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(Fragmentos 1)
LIBRO III
CAPÍTULO VIII
Los ángeles malos en ningún sentido se han de llamar creadores, aun cuando
en su nombre hicieran los magos nacer serpientes y ranas, resistiendo al siervo
de Dios; pues no las crearon los ángeles. Laten en los elementos cósmicos
ocultas como semillas de todas las cosas existentes que nacen a la vida corporal
y visible. Unas son perceptibles a nuestra vista en sus frutos y animales; otras,
más misteriosas, son como semillas de semillas y animales; y así, a la voz del
Creador produjo el agua peces y aves, y la tierra los primeros gérmenes según
su especie y los primeros animales según su género. Este poder fecundante no
agota la potencia germinativa al producir los seres primeros; es, por lo común,
defecto de las condiciones ambientales lo que impide su germinación específica.
637 El diminuto renuevo es como una semilla, que, plantado en tierra bien
dispuesta, se convierte en árbol frondoso. La semilla de este renuevo es un
grano aún más diminuto, si bien de la misma especie y perceptible; aunque no
podemos ver por vista de los ojos la virtud germinal de este grano, siempre la
podemos conjeturar por la razón; pues de no existir en los elementos esta
misteriosa virtud, no brotaría en la tierra lo que en ella no se ha sembrado, ni
hubieran producido los mares y la tierra una inmensa muchedumbre de seres sin
que precediera unión de macho y hembra, seres que crecen y se propagan
aunque aquellos primeros de quienes traen su origen nacieran sin ayuntamiento
de padres. Las abejas conciben almacenando con sus bocas las larvas
seminales dispersas por el suelo, prescindiendo de toda cópula. El creador de
los gérmenes invisibles es el Hacedor de todas las cosas; y cuanto, naciendo,
tiene existencia visible, bebe su vida, movimiento y grandeza, e incluso la
distinción de sus formas, en estas misteriosas razones seminales, regidas por
normas perennes y fijas desde su creación primordial.
Pero ni los ángeles buenos pueden hacer esto sin una orden de Dios, ni los
malos hacen estas cosas injustamente, sin la justa permisión del Señor. La
malicia del impío hace perversa su voluntad justamente, con todo, recibe dicho
poder para castigo propio o ajeno, para condenación de los malos o alabanza de
los buenos.
638 14. Pablo, el apóstol, separa la acción íntima y creadora de Dios de las
operaciones extrínsecas de la criatura cuando, sirviéndose de un símil agrícola,
dice: Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el incremento (1 Cor 3,6). En
consecuencia, así como Dios solo es el que puede informar, en la vida, nuestro
espíritu mediante su gracia habitual, aunque al exterior puedan los hombres
predicar el Evangelio, y de hecho lo predican los amadores de la verdad, y
ocasionalmente los malos, así la creación de las cosas visibles es obra secreta
de Dios; y pues todo lo ha creado, usa, como el agricultor de su heredad, de
todas las cosas externas según el imperio de su querer, de buenos y malos,
hombres, ángeles y animales, distribuyendo a placer apetencias y energías
vitales.
No podemos, por ende, afirmar que los ángeles malos, evocados por obra de
magia, hayan sido los creadores de las serpientes y ranas; como tampoco
podemos decir que los hombres perversos sean creadores de sus mieses,
aunque al golpe de sus afanes yo las vea crecer.
639 15. Como ni Jacob fue el creador de la policromía en sus rebaños por
el hecho de haber colocado varas listadas en los abrevaderos para que a su
vista concibieran las madres en celo. Ni tampoco las ovejas son creadoras de
los variados colores de sus corderitos por la razón de retener en sus almas las
fantasías policromas que surgían al contacto visual de las varas listadas, cosa
que no habría podido suceder si el cuerpo no hubiera sido afectado por el
principio de vida, hasta hacerle transmitir el color al tierno recental en su
embrionaria existencia. Y ora sea mutuo el influjo, ora el alma influya en el
cuerpo o éste en el alma, de hecho siempre sucede conforme a las normas de la
naturaleza, preexistentes de una manera inmutable en la sabiduría increada de
Dios, que es irreceptible en el espacio; y siendo ella inmutable, ordena todas las
cosas perecederas, pues nada de esto existiera de no haber sido por ella
creado...
