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DERECHO SUCESORIO
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PRÓLOGO DE LA SEGUNDA EDICIÓN
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OBSERVACIONES PRELIMINARES
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DERECHO SUCESORIO
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OBSERVACIONES
DERECHO SUCESORIO
PRELIMINARES
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INTRODUCCIÓN
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Cada vez que se cite un artículo sin señalar a qué cuerpo legal corresponde,
debe entenderse que lo es del Código Civil chileno.
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INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
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testada y parte intestada (nemo pro parte testatus pro parte intestatus
decedere potest). El padre de familia puede testar en favor de quien
lo desee, con la única limitación de nombrar expresamente a los
sui heredes, bien para instituirlos, bien para desheredarlos (Polacco
V., De las Sucesiones, pág. 92, t. 11, 2ª edic., Buenos Aires, 1950.
Véase Biondi, Biondo, Sucesión Testamentaria y Donación, pág. 6, 2ª
edic., Bosch, Barcelona, 1960). El principio era Paterfamilias ubi
legassit super pecunia tutelave suae rei ita ius esto (como el difunto
haya legado sobre el patrimonio y la tutela de la propia familia,
así sea derecho).
Pero no debe suponerse que el sistema romano era el triunfo
del individualismo sobre el interés familiar. Hemos indicado que
la calidad de heredero va muy unida a la de sucesor en la potestad
familiar y en el culto de la familia, la que, por lo demás, no era
concebida en función de los vínculos de sangre. El testamento
tiene así la función de institución del futuro jefe de familia, más
aun cuando se desconocía el derecho de primogenitura, por
lo cual el pater familias debía nombrar al hijo o al familiar que
consideraba apto para cautelar la familia (Bonfante, ob. cit., t. 1,
pág. 209; Mazeaud, ob. cit., t. 4, vol. II, Nº 663).
Más tarde, con el debilitamiento de las costumbres e instituciones
primitivas, la libertad de disposición pierde su esencia original y da
lugar a frecuentes abusos. La herencia no tiene ya como función
el transmitir la soberanía doméstica, sino el patrimonio familiar.
La libertad de disposición pierde su rol primitivo, convirtiéndose
en expresión de un individualismo desconocido por el derecho
preclásico. De ahí que, poco a poco, se fue constituyendo como
fundamental la sucesión deferida por la ley, incluso contra testa-
mento (Bonfante, ob. cit., t. 1, págs. 653-654).
El Derecho de la época imperial establece limitaciones im-
portantes a la libertad de disponer en testamento, imponiendo
la obligación de dejar a los parientes más próximos una parte de
los bienes (portio legitima o debita). Se establece la posibilidad para
el heredero ab intestato más próximo, de atacar el testamento,
bajo pretexto de haber sido omitido totalmente (querella inofficiosi
testamenti). Marco Aurelio establece, definitivamente, como por-
ción legítima un cuarto de la porción intestada. La ley “Falcidia,
plebiscito votado en el año 714 de Roma, concede un remedio
más eficaz y decide que no se puede legar más de tres cuartos de
la herencia, y que el heredero conserve al menos el cuarto de la
sucesión, esto es, la cuarta Falcidia” (Petit, Eugène, Tratado Ele-
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mental de Derecho Romano, Buenos Aires, 1954, pág. 764, Nº 644 c).
Con posterioridad a Constantino, la influencia del cristianismo se
hace cada vez más fuerte. La sucesión se basa íntegramente en el
parentesco natural o de sangre. Los herederos legítimos prefieren
sobre las disposiciones testamentarias si éstas vulneran la porción
que a ellos debe corresponder. Bajo Justiniano las Novelas 58 y
115 terminan la evolución, modificando la cuota de la legítima
en caso de que el testador tenga descendencia legítima, y limitan
la desheredación a la causal de ingratitud para con el testador
(sobre la evolución de la libertad de testar en Roma, Von Mayr,
ob. cit., t. I, págs. 230 y ss.; t. II, págs. 209 y ss.; Bonfante, ob. cit.,
t. I, págs. 207 y ss.; 560 y ss.; t. II, págs. 56 y 57; Boyer, Cours de Droit
Romain, 1954-55, págs. 114 y ss.; Monnier, Manuel de Droit Romain,
6ª edic., París, 1947; Biondi, ob. cit., págs. 6 y ss.).
La tradición germánica no conoce el testamento. La muerte
destruye el poder del hombre sobre los bienes. No es posible,
en consecuencia, hablar de una libertad de disposición entre los
pueblos germánicos. Entre ellos la sucesión es de carácter fami-
liar. Tácito, describiendo este aspecto de los pueblos germánicos,
escribe que “los herederos y sucesores son los hijos y no existe el
testamento. Si faltan los hijos, el derecho corresponde a los grados
más próximos: hermanos, tíos paternos y tíos maternos” ( Germa-
nia, XX). De ahí que, con posterioridad a la invasión de Roma
por los pueblos germánicos, el testamento pierde importancia y
su renacimiento no se opera sino lentamente. El principio era
que solus Deus heredem facere potest, non homo (vid. Brissaud, Ma-
nuel d’Histoire du Droit Français, París, 1898-1904, t. 2, pág. 1579).
La voluntad del testador no puede entonces modificar el orden
sucesoral y sólo existe la devolución ab intestato (Timbal, ob. cit.,
pág. 150). Es hacia el siglo XII que el testamento reaparece en
Francia, bajo influencia de la Iglesia, deseosa de incentivar los
legados piadosos (P. C. Timbal, ob. cit., Nº 325, pág. 167). Pero
tanto en los países de Derecho escrito, de tradición romanista,
como en las regiones en las que imperó el Derecho costumbrista,
de raíces germánicas, la libertad de testar estaba limitada. En un
comienzo, en los países de Derecho escrito reaparece la amplia
libertad de testar, concebida como una forma de lucha en contra
de los señores feudales que, en ausencia de descendientes, preten-
dían el derecho a recoger los bienes de los difuntos. La admisión
de la legítima, con todo, se hace cada vez más importante y en
los siglos XIV y XV es ya de aplicación general en Francia. En los
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CAPÍTULO I
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Sección I
EL PRINCIPIO DE LA CONTINUACIÓN
DEL CAUSANTE POR SUS HEREDEROS
(SUCESIÓN EN LA PERSONA Y SUCESIÓN
EN LOS BIENES)
Párrafo I
EL PRINCIPIO
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Sección I
EL PRINCIPIO DE LA CONTINUACIÓN
DEL CAUSANTE POR SUS HEREDEROS
(SUCESIÓN EN LA PERSONA Y SUCESIÓN
EN LOS BIENES)
Párrafo I
EL PRINCIPIO
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13.1. Otras aplicaciones. Se cita también por los autores, como con-
secuencia del principio comentado, el artículo 2487, por el cual
los privilegios de los créditos de la primera y cuarta clase, a que
estaban afectos los bienes del deudor difunto, afectan de la misma
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(art. 1097, inc. 1º), la adquisición del activo y las obligaciones del
pasivo se detienen allí donde el sucesor se enfrenta a un derecho
personalísimo o a un bien extrapatrimonial del causante, aunque
algunos de estos derechos pasan al sucesor. A veces se olvida esta
limitación del principio y se le extiende como si fuese una realidad
debido a que los herederos continúan la personalidad jurídica
del difunto ilimitadamente. Es así que es en función de él que se
ha pretendido tradicionalmente hacer transmisible la acción por
daño moral (sobre lo cual, vid. Nº 99 ). En verdad el principio de
la continuación nunca ha pretendido transferir la personalidad
jurídica del difunto a sus herederos, sino sólo fundar la respon-
sabilidad ultra vires de los sucesores. Por ello tiene su límite en
los derechos que no son patrimoniales. Aubry y Ray, que fueron
sus principales defensores, precisaban que “Se llama herencia el
patrimonio que una persona deja al momento de su fallecimiento.
La herencia comprende entonces la totalidad de los bienes que
pertenecían al difunto a la época de su muerte, con excepción,
sin embargo, de aquellos que, sea en razón de su naturaleza, sea
por el título por el cual han sido adquiridos, sea por último en
virtud de una disposición especial de la ley, eran tan inherentes a
la persona de este último, que no son susceptibles de transmitirse,
ni aun a sus herederos” (ob. cit. t. 6, par. 589).
Por lo que hace referencia al pasivo, el título que era ejecu-
tivo contra el difunto lo será respecto del sucesor (art. 1377).
No obstante, los acreedores no pueden llevar adelante la ejecu-
ción apoyándose en ese título, sino previa notificación judicial
al sucesor y pasados ocho días a partir de ella. La ley ha previsto
entonces, para el caso del juicio ejecutivo, una verdadera medida
prejudicial, antes de hacer oponible al heredero el título que ya
era ejecutivo contra el causante.
El art. 5º del Código de Procedimiento Civil permite a los
herederos de alguna de las partes que obre por sí misma susti-
tuirle en el proceso; pero producida la muerte de aquella parte,
el proceso se paraliza y deberá ponerse en conocimiento de los
herederos el estado del mismo para que concurran a hacer uso
de sus derechos en un plazo igual al del emplazamiento. Pero si
la parte obra en juicio por medio de mandatario, el art. 396 del
Código Orgánico de Tribunales dispone que el mandato judicial
no se extinga por la muerte del mandante, de forma que el pro-
ceso sigue su curso sin necesidad de la notificación prevista en
el art. 5º del Código de Procedimiento Civil.
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Párrafo II
EL BENEFICIO DE INVENTARIO
21. Concepto. Fallecida una persona se abre una sucesión (art. 955).
Desde ese instante, salvo el caso de asignación condicional, se
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(L. 22, pr. C. VI., 30). Siendo una fórmula arbitraria, porque
beneficiaba sólo a un sector de la población, bajo Justiniano se
hace general y se alcanza la regulación de lo que hoy llamamos
beneficio de inventario (vid. Guaglianone, A. H., El beneficio de
inventario, págs. 1 y ss.).
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Párrafo III
LIMITACIÓN LEGAL DE RESPONSABILIDAD
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Párrafo IV
EL BENEFICIO DE SEPARACIÓN
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54. Causas que se oponen al beneficio. Por el art. 1380, “El derecho
de cada acreedor a pedir el beneficio de separación subsiste
mientras no haya prescrito su crédito; pero no tiene lugar en
dos casos: 1º. Cuando el acreedor ha reconocido al heredero
por deudor, aceptando un pagaré, prenda, hipoteca o fianza del
dicho heredero, o un pago parcial de la deuda; 2º. Cuando los
bienes de la sucesión han salido ya de manos del heredero, o se
han confundido con los bienes de éste, de manera que no sea
posible reconocerlos”.
En el primer caso se ha dado una situación tal que es suficiente
para ponerle término a la acción del acreedor enderezada a obte-
ner la separación con una renuncia tácita que hace el acreedor al
beneficio de separación; renuncia que también puede ser expresa,
ya que el beneficio mira el solo interés del acreedor.
Algunos doctrinadores han querido ver, en la situación ante-
rior, una verdadera novación por cambio de deudor, porque el
acreedor habría aceptado que el heredero venga a reemplazar
al deudor difunto.
En el segundo caso, el beneficio termina porque ya no es po-
sible. En efecto, si la separación es un privilegio sobre los bienes
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Sección II
EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD DEL PATRIMONIO
EN DERECHO SUCESORIO
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EL PRINCIPIO DE LA UNIDAD DEL PATRIMONIO
EN DERECHO SUCESORIO
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67. Situación del ausente. La sucesión del ausente es, según cierta
doctrina (Somarriva, ob. cit., pág. 36; Barros Errázuriz, A. Curso
de Derecho Civil, Tercer año, 2ª parte, Santiago, 1931, pág. 45), otra
excepción al principio del art. 955. La excepción se produciría en
caso de que el desaparecido haya efectivamente muerto en país
extranjero, pues según el art. 81 Nº 1 del C. Civil, “la presunción
de muerte debe declararse por el juez del último domicilio que
el desaparecido haya tenido en Chile”. Pero esta opinión parte de
una pura hipótesis: que el desaparecido haya podido fallecer en
el extranjero. Además, la sucesión se abre en Chile, es decir, en el
último domicilio, por lo cual no se observa excepción alguna. Ello
existiría si la sucesión se hubiese abierto en el extranjero, cosa que
no sucede en el caso. Por ello no consideramos esta situación, por
lo demás muy excepcional, como alteración a los principios gene-
rales (en este sentido, R. Domínguez B., “Concepto del Derecho
Sucesorio”, en Rev. de Der., U. de Concep., Nº 116, pág. 81).
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69. Conclusión. Exceptuadas las normas del art. 998 del Código
Civil, las excepciones más notorias a la unidad del patrimonio
en el Derecho Sucesorio vienen de la legislación especial. Se tra-
ta, en todas ellas, de un renacer del procedimiento técnico del
antiguo derecho, que distinguía entre diversas masas de bienes,
atendiendo a su origen o naturaleza para aplicarles normas pro-
pias en materia sucesoral. En todas ellas la ley viene a distinguir
también por el origen y el destino de ciertos bienes, constituidos
por fondos o beneficios previsionales, para aplicarles estatutos
sucesorios particulares. Lo mismo puede observarse en cuanto a
las reglas que determinan el destino de las sumas ahorradas en
forma más frecuente. Evidentemente, si el procedimiento técnico
es semejante al del antiguo derecho, esto no significa que se tien-
da a volver al antiguo principio paterna paternis, materna maternis.
Se trata solamente de observar cómo, para alcanzar finalidades
que la actual sociedad considera fundamentales, es posible uti-
lizar recursos técnicos antiguos, que se hacen necesarios ante la
imposibilidad de modificar la legislación común con la rapidez
que la tutela de nuevos principios requiere. ¿No hay en ellos una
premonición de lo inadecuado del régimen sucesoral común
para la época actual?
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Sección III
EL PRINCIPIO DE LA IGUALDAD EN EL DERECHO
SUCESORIO2
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Esta sección está basada principalmente en el trabajo que, sobre “El princi-
pio de la Igualdad en el Derecho Sucesorio”, publicó el profesor Daniel Peñailillo
Arévalo del Departamento de Derecho Privado de la Escuela de Derecho de la U.
de Concepción en la Revista de Derecho y Ciencias Sociales (Concepción), Nos 143 y
ss., y Nos 146-147, págs. 45 y ss., 1968 y 1969, respectivamente.
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INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
Párrafo I
L A IGUALDAD EN VALOR
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Párrafo II
IGUALDAD EN ESPECIE
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Párrafo III
IGUALDAD Y RECIPROCIDAD
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Sección IV
EL PRINCIPIO DE LA PROTECCIÓN
DE LA FAMILIA
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EL PRINCIPIO DE LA PROTECCIÓN
DE LA FAMILIA
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Se advertirá que no nos hemos ocupado de la situación del hijo adoptivo.
Oportunamente se hará alusión a los derechos sucesorales que le corresponden.
Vale advertir, por ahora, que luego de la Ley Nº 19.620 los derechos de los adoptados
se han equiparado enteramente a los de un hijo de filiación biológica.
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CAPÍTULO II
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INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
84. Sucesión por acto entre vivos y por causa de muerte. La sucesión es
por acto entre vivos cuando está destinada a actuar sin atender a
la muerte de los que en ella intervienen. Este hecho jurídico –la
muerte– no es tomado en consideración para regular los intereses
relacionados con la sucesión, ni por las partes, ni por el ordena-
miento jurídico. Por eso el comprador sucede por acto entre vivos
al vendedor. Aquí, la muerte no es causa de la producción de los
efectos de la sucesión. Claro está que la muerte puede intervenir
de alguna manera, pero sin que sea imprescindible para que la
sucesión se produzca.
La sucesión se califica de mortis causa si tiene cabida sólo a la
muerte del autor. Antes no hay sucesión posible, siendo aquí la
muerte conditio juris de ella. La muerte es un supuesto esencial
de la transmisión.
De lo dicho resulta que las expresiones autor y causante por
una parte, y sucesor y causahabiente por la otra, se emplean
aun en la sucesión por acto entre vivos, aunque originariamente
se hayan referido sólo a la sucesión por causa de muerte. Para
esta última se reservan los términos de cujus, difunto; heredero
y legatario.
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1ª, pág. 313), como lo era también la acción de nulidad (C. Su-
prema, 24 de marzo de 1943, Rev. de Der. t. 40, sec. 1ª, pág. 485, y
C. de Iquique, 30 de diciembre de 1941, Rev. de Der. t. 38, sec. 2ª,
pág. 1). Pero esta última podía seguirse por los herederos o con-
tra ellos, si se había intentado en vida del cónyuge fallecido (así,
Somarriva, Manuel, Derecho de Familia, Santiago, 1963, pág. 84,
Nº 74). Debe recordarse que excepcionalmente la Ley de Matri-
monio Civil concedía la acción de nulidad a los herederos del
cónyuge fallecido (vid. art. 34, incs. 1º y 3º Ley de Matrimonio
Civil de 1884). Pero en ese evento no había transmisión, sino
creación directa de la acción en el sucesor.
Bajo la nueva Ley de Matrimonio Civil, se ha resuelto que
la acción de nulidad de matrimonio, por tener incidencias pa-
trimoniales, debe también dirigirse en contra de los herederos
del cónyuge fallecido, si se trata de la situación excepcional de
la causal de vínculo matrimonial no disuelto. Se ha resuelto así
que “cabe considerar que la regla general en materia de nulidad
matrimonial es que ella sólo puede ser intentada mientras vivan
ambos cónyuges, estableciéndose como excepción en lo perti-
nente a la causal materia de autos, que la acción podrá intentarse
dentro del año siguiente al fallecimiento de uno de los cónyuges.
En este caso es la propia ley la que establece la posibilidad que
dentro del plazo de un año de fallecido uno de los cónyuges, se
ejerza la acción, lo que implica determibar en contra de quién
o quiénes ella debe dirigirse. Al respecto, no cabe duda alguna
que la segunda cónyuge debe ser parte de dicho proceso, puesto
que ella celebró el acto cuya invalidación se pretende y por ello
es evidente, entonces, el interés y legitimidad que la habilita al
efecto. La situación en el caso del fallecimiento del cónyuge bí-
gamo debe apreciarse y resolverse desde la perspectiva de que ha
sido la propia ley la que ha permitido la existencia de un juicio,
no obstante haber fallecido una de las partes, en este caso, el na-
turalmente legitimado para ser demandado. Lo anterior implica
reconocer la posibilidad de quienes por el ministerio de la ley
representan al causante, es decir, sus herederos, de acuerdo a lo
dispuesto en el artículo 1097 del Código Civil, sean sujetos pasi-
vos de la referida acción. En efecto, la propia ley los ha colocado
en esta situación y ello se entiende, por lo demás, por el hecho
de que en dicha calidad presentan un interés directo y real en
los resultados del caso, el que debe ser protegido mediante el
reconocimiento de su derecho a ser parte y ejercer la legítima
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95. El derecho para aceptar una donación. Por el artículo 1412, “mien-
tras la donación entre vivos no ha sido aceptada, y notificada la
aceptación al donante, podrá éste revocarla a su arbitrio”. Este
derecho de aceptar la donación no se transmite a los herederos
del donatario (art. 1415).
96. Los derechos reales. Por regla general, los derechos reales son
transmisibles por herencia. Es justamente con referencia a ellos
que tiene mayor interés la idea de la sucesión por causa de muerte
como modo de adquirir. Con todo, la transmisibilidad no es posi-
ble para el derecho de usufructo, ni para el uso o la habitación.
La intransmisibilidad dice relación con el aspecto activo, pues
en cuanto al aspecto pasivo, los herederos del constituyente de
alguno de estos derechos deben respetarlos.
En cuanto al uso y a la habitación se trata de derechos reales
personalísimos, pues se constituyen en consideración a la per-
sona que goza de ellos y tienen, en cierta medida, un carácter
alimenticio.
Pero respecto al usufructo, las razones anteriores no son vale-
deras, pues se le ha dado por el Código un carácter patrimonial.
Puede ser hipotecado (art. 2418), puede cederse a título gratuito
u oneroso (art. 793), etc. Sin embargo, no es transmisible. De
ahí que la razón debe encontrarse en el caso del legislador a la
época del Código, de prohibir, en lo posible, todo gravamen que
impida la relación directa entre propietario y cosa. El usufructo
significa una verdadera sustitución del propietario por el usu-
fructuario, limitando así la libre disponibilidad y disfrute de los
bienes. Para el legislador la propiedad gravada con usufructo se
encuentra en situación anormal, perturbadora del régimen de
propiedad y del aliciente para el propietario en el progreso de
lo suyo. Por eso se extingue necesariamente por la muerte del
usufructuario (art. 806), lo que se aplica igualmente al uso y la
habitación (arts. 806, inc. 2º y 812). Por eso también se impiden
los usufructos sucesivos (art. 769).
142
INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
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DERECHO SUCESORIO
144
INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
Buenos Aires, 2000, entre otros). El art. 1916, inc. 3º del Código
mexicano establece la intransmisibilidad, salvo que la acción haya
sido ya intentada en vida por la víctima. En España, la doctrina
tampoco es favorable a la transmisión (así, F. Pantaleón Prieto,
“La indemnización por causa de lesiones o muerte”, en An. de Dr.
Civ., 1989, págs. 647 y ss.; M. Villa y Blanco, “Sobre la transmisi-
bilidad de las obligaciones ‘ex cuasidelito’”, en Rev. de Der. Priv.,
1992, págs. 662 y ss.; Roca y Trías, Derecho de daños, pág. 175, 3a
edic. Valencia, 2000; E. Gómez Calle, “Los sujetos de la respon-
sabilidad civil. La responsabilidad por hecho ajeno”. En Tratado
de Responsabilidad Civil, bajo la dirección de F. Reglero Campos,
Nº 15, Madrid, 2002). En Chile, se sostiene la transmisibilidad
(así, Alessandri R., La Responsabilidad Extracontractual en el Derecho
Chileno, Nos 386 y ss., Edit. Universitaria, Santiago, 1943, siguien-
do en ello a H. L. Mazeaud y A. Tunc, Traité de la Resp. Civile, t.
2, Nº 1909, 6ª edic., París, 1970, y Corte Suprema, 28 de abril de
1930, Rev., t. 27, sec. 1ª, pág. 822; P. Rodríguez G., Responsabilidad
Extracontractual, págs. 336 y 337, Santiago, 1999; J. Bidart, Sujetos
de la acción de responsabilidad extracontractual, págs. 88 y ss., Santia-
go, 1985. Sobre ello véase, C. Domínguez Hidalgo, El daño moral,
t. 2, págs. 729 y ss., Santiago, 2000). Pero las mismas razones que
invocan en otros derechos para negar esa transmisibilidad nos
parecen aplicables al nuestro: se opone a la naturaleza misma
del daño moral que está unido a la persona de la víctima y a la
imposibilidad de repararlo en dinero, de forma que la indemni-
zación cumple otros fines que no tendrían sentido en el caso de
conferirse el derecho a reclamarla a terceros. Es por lo demás lo
que justifica en parte que a los herederos, como otros afectados
por repercusión o rebote, se les reconozca una acción propia
por su propio daño, con lo cual además resultaría injustificada la
posible acumulación de ambas acciones, adquiriendo el heredero
una doble suma compensatoria. En sentencias de 27 de junio de
2007 (autos rol civil 309-2006, Revista de Derecho U. de Concepción,
Nº 219-220, comentario Ramón Domínguez Águila) y de 27 de
noviembre de 2007 (autos rol civil 6196-2006), la Corte Suprema
ha decidido que la acción es intransmisible.
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DERECHO SUCESORIO
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INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
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DERECHO SUCESORIO
103. Caracteres que presenta la sucesión por causa de muerte como modo de
adquirir. La sucesión por causa de muerte, como modo de adquirir,
presenta los siguientes caracteres jurídicos: derivativo, gratuito, a
título universal o singular y voluntario o no voluntario.
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO
DERECHO III
SUCESORIO
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INTRODUCCIÓN, PRINCIPIOS SUCESORALES. LA SUCESIÓN COMO MODO DE ADQUIRIR…
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DERECHO SUCESORIO
que era del de cujus. Así sucede en los derechos que admiten la
sucesión en la persona. La explicación de la herencia como su-
cesión en la universitas, ha sido y es criticada (vid., por ejemplo,
Lacruz y Albaladejo, ob. cit., Nos 31 y ss.; Lacruz y otros, Elementos
de Derecho Civil, t. 5, Sucesiones, Nº 12, 5ª. edic. Barcelona, 1993),
pero es aceptada por derechos extranjeros. Así, el derecho francés
contiene también la llamada acción de petición de herencia, que
versa sobre la universalidad, al menos por elaboración jurispru-
dencial, ya que el Código mismo no la reglamenta (vid. Maury y
Vialleton, ob. cit., Nos 326 y ss.; Guarrigues, Suzanne, A propos de
la petition d’héredité, Montpellier, 1928, G. Marty y P. Raynaud, ob.
cit., Nos 189 y ss.; M. Grimaldi, ob. cit. Nos 519 y ss.). Lo mismo el
derecho argentino, aunque por disposición del Código (art. 3421,
vid. Arias, José, Sucesiones, Buenos Aires, 1942, pág. 340). Con
todo, la observación no es válida para aquellos sistemas que no
conciben la sucesión sino como un simple medio de transmisión
de bienes como ocurre en el derecho inglés (sobre ello, Miriam
Anderson, “Una aproximación al derecho de sucesiones inglés”,
en An. Dr. Civ., 2006, págs. 1243 y ss.).
Pero lo que distingue todas las legislaciones que admiten la
universitas sucesoral de la nuestra es la creación en el Código
del derecho real de herencia. El sucesor adquiere por sucesión
ese derecho, y adquiere también el dominio de los bienes y la
responsabilidad, según la explicación tradicional, porque los
bienes pasan como un todo, junto al pasivo. El heredero recibe
a la vez los bienes, derechos y obligaciones, pero si se dice que
ellos conforman una universalidad, no por ello se crea un dere-
cho diverso al de dominio sobre cada especie. De ahí que entre
nosotros sea más simple la explicación de la naturaleza de la
acción de petición de herencia. Ella defiende un derecho real,
que se ejerce sobre una universalidad. Es pues una acción real.
En otros derechos, como se adquiere de una vez todo el patrimo-
nio, es decir, de una vez se adquiere el dominio de cada bien del
causante, la naturaleza de la acción es discutida, siendo para unos
real y para otros mixta (así, para el derecho francés, vid. Maury
y Vialleton, ob. cit., t. IV, Nº 328; G. Marty y P. Raynaud, ob. cit.,
Nº 1; G. Grimaldi, ob. cit., Nº 520). La idea misma de universalidad
resulta, en estos derechos, discutible (vid. Lacruz y Albaladejo, ob.
cit., Nos 38 y ss. y Nos 41 y ss.). La utilidad de la existencia, entre
nosotros, de este derecho real está más en la aptitud que en sus
consecuencias, que tiene, como medio técnico para explicar la
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PA RT E I I
LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
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CAPÍTULO I
DE LA APERTURA DE LA SUCESIÓN
Y DE LA DELACIÓN DE LA HERENCIA
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DERECHO SUCESORIO
Sección I
LA APERTURA DE LA SUCESIÓN
121. Concepto. La apertura de la sucesión es el momento en que
se inicia la transmisión del patrimonio del causante. A la apertura
se ligan numerosas cuestiones jurídicas. El Código reglamenta
detenidamente este fenómeno, indicando precisamente el hecho
que la produce; la ley que la gobierna; el sitio en que se abre; y
el momento en que tiene lugar.
La apertura, como se indicó (vid. Nº 120), es la fase inicial,
orgánicamente integrante de la sucesión. La sucesión a causa de
la muerte del que es reemplazado, se inicia con la apertura.
122. De las cuestiones que suscita. Son cuatro las cuestiones que de-
ben ser consideradas en relación con la apertura de la sucesión:
el hecho que la produce; el tiempo en que se efectúa; el lugar
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LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
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octubre de 1937, Rev., t. 37, sec. 1ª, pág. 126). El último domici-
lio determinará la competencia para conocer o intervenir en la
dación de la posesión efectiva testamentaria, en la publicación
del testamento, en la facción de inventario de los bienes del
causante, en la guarda y aposición de sellos (C. Suprema, 10 de
noviembre de 1917, Rev., t. 15, sec. 1ª, pág. 253; 18 de noviem-
bre de 1916, Rev., t. 14, sec. 1ª, pág. 338), y más generalmente
para todas las acciones relativas a la herencia: nombramiento
judicial de partidor, apertura del testamento, medidas cautelares
de la herencia, etc. Sin embargo, luego de la dictación de la Ley
Nº 19.903 la posesión efectiva de la herencia intestada dejó de
ser una gestión judicial y se puede solicitar ante cualquiera de
las oficinas del Registro Civil (art. 2º).
Pero la competencia del juez del último domicilio es para
conocer del “juicio sucesorio”, es decir, de los derechos a la
sucesión. La competencia para conocer de los derechos que
se hagan valer “contra la sucesión”, por terceros que tenían
un crédito contra el causante, se gobierna por los principios
generales, como si el causante no hubiese fallecido (así José Cle-
mente Fabres, Instituciones de Derecho Civil chileno, t. II, pág. 262,
Santiago, 1892-1903). Además, esa competencia lo es para las
sucesiones abiertas en Chile. Si la sucesión se abre en el ex-
tranjero, habiendo el autor dejado bienes en Chile, deberá
solicitarse judicialmente la posesión efectiva respecto de estos
bienes (art. 883, Cód. de Proc. Civil).
El fundamento de la competencia atribuida al juez del último
domicilio del causante se justifica para reunir en un solo lugar todas
las cuestiones atinentes a la sucesión, y no permitir que, en razón
de la situación de los bienes o de cambios de domicilio durante la
vida del causante, deban rendirse pruebas difíciles, remitir ante-
cedentes de un lugar a otro o introducir toda dificultad a que da
origen una norma de competencia que permita a muchos jueces
conocer de cuestiones conexas. Es lógico que el tribunal único
sea el del lugar donde la sucesión se abre, porque allí los bienes
y negocios del difunto son, seguramente, más conocidos que en
ninguna otra parte. Es por esto que se dice corrientemente que
“el juicio sucesorio atrae los otros juicios” o que “ejerce fuero de
atracción” (Arias, José, Sucesiones, pág. 51, Nº 5).
