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JUDAS ISCARIOTE: EL HOMBRE MÁS JUZGADO

Rosa Amor del Olmo

El discípulo que traicionó a su Divino Maestro. El nombre Judas (Ioudas) es la forma griega
de Judá (en hebreo “alabado”), un nombre propio que se encuentra frecuentemente tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Incluso entre los Doce había dos que llevaban
el nombre, y por esta razón está habitualmente asociado con el sobrenombre Iscariote [en
hebreo, “de Kerioth” o Carioth, que es una ciudad de Judea (cf. Josué 15, 25)]. No puede
caber duda de que esta es la interpretación correcta del nombre, aunque el verdadero
origen está oscurecido por la ortografía griega, y, como podía esperarse, se han sugerido
otros orígenes (vg.:de Isacar).
Se nos cuenta muy poco en el Texto Sagrado respecto a la historia de Judas Iscariote más
allá de los hechos desnudos de su llamamiento al Apostolado, su traición, y su muerte. Su
lugar de nacimiento, como hemos visto, se indica en su nombre Iscariote, y puede señalarse
que su origen le separa de los demás Apóstoles, que eran todos galileos. Pues Kerioth es
una ciudad de Judea. Se ha sugerido que este hecho puede haber tenido alguna influencia
en su carrera, al provocar falta de simpatía con sus hermanos en el Apostolado. No se nos
dice nada respecto a las circunstancias de su llamada o su participación en el ministerio y
milagros de los Apóstoles. Y es significativo que nunca se le menciona sin alguna referencia
a su gran traición. Así en la lista de los Apóstoles dada en los Evangelios Sinópticos, leemos:
“y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó” (Mateo 10:4. Cf. Marcos 3:19; Lucas 6:16).
Así de nuevo en el Evangelio de San Juan el nombre se presenta de nuevo en conexión con
el anuncio de la traición: “Jesús les respondió: ¿No os he elegido yo a vosotros los doce? Y
uno de vosotros es un diablo” (Juan 6: 70-71).
¿Por qué Jesús escogió a Judas?
En este sentido sería necesario recordar dos ideas que la tradición ha recogido siempre:
La primera es que Jesús respeta nuestra libertad. ¿Es cierto que Jesús sabe cómo cada
persona utilizará su libertad? ¿Es esa una libertad real? La segunda es que Jesús nos da la
gracia y espera que tengamos la disponibilidad para arrepentirnos y para convertirnos, Él
es rico en misericordia y perdón, -dice la tradición-.
Pero, ¿qué motivos podría tener Judas para actuar de esa manera? ¿qué le llevó a esas
acciones?, y utilizando el vocablo de la tradición, ¿por qué traicionó a Jesús? Según
Benedicto XVI, “es un error pensar que el gran privilegio de vivir en compañía de Jesús es
suficiente para que una persona sea santa”. Hace falta responder a la gracia.
La decisión de Judas ha suscitado a lo largo de la Historia varias hipótesis, que aquí
recogemos. Algunos recurren a la avidez por el dinero; Judas sería un avaricioso. En este
pasaje San Juan añade una particular adición al mencionar el nombre del padre del Apóstol
traidor, que no se recoge por los otros Evangelistas. Y es él de nuevo quien nos dice que
Judas llevaba la bolsa. Pues, tras describir la unción de los pies de Cristo por María en la
fiesta en Betania, el Evangelista continua: Dice Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que
le había de entregar: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y
se ha dado a los pobres?’ No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era
ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella (Juan 12, 4-6).

Este hecho de que Judas llevaba la bolsa es de nuevo referido por el mismo Evangelista en
su relato de la Última Cena (13, 29). Los Evangelios Sinópticos no reseñan este cargo de
Judas, ni dicen que fuera él quien protestó del supuesto derroche de ungüento. Pero es
significativo que tanto en Mateo como en Marcos el relato de la unción está seguido
inmediatamente por el relato de la traición: “Entonces uno de los Doce, llamado Judas
Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo
entregaré?” (Mateo, 26, 14-15); “Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde
los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle
dinero” (Marcos, 14 .10-11). Se observará que en ambos relatos Judas toma la iniciativa: no
es tentado o seducido por los sacerdotes, sino que se acerca a ellos por su propia decisión.
Lucas cuenta la misma historia, pero añade otro matiz al atribuir el hecho a la instigación
de Satanás: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los
Doce; y fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de
entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. Él aceptó y andaba
buscando una oportunidad para entregarlo sin que la gente lo advirtiera”. (Lucas 22: 3-6).