LIBRO IV
CAPITULO I
Ante todo se nos debía convencer del gran amor que Dios nos tiene, para no
dejarnos prender en la desesperación sin atrevernos a subir hasta él. Convenía
fuera puesto en evidencia cuáles éramos cuando nos amó, a fin de no sentir el
tumor de la soberbia por nuestros méritos, pues esto nos apartaría aún más de
Dios y nos haría desfallecer en nuestra pretendida fortaleza. Actúa Dios en
nosotros para que su fortaleza sea causa de nuestro progreso y en la pequeñez
de nuestra humildad se perfeccione la virtud de la caridad. Esto es lo que se
significa en el Salmo, donde se dice: Una lluvia de dones llovías, ioh Dios!, sobre
tu heredad; y cuando ésta desfallecía, tú la recreabas (Sal 67,10). Lluvia
abundosa es su gracia, no adquirida por nuestros méritos, sino otorgada
gratuitamente, como lo indica la misma palabra gracia; y nos la dio no porque
éramos dignos, sino porque quiso. Conociendo esta verdad, no confiaremos en
nosotros, y esto es desfallecer. El Señor nos fortalece, según fue al apóstol
Pablo anunciado: Bástate mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la
enfermedad (2 Cor 12,9). Era menester probar al hombre cuánto nos amó Dios,
y cuáles éramos cuando nos amó: cuánto, para que no desesperemos; cuáles,
para humillar nuestro orgullo...
LIBRO V
CAPITULO II
CAPÍTULO IV
642 5. Se suele llamar accidente a todo cuanto una cosa puede adquirir
o perder por mutación. Cierto que existen accidentes inseparables, denominados
en griego (??? ? ?sta), como es el color negro a la pluma del cuervo; no obstante,
puede perder el color, no en cuanto pluma, sino porque no siempre es pluma. La
materia es por naturaleza mudable, y al dejar de existir este animal o aquella
pluma, todo su ser se muda y convierte en terreno elemento, y entonces se
desvanece también su color.
CAPÍTULO IX
LIBRO VIII
CAPÍTULO III
645 ¿Qué más? Bueno es esto y aquello; prescinde de los determinativos esto o
aquello y contempla el Bien puro, si puedes; entonces verás a Dios, Bien
imparticipado, Bien de todo bien. Y en todos estos bienes que enumeré y otros
mil que se pueden ver o imaginar, no podemos decir, ni juzgamos según verdad,
que uno es mejor que otro, si no tenemos impresa en nosotros la idea del bien,
según el cual declaramos buena una cosa y la preferimos a otra.
Dios se ha de amar, pero no como se ama este o aquel bien, sino como se ama el Bien
mismo. Busquemos el bien del alma, no el bien que aletea al juzgar, sino el Bien al cual
se adhiere el amor. Y ¿qué bien es éste, sino Dios? No es buena el alma, ni el ángel, ni el
cielo; sólo el Bien es bueno.
Así, quizá se comprenda con más facilidad lo que intento decir. Cuando, por
ejemplo, oigo hablar de un alma buena, oigo dos palabras, y por estas palabras
entiendo dos cosas: el alma y su bondad. Nada hizo el alma para ser alma, pues
carecía de existencia para poder actuar en su ser; mas para que el alma sea
buena es necesaria la acción positiva de la voluntad. Y esto no porque el alma
no sea algo bueno; de otra manera, ¿cómo podría decirse con toda certeza que
es mejor que el cuerpo?; pero aún no es buena el alma si le falta la acción de la
voluntad para hacerse mejor. Y si rehúsa el actuar, se la culpa con justicia, y de
ella se dice rectamente que no es un alma buena. Se diferencia de la que obra
bien, y pues ésta es digna de elogio, la que así no obra es vituperable. Mas,
cuando actúa con intención de hacerse buena, no alcanzará su propósito de no
dirigir sus afanes hacia una meta que no sea ella. Y ¿hacia quién dirigir sus
actividades en anhelos de bondad, sino hacia el Bien que ama, ansía y
consigue? Y si se aleja otra vez y malea por el hecho de distanciarse del bien,
de no permanecer el bien en ella, del que se aleja, no tendría a quien convertirse
de nuevo si enmendarse quisiera.
