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LA MUJER EN EL ARTE DE AMAR Y SU IMPOSIBILIDAD PARA DECIDIR EN EL

AMOR

Vanessa Zuleta Quintero

El presente escrito tiene como fin retratar las formas de tratamiento que Ovidio da a la mujer

en El arte de amar. Este libro es un manual escrito por Ovidio en el que se brindan consejos a

hombres y mujeres sobre el arte de la conquista. Para conseguir el objetivo, el poeta ejemplifica

situaciones específicas en las que los que se instruyen en su arte pueden lograr o no el amor.

En un fragmento de la obra, Ovidio explica que su libro va dirigido, sobre todo, a hombres de

baja condición social; a quienes no se les facilita, como a los de alta condición, conquistar a la

mujer que deseen. Para desarrollar dichas formas de tratamiento se comenzará explicando la

idea que se tiene en el libro sobre el amor como un combate, se continuará con la mujer

entendida como un objeto, luego con el estereotipo de belleza para la mujer, explicitado en el

libro y, antes de la conclusión, se enumerarán las razones por las que las mujeres de El arte de

amar se encuentran en desventaja respecto a los hombres de la obra.

El amor como guerra

Lo primero que puede identificarse en el discurso de Ovidio es la metáfora de la guerra del

amor. Los términos que emplea al explicar, a los hombres, los pasos a seguir para alcanzar el

amor, se ubican dentro de un campo semántico similar al de las batallas: “Ánimo, y no dudes

que saldrás vencedor en todos los combates; entre mil apenas hallarás una que te resista las que

conceden y las que niegan se regocijan lo mismo al ser rogadas, y dado que te equivoques, la

repulsa no te traerá ningún peligro” (Ovidio, 1996, p.20). Como el fragmento anterior se

presentan otros que adoptan términos similares, pero que entienden el logro del amor como la

derrota en una batalla. Por consiguiente, se puede inferir que el hombre es el encargado de
dirigir la lucha y es quien la gana; por tanto, la mujer debe ser vencida o debe acceder a rendirse.

Esto lo pone en una situación de superioridad, pues es quien tiene el control de todo, incluso

de la voluntad de la mujer. Para el poeta no existe ninguna capaz de resistirse a los encantos de

las artes enseñadas por él.

La desigualdad de la mujer empieza a develarse en metáforas que, por pertenecer al estilo del

poeta para referirse indirectamente al cortejo, pueden pasar desapercibidas por el lector. Este

puede asumirlas como metáforas cotidianas y generalizadas, las cuales no dicen más de lo

convencional, pero el papel que le otorga Ovidio al hombre es claramente el del único

responsable del éxito en el amor. Otra metáfora que reafirma lo dicho es la que se refiere al

hombre para explicarle sobre la posibilidad que tiene de manejar las situaciones complejas que

se le puedan presentar con la mujer: “como son tan varios los temperamentos de la mujer, hay

mil diversas maneras de dominarla” (Ovidio, 1996, p.32).

El término dominio sitúa nuevamente al hombre en un rango superior, con más poder que la

mujer y deja ver el modo en que el poeta propone el éxito del rol femenino y masculino en el

amor: la mujer debe dejarse dominar y el hombre tiene la función de ejercer el dominio sobre

la mujer, independientemente de si ella desea o no. Lo mismo sucede cuando asigna otra

metáfora para explicar otra forma con la que cuenta el hombre para proceder y que le puede

facilitar el triunfo en la tarea de la cual es el único responsable: “con habilidad y blandura se

doman los tigres y leones de Numidia, y paso a paso se somete el toro al yugo del arado”. Otra

relacionada con animales es la que compara el proceso de capturar animales con el de enamorar

a quien se desea: “unos peces se cogen con el dardo, otros con el anzuelo, y los más yacen

cautivos en las redes que les tiende el pescador”.


La mujer como objeto o cosa

En concordancia con lo dicho, es preciso afirmar que a la mujer le queda anulada su libertad

de decidir si se enamora o no, pues el poeta otorga todas las condiciones para que ella sea, con

certeza, conquistada por el amante deseoso. Su personalidad o características particulares son

propuestas por el autor como obstáculos que debe sortear y la táctica para esto es la dominación.

Dicho término implica superioridad de quien ejerce el dominio y sometimiento involuntario

por parte de quien lo sufre. Entre las recomendaciones que el poeta hace a los hombres, no

tiene en cuenta la posibilidad de que la mujer no desee enamorarse de quien la pretende y; por

tal razón, Ovidio no plantea estrategias para dicha situación. Esto deja ver la confianza que

tiene en sus lecciones y en el hombre como el único responsable de vencer en el amor. “Se trata

de hombres que van a la caza de sus presas sin importarles otra regla que la eficacia de su

acción. También de mujeres cuya disponibilidad o ausencia está claramente planificada en

función de conseguir el mejor precio por sus actuaciones” (Fernández Villanueva, 1998, p.