Pero la regla anterior tiene aplicación mientras la masa indivisa
permanezca tal. Efectuada la partición, las normas generales de
competencia recuperan su imperio.
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DERECHO SUCESORIO
Sección II
LA DELACIÓN DE LA HERENCIA
134. Concepto. Por el art. 956, inc. 1º, “La delación de una asignación
es el actual llamamiento de la ley a aceptarla o repudiarla”.
Mediante la delación se llama al heredero o legatario a aceptar
o repudiar la asignación. La delación no atribuye por sí sola la
calidad de heredero o legatario. De ella se desprende en favor
del asignatario una oferta para que acepte o repudie, naciendo el
derecho de opción, que es lo único que ingresa a su patrimonio,
aun sin su conocimiento.
Por ello, si el asignatario fallece antes del ejercicio de la opción,
no transmite la asignación misma, sino lo que tiene, es decir, la
opción. Es el llamado derecho de transmisión, de que trata el
art. 957 (vid. Nº 151).
Lo que caracteriza la delación es que abre la posibilidad de
aceptar la herencia, porque en nuestro sistema la delación no
supone adquisición ipso jure de la asignación hereditaria. Por ello
se le califica de “ofrecimiento de la herencia”.
La delación supone así un período más avanzado en la adqui-
sición por parte del sucesor. Antes de la apertura de la herencia,
sólo existían personas con una vocación a ser herederos, con una
posibilidad, pero que podía no transformarse en certidumbre.
Con la apertura se inició la transmisión sucesoral, pues por ella
el patrimonio queda sin titular. Con la delación se agrega algo
más; la ley llama ahora a una persona en forma precisa a recoger
la herencia, si acepta.
135. Momento en que se defiere la asignación. Por el art. 956, inc. 2º,
“la herencia o legado se defiere al heredero o legatario en el
momento de fallecer la persona de cuya sucesión se trata, si el
heredero o legatario no es llamado condicionalmente”.
La delación se produce en el mismo momento de la apertura,
como regla general, lo cual significa que es solamente por un pro-
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DERECHO SUCESORIO
Sección II
LA DELACIÓN DE LA HERENCIA
134. Concepto. Por el art. 956, inc. 1º, “La delación de una asignación
es el actual llamamiento de la ley a aceptarla o repudiarla”.
Mediante la delación se llama al heredero o legatario a aceptar
o repudiar la asignación. La delación no atribuye por sí sola la
calidad de heredero o legatario. De ella se desprende en favor
del asignatario una oferta para que acepte o repudie, naciendo el
derecho de opción, que es lo único que ingresa a su patrimonio,
aun sin su conocimiento.
Por ello, si el asignatario fallece antes del ejercicio de la opción,
no transmite la asignación misma, sino lo que tiene, es decir, la
opción. Es el llamado derecho de transmisión, de que trata el
art. 957 (vid. Nº 151).
Lo que caracteriza la delación es que abre la posibilidad de
aceptar la herencia, porque en nuestro sistema la delación no
supone adquisición ipso jure de la asignación hereditaria. Por ello
se le califica de “ofrecimiento de la herencia”.
La delación supone así un período más avanzado en la adqui-
sición por parte del sucesor. Antes de la apertura de la herencia,
sólo existían personas con una vocación a ser herederos, con una
posibilidad, pero que podía no transformarse en certidumbre.
Con la apertura se inició la transmisión sucesoral, pues por ella
el patrimonio queda sin titular. Con la delación se agrega algo
más; la ley llama ahora a una persona en forma precisa a recoger
la herencia, si acepta.
135. Momento en que se defiere la asignación. Por el art. 956, inc. 2º,
“la herencia o legado se defiere al heredero o legatario en el
momento de fallecer la persona de cuya sucesión se trata, si el
heredero o legatario no es llamado condicionalmente”.
La delación se produce en el mismo momento de la apertura,
como regla general, lo cual significa que es solamente por un pro-
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LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
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CAPÍTULO
DERECHO II
SUCESORIO
Sección I
DEL DERECHO DE OPCIÓN
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CAPÍTULO
DERECHO II
SUCESORIO
Sección I
DEL DERECHO DE OPCIÓN
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LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
140. Sistema romano y sistema germánico. Dos son los caminos que
conocen las legislaciones para llegar hasta la adquisición de la
herencia. Ambos difieren en cuanto al momento y la forma en
que se produce dicha adquisición.
Es posible discutir la exactitud en cuanto a la calificación de
los sistemas. No es plenamente cierto decir que un sistema es el
romano, frente a otro de raigambre germánica.
En efecto, al menos en el Derecho Romano primitivo, no
se conocían sino herederos necesarios (heredes sui et necessarii),
que recogían obligatoriamente los derechos y obligaciones del
difunto. Para ello no existía opción sucesoral, pues tenían que
ser herederos, aun contra su voluntad, con tal que lo quisiese el
causante. Son los heredes extranei los que tienen derecho a acep-
tar o rehusar la herencia (Von Mayr, ob. cit., t. I, págs. 234 y ss.;
Bonfante, ob. cit., t. I, pág. 215; Timbal, ob. cit., Nº 262).
Pero con la calificación se alude al sistema que resulta de
precedentes romanos más recientes. En efecto, para muchos his-
toriadores es posible que, primitivamente, los únicos herederos
que existieron fueron los sui et necessarii, pero luego se conocen
también los llamados heredes extranei, quienes, como no formaban
parte de la familia agnaticia del de cujus, recibían la herencia previa
aceptación. Mientras no se produjere esa aceptación (aditio), la
herencia permanecía yacente (hereditas iacens), como un patrimonio
179
DERECHO SUCESORIO
sin titular, y a propósito del cual han existido teorías que tratan
de explicarlo, sosteniéndose por algunos la doctrina de que esa
herencia yacente tenía una verdadera personalidad por derivación
de la del causante (sobre la herencia yacente romana, Elgueta,
Eduardo, “La herencia yacente en el Derecho Romano”, Boletín
de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Córdoba, Argentina,
año XVI, 1952, Nos 1, 2 y 4; Bonfante, P., Corso di Diritto Romano,
t. VI, págs. 203 y ss. Sobre la adquisición de la herencia por los
herederos extraños o voluntarios, Arangio Ruiz, Vicenzo, Insti-
tuciones de Derecho Romano, págs. 621 y ss.; Arias Ramos, J., Derecho
Romano, t. II, págs. 1091 y ss., 7ª edic., Madrid, 1958; Jors Paul y
Kunkel Wolfang, Derecho Privado Romano, Nº 212, págs. 469 y ss.,
Barcelona, 1965).
Para estos herederos, la delación se desligaba de la adquisición
de la herencia, pues ésta requería, como se indica, una acepta-
ción. Los mismos precedentes romanos fueron recogidos por las
Partidas (vid. Lacruz y Albaladejo, ob. cit., Nº 129).
Frente a él, el llamado sistema germánico no desliga la delación
de la adquisición de la herencia. El heredero adquiere por el solo
hecho de la delación. No obstante, no significa con ello que se admita
la institución del heredero necesario romano, pues la adquisición
automática, por el hecho de la delación, no impide repudiar (así,
por ejemplo, la Antigua Costumbre de París, art. 216: “Il ne se porte
héritier qui ne veut”). Lo esencial y que diferencia este sistema del
llamado romano es que en todo caso la adquisición se produce
ipso jure por el hecho de la delación. La aceptación no es necesa-
ria e implicaría, cuando más, una confirmación de la adquisición
que ya se ha producido, y una manifestación de no renunciar. La
calificación de sistema germánico es apenas adecuada, porque la
evolución de los derechos de raíces germánicas en la Edad Media
tiene una evidente influencia del Derecho Romano.
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Sección II
EL EJERCICIO DE LA OPCIÓN
Párrafo I
L A CAPACIDAD PARA OPTAR
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I. L A ACEPTACIÓN
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II. L A R EPUDIACIÓN
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164. Personas sometidas a patria potestad. Los hijos (art. 243) cuyo
representante es el padre o la madre (arts. 43 y 244), quedan
sujetos, en esta materia, a lo que dispone el artículo 1225: no
pueden repudiar sino por medio o con el consentimiento de
su representante legal. Y el padre o la madre, en su caso, para
repudiar la herencia deferida a su hijo debe cumplir con lo que
dispone el artículo 256: sujetarse a lo mismo que se termina de
expresar para el guardador.
Por consiguiente, si la repudiación la hace el padre o la madre,
según el caso, o el propio hijo adulto, lo dicho para el caso de los
guardadores y pupilos se aplica en esta situación: la repudiación
será nula relativamente.
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Párrafo II
L A MANIFESTACIÓN DE VOLUNTAD
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171. Requisitos para que opere la caducidad. Para que tenga aplica-
ción el art. 1231 se requiere: 1) un acto material de sustracción;
2) intención dolosa, y 3) pluralidad de herederos en caso de una
herencia.
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Nº 298, pág. 232; Rev. Trim. Dr. Civ., 2003, pág. 334, obs. Patarin).
Pero la simple defensa en una acción por responsabilidad civil
del causante trendría un carácter meramente conservatorio (C.
París, 15 de febrero de 1974, Rev. Trim. Dr. Civ., 1974, pág. 641,
obs. R. Savatier).
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Párrafo III
DEL EFECTO DEL DERECHO DE OPCIÓN
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DERECHO SUCESORIO
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LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
182. Retroactividad y legado de género. Por el art. 951, inc. 3º, parte
final, el legatario de género sólo tiene un crédito en contra del
obligado a la prestación del legado. No se le llama a cosa parti-
cular. Por ello, la renuncia, al igual que la aceptación, no opera
retroactivamente a la delación, y se le mira como legatario desde
que acepta y no antes.
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Párrafo IV
DE LA NULIDAD DE LA ACEPTACIÓN Y REPUDIACIÓN
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DERECHO SUCESORIO
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LA TRANSMISIÓN SUCESORAL
corpore rei. Hay que justificar, por otra parte, el silencio de la ley al
respecto, y se considera que los posibles errores tienen solución.
Así, el error sobre la cuantía del as hereditario se soluciona con
el beneficio de inventario. Si se afirma haber aceptado porque
se pensó ser heredero cuando en realidad se era legatario, no
habrá existido delación, sino error.
199. Prescripción de la acción. Una vez más, son las reglas generales
las que señalan el plazo de prescripción de la acción de nulidad.
El art. 1691 señala un plazo de cuatro años, contados desde el
instante de la aceptación. Si el vicio es la fuerza, el plazo rige
desde que ésta ha cesado. Si la nulidad proviene de la omisión de
229
DERECHO SUCESORIO
202. Derechos de los acreedores del asignatario que repudia. Los acree-
dores del asignatario que ha repudiado se encuentran, frente
al derecho de opción, en situación especial. No pueden ejercer
acción enderezada a que la aceptación se tenga por no efectua-
da, por más que con ella se añadan nuevas deudas y gravámenes
al patrimonio del asignatario deudor, que se confunden con las
dejadas por el causante. La acción de nulidad de la aceptación
no les corresponde, por no ser titulares de la misma.
No ocurre lo mismo con la repudiación. Por el artículo 1238,
“los acreedores del que repudia en perjuicio de los derechos de
ellos, podrán hacerse autorizar por el juez para aceptar por el
deudor. En este caso la repudiación no se rescinde sino en favor
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tarios que han sido embargados por sus acreedores” (así, Colin
y Capitant, ob. cit., t. VII, pág. 176). Otros niegan la posibilidad
de accionar más adelante contra el renunciante “si éste mejora
de fortuna” (así, Maury y Vialleton, en Planiol y Ripert, ob. cit.,
t. IV, Nº 263, pág. 320). Adherimos a esta última solución, pues el
art. 1238 no establece ese derecho para recobrar del renunciante,
pues los acreedores del que repudió se pagan, en definitiva, en
bienes de éste y no de sus coasignatarios. En efecto, se recordará
que el pago se origina una vez producida la aceptación hecha por
los acreedores demandantes, autorizados por el juez y en lugar
del asignatario.
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CAPÍTULO I
CONCEPTO Y CLASIFICACIÓN
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DERECHO SUCESORIO
246
DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
247
DERECHO SUCESORIO
248
DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
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DE LOS SUCESORES O ASIGNATARIOS
228. Normas a las que se sujeta. Las normas son las siguientes:
a) Que el instituido no quiera o no pueda suceder. El llamado en
primer lugar –el instituido– no debe llevar la asignación, sea por-
que no quiera o no pueda suceder. No quiere cuando repudia,
y no puede cuando es incapaz o indigno. Es el resumen de las
varias situaciones mencionadas por el art. 1156, inc. 2º.
Es al momento de la delación al que debe atenderse para
determinar si el instituido no quiere o no puede suceder.
Como la aceptación una vez dada resulta irrevocable (arts. 1234
y 1237, vid. Nº 153), “no se entiende faltar el asignatario que una vez
aceptó, salvo que se invalide la aceptación” (art. 1156, inc. 3º).
Igualmente, como el asignatario que fallece sin haber acepta-
do o repudiado transmite su derecho de opción a sus herederos
(art. 957), no se entiende que un sucesor que fallece en esas
condiciones falte, por lo que el derecho de transmisión (vid.
Nº 151) excluye al de sustitución (art. 1163).
Sin embargo, el derecho acordado a los herederos del institui-
do para aceptar o repudiar, excluye al de sustitución solamente
cuando acepten la asignación, de suerte que en esa sola situación
resulta exacta la expresión del art. 1163, ya que si los herederos
del instituido repudian, la sustitución tendrá lugar.
Habría sido más exacta la ley si hubiese dicho que la transmi-
sión prefiere a la sustitución.
b) Tiene cabida aun en los casos no previstos por el testador, quien
ha podido prever una situación solamente. Conforme al art. 1157,
“la sustitución que se hiciere expresamente para algunos de los
casos en que pueda faltar el asignatario, se entenderá hecha para
cualquiera de los otros en que llegare a faltar; salvo que el testador
haya expresado voluntad contraria”.
Esta regla encuentra justificación en el deseo manifestado por
el testador de no fallecer intestado.
Si se ha señalado, por ejemplo, el caso de la muerte del insti-
tuido, ello no excluye, salvo voluntad expresa en contrario, otros
casos en que pueda faltar el asignatario directo.
c) Se puede sustituir uno a muchos y muchos a uno. Esta regla se
encuentra consagrada en el art. 1159.
Si los instituidos son dos o más, puede el testador darles un
sustituto y, por el contrario, siendo uno solo el llamado en primer
lugar, los sustitutos pueden ser varios.
Cuando los instituidos son dos o más y falta uno de ellos
a la delación, la porción del que falta ¿pasa al sustituto o,
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234. Reglas por las que se gobierna. Esta forma de sustitución se regla
por lo dispuesto en el título De la propiedad fiduciaria (art. 1164,
inc. 2º).
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CAPÍTULO II
Sección I
DE LA CAPACIDAD PARA SUCEDER
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Sección I
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247. La nulidad debe alegarse por vía de acción. Desde que la acción
de nulidad se justifica siempre que el actor obtenga para sí el todo
o parte de la asignación efectuada en favor del incapaz, es obvio
que la nulidad requiere de una acción. No basta argumentar que
el actor es incapaz. Se requiere de una demanda para excluir de
la sucesión al incapaz. Podrá discutirse en otras situaciones legales
si la nulidad absoluta obliga a una acción; mas en el caso de que
pretende que la asignación en favor del incapaz le sea reconocida
a él, nos parece que tiene la obligación de accionar.
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Sección II
DE LA INDIGNIDAD PARA SUCEDER
Párrafo I
CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
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Sección II
DE LA INDIGNIDAD PARA SUCEDER
Párrafo I
CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
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nexo, por tender las dos a impedir que el heredero haga suya la
herencia. Pero entre la incapacidad y la indignidad sucesorias se
da una acusada diferenciación: la incapacidad (aparte de los dos
casos que prevé el art. 745, que lo son de inexistencia de persona)
origina la nulidad de la disposición testamentaria ordenada a favor
del incapaz, cuya nulidad opera ipso jure (cf. arts. 752 a 755), por lo
que el incapaz que llega a poseer la herencia sólo puede adquirir
los bienes de ella con el auxilio de la usucapión, como cualquier
otro poseedor, ya que carece de título hereditario idóneo; en cam-
bio, la indignidad de suceder no provoca nulidad alguna de la
disposición testamentaria, ni de llamamiento intestado, sino que
sólo entraña una sanción o pena civil que, salvo remisión expresa o
tácita del causante, obstaculiza que el indigno suceda, cuyo efecto
se produce solamente officio indicis a reclamación de los interesados,
de modo que si el indigno llega a poseer la herencia lo hace con
título hereditario válido, por bien que será removible mientras
no hayan transcurrido cinco años desde dicha toma de posesión”
(Derecho de Sucesiones, por Theodor Kipp. Traducción de la octava
revisión alemana, con un estudio de comparación y adaptación a la
legislación y jurisprudencia españolas, por Ramón Ma Roca Sastre,
volumen segundo, págs. 376 y 377, Barcelona, 1951).
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254. Indignidad por atentado grave contra la vida, honor o bienes del
“de cujus”. Es la segunda la contemplada en el art. 968 Nº 2º: “El
que cometió atentado grave contra la vida, el honor o los bienes
de la persona de cuya sucesión se trata, o de su cónyuge, o de
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260. Indignidad del que promete hacer pasar los bienes a un incapaz.
“Finalmente, es indigno de suceder el que, a sabiendas de la
incapacidad, haya prometido al difunto hacer pasar sus bienes o
parte de ellos, bajo cualquier forma, a una persona incapaz.
Esta causa de indignidad no podrá alegarse contra ninguna
persona de las que por temor reverencial hubieren podido ser
inducidos a hacer la promesa al difunto; a menos que hayan
procedido a la ejecución de la promesa” (art. 972).
Es una causal de indignidad con un fundamento muy diverso
del de las otras. El asignatario indigno, el que ha prometido al
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Párrafo II
DE LOS EFECTOS DE LA INDIGNIDAD
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no como heredero, ob. cit., pág. 157; pero la acepta Pérez La-
sala, en Código Civil y normas complementarias. Análisis doctrinal y
jurisprudencial, bajo la dirección de A. J. Bueres, t. 6ª, pág. 83).
El art. 668 del Código del Perú tiene una solución semejante a
la del Código argentino.
En sentencia de 26 de abril de 1938 (Rev. de Der., t. 36, 2ª par-
te, pág. 49), la Corte de Apelaciones de Santiago declaró que la
acción para excluir al indigno “pueden ejercerla sin limitación
los interesados en la exclusión del heredero o legatario indigno”
(consid. 11). Es la misma doctrina del fallo de 14 de octubre de
1915 (Gaceta, 1916, t. 11, Nº 366, pág. 1194), en que registró la
siguiente doctrina: “No puede un Banco, por falta de interés,
discutirle a un heredero, que ha obtenido la posesión efectiva
de la herencia de un depositante de dicho Banco, su calidad de
tal heredero, cuando lo demanda para el pago de la cantidad de-
positada por aquél”, ante la petición del Banco para que el actor
fuera declarado indigno de suceder al depositante por haberle
impedido testar.
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274. Efectos respecto de terceros. Dispone el art. 976 que “La acción de
indignidad no pasa contra terceros de buena fe”. Se reglamentan
en él los efectos de la indignidad, una vez reconocida por sen-
tencia ejecutoriada. Se ha visto que respecto del indigno tiene
efectos retroactivos (vid. Nº 270). Mas en cuanto a los terceros
de buena fe no los tiene. A éstos no les alcanza la declaración de
indignidad. Siguió Bello, en esta parte, a Delvincourt, si se tiene
en cuenta la nota que aparece en el art. 1137 a) del Proyecto
Inédito, que corresponde al actual 976.
El indigno ha podido enajenar bienes de los comprendidos
en la asignación. El tercero que los adquirió no tenía obliga-
ción de averiguar si el enajenante había caído en alguna causal
de indignidad que, con el tiempo, pudiera ser alegada y con el
efecto de excluirlo de la sucesión. Por lo demás, la indignidad
es una sanción que no puede, por lo mismo, alcanzar a terceros
de buena fe, aunque hay quienes piensan que el enajenante era,
en ese momento, un heredero aparente. Y esto basta para negar
la acción contra terceros.
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CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
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DEL TESTAMENTO
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CAPÍTULO
DERECHO II
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DEL TESTAMENTO
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Sección I
DE LA VOLUNTAD TESTAMENTARIA
Párrafo I
DE LA VOLUNTAD TESTAMENTARIA EN GENERAL
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DEL TESTAMENTO
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(art. 589), España (arts. 669 y 773) y Brasil (art. 1863), entre
otros, no los admiten. Pero la prohibición era, en algunos países,
anterior a las codificaciones. Así, en Francia, fueron prohibidos
por el art. 77 de una Ordenanza de 1735. En España, el Fuero
Real los aceptaba en la Ley 9, Tít. VI, Lib. III; pero el Código
Civil, como se dijo, terminó por prohibirlos, aunque hay todavía
quienes, como Castán, no quedan convencidos de la utilidad de la
prohibición, bajo el pretexto de que tenían ventajas entre marido
y mujer (Castán Tobeñas, ob. cit., t. VI, vol. II, pág. 138).
No obstante, el Código Civil de Alemania los permite entre
cónyuges (art. 2265), porque si bien se reconoce por la doctrina
que son una anomalía, se sostiene, como lo dijo la “Exposición
de Motivos” del legislador alemán, que responden a un fin del
matrimonio, cual es la completa comunidad de vidas y de volun-
tades, finalidades que, de esa forma, pueden perseguirse incluso
después de la muerte (así, Binder, Julius, ob. cit., párrafo 13,
pág. 120). Lo mismo sucede en el Código Civil de Venezuela de
1922 (art. 824).
Pero no se observa, en verdad, ventaja alguna, que compense
sus dificultades, desde que la comunidad de propósitos puede
perfectamente lograrse en testamentos separados, sin inconve-
nientes de ninguna especie.
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DEL TESTAMENTO
Rev., t. 27, sec. 2ª, pág. 29). Marido y mujer pueden, pues, sin
vulnerar la prohibición, otorgar testamento simultáneamente y
aun en beneficio recíproco, siempre que, formalmente, ambos
testamentos constituyan actos separados.
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Argentina (art. 2369), Alemania (art. 2064), Perú (art. 690), Italia
(art. 631), Uruguay (art. 782), España (art. 670), etc. Sin embargo,
en este último país se mantiene el testamento de confianza en
ciertas regiones, principalmente en Cataluña, como residuo del
antiguo testamento por comisario (vid. Castán Tobeñas, ob. cit.,
t. VI, vol. 2, pág. 153).
Párrafo II
DE LOS VICIOS DE LA VOLUNTAD TESTAMENTARIA
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1. El error en el testamento
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315. El error proviene del disponente. El error debe ser el fruto del
testador. Si la causa son maniobras de un tercero, no podrá sos-
tenerse que se apliquen las normas sobre el error, sino que se
estará frente a una hipótesis de dolo (vid. Nos 283 y ss.).
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2. La fuerza
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(así, Claro Solar, ob. cit., t. XIV, Nº 48, pág. 38; Josserand, ob.
cit., t. III, vol. III, Nº 1.383, pág. 89; Ricci, ob. cit., t. VII, Nº 111,
pág. 330; Cicu, ob. cit., pág. 182). En la Relación del Proyecto
definitivo del Código Civil de Italia de 1942, se expresó que “los
conceptos de dolo y violencia tienen en materia testamentaria
aspectos distintos de los que revisten en los negocios intervivos”.
No se aceptó, sin embargo, la proposición de definirlos de una
manera especial para el testamento, porque se estimó que, pese
a lo ya señalado, la noción fundamental de tales vicios es la mis-
ma en los testamentos que en los contratos (véase Cicu, ob. cit.,
p. 182). Se ha dicho, sobre el punto, que “por la naturaleza y
estructura del testamento y por la mayor necesidad de proteger
la libertad y pureza de la voluntad testamentaria, no se ha de
exigir la aplicación rigurosa de los requisitos prescritos por el
art. 1267 del C. Civil (de España), que pueda ofrecer un índice o
criterio de interpretación” (Viñas Mey, ob. cit., pág. 465). Entre
nosotros, el art. 1007 es bastante comprensivo, desde que se re-
fiere al testamento en que, “de cualquier modo” haya intervenido
la fuerza, significándose así que los caracteres de este vicio han
de ser apreciados con mayor latitud. Pero no se ha de concluir
por ello que cualquier violencia, aun leve, pueda constituir la
causa perturbadora de la voluntad del testador. De acuerdo con
la tradición romana, los actos de intimidación o amenaza “de-
berán ser graves y no será bastante un metus vani hominis” (Viñas
Mey, citado anteriormente). La Corte Suprema tiene dicho que
la fuerza que anula un testamento es aquella capaz de privar de
libertad al testador, habida consideración al hecho o hechos
en que consiste (Corte Suprema, 9 de abril de 2007, Gaceta Jur.
Nº 322, Nº 1, pág. 145.)
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3. El dolo
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Párrafo III
L A INTERPRETACIÓN DEL TESTAMENTO
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Rev. de Der., t. 66, sec. 1ª, pág. 29). Y si así es, el entendimiento de
las palabras del testador no está tan alejado del que deba darse
a las palabras legales, puesto que tanto en aquél como en éstas,
debe darse consideración al sentido que se da a los términos en
el medio social respectivo. Y si para el testamento debe primar el
sentido subjetivo del testador como en la ley se otorga primacía al
significado que le dé el propio legislador, es en el bien entendido
que ello sucede cuando conste, del acto testamentario en un caso,
o del texto legal en el otro, que el autor se ha apartado de aquel
sentido natural y obvio, dado por el entendimiento común del
término en el medio social respectivo.
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Sección II
DE LA TESTAMENTIFACCIÓN ACTIVA
Párrafo I
PRINCIPIOS GENERALES
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Sección II
DE LA TESTAMENTIFACCIÓN ACTIVA
Párrafo I
PRINCIPIOS GENERALES
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Párrafo II
DE LAS INCAPACIDADES EN PARTICULAR
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los jueces del fondo, que la Corte Suprema no puede revisar por
la vía de la casación.
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Sección III
EL OBJETO DEL TESTAMENTO
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361.1. Legado de cosa ajena. El artículo 1107 dispone que “El le-
gado de especie que no es del testador o del asignatario a quien
se impone la obligación de darla, es nulo; a menos que en el
testamento aparezca que el testador sabía que la cosa no era suya
o del dicho asignatario; o a menos de legarse la cosa ajena a un
descendiente o ascendiente del testador o de su cónyuge; pues
en estos casos se procederá como en el del inciso 1º del artículo
precedente”.
Ya se ha dicho que el testador sólo puede ordenar respecto de
sus propios bienes, de suerte que el legado de cosa ajena “apenas
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Sección IV
LA CAUSA
367. La causa, elemento del testamento. El Código Civil sólo alude
a la causa a propósito de los contratos (arts. 1445, Nº 4 y 1468),
dándole entonces el rol de elemento autónomo en la formación
de dichos negocios jurídicos. Sin embargo, su alcance desbor-
da la esfera contractual, para aplicarse a los negocios jurídicos
en general; aunque fuera de los contratos, la teoría de la causa
haya de adaptarse a la naturaleza propia de los otros negocios,
particularmente si se trata del testamento. Pero es claro que las
disposiciones y liberalidades testamentarias requieren tanto de
una causa como las disposiciones contractuales y no resultaría
lógico pretender que una donación entre vivos, por ser contra-
to, requiera de causa, mas no la requiriese una contenida en un
testamento.
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CAPÍTULO III
Sección I
DE LAS FORMAS EN GENERAL
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377. Ley que gobierna las formalidades en cuanto al lugar. La ley local
impone las formalidades. Por tanto, “valdrá en Chile el testamen-
to escrito, otorgado en país extranjero, si por lo tocante a las
solemnidades se hiciere constar su conformidad a las leyes del
país en que se otorgó, y si además se probare la autenticidad del
instrumento respectivo en la forma ordinaria” (art. 1027, inc. 2º).
De esta manera se asegura la facilidad y eficacia de las relaciones
jurídicas privadas internacionales.
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Sección II
DEL TESTAMENTO SOLEMNE OTORGADO EN CHILE
Párrafo I
R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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Sección II
DEL TESTAMENTO SOLEMNE OTORGADO EN CHILE
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R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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pública y tanto así que, según se verá, puede ocurrir que en lugar
del notario actúen como funcionarios competentes algunos que
no llevan protocolo. No hay actualmente dudas que vale el testa-
mento solemne otorgado en hojas sueltas (así, Claro Solar, ob. cit.,
t. 14, Nº 569, pág. 132; Somarriva U., Manuel, Derecho Sucesorio, t.
1, Nº 229; Burgos Figueroa, Eduardo, De la Apertura, Publicación y
Protocolización del Testamento y de la Posesión Efectiva de la Herencia,
Nº 4, memoria, Santiago, 1939; F. Elorriaga, ob. cit. Nº 229).
No impone tampoco nuestra legislación, según señalamos,
que el testamento sea escrito precisamente por el notario o el
funcionario que haga sus veces. Se ha seguido los precedentes
hispanos que dejaban amplia libertad en la materia, de modo
que puede ser escrito por cualquier persona y ello, aunque se
otorgue ante funcionario público (así, Lazo, Santiago, ob. cit.,
Nº 90, pág. 131).
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Rev. de Der. y Jurisp., t. 42, sec. 2ª, pág. 33). Más recientemente, la
Corte Suprema ha insistido en la doctrina precedente (sentencia
de 18 de abril de 2006, F.M. 532, Nº 21, pág. 584, que desesti-
ma casación en contra de sentencia que, siguiendo la doctrina
que hemos aceptado, había resuelto que son amanuenses los
funcionarios del notario).