¡Qué vergüenza, amar las cosas porque son buenas y apegarse a ellas y no
amar el Bien que las hace buenas! El alma, por el hecho de ser alma, antes aún
de ser buena por la conversión al Bien inconmutable; el alma, repito, cuando nos
agrada hasta preferirla a esta luz corpórea, si bien lo meditamos, no nos agrada
en sí misma, sino por el primor del arte con que fue creada. Se elogia su
creación allí donde se ve el ideal de su existencia. Esta es la Verdad y el Bien
puro: no hay aquí sino el bien, y, por consiguiente, el Bien sumo. El bien sólo es
susceptible de aumento o disminución cuando es bien de otro bien.
El alma, para ser buena, se convierte al Bien de quien recibe el ser alma. Y es
entonces cuando a la naturaleza se acompasa la voluntad para que el alma se
perfeccione en el bien, y se ama este bien mediante la conversión de la
voluntad, bien de donde brota todo bien, que ni por la aversión de la voluntad es
posible perder. En apartándose el alma del Bien sumo, deja de ser buena, pero
no deja de ser alma; y esto es ya un bien muy superior al cuerpo; la voluntad
puede perder lo que con la voluntad se adquiere. El alma, con anhelos de
convertirse a Aquel de quien recibe el ser, ya existía, porque el que quiere existir
antes de tener existencia no existe. Y éste es nuestro bien, y a su resplandor
vemos si debiera existir o no cuanto comprendemos que debe o debió existir; y
donde vemos también que no es posible la existencia si no debe existir, aunque
no comprendamos su modo existencial. Y dicho Bien no se encuentra lejos de
cada uno de nosotros: En El vivimos, nos movemos y somos (Act 17,27.28).
LIBRO IX
CAPÍTULO III
Pero de cualquier modo que se haya la potencia visiva, ora sea irradiación, ora
otra cosa diversa, no la podemos ver con la vista, sino que la debemos buscar
con la mente, y, si es posible, con la mente llegaremos a comprenderla. Percibe
la mente, mediante los sentidos del cuerpo, las sensaciones de los objetos
materiales, y por sí misma los incorpóreos. En consecuencia, se conoce a sí
misma por sí misma, pues es inmaterial. Porque, si no se conoce, no se ama.
CAPÍTULO IV
Tres cosas iguales que son unidad: la mente, su conocimiento y el amor. Estas
tres cosas son sustancia y dicen relación. Las tres son inseparables y las tres
son, sin trabazón ni mezcla, una sustancia y también términos relativos
Pero la mente puede amar otras cosas fuera de sí con el mismo amor con que
se ama a sí misma. Y, del mismo modo, la mente no se conoce solamente a sí
misma, sino otras muchas cosas. Luego el amor y el conocimiento no radican en
la mente como en un sujeto, sino que son, al parigual de la mente, sustancia;
pues, aunque tengan un sentido de mutua relación, en sí son sustancia. Porque
esta relación no es como la del color respecto del cuerpo colorado, pues el color
está en el cuerpo como en propio sujeto y no tiene en sí subsistencia, porque
sustancia es el cuerpo colorado, pero el color está en una sustancia.
Mas nuestra habitud es como la que existe entre dos amigos, que son dos
hombres y, en consecuencia, dos sustancias. En cuanto hombres, no indican
relación, sí en cuanto amigos.
