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Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Esta clase continúa la unidad 1 comenzada en la
clase anterior. La clase pasada vimos algunos conceptos básicos de la Crítica Cultural, útiles
para entender cómo emergió la disciplina y cuáles fueron las condiciones para su formación. Los
Estudios Culturales surgieron en Inglaterra a partir de la llegada de inmigrantes que
transformaron el paisaje social inglés y despertaron preguntas sobre la identidad colectiva,
ahora con presencia de inmigrantes del Caribe, África y Asia. También la consolidación de la
industria cultural y la cultura de masas tanto en Europa como en los Estados Unidos produjeron
la necesidad de nuevas herramientas para leerla y analizarla. Por último, hicimos un breve
recorrido por la palabra “cultura”, un término que alteró su significado y que adquirió un sentido
crítico sobre el que vamos a avanzar en esta clase.
Introducción
En esta clase nos detendremos en un ensayo de un amigo y compañero de Walter Benjamin en
la Escuela de Frankfurt, Theodor W. Adorno. El ensayo de Adorno retoma una discusión sobre
el impacto de la cultura de masas en el mundo contemporáneo, que resulta clave para la
emergencia de la Crítica Cultural.
Por último, examinaremos los usos de la Crítica Cultural en América Latina, más concretamente
en el contexto chileno, donde Nelly Richard fundó en 1990 la Revista de Crítica Cultural. Allí la
cultura fue dotada de un fuerte contenido político en el marco de la dictadura de Augusto
Pinochet. Poetas y artistas visuales intervinieron en los debates públicos haciendo oír su voz en
un contexto de represión y censura. Veremos aquí, entonces, una articulación política y crítica
formulada por artistas, escritores y también pensadores.
Cada uno de los textos teóricos elabora conceptos relacionados con la Crítica Cultural en tanto
modo de leer y analizar la cultura, desarmarla y permitir también el acceso a un nuevo
objeto: la cultura como superficie donde ejercer la crítica y el análisis.
El afianzamiento de la Crítica Cultural
Vamos a continuar ahora recuperando algunos conceptos elaborados por el crítico alemán
Theodor W. Adorno en su ensayo “La crítica de la cultura y la sociedad”, publicado en el
libro Prismas en 1955.
Esta visión negativa, como señala un crítico de Adorno, Andreas Huyssen, no debería, sin
embargo, confundirnos. Aunque prima en Adorno una mirada pesimista sobre la cultura como
propaganda y manipulación de las masas -tal como fue empleada por el fascismo en Europa o
los regímenes militares en América Latina, como lo veremos en breve en el caso de Chile- en
rigor, el interés de Adorno puede ser leído también como un reconocimiento del papel que
comenzaba a ocupar la cultura popular y masiva en horizonte contemporáneo. Ese nuevo rango
exige analizar la cultura con mayor atención.
Adorno tuvo una mirada desconfiada frente a la cultura de masas norteamericana, a la que
consideraba un recurso empleado para estupidizar a la población y someterla a las normas del
mercado en el marco de la expansión de la civilización capitalista. El filósofo emplea en su
ensayo, a menudo, la expresión “baratija” para referirse a los productos de la cultura de masas
que él despreciaba. Se trata de un término elocuente, despectivo hacia una forma que hoy los
Estudios Culturales han comenzado a estudiar con mayor respeto y consideración, en una línea
que comienza con los primeros trabajos de Roland Barthes en los años 60 y que se prolonga
hasta hoy.
Vemos, por ejemplo, a continuación, una cita de un trabajo precursor de Barthes incluido en su
libro Mitologías, publicado originalmente en 1957. En ese momento dedicar un capítulo a
analizar un nuevo modelo de auto y compararlo con una catedral era un gesto de ruptura. Este
gesto reconocía en formas de la cultura popular la complejidad, elaboración y procedimientos de
interpretación en los consumidores de la cultura de masas. Suponer que la industria cultural no
encuentra resistencia y es consumida pasivamente por las masas implica subestimar tanto la
complejidad del objeto como la capacidad de discernimiento de quienes la consumen.
EL NUEVO CITROEN
El pensamiento de Adorno elabora, entonces, algunos puntos importantes que sirven para
pensar la Crítica Cultural. El centro de su argumento está en el proceso de cosificación de la
cultura en el capitalismo y en los usos que el fascismo hizo de ella como propaganda. Cabe
recordar, como el mismo Adorno lo hace, que la palabra “crítica” fue prohibida por los nazis,
como dice la cita a continuación:
Es importante notar cómo, en esta frase, el filósofo se detiene en un uso instrumental y político
de la cultura que, al “rebajarse”, pierde una de sus funciones claves: la capacidad de desafiar
el consenso y mantener activa una capacidad crítica. Ese rasgo forma parte de la cultura
crítica, aunque puede resultar adormecido o “extirpado” si una fuerza política procura hacerlo.
Adorno continuará su análisis de la crítica cultural para profundizar en la relación de solidaridad
conceptual entre crítica y cultura, como esta cita lo expresa: la crítica es una parte constitutiva
de la cultura, aunque -como el nazismo demostró y el capitalismo parece estar mostrándolo-
esa función puede neutralizarse.