145).

Además del protagonismo que narra el poeta para el hombre, este, en su discurso, transforma

a la mujer en un objeto; razón por la cual, la compara con un bien: “los bienes ajenos nos

parecen mayores que los propios; las espigas son siempre más fértiles en los sembrados que no

nos pertenecen y el rebaño del vecino se multiplica con portentosa fecundidad” (Ovidio, 1996,

p. 20). Aunque en el anterior fragmento el poeta se refiere indirectamente a la mujer y emplea

dichos términos para compararla con situaciones de la vida cotidiana, es posible reconocer la

forma en que caracteriza o reduce a la mujer refiriéndose a ella como un bien, una espiga o un

rebaño. El término bien va acompañado de la palabra ajeno, lo cual implica un sentido más

fuerte de posesión y da cuenta de los gustos que tiene por mujeres comprometidas. La palabra

pertenencia aparece en la parte en que metaforiza a la mujer como espiga y la presenta como

un objeto que se adquiere y que le pertenece o no al hombre interesado en ella.


Existen otros modos de llamarlas, también con usos metafóricos, pero que igualmente

comunican, aunque se refieran a ellas implícitamente: “¿se adorna con franjas de oro?;

asegúrale que sus formas tienen más precio que el rico metal”, “y el que con mi acero triunfe

de una feroz amazona, inscriba sobre su trofeo: «Ovidio fue mi maestro.»”. La última retoma

la metáfora del amor como guerra y le agrega el término trofeo como premio por haber

emprendido la lucha, este nuevo elemento reafirma la cosificación de la mujer y su

imposibilidad de evitarlo. Su suerte, nuevamente, se supedita a la del hombre y a los deseos

que tenga este de fijarse o no en ella. Por el hecho de que sea concebida como un objeto es que

puede dominarse, conseguirse, desecharse y anular por completo su capacidad para pensar o

decidir.

El estereotipo de belleza únicamente femenino

Aunque el libro tiene una sección para las mujeres, más corta que la de los hombres, las líneas

dedicadas a ellos no hacen tanto énfasis en la belleza, como sucede cuando el poeta se refiere

a la importancia de que ellas luzcan bellas. Las condiciones para serlo son claramente

establecidas por Ovidio y en su manual se encarga de solucionar “sus desventajas” con

recomendaciones para que aparenten ser lo que no son y lo que otro espera que ellas sean:

Si eres de corta estatura, siéntate, no crean que estás sentada hallándote de pie; si diminuta,

extiende tus miembros a lo largo del lecho, y para que no puedan medirte viéndote tendida,

oculta los pies con un traje cualquiera. La que sea en extremo delgada, vístase con estofas

burdas y un amplio manto descienda por sus espaldas; la pálida tiña su piel con el rojo de la

púrpura, y remédiese la morena con la substancia extraída al pez de Faros. (Ovidio, 1996, p.68)

El fragmento preliminar es una pequeña parte de las líneas que dedica el poeta a enunciar las

extensas cualidades que debe tener la mujer para que pueda ser admirada por el hombre

interesado en ella. Sus consejos reconocen la fealdad de ellas y por eso piensa en diversas

recomendaciones para que se atenúe la poca gracia que les atribuye. En cambio, para los
hombres no dispone de tantos trucos cuando no cuentan con la belleza esperada por una mujer.

En la parte que se dirige a ellos solo es insistente con que sean limpios y muestren en todo

momento el liderazgo y control total de la situación de cortejo. Los hombres solo deben fingir,

pero no su belleza, sino sus verdaderos sentimientos, cuando estos no coincidan con lo que

quiere la mujer. Contrario a esto, a la mujer le da largas recomendaciones sobre su

comportamiento y su aspecto, pues es insistente con que además de cuidar su cuerpo, ropa,

maquillaje y disimular sus defectos físicos debe cultivar las artes, para así ser objeto de deseo

del hombre, no por su bienestar propio: “el canto es cosa muy seductora: muchachas, aprended

a cantar; no pocas, con la dulzura de la voz consiguieron que se olvidase su fealdad” (Ovidio,

1996, p.69).

El autor es insistente con la belleza, la cual parece representar una cualidad indispensable para

que los hombres puedan mirar a las mujeres, pero no para que las mujeres puedan mirar a los

hombres. Además de describir con precisión las características que las hacen “feas” el poeta

propone formas en que pueden engañar a los hombres para que las considere bonitas. Una de

ellas es cuando ellos se encuentran borrachos: “si eres fea, parecerás hermosa a los que están

ebrios y la noche velará en las sombras tus defectos”. La cual da cuenta de la poca importancia

que se le otorgaba, en ese caso, a la honestidad de los vínculos establecidos, a la duración y

satisfacción que estos podían traer a largo plazo. Nuevamente se enuncia meramente un modo

en que la mujer puede contribuir al placer del hombre, incluso aunque atente contra su

autoestima al aceptar que es fea y termine accediendo a una relación, aunque sepa que no vale

lo suficiente para acercarse a ese hombre cuando esté en sano juicio. Lo anterior por estar en

desventaja por su condición de fealdad, no por la que puede o no tener el hombre.