652 Mas no veo cómo aquellas tres realidades no sean de una misma sustancia,
sobre todo cuando la mente se conoce y se ama, y se compenetran de tal suerte
estas tres cosas que el alma no es conocida ni amada por otro. Luego es
necesario que estas tres cosas sean de una misma sustancia; pues de existir en
mezcla informe, no serían ya tres ni podrían relacionarse entre sí. Es como si de
un mismo pan de oro haces tres sortijas semejantes y entrelazadas: dicen
siempre mutua habitud, pues se asemejan, y lo semejante es semejante a
alguna cosa; existe en este caso una trinidad de sortijas y un pan de oro. Pero si
se las somete a fusión y cada anillo se mezcla y confunde con la masa total,
perece la trinidad y no puede ya subsistir. Se podrá entonces hablar de la unidad
del oro, pero no de una trinidad áurea, como en el ejemplo de las tres sortijas.
CAPÍTULO V
La mente está ciertamente en sí, pues se dice mente con relación a sí misma;
pero como cognoscente, conocida o cognoscible, dice relación a su noticia, y
con referencia al amor con que se ama se la dice amable o amada y amante. Y
la noticia, aunque se refiera a la mente que conoce y es conocida, no obstante,
con relación a sí misma se la puede llamar cognoscente y conocida; no puede
ser ignorada la noticia por la que se conoce la mente. Y el amor, aunque se
refiera a la mente que ama y cuyo es el amor, sin embargo, es amor para sí con
subsistencia propia; pues se ama el amor, y el amor sólo puede ser amado por
el amor, es decir, por sí mismo. Y así, cada una de estas tres realidades existe
en sí misma.
Y están recíprocamente unas en otras: la mente que ama está en su amor; el
amor, en la noticia del que ama, y el conocimiento, en el alma que conoce.
654 Cada una está en las otras dos. La mente que se conoce y ama está en su
amor y noticia; el amor de la mente que se conoce y ama está en su mente y en
su noticia; y la noticia de la mente que se ama y conoce está en su mente y en
su amor, porque se ama cognoscente y se conoce amante. Y así hay dos en
cada una, pues la mente que se conoce y ama está con su noticia en el amor, y
con su amor, en su noticia; el amor y la noticia están simultáneamente en la
mente que se conoce y ama.
Poco ha hemos visto cómo está toda en todas cuando la mente se ama toda, se conoce
toda y conoce todo su amor, y ama toda su noticia cuando estas tres realidades son
perfectas con relación a sí mismas. Y las tres son de un modo maravilloso inseparables
entre sí, y, no obstante, cada una de ellas es sustancia, y todas juntas una sustancia o
esencia, si bien mutuamente son algo relativo.
CAPÍTULO VI
Luego es manifiesto que una cosa es ver en sí lo que otro no ve y ha de creerlo sobre la
palabra del que habla, y otra contemplarlo en la misma verdad, lo que también puede ver
un tercero: lo primero puede cambiar en el tiempo, ésta es inmutable y eterna. No es
viendo con los ojos del cuerpo una muchedumbre de mentes como nos formamos, por
analogía, un concepto general o concreto de la mente humana, sino contemplando la
verdad indeficiente, según la cual definimos, en cuanto es posible, no lo que es la mente
de cada hombre, sino lo que debe ser en las razones eternas.
656 10. Cuanto a las imágenes de las cosas materiales percibidas por los
sentidos del cuerpo y grabadas en cierto modo en la memoria y en su medio,
nos representamos como en fingida imagen las cosas no vistas, ora muy
diferentes de como son, ora por pura casualidad, como son¡ al aprobarlas o
rechazarlas en nuestro interior, obramos conforme a unas normas superiores a
nuestra mente e inmutables, siempre que nuestro juicio sea, en su aprobación o
crítica, recto. Así, cuan-do pienso en las murallas de Cartago, que vi, o imagino
las de Alejandría, que no vi, doy racionalmente preferencia a unas normas
imaginadas sobre otras; pero es en las alturas donde brilla y se afirma el juicio
de la verdad y le dan firmeza las leyes incorruptibles de su derecho; y aunque
una nube de imágenes materiales logre a veces velar su silueta, jamás podrá
oscurecerla y confundirla.