Aunque el ensayo que nos ocupa fue escrito cuando la guerra había terminado y los nazis
habían sido derrotados, en los años 50 era la civilización capitalista la que triunfaba y, con ella,
la Industria Cultural. En este marco, Adorno alerta sobre lo que observa como
unacosificación (reificación) de la cultura, proceso que él identifica tanto con los regímenes
autoritarios como con la civilización de consumo, caracterizada por la proliferación de
mercancías (“baratijas”), que resultarán crecientemente asociadas con los bienes simbólicos
producidos por la industria cultural. Así, al convertirse la cultura en mercancía, se la vacía
de su rasgo más valioso: la capacidad de poner en crisis, es decir, criticar el mundo tal
como se nos presenta. El arte (la cultura) tiene para él esa misión indelegable. Adorno sentía
nostalgia por un mundo que ya antes de la guerra había comenzado a desaparecer y admiraba
el arte vanguardista, en particular, la música clásica experimental (Schoenberg), que oponía a la
música popular como el jazz, a la que despreciaba.
Los bienes de consumo masivos modificaron el paisaje social y lo poblaron
de diseños, formas y sentidos que modificaron el modo en que las personas
se relacionaban con la cultura. La cultura del automóvil o la popularidad del
rock unificaron audiencias y consumidores, ampliaron el público (incluyendo
a las mujeres, como vemos en una de las imágenes) y convirtieron en
signos de espesor simbólico elementos que antes no lo eran, como el pelo
en los hombres (Los Beatles), las marcas de autos en índices de status
social (Cadillac) y los nuevos espacios públicos en escenarios donde exhibir
bienes de consumo, cuerpo y formas de vida (los bares como teatros de
autoexhibición). El disco, el rock y el automóvil contrastan con la orquesta
sinfónica, la ópera y el carruaje: son masivos, son más accesibles y, por
eso, liman diferencias de clase, es decir, pueden ser pensados como
“baratijas”.
En este momento, Adorno observa con cierta alarma que los críticos culturales se vuelven
cómplices de la lógica del mercado y la cultura pierde capacidad crítica. Es decir, en el
capitalismo la cultura comienza a parecerse demasiado a productos masivos de baja calidad.
Este proceso culmina, en última instancia, en la objetificación, aquel proceso que Marx llamó
“el fetichismo de la mercancía”. Y afecta no solo a la esfera de la cultura sino también a los
seres humanos, entrenados por la cultura de masas pensada como instrumento de
adormecimiento, en lugar de contribuir a despertar un sentido crítico rebelde e incentivar una
mirada insatisfecha con el estado de las cosas (status quo). Esta trayectoria reemplaza las
funciones de emancipación y educación propias de la cultura por sus efectos contrarios: pérdida
de poder liberador y desgaste de la función emancipadora de la cultura. Será el concepto de
“Industria cultural” el que adquiera aquí, entonces, particular relevancia por ser un efecto
característico del capitalismo triunfante.
En ámbitos como América Latina, donde conviven obras de arte sofisticadas con una producción
de cultura popular significativa, desde el arte indígena hasta las telenovelas y la música popular,
una visión elitista como la de Adorno no resulta simpática y, en general, ha sido leída como una
perspectiva sombría, oscurecida por la guerra. Pero incluso en otros espacios, la mirada de
Adorno ha sido mal recibida y caracterizada como nostálgica de un mundo que ya había
comenzado a desaparecer cuando él concibió su teoría de la cultura.
Podemos reconocer, entonces, dos aspectos que coexisten en el concepto: una cara
conservadora, donde la cultura es un instrumento para fortalecer la
hegemonía, y otra cara donde prevalecen las funciones potencialmente
emancipadoras de la cultura, su capacidad crítica y su voluntad de oponerse
al sistema.
Resulta, entonces, necesario recuperar la relación entre crítica y cultura que, si bien puede ser
neutralizada, no puede separarse de la noción de cultura: la cultura es una dimensión que
supone un distanciamiento crítico porque reconocer su perímetro y composición requiere tomar
distancia de ese objeto.
Ese escenario de destrucción de la esfera pública recibirá distintas respuestas en Chile, que
buscará reconstruir la cultura democrática perdida por el golpe.
Los artistas van actuar con una función específica: enfrentar al régimen desde su propia práctica
para repolitizar la esfera pública que la Dictadura había silenciado. Sin embargo, como observa
Richard, en Chile la oposición al régimen militar no fue uniforme ni homogénea. Había sectores
de la izquierda tradicional humanista que asignaban a la cultura un lugar subordinado a una
visión de lucha de clases reduccionista que, en cierto sentido, eran funcionales a la visión del
poder que operaba en divisiones binarias entre “(…) lo superior y lo inferior, lo exterior y lo
interior, lo claro y lo oscuro, lo puro y lo incontaminado” (58).