Una cuestión mesiánica: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba
en el programa de liberación político-militar de su propio país. Según esta teoría, Judas
habría creído que el arresto de Jesús le forzaría a defenderse y encabezar la rebelión armada
para liberar a su pueblo. Entonces, al ver que Jesús se entrega mansamente, provoca en
Judas una desesperación que no puede controlar. Se desespera y en cierto modo es lógico
porque el pueblo judío en este momento estaba pasando uno de los momentos más
conflictivos y delicados políticamente. Jesús podía haber liderado realmente una revolución
social del pueblo judío que no era otro que el pueblo elegido por el Padre. Iscariote había
cambiado el orden establecido también en la ley judía, la cual en ese momento tenía que
cambiar pues estaba sometida y corrompida ante el dios romano, Jesús lo sabía y con el
establecimiento del nuevo Evangelio se enemistaba principalmente con los de su pueblo,
con los judíos, más que con los romanos. Las prédicas de Jesús estaban produciendo
inquietud en el orden social de Israel se refiere, fundamentalmente, al orden social religioso
judío, al Sumo sacerdote, su Consejo y los magistrados. El otro orden social, el romano –
Judea era territorio de ocupación romano- no se debió ver alterado por el ministerio público
de Jesús. No obstante, el Consejo del Sanedrín se esforzó en presentar a Jesús como
“enemigo público” de los romanos, y conducirle, en su detención, a la jurisdicción del
gobernador romano, Poncio Pilatos, con lo cual pretendían eludir la propia y única
responsabilidad de las autoridades religiosas como únicos responsables de la detención y
ejecución de Jesús.
Roto el orden, con su poder celestial podía renacer de nuevo el pueblo y establecer un
nuevo orden social. Asumiendo su destrucción, dejándose vencer, solo facilitaba la victoria
de unos vencedores que someterían la verdad y la libertad. Esto era muy difícil de asumir
para un ser humano, débil, imperfecto, con poca evolución. Lo que sabemos con certeza es
que, detrás de las decisiones de Judas está la tentación del maligno: «El diablo había puesto
en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle» (Juan 13: 2). Del
mismo modo, Lucas escribe: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número
de los doce» (Lucas 22: 3). No es casual que el número de los discípulos de Jesús fuera doce,
pues doce era el número de las tribus de Israel y de esta forma volvía a cumplirse la
predicción bíblica: Instituyó doce, para que estuvieran con él, y para enviarles a predicar
con poder de expulsar a los demonios, Marcos 3:16. En todo caso, la traición de Judas sigue
siendo un misterio. Jesús le trató como a un amigo (Mateo 26: 50), pero en sus invitaciones
a seguirle por el camino de las bienaventuranzas no forzaba su voluntad, ni le impedía caer
en las tentaciones de Satanás, dejaba su libre albedrío, respetando así la libertad humana.
“No nos corresponde juzgarlo, sino cuidarnos para no caer en lo mismo que él”
Según, Benedicto XVI: “A nosotros no nos corresponde juzgar su gesto, poniéndonos en
lugar de Dios, quien es infinitamente misericordioso y justo. Si bien en la Iglesia (católica)
no faltan cristianos indignos y traidores, será Jesús quien los juzgue. A cada uno de nosotros
nos corresponde contrabalancear el mal con nuestra entrega a Jesucristo.” Así como hay
hombres y mujeres que con su testimonio denigran a la Iglesia, también es cierto que hay
muchísimos católicos que viven su vida imitando a Cristo, nuestro fundador. En estos duros
tiempos es cuando más conviene vivir con intensidad nuestra fe, sustentado en Cristo Jesús
y siempre con la esperanza de que el amor de Dios perdure para siempre. [1]
La traición era conocida por Cristo. Del mismo modo San Juan hace hincapié en la instigación
del espíritu maligno: “cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, el hijo de Simón,
el propósito de entregarle” (13: 2). El mismo Evangelista, como hemos visto, nos da una
temprana insinuación del previo conocimiento de Cristo de la traición (Juan 6: 70-71), y en
el mismo capítulo dice expresamente: “Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran
los que no creían y quién era el que le iba a entregar” (6: 64). Pero coincide con los
Sinópticos al registrar una predicción más explícita de la traición en la Última Cena: “Cuando
dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior y declaró: Yo os aseguro que uno de
vosotros me entregará” (Juan 13, 21), Y cuando el propio Juan, a petición de Pedro,
preguntó quién era éste, “le responde Jesús: Es aquel a quien dé el bocado que voy a
mojar.[2] Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y
entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto.
Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa,
algunos pensaban que Jesús quería decirle: Compra lo que nos hace falta para la fiesta, o
que le mandaba dar algo a los pobres” (13: 26-29). Estos últimos detalles sobre las palabras
de Jesús y la natural conjetura de los discípulos, sólo se dan por Juan. Pero la predicción y
la pregunta de los discípulos se recogen por todos los Sinópticos (Mateo:26; Marcos :14;
Lucas:22). San Mateo añade que el propio Judas preguntó, “¿Soy yo, maestro?” y fue
respondido “Tú lo has dicho”. ¿Por qué Juan, el que más menciona el nombre de Judas en
su Evangelio, y el que lo hace siempre con evidente “saña”, no oyó ese “tú lo has dicho” que
oyó Mateo? Juan es el único que hace acusaciones directas contra Judas, en una ocasión
llamándole ladrón y en otra asegurando que Jesús señaló ante él al Iscariote como traidor;
Juan, en cambio, no oyó el “tú lo has dicho”. Antes de entrar en la versión de la cena que se
da en el Evangelio de Juan debemos convenir en que Mateo no testifica correctamente. De
haber sido así –cualquiera podría concluir en lo mismo- otro hubiera sido el curso de los
acontecimientos, pues probablemente Judas no habría podido salir de la cena indemne, por
sí solo, como lo hizo, y además cumpliendo una orden de Jesús. Si en el corazón de Judas
había tal propósito, ¿por qué no es él sólo quien pregunta si a él le tocará el triste papel de
traidor; ¿por qué lo preguntan todos, dato en el que están de acuerdo Mateo, Marcos y
Lucas? Además, esa es una opinión de Juan, no un relato de los hechos.
