura en el campo de la
organización central del auxilio estatal (la Casa Central de Auxilio en la Casa del
Pueblo), articulando a este aparato a las dos escuelas de Servicio Social con toda su
contingencia estudiantil y profesional. Simultáneamente, visitadoras sociales pro-
fesionales son contratadas por esta Secretaría ministerial para ejercer funciones
también directivas a nivel de los Centros de Racionamiento barriales, organizan-
do y distribuyendo el auxilio a las clases populares diagramadas en torno a dichos
centros.
Por su parte, el Estado, como dijimos, ha dado pasos decisivos en materia de
intervención y política social nacional en el seno de la emergencia. Y lo ha hecho, al
menos en la capital, no tanto al modo de un aparato de intervención directo, sino
mediatizado por el Servicio Social profesional, cuyas mujeres organizaron el auxilio
central y trabajaron en el barro mismo de la realidad popular, paliando la miseria
con los recursos y a nombre del Estado y contratadas por éste. Se va dibujando, así,
el rostro femenino de la política social gubernativa, posibilitando la avanzada del
Estado en el campo de la intervención social, dando un paso importante en la trans-
formación de su carácter liberal pasivo. No obstante, este cambio que
subrepticiamente se va realizando en el carácter del Estado, se hace –en este caso–
sin que se cambien sustancialmente los medios de ejercicio para una gobernabilidad
en ese campo: dichos medios son las visitadoras, sucesoras, a su vez de las “señoras”.
No obstante, a pesar de que el Estado comienza a ser una figura central de la
política social bajo el amparo de la crisis, éste no ha asentado aún su hegemonía
político social (salvo en los días de la República Socialista), debiendo contar, como
vimos, con el apoyo de instituciones tradicionales como la iglesia, en torno a una
alianza de urgencia estratégica. Lo que sí queda claro es el juego simultáneo y
aliado de los tres actores de la intervención social en esta fase de la modernidad:
el estamento profesional, la iglesia y el Estado: su intervención tripartita está trans-
formando las relaciones entre pueblo y sistema en el capitalismo.
En segundo lugar, habría que referirse al significado que adquiere, para las
visitadoras profesionales chilenas, la experiencia de su participación en el go-
bierno (a todo nivel) de esta crisis. Su masiva participación en esta coyuntura

337
les va a ampliar su visión de la realidad, permitiéndoles percibir el comporta-
miento de la economía capitalista en esta fase de su crítica desarticulación
sistémica y sus repercusiones en la economía y la sociedad chilena 638. Y esto no
constituye un asunto trivial. Su formación profesional no tocaba, por lo gene-
ral, temas relativos a la estructura de la economía en la que el problema de la
pobreza necesariamente estaba inserta. Su formación hacía énfasis, a lo más,
en la legislación laboral, sustentada sobre la ecuación deberes-derechos en el
campo contractual del trabajo; sobre la base del cumplimiento de ambos facto-
res, se alcanzaba la mayor productividad y la armonía social. Todo este esquema
explicativo se viene ahora abajo. Las jóvenes visitadoras, tales como la estu-
diante Adriana Izquierdo, han de hacer un diagnóstico propio de la realidad
social en emergencia que les toca vivir e intervenir. Y así como han de quebrar-
se en parte sus esquemas “teóricos”, también hubieron de ser sobrepasados
sus principios y mecanismos de intervención prácticos, conociendo la impoten-
cia de los mismos639.
Por otra parte, las visitadoras de esta coyuntura de emergencia van a tener
que ampliar, necesariamente, su radio de apoyo. En tiempos “normales” ellas se
manejan con una “guía” de instituciones de beneficencia; ahora ellas han
de acudir a la sociedad en su conjunto, especialmente a las familias con mayo-
res recursos. Muchos aportaron, pero la mayoría –como lo hubo de reconocer