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expresión del día, mes y año que aquellos artículos exigen, no pro-
duzca la nulidad del testamento si no hay duda sobre la identidad
personal del testador, escribano y testigos, que nada tiene que ver
con la indicación del lugar y fecha del otorgamiento… Es, por lo
mismo, necesario que se haga constar en el testamento para que
pueda quedar claramente establecida su validez” (ob. cit., t. 14,
Nº 656, pág. 212). En suma, podría omitirse, sin afectar a la vali-
dez del testamento, cualquier designación relativa a la identidad
personal de quienes intervienen en el otorgamiento, siempre que,
por otra parte, no haya duda sobre quién es el testador, o testigos
o escribano que han concurrido; pero jamás podrían faltar la fe-
cha y el lugar del otorgamiento so pena de nulidad (en el mismo
sentido, H. Alegre Araya, Impugnación de Escritura Pública, pág. 43,
memoria). Pero ésta no es doctrina unánime. El decano Alessandri
sostiene la tesis contraria, porque el texto del art. 1016 y el del 1026
así lo señalan. En cuanto a la hora, el art. 414 del Código Orgáni-
co (antes art. 27, D.L. Nº 407) no ha hecho más que agregar un
requisito a los previstos en el art. 1016 del Código Civil, de forma
que la sanción debe ser la misma: hay nulidad, a menos que no
haya dudas sobre la identidad de quienes intervienen en el acto
(A. Alessandri, notas a fallos de la C. Suprema, de 29 de agosto de
1942, Rev. de Der., t. 40, sec. 1ª, pág. 196 y de 2 de septiembre de
1953, Rev. de Der., t. 50, sec. 1ª, pág. 347).
Respecto a los tribunales, los criterios han sido dispares. En
cuanto a la designación de la hora, hay sentencias que se pro-
nuncian por la nulidad, como otras que la niegan (en el primer
sentido, C. Suprema, 29 de agosto de 1942, Rev. de Der., t. 40, sec.
1ª, pág. 196, con nota de Alessandri R.; y de 3 de enero de 1944,
Rev. de Der., t. 41, sec. 1ª, pág. 539. En contra, C. de Temuco, 22 de
julio de 1936, Rev. de Der., t. 37, sec. 2ª, pág. 33, y 9 de diciembre
de 1940, Rev. de Der., t. 40, sec. 1ª, pág. 71). La C. de Concepción
ha resuelto que el testamento abierto otorgado ante cinco testigos
no requería dejar constancia de la hora (fallo de 29 de abril de
1963, Rev. de Der., t. 60, sec. 2ª, pág. 49).
En lo que concierne a la omisión del día, mes y año, véanse
los fallos citados en el Nº 403.1.
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408. Cuestión de hecho. Son los jueces del fondo los llamados a
decidir, en caso de litigio, si la formalidad fue o no cumplida. Su
decisión escapa al control de la casación.
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inc. 1º, y 1682, inc. 1º). Pero no se requiere, como en el caso del
testador que no firma, que el funcionario, si lo hubiere, certifique
la causa por la cual el testigo no firma.
Por un testigo firma, por tanto, otro testigo y no un extraño.
Pero hay en esta parte de la ley una inconsecuencia con lo que pide
el art. 1012, inc. final, porque cuando solemnizan un testamento
abierto tres testigos, basta que uno sepa leer y escribir. Pues bien,
el que no puede firmar es el que sabe firmar. Si los dos testigos
restantes no saben leer y escribir, no habría testigo que pudiera
firmar a ruego del que no puede hacerlo. Hay que concluir, por
fuerza de los hechos, que aun concurriendo en este caso tan
especial tres testigos, dos al menos deben saber leer y escribir,
aunque uno de éstos no pueda firmar. Esto no se presenta en el
testamento abierto, o al menos es de más difícil ocurrencia, cuando
solemnizan el acto cinco testigos (art. 1020), pues en este caso
dos al menos deben saber leer y escribir (art. 1012, inc. final).
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DEL TESTAMENTO
Párrafo II
DEL TESTAMENTO ABIERTO Y SUS FORMALIDADES
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a las que les son particulares, bien que se otorgue ante testigos
y funcionario, bien sólo ante testigos (art. 1014, inc. 1º). Nos
detendremos principalmente en el que se otorga ante testigos
y funcionario.
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(ob. cit., Nº 72, pág. 107. En el mismo sentido, Claro Solar, ob.
cit., t. 14, Nº 534, págs. 91 y 92).
Para la Corte Suprema basta la lectura del testamento (así,
sentencia de 15 de mayo de 1909, Rev., t. 6, sec. 1ª, pág. 493).
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DEL TESTAMENTO
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Der., t. 85, sec. 1ª, pág. 50). Antes, se dijo: “Que la primera causal
hecha valer por el recurrente, al fundarse en la falta de lectura
en alta voz del testamento, se refiere a una cuestión de hecho que
fue materia de la prueba rendida en el juicio y sobre la cual se
pronunció el fallo recurrido y que dada la naturaleza del recurso
entablado, producida la decisión del tribunal sentenciador, su
revisión escapa al control del tribunal de casación” (Corte Su-
prema, 21 de mayo de 1958, motivación 1ª, Rev. de Der., t. 55, sec.
1ª, pág. 144). Por tanto, es una cuestión de hecho.
El antiguo fallo de 27 de mayo de 1882 (Gaceta, 1882, sentencia
Nº 988, pág. 579) resolvió: “Que tanto la lectura del testamento por
el escribano o el que hace sus veces o por el testigo designado al
efecto por el testador…, son formalidades prescritas taxativamente
para el otorgamiento de un testamento, por los artículos 1017 y 1018
del Código Civil, y de los cuales no puede prescindirse so pena de
nulidad, según el artículo 1026 del mismo Código (consid. 5º).
En Francia el art. 972 exige para el testamento por acto público
su lectura; pero además que se haga mención expresa de ella. Sin
embargo se ha resuelto que la ley no requiere que se precise que
la lectura fue hecha por el propio notario (Civ. 1ª, 5 de febrero de
2002, que desestima casación a sentencia de Corte de Rouen de
8 de marzo de 2000, Bull. Civ. I, Nº 45 y Rep. Défrenois 2003.552,
obs. Champenois). El art. 696 del Código del Perú exige que
el notario deje constancia de las indicaciones que, “luego de la
lectura, pueda hacer el testador…”.
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DEL TESTAMENTO
434. Lectura del testamento por uno de los testigos. Una vez que el
testador da a conocer sus disposiciones a los testigos y trasladadas
al instrumento por el propio testador, o por uno de los testigos, o
por un extraño, el testamento debe ser leído por uno de los testi-
gos, designado por el testador a este efecto (art. 1017, inc. 2º). Se
trata de una formalidad coetánea al otorgamiento (vid. Nº 381),
que no precisa constar en el instrumento que fue cumplida. Basta
que en la realidad se la haya satisfecho.
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DEL TESTAMENTO
la publicación (así, Claro Solar, ob. cit., t. 14, Nº 576, pág. 141).
En todo caso, es claro que no hay plazo legal señalado para esa
diligencia. La Comisión Revisora del Proyecto de Código de Pro-
cedimiento Civil de 1884, a propósito de un artículo que señalaba
plazo, se entregó a una discusión acerca de la conveniencia de
indicar plazo. En definitiva se abandonó la idea.
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DEL TESTAMENTO
Párrafo IV
DEL TESTAMENTO CERRADO O SECRETO
446. El testador debe saber leer y escribir. Sólo los que saben leer y
escribir pueden servirse del testamento secreto. El que no sabe
leer y escribir no podrá otorgar testamento cerrado. Así lo dispo-
ne el art. 1022. Pero el art. 1023, inc. 2º, sólo pide que el pliego
esté firmado por el testador (vid. Nº 409. G). Por ello se sostiene
que le basta al autor con saber escribir. Pensamos que debe saber
leer y escribir, no bastando que sólo haya firmado el pliego, si
realmente no sabe leer y escribir.
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452. Puede estar ya en manos del funcionario. Si bien la ley quiere que
el testador presente, al notario y a los testigos que concurren, el
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DEL TESTAMENTO
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DEL TESTAMENTO
Sección III
DEL TESTAMENTO SOLEMNE OTORGADO EN EL
EXTRANJERO
464. De las dos formas que acepta el Código Civil. Dos formas de
otorgar testamento en el extranjero reconoce el Código: una, la
señalada en el artículo 1027, aplicable a toda persona chilena o
extranjera; otra, la contemplada en el artículo 1028, reservada a
los chilenos, o a un extranjero que tenga domicilio en Chile.
465. Cuándo tienen interés las dos formas. Los artículos 1027 y 1028
revisten importancia sólo si el testamento haya de ejecutarse en
Chile. A la inversa, si el testamento otorgado en Chile haya de
tener aplicación fuera del país, las formas testamentarias nuestras
tendrán su lugar si así lo determina aquella legislación.
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DEL TESTAMENTO
Sección III
DEL TESTAMENTO SOLEMNE OTORGADO EN EL
EXTRANJERO
464. De las dos formas que acepta el Código Civil. Dos formas de
otorgar testamento en el extranjero reconoce el Código: una, la
señalada en el artículo 1027, aplicable a toda persona chilena o
extranjera; otra, la contemplada en el artículo 1028, reservada a
los chilenos, o a un extranjero que tenga domicilio en Chile.
465. Cuándo tienen interés las dos formas. Los artículos 1027 y 1028
revisten importancia sólo si el testamento haya de ejecutarse en
Chile. A la inversa, si el testamento otorgado en Chile haya de
tener aplicación fuera del país, las formas testamentarias nuestras
tendrán su lugar si así lo determina aquella legislación.
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DEL TESTAMENTO
Sección IV
DE LOS TESTAMENTOS PRIVILEGIADOS
O MENOS SOLEMNES
Párrafo I
R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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Sección IV
DE LOS TESTAMENTOS PRIVILEGIADOS
O MENOS SOLEMNES
Párrafo I
R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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Párrafo II
DEL TESTAMENTO VERBAL
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492. Muerte del testador. Todo testamento pide la muerte del autor
para su eficacia, al menos como acto de disposición de bienes.
Pero el verbal pide algo más: que la muerte tenga lugar antes
de los treinta días subsiguientes al otorgamiento, porque de lo
contrario caduca.
Importa poco o nada la causa por la que murió el testador.
En otros términos, el artículo 1036 no pide que la muerte tenga
relación con el peligro inminente que autoriza el testamento
verbal.
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495. Sentencia que se debe dictar. El juez del último domicilio del
testador, sea que ante él y asistido por el secretario del tribunal
(art. 871 del Cód. de Proc. Civil) se haya procedido a la publicación
del testamento, sea que esas gestiones se hayan verificado ante
juez que no era el del último domicilio del difunto (vid. Nº 501),
debe dictar una sentencia disponiendo en ella cuáles han sido las
últimas declaraciones y disposiciones del testador (art. 1039).
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de los testigos como la dictación del decreto del juez son partes
de aquella diligencia de poner por escrito el testamento, aunque
no lo es la protocolización (así, Parada Parada, Guillermo, Del
Testamento Verbal, págs. 60 y 61, Santiago, 1962).
Pensamos, como lo hemos dicho, que toda la dificultad proviene
de entender que la diligencia debe quedar terminada dentro del
plazo legal. Pero basta considerar que lo que la ley exige es que
la diligencia de poner por escrito el testamento se inicie dentro
de ese plazo, para que el debate deje de tener significación y se
concilie la obligación legal de poner el testamento por escrito
con el principio favor testamenti que vela por la conservación de
la voluntad del de cujus y que ella no quede librada a la posible
acción entorpecedora de terceros.
La doctrina jurisprudencial no es uniforme. Así, en el fallo de
la Corte Suprema, de julio de 1909 (Rev. de Der., tomo 6, sec. 1ª,
pág. 479), se dijo: “Que habiendo fallecido la señora… el 24 de
julio de 1905 y extendídose por escrito las declaraciones de los
testigos instrumentales el 5 de abril de 1906, o sea, cerca de 10
meses después, el fallo que manda tener por testamento esas de-
claraciones infringe la disposición legal citada (art. 1036), la cual,
como se ha visto, no concede valor alguno al testamento que no
se hubiere puesto por escrito dentro de los 30 días subsiguientes
al de la muerte del testador” (consid. 6º); “Que la observancia de
ese plazo, prescrito como esencial para la validez del testamento
verbal, cuya autenticidad y veracidad no ha querido el legislador
confiar por mayor tiempo a la fe ni a la memoria de los testigos, no
es susceptible de modificación alguna no autorizada expresamen-
te por el legislador, cualesquiera que fueren las consideraciones
de otro orden en que pudiera fundarse la alteración” (consid.
7º). Se anuló el testamento y la difunta murió intestada; más, 4
ministros estuvieron por rechazar la nulidad.
La Corte Suprema, en fallo de 13 de diciembre de 1946 (Rev.
de Der., tomo 44, sec. 1ª, pág. 325), adoptó la misma tesis del que
se termina de transcribir. “Que la observancia, dijo, de ese plazo,
prescrito como esencial para la validez del testamento, cuya veraci-
dad y autenticidad no ha querido el legislador confiar por mayor
tiempo a la fe ni a la memoria de los testigos, no es susceptible de
modificación alguna, no autorizada expresamente por el legisla-
dor, cualesquiera que fueran las consideraciones de otro orden,
en que pudiera fundarse su alteración; y al no haberse cumplido
dentro de él con una de las solemnidades indispensables para dar
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500. Nulidad del testamento. Puesto por escrito, “podrá ser impug-
nado de la misma manera que cualquier otro testamento autén-
tico” (art. 1040). En otros términos, por las mismas causales de
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DEL TESTAMENTO
502. Personas que pueden servirse de él. Sólo los militares y los demás
individuos empleados en un cuerpo de tropas de la República.
También los voluntarios, rehenes y prisioneros que pertenecieren
a dicho cuerpo, y las personas que van acompañando y sirviendo
a cualquiera de los antedichos (art. 1041). Son las únicas personas
que pueden testar militarmente y, por consiguiente, servirse del
testamento verbal. No otras, tal cual sucede con el testamento
verbal común, dándose las circunstancias ya tratadas.
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DEL TESTAMENTO
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509. Debe ser puesto por escrito. Si el testador fallece, como conse-
cuencia del peligro inminente que sufría al testar; el testamento
debe ser puesto por escrito, lo antes posible, según resulta del
art. 1053 en relación con el art. 1046.
La información que pide el testamento verbal para ser puesto
por escrito la recibirá el comandante o su segundo. Será remitida
al Ministro de Defensa Nacional, el que la hará llegar al juez del
último domicilio del testador, para que se dicte la sentencia que
debe contener las declaraciones y disposiciones del testador y
ordene su protocolización (arts. 1053, inc. 2º; 1046 y 1039).
Párrafo III
DEL TESTAMENTO MILITAR PROPIAMENTE DICHO
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Párrafo IV
TESTAMENTO MARÍTIMO PROPIAMENTE DICHO
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Párrafo V
TESTAMENTO MILITAR CERRADO
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Párrafo VI
TESTAMENTO MARÍTIMO CERRADO
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CAPÍTULO IV
Sección I
DE LAS MODALIDADES EN GENERAL
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Sección II
DE LAS ASIGNACIONES CONDICIONALES
Párrafo I
R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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Sección II
DE LAS ASIGNACIONES CONDICIONALES
Párrafo I
R EGLAS DE GENERAL APLICACIÓN
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DEL TESTAMENTO
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561. La que priva al padre o madre del derecho legal de goce. Es lícita la
condición impuesta al padre y, en su caso, a la madre que no tenga
el goce de los bienes objeto de una asignación testamentaria. Y
queda el padre o la madre, además, privado de la administración
de esos bienes. Así lo manda el artículo 250.
1º. Condición que afecta al padre y madre. Si el testador priva,
en el testamento, de la administración o del goce al padre y/o
a la madre, el artículo 250, apartado 2º, ordena: “se estará a lo
dispuesto en los artículos 251 y 253”, o sea, el derecho de goce
pasará al otro padre y si este está también impedido, se dará al
asignatario, hijo no emancipado, un curador para la administra-
ción, por mandato del artículo 253. Todo ello sin perjuicio de
que, si los bienes que recibe forman parte de su peculio profesión
o industria, se mirará en ellos como mayor de edad, conforme
indica el art. 251.
2º. La condición no se cumple literalmente. Expresamos que
en Chile se estableció la teoría unitaria de la condición (vid.
Nº 543.1). De acuerdo con ella, el artículo 1484 debería ser
aplicado en los casos de la condición que priva al padre, o a la
madre en su caso, o a ambos a un tiempo, de la administración
o del goce de los bienes dejados al hijo de familia, cumpliéndose
literalmente la condición; mas, como se ha expuesto (vid. Nos 560,
561 y 561.1º) la regla no tiene aplicación en esos casos.
3º. Jurisprudencia. El 10 de septiembre de 1932, la Corte de
Apelaciones de Valparaíso decidió que la cláusula testamentaria
que ordenaba que los bienes dejados a un hijo de familia deberían
ser administrados por un curador, importaba privar al padre del
menor de la administración de esos bienes. Interpuesto recurso
de casación, porque el artículo 348 habría sido violado por los
jueces del fondo, ya que “el testador no expresaba que hace la
asignación bajo la condición de que no administre el padre,
sino suponiendo con el pretexto de interpretar sin base alguna
el testamento que tal ha sido la intención del testador, siendo
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Párrafo II
DEL EFECTO DE LAS CONDICIONES
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574.1. Orígenes. La caución que pide el art. 956, inc. 3º, es la deno-
minada muciana, en recuerdo de Quintus Mucius Scaevola, quien
la introdujo para los legados en el siglo VII. La utilidad de dicha
caución estriba en las condiciones que están concebidas para no
hacer, como por ejemplo: “si él no subiese al Capitolio”, “si no ma-
numitiese a Stico”, y otras semejantes; y así les pareció a Aristón, a
Neracio y a Juliano, cuyo parecer está comprobado también por la
constitución del divino Pío. Y no pareció bien solamente respecto
a los legados, sino también respecto a las herencias fue admitido
el mismo remedio” (Dig. 35,1 De condicionibus, 7 por Ulpiano).
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580. Tiempo en que debe ser cumplida. Para estos fines se debe dis-
tinguir si la condición es determinada o indeterminada. La primera
pide que el suceso en que consiste la condición, de tener lugar
en los días por venir, lo será en una fecha determinada; cuando
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además que el art. 739 mantuvo la armonía con los arts. 962 y
1390, que se refieren a situaciones semejantes.
Pero la Ley Nº 16.952, de 1º de octubre de 1968, vino a en-
turbiar el problema. Redujo el plazo del art. 739 a cinco años,
mientras en el art. 962 se señaló el de diez años, plazo este que
es también el de otras reglas sobre prescripción (como por
ejemplo arts. 1683, 2510, 2511). Y lo hizo, según la Comisión
de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado
de la época “en el entendido de que se refiere únicamente a la
condición de que pende la restitución de un fideicomiso, ya que
no otra puede ser la interpretación del precepto”. El carácter
general del art. 739 queda así más dudoso, particularmente
para el que entienda dar primacía al argumento histórico en
la interpretación de la ley. La regla no requería modificación
distinta a la del art. 962 y por ello la Ley Nº 16.952 ha sido
criticada (así, H. Tapia Arqueros, “La Ley Nº 16.952 sobre
reducción de los plazos de prescripción”, en Rev. Der. U. de
Concepción Nº 159, 1973, págs. 30 y ss.; esp. Nº 27, págs. 43 y
ss.). Con todo, la opinión de la comisión senatorial no puede
ser decisiva y subsisten las demás razones que se han dado para
la extensión del art. 739 (en este mismo sentido, P. Rodríguez,
ob. cit. vol. 1, págs. 174 y 175).
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Sección III
DE LAS DISPOSICIONES TESTAMENTARIAS A PLAZO
590. Concepto. Por el art. 1080 “las asignaciones testamentarias
pueden estar limitadas a plazos o días de que dependa el goce ac-
tual o la extinción de un derecho”. Según el precepto, el testador
puede suspender, ya no la adquisición, sino el goce actual del
derecho que asigna al heredero o legatario; y puede dar término
a ese goce, fijando un plazo para ello.
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Sección III
DE LAS DISPOSICIONES TESTAMENTARIAS A PLAZO
590. Concepto. Por el art. 1080 “las asignaciones testamentarias
pueden estar limitadas a plazos o días de que dependa el goce ac-
tual o la extinción de un derecho”. Según el precepto, el testador
puede suspender, ya no la adquisición, sino el goce actual del
derecho que asigna al heredero o legatario; y puede dar término
a ese goce, fijando un plazo para ello.
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597. Del efecto del plazo suspensivo pendiente. Tanto por aplicación de
las reglas que se dan para las obligaciones a plazo, como por lo que
dispone el art. 1084, inc. 1º, el asignatario no puede exigir el cum-
plimiento antes de la llegada del término (art. 1496, inc. 1º).
Si el obligado a la asignación –el heredero al que se le im-
pone la carga del legado, por ejemplo– da cumplimiento antes
de la llegada del plazo, el pago tiene causa y no podrá repetir lo
pagado (art. 1495). El obligado puede renunciar al plazo, salvo
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DERECHO SUCESORIO
599. Del efecto del plazo suspensivo cumplido. Desde que vence el
plazo, el asignatario podrá reclamar el cumplimiento de su asig-
nación (art. 1084, inc. 1º).
El obligado a la liberalidad no queda en mora por el solo
cumplimiento del plazo. Es cierto que, conforme al art. 1551, Nº 1
“el deudor está en mora: Cuando no ha cumplido la obligación
dentro del término estipulado, salvo que la ley en casos especiales
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Sección IV
EL MODO DE LAS DISPOSICIONES TESTAMENTARIAS
613. Importancia de los textos. Las reglas de los arts. 1089 a 1096
son las únicas que tratan de esta modalidad de los negocios jurí-
dicos. Se aplican “a las convenciones en lo que no pugna con lo
dispuesto en los artículos precedentes” (art. 1493). Se justifica
esta forma de tratar el modo por ser propio de las asignaciones
testamentarias y de las donaciones entre vivos. Y, en relación a
éstas, el art. 1416 dispone: “Las reglas concernientes a la interpre-
tación de las asignaciones testamentarias, al derecho de acrecer y
a las substituciones, plazos, condiciones y modos relativos a ellas,
se extienden a las donaciones entre vivos”.
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DERECHO SUCESORIO
Sección IV
EL MODO DE LAS DISPOSICIONES TESTAMENTARIAS
613. Importancia de los textos. Las reglas de los arts. 1089 a 1096
son las únicas que tratan de esta modalidad de los negocios jurí-
dicos. Se aplican “a las convenciones en lo que no pugna con lo
dispuesto en los artículos precedentes” (art. 1493). Se justifica
esta forma de tratar el modo por ser propio de las asignaciones
testamentarias y de las donaciones entre vivos. Y, en relación a
éstas, el art. 1416 dispone: “Las reglas concernientes a la interpre-
tación de las asignaciones testamentarias, al derecho de acrecer y
a las substituciones, plazos, condiciones y modos relativos a ellas,
se extienden a las donaciones entre vivos”.
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614. Concepto. El art. 1089 prescribe que “Si se asigna algo a una
persona para que lo tenga por suyo con la obligación de aplicar-
lo a un fin especial, como el de hacer ciertas obras o sujetarse
a ciertas cargas, esta aplicación es un modo y no una condición
suspensiva. El modo, por consiguiente, no suspende la adquisición
de la cosa asignada”.
La disposición no define el modo, aunque advierte que el
fin especial para que se hace la asignación es un modo, que no
suspende la adquisición de la cosa asignada. El modo, de la voz
latina modus, designaba en el Corpus Iuris la carga impuesta a un
acto de liberalidad que debe cumplir el que la recibe.
Nosotros, siguiendo los términos del art. 1089, entendemos por
modo el fin especial al que debe aplicarse el objeto asignado.
El modo, si bien es una modalidad del acto de liberalidad, no es
una condición, ni suspensiva, ni resolutoria. De su cumplimiento
no depende ni la existencia del derecho a la asignación, ni por
su falta de cumplimiento se resuelve el derecho del asignatario.
Para que este efecto se pueda producir, es menester que se le
introduzca la cláusula resolutoria (vid. Nº 632), pero entonces
ella no se produce por el solo incumplimiento del modo, sino
porque habiéndose incumplido, se contenía la dicha cláusula.
Y esa resolución no se producirá, ni aun en ese evento, con los
mismos alcances retroactivos que la resolución proveniente del
cumplimiento de la condición resolutoria. Debe sin embargo
advertirse que no siempre es fácil distinguir la liberalidad con
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DERECHO SUCESORIO
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DEL TESTAMENTO
Marty y Raynaud, ob. cit., Nos 292 y ss., págs. 234 y ss. esp. Nº 298
y la bibliografía allí citada).
616. Tiene cabida en toda asignación. Con ello se quiere decir que
la carga que comporta el modus puede ser impuesta al heredero
como al legatario. Esto, sin olvidar que ciertas asignaciones no lo
toleran, como acontece con la legítima rigorosa (art. 1192).
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631. El modo debe ser física y legalmente posible. Presenta tales ca-
racteres cuando lo que se dispone que se haga, por el heredero
o legatario, guarda conformidad con las leyes de la naturaleza
física; cuando la carga impuesta al asignatario puede llevarse a
efecto conforme a dichas leyes.
Si es físicamente imposible, la imposibilidad debe ser absoluta.
Y se entiende por tal la que no sólo lo es en relación al gravado
con el modo sino respecto de toda otra persona a la que el testa-
dor se lo hubiera impuesto; imposibilidad que debe ser juzgada
a la fecha del testamento y a la en que se le debe cumplir. Si lo
es sólo a la fecha del cumplimiento, “subsistirá la asignación sin
el gravamen”, que es tanto como decir pura y simple (art. 1093,
ap. 3º). Guarda el modo, así, semejanza con la condición resolu-
toria imposible por naturaleza, que se la tiene como no puesta
(art. 1480, inc. final). Cuanto llevamos dicho sobre el modo fí-
sicamente imposible tiene su lugar cuando el modo es ininteli-
gible, ya que es tanto como si fuera imposible de ser cumplido
y, por lo dicho, se le tiene por no puesto (art. 1093, inc. 1º). Es
la misma regla puesta para la condición resolutoria ininteligible
(art. 1480, ap. final).
Si es solamente imposible en la forma especial prescrita por
el de cujus, y sin hecho o culpa del asignatario, está facultado
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CAPÍTULO
DERECHO V
SUCESORIO
Sección I
DE LA REVOCACIÓN EN GENERAL
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(así, art. 679, C. Civil italiano, sobre el cual, vid., Cicu, ob. cit.,
Nº 5, pág. 20, y para la legislación anterior, Polacco, ob. cit., t. 1,
págs. 181 y siguientes).
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Nº 217, pág. 610; Messineo, ob. cit., t. 7, párr. 186, Nº 3, pág. 146.
En Francia: Josserand, ob. cit., Nº 217, pág. 610; Colin y Capitant,
ob. cit., t. 8, pág. 99).
El principio es afirmado expresamente por algunas legislacio-
nes. El art. 739, del C. de España, pide un testamento revocatorio
perfecto. El art. 3830, del Código argentino, niega fuerza revo-
catoria al testamento nulo “por vicio de forma”; pero los comen-
taristas extienden el precepto a otras causales de nulidad, como
por ejemplo, la incapacidad del testador (así, Borda, ob. cit., t. 2,
Nos 1.598 c y 1.599 d, pág. 481; J. O. Azpiri, ob. cit., pág. 870).
En cuanto a nuestra jurisprudencia, ha mantenido también la
exigencia de un testamento posterior válido. Así, la C. de Santiago, en
sentencia de 12 de enero de 1968 (Rev. de Der., t. 65, sec. 2ª, pág. 5), ha
resuelto que “la revocación del testamento vale actualmente, porque
no ha sido declarada nula por sentencia definitiva firme. La C. de
Chillán, por su parte, ha resuelto, haciendo suyo el fallo de primer
grado, que el legatario del testamento revocado tiene derecho para
solicitar la nulidad del acto revocatorio, para que su legado se man-
tenga (C. de Chillán, 22 de enero de 1968, Rev. de Der., t. 65, sec. 2ª,
pág. 51). Y la C. de Tacna falló que “el testamento solemne en que
se omitiere cualquiera de las formalidades legales no tendrá valor
alguno… Que, por tanto, debe subsistir produciendo pleno efecto,
la memoria testamentaria otorgada el 10 de enero de 1899, debida
y legalmente protocolizada, sin que se haya impugnado su validez
o autenticidad en forma alguna” (C. de Tacna, 4 de noviembre de
1904, Rev. de Der., t. 3, sec. 2ª, pág. 65, consids. 20 al 22).
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Sección II
MODOS DE REVOCACIÓN
Párrafo I
R EVOCACIÓN EXPRESA Y TÁCITA
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Sección II
MODOS DE REVOCACIÓN
Párrafo I
R EVOCACIÓN EXPRESA Y TÁCITA
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Rev. de Der., t. 25, sec. 2ª, pág. 37, consid. 1º). El fallo de primera
instancia había estimado que ambas disposiciones eran incompa-
tibles. Lo cierto es que ambos llamados eran contradictorios.
Se ha fallado que no hay incompatibilidad, ni jurídica, ni
material, por el hecho de que en un primer testamento se leguen
determinadas acciones de un banco y en uno posterior se institu-
ya al mismo legatario, pero ahora en una asignación de dinero.
Ambos legados se mantienen (C. Suprema, 7 de julio de 1927,
Rev. de Der., t. 25, sec. 1ª, pág. 253).
Pero el simple hecho de que los mismos bienes sean objeto
de disposiciones en dos testamentos, no implica contradicción,
si es posible entender que el causante quiso agregar un segundo
llamamiento al primero. Todo será pues cuestión de interpretación
(así, Barbero, ob. cit., t. 5, Nº 1.137, 11 c), pág. 307).
