You are on page 1of 5

“Pegaso” de Rubén Darío

Rafael Alejandro Gonzalez Alva

En 1905 es publicado Cantos de vida y esperanza de Rubén Darío donde se integra, en el

séptimo lugar, el soneto “Pegaso”. A continuación el poema:

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo

y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella»,

entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.


El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo.

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo

y de Belerofonte logré seguir la huella.

Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,


y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo.

¡Yo soy el caballero de la humana energía,

yo soy el que presenta su cabeza triunfante

coronada con el laurel del Rey del día;

domador del corcel de cascos de diamante,

voy en un gran volar, con la aurora por guía,

adelante en el vasto azur, siempre adelante! (Darío 123)


A primera vista se tiene una narración: un personaje está a punto de montar a un caballo

alado -como después se revela-, antes de hacerlo contempla el paisaje o tal vez a sí mismo y

entonces Apolo llega y la da fuerzas para lograr la misma hazaña que Belerofonte, domar a

Pegaso. El personaje logra subir a los mismos lugares que el caballo volador y continua

navegando los cielos triunfante. Esta es la historia “A” del poema, la historia que sirve de

significante, mediante una gran metáfora, de la historia “B”.

Dicha historia “B” en “Pegaso” se puede resumir a lo siguiente: el poeta como el

gran domador del arte, la belleza y lo divino; el que logra grandes hazañas, como domar a

Pegaso, y que se convierte en Pegaso mismo, un ser que estaba destinado a lo terrenal pero

logra ascender, volar a los cielos junto con los dioses y trascender. Todo lo anterior

derivado de la visión modernista, heredada desde el romanticismo, del poeta -y por ende el

artista- como “seres especiales, soñadores, con una capacidad intuitiva, profética, capaces

de rasgar el velo del misterio, seres divinos utilizados por Dios y la Providencia; lo que les

separa de los demás hombres” (citado en Fuente 10). Con fin de justificar mejor esta

interpretación, se estudiará cada estrofa del poema desde esta perspectiva del poeta como

ser especial y profético.

En el primer cuarteto se lee:

Cuando iba yo a montar ese caballo rudo

y tembloroso, dije: «La vida es pura y bella»,

entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.


El cielo estaba azul, y yo estaba desnudo. (Darío 123)

El personaje, o sea el poeta, está a punto de montar a Pegaso, está presto a convertirse en
ese nuevo ser creador y profético, tirita un poco, pues es un “caballo rudo”, pero un

sentimiento de querer vivir lo impulsa a decidirse: “«La vida es pura y bella»” (123), muy

probablemente haciendo alusión con esta frase al tópico literario Carpe Diem, aprovechar

el día, vivir el momento, pues sólo se nos es dada una vida. “El cielo estaba azul, y yo

estaba desnudo” (123); lo necesario para crear arte está ahí, ante el poeta y este está

desnudo, sensible a la inspiración.

En el segundo cuarteto se logra dar el paso:

Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo

y de Belerofonte logré seguir la huella.

Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,


y yo, fuerte, he subido donde Pegaso pudo. (123)

Apolo, dios de la poesía (de entre todas sus demás divinidades), encuentra al artista y lo

dota de gracias, ahora puede simular una de las principales proezas de Belerofonte: domar a

Pegaso. Ahora el artista se ha convertido en artista, tiene los dotes para representar ese ser

especial romántico que es superior a los hombres. El poeta se sabe “fuerte” y conquista las

mismas cimas que el mítico caballo, empieza a ser divino.

El primer terceto comienza declarando:

¡Yo soy el caballero de la humana energía,

yo soy el que presenta su cabeza triunfante

coronada con el laurel del Rey del día; (123)


El poeta consiguió lo que deseaba, es el “caballero de la humana energía” (123), el puente

entre los dioses y los humanos; ese profeta creador de arte; el representante de los mortales

allá en los cielos, y se enorgullece de ello: levanta su cabeza “coronada con el laurel del

Rey del día” (123), este último siendo, muy probablemente, Apolo (también conocido

como Phoebus Apollo) que también era el dios de la luz ligado al sol (Phoebus, Febo o

foibos significa “brillante”), sería lógico que él fuera el “Rey del día”.

El segundo terceto, y última estrofa, cierra así:

domador del corcel de cascos de diamante,

voy en un gran volar, con la aurora por guía,

adelante en el vasto azur, siempre adelante! (Darío 123)

La estrofa es continuación de la anterior y reafirma su estado de conquistador de Pegaso, de

la humana energía que monta, pues es “caballero”, y usa para ser extraordinario. Enuncia

que continua con su viaje, en ese estado artístico que es muy “vasto”, muy fructífero y con

mira de ir siempre progresando.

Obras consultadas:

“Apolo”. Mitos y Leyendas. [s.e]. [s.a]. Web. 22 may. 2014.

<http://mitosyleyendascr.com/mitologia-griega/apolo/>

Darío, Rubén. Azul… El Salmo de la pluma. Cantos de vida y esperanza. Otros poemas.

Pról. Antonio Oliver Belmás. 21ª ed. México: Porrúa, 2007. Impreso. Sepan Cuantos…, 42.
Fuente Ballesteros, Ricardo de la. “En torno a las fuentes de ‘Pegaso’ de Rubén Darío”.

Journal of Hispanic Modernism 2 (2011): 1-13. Modernismo digital. Web. 22 may. 2014.

<http://jhm.magazinemodernista.com/wp-content/uploads/2013/05/02_02.pdf>

Saganogo, Brahiman. “Rubén Darío y el Modernismo: La consolidación de una estética

literaria”. Revista Destiempos 4.20 (2007): 14-25. Destiempos. Revista de curiosidad

cultural. Web. 22 may 2014. < http://www.destiempos.com/n20/Saganogo.pdf>

You might also like