638
La visitadora social Adriana Izquierdo, que escribe la memoria para obtener su título profesional
sobre la participación de las visitadoras en esta crisis (documento en que nos hemos basado para
escribir esta parte de nuestro estudio), comienza su texto buscando una explicación de la misma a
través de variables netamente económicas. Dice al respecto: “La crisis mundial ha tenido en
nuestro país graves repercusiones. Por la escasa independencia económica y por la incipiente
industria nacional, ... nuestro país no ha podido escapar a ella y sufre como el que más sus conse-
cuencias. La falta de mercado para colocar nuestros productos básicos, como el salitre, cobre,
carbón y productos agrícolas, ha determinado el cierre de estas industrias que ocupaban más del
70% de nuestros obreros. Agréguese a esto la paralización de las fábricas que, no contando con
los mercados del norte del país que absorbían toda la sobreproducción, han tenido que cerrar y
despedir a sus operarios. / Por otro lado, la bancarrota del Fisco que, no pudiendo contratar nue-
vos empréstitos, se ha visto en la imposibilidad de realizar su plan de obras públicas que, según
cálculos, daba ocupación a más de 80.000 personas. / Como en nuestro país no existe seguro algu-
no de desocupación, todos se han encontrado ante la miseria, sin tener más que sus propios me-
dios para hacerle frente. Por este motivo el gobierno se preocupó de estudiar el problema, el que
ha sido y es discutido en innumerables proyectos y comisiones sin que pueda llegarse a una solu-
ción satisfactoria. Entre tanto, lo urgente era la ayuda inmediata, dar comida, casa y ropa al que
sufría estas necesidades”. Op. cit., pp. 1-2.
639
“Naturalmente el trabajo que ellas realizan (en estas circunstancias) no es el que representa el
verdadero concepto de Servicio Social, tratándose como se trata de un estado de indigencia,
cuyas causas no están en sus manos remediar y a las que solo puede aliviar paliativamente”. Op.
cit., p. 11.

338
Adriana– permanecieron indiferentes. Lo interesante de la cuestión, no es tanto
el hecho en sí, sino la “mirada de Adriana” respecto de ese segmento de la socie-
dad, su propia clase, a la que fustiga, cuestionando todos sus argumentos,
supuestos, prejuicios con que aquella interpretaba a los sectores populares. Adria-
na, a partir de esta vivencia, experimenta la fragmentación de su sujeto, el que,
al parecer, va articulando su identidad sobre nuevas premisas de comprensión
del otro.
¿Qué podemos decir de la política de intervención propiamente tal que se apli-
ca sobre los sectores populares en esta coyuntura crítica? Al respecto, consideramos
importante consignar algunos factores, a nuestro juicio, relevantes.
a) Es un hecho que, a raíz de esta crisis, casi todo el pueblo quedó “registrado”
–mediante las visitadoras– ante el Estado, lo cual constituye un hecho de relevan-
cia. Para los sectores populares, “su vida en un fichero” y la entrega de su “carnet”
de cesante (cédula de una “identidad” otorgada y legitimada por el gobierno) pue-
de haber significado, subjetivamente, una nueva “pertenencia”: a la responsabilidad
del Estado; pero para éste era, objetivamente, un mecanismo de orden y control
para la aplicación de políticas de intervención.
b) La envergadura de la crisis, que afectó al pueblo en su conjunto, le exi-
gió al Estado cambiar su tradicional “política de albergues” para recoger a los
expulsados de la labores y faenas. Considerados los albergues como focos de
infección y revolución y, por ende, peligrosos para la “salud” del cuerpo y del
orden social en su conjunto, y después de ensayar, sin éxito, el derrame de la
fuerza de trabajo sin ocupación por el área agrícola del país, el Estado opta
por una política de “instalación familiar” de cesantes. Esta opción, si bien le
significa al Estado el pago de cánones de arriendo y, por lo tanto, una mayor
carestía de mantención que los albergues, es claro que tenía como principal
objetivo la prevención de concertaciones y revueltas populares. A partir de la
ubicación de los cesantes en casas y luego de su distribución en los centros de
racionamiento ubicados en los distintos barrios, se dibujó un diagrama del
manejo social de la crisis que, sin duda, evitó posibles conflictos mayores en la
capital.

c) El caso de Amalia y sus hijos


Cuando el verdadero terremoto que significó para Chile la crisis capitalista de
1931-32 se apaciguaba, el trabajo de las visitadoras continuó en las distintas reparti-
ciones públicas y privadas, donde seguían tomando contacto directo con el problema
social en su dimensión más humana e íntima. Fue el caso de Teresa Pinto, visitadora
social de la Dirección General de Menores, a quien el Juez de Menores le encargó, el
20 de diciembre de 1933, que le informase sobre la situación familiar de los menores