En cierto sentido, la izquierda tradicional resultaba útil a la oposición que el mismo régimen
procuraba establecer, al dividir la esfera política en una estructura dual y binaria. El grupo CADA
buscó repolitizar la esfera pública, pero renovando los sentidos yfracturando una noción de
sujeto unitaria y coherente. Vemos así como la política comienza a emerger en otros lugares.
La identidad será una de ellas y, como veremos en este Módulo, un espacio particularmente rico
para polémicas culturales. Se abrirán, entonces, nuevas zonas políticas que se ubican en el
plano doméstico y donde la repolitización se interesa por nuevos dominios como lo cotidiano, lo
marginal, el género sexual y la ciudad. Vemos así como emerge una idea de cultura como forma
de vida, que veíamos al comienzo de la clase. Los espacios de intervención buscarán, entonces,
ocupar diferentes zonas del mundo social como barrios trabajadores y también de la élite que
desarticulan una división dual.
Vemos, a continuación, una imagen de la instalación que fue montada en el Museo
de Bellas Artes de Santiago y también en barrios marginales. [Biblioteca Nacional
Chile]
Fuente: http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3342.html#imagenes
Una de las primeras acciones del grupo CADA es la instalación “Para no morir de
hambre en el arte”, de 1979. Nos interesa esta obra como un ejemplo de arte
contemporáneo dotado de una capacidad crítica; en este caso, de la situación
política chilena cuando la obra se montó. La obra puede pensarse como arte, pero
es una acción que se despliega en varios espacios y apelando a distintos materiales.
Su propósito fue denunciar la situación social en Chile y, para hacerlo, apeló a
diversos medios: camiones y sachets de leche, una proclama, carteles, una
intervención en una revista periodística y también una caja de acrílico donde se
depositaron la grabación de la proclama junto a sachets de leche y un ejemplar de
la revista Hoy, que formó parte de la instalación. El conjunto puede pensarse como
una performance. La obra consistió en varias acciones coordinadas: distribuyó cien
litros de leche entre sectores pobres de Santiago, hizo pública una proclama en
varios espacios (una galería de arte, una revista cultural), intervino el Museo de
Bellas Artes de Santiago (foto), leyó una proclama frente a la sede de las Naciones
Unidas en Chile. En el caso del Museo de Bellas Artes, los artistas instalaron una
pancarta en la puerta del museo, al mismo tiempo que, como vemos en la segunda
fotografía, los mismos camiones de leche que llevaron leche a los barrios
marginales se estacionaban en la puerta del museo.
Sin embargo, un rasgo que Richard destaca de la poética del grupo CADA es su desconfianza
ante formulaciones de identidades totalizadoras.
El sujeto postulado por las nuevas estéticas ya no coincidía con la identidad profunda
y verdadera de la moral humanista que aún confiaba en la integridad del sujeto
como base plena y coherente de la representación del mundo. El sujeto del arte y de
la literatura de la ‘nueva escena’ era ese ‘no-sujeto, el sujeto en crisis,
desconstruido, fragmentado en múltiples pulsiones’. (65)
(…) la ‘nueva escena’ buscó elaborar tácticas intersticiales de subversión de las pautas de
autoridad, multiplicando pequeños márgenes de insubordinación de los signos dentro del
sistema de puntuación represiva: ‘no se trataba sólo de saltearse las reglas del juego –
reafirmación siempre de esas reglas– sino de acotarlas en su sinsentido. Poner en escena así al
llevarlas a su exceso simbólico, sus límites. Y mostrar a la vez un procedimiento posible de su
desactivación’. Procedimiento que se disparó entonces hacia la corporalidad, la biografía sexual,
el tramado suburbano y las estéticas callejeras, la cotidianeidad popular y la domesticidad
femenina, como planos y secuencias de vida que debían ser intervenidos y reformulados anti-
autoritariamente. Se trataba precisamente, para las nuevas estéticas, de superar el modelo
coyunturalista de ‘una crítica restringida al orden autoritario’. (68).
Con esta cita terminamos la clase y completamos la unidad 1 delMódulo Teoría y Crítica
Cultural. Vamos a realizar una actividad donde podrán poner a prueba los conceptos aprendidos
en esta clase, en relación con tres archivos de imágenes. Espero que el recorrido haya sido
estimulante para encontrar nuevas maneras de leer el universo simbólico. Continuamos la
próxima clase.
Bibliografía obligatoria
Adorno, Theodor W. (1962) “Crítica de la cultura y sociedad” en Prismas, Barcelona:
Ariel, trad. de Manuel Sacristán, pp. 9-29.
Richard, Nelly (2000) “Destrucción, reconstrucción, deconstrucción” en La
insubordinación de los signos, Santiago, Chile, Cuarto Propio, pp. 57-71.
Bibliografía de referencia
Barthes, Roland (1980) Mitologías. Traducción de Héctor Schmucler. México. Siglo XXI.
Actividades
Foro de consultas
Este espacio estará habilitado durante toda la cursada del módulo para compartir
y resolver juntos/as las dudas o inquietudes que se puedan presentar durante la
elaboración de las actividades o lectura de los materiales.
¡Los esperamos!