Juan Bosch, [3] destaca algunas contradicciones en el apóstol Juan que reseñamos aquí. Para
este estudioso lo que Jesús temía era que alguno de sus discípulos se prestara a testimoniar
contra él para poder juzgarlo. [4] Si Jesús no llega a admitir en presencia de sus jueces que
es el Hijo de Dios, no habrían podido condenarle. Los propios jueces lo dicen: “¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos?”. En una ciudad de pulso eminentemente religioso como
Jerusalén no era posible guardar secreto sobre las gestiones para buscar testigos, y mucho
menos si en el seno del Sanhedrín había, como parece ser el caso, amigos del perseguido.
[5]
Los discípulos lo sabían, pues si no, ¿de dónde aparecería en dos evangelios la noticia
concreta de que, en pos de testimonios contra Jesús, el Sanhedrín dio al fin con testigos? Y
sin lo sabían los discípulos, necesariamente debía saberlo también Jesús. Así, pues, lo que
evidentemente agobia a Jesús en la cena es la sospecha de que uno de los suyos pueda
servir a sus enemigos para ejecutar sus propósitos. Este testigo no fue Judas. Más he aquí
que ahora aparece Juan en la escena para afirmar que Jesús le dijo a él, y solo a él, que Judas
sería el traidor. Hasta el momento en que Juan rinde esta acusación, nadie sabe, excepto él
y Jesús –o Jesús y él, para ser correctos-, que Judas, el guardador de dineros comunes, el
único extranjero entre los discípulos, va a traicionar. Puesto que ésta es la sola vez que se
dice antes de la aprehensión que Judas va a ser traidor, estamos en el deber de estudiar –
afirma Bosch- con esmero las palabras de Juan y sus contradicciones. Para Bosch si en
apóstol Juan había dicho que poco antes que “y comenzada la cena, como el diablo hubiese
ya puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle”.
Ahora, sin embargo, después en la cena dice que “después del bocado, en el mismo instante
entró Satanás”. De manera que si nos atenemos a la narración primera Judas fue a la cena
habiendo ya cometido la traición; si nos atenemos a lo segundo, quedó tentado del diablo
después del bocado mojado que le pasaba el Hijo de David. Juan había afirmado días atrás
y durante la cena de Betania –la ´más histórica de todas ellas- que Judas era ladrón. Pero es
el mismo Juan quien nos informa que Judas es todavía, en el momento en que Jesús está
señalándole ante Juan como traidor, guardián de los dineros de todos. Si era ladrón antes –
expresa Bosch- ¿cómo resulta tesorero aún en esta hora final de su maestro? Si los
discípulos entendieron que el “lo que has de hacer, hazlo pronto”, quería decir que fuera a
comprar lo que hiciera falta para la fiesta o que diese algo a los pobres, es porque a juicio
de ellos Judas administraba los fondos honestamente, que sino, no se le autorizaría a
comprar o a donar a su antojo. Salvo que a toda la congregación no le importase que sus
fondos los manejase un degenerado lo que no parece lógico.
Lo que ni Juan ni persona puede explicar –explica en su libro Juan Bosch- es que tras la frase
de “ninguno de los que estaban en la mesa conoció a qué propósito decía aquello” y que él
sí lo supiera y se callara, que guardara ese secreto ante todo el mundo. Es extraño que Juan
se quedara sin transmitirle esa extraordinaria nueva a Pedro. No se explica en dos amigos
de tan estrecho grado; [6] ni se explica conociendo el carácter de Pedro, que éste no le
preguntara después a Juan quién era el señalado por su maestro. Es evidente que Juan no
se lo dijo, pus que Janás habló con Pedro de ello; no lo mencionó cuando se refirió a Judas,
poco después de muerto Jesús, a la hora de reemplazar con otro apóstol al discípulo de
Kerioth; no lo contó ante Marcos, ya que de haberlo hecho este Evangelista hubiera dejado
constancia de ello. No se lo dijo, en fin, porque de haberlo sabido Pedro, es a Judas a quien
hubiera cortado la oreja, pocas horas después y no a Malco, el siervo de Caifás.