En todo caso, como lo ha resuelto la jurisprudencia argentina,
si existen dudas deben considerarse compatibles las disposicio-
nes de ambos testamentos y la revocación se impone sólo si es
absolutamente imposible la conciliación (CN Civ., Sala C, 19 de
marzo de 1981, L.L. 1981-C-355; J. A. 1981-III-437).
Párrafo II
R EVOCACIÓN FUERA DE TESTAMENTO
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CAPÍTULO I
PRINCIPIOS GENERALES
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668.2. De cómo se forman los órdenes. Los parientes del difunto son
agrupados en líneas o categorías: descendientes, ascendientes
y colaterales. Esto, según se ha visto, porque se sostiene que el
amor primero desciende, luego asciende y por último se extiende.
Pero como el orden social impone ciertas restricciones, el hijo
natural, que es descendiente, forma en el orden de éstos con
ciertas limitaciones.
Como se ve, la calidad de la línea es un factor esencial para formar
los órdenes: los descendientes predominan sobre los ascendientes;
éstos sobre los colaterales. Mientras haya un descendiente, por
lejano que sea el grado de parentesco con el causante, es preferido
al ascendiente, aunque éste se encuentre en primer grado de pa-
rentesco con el causante. Lo mismo los ascendientes, en relación
con los colaterales (vid. Nº 667.1). Como lo expresa el art. 1930 del
Código Civil alemán: “Un pariente no está llamado a la sucesión
en tanto exista otro pariente de un orden precedente”.
Dentro de cada línea se atiende a la prioridad del grado.
Así, el ascendiente de grado más próximo al causante prefiere
al de grado más lejano, aunque ambos están en la misma línea
(vid. Nº 667.2). Lo mismo en la línea descendiente: el hijo del
causante prefiere al nieto de éste, salvo que se dé el derecho de
representación (vid. Nº 693-b).
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
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CAPÍTULO
DERECHO II
SUCESORIO
EL DERECHO DE REPRESENTACIÓN
671. Concepto. Por el art. 984, inc. 2º: “La representación es una
ficción legal en que se supone que una persona tiene el lugar y,
por consiguiente, el grado de parentesco y los derechos heredi-
tarios que tendría su padre o madre, si éste o ésta no quisiese o
no pudiese suceder”.
Hay cierta impropiedad en la definición. En primer lugar, la
denominación misma del derecho es criticable. La idea de repre-
sentación hace pensar que el derecho del representante arranca
del representado. Pero no es así. Como veremos (vid. Nº 687),
los mal llamados representantes –los descendientes del que no
quiere o no puede suceder– arrancan sus derechos directamen-
te del causante, por un llamamiento directo que les hace la ley,
sucediendo por derecho propio y no a través del representado.
La única diferencia con los demás llamamientos directos es que
la división de lo que a ellos corresponda es por estirpes y no por
cabeza (art. 985). En otros términos: hay un llamamiento direc-
to a la estirpe del heredero, cuando éste no quiere o no puede
suceder.
También es criticable que se afirme que el representante tiene
el “lugar” del representado. Ello equivale a afirmar que el nieto
se subroga a su madre en la sucesión del abuelo, mediante una
traslación de derechos de dicha madre a su hijo. Mas, en verdad,
el representante arranca sus derechos directamente del causante,
recta vía. Habría sido más exacto expresar que el representante
ocupa el lugar del heredero que no quiere o no puede suceder.
Estas impropiedades tienen su origen en la idea de ver en el
derecho de representación una ficción legal, que no existe. Nada
hay de ficción en la representación sucesoral. El representante
es llamado directa y personalmente por la ley. Lo que sucede es
que se altera el principio que el pariente de grado más próximo
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680. Que el representado sea o haya sido de los parientes del causante que
la ley señala. No todo heredero indigno, incapaz, desheredado o
que repudia es representado por sus descendientes. La ley pide
que el representado sea o haya sido descendiente del causante;
o hermano suyo. Dice el art. 986: “Hay siempre lugar a la repre-
sentación en la descendencia del difunto y en la descendencia
de sus hermanos”.
“Fuera de estas descendencias no hay lugar a la representa-
ción”.
Veamos el contenido de la norma legal:
a) Descendencia del causante. Pide el precepto que el represen-
tado sea descendiente del causante.
Así, el causante (A) deja a su muerte a su hijo (B) y a sus nietos
(C) y (D), hijos de (E), que a su vez fue hijo de (A) y premuerto
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DERECHO SUCESORIO
a éste. El hijo (E) es incapaz de suceder a (A); pero por ser del
número de los parientes del difunto que admite ser representado
por sus hijos (C) y (D) (art. 986), éstos suceden al de cujus con-
juntamente con el tío (B), ocupando el lugar de su padre (E),
premuerto. Y lo mismo hay que entender si (E) es indigno, o ha
sido desheredado, o repudió la herencia de su padre.
b) Descendencia de sus hermanos. El causante (A) deja, por ejem-
plo, como heredero a un hermano (B), por derecho personal:
y a sus sobrinos (D) y (E), hijos del hermano (C), premuerto.
Incapaz (C), sus hijos (D) y (E), sobrinos de (A), representan a
su padre (C), por ser éste del número de los parientes de (A),
que la ley acepta sean representados. De esta suerte, los sobrinos
(D) y (E), representando a (C), suceden a su tío (A), juntamente
con el tío (B), hermano de (A).
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sobre el art. 730; Demolombe, tom. 13, núm. 398; pero la única
razón que dan es que esta causa de exclusión de la representa-
ción no está expresa en el Código francés. La doctrina que estos
autores enseñan, a más de su inmoralidad, presenta un serio
peligro, pues que autoriza la representación de la víctima por el
homicida, y puede inspirarle la idea del crimen por el llamamien-
to que el crimen mismo produciría en su favor. Por lo demás,
hay casi identidad entre el indigno y el desheredado”. Mas, el
art. 3301 manda que “los hijos del indigno vienen a la sucesión
por derecho propio y sin el auxilio de la representación, no son
excluidos por las faltas de su padre;...”. Esta regla ha sido tomada
del art. 730 del de Francia, que dice: “Los hijos del declarado
indigno, que tengan derecho a la herencia directamente, y no
por representación, no están excluidos por la falta, cometida
por su padre;... Comentando ambos preceptos, Borda expresa:
“Vale decir, en el texto francés se requiere para que los nietos
del causante lo hereden que vengan a la sucesión por derecho
propio y sin auxilio de la representación. Si, por el contrario,
necesitaran de ello (caso del nieto que concurre con sus tíos a
la sucesión del abuelo), no heredan. En cambio, en el texto de
Vélez no se pone condición alguna, sino que se afirma que los
hijos del indigno concurren a la sucesión del abuelo por derecho
propio, no obstante la exclusión de su padre. La falta de éste no
puede perjudicarlos; ellos ocuparán su lugar y recibirán la parte
de la herencia que les hubiere correspondido. En favor de tal
interpretación, que hoy concita el favor de casi la unanimidad
de nuestra doctrina, pueden invocarse otros argumentos... En
primer lugar, que esta solución es la establecida por el art. 3749
para el caso de desheredación y no hay razones para no aplicar-
la al nuestro, puesto que la desheredación y la indignidad son
instituciones de naturaleza prácticamente idéntica y obedecen
a iguales fundamentos morales”. Termina el autor afirmando:
“Tienen pues este derecho (representación): d) los del indigno”
(ob. cit., t. II, Nº 132, pág. 111; y t. II, Nº 798, pág. 14, respectiva-
mente). Pero otro doctrinador argentino sostiene que “Los hijos
del indigno no vienen por representación del padre por dos ra-
zones: no se puede representar a una persona viva (art. 3554); la
representación tiene por objeto dar al representante el derecho
del representado, y aquí el representado no tiene ni podría tener
derecho alguno; pero la ley se ha propuesto no causar agravios
673
DERECHO SUCESORIO
a los hijos del indigno y los llama a la sucesión del abuelo junto
con sus tíos; no hay nada más que explicar” (Martínez Paz, ob.
cit., Nº 8, pág. 186).
En Francia se sostenía, antes de la reforma de 2001, por algunos
doctrinadores, que “Cuando el heredero de grado más próximo
vive aún, pero resulta excluido por su renuncia o por indignidad,
sus hijos no pueden heredar en su lugar, representándolo (art. 787
respecto a la renuncia, art. 730, para la indignidad)” (Maury y
Vialleton, en Planiol y Ripert, ob. cit., t. IV, Nº 57, pág. 84). Lo
mismo afirmaban Colin y Capitant (ob. cit., t. VII, pág. 34), así
como Josserand, al decir: “El representante no podría tener más
derechos que los que el representado hubiera poseído por sí
mismo. En consecuencia, si Secundus hubiera estado afectado de
indignidad, sus hijos no serían aptos para representarlo” (ob. cit.,
t. III, vol. II, Nº 743, pág. 33). La exclusión de los descendientes
del indigno resultaba, por lo visto, del antiguo art. 730 del Código
francés: “Los hijos del indigno, que suceden personalmente, y
sin el auxilio de la representación, no son excluidos por la culpa
de su padre”. De este modo, si suceden por representación, la
indignidad del representado los excluye. Pero se había propuesto
suprimir la regla y admitir la sucesión de los representantes (72º
Congreso de Notarios, Répertoire Défrénois, 1975, pág. 131 y
art. 760 de Anteproyecto del Cód. Civil). Con todo, las soluciones
que excluían a los representantes no eran admitidas uniforme-
mente en todos los casos (vid. Marty y Raynaud, ob. cit., Nº 45,
pág. 31, y los autores citados por ellos en nota 51). La reforma
de la ley de 3 de diciembre de 2001 recogió aquellas propuestas
y los arts. 729-1 y 755 admiten que los hijos y descendientes del
indigno puedan representarle.
Aplicando el principio que el representante sucede al de cu-
jus, el 12 de agosto de 1879, la C. de Santiago resolvió: “Que los
nietos heredan al abuelo no por transmisión que del derecho a
esa herencia les haga su padre, sino por un llamamiento direc-
to de la ley y, por consiguiente, los bienes que adquieren por
tal sucesión, no son parte del patrimonio del padre que no ha
podido trasmitir lo que no tenía, ni están por lo tanto afectos
al pago de las deudas de él” (Gac., 1879, sent. 1224, pág. 840).
La de Concepción, el 7 de septiembre de 1882, pudo expresar:
“Que aunque el sucesor está obligado al pago de las deudas de
su antecesor, esta obligación no pasa más allá de los bienes que
hereda sino en los casos determinados por la ley, y el legislador no
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DERECHO SUCESORIO
692. Caso en que todos los sucesores pertenecen al mismo grado y línea.
El causante tuvo un solo hijo, incapaz de sucederle. Dejó éste, a
su vez, un solo hijo, nieto del causante. ¿El nieto sucede por dere-
cho personal o por derecho de representación? ¿Tiene cabida el
derecho de representación cuando hay una sola línea y todos los
herederos son del mismo grado de parentesco con el causante?
Pensamos que en nuestro Derecho tiene cabida la representa-
ción. Por tanto, el nieto sucede por derecho de representación.
Lo mismo si el causante deja puros sobrinos, hijos de un hermano
premuerto.
Esta solución no parece ser aceptada por el Código, dada la
distribución por estirpes que ordena el art. 985; distribución que
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
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DERECHO SUCESORIO
693. Efectos del derecho de representación. Del artículo 984, inc. 2º,
se desprende que esos efectos son:
a) Colocar al representante en el lugar del representado. La ley man-
da que el representante ocupe el lugar del representado en la
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CAPÍTULO
DERECHO III
SUCESORIO
Sección I
DEL ORDEN DE LOS HIJOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
700-701. Suprimidos.
.
702. Distribución de la herencia en este orden. Si sólo concurren hijos,
la herencia se divide por igual entre ellos; pero habrá de tenerse
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DERECHO SUCESORIO
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
702.2. Sucesión mixta. Por último, el art. 988 inc. final agrega
que “La aludida cuarta parte se calculará teniendo en cuen-
ta lo dispuesto en el art. 996”. Con ello se alude a una regla
aplicable a una sucesión parte testada y parte intestada y en
la que el causante ha dispuesto en su testamento de alguna
asignación para el cónyuge. En ese caso, lo que se ha asignado
por la disposición testamentaria se imputa a la cuarta parte mí-
nima que debe recibir el cónyuge sobreviviente. Este no recibe
así la cuarta parte de la mitad legitimaria más la asignación
testamentaria, sino que dentro de la cuarta parte se considera
comprendida la asignación. Pero esta regla tiene dos excep-
ciones: a) si la asignación testamentaria es mayor a la cuarta
que le corresponde como mínimo, el cónyuge puede retener
todo lo que se le asignó en el testamento; b) también puede
sumarse la cuarta parte garantizada a la asignación testamen-
taria sin imputación, si el causante así lo hubiere dispuesto
expresamente en su testamento.
Sección II
ORDEN DEL CÓNYUGE Y DE LOS ASCENDIENTES
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
702.2. Sucesión mixta. Por último, el art. 988 inc. final agrega
que “La aludida cuarta parte se calculará teniendo en cuen-
ta lo dispuesto en el art. 996”. Con ello se alude a una regla
aplicable a una sucesión parte testada y parte intestada y en
la que el causante ha dispuesto en su testamento de alguna
asignación para el cónyuge. En ese caso, lo que se ha asignado
por la disposición testamentaria se imputa a la cuarta parte mí-
nima que debe recibir el cónyuge sobreviviente. Este no recibe
así la cuarta parte de la mitad legitimaria más la asignación
testamentaria, sino que dentro de la cuarta parte se considera
comprendida la asignación. Pero esta regla tiene dos excep-
ciones: a) si la asignación testamentaria es mayor a la cuarta
que le corresponde como mínimo, el cónyuge puede retener
todo lo que se le asignó en el testamento; b) también puede
sumarse la cuarta parte garantizada a la asignación testamen-
taria sin imputación, si el causante así lo hubiere dispuesto
expresamente en su testamento.
Sección II
ORDEN DEL CÓNYUGE Y DE LOS ASCENDIENTES
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DERECHO SUCESORIO
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
703
DERECHO SUCESORIO
706-711. Suprimidos.
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
Sección III
ORDEN DE LOS HERMANOS
712. Cuándo tiene lugar. Por el art. 990, “Si el difunto no hubiere
dejado descendientes, ni ascendientes, ni cónyuge, le sucederán
sus hermanos” (inc. 1º).
Los hermanos del difunto son sus colaterales privilegiados y
a ellos va toda la herencia o la parte de ella que sea intestada a
falta de herederos en los órdenes precedentes.
Suceden todos los hermanos, sean de simple o de doble conjun-
ción; pero como se verá, no en la misma propoción. Soluciona así
la Ley Nº 19.585, de modo expreso, la dificultad que se producía
en el antiguo art. 991, que no precisaba si entre los hermanos se
comprendían incluso los de simple conjunción.
Deberá tenerse presente que los hermanos pueden ser repre-
sentados (vid. Nº 660), de modo que los sobrinos, en ausencia
del hermano, quedan en este orden.
705
DERECHO SUCESORIO
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
Sección IV
ORDEN DE LOS DEMÁS COLATERALES
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DE LA SUCESIÓN LEGÍTIMA O INTESTADA
Sección IV
ORDEN DE LOS DEMÁS COLATERALES
707
DERECHO SUCESORIO
715. Reglas que los gobiernan. En este orden sucesoral habrá que
considerar las siguientes reglas:
a) El colateral o los colaterales de grado más próximo excluirán
siempre a los otros. Lo dice así el art. 992 inc. final, precisión que
era innecesaria, puesto que ya el mismo artículo había señalado
que los que suceden son “los colaterales de grado más próximo”,
lo que revela el poco cuidado con que se redactaron algunas dis-
posiciones luego de la reforma de la Ley Nº 19.585. Aquí la regla
de la prioridad del grado se aplica sin limitaciones (vid. Nos 667.2
y 667.5). Habrá que tener presente que ciertos colaterales no se
considerarán en el presente orden: los hermanos que forman
el orden precedente y los descendientes de los hermanos del
de cujus. Estos heredan representando a esos hermanos y, en tal
situación jurídica, ocupan el lugar de los hermanos del causante
y por lo mismo, figuran en el orden de esos representados. Es
el caso de los sobrinos. Todo ello de acuerdo a las reglas de la
representación (vid. Nº 693).
Por aplicación de la regla de que se está tratando, si el causante
tiene un primo hermano (cuarto grado en la línea colateral) y
el hijo de otro primo hermano premuerto (quinto grado en la
línea colateral), aquel lleva toda la herencia por ser el colateral
más próximo del causante.
b) Los derechos de sucesión de los colaterales no se extienden
más allá del sexto grado.
c) Heredan los colaterales, sean de simple conjunción, esto es,
los que sólo son parientes del difunto por parte de padre o parte
de madre, o de doble conjunción; pero aquellos llevan la mitad
de la porción de los doble conjunción, habiéndose así alterado la
regla de la igualdad que respecto de los demás colaterales contenía
el texto primitivo del art. 992 inc. 2º. No se entiende la razón de
la reforma ya que, si en último término la diferencia de porción
podría defenderse con algunas razones para los hermanos, ellas no
subsisten para los colaterales. Pero la regla tiene escasa aplicación
en la práctica, ya que es raro que los demás colaterales sean de
doble conjunción y la hipótesis de concurrencia con colaterales
de simple conjunción es de difícil ocurrencia.
d) Los colaterales heredan por cabezas, desde que entre ellos
no hay representación. Son llamados teniendo en consideración
la proximidad del grado. Por eso algunos califican este orden de
los “colaterales ordinarios”, para diferenciarlos de los “colaterales
privilegiados”, que son los hermanos del causante.
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ORDEN DEL FISCO
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ORDEN DEL FISCO
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los que hacen las veces de herederos, aunque no lo sean” (Les Lois
civiles, lib. 1, tít. 1, sec. XIII) y señala que “No hay propiamente
sino dos especies de herederos: aquellos a quienes la ley defiere
la sucesión, y aquellos que son llamados por un testamento; y no
se da ese nombre de heredero sino a quienes suceden de una o
de la otra de esas dos maneras. Pero hay otros títulos que hacen
pasar todos los bienes de una persona después de su muerte,
a otras especies de sucesores, o más bien poseedores, que, sin
ser herederos, tienen los mismos derechos que da esa calidad, y
quedan sujetos a sus mismas cargas” (ob. cit., Oeuvres Complètes,
t. 2, págs. 375 y 376, París, 1835).
El Código Civil francés parece recoger esa tradición, lo que
resulta de varias disposiciones que no se refieren a un derecho
sucesoral del Estado, sino a un derecho propio y particular. Así,
el art. 723 decía que “La ley regla el orden de sucesión entre los
herederos legítimos, los herederos naturales y el cónyuge sobre-
viviente. A falta de ellos, los bienes pasan al Estado” y el art. 731,
que trataba de la delación, no mencionaba al Estado. Pero de ese
derecho se trataba a propósito de las sucesiones, indicándose así
la asimilación existente entre la vocación sucesoral y el derecho
soberano del Estado como heredero de las herencias vacantes.
Luego de la reforma de 2001, el art. 724, luego de señalar que los
herederos designados por la ley obtienen la delación de pleno
derecho, en el inciso final agrega: “A falta de ellos, la sucesión es
adquirida al Estado, el que debe hacerse conceder la delación”.
La reforma de 2006 ha creado un capítulo V al Título I del
Libro III, sobre “De las Sucesiones Vacantes y de las Sucesiones
sin Herederos”, del que resulta claramente que el derecho del
Estado a suceder proviene de su soberanía y no de una calidad
de heredero (así, Ph. Malaurie, ob. cit., Nº 125).
Bello, al explicar las razones que tuvo para asignar las herencias
al Fisco a falta de otros herederos, escribió: “La principal razón
que hay para deferirle ciertas herencias, no es, según creemos,
por los inconvenientes que resultarían si hubiese de abandonarse
un patrimonio al primer ocupante, sino para proporcionar a las
arcas nacionales un ingreso, que no invade la propiedad de per-
sona viviente, ni frustra la más leve esperanza. Este es un recurso
fiscal, que ni aun puede rigorosamente llamarse impuesto; porque
¿a quién se impone?, ¿a quién grava? ¿Podría designarse alguna
persona que alimentase la expectativa de suceder a un pariente
del séptimo grado, contando con el caso fortuito de que falleciese
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730. Naturaleza de los derechos del Fisco. Aunque los arts. 983, 995
y 1250 expresan que el Fisco es llamado a la sucesión legítima;
que a falta de otros herederos sucede el Fisco, y que la respon-
sabilidad de éste, como heredero, es a beneficio de inventario
y por ello no debería ponerse en duda que es un heredero, es
lo cierto que dos son las posibles justificaciones del derecho del
Fisco a recoger las herencias sin otros herederos.
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733. Los derechos hereditarios del Fisco y los impuestos. Si bien el Fisco
ingresa al fenómeno sucesorio excepcionalmente, es lo cierto
que participa en la sucesión hereditaria mediante los impuestos
establecidos en la ley pertinente. Esos impuestos hacen que, en
ciertos casos, gran parte de los bienes relictos ingresen al patri-
monio fiscal, aunque no a título de herencia.
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CAPÍTULO
DERECHO IV
SUCESORIO
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CAPÍTULO V
DE LA SUCESIÓN MIXTA
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742.1. Doctrina. “La voluntad del de cujus, dice Claro Solar, debe
observarse con preferencia a las reglas dadas por la ley; y por lo
tanto, no se imputará a lo que corresponde al asignatario testa-
mentario recibir por testamento, lo que le corresponda abin-
testato, si el testador así lo ha dispuesto” (ob. cit., t. 13, Nº 212,
pág. 199). El mismo autor añade: “Si la asignación hecha a uno
de los herederos abintestato es superior a lo que le corresponde
en este carácter, puede no obstante retenerla. La imputación que
previene el inc. 2º del art. 996 es sin perjuicio de retener toda
la porción testamentaria si excediere a la otra. Así lo dispone
expresamente la ley” (Nº 213, pág. 199).
Otros autores expresan: “Lo único que dificulta la interpre-
tación es lo que debe entenderse por corresponder abintestato
en este caso: si lo que le tocaría al heredero testamentario en el
remanente que ha quedado intestado, o lo que llevaría en la suce-
sión si ésta fuera íntegramente intestada. Un ejemplo aclarará las
dos posiciones posibles: concurren dos hermanos a una herencia
de $ 100.000, y a uno de ellos. Pedro, el testador, le ha dejado
$ 20.000, y nada al otro (Juan). Quedan intestados $ 80.000. Las
dos interpretaciones posibles son las siguientes: a) Si entendemos
por corresponderle abintestato lo que le tocaría en el remanente
de aplicar las reglas de la sucesión intestada a éste, en el ejemplo
tenemos que cada hermano tiene derecho abintestato a $ 40.000.
Pero como Pedro debe imputar a esa cantidad los $ 20.000 que
lleva por testamento, sólo recibe abintestato los otros $ 20.000 (en
total $ 40.000), mientras Juan lleva el resto ($ 60.000). b) Según
una segunda interpretación, lo que corresponda abintestato es
lo que tocaría a cada heredero si la sucesión fuera íntegramente
intestada. En el ejemplo, a cada hermano le corresponderían
abintestato $ 50.000. Pedro llevaría $ 50.000 ($ 20.000 por testa-
mento y $ 30.000 como heredero abintestato), y Juan otro tanto”
(Abeliuk, Rojas y Tasso, ob. cit., Nº 29, pág. 32).
Lo abintestato del art. 996 inc. 2º es todo el as hereditario y no
el remanente de él, del que no dispuso el testador. De no ser así,
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CAPÍTULO I
Sección I
CONCEPTOS GENERALES
744. Reglamentación. El párrafo VI del Título IV, del Libro III del
Código Civil, trata de las asignaciones a título singular, desde el
art. 1104 al 1135, inclusive.
Ya en el umbral del Libro III, en el art. 954, se había dicho
que las asignaciones a título singular se denominan legados y que
el asignatario de ellas, legatario. Estos conceptos se reiteran por
los arts. 1004 y 1105.
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DE LAS ASIGNACIONES A TÍTULO SINGULAR
una carga” (ob. cit., t. II, vol. 2, Nº 148, pág. 501). En suma, una
definición descriptiva es la de este doctrinador, si bien reconoce
la dificultad de definir esta asignación. Conceptos idénticos,
en lo esencial, emplea Cicu (ob. cit., cap. III, “El contenido del
testamento”, Nº 367, pág. 378).
De acuerdo al art. 660 del Código español, “Llámase heredero
el que sucede a título universal, y legatario el que sucede a título
particular”. Y tal cual afirma Borrel y Soler, “aunque todo el mundo
sepa lo que es un legado, es difícil definirlo, pues, a fuerza de ex-
cepciones, algunos tratadistas lo despojan de todos los caracteres
que parecen esenciales” (ob. cit., t. 5, Nº 325, pág. 165).
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1865, el art. 662, del actual Código de Italia, dice que “el testador
puede poner la prestación del legado a cargo de los herederos o
bien, a cargo de uno o varios legatarios. Cuando el testador no
ha dispuesto, a la prestación están obligados los herederos. Sobre
cada uno de los que tienen que soportar la carga el legado grava
en proporción de la respectiva cuota hereditaria del legado, si
el testador no ha dispuesto otra cosa”. Comentándolo, Messineo
expresa: “Cuando el legatario es gravado, no con un modus, sino
con otro legado, se tiene el caso del sublegado (art. 662). También
aquí hay reunión de la cualidad de honrado y de gravado de la
misma persona (legatario); hay, además, otra persona que ha reci-
bido también el honor en cuanto al legado, y que es el destinatario
del sublegado (sublegatario)” (ob. cit., t. VII, Nº 6, pág. 329). Ha
puesto, por lo visto, término el Código actual de Italia a la con-
troversia a que dio origen el silencio sobre el punto del de 1865.
Muchos negaron la existencia del sublegado, admitiendo que era
una simple forma o caso especial del modo.
El Código de Argentina no admite el legado que no sea de
cargo de los herederos. Dice: “Todos los que son llamados a re-
cibir la sucesión o una parte alícuota de ella, sea en virtud de la
ley, sea en virtud de testamento, están obligados al pago de los
legados en proporción a su parte, salvas siempre las legítimas de
los herederos forzosos” (art. 3798, 1ª parte). Luego, todo legado
es de cargo de los herederos. Comenta la norma así un autor: “En
suma, para que haya legado particular, éste debe pesar sobre la
herencia, en su conjunto y cada uno de los herederos o legatarios
de cuota deben contribuir a su pago en proporción a su parte en
la sucesión” (art. 3776); desde el momento que la obligación de
pagarlo se impone por el causante a uno de los herederos con
exclusión de los otros, o a un legatario particular, estaremos en
presencia de un cargo” (Borda, ob. cit., t. II, Nº 1406, pág. 378).
No hay, pues, sublegado en esa codificación: hay un modo o cargo.
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Sección II
DEL OBJETO DEL LEGADO
Párrafo I
EL LEGADO DE COSA AJENA
759.1. Particularidad del objeto. La ley exige que si el objeto del le-
gado es una especie o cuerpo cierto, si es una cosa específica, ésta
debe ser del dominio del testador. Por ello el art. 1107 dispone:
“El legado de especie que no es del testador o del asignatario a
quien se impone la obligación de darla, es nulo” (1ª parte). El
legado de especies indeterminadas de un género determinado
no se presta, como es natural y obvio, para un posible legado de
cosa ajena.
De esta particularidad del legado ya se ha tratado (vid. Nos 361,
361.1, 361.2 y 361.3).
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había recibido. Esto por imperio del art. 1109, que a la letra dice:
“El asignatario obligado a prestar el legado de cosa ajena, que
después de la muerte del testador la adquiere, la deberá al legata-
rio; el cual, sin embargo, no podrá reclamarla, sino restituyendo
lo que hubiere recibido por ella, según el art. 1106”.
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Párrafo II
EL LEGADO DE COSA INDIVISA
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Como el art. 3753 del Código Civil argentino dispone que “El
legado de cosa que se tiene en comunidad con otro, vale sólo por la
parte de que es propietario el testador”; y dado que el art. 2695 de
esa codificación sanciona el efecto declarativo del acto particional,
“en el sentido que cada condómino debe ser considerado como que
hubiera sido, desde el origen de la indivisión, propietario exclusivo de
lo que hubiera correspondido en su lote, y como que nunca hubiese
tenido ningún derecho de propiedad en lo que ha tocado a los otros
condóminos”, Borda sostiene que, “si la ley lo estima propietario
exclusivo ya en el momento de otorgar el testamento, no se ve cómo
el legado puede limitarse a una parte. Todavía podría agregarse que,
sin duda, ésta es la voluntad presuntiva del causante. Cuando él ha
legado una cosa en la que tiene sólo una parte (por ejemplo, su
casa habitación, que la tiene en copropiedad con sus hermanos) y
luego compra las partes restantes, manteniendo el legado que deja
la casa a un tercero, es evidente que su intención es dejar a éstos el
todo y no una parte” (ob. cit., t. II, Nº 1438, pág. 401).
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legando una cosa ajena, por el efecto declarativo del acto par-
ticional. El art. 1344 así lo determina. El legado habría podido
tener eficacia si el testador, previendo esta situación, hubiera
dispuesto que se procediera como lo contemplan los arts. 1106 y
1107, según los casos. Si no lo hizo, el legado es nulo, por tener
como objeto una cosa ajena al disponente (vid. Nº 361).