657 11. Mas interesa saber si, envuelto yo en esa calígine o bajo su oscuridad,
estoy privado de la vista del cielo sereno, o, cual suele acaecer en la cima
elevada de una montaña, como suspendido entre el firmamento y los cirrus,
gozo del aire puro y contemplo en lo alto plácida luz y bajo mis pies densas
tinieblas.
¿Por ventura no siento inflamarse en mí la llama del amor fraterno cuando oigo que algún
varón sufrió atroces tormentos por sostener la belleza y solidez de su fe? Y si con el
índice se me señala este varón, anhelo unirme a él, trabar con él amistad, darle a conocer.
Y si la ocasión se me brinda propicia, me aproximo, le hablo, converso con él y le
expreso como puedo mi afecto y ansío vivamente que él se aficione a mi trato y me lo
haga saber; y me esfuerzo, no pudiendo al pronto leer en su interior, unirme a él en un
amplexo espiritual por fe. Amo, con casto y fraternal amor, al varón fiel y valiente.
659 Mas lo que mi mente contempla y, según esta visión, apruebo su belleza o
corrijo lo que me desagrada, es muy otra. Y así juzgamos de estas cosas
corpóreas según la verdad eterna que percibe la intuición de la mente racional.
Estas formas, si están presentes, las percibimos por el sentido del cuerpo; de las
ausentes recordamos sus imágenes archivadas en la memoria, o, según la ley
de las semejanzas, las fingimos tales como nosotros las crearíamos en la
realidad si tuviéramos medios y voluntad. Una cosa es fingir en el ánimo las
imágenes de los cuerpos o ver con el cuerpo los cuerpos, y otra intuir, por
encima de la mirada de la mente, mediante la visión de la pura inteligencia, las
razones y el arte inefablemente bello de tales imágenes.
CAPÍTULO VII
en la eterna Verdad
660 12. Con la mirada del alma vemos en esta eterna Verdad, por la que han sido creadas
todas las cosas temporales, una forma que es modelo de nuestra existencia y de cuanto en
nosotros o en los cuerpos obramos, al actuar según la verdadera y recta razón: por ella
concebimos una noticia verdadera de las cosas, que es como verbo engendrado en nuestro
interior al hablar, y que al nacer no se aleja de nosotros.
CAPÍTULO VIII
Eros y amor
661 13. Este verbo es engendrado o por el amor de la criatura o del Creador;
esto es, o de la naturaleza caduca o de la verdad inmutable. Luego, o por la
concupiscencia o por la caridad. Y no es que no haya de amarse la criatura:
cuando este amor va flechado al Creador, no es concupiscencia, sino caridad.
Es, sí, concupiscencia cuando se ama la criatura por la criatura. En este caso es
útil al que no usa de ella; pero corrompe al que en ella sea delicia. La criatura o
es igual o inferior a nosotros. De la inferior se ha de usar para Dios; de la igual
hemos de disfrutar, pero en Dios. No te complazcas en ti mismo, sino en aquel
que te hizo; y lo mismo has de practicar con aquel a quien amas como te amas a
ti. Gocemos, pues, de nosotros mismos y de los hermanos, pero en el Señor, y
no osemos nunca abandonarnos a nosotros mismos ni extender nuestros
deseos hacia los bienes de la tierra.
Florece la palabra cuando agrada la idea, e inclina al pecado o al bien. Es el amor un
abrazo entre la palabra y la mente que la engendra, y a ellas se une como tercer elemento
un amplexo incorpóreo, sin confusión alguna.
CAPÍTULO XI
662 12. Mas toda noticia es, según la especie, semejante al objeto que se
conoce. Existe, además, una noticia, según la privación, que expresamos al
desaprobar una cosa.
Y esta repulsa de la privación es un elogio de la idea, y por eso se alaba. Tiene el alma
una cierta semejanza con la especie conocida, ora le agrade, ora le ofenda su privación.
CAPÍTULO XII
Por qué la noticia del alma es su prole y no es su parto el amor. Solución del
problema. La mente, su noticia y su amor, imagen de la Trinidad
664 17. ¿Qué es el amor? ¿Será imagen? ¿Palabra? ¿Engendrado? ¿Por qué la
mente engendra su noticia cuando se conoce v no engendra su amor cuando se
ama? Porque si es causa de su noción en cuanto escible, será también causa de
su amor, en cuanto amable.
