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Es así como esta iniciativa que tiene el objetivo de declararle la guerra a las pantallas
comenzó a gustar a otros progenitores con los que compartían el mismo problema.
Tanto Fernández como otras tres madres conformaron una empresa con kits que pesan
unos 200 gramos e incluyen 20 juegos de toda la vida que sirven para entretener a los
más pequeños. Parchís, dominó, juegos de memoria, origamis y demás
entretenimientos con los que buscan tener un impacto en la educación de sus hijos y
los de los demás.
Los teléfonos inteligentes y el uso de internet van de la mano, y en este sentido hay
unas cifras que también preocupan a los padres: el primer acceso a contenidos
pornográficos de los jóvenes españoles comienza a edades tan tempranas como los
ocho años.
No está claro si el ‘Kietoparao’ diseñado por estas madres bilbaínas será capaz de
frenar el tsunami tecnológico que se avecina con el 5G, sin embargo, se trata de un
grano de arena para que no olvidemos que aunque hay muchos beneficios gracias a
la facilidad de la comunicación en la era en la que vivimos, también existen una serie
de peligros de los que debemos estar muy alerta.
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Lanacion.Com
Los chicos de Chernobyl que recibieron
tratamiento en una playa en Cuba
LA NACION,lanacion.com Hace 5 horas
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"No era como estar en un hospital. Hasta los niños más enfermos lo pasaban bien". El
ucraniano Roman Gerus tiene muy buenos recuerdos de una experiencia que tuvo su
origen en una catástrofe. Hablamos de la explosión de uno de los reactores de la central
nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, tragedia que vuelve a estar de plena
actualidad por la exitosa miniserie de HBO Chernobyl.
Gerus fue uno de los más de 23.000 menores afectados por el accidente que recibieron
atención médica en Cuba. El programa auspiciado por el Ministerio de Salud cubano se
desarrolló entre 1990 y 2011.
Gerus enfatiza la belleza del escenario al que llegó para recuperarse de la enfermedad
de la piel que desarrolló muchos años después del accidente de Chernóbil. Este joven
que ahora tiene 27 años ni siquiera había nacido cuando ocurrió el desastre, pero su
familia vivía relativamente cerca de la planta nuclear.
"Cuando tenía unos 10 u 11 años, los doctores detectaron puntos blancos en mi piel, era
vitíligo. Intentamos tratarlo en Ucrania, pero los médicos dijeron que no era tan fácil,
que necesitaba medicamentos muy caros y no garantizaban que pudieran ayudarme",
relata.
"Alguien le contó a mi madre que había un programa para ir a Cuba. Ella no se lo creyó al
principio porque le dijeron que era gratis, pero averiguó los detalles y rellenó los
documentos. Esperamos al menos medio año. De repente llamaron para decir que me
iba en dos semanas. No me lo podía creer. Mis padres estaban preocupados porque Cu ba
está muy lejos de Ucrania y yo era pequeño, pero decidimos seguir adelante y me fui".
Según datos del Ministerio de Salud de Cuba, en total fueron 26.114 pacientes (el 84%,
chicos) que procedían fundamentalmente de Ucrania, Rusia y Bielorrusia.
Las serias dificultades que Cuba atravesó durante el llamado "periodo especial" en los 90
tras la disolución de la URSS no hicieron que el programa se detuviera.
Diferentes enfermedades
El complejo de Tarará contó con residencias para los chicos y sus acompañantes, dos
hospitales, una clínica, un parque de ambulancias, cocina, un teatro, escuelas, parques y
áreas recreativas. Sin olvidar los dos kilómetros de playa a unos 15 minutos de distancia.
A la isla llegaron pacientes con dolencias de distinta gravedad, desde cáncer, parálisis
cerebral y problemas dermatológicos hasta malformaciones, enfermedades digestivas y
trastornos psicológicos.
El programa estuvo bajo la dirección de los doctores cubanos Julio Medina y Omar
García, que clasificaron a los pacientes en cuatro grupos dependiendo de su estado:
Dos zonas
El caso de la ucraniana Khrystyna Kostenetska, que participó en el programa cuando
tenía 12 y 13 años, corresponde al cuarto grupo. "Fui a Cuba en 1991 y 1992", le cuenta
Kostenetska a BBC Mundo. "Las dos veces estuve allí 40 días. Se supone que ese es el
período en el que el cuerpo humano tiene la capacidad de recuperarse de una dosis baja
de radiación".
Kostenetska explica que había dos zonas diferenciadas en Tarará: el campamento bajo,
donde se alojaban los chicos con problemas más graves de salud, y el alto, destinado a
menores sin problemas de salud pero que habían estado en las cercanías de Chernóbil.
"Vivíamos en pequeñas casas independientes, unos 15 chicos en cada una. Los menores
del campamento alto no teníamos un tratamiento médico específico, pero sí nos
chequearon la visión y nos llevaron al dentista", detalla.
"Eran chicos con vitíligo que tenían que llevar manga larga y cubrirse del sol. A pesar de
eso, el clima de Cuba sanó a algunos de ellos y aceleró la recuperación de muchos otros".
Sol sanador
Gerus fue uno de los chicos que se recuperó totalmente. "Después de la segunda vez que
fui, todos los puntos se hicieron grises y desparecieron. Tomé algunos medicamentos,
pero la principal medicina fue el sol", afirma.
"Nadábamos mucho. El océano era precioso. Íbamos con los profesores a la playa, e ra
parte del tratamiento. Siempre queríamos ir", evoca Gerus, que recuerda que algunas
noches participaban en actividades lúdicas como ir al cine o la discoteca.