Párrafo III
COSA LEGADA FORMANDO PARTE DE UNA MASA INDIVISA
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782. El problema entre nosotros. Aunque se piensa que “la cuota parte
se tiene sobre la universalidad, pero no en bienes determinados”
(Somarriva, Indivisión y Partición, t. 1, Nº 16, pág. 53, 2ª edición),
es lo cierto que se hace aplicable el art. 1110, ora que “se refiera a
la cuota de un bien sobre el cual existe una comunidad singular”,
ora que “se legue la cuota en una especie determinada que forma
parte de una comunidad universal” (Somarriva, ob. cit., t. 1, Nº 153,
pág. 197). Lo mismo sostiene el profesor Alessandri, cuando en
el comentario jurisprudencial citado afirma: “Si el testador lega
una cosa que forma parte de una universalidad, si la cosa legada es
uno de los componentes de una comunidad a título universal de
la cual él es comunero, se presume igualmente que no ha querido
legar sino su cuota. El art. 1110, como lo dijimos y lo ha declarado
la Corte Suprema, se aplica sea la comunidad a título singular o a
título universal” (Rev. de Der., t. 27, sec. 1ª, pág. 305).
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CAPÍTULO
DERECHO II
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788. Cosas que forman parte de un edificio. Estas cosas no pueden ser
objeto de un legado, si con su separación se deteriora el edificio;
a menos que la causa cese antes de ser deferida la asignación
(art. 1105). No se trata de cosas fuera del comercio propiamente.
La suerte del legado dependerá si, en su día y en su hora, puede
el objeto asignado ser separado del edificio, sin que éste sufra
deterioros. Si ello no es posible, el legado es nulo. Así, la máquina
unida al edificio de una fábrica es parte integrante del mismo,
cuando no es posible retirarla sin destruirla o sin dañar el edi-
ficio, o perjudicarlo gravemente. Otras veces, la máquina se ha
construido para adaptarse al edificio o éste a aquélla. Otro tanto
en relación a las cosas adheridas al edificio para ser construido:
piedras, vigas, puertas, ventanas; pero no una estatua atornillada
en los pilares de las escaleras, frecuentes en construcciones an-
tiguas. Los servicios de agua caliente de un edificio no pueden
ser legados válidamente, y los elementos de una calefacción a
petróleo de una casa habitación.
Como lo prescribe el art. 93 del Código Civil alemán, “las partes
integrantes de una cosa que no pueden separarse sin que una u
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796. Validez del legado de género. Si el testador lega una cosa per-
teneciente a un género y agrega la cantidad, como una vaca,
sin añadir que sea de las que él tiene, “imponen la obligación
de dar una cosa de mediana calidad o valor, del mismo género”
(art. 1115). Se ve claro que el testador ha creado la obligación,
que se ha perfeccionado con la aceptación del gravado (deudor)
y la del asignatario (legatario-acreedor). Y éste, con el crédito
legado exigirá al gravado (autor) esa cosa de “mediana calidad
o valor, del mismo género”.
Para juzgar de la validez del legado habrá que tener presente
que el art. 1115 se está refiriendo al momento en que se otorga el
testamento. Por tanto, la frase “que no se limitan a lo que existe
en el patrimonio del testador”, alude al tiempo en que se está
otorgando el acto de última voluntad.
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una cosa de aquellas cuyo valor no tiene límites, como una casa,
una hacienda de campo, y no existe ninguna del mismo género
entre los bienes del testador, nada se deberá ni aun a las personas
designadas en el art. 1107”.
Debemos concluir, pues, que el art. 1115 trata de los legados
de cosa mueble genérica y no de un inmueble. Esto se confirma
si se recuerda, primero, que la Ley Nº 23, tít. 9, Partida 6ª, cuando
de las cosas se trataba, negaba valor a esas mandas, al igual que
las de otros edificios; y, segundo, el art. 691 del Proyecto Español
de 1851, según el cual “el legado de cosas indeterminadas pero
comprendidas en algún género o especie determinada por la
naturaleza o por designación del hombre, es válido, aunque no
haya cosas de aquel género o especie en la herencia”, mereció a
García Goyena el siguiente comentario: “Si la cosa corresponde
a género o especie, que no están determinados por la naturaleza,
sino por obra o disposición del hombre, por ejemplo, una casa, y
el testador no dejó casas, el legado es nulo; si las dejó, el heredero
cumple con dar cualquiera de ellas” (ob. cit., t. 2º, pág. 133).
En suma, apoyándonos en Manresa, decimos: “Si el legado
se refiere a cosa inmueble, queda sin efecto; si se refiere a cosa
mueble genérica, ha de cumplirse buscando y adquiriéndola fuera
de la herencia” (ob. cit., t. 6º, pág. 711).
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797. Elección de una cosa del patrimonio del testador. El art. 1115 se
pone en el caso del legado de una cosa indeterminada de un
género determinado, no existente en el patrimonio del testador;
pero es posible que en los bienes relictos haya donde elegir esa
cosa. En tal situación, el art. 1114 dispone: “Si de muchas especies
que existan en el patrimonio del testador, se legare una sin decir
cuál, se deberá una especie de mediana calidad o valor entre las
comprendidas en el legado”. El testador ha legado una de sus
sillas y en el as hereditario hay dos o más. Es del caso aplicar el
precepto. Y si no ha dejado más que una, “se deberá la que haya
dejado” (art. 1116, inc. 1º).
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los otros derechos (arts. 577 y 579), como objetos de una asig-
nación.
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804. Legado de un crédito. Así como el derecho real puede ser objeto
de un legado, incluso constituyendo uno en favor del legatario (vid.
Nº 802.3), también el derecho personal o de crédito puede ser objeto
de un legado. Como lo dispone el art. 1127, inc. 1º, “pueden legarse
no sólo las cosas corporales, sino los derechos y acciones”.
807. Naturaleza del crédito. Puede ser puro y simple; sujeto a moda-
lidades; simplemente conjunto, solidario o indivisible; alternativo;
genérico; específico, etc. Incluso el objeto del legado puede ser el
usufructo de la acreencia, para que el legatario perciba la renta
que produzca.
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810. Efectos. Desde luego, debe existir una deuda del legatario
para con el testador. Esta obligación puede ser pura y simple;
sujeta a modalidades; tener por objeto un dar, un hacer o un no
hacer. Normalmente tendrá por objeto una suma de dinero.
Si no hay deuda, no se da el legado de liberación.
Los efectos del legado se inician con la aceptación por el
deudor-legatario. Sin esa aceptación, la asignación no produce
sus efectos. Por ello, un fallo dijo: “La remisión que procede
de mera liberalidad está en todo sujeta a las reglas de la dona-
ción entre vivos... Que la ejecutada no ha probado que haya
aceptado” (C. de Tacna, 8 de octubre de 1915, Gac., 1915, sent.
Nº 554, pág. 1434).
Ahora, viendo con algún detenimiento los efectos, tenemos:
a) Los herederos del testador son extraños. Por eso la C. Su-
prema ha dicho: “Aunque la condonación testamentaria de una
deuda importa también un verdadero legado de la cantidad con-
donada, dicha condonación no establece vínculos de acreedor y
deudor entre el legatario agraciado y los herederos del testador
condonante, sino que importa una mera remisión en virtud de la
cual no pueden ya los herederos del condonante exigir de los deu-
dores el pago de lo que adeudaban y que les ha sido condonado;
pero sin dar a éstos tampoco el derecho de exigir una cantidad
igual a la que se les remite y que no están ya obligados a pagar”
(4 de agosto de 1906, Rev., t. 4º, sec. 1ª, pág. 89).
b) Termina la cláusula penal; termina la fianza, aunque ésta
puede ser condonada independientemente (art. 2374); se extingue
el derecho de prenda (art. 1128), que puede ser objeto único del
legado de liberación; y termina el derecho real de hipoteca, que
también puede ser liberado él solo (vid. Nº 803).
c) El legado de liberación a favor de uno de los codeudores
solidarios a éste sólo beneficia. Los herederos del testador-acree-
dor podrán demandar a los restantes codeudores, con rebaja de
la cuota remitida por el testador. Así lo dispone el art. 1518.
d) El legado de liberación, sin determinar suma, no comprenderá
“sino las deudas existentes a la fecha del testamento” (art. 1130).
Es lo que se denomina un “legado genérico de liberación de deu-
da”. El testador libera al deudor de todas las obligaciones que el
legatario tiene en su favor al tiempo del testamento. En el fondo,
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el art. 1130 no hace otra cosa que interpretar la voluntad del tes-
tador. Por lo mismo, no vemos inconvenientes legales para que le
condone las deudas existentes a la sazón en que se otorga el acto
de última voluntad y las que puedan existir hasta la apertura de
la sucesión. Después de todo, el “legado de una cosa futura vale,
con tal que llegue a existir” (art. 1113).
e) La mera aceptación del legatario lleva aparejada la extin-
ción de la deuda. Si producía intereses, éstos dejan de devengarse
desde la apertura de la sucesión.
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legado que se le hizo. Pasa, así, a ser titular del derecho pleno
de propiedad.
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persona (al legatario) (art. 1134, parte 1ª). Esto hace suponer
que el alimentado (legatario) lo era ya en vida del testador, úni-
ca forma de entender el precepto. De aquí que “si el legado de
pensión alimenticia fuere una continuación de lo que el testador
pagaba en vida, seguirá prestándose como si no hubiera fallecido
el testador” (art. 1361, inc. 3º). Y si nada dispuso el testador, los
alimentos se “regularán tomando en consideración la necesi-
dad del legatario, sus relaciones con el testador, y las fuerzas del
patrimonio en la parte de que el testador ha podido disponer
libremente” (art. 1134, inc. 1º).
Si se ha fijado, por tanto, una suma como legado de alimentos,
es esa la que se adeuda por el gravado. Éste no podrá liberarse,
acreditando que es excesiva, atendidas las necesidades del legatario.
A la inversa, éste no podrá sostener con éxito que la suma no le
es suficiente para sus necesidades alimenticias. Mas, así como los
alimentos legales “se pagarán por mesadas anticipadas” (art. 331),
lo mismo tratándose de los voluntarios: “podrá exigirse cada pago
desde el principio del respectivo período, y no habrá obligación
de restituir parte alguna, aunque el legatario fallezca antes de
la expiración del período” (art. 1361, inc. 2º). Es la misma regla
cuando de los legales se trata (art. 331, apartado 2º). Se pagan,
por lo dicho, día a día, en proporción a los días corridos.
Así como los legales se deben desde la primera demanda
(art. 331, inc. 1º), los que son objeto de un legado se adeudan
desde que la asignación es deferida. Esto es tanto como afirmar
que siendo el legado alimenticio una deuda testamentaria, se paga
antes que las hereditarias (art. 1374). Y si el “testador no fija el
tiempo que haya de durar la contribución de alimentos, se enten-
derá que debe durar por toda la vida del legatario” (art. 1134, inc.
2º). Es regla semejante a la del art. 332, dado que “los alimentos
que se deben por ley se entienden concedidos por toda la vida
del alimentario, continuando las circunstancias que legitimaron
la demanda”. En esta materia no se da la cosa juzgada, como lo
ha reconocido la jurisprudencia, cuando de los legales se trata
(véanse, entre otros fallos, los de 17 de marzo de 1949, Rev. de
Der., t. 46, sec. 1ª, pág. 396; y 15 de octubre de 1952, Rev. de Der.,
t. 49, sec. 1ª, pág. 347).
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816. Legado de educación. Dispone el art. 1134, inc. 3º, que “si se
legare una pensión anual para la educación del legatario, durará
hasta que cumpla 18 años, y cesará si muere antes de cumplir
esa edad”. Es un legado personalísimo y cesará a la muerte del
beneficiario, si fallece antes de la edad fijada. Si alguna suma se
le adeudaba, sus herederos podrán reclamarla.
El lapso de duración del legado es si el testador nada dijo
sobre el punto. No hay inconvenientes legales para que el tes-
tador extienda la duración hasta más allá de los años señalados
por la ley. El texto primitivo lo hacía llegar hasta los veinticinco
años; la Ley Nº 7.612 rebajó esa edad a los veintiún años; y la Ley
Nº 19.221, a los dieciocho años.
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CAPÍTULO III
Sección I
GENERALIDADES
817.1. Derecho Comparado. Doctrina. Por el art. 649, inc. 1º, del Có-
digo Civil italiano “el legado se adquiere sin necesidad de aceptación,
salvo la facultad de renunciar”. Esto justifica lo que sostiene Cicu:
“la aceptación, aun siendo acto en sí mismo, es acto de adhesión
a la delación: adhesión pura y simple. No tolera, pues, adición de
condición o término: si se añade, la aceptación es nula”. (Derecho
de Sucesiones. Parte General, Nº 56, pág. 344). Messineo, por su par-
te, dice: “La adquisición del legado como tal (ya sea de género o
de especie) tiene lugar ope legis, o sea, sin que se necesite aceptación
(art. 649, primer apartado): esto, a diferencia de la adquisición
de la herencia. Delación y adquisición, aquí, coinciden lógica y
cronológicamente: por consiguiente, el legatario es tal en todo
caso, en el momento de la delación y aun sin su conocimiento. El
derecho al legado está ya adquirido, salvo que el llamado manifieste
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Sección II
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DE CÓMO PASA AL LEGATARIO LA COSA LEGADA
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824. Gravámenes. Por aplicación del art. 1118, el 1125 dice que
la especie legada “pasa al legatario con sus servidumbres, censos
y demás cargas reales”. Y completando la idea, el art. 1135, inc.
2º, expresa: “La prenda, la hipoteca o censo constituido sobre
la cosa legada, no extingue el legado, pero lo grava con dicha
prenda, hipoteca o censo”.
En el proyecto de 1853, el art. 1253 decía: “El legatario no podrá
pedir que se le purifique la prenda o la hipoteca a que estuviere
afecta la especie legada, no habiéndolo ordenado el testador”.
En la nota que lo ilustraba se agregaba: “No se sigue la regla de
la lei II, tít. 9, P. 6ª”. ¿Y por qué no esa regla? Esto lo explicaba
así Dalmacio Vélez Sarsfield, en la nota del art. 3655 del Código
de Argentina, inspirado en el 1135 del de Chile: “Cuando la cosa
está hipotecada o empeñada, el Derecho español y el Romano
establecen que el heredero debe darla libre al legatario, porque
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art. 1119, inc. 1º, “si la cosa legada es un predio, los terrenos y
los nuevos edificios que el testador le haya agregado después del
testamento, no se comprenderán en el legado”.
Como el art. 3762 del Código Civil argentino es una copia del
inciso 1º de nuestro 1119, pensamos que el mejor comentario de
éste es el que hizo Vélez Sarsfield, al escribir: “Todos los Códigos,
desde el Romano, disponen que el legatario tiene derecho a la
cosa legada con todos sus accesorios, en el estado en que ella se
encuentre a la muerte del testador”. Pothier, Pand, tomo 2, pág. 338,
Nº 329. L. 37, Tít. 9, Part. 6ª. Código francés, art. 1018. Holandés,
1010, y que por lo tanto, si el testador ha hecho construcciones
en un terreno legado en su testamento, estas construcciones
pertenecen al legatario. Código francés, art. 1019. Pothier, Pand,
tomo 2, pág. 336, Nº 316. Troplong, Testament, Nº 1940. Aubry y
Rau, Nº 722. Estas resoluciones parten del principio de que el
dominio de las cosas comprende el dominio de los accesorios a
ella. Mas esto no basta para fundar estas resoluciones, pues las
mejoras hechas en cosa ajena, lo que se edifique de buena fe en
suelo ajeno, son en verdad del propietario de cosa mueble e in-
mueble; pero él debe satisfacer lo edificado o las mejoras que se
hubiesen hecho. Por otra parte, se olvida el principio que siempre
rige las liberalidades: que éstas más bien deben restringirse que
ampliarse. Sobre lo contenido en el artículo, Marcadé mismo, que
sostiene la disposición del art. 1019 del Código francés, reconoce
que la construcción de un edificio, sobre un terreno legado que al
tiempo del testamento era un jardín, que causare la destrucción
del jardín, causaría la caducidad del legado, y que el legatario,
lejos de poder agregar la construcción del terreno legado, no
conservaría ni el terreno mismo. El Código de Chile se separa
de la legislación y doctrinas existentes sobre la materia, y de él
tomamos el texto del artículo.
Esto dicho, el art. 1119 contempla tres situaciones, a saber:
a) Los terrenos y edificios “que el testador le haya agregado des-
pués del testamento” al predio legado, no se comprenderán en la
asignación, si se pueden separar del objeto legado; b) Las adqui-
siciones y construcciones, al abrirse la sucesión, forman un todo
con el inmueble legado, de manera que no puedan ser divididas
sin grave pérdida, y valieren más que el predio legado en su es-
tado anterior, sólo este valor se deberá al legatario. Esto es tanto
como decir que el objeto del legado ha sufrido un cambio, y c)
En fin, si las adquisiciones y construcciones valen menos, pasan
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t. 2º, sec. 1ª, pág. 5) (vid. Nº 599). En suma, “sin una interpelación
del legatario, el gravado no está en mora solvendi en la entrega de
la cosa legada” (Messineo, ob. cit., t. VII, pág. 335).
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842.1. Doctrina. “El art. 1588, pues, nos indica cuál es el lugar
donde los legados han de pagarse. De acuerdo con esta dispo-
sición, podemos concluir que los legados deben pagarse en el
lugar señalado en el testamento, o, si éste nada dijere, en el lugar
en que existían al momento de la muerte del causante, cuando
fueren cuerpos ciertos, o en el domicilio del heredero, cuando
fueren de género. La misma regla del art. 1588 se consultaba
expresamente en las ‘Partidas’ para determinar el lugar del pago
de los legados” (Claro Lagarrigue, ob. cit., Nº 164, pág. 148).
En relación a la legislación argentina, Borda sostiene: “El Có-
digo no establece ninguna regla relativa al pago de los legados.
En consecuencia es aplicable el art. 717, según el cual el pago
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850. Acuerdo de los herederos. De lo que se lleva dicho hay que des-
prender: a) Herederos y legatarios deben respetar la voluntad
del testador, por lo referente al pago de los legados, como dice
el art. 1360, inc. 2º, “como el testador lo hubiere dispuesto”; b) Si
nada expresó el testador, “a prorrata de sus cuotas” hereditarias
(art. 1360, inc. 2º), y c) El legatario debe intentar la acción para
el pago de acuerdo a esas normas (art. 1373, inc. 1º).
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CAPÍTULO
DERECHO V
SUCESORIO
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que pesa con el que debe satisfacer el sublegado (art. 1364) (vid.
Nº 757). En efecto, si un legatario ha sido gravado con un suble-
gado y el cumplimiento de éste le ha impuesto el desembolso de
una suma de dinero, reiterando el principio del art. 1363, inc.
1º, el art. 1367 dispone que la responsabilidad del legatario en
el pago de las deudas hereditarias es hasta el valor líquido de la
asignación recibida, y siempre que se den estas exigencias: a)
Que se haya dado cumplimiento al sublegado, y b) Que para ese
cumplimiento haya sido necesaria la inversión de una cantidad
determinada de dinero. La carga de la prueba que estas condi-
ciones se han dado, recae sobre el legatario.
Lo que se termina de expresar es aplicable al legado en que se
impone al legatario la carga denominada modo (vid. Nº 614).
El art. 1367 no expresa cuál sea la causa onerosa que pueda
ser estimada en dinero para que el precepto tenga aplicación.
Basta que el gravamen, la carga, sea susceptible de ser estimada en
dinero. Esto se debe tener en consideración, porque el art. 1543
del Proyecto de 1853 estimaba que no era “causa onerosa apre-
ciable en dinero el destino del legado al establecimiento del
legatario en matrimonio, o en una profesión u oficio, o a otros
objetos análogos”. El 1367, como se ha dicho, pide sólo que la
“causa onerosa... pueda estimarse en dinero”, para su aplicación
práctica, dándose las otras exigencias.
El legatario no responde sino por el valor de la cosa legada. Si
ésta se ha enajenado, destruido, deteriorado, siempre la respon-
sabilidad del legatario se mantiene. Por eso la acción subsidiaria
del acreedor hereditario, que acuerda el art. 1362, inc. 2º, se
encamina a obtener del legatario su contribución al pago de la
acreencia y no la nulidad del pago al legatario, si no debió ser
efectuado.
El valor por el que se le hace responsable al legatario es el de
la cosa legada cuando le fue entregada; cuando le fue pagada.
No es el valor a la apertura de la sucesión o a la fecha del inicio
del juicio, que le intente el acreedor hereditario.
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858. La porción del insolvente no grava a los otros. Dispone el art. 1363,
inc. 1º, que la porción “del legatario insolvente no gravará a
los otros”. Es el acreedor hereditario el que debe soportar esa
insolvencia. A éste, pues, el fallecimiento de su deudor le cau-
sa molestias: debe demandar a varios y soportar la porción del
insolvente. Ahora, si el partidor omitió formar la hijuela que le
ordena el art. 1336, causa de no obtener el acreedor el pago de
su acreencia, aquél deberá responderle (vid. Nº 1163).
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860. Insolvencia de la sucesión. Pero para que haya acción contra los
legatarios se precisa de una condición esencial: que “al tiempo de
abrirse la sucesión no haya habido en ella lo bastante para pagar
las deudas hereditarias” (art. 1362, inc. 1º). Es ese el momento
que se debe considerar para juzgar de la insolvencia de la suce-
sión. Si no lo era, importa poco o nada que se le haya efectuado
el pago al legatario y que se haya respetado o no el orden en que
se deben realizar esos pagos (vid. Nº 844). Habrá que juzgar si
al efectuarse el pago del legado había o no bienes relictos para
cancelar las deudas hereditarias. Si los había, la responsabilidad
subsidiaria del legatario no tiene lugar.
La ley es muy explícita al respecto. Por tanto, “Si al tiempo
de abrirse la sucesión había el activo suficiente para pagar todas
las deudas hereditarias, y quedan impagos los acreedores por
negligencia de su parte, no tienen derecho a repetir contra los
legatarios, y sólo tendrán acción contra los herederos” (Barros
Errázuriz, ob. cit., vol. V, pág. 399. En igual sentido Fabres, Institu-
ciones..., nota 42, pág. 350). Hay autores que no estiman correcta
esta interpretación. Uno de éstos dice: “Es, pues, irrelevante la
circunstancia de que el heredero haya procedido de acuerdo a
derecho al hacer el pago, circunstancia que, por el contrario, sería
decisiva si se tratara de una acción de nulidad. Aquí se trata de
un principio elemental de equidad y justicia, que quiere que se
respete la preferencia de los acreedores. Lo primero será que éstos
satisfagan sus créditos; luego habrá lugar para las liberalidades”
(Borda, ob. cit., t. II, Nº 1548, págs. 455 y 456).
861. Causas de preferencia de los legados. El art. 1363 indica los le-
gados que deben contribuir al pago de las deudas hereditarias,
una vez que los acreedores no hayan obtenido el pago de sus
acreencias de los herederos y de otros legatarios. En otros tér-
minos, legatarios que concurren al pago en último lugar. Esto
impone a los acreedores hereditarios emplazar primero a los que
no gozan de preferencia y, de no ser satisfechos, contra los pre-
ferentes. Esto explica lo que dispone el art. 1363: “Los legatarios
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CAPÍTULO ÚNICO
862. Concepto. Este derecho tiene lugar cuando hay varios asig-
natarios llamados a un mismo objeto, sin que entre ellos se haya
hecho una designación de partes o cuotas, de manera que si
uno falta, la porción vacante se junta a la de los otros. Como lo
dispone el art. 1147, “destinado un mismo objeto a dos o más
asignatarios, la porción de uno de ellos, que por falta de éste se
junta a las porciones de los otros, se dice acrecer a ellas”.
Como decía Bello, el derecho de acrecer “consiste en que, si
por muerte, incapacidad o indignidad falta uno de los conjuntos
al tiempo de deferirse la asignación, o deferida la repudia, pasa
su porción a los otros conjuntos” (nota al art. 8º, del título IV,
Proyecto años 1841-1845).
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1845). Así también, por los arts. 982, 674, 1044, 2094, 778 y 3314,
de los Códigos de España, Italia, Francia, Alemania, Uruguay y
Argentina, respectivamente (sobre el derecho de acrecer en el
Código español, Esteve Bosch Capdevila, artículo citado).
Pero el fundamento de ambos tipos de acrecimiento era el
mismo: evitar que la sucesión fuera parte testada y parte intestada,
por lo que el acrecimiento proveniente de la voluntad del testador
no era sino una forma de desplazar al proveniente de la ley.
El acrecimiento por conjunción; el proveniente de la voluntad
del causante, podía adoptar tres formas: Coniunctio re et verbis,
coniunctio re tantum y coniunctio verbis tantum, o sea, conjunción
real y verbal, conjunción real y conjunción meramente verbal,
respectivamente. Ya veremos cuándo se da cada una de ellas. He-
mos de referirnos a los famosos textos de Paulo, según los cuales
había acrecimiento en las dos primeras conjunciones y no en la
verbal, aunque se ha discutido el punto.
El acrecimiento en los legados no tenía el fundamento de
ninguno de los tipos anteriores. El fenómeno se relacionaba sola-
mente con el llamado conjunto que ha hecho el testador en favor
de varios colegatarios. Afirma Bonfante que “el derecho de acrecer
entre colegatarios, a diferencia del hereditario que tiene carácter
especial y dependiente de la naturaleza de la herencia, está fundado
en la voluntad del difunto hecha manifiesta por la conjunción real
–coniuetio re o coniuetio re et verbis–, o sea, mediante el llamamiento
de varios legatarios en el mismo objeto, sin hacer ninguna división
entre ellos” (Instituciones de Derecho Romano, Nº 224, pág. 662. En
el mismo sentido Petit, ob. cit., Nº 633, pág. 755).
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867. Teoría objetiva. Esta tesis afirma que la voluntad del testador
no crea el derecho de acrecer. El difunto sólo manifestó voluntad
en el sentido de llamar a varios asignatarios a un mismo objeto
sin designación de cuotas.
A cada uno de los asignatarios, con la llamada cumulativa,
se le confiere un derecho igual y potencialmente extensivo a la
totalidad del objeto, de manera que desapareciendo el concurso
no hay partes y el derecho en potencia se hace entonces real y
efectivo. Si el llamamiento conjunto trae como consecuencia la
división de la asignación en partes o cuotas es por la aplicación
del principio concursu partes fiunt; pero desaparecido el inconve-
niente que tenía el derecho de cada asignatario para llevarse el
total, el acrecimiento tiene lugar.
Esta posición afirma que el derecho de acrecer no aparece
por el hecho de que el llamamiento solidario haga presumir la
voluntad del causante en el sentido de que, de haber podido, a
uno solo de los conjuntos le habría concedido todo el objeto,
sino porque aquella llamada cumulativa confiere a cada asigna-
tario un derecho inicial sobre toda la herencia o cosa legada, de
la misma manera que el heredero romano tenía derecho a toda
la herencia.
La voluntad del testador sirve tan sólo para determinar si hay o
no llamamiento conjunto; pero luego queda agotada esa voluntad.
Lo que entra en juego es la situación jurídica resultante de esa
conjunción cuando uno de los sucesores falta, no formando ya
parte la voluntad del testador en el acrecimiento. Por eso ciertos
autores, suponiendo que cada uno de los llamados tiene derecho
igual y al total, hablen de un ius non descrecendi más bien que de
un ius accrescendi.
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872. Que dos o más asignatarios sean llamados al mismo objeto. Dis-
pone el art. 1147 que “destinado un mismo objeto a dos o más
asignatarios, la porción de uno de ellos, que por falta de éste se
junta a las porciones de los otros, se dice acrecer a ella”.
Por un mismo objeto se entiende no solamente el legado de
una cosa singular, sino una misma asignación, bien a título uni-
versal o singular. Si el testador deja de herederos a Pedro, Juan y
Antonio, el derecho de acrecer, considerando este solo elemento,
tiene cabida, desde que se ha dejado el mismo objeto –el derecho
de herencia– a dos o más asignatarios.
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DEL DERECHO DE ACRECER
873. Que sean llamados todos a la totalidad del mismo objeto. El lla-
mamiento al mismo objeto no basta. Se requiere que lo sea a la
totalidad del mismo objeto. Por eso “este acrecimiento no tendrá
lugar entre los asignatarios de distintas partes o cuotas en que
el testador haya dividido el objeto asignado: cada parte o cuota
se considerará en tal caso como un objeto separado; y no habrá
derecho de acrecer sino entre los coasignatarios de una misma
parte o cuota” (art. 1148, inc. 1º).
Aunque después de aceptada la asignación, y al practicar los
coasignatarios la división entre ellos, corresponderá a cada cual
una porción, lo que hace operar el acrecimiento es el hecho
de que el difunto no haya señalado partes o cuotas. Desea el
legislador que toda la asignación sea deferida a todos los coa-
signatarios; que el llamamiento para aceptar o repudiarla se
haga, respecto de cada uno de ellos, a la totalidad del mismo
objeto.
“El derecho de acrecer, expresa Fabres, supone, más bien
dicho, exige esencialmente que los coasignatarios están llama-
dos a una misma cosa y a toda la misma cosa: por esta razón los
jurisconsultos lo llaman ius non decrescendi; non ut plus habeat, dice
Eujacio, sed ut ne minus habeat. Así el llamamiento que dice: “Lego
a Juan y a Pedro mi casa tal”, importa legar a Juan toda la casa,
y legar a Pedro toda la misma casa” (Instituciones de Derecho Civil,
t. II, nota Nº 29, págs. 311 y 312).
En la sucesión intestada se da esta exigencia cuando, por
ejemplo, se llama a suceder a todos los ascendientes legítimos
del difunto. Como dice el art. 989, inc. 4º, “Habiendo un solo
ascendiente en el grado más próximo, sucederá éste en todos los
bienes, o en toda la porción hereditaria de los ascendientes”. Y
esto puede darse porque uno de los ascendientes renuncia. Luego,
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DERECHO SUCESORIO
874. De cómo son llamados por el testador. Se entiende que todos los
asignatarios, y cada uno en particular, son llamados a la totalidad
del objeto, cuando entre ellos hay una conjunción que los una,
conforme a la elaboración que para estos efectos nos viene desde
el Derecho Romano; derecho en el cual el acrecimiento tuvo
mucha importancia.