Difícil es decir por qué no engendra el alma ambas cosas. Y esta misma
cuestión surge al tratar de la Trinidad excelsa. Dios omnipotente v Creador. a
cuya imagen fue el hombre formado. v suele inquietar a los hombres, a quienes
la verdad de Dios invita a la fe en lenguaje humano. ¿Por qué al Espíritu Santo
ni se le cree. ni se le dice engendrado por Dios Padre, ni se le llama hijo suyo?
665 18. Es en principio manifiesto que puede darse algo cognoscible, es decir,
que se puede conocer, y, sin embargo, se ignora; pero no se puede en modo
alguno conocer lo incognoscible. Es, pues, evidente que todo objeto conocido
coengendra en nosotros su noticia. Ambos, cognoscente y conocido, engendran
el conocimiento. Y así la mente, cuando se conoce, ella sola es padre de su
noticia y es a la vez la que conoce y lo que conoce. Era cognoscible antes de
conocerse, pero no existía en ella su noticia antes de autoconocerse. Cuando se
conoce, engendra su noticia igual a sí misma; entonces su conocimiento iguala a
su ser, y su noticia no pertenece a otra sustancia; y esto no sólo porque conoce,
sino porque se conoce a sí misma, según arriba dijimos.
666 Mas ¿qué decir del amor? ¿Por qué, cuando se ama, no engendra su amor?
Era ya amable antes de amarse, pues podía amarse, como era antes de
conocerse cognoscible, pues podía conocerse; porque si no fuera cognoscible,
jamás se podía conocer, y si no fuera amable, jamás se podría amar. ¿Por qué,
pues, cuando se ama no se dice que engendra su amor, como al conocerse
engendra su noticia?
¿Es acaso para indicar claramente el principio del amor de donde procede, pues
procede de la mente ya amable antes de amarse, siendo así principio del amor
con que se ama; mas no puede decirse con verdad engendrado, como se dice la
noticia de sí por la que se conoce, precisamente porque ha encontrado mediante
el conocimiento de lo que se pudiera llamar parto o encontrado (repertum), pues
con frecuencia precede la búsqueda con la ilusión de reposar en este fin? Es la
investigación una apetencia de encontrar, que es sinónimo de engendrar
(reperiendi). Las cosas que se reencuentran es como si se alumbraran
(pariuntur) y son semejantes a la filiación. Y ¿dónde se engendran sino en la
noticia? Es aquí donde como expresándose se forman. Porque si ya existían las
cosas que buscando encontramos, no existía la noticia, que asemejamos a un
hijo que nace. La apetencia que late en la búsqueda procede del que busca, y se
balancea como en suspenso, y no reposa en el fin anhelado a no ser cuando se
encuentra el objeto buscado y se une al que busca. Y esta apetencia o
búsqueda, aunque no parezca aún amor con que se ama lo conocido-sólo se
trata aún del conocimiento-, participa en cierto modo de su género.
LIBRO X
CAPÍTULO, III
668 5. ¿Qué ama, pues, el alma cuando con pasión ardorosa busca conocerse,
si es para sí una desconocida? He aquí a la mente, que busca conocerse y se
inflama en este deseo. Ama, es cierto; pero ¿qué ama? ¿Se ama a sí misma?
¿Cómo se ama, si aún no se conoce y nadie puede amar lo ignorado? ¿Es
acaso que la fama pregonó su hermosura cual solemos oír de las cosas
ausentes?
Quizá entonces no se ama a sí misma, sino la idea que se finge de sí misma, muy
diferente acaso de lo que ella es. Y si la mente tiene de sí una idea exacta, entonces al
amar esta ficción se amaría antes de conocerse. Ve lo que le es semejante; conoció otras
mentes y por ellas se finge a sí misma y, según esta idea genérica, ya se conoce.