De acuerdo con Juan, antes de comenzar a comer Jesús lava los pies de sus discípulos; pero
inmediatamente después del lavatorio dice: “En verdad, en verdad os digo que uno de
vosotros me entregará”. En ese momento cuando Juan, a petición de Pedro, le pregunta
quién habrá de entregarle; Jesús le susurra que aquel a quien diere el bocado mojado; se lo
da a Judas y le ordena: “Lo que has de hacer, hazlo pronto. Judas, tomando el bocado, se
salió luego: era de noche.” Por este testimonio de Juan estamos en capacidad de afirmar
que Judas salió de la sala antes de que allí se produjera la despedida de Jesús, el anuncio de
que Pedro le negaría tres veces, las numerosas preguntas de los discípulos. Entre la salida
de Judas y el momento en que todos se levantan de la mesa para dirigirse a Gethsemaní, ha
transcurrido tiempo bastante para que Juan dé a sus compañeros la sorprendente noticia.
No lo hace. Judas se ha ido de la cena; esa misma noche deberá resultar confirmada la
angustia de Jesús. El traidor va a actuar dentro de poco. Y sólo Juan sabe quién va a vender
a su maestro. Pero no lo dice. ¿Por qué? –se pregunta Bosch- ¿Es ese silencio digno de “el
amado de Jesús”, del “hijo del trueno”, del amigo de Anás? ¿O es que, de verdad, nunca
oyó él de labios de su maestro esa frase: “Aquel a quien yo mojare y diere un bocado”, tan
parecida a la de Mateo y Marcos: El que conmigo mete la mano en el plato, ése me
entregará
Como sea, los cuatro Evangelistas concuerdan respecto a los hechos de la traición que
siguieron tan de cerca a esta predicción, y cuentan cómo el traidor vino con una multitud o
banda de soldados de los sumos sacerdotes, y los llevó al lugar donde sabía que encontraría
a Jesús con sus fieles discípulos (Mateo: 26, 47; Marcos: 14, 43; Lucas:22, 47; Juan:18, 3).
Pero algunos tienen detalles que no se encuentran en los demás relatos. Que el traidor dio
un beso como señal, se menciona en todos los Sinópticos, pero no por Juan porque es de
suponer que no hacía falta pues Jesús en aquel entonces sería perfectamente reconocible,
a su vez es el único en contarnos que los que venían a prender a Jesús cayeron de espaldas
al suelo cuando Él respondió “Yo soy”. También, Marcos cuenta que Judas dijo “Rabbí”
antes de besar a su Maestro; pero no da ninguna respuesta. Mateo, tras registrar esta
palabra y el beso del traidor, añade “Jesús le dijo: Amigo, ¡a lo que estás aquí!” (26, 50).
Lucas (22, 48) da las palabras: “¡Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre!”.
Mateo es el único Evangelista en mencionar la cantidad pagada por los sumos sacerdotes
como precio de la traición, y de acuerdo con su costumbre observa que con ello se ha
cumplido una profecía del Antiguo Testamento (Mateo 26, 15; 27, 5-10). En este último
pasaje cuenta el arrepentimiento y suicidio del traidor, sobre el que callan los demás
Evangelios, aunque tenemos otro relato de estos acontecimientos en el discurso de San
Pedro: “Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por
boca de David, había hablado ya acerca de Judas, que fue el guía de los que prendieron a
Jesús. Él era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. Éste, pues, habiendo
comprado un campo con el precio de su iniquidad, cayó de cabeza, se reventó por medio y
se derramaron todas sus entrañas. Y la cosa llegó a conocimiento de todos los habitantes
de Jerusalén de forma que el campo se llamó Haceldama, es decir, campo de sangre. Pues
en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien habite en
ella. Y también: Que otro reciba su cargo” (Hechos1:16-20. Cf. Salmos 68: 26; 108:8).
Algunos críticos modernos hacen gran hincapié en las aparentes discrepancias entre este
pasaje de los Hechos y el relato dado por Mateo. Pues las palabras de San Pedro tomadas
en sí mismas parecen implicar que el propio Judas compró el campo con el precio de su
iniquidad, y que fue llamado “campo de sangre” por su muerte. Pero San Mateo, por otro
lado, dice: “Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue
acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Pequé entregando sangre inocente. Ellos dijeron: A
nosotros, ¿qué? Allá tú. Entonces él tiró las monedas en el Santuario, se retiró y fue y se
ahorcó.”
Tras esto el Evangelista continúa contando cómo los sacerdotes, con escrúpulos de echar
las monedas en el tesoro de las ofrendas porque eran precio de sangre, las gastaron en
comprar el campo del alfarero para sepultura de forasteros, el cual por esta causa fue
llamado campo de sangre. Y en esto Mateo ve el cumplimiento de la profecía atribuida a
Jeremías (pero que se encuentra en Zacarías 11:12-13): “Y tomaron las treinta monedas de
plata, cantidad en la que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y
las dieron por el campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor” (Mateo 27:9-10).
Pero la tradición es unánime, no parece haber gran dificultad en reconciliar los dos relatos.