De acuerdo con las fuentes romanas, tres son las conjunciones,
a saber: coniunctio re et verbis; coniunctio re tantum, y coniunctio verbis
tantum. Según dos famosos textos de Paulo –el fr. 142, D. 50, 16
y el fr. 89, D. 32–, el acrecimiento tenía lugar en las dos primeras
conjunciones y no en la última, aunque se ha discutido bastante
sobre el particular.
a) Conjunción verbal (verbis tantum). Se presenta cuando el
testador llama a dos o más asignatarios en una misma cláusula
testamentaria y el mismo objeto, pero señalando partes separa-
das. Así, designa como sus herederos a Juan, Diego y Antonio, al
primero en 3/6; a Diego en 1/6; y a Antonio en 2/6. En suma,
el testador realiza la partición del objeto asignado, sin que haya
igualdad entre los asignatarios.
Estas ideas son las que ha recogido el inc. 1º del art. 1148, al
disponer que el acrecimiento no tiene lugar entre los asignata-
rios de distintas partes o cuotas en que el testador haya dividido
el objeto asignado: cada parte o cuota se considerará en tal caso
como un objeto separado; y no habrá derecho de acrecer sino
entre los coasignatarios de una misma parte o cuota. Luego, no
hay acrecimiento.
b) Conjunción real (re tantum): Se da cuando la misma cosa,
el mismo objeto, la misma asignación, es dejada a dos o más asig-
natarios en disposiciones separadas de un mismo testamento, sin
expresión de partes o cuotas. “Supongamos que en una cláusula se
dejase un mismo objeto a B y en otra a C. Faltando B, acrecería su
porción a C”, decía Bello (nota al art. 10 del Proyecto 1841-1845,
tít. IV, del Libro “De la sucesión por causa de muerte”.
Esta situación es la que contempla el art. 1149. Por éste
hay derecho de acrecer “sea que se llame a los coasignatarios
en... cláusulas separadas de un mismo instrumento testamen-
tario” (inc. 1º). La llamada cumulativa en cláusulas separadas
permite el acrecimiento por el hecho de que a todos se les
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876. Asignación por iguales partes. Dispone el art. 1148, inc. 2º, que
“si se asigna un objeto a dos o más personas por iguales partes,
habrá derecho de acrecer”.
Con esta regla el autor del Código quiso solucionar una célebre
controversia entre los expositores del Derecho Romano, como
lo recordó en nota al art. 1303 del Proyecto de 1853: “Se decide
en este inciso una célebre controversia entre los expositores del
Derecho Romano. Véase Vinnio, ad. Nº 8, Inst., De legatis”.
En efecto, algunos sostenían que había conjunción verbal y no
real, porque el testador había dividido entre los llamados la cosa
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877. Que falte uno o más de los coasignatarios. Es necesario, en fin, que
falte uno o más de los conjuntos (art. 1147). El momento al cual
se atiende para esta exigencia es el de la delación (art. 956).
No ha dicho el Código cuándo se entiende que falta un asigna-
tario. Es indudable que ello tiene lugar cuando se es incapaz –verbi
gratia, por muerte–; cuando alguno es indigno; o si, deferida la
asignación, uno de los instituidos la repudia. Eran, por lo demás,
los casos que señalaba la nota reproducida (vid. Nº 862).
En buena lógica no puede hablarse de porción vacante cuan-
do el asignatario falta por premoriencia al testador. En rigor, la
vacancia debe tener lugar entre la delación y la aceptación, esto
es, con posterioridad a la apertura de la sucesión. Antes de la
delación sólo existe un asignatario designado; pero esta designa-
ción es de ninguna importancia jurídica. No tiene el designado
ningún derecho ni expectativa que sea tutelada por la ley. Sólo
quien ha podido llegar a adquirir la asignación y no lo ha hecho
puede dar lugar a una vacante. Ahora vendrá el acrecimiento, si
se dan las otras exigencias. El que fallece antes de la delación no
ha dado lugar al llamamiento a su favor. Se le considera como si
nunca hubiera sido instituido asignatario.
Por el Código, sin embargo, la premoriencia es una causal de
vacancia que da lugar al acrecimiento, según se ha dicho.
En cuanto a la renuncia, es causal de vacancia, desde que los
efectos se retrotraen al momento en que la asignación fue deferida
(art. 1239) (vid. Nº 181). Si la renuncia es anulada (art. 1237),
desaparecerá la vacante y quedará sin efecto el derecho de acrecer
que intertanto se haya producido. Otro tanto si esa renuncia es
dejada sin efecto por acción de los acreedores del renunciante.
Por sobre el derecho de los coasignatarios está el de los acreedores
(art. 1238) (vid. Nº 202).
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DEL DERECHO DE ACRECER
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CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
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CAPÍTULO
DERECHO II
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892. Los alimentos gravan la masa hereditaria. Por el art. 1168. “Los
alimentos que el difunto ha debido por ley a ciertas personas
gravan la masa hereditaria...”. Esto es consecuencia que sean
considerados una baja general de la herencia, de acuerdo al
art. 959, Nº 4.
Son pues deducciones del acervo líquido, junto a las demás
bajas, para establecer el acervo líquido sobre el cual han de cal-
cularse las demás asignaciones. Se deducen de los bienes relictos,
sin ninguna agregación y siempre que haya sobrante luego de
enteradas las bajas precedentes, en especial, luego de pagadas
las deudas. Si no hubiere sobrante, es que el causante no podía
pagar alimentos porque le faltarían las facultades económicas
para ser obligado a su pago.
Pero si el causante ha hecho en el testamento una asignación
alimenticia a que estaba obligado por ley y esa asignación es exce-
siva habida cuenta de su patrimonio, el exceso que se establezca
será imputable a la parte de libre disposición, porque se mirará
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895. Responsabilidad por las deudas. El art. 1170 dispone que “Los
asignatarios de alimentos no estarán obligados a devolución
alguna en razón de las deudas o cargas que gravaren el patri-
monio del difunto; pero podrán rebajarse los alimentos futuros
que parezcan desproporcionados a las fuerzas del patrimonio
efectivo”.
La regla parece inútil. El art. 959 dispone, como se ha repeti-
do, que los alimentos son una baja general de la herencia y, por
lo mismo, sólo se pagan si las deudas hereditarias ya han sido
cubiertas, desde que ellas son bajas anteriores.
Pero no es así. La regla no es contradictoria con el art. 959, ni
es inútil. Es posible que los alimentos que estaban siendo pagados
por el causante sigan pagándose por sus herederos hasta antes
que se conozca, por el inventario del patrimonio relicto, que
hay deudas que no permiten seguir cubriéndolos. Como ya hay
pensiones pagadas, pudiera pensarse que el alimentario debería
restituirlas para pagar las deudas hereditarias; pero es a ello a que
se opone el art. 1170. Son los alimentos futuros los que habrán de
reducirse en forma proporcional a lo que efectivamente pueda
pagarse e incluso podría desaparecer la obligación alimenticia si
ya no hay patrimonio con que enterarlos.
El art. 1363, inciso final, dispone: “Los legados estrictamente
alimenticios a que el testador es obligado por ley, no entrarán
a contribución sino después de todos los otros”. Se refiere la
disposición a la responsabilidad de los legatarios por las deudas
hereditarias (vid. Nos 17 y 18). Parecería contradecir lo que ha
afirmado el art. 1170 que, en sustancia, manda que los alimen-
tarios no respondan de tales deudas. Pero en realidad ambas
disposiciones contienen la misma regla: los alimentarios no
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CAPÍTULO
DERECHO III
SUCESORIO
DE LA PORCIÓN CONYUGAL
(ELIMINADA)
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era más que evidente que pocos casos había en los cuales dicho
cónyuge llevase efectivamente porción conyugal. La mitad de
gananciales supera con creces lo que a ese cónyuge correspondía
por porción conyugal. Y cosa semejante ocurría en el régimen de
participación en los gananciales, en que el crédito de partición
también se imputaba a la porción (art. 1176, apartado 2º, de
acuerdo a la Ley Nº 19.335, de 23 de septiembre de 1994).
Por otra parte, la cuantía de la porción conyugal no era con-
siderable. Para un cónyuge que ha vivido y formado una familia,
que con su trabajo ha contribuido a formar el patrimonio familiar,
las reglas sobre la porción conyugal parecían claramente insu-
ficientes e injustas. Esta observación era particularmente válida
para la mujer que sólo había trabajado en el hogar y que, general-
mente, es la que sobrevive a su marido. Los límites de la porción
conyugal respondían a precedentes históricos y a principios que
hoy no tienen justificación. Desde luego, considerar extraño a la
familia al cónyuge, no incluirlo entre los parientes legitimarios,
nos parecía propio de otras épocas, en que predominaba la idea
de conservación de los bienes en la familia troncal (vid. Nos 41;
45; 5 y 6) y en que existía el temor del paso de bienes de la línea
paterna a la materna o viceversa. Esas ideas, de alguna manera,
permanecían en la porción conyugal y en su quantum.
La porción conyugal, tal cual subsistía en el Código, no era
la original. La Ley Nº 10.271, de 2 de abril de 1952, modificó las
reglas de la porción conyugal para mejorar la situación del cón-
yuge supérstite, así como también para mejorar técnicamente la
institución en aspectos que habían dado lugar a debates. La Ley
Nº 18.802 de 1989 la había de nuevo mejorado y simplificado;
pero sin eliminar sus defectos.
La doctrina, desde hacía tiempo venía propugnando la supre-
sión de esta asignación y la introducción del cónyuge sobreviviente
como legitimario, en su lugar (vid. la acertada crítica de Rodríguez,
Pablo, Estudio crítico de la porción conyugal y de los bienes reservados
de la mujer casada en la legislación chilena, págs. 44 y 45, Santiago,
1961). Por su parte, el profesor Somarriva ya había escrito que
“Creemos que debió haberse optado por una solución más radi-
cal eliminando esta institución que está en franco descrédito en
el Derecho Comparado, y dando al cónyuge sobreviviente lisa y
llanamente la calidad de legitimario” (Derecho Sucesorio, Nº 449,
pág. 261). Nosotros estábamos incluso por ir más allá y por revisar
totalmente los derechos sucesorales del cónyuge sobreviviente
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CAPÍTULO IV
DE LAS LEGÍTIMAS
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REGLAS GENERALES
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que ella es asignada por la ley a los legitimarios; pero más tarde,
desde que el causante puede asignarla mediante su testamento,
designando incluso los bienes con que ha de hacerse su pago
(art. 1197) y aun enterarla con donaciones y legados, resulta que
no es una asignación legal, sino testamentaria, como la legítima
romana y como, por otra parte, ha podido enterarse en vida del
causante mediante donaciones imputables más tarde a la legítima,
la concepción de ella como pars bonorum no está ajena, pudiendo
incluso dudarse que necesariamente los legitimarios hayan de ser
herederos. Preciso es entonces abundar en esta cuestión.
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Sección II
DETERMINACIÓN, CONCRECIÓN E INTANGIBILIDAD
DE LA LEGÍTIMA
930. Clasificación: legítima rigorosa y legítima efectiva. Legítima teórica
y legítima real. Por los arts. 1184 y 1191, las legítimas pueden ser
rigorosas o efectivas. Además, como para pagar o enterar las legítimas
hay que proceder a algunas imputaciones, tal como lo establece,
entre otros, el art. 1203, resulta que también puede hablarse de
una legítima teórica y de una legítima real. Con esta última clasi-
ficación se quiere señalar que existen reglas que determinan el
quantum de las legítimas (legítimas teóricas) y, por otra parte, se
determina lo que en el hecho llevará cada legitimario, bien de
la rigorosa, bien de la efectiva (legítimas reales).
Se trata, con estas clasificaciones, de fijar entonces el quantum
ideal o teórico y el quantum efectivo que llevará verdaderamente el
legitimario. En otros términos, la ley obliga primero a calcular
la medida a que deben ascender las legítimas, sin otra conside-
ración, y luego, cuánto es lo que finalmente deberá pagarse a
cada legitimario, ya que hay ciertas imputaciones que hacerle.
Lo primero es el aspecto cuantitativo de las legítimas y lo segundo
su concreción.
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Sección II
DETERMINACIÓN, CONCRECIÓN E INTANGIBILIDAD
DE LA LEGÍTIMA
930. Clasificación: legítima rigorosa y legítima efectiva. Legítima teórica
y legítima real. Por los arts. 1184 y 1191, las legítimas pueden ser
rigorosas o efectivas. Además, como para pagar o enterar las legítimas
hay que proceder a algunas imputaciones, tal como lo establece,
entre otros, el art. 1203, resulta que también puede hablarse de
una legítima teórica y de una legítima real. Con esta última clasi-
ficación se quiere señalar que existen reglas que determinan el
quantum de las legítimas (legítimas teóricas) y, por otra parte, se
determina lo que en el hecho llevará cada legitimario, bien de
la rigorosa, bien de la efectiva (legítimas reales).
Se trata, con estas clasificaciones, de fijar entonces el quantum
ideal o teórico y el quantum efectivo que llevará verdaderamente el
legitimario. En otros términos, la ley obliga primero a calcular
la medida a que deben ascender las legítimas, sin otra conside-
ración, y luego, cuánto es lo que finalmente deberá pagarse a
cada legitimario, ya que hay ciertas imputaciones que hacerle.
Lo primero es el aspecto cuantitativo de las legítimas y lo segundo
su concreción.
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931. La legítima rigorosa. Según el art. 1184, inc. 1º, se entiende por
legítima rigorosa, la cuota que a cada legitimario corresponde en
la mitad legitimaria, o sea, en la mitad del as hereditario. El inciso
primero dice que “La mitad de los bienes, previas las deduccio-
nes indicadas en el art. 959, y las agregaciones que enseguida se
expresan, se dividirá por cabezas o estirpes entre los respectivos
legitimarios, según las reglas de la sucesión intestada; lo que cu-
piere a cada uno en esa división será su legítima rigorosa”.
Esta regla ordena la forma de calcular el dividendo o masa so-
bre la cual deben fijarse las legítimas individuales. Determinado
ese dividendo, se le aplica como divisor el número de legitimarios
que concurren en el mismo orden, para obtener el importe de
cada legítima, llamada por ello rigorosa.
Para dicho cálculo es preciso establecer primero el activo líqui-
do de la masa hereditaria, restando al haber ilíquido dejado a la
muerte por el causante, las bajas generales de la herencia previstas
por el art. 959. Luego, para fines contables, deberá procederse a
ciertas acumulaciones de donaciones hechas por el causante a sus
legitimarios (vid. Nos 953 y ss.), y poder establecer, en definitiva,
a cuánto asciende la legítima de cada heredero forzoso.
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940. Caso en que no tiene lugar la legítima efectiva. El art. 1191, in-
ciso 3º, señala por último que “Si concurren, como herederos,
legitimarios con quienes no lo sean, sobre lo preceptuado en
este artículo prevalecerán las reglas contenidas en el Título II
de este Libro”.
Esta regla no tiene sentido luego de la reforma de la Ley Nº 19.585
y sólo se explica por el poco cuidado con que se legisló, buscándose
únicamente igualar las filiaciones, sin vigilar la perfección técnica
que ello requería en numerosas disposiciones. En efecto, hoy no
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DE LA CUARTA DE MEJORAS
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llega cuando la vida de los hijos ya está hecha. Esta realidad con-
temporánea ha sido puesta de relieve por algunos doctrinadores
y merecería una profunda reflexión (así, L. Roussel, La famille
après le mariage des enfants. Étude des relations entre les générations.
En Cahier, Nº 8, Institut National d’Études Démographiques,
págs. 213 y ss., París, 1976; F. Terré e Y. Lequettes, ob cit., Nº 25,
págs. 24 y 25).
Cabe advertir que los Proyectos del Código no desconocían
totalmente las ideas de mejora, sino sólo la asignación forzosa
de igual nombre. Se contenía en ellos la idea amplia de mejora a
que hemos aludido (vid. Nº 942). El art. 9º del título 8º del Pro-
yecto de 1841-1845, inc. 2º, se refería a la imputación a la cuota
de libre disposición, de todas las “asignaciones testamentarias
hechas a los legitimarios ya a título de mejora, ya de personas o
causas extrañas...”. Por su parte, el art. 1357, inc. 2º, del Proyec-
to de 1853, decía: “Se llama mejora toda donación imputable a
la cuota que un testador puede disponer a su arbitrio, y de que
dispone efectivamente a favor de un legitimario”. La mejora es
concebida allí en su sentido amplio, como todo aquello que se
asigne a un legitimario más allá de su legítima. La mejora era toda
donación o toda asignación hecha a un legitimario con cargo a
la parte de libre disposición. En otros términos, se trataba del
antiguo quinto de mejora español a que nos hemos referido (vid.
Nº 942.1). En definitiva, esta noción no pasó al Código, lo cual
no impide que el causante disponga en favor de un legitimario
de alguna asignación con cargo a la parte de libre disposición.
Pero ésta no será calificada de “mejora”, como lo habría sido con
el sentido amplio.
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legitimarios que tienen derecho a mejora. Hay, una vez más, me-
jora sin voluntad formal y explícita del causante. Tanto en esta
situación como en la precedente, bien pudo haberse dispuesto
que la donación o legado afectaba a la parte de libre disposición;
pero la ley ha preferido suponer un ánimo de mejorar.
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CAPÍTULO
DERECHO VI
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Sección I
LA DETERMINACIÓN DEL DIVIDENDO.
LA TEORÍA DE LOS ACERVOS
951. Los acervos. El sustantivo acervo proviene del latín acervus, que
en el sentido legal significa el todo de la herencia indivisa y, en el
Código, el conjunto de los bienes dejados por el causante.
La teoría de los acervos, es decir, el conjunto de reglas que
nuestro Código ordena para su determinación, comprende tres
grandes operaciones: a) Una resta, puesto que a los bienes de-
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CAPÍTULO
DERECHO VI
SUCESORIO
Sección I
LA DETERMINACIÓN DEL DIVIDENDO.
LA TEORÍA DE LOS ACERVOS
951. Los acervos. El sustantivo acervo proviene del latín acervus, que
en el sentido legal significa el todo de la herencia indivisa y, en el
Código, el conjunto de los bienes dejados por el causante.
La teoría de los acervos, es decir, el conjunto de reglas que
nuestro Código ordena para su determinación, comprende tres
grandes operaciones: a) Una resta, puesto que a los bienes de-
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Párrafo I
DETERMINACIÓN DEL ACERVO O RELICTUM LÍQUIDO
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entre las que están tales gastos, deben asimilarse a las deudas
hereditarias, aunque técnicamente no lo sean (así, F. Terré e Y.
Lequettes, ob. cit., Nº 743, pág. 682 y las citas allí mencionadas;
y Grimaldi, ob. cit., Nº 539, pág. 500).
En cuanto a las deudas hereditarias, han de pagarse antes
porque conforme al adagio antes es pagar que heredar (nemoliberalis,
nisi liberatus). No obstante, su consideración como baja general
es discutible, porque no se concilia con la responsabilidad ultra
vires (vid. Marty y Raynaud, ob. cit., Nº 688, pág. 510). En efecto,
la idea de baja general implica en no poca medida un pago previo
de las deudas, de modo que los herederos y en especial los legi-
timarios sólo repartirían el activo neto, con lo cual la confusión
de patrimonios y la responsabilidad ultra vires poco rol tendrían
que cumplir. Sin embargo, la crítica pierde fuerza si se entiende
que lo que el art. 959 manda hacer no es un pago preferente,
sino una forma de cálculo de la masa para el establecimiento de las
partes de cada heredero.
Que las obligaciones naturales, aun reconocidas por el testador,
no son deudas hereditarias, es cuestión admitida desde antiguo,
aunque la Ley 32 de Toro pudiere llevar a otra conclusión. La
doctrina está de acuerdo en que esas deudas reconocidas no son
sino un legado (así, A. de Fuenmayor Champín, “El cumplimiento
post mortem de las obligaciones naturales”, en Anales de la Academia
Matritense del Notariado, vol. X, págs. 44 y ss., Madrid, 1959).
Párrafo II
ACUMULACIÓN DE LO DONADO.
DEL PRIMER ACERVO IMAGINARIO O COLACIÓN
953. Concepto. El art. 1185 manda que “Para computar las cuartas de
que habla el artículo precedente, se acumularán imaginariamente
al acervo líquido todas las donaciones revocables o irrevocables
hechas en razón de legítimas o mejoras, según el estado en que
se hayan encontrado las cosas donadas al tiempo de la entrega,
pero cuidando de actualizar prudencialmente su valor a la época
de la apertura de la sucesión.
Las cuartas antedichas se refieren a este acervo imagina-
rio”.
Mediante la formación de este acervo, se trata de mantener
la igualdad entre los legitimarios llamados a la herencia. Si el
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non las deven meter en particion con los estraños, nin las deven
contar en su parte con ellos”. La Ley 4 se refiere a la colación de
las donaciones simples. Las leyes 5 y 6 complementan el sistema,
cuyo objetivo es que “se guarde egualdad entre ellos”, es decir,
los hijos.
Más tarde la influencia germánica se deja sentir en los distin-
tos fueros y, por último, las Leyes de Toro (leyes 19, 23, 28 y 29)
consagran un complejo sistema de colación e imputación que la
doctrina hispánica anterior al Código Civil desarrolló y debatió
(sobre esta cuestión, vid. Vallet de Goytisolo, Apuntes de Derecho
Sucesorio, págs. 335 y ss., reproducido como “Computación, impu-
tación, colación y reducción de donaciones” en Estudios de Derecho
Sucesorio, t. 4, págs. 165 y ss.).
En otros países, particularmente en Francia, la colación ad-
quiere evidentes caracteres germánicos. Con ella se trata de evitar
que el causante sobrepase la cuota disponible, por lo cual las
donaciones hechas a un heredero deben ser agregadas al haber
relicto. Sin embargo, también en ese país se hacen sentir las
influencias romanas, de modo que el antiguo derecho contiene
variados sistemas de acumulación de donaciones (rapport). En al-
gunas costumbres y en regiones de derecho escrito se conservó el
sistema romano, obligándose a colacionar las donaciones hechas
al legitimario porque se entendían que ellas eran un adelanto de
sus derechos sucesorales (donations par avancement d’hoirie); pero
el donante podía dispensar expresamente de colación (donation
préciputaire ou hors part). En otras regiones, de costumbres germá-
nicas, se impone la igualdad entre los reservatarios y por ello las
donaciones y liberalidades hechas a uno son todas colacionables
y aun hubo casos en que no se admitió al causante la facultad de
dispensar de colación y otros en que se permitía al reservatario
conservar las donaciones renunciando a la sucesión (sobre el
derecho costumbrista, vid. Pothier, Traité des Sucessions, chap. IV,
art. 2). El derecho revolucionario, fiel a sus principios, adoptó
un sistema de igualdad total entre los reservatarios; pero ya la ley
de 18 de germinal del año III modificó la regla, distinguiendo
entre liberalidades colacionables y no colacionables (donations
par avancement d’hoirie et donations préciputaires), sistema que pos-
teriormente recoge el Código Napoleón.
En el Derecho francés, la colación (rapport) implica, en prin-
cipio, la restitución del bien donado a la masa (rapport en nature),
el que puede ser atribuido en la partición a otro heredero que
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958. Concepto de donación. El art. 1185 dice, sin más, que se acu-
mulan las donaciones revocables e irrevocables; pero queda en
pie la cuestión de saber si se ha tomado allí el concepto de do-
nación en un sentido restrictivo, es decir, el mismo definido por
la ley, o si por donación no haya de entenderse toda disposición
que, en definitiva, resulte a título gratuito para el donatario. En
otros términos, si han de acumularse sólo las donaciones que
formalmente revistan ese carácter o si han de colacionarse todas
las liberalidades consentidas a un legitimario.
No nos parece que haya dificultad para admitir que aquí la
idea de donación excede los marcos de la definición legal y se
extiende a toda liberalidad. El objeto de la legítima es igualar a
los legitimarios en su legítima y tanto desequilibra esa igualdad
una donación, como cualquier otra liberalidad. Por lo demás, la
definición del art. 1386 no es tan estricta como pudiera pensarse,
sino que concibe la donación en un sentido muy general que ad-
mite otras liberalidades. Es por eso que el art. 1397 mande que se
tenga como donación la renuncia o remisión de una deuda, actos
que son indudablemente liberalidades, pero que estrictamente
no son donaciones.
Así, entonces, deberán colacionarse no solamente las dona-
ciones formales, sino además la renuncia a un derecho o crédito
hecha por el causante en favor de un legitimario, que importe
para aquél un empobrecimiento y para éste un enriquecimiento
correlativo. Pero no se colacionará una renuncia que ni enrique-
ce, ni empobrece, como la del acreedor hecha al fiador siendo
solvente el deudor principal (art. 1397).
Recordaremos, con todo, que nuestro Código contiene una
idea objetiva de la donación, o mejor dicho de la gratuidad en
la donación, porque sólo la hay en aquello que aumente el pa-
trimonio del donatario (arts. 1188, inc. 1º, 1398 y 1405). Por lo
mismo para que haya donación colacionable no bastará el solo
animus donandi del causante, sino habrá de examinarse si hay o
no atribución patrimonial efectiva para el donatario.
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960. Los legados no se acumulan. Por el art. 1198, inc. 1º, deben
también acumularse los legados hechos en razón de legítima o
de mejora. Pero hay en ello un error de la ley. El contenido de
los legados está en el patrimonio del causante al momento de
su fallecimiento, por lo cual forman parte del acervo líquido sin
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Mucius Scaevola, ob. cit., t. 18, pág. 145; De Diego, ob. cit., t. 3,
pág. 405). El art. 3484, del Código argentino, permite la dispensa;
pero siempre que se haga en el testamento, lo que se ha criticado
(así, Fornielles, ob. cit., t. 1, Nº 316, pág. 351; Borda, ob. cit. t. 1,
Nº 684, 9ª edic.). El art. 843 inc. 1º del de Francia también permite
la dispensa, con tal que se haga expresamente (expressement hors
part successorale); regla que es semejante a la previa a la reforma
de 2006; pero los tribunales no eran rigurosos en la manifestación
de voluntad y admitían además que ella se expresara, sea en la
donación misma, sea en acto posterior con formas de donación o
en el testamento (así, Cas. Civ., 10 de marzo de 1941, Rev. Trim. de
Der. Civ., 1941, pág. 623 y las observaciones de R. Savatier). Se ha
dicho que la apreciación de la voluntad de dispensar es facultad
de los jueces del fondo, no sujeta a censura de casación (así, Cas.
Civ., 3 de noviembre de 1976, J.C.P., 1978, 2, 18871 y la nota de
M. Dagot; Rev. Trim. de Der. Civ., 1979, pág. 415 y las observaciones
de R. Savatier) y salvo el cambio de terminología en el art. 843
con respecto a la legislación anterior, no se observa la razón de
que esa doctrina haya de alterarse.
Entre nosotros Claro Solar sostiene que un legitimario sólo
puede recibir donaciones en razón de legítima o mejora (Claro
Solar, ob. cit., t. 15, Nº 1484 in fine, pág. 409). Pero su opinión
no es compartida por otros autores (así, Bazán, ob. cit., Nº 110,
pág. 65), doctrina que estimamos correcta según se ha visto. Se
ha resuelto que el causante puede expresar su voluntad de do-
nar a un legitimario con cargo a la parte de libre disposición
(C. de Concepción, 9 de agosto de 1875, Gaceta, 1875, Nº 1912,
pág. 961).
El Código del Perú recoge expresamente la tradición romana
e hispánica. El art. 831 dispone que toda donación o liberación
debe colacionarse “salvo dispensa” del causante y el art. 832 agrega
que “La dispensa está permitida dentro de la porción disponible, y
debe establecerla expresamente el testador en su testamento o en
otro instrumento público”. El art. 737, del Código italiano, también
dispone la obligación de colacionar las donaciones “exceptuado el
caso en que el donante o testador había dispuesto lo contrario”,
y no se exige que la dispensa sea expresa; pero la voluntad del
disponente debe aparecer clara, aunque pudiera ser tácita (así,
Azzariti, Martínez y Azzariti, ob. cit., Nº 336, pág. 610).
Todas estas reglas de Derecho Comparado, así como las que
hemos referido, llevan a concluir que la doctrina correcta no
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DE LAS ASIGNACIONES FORZOSAS
963. Dos sistemas de colación. Dos son los sistemas que pueden
concebirse en torno a la colación: o bien se obliga a agregar los
bienes donados materialmente, o bien se les agrega idealmente,
mediante la suma de su valor en dinero. En el primer caso se
trata de una colación en especie; en el segundo, de una colación
en valor.
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Párrafo III
DE LAS DONACIONES INOFICIOSAS
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el heredero (vid. Biondi, ob. cit., Nº 142, págs. 386 y ss.). Pronto se
extendió la aplicación de la ley a las donaciones revocables y aun
a las cargas impuestas al heredero bajo forma de condición. Pero
tales medios no fueron suficientes, porque el causante podía aun
disponer entre vivos en favor de terceros y consumir así el patri-
monio, quedando para el heredero sólo el nomen, privándole de
todo interés en aceptar la herencia. Como reacción nacen la querella
inofficiosim dotis y la querella inofficiosim donationis, ambas creadas
a imagen de la antigua querella inofficiosim testamenti. Uno de los
primeros rastros de ella se encuentra en un rescripto de Alejandro
Severo, dirigido a Claudio Juliano, del que da cuenta Papiniano (D.
31.89.3). En él se decía: “Si te constare carísimo Juliano que para
impedir la querella de testamento inoficioso, la abuela consumió
su patrimonio en donaciones hechas a su nieto, exige la razón
que se revoque respecto a la mitad de lo que donó”. Un pasaje de
Paulo también da cuenta de ella (D. 5.2.23 pr.). Esta querella se
concedía al legitimario para hacer rescindir las donaciones hechas
a terceros y que lesionaban la legítima. Se entendía inoficiosa toda
donación que se hubiere hecho a terceros, si al tiempo de donar
no restasen al donante bienes para cubrir la legítima (Novela 92.1).