La desventaja de ser mujer

Como ya se ha afirmado anteriormente, la parte que Ovidio dedica a las mujeres es, en forma

indirecta, una continuación de la parte de los hombres; porque todas las acciones que les

proponen son para agradarles a ellos. Fernández (1998) argumenta que los beneficios del amor,

al igual que el potencial transformador con el que cuenta, es más provechoso para los hombres

que para las mujeres. Para ellos, se puede dar una transformación total de las personalidades,

pues el cobarde pasa a convertirse en valiente o el débil en fuerte. Esto no sucede con las

mujeres quienes los únicos beneficios que reciben son, sobre todo, sociales. El autor asevera

que el único provecho es que la casada rendirá, por amor, obediencia a su marido porque le

resulta placentero y él tendrá total autoridad sobre ella. Lo dicho se ve condensado en uno de

los fragmentos en que está aconsejándolas a ellas: “casadas, temed a vuestros esposos, que

tienen el derecho de espiar vuestros pasos: es lo justo, y así lo demandan las leyes, la equidad

y el pudor” (Ovidio, 1996, p. 78).

La mujer sigue siendo vista como el trofeo que consigue el hombre en la batalla y del que puede

disponer como desee. Además, se describe implícita y explícitamente como un ser inferior. En

el siguiente fragmento Ovidio se refiere a ellas como el sexo débil: “estos son los juegos que

os permite la debilidad de vuestro sexo; los hombres se ejercitan en otros más esforzados, como

el de la pelota, el dardo, el aro de hierro, las armas y el manejo de la rienda que obliga a

caracolear al caballo”. Lo dicho, expone una clara desigualdad entre hombres y mujeres. El

término debilidad resulta despectivo para referirse a las mujeres, pero deja señalada la

diferencia que se ha venido construyendo a lo largo de todo el libro.

Otra afirmación que expone tal desigualdad es la referente a las relaciones sexuales y las

mujeres. Ovidio enuncia explícitamente la imposibilidad que tienen las mujeres de disfrutar del

sexo a diferencia de los hombres y, como en el resto del libro, las invita a resignarse y a
aparentar el disfrute, de nuevo, solo para el beneficio del hombre: “desgraciada de aquella que

tiene embotado el órgano en que deben gozar lo mismo la hembra que el varón, y cuando finjas,

procura que tus movimientos y el brillo de tus ojos ayuden al engaño, y lo acrediten de

verdadero frenesí, y que la voz y la respiración fatigosa solivianten el apetito”.

Es posible identificar que el principal objetivo del hombre al acercarse a la mujer es la

consumación de la relación sexual, por el placer que esta le genera; contrario a esto, para la

mujer no queda definido un objetivo principal por el cual acceder al juego del amor. Podría

pensarse que es también el placer sexual, pero no es el caso para las mujeres, pues, como se

ejemplificó en el párrafo anterior, a las mujeres se les aconseja vivir su sexualidad sin disfrute

y ocultar la falta del mismo fingiendo como en los demás aspectos.

Como conclusión se sugiere que, en el libro, además de reafirmar la superioridad del hombre

y de su papel en el amor, las mujeres son excluidas del amor mismo; pues Ovidio dedica su

arte de amar especialmente a los hombres pobres, para que estos puedan amar tal como lo hacen

los que no lo son. Aunque consagra una parte de su manual a las mujeres, lo que hace en

realidad es explicarles cómo deben hacer para complacer a los hombres y permitirles que las

amen a la manera de ellos. Fernández (1998) sustenta que en el libro no todas las personas

tienen la misma facilidad de convertirse en amantes; puesto que, las reglas sociales excluyen y

limitan a potenciales amadores, de manera directa o indirecta. Los hombres son los verdaderos

amadores por excelencia, lo que no sucede con las mujeres, quienes constantemente son

excluidas de la decisión en el amor. Resta decir que, además de la pérdida de libertad de la

mujer, el poeta no hace un tratado para las mujeres que no encajan en el prototipo ideal de las

que sí pueden recibir amor. Las villanas, esclavas, monjas, las consideradas feas o a las

desvalorizadas por los prejuicios sociales son excluidas de ser tenidas en cuenta como

candidatas del objeto de amor de los hombres.


Referencias

Fernández Villanueva, C. (1998). El arte de amar: un análisis sociológico. Reis, 125-146.

doi:10.2307/40184079

Ovidio. (1996). El arte de amar. (I. Hernández Arbeláez, Ed., & F. Crivell, Trad.) Santafé de

Bogotá: Grupo editorial Norma.

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