Pues el campo, comprado con el precio rechazado de su traición, puede bien ser descrito
como indirectamente comprado o poseído por Judas, aunque no lo comprara él mismo. Y
las palabras de San Pedro sobre el nombre Haceldama pueden referirse a la “recompensa
de iniquidad” tanto como a la muerte violenta del traidor. Dificultades similares surgen
respecto de las discrepancias de detalle descubiertas en los diversos relatos de la propia
traición. Pero se descubrirá que, sin violentar el texto, las narraciones de los cuatro
Evangelistas pueden armonizarse, aunque en algún caso queden algunos puntos oscuros o
dudosos.
Se discute, según la tradición, por ejemplo, si Judas estuvo presente en la institución de la
Sagrada Eucaristía y comulgó con los demás Apóstoles. Pero el peso de la autoridad está a
favor de la respuesta afirmativa. También ha habido alguna diferencia de opinión respecto
al momento de la traición. Algunos consideran que fue decidida repentinamente por Judas
tras la unción en Betania, mientras que otros suponen una negociación más prolongada con
los sumos sacerdotes. Pero estos interrogantes y dificultades textuales se borran en la
insignificancia al lado del gran problema moral que plantea la caída y traición de Judas. En
su sentido más auténtico, todo pecado es un misterio. Y la dificultad es mayor cuanto mayor
es la culpa, más pequeño el motivo de obrar mal, y mayor la medida del conocimiento y
gracias otorgados al ofensor. De todos modos, la traición de Judas parecería ser el más
misterioso e ininteligible de los pecados. Pues, ¿cómo alguien elegido como discípulo,
disfrutando de la gracia del Apostolado y del privilegio de la amistad íntima con el Divino
Maestro, podría ser tentado a tan gran ingratitud por un precio tan insignificante?
Y la dificultad es mayor cuando se recuerda que el Maestro tan inmotivadamente
traicionado no era duro ni severo, sino un Señor de amable bondad y compasión. Visto bajo
cualquier perspectiva el crimen es tan increíble, tanto en sí mismo como en sus
circunstancias, que no es ninguna maravilla que se hayan hecho muchos intentos de dar
una explicación inteligible de su origen y motivos, y, desde los extravagantes sueños de los
herejes antiguos a las audaces especulaciones de los críticos modernos, que el problema
planteado por Judas y su traición haya sido objeto de extrañas y asombrosas teorías. Como
un traidor suscita naturalmente un odio particularmente violento, especialmente entre los
devotos a la causa o persona traicionada, sería natural que los cristianos consideraran a
Judas con aversión, y, si fuera posible, lo pintaran más negro de lo que fue no atribuyéndole
ninguna buena cualidad en absoluto. Esta sería una opinión extrema, que, en cierto modo,
disminuye la dificultad. Pues si se supusiera que él nunca creyó realmente, si fue un falso
discípulo desde el principio, o, como el Evangelio apócrifo Árabe de la Infancia dice, estuvo
poseído por Satanás incluso en su niñez, no habría caído bajo la influencia de Cristo o
disfrutado de la iluminación y dones espirituales del Apostolado.
En el extremo opuesto está la extraña opinión sostenida por la antigua secta gnóstica
conocida como los Cainitas, descrita por San Ireneo (Adv. Haer., I, c. ult.), y más
completamente por Tertuliano (Praesc. Haeretic., XIVII), y San Epifanio (Haeres., XXXVIII).
Algunos de estos herejes, cuya opinión ha sido revivida por algunos autores modernos en
forma más plausible, mantenían que Judas estaba en realidad inspirado, y actuó como lo
hizo para que la humanidad pudiera ser redimida por la muerte de Cristo. Por esta razón lo
consideran digno de gratitud y veneración. En la versión moderna de esta teoría se sugiere
que Judas, que en común con los demás discípulos esperaba un reino temporal del Mesías,
no previó la muerte de Cristo, sino que deseaba precipitar una crisis y apresurar la hora de
su triunfo, pensando que su detención provocaría un alzamiento del pueblo que lo pondría
en libertad y lo colocaría en el trono. En apoyo de esto señalan el hecho de que, cuando
descubrió que Cristo era condenado y entregado a los romanos, inmediatamente se
arrepintió de lo que había hecho. Pero, como señala Strauss, [7] este arrepentimiento no
prueba que el resultado no hubiera sido previsto. Pues los asesinos, que han matado a sus
víctimas con deliberado designio, se ven a menudo impulsados al remordimiento cuando
los actos ya se han llevado a cabo. Un católico, por ejemplo, en cualquier caso, no puede
ver con aprobación estas teorías puesto que son claramente contrarias al texto de la
Escritura y a la interpretación de la tradición. Por difícil que pueda ser de comprender, no
podemos poner en cuestión la culpa de Judas. Por otro lado, no podemos adoptar el punto
de vista opuesto de los que niegan que fuera alguna vez un verdadero discípulo. Pues, en
primer lugar, esta opinión parece difícil de reconciliar con el hecho de que fuera elegido por
Cristo para ser uno de los Doce. Esta elección, puede decirse con seguridad, implica algunas
buenas cualidades y el otorgamiento de gracias no despreciables.