Debían computarse todas las donaciones precedentes, aunque no
fuesen inoficiosas. Pero la donación inoficiosa podía dejar de serlo
si mejoraba la fortuna del donante. Sin embargo, una donación
que fue legítima al tiempo de hacerse, no se tornaba inoficiosa
por mucho que disminuyese el patrimonio del donante. Por ello
se estableció que las donaciones fuesen rescindibles por el orden
inverso al de sus fechas, comenzándose por las más recientes (so-
bre esta materia, Vallet de Goytisolo, Apuntes de Derecho Sucesorio,
págs. 317 y siguientes).
La Partida 5ª, tít. 4º, Ley 8, recogió los principios romanos
ordenando que, “si por ventiura alguno que quiesse fijos legi-
timos, quissiessen fazer donaciones a otro puedela fazer en tal
manera que todavia finque en saluo a los fijos de su parte legi-
tima, tambien en vida de su padre como después de su muerte.
E la parte legitima es segun dize en el titulo del establecimiento
de los herederos. E si el padre fiziese mayor donacion puedenla
reuocar los fijos fasta la quantia de su parte legitima”.
La Ley 20 de Toro consagra también la institución, calificando
a las donaciones excesivas de inoficiosas.
El Proyecto español de 1851 la contenía en sus arts. 954 y
971. Por el primero: “Ninguno puede dar ni recibir por vía de
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ellos son los que han sido perjudicados por las donaciones. Pero
nosotros entendemos que el propósito de la formación del acervo
no es la protección de los legitimarios, sino de la legítima, que no
es lo mismo. Por ello lo importante es que haya habido lugar a la
existencia de la legítima al donarse, como al abrirse la sucesión y
para eso basta que existan legitimarios en ambos momentos, aunque
no sean los mismos. Es de este modo que se protege cabalmente la
legítima (en este sentido, E. Moreno Vaccaro, Del segundo acervo ima-
ginario, Nos 122 y ss., págs. 83 y ss., Santiago, 1949; Somarriva, Derecho
Sucesorio, Nº 542; Abeliuk, Rojas y Tasso, ob. cit., Nº 297, págs. 332
y siguientes; Pablo Rodríguez Grez, Instituciones de Derecho Sucesorio,
t. 1 , pág. 348; F. Elorriaga, ob. cit., Nº 518).
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En España, el art. 818 del Código Civil dispone que “Para fijar
la legítima se atenderá al valor de los bienes que quedaren a la
muerte del testador, con deducción de las deudas y cargas, sin
comprender entre ellas las impuestas en el testamento”.
“Al valor líquido de los bienes hereditarios se agregará el de
las donaciones colacionables”. Tal es el texto luego de la modi-
ficación de la ley de 13 de mayo de 1981. Este valor es fijado de
acuerdo al sistema de los arts. 1035 a 1050.
El sistema primitivo se atenía al valor de la donación al tiempo
del acto de liberalidad. La regla tenía fundamentos históricos,
porque provenía del Derecho Romano (nov. 92, cap. 1), que la
aplicaba a las donaciones que no eran dote ni tenían por causa el
matrimonio o un anticipo de legítima. Además era la que estable-
cía el Proyecto de 1851 y la opinión de García Goyena (ob. cit., t.
3, pág. 98). Pero las Leyes de Toro se atenían al valor al tiempo
del fallecimiento del causante (Leyes 19 y 23). El sistema del Có-
digo había planteado problemas por la depreciación monetaria.
Por ello algunos proponían distinguir la cifra de valor –fijada de
acuerdo al art. 818, inc. 2º– y la cifra de dinero que tomaba en
consideración la devaluación del signo monetario (así, R. Núñez
Lagos, “La colación y crítica de los problemas de valoración”, en
Rev. Gen. de Leg. y Jurisp., 1946, págs. 721 y ss.; Lacruz, notas a
Binder, ob. cit., pág. 260). Sin embargo había quienes se atenían
al criterio nominalista del dinero, aunque criticaban el sistema
del Código (así, Marín Monroy, La colación. Historia y crítica de
los problemas de valoración, en Anales de la Academia Matritense
del Notariado, vol. IV, págs. 252 y ss., vid. Roca Sastre, notas a Kipp,
ob. cit., t. 2, pág. 304). No faltaban quienes, criticando todo sis-
tema, preferían atenerse a las circunstancias del caso (así, Vallet
de Goytisolo, Apuntes, pág. 493 in fine).
El Código de Italia toma en cuenta, para la colación por im-
putación de donaciones inmobiliarias, el valor al momento de la
apertura de la sucesión (art. 747); pero deduciendo el valor de
las mejoras y los gastos extraordinarios de conservación, aunque
respondiendo por los deterioros debidos a culpa (art. 748). En
cuanto a las donaciones mobiliarias, también se considera el valor
al tiempo de la apertura, aunque según el estado que entonces
tengan las cosas, a menos que sean consumibles (art. 750).
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punto, un autor señala que “el art. 819 del Código Civil hispano,
al ordenar que ‘las donaciones hechas a los hijos, que no tengan
el carácter de mejora, se imputarán en su legítima’, admite dos
interpretaciones: o bien la idea de mejora está empleada en sen-
tido amplio y, por lo mismo, permite comprender toda donación
no imputable a legítima, o bien la idea de mejora es empleada
en sentido restringido y, por lo mismo, sólo cabrían donaciones
a los hijos, imputables a la legítima o al tercio de mejora y no al
de libre disposición. Este segundo término de la alternativa es
absurdo, y por eso debemos rechazarlo. No nos queda, por tanto,
más que aceptar el primero, es decir, que el art. 819 habla de las
mejoras en el mismo sentido amplio que las Leyes de Toro y el
Proyecto de 1851” (Vallet de Goytisolo, Apuntes, pág. 523. Además,
Morell, “Donaciones a favor de herederos forzosos”, en Rev. Gen.
de Leg. y Jurisp., 1907, págs. 257 y siguientes).
En el Derecho francés, atendida la especial naturaleza de la
reserva, es natural que toda donación debe acumularse para el
cálculo de la porción disponible y, por lo mismo, la hecha a un
reservatario. “Tratándose de reconstituir la herencia como si el
difunto no hubiese consentido liberalidades entre vivos, todas
las donaciones serán consideradas. Poco importa la calidad del
gratificado, tercero o heredero; poco importa el carácter de la
liberalidad, dispensada o no de colación; poco importa el objeto
de las liberalidades, en propiedad plena, en propiedad nuda o
en usufructo; poco importa, por último, la forma de la donación:
auténtica o manual, indirecta o simulada” (Terré y Lequettes,
ob. cit., Nº 997, pág. 899). El texto del art. 919-1 agregado en la
reforma de 2006 ha previsto que “La donación hecha en avance
de la parte sucesoral a un heredero reservatario que acepta la
sucesión, se imputa a su parte de reserva y, subsidiariamente sobre
la cuota disponible, si no se ha convenido otra cosa en el acto
de la donación. El excedente está sujeto a redicción” (inc. 1º);
pero si la donación hecha en avance de la parte sucesoral se hizo
a un reservatario que renuncia a la sucesión, ella se trata como
donación hecha fuera de la parte sucesoral (inc. 2º).
Entre nosotros se ha sostenido la posibilidad de que un le-
gitimario sea considerado un extraño para el efecto de la inofi-
ciosidad, particularmente en el caso de aquella donación que se
le ha hecho y que excede las legítimas y mejoras. El exceso sería
imputable a libre disposición y reducible por inoficiosidad si es
el caso (así, E. Moreno Vaccaro, ob. cit., Nº 53, pág. 38). Noso-
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980.1. Ejemplos. Para una mejor comprensión del art. 1186 con-
viene ilustrarlo con algunos ejemplos. Para ello, nada mejor que
reproducir los que el propio Bello agregó en nota al art. 1346 a)
del Proyecto Inédito. Se advertirá en él que el autor del Código
toma justamente dos casos: uno en que se formó el primer acervo
imaginario y otro en que no era necesario formarlo.
“Ejemplo:
Acervo imaginario formado en conformidad
al art. 1346 (actual 1185) . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 50.000
Donaciones entre vivos no imputables a legíti-
mas o mejoras (hechas a extraños diríamos
ahora de acuerdo al art. 1186) . . . . . . . . . . . . . . ps. 30.000
Total . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 80.000
Cuarta parte. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 20.000
Exceso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 10.000
Acervo resultante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 60.000
(acervo imaginario de 50.000 más exceso de
10.000).
Legítimas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 30.000
Cuarta de mejoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 15.000
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En efecto:
Acervo líquido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24.000
Donaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12.000
Total . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36.000
Cuarta lib. disp. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9.000
12.000 menos 9.000. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.000
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CAPÍTULO
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1009. Pago de saldo por parte del legitimario. Puede incluso ocu-
rrir que, hechas las imputaciones tanto a la parte de legítima
como a la parte de mejora o a la parte de libre disposición,
según proceda, quede aún un saldo de donaciones imputables.
Ello sucede cuando el legitimario recibió donaciones o lega-
dos mucho más allá de lo que le cabía recibir en la herencia.
El art. 1206, inciso 2º, dispone, en ese evento: “Y si le cupiere
definitivamente una cantidad inferior al valor de las mismas
especies, y estuviere obligado a pagar un saldo, podrá a su arbi-
trio hacer este pago en dinero, o restituir una o más de dichas
especies, y exigir la debida compensación pecuniaria por lo
que el valor actual de las especies que restituya excediere al
saldo que debe”.
Deja entonces la ley a la elección del legitimario deudor del
saldo el modo de enterarlo. Este puede escoger entre pagarlo
en dinero o bien restituir alguna de las especies donadas. Pero
si escoge esta última opción, el valor por el cual deberá hacer la
restitución es el que tenga la especie al momento de la devolución,
con lo cual podrá producirse, a su vez, un crédito a su favor por
ser el precio de lo entregado mayor que la deuda. Los herederos
le deberán la compensación en dinero.
1010. Caso en que no hay forma de pagar las legítimas. El art. 1196
dispone que “Si no hubiere cómo completar las legítimas y me-
joras, calculadas en conformidad a los artículos precedentes, se
rebajarán unas y otras a prorrata”.
La regla aparece escrita antes que la ya comentada del art. 1206,
inciso 2º, que determina el pago del saldo de las imputaciones
por el legitimario; pero parece racional entender que ella se
aplica en el evento de que el legitimario que ha de restituir un
valor a la masa es insolvente. También puede ocurrir que no sea
posible obtener la restitución del exceso donado de parte de los
terceros donatarios.
Pues bien, si no hay modo de pagar íntegramente las legíti-
mas y mejoras, el art. 1196 dispone que ambas porciones han
de reducirse a prorrata. No existe, como pudiera entenderse,
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CAPÍTULO VIII
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Sección I
DE LA PRETERICIÓN
1012. Concepto. El art. 1218 dispone que “El haber sido pasado en
silencio un legitimario deberá entenderse como una institución
de heredero en su legítima.
Conservará además las donaciones revocables que el testador
no hubiere revocado”.
Puede decirse que la preterición es la omisión del legitimario
por el causante, en su testamento. Pero este concepto sumario
no da cuenta exactamente de cuándo ha de entenderse produ-
cida la preterición y cuáles son sus consecuencias. Ello lleva a
precisar los casos en que hay preterición y que, históricamente,
han sido variables, así como también a determinar qué habrá de
entenderse por “pasar en silencio” a un legitimario. En efecto,
si en un primer análisis pudiera concluirse que no mencionar al
legitimario en el testamento para atribuirle la legítima es prete-
rirlo, un análisis más detenido exigirá discriminar entre varias
hipótesis y responder a diversas interrogantes. Así: ¿Bastará con
atribuir alguna asignación con imputación a legítima, aunque sea
a título singular, para entender que el legitimario ha sido nombra-
do y por lo tanto no hay preterición? ¿Qué decir del caso en que
el legitimario no ha sido mencionado en el testamento pero ha
recibido íntegramente su legítima por medio de donaciones entre
vivos imputables a legítima? ¿Basta la mención del legitimario o es
menester designarle heredero? Hay pues toda una problemática
tras la idea de preterición que su concepto sumario no resuelve y
que puede resumirse en una sola gran pregunta: ¿Hay preterición
por el hecho de no designarse heredero al legitimario, o por el
hecho de no atribuirle la legítima? Las dos posibilidades no son
asimilables. La ley permite al causante, como hemos visto, atribuir
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DERECHO SUCESORIO
Sección I
DE LA PRETERICIÓN
1012. Concepto. El art. 1218 dispone que “El haber sido pasado en
silencio un legitimario deberá entenderse como una institución
de heredero en su legítima.
Conservará además las donaciones revocables que el testador
no hubiere revocado”.
Puede decirse que la preterición es la omisión del legitimario
por el causante, en su testamento. Pero este concepto sumario
no da cuenta exactamente de cuándo ha de entenderse produ-
cida la preterición y cuáles son sus consecuencias. Ello lleva a
precisar los casos en que hay preterición y que, históricamente,
han sido variables, así como también a determinar qué habrá de
entenderse por “pasar en silencio” a un legitimario. En efecto,
si en un primer análisis pudiera concluirse que no mencionar al
legitimario en el testamento para atribuirle la legítima es prete-
rirlo, un análisis más detenido exigirá discriminar entre varias
hipótesis y responder a diversas interrogantes. Así: ¿Bastará con
atribuir alguna asignación con imputación a legítima, aunque sea
a título singular, para entender que el legitimario ha sido nombra-
do y por lo tanto no hay preterición? ¿Qué decir del caso en que
el legitimario no ha sido mencionado en el testamento pero ha
recibido íntegramente su legítima por medio de donaciones entre
vivos imputables a legítima? ¿Basta la mención del legitimario o es
menester designarle heredero? Hay pues toda una problemática
tras la idea de preterición que su concepto sumario no resuelve y
que puede resumirse en una sola gran pregunta: ¿Hay preterición
por el hecho de no designarse heredero al legitimario, o por el
hecho de no atribuirle la legítima? Las dos posibilidades no son
asimilables. La ley permite al causante, como hemos visto, atribuir
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Sección II
DEL DESHEREDAMIENTO
Párrafo I
A SPECTOS GENERALES
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Sección II
DEL DESHEREDAMIENTO
Párrafo I
A SPECTOS GENERALES
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1020. Que tenga por fundamento una justa causa. El testador debe
ordenarlo por las causas que indica el art. 1208. No se admiten
otras aunque sean mayores. El testador no puede crearlas. Se
considera el desheredamiento como un hecho objetivo, que no
radica en la sola voluntad del testador. De otra parte, siendo
grande el descrédito que lleva consigo el desheredamiento, se
comprende que las legislaciones que lo mantienen pidan que
sea por causas graves.
Las causas inciden en relaciones muy personales del deshereda-
dor con el desheredado, o con familiares del primero. Y distingue
el legislador, por lo que a las causas se refiere, entre el deshere-
damiento del descendiente y el del ascendiente. En todo caso, se
siguió en lo esencial a lo que venía desde Justiniano, de acuerdo
a la Novela 115, que es el punto de arranque de las legislaciones
que mantienen el desheredamiento (vid. Nº 1017.1).
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1025. Caso en que no se requiere probar los hechos. Por el inc. 2º del
art. 1209, “no será necesaria la prueba, cuando el desheredado
no reclamare su legítima dentro de los cuatro años subsiguientes
a la apertura de la sucesión; o dentro de los cuatro años contados
desde el día en que haya cesado su incapacidad de administrar,
si al tiempo de abrirse la sucesión era incapaz”.
El precepto guarda perfecta armonía con el art. 1206, en
cuanto, por éste, la acción enderezada a obtener la reforma del
testamento prescribe en cuatro años (vid. Nº 1050).
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Párrafo II
DE LAS CAUSAS LEGALES DE DESHEREDAMIENTO
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(art. 1208). Tiene analogía con la indignidad del art. 968, Nº 3º.
Las dos disposiciones llevan el problema al “estado de demencia
o destitución”, bien del desheredador, bien de la persona de cuya
sucesión se trata, según el caso. Pero la indignidad se aplica, cuan-
do procede, al “consanguíneo dentro del sexto grado inclusive”
y la desheredación “al ascendiente o al descendiente”.
Lo referente al estado de “demencia o destitución” fue ex-
puesto al tratar de la indignidad (vid. Nº 255). Sin embargo,
pensamos que ahora el legislador se refiere al descendiente o al
ascendiente que no cumplió, oportunamente, con la obligación
legal de haberle proporcionado alimentos al testador de hoy, tal
cual la ley lo dispone.
A propósito de lo que venimos tratando, debe recordarse que
los hijos quedan obligados a “cuidar de los padres en su anciani-
dad, en el estado de demencia, y en todas las circunstancias de
la vida en que necesitaren sus auxilios” (art. 223); disposición
especial que prevalece sobre cualquiera otra que se refiera a los
derechos y obligaciones entre los padres y los hijos. Son normas
que quedan dentro de las excepciones aludidas por el art. 322.
Si el desheredamiento requiere de un acto de última volun-
tad, hay que entender que el desheredador, al otorgar el testa-
mento, ya no es demente. Este, como se ha visto, es incapaz de
testar (art. 1005, Nº 4º). Su testamento, en estado de demencia,
sería nulo y, declarada esa nulidad, no hay desheredamiento. La
sucesión pasa a ser intestada (art. 980). Y el que se encuentra
en estado de destitución, de pobreza, no otorgará testamento,
como es natural y obvio. El acto de última voluntad que pide el
art. 1207 esperará hasta que el testador haya salido del estado
de destitución.
c) Por haberse valido de fuerza o dolo para impedirle testar.
Esta tercera causal de desheredamiento tiene mucho de analo-
gía con la de indignidad prevista por el art. 964 Nº 4º. Los dos
artículos tratan del que “por fuerza o dolo le impidió testar” (al
causante). De la fuerza y del dolo en materia testamentaria ya se
ha tratado (vid. Nos 325, 328 y 329). No obstante, hay entre las
dos normas legales una neta separación. El art. 968 Nº 4º impide
la sucesión testamentaria, porque se es indigno por impedir, por
fuerza o dolo, el acto de última voluntad; y la prevista como causal
de desheredamiento (art. 1208, Nº 3º), se refiere a un testamento
que antaño pretendió otorgar el desheredador y no al actual, que
es el que precisamente contiene el desheredamiento.
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para con sus padres, tal prueba no permite apreciar si esa mala
conducta fuera de tal gravedad que autorizara el castigo del des-
heredamiento impuesto por la madre” (C. Suprema, 24 de junio
de 1893, Gaceta, 1895, t. 1, Nº 1786, pág. 1343).
Párrafo III
EFECTOS DEL DESHEREDAMIENTO
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DERECHO SUCESORIO
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DERECHO SUCESORIO
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DERECHO SUCESORIO
Párrafo IV
DE CÓMO TERMINA EL DESHEREDAMIENTO
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DE LAS ASIGNACIONES FORZOSAS
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DERECHO SUCESORIO
Párrafo V
INDIGNIDAD Y DESHEREDACIÓN
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Sección III
DE LA ACCIÓN DE REFORMA DEL TESTAMENTO
Párrafo I
A SPECTOS GENERALES
1043. Concepto. El Título VI del Libro III del Código trata con-
juntamente “De la revocación y reforma del testamento”, segu-
ramente porque ambas son formas de ineficacia de la voluntad
testamentaria, aunque en verdad, fuera de ese lazo de unión,
que por lo demás se da con otras instituciones, nada de común
existe entre ellas.
En efecto, la revocación es una ineficacia producto del cambio
en la voluntad del autor del acto de última voluntad (vid. Nº 637).
Es, precisamente, una aplicación de la libertad testamentaria y
1109
DE LAS ASIGNACIONES FORZOSAS
Sección III
DE LA ACCIÓN DE REFORMA DEL TESTAMENTO
Párrafo I
A SPECTOS GENERALES
1043. Concepto. El Título VI del Libro III del Código trata con-
juntamente “De la revocación y reforma del testamento”, segu-
ramente porque ambas son formas de ineficacia de la voluntad
testamentaria, aunque en verdad, fuera de ese lazo de unión,
que por lo demás se da con otras instituciones, nada de común
existe entre ellas.
En efecto, la revocación es una ineficacia producto del cambio
en la voluntad del autor del acto de última voluntad (vid. Nº 637).
Es, precisamente, una aplicación de la libertad testamentaria y
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DERECHO SUCESORIO
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DERECHO SUCESORIO
Párrafo II
C ARACTERÍSTICAS DE LA ACCIÓN
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO I
CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS
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DE LA ACCIÓN DE PETICIÓN DE HERENCIA
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DE LA ACCIÓN DE PETICIÓN DE HERENCIA
herederos, cada uno de ellos sólo obra por su propia cuenta, sin
representar a los demás, y la decisión dictada sólo para él o contra
él tiene efecto; lo mismo que si hay varios terceros que se com-
portan como sucesores universales, varios herederos aparentes,
la acción debe ser ejercitada contra cada uno de ellos individual-
mente” (ob. cit., t. 3º, vol. 2º, Nº 1015, pág. 212).
Sobre lo mismo Rébora escribe: “El demandado, entre tanto,
no podría oponer al heredero demandante la excepción plurium
cohaeredum, ni pretender, pues, que la acción entablada para excluirlo
fuese limitada por el demandante a una parte de la herencia…;
el demandante, probando que es heredero, prueba su derecho
a toda la sucesión; probando que su vocación es preferente a la
del demandado, prueba que su derecho debe sobreponerse al
derecho que éste invoque. En este sentido y en estas circunstan-
cias, la vocación a la universalidad es indivisible, y es igualmente
indivisible la acción” (ob. cit., t. 1, Nº 238, pág. 379).
El 26 de julio de 1952, la Corte Suprema sentó la siguien-
te doctrina: “No omite la decisión del asunto controvertido la
sentencia que se limita a dar lugar a la demanda de petición de
herencia en todas sus partes sin determinar la cuota o porción
que en la herencia se adjudica a la demandante, si la actora, en
su demanda, no sólo no ha precisado la extensión de su derecho,
sino que ha solicitado expresamente que se declare ‘que la res-
titución de los bienes hereditarios y de sus frutos, en la porción
que corresponde al demandante, debe hacerse en el juicio de
partición’ ” (Rev. de Der., t. 51, sec. 1ª, pág. 110). Otro fallo dijo:
“La circunstancia de haber cedido la actora una parte o cuota
de sus derechos hereditarios con anterioridad a la demanda, no
significa que si prueba su derecho a la herencia, deba darse lugar
a la acción de petición de la misma sólo por la parte o cuota no
cedida” (Rev. de Der., t. 62, sec. 1ª, pág. 321).
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DERECHO SUCESORIO
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1269 del Código Civil” (considerando 9º) (Rev. de Der., t. 49, sec.
1ª, pág. 338). En este caso se apoyaba el prescribiente en el título
de heredero putativo. En el mismo sentido y por igual razón la
sentencia de la Corte de Santiago de 24 de enero de 2008, autos
rol civil 70-2003. En sentencia de 19 de mayo de 2004, la Corte
de Santiago resolvió que “el plazo de prescripción de la acción es
de cinco años que ha de contarse desde que al heredero putativo
se le ha deferido la herencia, merced a un decreto judicial que
le servirá de justo título que en el caso es el auto de posesión
efectiva” (en Rev. de Der. U. de Concepción Nº 213, pág. 159, y el
comentario de Ramón Domínguez Á.).
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CAPÍTULO
DERECHO II
SUCESORIO
LEGITIMACIÓN ACTIVA
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DERECHO SUCESORIO
1071. Prueba que debe rendir el actor. Pesa sobre el sujeto activo la
carga de acreditar el derecho de propiedad de la herencia que
reclama. Los medios para cumplir con esta obligación procesal
dependerán del modo de adquirir que se haga valer. Ese modo
será generalmente la sucesión por causa de muerte (vid. Nº 83).
De ser así (art. 588), deberá acreditar, cualquiera sea el título
en que el modo de adquirir se apoye, el hecho jurídico de la
apertura de la sucesión. Se valdrá de los medios señalados (vid.
Nº 125).
Si el título es el llamamiento de la ley, acreditará que forma
parte del orden señalado por aquélla. Justificará el parentesco
que lo ligaba con el difunto. Para ello sirven los instrumentos
públicos indicados en el art. 305. Las partidas están revestidas
de una presunción de autenticidad, de identidad y de veracidad
(arts. 306, 307 y 308). Si el emplazado las impugna, corre con la
carga de la prueba de esas impugnaciones. Mientras tanto, las
partidas gozan de esas presunciones.
A falta de partidas, si el parentesco que se hace valer lo permite,
se podrá recurrir a los medios supletorios que indica el art. 309.
Ha resuelto la jurisprudencia que para asilarse en él no se precisa
acreditar, como cuestión previa, por qué faltan las partidas.
Lo que no necesita acreditar es el hecho negativo que no hay
otro u otros parientes más próximos al de cujus; mas si el emplazado
así lo sostiene, éste deberá correr con el peso de esa prueba. Si lo
demuestra, el actor quedará sin la acción de petición de herencia,
porque no era el sujeto activo de esa acción.
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DERECHO SUCESORIO
Pues bien, por el art. 2365 “Se presume que a aquel que está
designado como heredero en el certificado sucesorio le corres-
ponde el derecho hereditario indicado en dicho certificado y que
no está limitado por otras ordenaciones que las indicadas”. Como
dice Kipp, “El heredero debe probar por sí mismo su derecho
hereditario frente a todo adversario, cuantas veces le sea puesto
en duda. En Alemania se ha formado, sin embargo, un procedi-
miento mediante el cual el heredero obtiene un certificado judicial
sobre su derecho hereditario que sirve de base a la presunción del
derecho hereditario, mientras no se aduzca prueba en contrario,
y que goza de crédito análogo al del Registro inmobiliario, frente
a terceros de buena fe”. Añade: “El certificado de heredero del C.C.
ha de ser concedido tanto al heredero legal como a los herederos
llamados en fuerza de la voluntad del causante” (ob. cit., vol. 1º,
parágrafo 61, págs. 350 y 351). En la nota pertinente, Roca Sastre
dice: “En el régimen sucesorio español es desconocida la figura
del certificado de heredero, la cual es una particularidad del de-
recho alemán. Sin embargo en nuestro sistema el heredero ha de
proveerse también de una justificación documental a fin de poder
acreditar su condición de heredero, cuando ello le precise. Esta
justificación, según los casos, consistirá: En la sucesión intestada, en
el auto o sentencia de declaración de herederos intestados. En la
sucesión testamentaria, en el testamento, acompañado del certificado
de defunción del testador y del certificado del Registro general de
actos de última voluntad. A veces es necesario adjuntar un auto de
información para perpetua memoria o acta notarial de notoriedad
u otro documento adecuado, para acreditar determinadas circuns-
tancias” (pág. 351, de la obra citada anteriormente).
En el derecho francés, el art. 730 manda que “La prueba de la
calidad de heredero se hace por todos los medios” (inc. 1º) y así,
puede resultar de acta de notoriedad levantada por un notario
a petición de uno o varios causahabientes, de un testamento, de
un contrato matrimonial (art. 730-1) y se ha llegado a sostener
que funcionando adecuadamente ese sistema de prueba libre, no
sería apropiado adoptar el sistema alemán, que sería engorroso y
caro (así, Ph. Malaurie, ob. cit., Nº 285). Sin embargo, el sistema
adoptado en Chile que privilegia el decreto o la resolución de
posesión efectiva, ha funcionado sin inconvenientes, a pesar de
que la prueba pueda hacerse por otros medios.
En la sentencia de 7 de agosto de 1961 librada por la Corte
Suprema, se dice, en lo pertinente: “…dado que de los antece-
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DERECHO SUCESORIO
los fallos de 8 de enero de 1940, Rev. de Der., t. 37, sec. 1ª, pág.
527; y 4 de junio de 1958, Rev. de Der., t. 56, sec. 1ª, pág. 305; b)
y si el cedente no es heredero, porque el testamento en que se
le instituía fue anulado, la cesión carece de objeto y es ineficaz,
dice el fallo de 3 de noviembre de 1945, Rev. de Der., t. 43, sec. 1ª,
pág. 42” (Somarriva y Domínguez, ob. cit., Nº 297, pág. 225).
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CAPÍTULO III
LEGITIMACIÓN PASIVA
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DERECHO SUCESORIO
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DE LA ACCIÓN DE PETICIÓN DE HERENCIA
a ella que los actores, ora iguales derechos que los que exhiben
los demandantes” (Corte Concepción, 27 de agosto de 1971, Rev.
de Der., t. 68, sec. 1ª, pág. 52).
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO
DERECHO IV
SUCESORIO
Sección I
EFECTOS RESPECTO DE TODO OCUPANTE
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Sección II
OCUPANTE DE BUENA FE
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Sección II
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Sección III
OCUPANTE DE MALA FE
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Sección III
OCUPANTE DE MALA FE
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Sección IV
PRESTACIONES DEL SUJETO ACTIVO
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Sección IV
PRESTACIONES DEL SUJETO ACTIVO
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1103. Mejoras o expensas útiles. Son las que sin ser necesarias para
conservar la cosa han “aumentado el valor venal de la cosa” (art.
909, inciso 2º). Aumentan su provecho: instalación de agua co-
rriente en una finca, lo invertido en secar un pantano, etc.
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DE LA ACCIÓN DE PETICIÓN DE HERENCIA
1187
DERECHO SUCESORIO
demanda” (art. 909, inciso 1º). Pero esta regla no es tan absoluta,
porque el apartado 3º del precepto confiere un derecho al sujeto
activo: a) pago de lo que valgan las obras al tiempo de la restitu-
ción; b) o el pago de lo que en virtud de dichas mejoras valiere
más la cosa al tiempo citado. Por lo tanto, el abono señalado por
el apartado 1º, del art. 909, por el que le sigue queda sujeto a la
elección del sujeto activo.