339
Marta, Anita, Jorge y Luis Z., de 10, 9, 7 y 5 años de edad, hijos ilegítimos de Agustín
A. y de Amalia Z640.
Amalia, enferma cardiaca, había quedado en absoluta pobreza luego de la parti-
da de su conviviente Agustín. Mal dormía con sus cuatro hijos apretada en un solo
lecho y viviendo de la caridad de su madre y de los vecinos. Sus hijos mostraban
claras señales de raquitismo y las niñas mayores no iban a la escuela por completa
falta de recursos. Al morir la madre de Amalia, su situación se había vuelto crítica;
no tardó en llegar una orden de lanzamiento de su pieza por impago de dos meses de
arrendamiento de $70 cada uno.
La indagación social apunta hacia el padre: 45 años, soltero, con un empleo fijo
de $ 476 mensuales, con casa, agua y luz. Agustín tenía tres hijos mayores de su
primera “mujer ilegítima”, de 19, 14 y 12 años, a la que había abandonado por irse
con Amalia, de 40 años, soltera y con quien había convivido durante ocho años,
entre 1922 y 1929, y a quien había a su vez abandonado, regresando con su primera
mujer, quedando Amalia embarazada de su hijo menor Luis, cuya paternidad Agus-
tín no reconocía. Este justificó ante el juez su negativa a ayudar a Amalia “porque
la cree de mala conducta e incapaz de gastar debidamente el dinero que él le
pudiera entregar”. Le propone al juez internar a las dos niñitas en un asilo y llevar
al menor Jorge a su lado.
Es decir, Agustín buscaba borrar de su historia, de su memoria y de su respon-
sabilidad a Amalia y al menor Luis, bajo la acusación de ser aquella “incapaz” y
de “mala conducta”; propone entregar al Estado o a la beneficencia privada a las
niñas mujeres y quedarse con lo único rescatable a sus ojos: su hijo hombre Jorge
de 7 años. He aquí el prototipo de un discurso machista popular.
Amalia refuta las imputaciones que le hace su ex-conviviente y solicita al
juez una investigación al respecto. Por su parte, la visitadora, luego de efec-
tuar su “visita” y su diagnóstico, recomienda al Juez que asigne una pensión
alimenticia a cargo de Agustín ($150 mensuales), no accediendo a separar a la
madre de sus hijos mientras no se comprobara peligro moral o material en el
hogar. Teresa, la visitadora, se encargaría de vigilar el comportamiento de
Amalia. Tomando al pie de la letra las recomendaciones de Teresa, el Juez dic-
taminó.
A fines del mes de enero de 1934, la vida de Amalia, sus hijas e hijos dio un
vuelco en 180 grados. A instancias de Teresa comenzaron a recibir auxilio de ali-
mentos desde la Casa Central de Socorro a la cesantía y habían recibido la primera

640
Este caso social está documentado en Servicio Social, Año IX, Nº 2, abril, junio, 1935, “Un caso
social”, pp. 136-144.

340
pensión alimenticia del padre, bajo mandato de la ley. Ello le permitió arrendar
una pieza en un cité en la calle O’Higgins, con puerta y ventana a la calle y con un
pequeño patio independiente para cocinar y lavar. Contenta y presurosa Amalia y
sus niñas acudieron ese día 3 de febrero donde la visitadora Teresa a contarle la
buena nueva y entregarle la boleta del pago de arriendo. Amalia le contó que esa
tarde saldría a hacer algunas compras, cama, frazada y brin para hacerle unos tra-
jecitos al niño y a las niñas, los cuales se los confeccionaría ella misma.
A los pocos días de ese caluroso febrero de 1934 acudió a visitar el nuevo hogar
Teresa, caminando por ese tranquilo barrio de pobres de casas de madera y cala-
mina en el centro de la ciudad capital. En sus alrededores, una escuela primaria
de niñas y despachos de comercio varios. Al llegar al cité constató la luz y la venti-
lación que entraba a las piezas por puertas y ventanas, los patios interiores y el
baño común para todos los arrendatarios, así como la falta de luz eléctrica y gas. Al
entrar en la pieza de Amalia miró a su alrededor: una cama en catre de fierro y la
cama nueva arreglada sobre unos cajones; una mesa mediana, dos sillas, una suer-
te de estante para guardar utensilios de comedor y una caja para guardar ropa.
“Los niños están muy contentos en su nueva casa”, anotó Teresa. Las dos chicas,
según manifestó su madre, cada día se preocupan más del arreglo de la pieza y
tenían ya adornada la muralla con dos monas de réclames de cigarrillos; se levanta-
ban y entre las dos hacían las camas, barrían y sacudían”. Sobre esto y otras cosas
conversaron Amalia y Teresa esa tarde en torno a la mesa y Amalia le mostró el
brin que había comprado para mamelucos de los niños a $10 los dos metros641.
Las semanales y mutuas visitas se hicieron una rutina entre Amalia y Teresa,
intercambiando diversas opiniones. Teresa, por ejemplo, estuvo de acuerdo con la
opinión de Amalia de que, para la educación de las niñas no era necesario inter-
narlas en el Asilo de la Infancia, habiendo una escuela tan cerca; Amalia y las niñas,
por su parte, no se opusieron a Teresa cuando esta insistió en que las pequeñas
volvieran a visitar a su padre en domingo, a pesar del rechazo de éste. Amalia
estuvo de acuerdo también con Teresa de buscar algo en qué ganar; un lavado, por
ejemplo, que le ayudaría para comprarse algo de ropa642.
Al llegar la pensión a fines de febrero, juntas, Teresa y Amalia convinieron en
la distribución del presupuesto del mes de marzo643:

641
Ibid., p. 138.
642
Ibid., p. 139.
643
Ibid., p. 139.

341
Presupuesto mensual de Amalia (Marzo)

Arriendo de casa $ 35
Pago de agua 5
Reservado para consulta médico 5
Reservado para medicamentos 10
Para comprar géneros y hacer sábanas 20
Para zapatos de los dos chicos 20
Para abonar a los $ 45 de la deuda almacén 5
Para alimentación y gastos varios 50
Total $150
Fuente: Servicio Social644

El mes de marzo transcurrió entre la gran novedad de la entusiasta entrada de


las niñas a la escuela y problemas como la salud de Anita, estando aquejados to-
dos de tos y bronquitis y a quienes el médico les recetó Emulsión de Scott y aceite
de bacalao. Teresa recomienda la necesidad de que tengan tres camas, a lo que
Amalia accede hacer con el próximo pago de pensión; todavía estaba a la espera
del lavado que le habían prometido.
A fines de ese mes de marzo de 1934 y luego de tres meses de estrecho contacto
con esa familia popular, la visitadora profesional anota su primera evaluación de
Amalia: “Según lo observado, la madre de estos menores es una persona de muy
buen carácter, tranquila y comprensible; allana con facilidad todas las dificulta-
des y sabe dirigir a sus hijos”645.
Luego Teresa entró a otro nivel de observación del hogar de Amalia, dejándose
caer un día a la hora de almuerzo, cuando todos saboreaban con apetito un plato
de porotos con cebolla y papas y un zapallo asado, acompañado de pan. La conver-
sación giró en torno al hambre voraz con que llegaban las niñas del colegio a pesar
de desayunar “su cocho646 con un pedazo de pan”. La pieza se veía “muy arreglada”
luciendo artistas de cine en las paredes y ya contaban con tres camas: en una
dormían los dos niños, en otras las dos niñas y en la tercera Amalia, sola. Esta le

644
Servicio Social, Año IX, Nº 2, abril, junio, 1935, “Un caso social”, pp. 136-144.
645
Ibid., p. 140.
646
“Mazamorra”, comida con harina tostada; bebida caliente hecha con maíz tostado, algarroba
molida, agua y azúcar.