Pero, aparte de esta consideración, puede señalarse que, al exagerar la malicia original de
Judas, o negar incluso que hubo algo bueno en él, minimizamos o despreciamos la lección
de esta caída. Los ejemplos de los santos se pierden para nosotros si pensamos de ellos que
eran de otra especie, sin nuestra debilidad humana. Y del mismo modo es un grave error
creer que Judas era un demonio sin ningún elemento de bondad y de gracia. De su caída
queda la advertencia de que incluso la gran gracia del Apostolado y la amistad familiar de
Jesús puede ser inútil para quien es infiel. Y, aunque no se pueda admitir nada para paliar
la culpa de la gran traición, ésta puede hacerse más inteligible si la pensamos como el
resultado de una caída gradual en cosas menores. También el arrepentimiento puede ser
tomado como implicación de que el traidor se engañó con la falsa esperanza de que,
después de todo, Cristo pasaría entre medio de sus enemigos como lo hizo al borde de la
montaña. Y aunque las circunstancias de la muerte del traidor dan sobrada razón para
temer lo peor, el Texto Sagrado no rechaza claramente la posibilidad de un arrepentimiento
real. Orígenes,[8] por ejemplo, extrañamente suponía que Judas se ahorcó para buscar a
Cristo en el otro mundo y pedirle perdón.
El Corán parece reservar unas líneas para el apóstol traidor. No, desde luego, citándole de
manera explícita ni por su nombre, pero sí en modo muy sutil. Primero relata su versión
sobre los hechos que en el cristianismo dan lugar a la Eucaristía: “Cuando dijeron los
apóstoles: “¡Jesús, hijo de María! ¿puede tu Señor hacer que nos baje del cielo una mesa
servida?” Dijo: “Temed a Dios si sois creyentes”.[9]
Dijeron: “Queremos comer de ella. Así nuestros corazones se tranquilizarán, sabremos que
nos has hablado verdad y podremos ser testigos de ella”. Dijo Jesús, hijo de María: “¡Dios
y Señor nuestro! Haz que nos baje del cielo una mesa servida que sea para nosotros, el
primero como el último, motivo de regocijo y signo venido de Ti. ¡Provéenos del sustento
necesario, Tú que eres el mejor de los proveedores!”” (C. 5, 112-114).
Después añade: “Dijo Dios: “Sí, voy a hacer que os baje. Pero si uno de vosotros,
después de eso no cree, le castigaré como no he castigado a nadie en el mundo”. (C. 5, 115).
¿En quién está pensando Allah? Suponiendo que efectivamente el relato se refiere
a la Eucaristía, no puede ser a otro que a Judas, lo que por otro lado, confirma el hecho de
que casi usa para referirse a él, las mismas palabras que Jesús en el Evangelio: “¡Pero ay de
aquél por quien el Hijo del Hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber
nacido!” (Mc. 16, 21). De aceptarse como cierta la hipótesis, Judas sería, paradójicamente,
el único apóstol singularmente citado en el Corán, aunque sea de una manera tan tangencial
e implícita como la referida. Y ello implicaría, asimismo, que Allah le ha castigado, por
traicionar a Jesús, como no ha castigado a nadie en el mundo.
En la Surat "Las mujeres", versículos 157, los estudiosos del Corán dicen que se ha hecho
una alusión implícita a Judas. En este versículo se dice que los romanos no mataron a
Jesucristo ni lo crucificaron, porque se les fue confundido, (o porque lo confundieron)... El
Islam no cree que Jesucristo fuese crucificado. Dios –en ese caso no permitió ni que fuera
crucificado ni que fuera torturado. Dios lo levantó directamente al cielo antes de que
sufriera. Decir (lo confundieron), para los analizadores y estudiosos del Corán asienten que
Dios se refiere a Judas, que Dios hizo que los que iban a matar a Jesucristo vieron, creyeran
que él era Judas. Entonces: según el islam: el que fue torturado y crucificado era Judas, por
ser traidor; pero que Jesucristo subió al cielo.
Según traducción de Juan Vernet. y por haber dicho: «Hemos dado muerte al Ungido, Jesús,
hijo de María, el enviado de Dios», siendo así que no le mataron ni le crucificaron, sino que
se pareció así. Los que discrepan acerca de él, dudan. No tienen conocimiento de él, no
siguen más que conjeturas. Pero, ciertamente no le mataron (157), sino que Dios lo elevó a
Sí. Dios es poderoso, sabio. (158).
El pecado imperdonable
Para el profeta Joseph F. Smith, (de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los últimos días)
Judas puede tener más que alguna consideración, pues su actitud merece ser estudiada y
tenida en cuenta. El profeta se pregunta si Judas verdaderamente conoció el poder de Dios
y participó del mismo, efectivamente negando la verdad y desafiando ese poder, habiendo
negado al Espíritu Santo después de haberlo recibido, y habiendo negado al Unigénito
después que Dios se lo había revelado. Si fue así –argüye el Profeta- entonces no puede
haber duda de que padecerá la segunda muerte.