En cuanto a las expensas invertidas en mejoras voluptuarias,
el poseedor de buena fe tiene los mismos derechos que el de
mala fe. No hay, por tanto, para qué insistir en lo dicho. Como
lo dispone el art. 911, “en cuanto a las mejoras voluptuarias, el
propietario no será obligado a pagarlas al poseedor de mala ni
de buena fe, que sólo tendrán con respecto a ellas el derecho
que por el artículo precedente se concede al poseedor de mala
fe respecto de las mejoras útiles” (art. 911, inciso 1º). Y de los
derechos del poseedor de mala fe, en el punto que se trata, ya se
ha expuesto lo pertinente.
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CAPÍTULO I
DEFINICIÓN. CONSTITUCIÓN
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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DERECHO SUCESORIO
jurídico hace del pago de las deudas del causante una operación
fundamental y previa a la adquisición del activo restante por
parte de los favorecidos” (Puig Ferriol, Luis, El albaceazgo, pág.
13, Bosch, Barcelona, 1967). Y se agrega, de acuerdo a otro doc-
trinador que “En Inglaterra, el ejecutor testamentario juega un
papel especialmente importante, puesto que el derecho inglés
no conoce la institución de heredero, sino únicamente legados”
(Kipp, ob. cit., vol. II, parágrafo 116, pág. 213) (vid. Jens, ob.
cit., págs. 336 y 337). Esto explica la novela de Morris West, Dios
salve su alma, en que el albacea Martin Gregory es el personaje
central, después del testador.
En el derecho francés, a partir de la reforma de 2006, el Código
define las funciones del ejecutor testamentario y el art. 1025, en su
nuevo texto señala que “El testador puede nombrar uno o varios
ejecutores testamentarios gozando de plena capacidad civil para
velar o proceder a la ejecución de sus voluntades” (inc. 1º), con el
concepto de ejecutor se amplía frente al de reducidas facultades
que se contenía en el Código originario (así, Ph. Malaurie, ob.
cit., Nº 506. Sobre el ejecutor testamentario en el derecho francés,
Fr. Letellier, L’exécution testamentaire, París, 2004).
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ponde al art. 16 Nº 7º, del tít. I, del Proyecto de los años 1841-
1845, cuando el ejecutor testamentario podía ser testamentario,
legítimo o dativo, según se ha recordado (vid. Nº 5º, 1º).
Venía en las Partidas que los ejecutores eran nombrados por
“los fazedores de los testamentos” (Part. 6ª, tít. 10, ley 1ª). Y esto
se explica muy sencillamente: se les denominaba “ejecutores
testamentarios”. Como lo expresa el art. 1270, son designados
para “hacer ejecutar las disposiciones” del testamento; y por el
“testador”.
Hay que concluir que el que no puede testar no podrá designar
albacea (art. 1005). Y el que tiene esa capacidad puede hacer la
designación, aunque más tarde la pierda.
En nuestro Derecho, nunca la autoridad judicial lo designa.
Podrá, sí, renovarlo (art. 1300).
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¿Qué sucede si los nombrados son dos o más y uno el incapaz? El tes-
tador puede designar varios ejecutores testamentarios. Así resulta
del art. 1281, en cuanto dispone que “siendo muchos los albaceas,
todos son solidariamente responsables”, salvo las excepciones
contempladas en la ley. Por ahora, interesa resolver lo que sucede
si uno de los designados es incapaz. No ha dado respuesta a esta
interrogante la ley; pero pensamos que los restantes no inhabili-
tados quedan en situación de actuar. En el Proyecto de los años
1841-1845, título XII, art. 6, inc. 2º, se decía: “Si uno o más de los
albaceas murieren o se inhabilitaren para el cumplimiento de su
encargo, i el testador no hubiere designado personas que hayan
de subrogársele, los restantes albaceas, encargados de la misma
ejecución solidaria, obrarán por sí, como si ellos solos hubieran
sido nombrados”.
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CAPÍTULO
DERECHO II
SUCESORIO
DE LA ACEPTACIÓN Y REPUDIACIÓN
DEL CARGO
Sección I
LA ACEPTACIÓN DEL CARGO
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DERECHO SUCESORIO
Sección II
DE LA REPUDIACIÓN AL CARGO
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DERECHO SUCESORIO
Sección II
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CAPÍTULO
DERECHO III
SUCESORIO
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sin variación alguna, por más visible que fuera su enorme des-
proporción” (consid. 9º, sent. 9 de enero de 1940, C. Suprema.
Rev. de Der., t. 42, sec. 1ª, pág. 226); b) “Que… los jueces…, al
determinar la recompensa que debía concedérsele al ejecutor
testamentario, se limitaron a hacer uso de la atribución que se
le confiere por el art. 1302, del Código Civil, en cuanto a que si
el testador no señalare la remuneración de que debe disfrutar el
albacea designado, les tocará regularla a ellos, no a una parte de
los herederos o legatarios, tomando en cuenta sólo el caudal y lo
más o menos laborioso del cargo” (consid. 6º); “Que la disposición
recordada ha tenido por objeto, indudablemente, poner corta-
pisa a la presión que, sobre las personas recién aludidas, puede
ejercitar el albacea, principalmente si se toma en consideración
el ascendiente que en ellas tiene, en vista de la misión que, a su
respecto, le confía la ley” (consid. 7º del mismo fallo anterior);
c) “Que el testamento de don J. B. T. fue mandado protocolizar
por autoridad competente, y la designación de albacea hecha
en ese instrumento constituyó un título legal para que don I. O.
entrase desde luego a ejercerlo, sin perjuicio de las acciones que
contra la validez del mismo testamento pudieran interponerse
por los interesados” (consid. 8º). “Que habiendo comparecido
don I. O. al juicio para defender la validez del testamento deman-
dado en su calidad de albacea, no ha infringido la sentencia la
disposición del art. 1295, del Código Civil, al considerar que sus
servicios deben ser remunerados, aun cuando lo resuelto haya
sido adverso a su defensa (el testamento fue anulado), puesto
que lo que se remunera es el trabajo hecho y no el resultado
del pleito” (consid. 9º sent. 4 de julio de 1907, en Rev. de Der.,
t. 4º, sec. 1ª, pág. 351). En suma, resolvió el fallo que, aunque
nulo el testamento que designa al albacea, éste tiene derecho
a remuneración, bien la señalada por el testador, bien la que
regule el juez, tomando en consideración el caudal y lo más o
menos laborioso del cargo.
La sentencia de la C. Suprema, de 16 de septiembre de 1935,
resolvió que los honorarios del albacea son unas de las deduccio-
nes admitidas por el art. 959, “para la determinación del monto
mismo de las asignaciones y que por ello deben figurar como
bajas generales, o sea, de orden anterior y previo a la operación
propiamente distributiva” (consid. 3º) (Rev. de Der., t. 32, sec. 1ª,
pág. 534). La Ley Nº 16.271, art. 4º, Nº 1º, considera los honorarios
del albacea como una baja general de los bienes relictos.
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CAPÍTULO IV
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DERECHO SUCESORIO
que las siguientes expresiones: “Y, de otro lado, han sido tantas
las opiniones dadas por la doctrina acerca del tema que un autor
(Bonfiglio) llegó a enumerar, ya en el año 1926, las siguientes
orientaciones y teorías: 1º) En primer lugar, y entre los sistemas
que consideraban al albaceazgo como un sucesor mortis causa,
cabía distinguir, en opinión de Bonfiglio, la teoría del fideico-
miso, la teoría de la fiducia y la teoría de la institución modal.
2º) Dentro de las direcciones fundadas en la idea de mandato se
podrían incluir la teoría del arbitraje, la del mandato y la que ve
en el albaceazgo un cuasicontrato. 3º) En tercer lugar, destacan
aquellas direcciones que fundan el albaceazgo en la idea de re-
presentación, sea representación de los herederos, representación
de la herencia o representación del testador. 4º) En un cuarto
grupo incluía Bonfiglio las teorías que basan la naturaleza del
albaceazgo en los conceptos de órgano y oficio, incluyendo aquí
las teorías del órgano, del oficio y de la tutela. 5º) Junto a estos
cuatro apartados no se puede ignorar, en fin, aquella dirección
doctrinal según la cual el albacea es una figura sui generis y con
sustantividad propia, característica y peculiar del Derecho Suce-
sorio” (López Vilas, trabajo citado, pág. 389).
En Francia, un autor sostiene que, de acuerdo a la ley de re-
forma de 2006, como tiene poderes propios, es un embrión de
una fiducia, un intermediario en la transmisión hereditaria (M.
Storck, Essai sur le mécanisme de la réprésentation dans la réalisation
des actes juridiques en droit français, París, 1982).
Se han citado fallos que ven en el albacea un mandatario (vid.
Nº 1151.3); o un representante de la sucesión (vid. Nº 1153.1); o
que es un cargo (vid. Nº 1154.1). Veamos algunas sentencias que
sostienen la tesis que el albaceazgo es una institución sui generis.
El 21 de diciembre de 1921, la C. Suprema expresó: “Que el al-
baceazgo, institución legal por la que el testador confiere a una
o más personas el encargo de hacer ejecutar sus disposiciones,
no puede ser equiparado al mandato para deducir de éste por
analogía las reglas que le conciernen, pues ellas se encuentran
claramente expresadas en el Título VIII, Libro III, del Código
Civil; y de modo tal, que ni aun el propio testador puede ampliar
las facultades del albacea ni eximirle de sus obligaciones, según
se hallan unas y otras definidas en ese título, como lo declara uno
de sus artículos; por lo que sólo a él debe recurrirse para conocer
los límites de dicha institución” (consid. 1º) (Rev. de Der., t. 21,
sec. 1ª, pág. 270). En forma más precisa, la C. de Santiago, el 28
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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CAPÍTULO
DERECHO V
SUCESORIO
1156. Fuente de las facultades del albacea. La ley determina las fa-
cultades de que dispone el ejecutor testamentario y encaminadas
a darle cumplimiento al encargo que le confió el testador (arts.
1270 y 1271). Es la ley, también, la que indica sus obligaciones.
En efecto, después de indicar el Código, en varios preceptos,
esas facultades y obligaciones (arts. 1285, 1286, 1288, etc.), el art.
1298 dice: “El testador no podrá ampliar las facultades del albacea,
ni exonerarle de sus obligaciones, según se hallan unas y otras
definidas en este título”. Acentuando lo dicho, por el art. 1301
“se prohíbe a el albacea llevar a efecto ninguna disposición del
testador en lo que fuere contraria a las leyes, so pena de nulidad,
y de considerársele culpable de dolo”.
Por consiguiente, la voluntad del testador queda limitada a
la designación del albacea. A lo más podrá restringir esas facul-
tades. Podrá, también, imponerle otras obligaciones, más allá
de las señaladas por el legislador; pero no “podrá ampliar las
facultades del albacea”.
Razón de ser del sistema anterior. El sistema del Código es una
protección al derecho de los herederos. Ya se dijo que el alba-
ceazgo limita las facultades de aquéllos (vid. Nº 1108). El albacea
resta poder a los herederos.
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO
DERECHO VI
SUCESORIO
FACULTADES
Sección I
FACULTADES CONSERVATORIAS
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DERECHO SUCESORIO
Sección II
FUNCIONES DE VIGILANCIA Y GARANTÍA
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Sección II
FUNCIONES DE VIGILANCIA Y GARANTÍA
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
1166. Albacea con tenencia de bienes. Dispone el art. 1296: “El tes-
tador podrá dar a el albacea la tenencia de cualquiera parte de
los bienes o de todos ellos” (inciso 1º). Tiene la administración
de los bienes cuya tenencia le ha concedido el testador.
Al decir el precepto que el testador le puede dar la tenencia,
afirma que el ejecutor es un tenedor de los bienes, uno más de lo
que señala el art. 714, inciso 1º: “Se llama mera tenencia la que se
ejerce sobre una cosa, no como dueño, sino en lugar o a nombre
del dueño”. No es el propietario de los bienes que administra. El
reconoce dominio ajeno. Tampoco es poseedor, porque ésta es la
“tenencia de una cosa determinada con ánimo de señor o dueño”
(art. 700). La posesión es de los herederos (art. 722).
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
1169. Caución del albacea con tenencia de bienes. El art. 1296 releva
de caución al albacea con tenencia de bienes. Pero el art. 1297
añade: “Los herederos, legatarios o fideicomisarios, en el caso de
justo temor sobre la seguridad de los bienes de que fuere tenedor
el albacea, y a que respectivamente tuvieren derecho actual o
eventual, podrán pedir que se le exijan las debidas seguridades”.
Es la misma caución que ha previsto el art. 1240: “Mientras no
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DERECHO SUCESORIO
1170. Especie de caución. Podrá ser una fianza, que toma el nombre
de judicial, porque el origen de ella es el decreto del juez que la
ordena. Esto, sin dejar de ser un contrato (art. 2335). Se enrola
en el art. 2336, inciso 2º. Puede ser sustituida por una prenda o
hipoteca (art. 2337, inciso 2º). En ella no se admite el beneficio
de orden o excusión (art. 2358, regla 4ª).
Una hipoteca se puede dar como caución; hipoteca que toma
el nombre de judicial, porque la obligación de rendirla emana
de la resolución judicial, al dar favorable acogida a la petición de
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1171. Albacea sin tenencia de bienes. Así como el ejecutor con tenen-
cia de bienes debe rendir caución, según se ha visto, el albacea
sin tenencia puede demandar esas cauciones a los obligados al
pago de los legados.
Como lo expresa el art. 1292: “Si no hubiere de hacerse inme-
diatamente el pago de especies legadas y se temiere fundadamente
que se pierdan o deterioren por negligencia de los obligados a
darlas, el albacea a quien incumba hacer cumplir los legados,
podrá exigirles caución”.
Para demandar la caución se debe tratar, con ella, de asegurar
el pago de los legados de especies o cuerpos ciertos. Además, que
el cumplimiento de esos legados no pueda hacerse de inmediato,
bien porque el plazo bajo el cual fueron efectuados está pendien-
te, bien porque la condición suspensiva de la que dependen su
existencia no se ha cumplido. A todo lo cual habrá que añadir que
el albacea que demanda la caución haya recibido del testador la
misión de velar por el pago de esas asignaciones a título particular.
No el albacea que debe cumplir con esos legados. Sólo el que
recibió del testador el encargo de obtener que sean satisfechos
esos legados, puede demandar la caución.
A lo dicho cabe agregar que puede demandar al albacea fi-
duciario para que preste caución, en la situación prevista por el
art. 1315 (vid. Nº 1245).
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DERECHO SUCESORIO
Sección III
FUNCIONES EJECUTIVAS
1176. Pago de las deudas hereditarias. Los arts. 1286, 1288 y 1289
tratan del pago de las obligaciones hereditarias por el ejecutor testamentario.
De estos preceptos parece desprenderse que un albacea no puede
realizar esos pagos, en esa calidad, si el testador no le ha dado ese
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DERECHO SUCESORIO
Sección III
FUNCIONES EJECUTIVAS
1176. Pago de las deudas hereditarias. Los arts. 1286, 1288 y 1289
tratan del pago de las obligaciones hereditarias por el ejecutor testamentario.
De estos preceptos parece desprenderse que un albacea no puede
realizar esos pagos, en esa calidad, si el testador no le ha dado ese
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1186. Facultad de los herederos. Por el inciso 2º del art. 1290 los
herederos, sin embargo, podrán hacer el pago de dichos legados
por sí mismos y “satisfacer a el albacea con las respectivas cartas
de pago”.
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DERECHO SUCESORIO
1187. Venta de bienes. Por el art. 1293, “con anuencia de los here-
deros presentes procederá (el albacea) a la venta de los muebles,
y subsidiariamente de los inmuebles, si no hubiera dinero sufi-
ciente para el pago de las deudas o de los legados; y podrán los
herederos oponerse a la venta, entregando a el albacea el dinero
que necesite al efecto”.
Para el pago de las deudas hereditarias, mencionadas en el
precepto, el albacea sin tenencia de bienes debe haber recibido
del testador el encargo de pagarlas. Sólo así podrá proceder a
la venta indicada en el artículo transcrito. Si no ha recibido el
encargo, no le corresponderá vender los bienes aludidos en el
art. 1293. Sólo se limitará a procurar que los herederos den sa-
tisfacción a los acreedores hereditarios.
Si es ejecutor con tenencia de bienes, también debe haber
recibido el encargo. Si no lo recibió, se presentará el problema
de si puede ser emplazado para satisfacer esas obligaciones (vid.
Nº 1181). Si se concluye afirmando que haya recibido o no el
encargo de pagar esas obligaciones está obligado a ello, el art.
1293 le es aplicable. Pero los doctrinadores que, como Claro Solar,
sostienen que el ejecutor testamentario, aun con tenencia de los
bienes relictos, debe pagar las deudas hereditarias si ha recibido
ese encargo del testador, concluyen afirmando que el art. 1293
no le es aplicable.
Expresa el autor citado: “Se trata, por lo tanto, del albacea
que ha recibido el encargo de pagar las deudas hereditarias. No
teniendo el encargo de pagar estas deudas, no le correspondería
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CAPÍTULO
DERECHO VII
SUCESORIO
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DERECHO SUCESORIO
Por el art. 709, inciso 2º, el Código Civil italiano tiene dis-
puesto que el ejecutor testamentario “está obligado, en caso de
culpa, al resarcimiento de los daños frente a los herederos y a los
legatarios”. Por el apartado 4º, “el testador no puede exonerar al
ejecutor testamentario de la obligación de rendir la cuenta o de
la responsabilidad de la gestión”.
Entre nosotros estos problemas no se dan. El Código ha pre-
visto, tal cual se termina de explicar, el grado de culpa de la cual
responde el albacea (art. 1299). De ella no lo puede exonerar el
testador (art. 1298). Lo que podría admitirse es que se haga al
albacea responsable hasta de la culpa levísima (art. 44, inciso 5º).
Se agravaría la responsabilidad del ejecutor testamentario, que
éste admite, al aceptar el cargo. Sería una situación semejante a
la del art. 1547, inciso 4º.
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
tado para derogar la ley, en esa parte (art. 1511). Los ejecutores
testamentarios son simplemente mancomunados: todos deben obrar
de consuno, pero su responsabilidad no es solidaria; b) Si él ha
dividido las atribuciones de cada ejecutor testamentario. Mas,
para que esta responsabilidad solidaria no exista, la ley impone
que cada albacea obre dentro de sus respectivas atribuciones (art.
1281, inc. 1º), y c) Cuando el juez haya procedido a la división
de esas atribuciones; división que el causante no había efectuado
(art. 1282). El juez obra por petición “de cualquiera de los alba-
ceas, o de cualquiera de los interesados en la sucesión” (herede-
ros, legatarios), y siempre que la división sea en beneficio de la
administración. Se trata de albaceas que deben administrar de
consuno y, por tanto, con tenencia de bienes.
No se debe confundir la división de las atribuciones prevista por
el testador, con la autorización para obrar separadamente, porque
ésta “no se entenderá que los exonera de su responsabilidad
solidaria” (art. 1283, inc. 3º).
Como resume un autor, “la responsabilidad será solidaria
cuando sean varios los albaceas con tenencia de bienes y hayan
entrado efectivamente en esa tenencia, salvo el caso que tengan
atribuciones divididas, ya sea porque el testador o el juez de la
testamentaria, a petición de cualquiera de los dichos albaceas o
de los interesados en la sucesión, haya dividido sus atribuciones
y cada uno se haya limitado a las que le incumbían” (Gatti, ob.
cit., Nº 290, pág. 346).
1205. Albaceas y herederos. Por el art. 1287, inciso 2º, los herederos
presentes que tengan la libre administración de sus bienes, tienen
las obligaciones que la ley pone de cargo de los albaceas, a saber:
dar noticias de la apertura de la sucesión (art. 1285); y exigir que
en la partición de los bienes se señale un lote o hijuela suficiente
para cubrir las deudas conocidas (art. 1286) (vid. Nº 1163).
Si los herederos no dan cumplimiento a esas obligaciones,
responderán de todo perjuicio que de ello pueda resultar a los
acreedores. De esta forma, se puede dar, separadamente, res-
ponsabilidad del albacea y de los herederos. Y lo que se dice de
éstos se aplica a los tutores o curadores, y al marido de la mujer
heredera, no separada de bienes (art. 1287, inc. 2º). Pero cada
uno responde por sus hechos.
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CAPÍTULO
DERECHO VIII
SUCESORIO
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
juzgada en materia civil”, tal cual dice el art. 179, Nº 3º, apartado
2º, del Código de Procedimiento Civil.
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO IX
DE LA RENDICIÓN DE CUENTAS
1215. Generalidades. Por el art. 1309: “El albacea, luego que cese
en el ejercicio de su cargo, dará cuenta de su administración,
justificándola.
No podrá el testador relevarle de esta obligación”.
Aplica el Código, para el albacea, lo que más adelante repi-
te para el mandatario: “dar cuenta de su administración” (art.
2155, inc. 1º). Aunque con otra terminología, es lo que ya había
ordenado a los guardadores el art. 415. En suma, sólo el dueño
no tiene que dar cuenta de cómo administra o ha administrado
sus bienes.
Es posible pensar que no es obligación del que termina en el
cargo la de rendir cuenta, dado que el art. 1309 se refiere a que
debe dar cuenta, que es tanto como informar. Emplea el legisla-
dor lo que ya venía por el art. 757 del Proyecto de Código Civil
español de 1851, que dice: “Los albaceas deben dar cuenta de su
cargo a los herederos” (inc. 1º). Mas no se trata simplemente de
informar: es una obligación la de rendir cuenta. La forma con
que se refiere a ello el art. 1309 no debe llevar a engaño.
Precisamente, García Goyena, comentando el sobredicho
art. 757, a la letra escribió: “Todo mandatario ó administrador
tiene obligación de dar cuentas, y nunca puede dispensarse la
de las futuras, porque sería invitar ó dar ocasión á pecar; y por lo
mismo será nula también la dispensa de hacer inventario” (ob.
cit., t. 2º, pág. 161).
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DERECHO SUCESORIO
3ª, i en los arts. 1709, 1711 i 2520 del Código Civil, se declara que
ha lugar a la demanda i que en consecuencia don A. A., como
representante de su mujer (heredera única del albacea, que no
rindió las cuentas), en el plazo de diez días debe rendir cuentas
de la administración del cargo de albacea de don X. X., que lo
ejerció” (Gac., 1884, sent. Nº 3284, pág. 2179).
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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DERECHO SUCESORIO
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
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CAPÍTULO
DERECHO X
SUCESORIO
Sección I
CONCEPTO Y REQUISITOS DEL ALBACEAZGO
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Esto por así pedirlo la regla segunda del art. 1312. Tendrá que
aceptar ambos cargos, sujetándose a lo que pide el Código para
cada especie de albaceazgo.
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Sección II
ACEPTACIÓN DEL CARGO
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DE LOS EJECUTORES TESTAMENTARIOS
1244. Sanción. Tiene dispuesto el art. 1314, inc. 4º, que “Si el
albacea fiduciario se negare a prestar el juramento a que es obli-
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DERECHO SUCESORIO
Sección III
RESPONSABILIDAD DEL ALBACEA FIDUCIARIO
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DERECHO SUCESORIO
Sección III
RESPONSABILIDAD DEL ALBACEA FIDUCIARIO
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DERECHO SUCESORIO
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CAPÍTULO I
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DERECHO SUCESORIO
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PAGO DE LAS DEUDAS HEREDITARIAS Y DIVISIÓN DE CRÉDITOS
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DERECHO SUCESORIO
lador esta materia al Libro II, Tít. VIII, al tratar “De los bienes, y
de su dominio, posesión, uso y goce”.
En otros términos, como un derecho de propiedad sujeto a
ciertas limitaciones; pero, tal cual se ha expresado, poco se ocupa
de estas asignaciones testamentarias, si bien por el art. 735 tiene
dispuesto el Código que los fideicomisos se pueden constituir por
acto testamentario, como que antes –art. 734– tenía dicho que
la cosa constituida en fideicomiso debe ser “la totalidad de una
herencia o una cuota determinada de ella”. Y cuando ése es el
objeto del fideicomiso, de la propiedad fiduciaria, se está frente
a una asignación testamentaria a título universal (art. 951).
La institución de heredero fiduciario, al igual que la del fidei-
comisario, es condicional: si aquél contrae nuevo matrimonio;
si fallece sin descendencia legítima, etc. Cumplida la condición,
pasa el objeto de la asignación al fideicomisario. Mientras tanto,
por imperio del art. 1372, para la división y pago de las deudas
hereditarias, se les considera, frente a los restantes coherederos
y a los acreedores hereditarios, como una sola persona. Como lo
dice el precepto, “el propietario fiduciario y el fideicomisario se
considerarán en todo caso como una sola persona respecto de
los demás asignatarios para la distribución de las deudas y cargas
hereditarias y testamentarias, y la división de las deudas y cargas
se hará entre los dos del modo siguiente: El fiduciario sufrirá
dichas cargas con calidad de que a su tiempo se las reintegre al
fideicomisario sin interés alguno.
Si las cargas fueren periódicas, las sufrirá el fiduciario sin
derecho a indemnización alguna.
De esta disposición desprendemos: a) Para la aplicación del
art. 1354, heredero fiduciario y heredero fideicomisario se consi-
deran una sola persona, como un solo heredero; b) Una vez que
se determina la cuota en la deuda hereditaria de cargo de esta
“persona”, paga el fiduciario; c) Éste tiene derecho al reintegro,
sin interés, cuando tenga lugar la restitución (art. 733, inc. 4º),
y d) Si las cargas que debe cubrir esta “persona” son periódicas,
paga el fiduciario, como en la situación precedente, sin derecho a
reintegro. Esto porque es quien está gozando de la asignación.
Si bien de los términos del art. 1356 no se puede dudar que
hay un heredero fiduciario y un heredero fideicomisario, éste si
llega a tener lugar la restitución, la verdad es que el principio
semel heres semper heres impide que se vea en el fideicomisario un
heredero. Realmente, el fiduciario es el heredero. El fideicomi-
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El art. 1221 del C. Civil prevé este caso y decide que el heredero
así designado podrá ser demandado por el total, salvo recurso
contra sus coherederos (art. 1221, 4º e in fine). Esta disposición
es imperativa. El de cujus no puede por un convenio realizado
con un tercero privar al heredero de su recurso, ya que imponer
exclusivamente a uno de los herederos la totalidad de la deuda
equivale a disponer de las porciones de los demás en esa misma
deuda y constituir un pacto sobre sucesión futura, que como tal
es nulo (art. 1130 C. Civil). Además, cuando se impone a uno
solo de los herederos la carga de pagar una deuda, el difunto no
priva al acreedor de la acción que el derecho común le concede
contra los demás en cuanto a su porción hereditaria” (en Planiol
y Ripert, ob. cit., t. IV, Nº 378, pág. 434).
Razonando bajo el derogado Código Civil italiano, Polacco
argumentaba así: “4º. Otro tanto, según el art. 1205, vale cuando
uno solo de los herederos esté, en virtud del título, encargado de la
obligación; y aquí entiendo por título, no el testamento del causante,
sino el acto estipulado por él con su acreedor y del cual resulta la
deuda. Él se había obligado por sí y por Ticio, otro de los futuros
herederos suyos, que pagaría indivisiblemente (cláusula ésta no
válida en derecho romano), lo que puede haber hecho por deseo
de aquel acreedor de no sufrir un día el fraccionamiento de su
derecho de crédito entre los varios herederos del deudor, sino
de poderse dirigir por entero a aquel de ellos que él consideraba
que podía ser más sólido” (ob. cit., t. 2º, págs. 230 y 431, 2ª edi-
ción). Por su parte, dice Giorgi, “el acreedor, cuando acepta en
el contrato que uno solo de los herederos sea encargado de la
deuda, renuncia a obrar contra los otros; y no sabemos con qué
valor algunos escritores niegan esta verdad de fácil evidencia”
(ob. cit., vol. VI, págs. 463 y 464).
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PAGO DE LAS DEUDAS HEREDITARIAS Y DIVISIÓN DE CRÉDITOS
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CAPÍTULO II
PAGO DE LAS DEUDAS HEREDITARIAS Y DIVISIÓN DE CRÉDITOS
1264. Planteo del problema. Basta revisar los preceptos legales que
tocan la interrogante anterior, para hacer aparecer de inmediato
la controversia.
Hay preceptos que determinan que los créditos dejados por
el difunto se dividen ipso jure entre los coherederos, lo que, por
lo demás, parecería ser natural y obvio. La indivisión se concibe
cuando el bien relicto, por su naturaleza, no admite una división
inmediata; pero tratándose de una suma de dinero, basta una ope-
ración aritmética para que se obtenga de inmediato el resultado.
No es de extrañar que el art. 1526, Nº 4º, inc. 3º, tenga dispuesto
que “los herederos del acreedor (de una obligación divisible),
si no entablan conjuntamente su acción, no podrán exigir el
pago de la deuda, sino a prorrata de sus cuotas”. Por tanto, cada
heredero puede, a la vista de este precepto, al día siguiente de
la aceptación, demandar el pago de su cuota en la acreencia al
deudor que tenía el causante, si otros motivos no lo impiden.
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DERECHO SUCESORIO
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1350
BIBLIOGRAFÍA
OBRAS GENERALES
1351
BIBLIOGRAFÍA
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WINDSCHEID, B. Diritto delle pandette. Versión italiana de Fadda y Bensa. 2ª
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OBRAS ESPECIALES
1355
BIBLIOGRAFÍA
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BIBLIOGRAFÍA
1357
BIBLIOGRAFÍA
1358
BIBLIOGRAFÍA
1359
BIBLIOGRAFÍA
1360
BIBLIOGRAFÍA
1361
BIBLIOGRAFÍA
1362
BIBLIOGRAFÍA
ESTUDIOS Y ARTÍCULOS1
1
Se señalan únicamente los principales estudios y artículos citados.
1363
BIBLIOGRAFÍA
1364
BIBLIOGRAFÍA
1365
BIBLIOGRAFÍA
1366
BIBLIOGRAFÍA
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