342
tenía a Teresa la buena noticia de que se había conseguido un lavado por $25 al
mes, dinero con el que se compraría zapatos. En una tercera ocasión en que la
visitadora no encontró a Amalia y sus hijos en su casa, aprovechó de interrogar a la
vecina por la manera de vivir de la familia de Amalia, a lo que me respondió “que
es gente muy independiente y que Amalia no tiene amistades en el cité, sino que
solamente se lleva con sus niños en su pieza”647.
A la Escuela Nº 8 Teresa acudió en dos ocasiones y solo recibió elogios so-
bre las niñas: que eran “aprovechadas”, que asistían regularmente y siempre
andaban aseadas y ordenadas. Las niñas, por su parte, se llenaron de orgullo
por su participación en el “canto a Prat” el 21 de mayo, y se lo fueron a contar
a Teresa a su oficina. Le dijeron también que su mamá tenía proyectado com-
prarles en el mes de junio unos vestidos de lana usados pues los que tenían
eran muy delgados para el frío que hacía. Amalia, con su lavado, se compraría
también un vestido.
En una de sus visitas, hacia finales del mes de junio, la conversación fue entu-
siasta, especialmente por parte de las niñas, quienes narraron a Teresa la fiesta a
la que habían concurrido el domingo en el Centro Catequista del barrio, al cual
siempre asistían: les habían repartido refrescos y dulces después de un acto litera-
rio. Por su parte, Amalia, recién pagada de su pensión, le contó a Teresa en qué
pensaba invertirla, figurando como rubro importante la suma de $40 para comprar
abrigos a las chicas648.
Al respecto, la visitadora anotó en su cuaderno: “Amalia sabe distribuir en
buena forma el dinero y todo lo que ha comprado hasta la fecha ha sido lo más
necesario e indispensable. Manifestó que desde el próximo mes empezaría a sur-
tirse en útiles de cocina y comedor, de lo que en la actualidad está muy escasa,
pues lo que antes tenía lo vendió para tener qué comer algunos días. También
buscaría otro lavado para que desde agosto pueda disminuir la ayuda de Cesan-
tía”. En otros aspectos, Teresa considera que Amalia sabía desempeñarse en su
papel de madre, llevando una vida honrada y tranquila: “Trabaja en su casa y se
preocupa del cuidado, bienestar y educación de sus hijos”649. A través de estos dos
planteamientos la visitadora está echando por tierra las argumentaciones del ex-
conviviente de Amalia, a través de las cuales justificaba el abandono económico
de su familia. Al mismo tiempo, está avalando las medidas de protección legal
adoptadas por el Juez de Menores, dirigidas a obligar la responsabilidad económi-
ca del padre hacia los hijos.

647
Ibid., p. 142.
648
Ibid., p. 143.
649
Ibid., pp. 143-144.

343
Nos hemos detenido en este caso, a mi juicio no solo interesante sino también
emotivo, con el objetivo de fijar nuestra atención en algunos aspectos de la inter-
vención social realizada por las visitadoras sociales a mediados de la década de
1930 en Chile.
a) En primer lugar, podemos apreciar la presencia y acción concreta de una
repartición benefactora fiscal, la Dirección General de Protección de Menores, orga-
nismo que, en representación del Estado, le correspondía “atender al cuidado
personal, educación moral, intelectual y profesional de los menores” (art. 1 de la
Ley de Protección de Menores)650. Se trataba de una repartición pública que era ex-
presión del rol asumido por el Estado como órgano de intervención social para un
nuevo pacto civil, basado en una re-articulación legal de las relaciones sociales a
todo nivel, desde la familia hasta la empresa.
A esta repartición llega el caso de los hijos de Amalia. ¿Cómo? Obviamente
ella debe haber puesto una demanda al padre ante el Juzgado de Menores. Pero
este aparato es ciego frente a esa realidad social que se le presenta, llamada “los
niños Z.”. ¿Quiénes son? ¿Quién es esta mujer, Amalia, que se dice su madre? ¿Cuál
es su historia? ¿Quién es el padre de estos niños? ¿Cómo han llegado a esta situa-
ción de extrema pobreza? Por mucho que el juez interrogase a Amalia, las palabras
de ésta eran percibidos como ecos de lamentos que caían al vacío. El Juez, desde
su desconocimiento y distanciamiento institucional respecto de lo real-popular,
dicta orden de investigar.
b) La investigación se le encarga a una “mujer profesional especialista en po-
bres”, la visitadora social Teresa Pinto Winter, empleada pública en 1935 de la
Dirección General de Protección de Menores, la que sale a recorrer el suelo concreto
de lo real popular. Y constata y “avala la verdad” de que Amalia y sus 4 hijos
estaban viviendo una situación crítica a nivel de la subsistencia, de la salud, de la
educación, de la habitación, sobreviviendo gracias a la “limosna de los vecinos”, es
decir, de la solidaridad o de la natural y precaria red de apoyo mutuo popular.
Reconstruye la historia marital de Amalia y sale en busca del padre, acerca del
cual obtiene información completa: ocupación, sueldo, condición familiar, etc.
c) En tercer lugar, es de hacer notar que quien verdaderamente dicta senten-
cia ejecutoria es la propia visitadora, la cual, haciendo tabla rasa de las
argumentaciones del padre de los niños y dispuesta a confiar en la madre, recha-
za la desarticulación de la familia o el envío de las niñas a un asilo y pide al juez