Dice el Profeta: “Pero, el que Judas haya participado de todo ese conocimiento –el que se
le hayan revelado estas grandes verdades, el que haya recibido el Espíritu Santo por el don
de Dios –y se encontraba, por tanto, en posición de cometer el pecado imperdonable, es
algo que para mí no está claro del todo. Tengo en mi mente la fuerte impresión de que
ninguno de los discípulos poseía la luz, conocimiento o sabiduría suficientes al tiempo de la
crucifixión, ni para exaltación, ni para condenación, porque fue más adelante cuando se
abrió su mente para comprender las Escrituras y fueron investidos con poder de lo alto, sin
el cual no eran más que niños en conocimiento, en comparación con lo que más tarde
llegaron a ser bajo la influencia del Espíritu. Saulo de Tarso, dueño de una extraordinaria
inteligencia y conocimiento, instruido a los pies de Gamaliel estrictamente conforme a la
ley, persiguió a los santos hasta la muerte, aprehendiendo y entregando en cárceles a
hombres y mujeres; y al ser derramada la sangre del mártir Esteban, Saulo estaba presente,
cuidando las ropas de los que le quitaron la vida, y consintió en su muerte. Además,
“asolaba la iglesia, y entrando casa por casa arrastraba a hombres y mujeres, y los entregaba
en la cárcel”. Y cuando los mataban, él alzaba la voz en contra de ellos, “castigándolos en
todas las sinagogas, los forzaba a blasfemar y enfurecido sobremanera contra ellos, los
perseguía hasta en las ciudades extranjeras”, y sin embargo, este hombre no cometió
ningún pecado imperdonable, porque no conocía el Espíritu Santo (Hechos 8:3, 9:1; 22:4,
26:10,11). Por otra parte, como consecuencia del crimen de adulterio con Betsabé y por
ordenar que Urías fuese puesto al frente de la batalla en época de guerra, donde fue muerto
por el enemigo, David, varón conforme al propio corazón de Dios, fue despojado del
sacerdocio y del reino, y su alma fue echada en el infierno. ¿Por qué? Porque “el Espíritu
Santo habló por boca de David” o en otras palabras David poseía el don del Espíritu Santo y
tenía el poder para hablar por la luz del mismo. Mas hasta David, aun cuando culpable de
adulterio y del asesinato de Urías, recibió la promesa de que su alma no permanecería en
el infierno, que significa, como yo lo entiendo, que hasta él se salvará de la segunda muerte.
Mientras colgaba de la cruz, en la agonía de la muerte, estando a punto de entregar su
espíritu, nuestro misericordioso y glorioso Salvador, exhaló esta memorable y
misericordiosa oración: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Lucas: 23:34.
Ninguno puede pecar contra la luz, sino hasta que la tenga, ni contra el Espíritu Santo sino
hasta que lo haya recibido por el don de Dios, mediante la vida o manera designada. El pecar
contra el Espíritu Santo. El Espíritu de Verdad, el Consolador, el Testigo del Padre y del Hijo,
el negarlo deliberadamente y desafiarlo después de haberlo recibido, es lo que constituye
este pecado. ¿Poseyó Judas esta luz, este testimonio, este Consolador, este bautismo de
fuego y del Espíritu Santo, esta investidura de lo alto? Si así fue, lo recibió antes de la
tradición y, consiguientemente, antes que los otros once apóstoles. Y siendo así, tal vez
diréis: “Es un hijo de perdición sin esperanza”. Pero si él carecía de este glorioso don y
derramamiento del Espíritu, mediante el cual vino el testimonio a los once y sus mentes
fueron abiertas para ver y conocer la verdad para poder testificar de Él, entonces, ¿en qué
consistió el pecado imperdonable de esta pobre criatura errante, que no logró más en la
escala de la inteligencia, honor o ambición, que traicionar al Señor de gloria por treinta
piezas de plata?
Mas no sabiendo si Judas cometió el pecado imperdonable, ni que fue un “hijo de perdición
sin esperanza” que padecerá la segunda muerte, ni cuánto conocimiento poseía mediante
el cual pudo cometer tan grande crimen, yo prefiero, hasta no estar mejor enterado,
formarme el misericordioso concepto de que él podrá ser contado entre aquellos por
quienes nuestro bendito Maestro rogó: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Lucas 23:24. [10]
[1] Catequesis del Papa Benedicto XVI, sobre la relación entre Cristo y la Iglesia. Miércoles 18 de octubre 2006.