650
La Dirección General de Protección de Menores fue un organismo creado como parte de la Ley de
Protección de Menores, proyecto del Ejecutivo (gobierno de Ibáñez), promulgada el 1º de enero de
1929. Ver al respecto, M.A. Illanes, “Ausente, señorita”. Op. cit., pp. 123-126.

344
asigne al padre pensión alimenticia obligatoria. Garantía de este dictamen sería
la propia visitadora, la que vigilaría de cerca a Amalia en torno a las acusaciones
que le hacía su ex-pareja. A todo lo cual el juez accede. Como ayuda inmediata y
concreta, la visitadora inscribe a los hijos de Amalia en las raciones en crudo de
ayuda de Cesantía, lo cual nos demuestra que aún en el año 1935 este mecanis-
mo de socorro de emergencia continúa vigente.
d) A poco más de un mes de presentado el caso a la visitadora, Amalia ha
recibido su primera pensión, con lo cual podemos apreciar el vuelco total en su
vida: arriendo de pieza, compra de otra cama y, especialmente, la seriedad en su
“rendición de cuentas” ante la visitadora. Cada dinero recibido es objeto de una
ordenada distribución en torno a la cual “conviene” Teresa y Amalia. Pero este
convenio entre ambas, generalmente está basado en alguna buena argumenta-
ción y justificación de necesidad que hace Amalia, sin que en ninguna ocasión
se haya producido desacuerdo entre ambas. Amalia y Teresa concuerdan tam-
bién en temas relacionados con la educación de las niñas y con la cuestión del
trabajo en lavados. En general, a través de su plática, se nota a una Amelia-
pueblo que va ganando palabra, presencia y voluntad de decisión y autonomía,
en la medida que va sanando las profundas heridas de la pobreza y re-articulan-
do su vida familiar como jefa de hogar, integrando a sus hijos al sistema
institucional formal: escuela e iglesia.
e) A pesar de que el fundamento de la observación y diálogo se da en las visitas
de la visitadora a la casa de Amalia y de ésta o de las niñas a la oficina de la
visitadora, ésta se dirige al entorno –la escuela y el vecindario– para indagar acer-
ca de Amalia y su familia, manteniendo así su distancia o cumpliendo con los
requisitos “científicos” de su observación profesional.
En suma y a la luz de este caso, podríamos definir la intervención del servicio
social profesional como la relación o el contacto directo entre pueblo y visitado-
ra, dado en el mismo espacio del habitar popular, construido principalmente en
torno al diálogo directo entre la profesional y la familia asistida y en función del
objetivo específico del mandato institucional, en este caso, del dictamen del Juez
de Menores. Es este objetivo el que otorga “la razón del contacto”; más allá de
este objetivo la relación entre pueblo y visitadora no rompe sus vallas. Esto se
aprecia a lo largo de las anotaciones de los seis meses de observación a que nos
referimos. El diálogo entre Amalia y Teresa siempre gira en torno a probar el
“buen comportamiento” de Amalia: mientras ésta se lo ha podido demostrar a
Teresa, ésta, a su vez, se lo comprueba al Juez. Se establece, así, una cadena
pactada de compromisos legales y disciplinamientos sociales, basados en el “re-
ordenamiento familiar” de Amalia como jefa de hogar y, principalmente, en la
obligación económica del padre.

345
Todo esto ocurría en la vida personal de Amalia y en la vida laboral de Teresa
cuando, por primera vez en la historia de Chile, las mujeres acudían, ese año 1935,
a votar en una elección pública (a nivel municipal), cuando se fundaba el ME-
MCH, Movimiento de Emancipación de la Mujer de Chile, de gran influencia en el
feminismo del siglo XX y cuando las jóvenes fanáticas recibían en el Aeropuerto
de Los Cerrillos, con histérico gozo, al actor norteamericano Clark Gable651.

651
Carlos Orellana, El siglo en que vivimos, Chile 1900-1999, Planeta, Santiago, 2000.

346

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