[2] Distintos autores han puesto en evidencia las contradicciones que hay en esta designación del “traidor”
mediante la afirmación “el que conmigo mete la mano en el plato”. En primer lugar, porque para “meter la
mano en el plato” Judas tenía que estar sentado muy cerca de Jesús –posición preferente- y no alejado, como
le ha presentado toda la iconografía posterior. En segundo lugar, porque el 2bocado” forma parte de una
antigua costumbre religiosa, que aún se mantiene en ciertas culturas, por la cual el maestro honra y distingue
al discípulo, como un signo de transmisión iniciática preferente. Por otra parte, hay que recordar que los
Evangelistas, siempre atentos a confirmar las profecías de las Escrituras, recogen así la cita de los Salmos:
“Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, mi compañero de mesa, me ha traicionado...Aque que come mi
pan ha levantado contra mi su talón”. Pág. 88 Juan Bosch, Judas Iscariote, el Calumniado. Papeles del Tiempo,
2009.

[3] Juan Bosch, Judas Iscariote, el calumniado, Madrid, Antonio Machado Libros, 2009.

[4] Ni aún momentos antes de ser aprehendido conocía Jesús al traidor. Sospechaba que iba a ser uno de ellos,
eso sí. Está dicho –afirma Bosch- por los cuatro Evangelistas, y dicho de forma tan parecida que no puede
caber duda de que Mateo y Juan, que estuvieron presentes, lo oyeron; y que lo oyeron los testigos que
informaron a Marcos y a Lucas.

[5] El farisemo Nicodemo era amigo de Jesús, él era “principal entre los judíos”, esto es, miembro del
Sanhedrín. Él había dicho “Acaso nuestra ley condena a un hombre antes de oírle y sin averiguar lo que hizo?”.

[6] Juan había sido socio de Pedro en el negocio de la pesca; era, junto a su hermano Santiago y con Pedro,
del grupo íntimo de Jesús, el grupo al cual dejó Jesús dentro de la habitación cuando hizo el milagro de la
resurrección de la hija de Jairo, el grupo al cual llevó consigo a la transfiguración. Entre Pedro y Juan había,
pues, suficiente amistad como para que Pedro viniera al “amado de Jesús” a hacer la pregunta que hizo; y por
lo demás, ello entraba muy bien dentro del carácter de Pedro.

[7] David Friedrich Strauss (Ludwigsburg, 27 de enero de 1808 - 8 de febrero de 1874). Teólogo y filósofo
alemán. Discípulo de Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Ferdinand Christian Baur. Contribuyó, desde el
racionalismo alemán tardío, al movimiento de la antigua búsqueda del Jesús histórico iniciado por Hermann
Samuel Reimarus. En su obra: Das Leben Jesu, kritisch bearbeitet (1835-1836), plantea la idea de que los
evangelios son relatos míticos, al contener elementos que no pueden explicarse racionalmente. Pero no
surgen desde la necesidad de falsificación, como exponía Reimarus, sino para expresar desde una mentalidad
precientífica y prefilosófica, ideas teológicas en estilo narrativo. Por tanto, han de considerarse libros de
teología y de fe, sin ningún valor histórico. Esta mitificación aparece ya en los evangelios sinópticos más
antiguos, que según Strauss son los de Mateo y Lucas, y también en el de Marcos, que según él es un resumen
de los dos anteriores. La hipótesis de que Marcos es resumen de Mateo y Lucas, será desechada en 1838,
planteándose a partir de entonces la teoría de las dos fuentes. El fenómeno de mitificación, según Strauss, es
máximo en el Evangelio según san Juan, que a partir de las aportaciones de Strauss es rechazado como fuente
de acceso al Jesús histórico. Strauss retornó a la teología en 1862, cuando publica su biografía de H. S.
Reimarus. Dos años después, en 1864, publica su La vida de Jesús para el pueblo alemán (Das Leben Jesu für
das deutsche Volk bearbeitet) (13th ed., 1904). Esta obra no consigue producir un efecto comparable a su
primer libro, pero a cambio obtiene una gran cantidad de respuestas criticas, que Strauss respondio en su
panfleto Die Halben und die Ganzen, dirigido especialmente en contra de Daniel Schenkel y de Ernst Wilhelm
Hengstenberg. Su libro El cristo de la creencia y el Jesús de la Historia (Der Christus des Glaubens und der Jesus
der Geschichte) (1865) es una critica severa a las lecturas de Schleiermacher sobre la vida de Jesús, que habían
sido publicadas recientemente. Desde 1865 a 1872, Strauss vivio en Darmstadt, y en 1870 publica sus lecturas
sobre Voltaire.

[8] Orígenes, es considerado un Padre de la Iglesia, Católica, destacado por su erudición y, junto con San
Agustín y Santo Tomás uno de los tres pilares de la teología cristiana católica.

[9] Versión de El Corán traducida por el arabista Juan Vernet. Madrid, Col Humanidades, Planeta, 1996.

[10] Improvement Era, tomo 21, pág. 732 (junio de 1919) Recogido en versión española en Doctrina del
Evangelio, Selecciones de los Sermones y Escritos de Joseph F. Smith. Salt Lake City, Utah, Editorial Deseret,
1975 pp. 427-430.

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