¿Es que ve algún fin excelso, esto es, su seguridad y su dicha, merced a una
secreta memoria que no le abandona en su peregrinación hacia lejanas playas, y
cree no poder alcanzar esta meta sin conocerse a sí misma? Y así, mientras
ama aquello, busca esto: ama el fin conocido y busca el medio ignorado.
669 Mas entonces, ¿cómo pudo subsistir el recuerdo de su felicidad sin que el
recuerdo de ella misma perdure? ¿No se conocerá ella que quiere llegar, y
conocerá la meta adonde ansía llegar? ¿O es que, cuando ama conocerse, no
se ama a sí misma, pues aún se ignora, pero ama el conocer y amargamente
soporta en sí esta falta de ciencia, por la que anhela comprenderlo todo? Luego
conoce qué es conocer, y por esto que ya conoce desea conocerse.
Mas ¿dónde conoció su saber, si no se conoce? Sabe, sí, que conoce otras cosas y ella se
ignora, y de ahí el conocer qué es conocer. Pero ¿cómo sabe que sabe algo, si se ignora a
sí misma? No conoce una mente que conoce, sino a sí misma. Luego se conoce. Además,
cuando se busca para conocerse, conoce su búsqueda. Luego ya se conoce. Es, por
consiguiente, imposible un desconocimiento absoluto del yo, porque, si sabe que no sabe,
se conoce, y si ignora que se ignora, no se busca para conocerse. Por el mero hecho de
buscarse, ¿no prueba ya que es para sí más conocida que ignorada? Al buscar para
conocerse, sabe que se busca y se ignora.
CAPÍTULO X
671 Además, saben que quieren, y conocen igualmente que nadie puede querer
si no existe y vive; asimismo refieren su querer a algo que quieren mediante la
facultad volitiva. Saben también que recuerdan, y al mismo tiempo saben que,
sin existir y vivir, nadie recuerda; la memoria la referimos a todo lo que
recordamos por ella. Dos de estas tres potencias, la memoria y la inteligencia,
contienen en sí la noticia y el conocimiento de multitud de cosas; la voluntad, por
la cual disfrutamos y usamos de ellas, está presente. Gozamos de las cosas
conocidas, en las que la voluntad, como buscándose a sí misma, descansa con
placer; usamos de aquellas que nos sirven como de medio para alcanzar la
posesión fruitiva. Y no existe para el hombre otra vida viciosa y culpable que la
que usa y goza mal de las cosas. Sobre esta cuestión no disputaremos ahora.
673 15. Los que opinan que la mente es un cuerpo o la cohesión y equilibrio de
un cuerpo, quieren que todas estas cosas sean vistas en un determinado sujeto,
de suerte que la sustancia sea fuego, éter o un elemento cualquiera; en su
opinión esto es la mente, y la inteligencia informaría este cuerpo como atributo.
El cuerpo sería el sujeto, ésta radicaría en dicho sujeto. Es decir, la mente -pues
la juzga .n corpórea-es el sujeto; la inteligencia y las facultades mencionadas
poco ha, de las cuales tenemos certeza, accidentes de este sujeto. Así piensan
también aquellos que niegan la corporeidad del alma, pero la hacen constitución
orgánica o temperamento del cuerpo. Con esta diferencia: que unos afirman la
sustancialidad del alma, en la cual radicaría, como en propio sujeto, la
inteligencia, mientras éstos sostienen que la mente radica en un sujeto, es decir,
en el cuerpo, cuya composición temperamental es. Por consiguiente, ¿en qué
sujeto han de colocar la inteligencia, sino en el sujeto cuerpo?
674 16. Todos éstos no advierten que la mente se conoce cuando se busca,
según ya probamos. No se puede con razón afirmar que se conoce una cosa si
se ignora su naturaleza. Por tanto, si la mente se conoce, conoce su esencia, y
si está cierta de su existencia, está también cierta de su naturaleza. Tiene de su
existencia certeza, como nos lo prueban los argumentos aducidos: Que ella sea
aire, fuego, cuerpo o elemento corpóreo no está cierta. Luego no es ninguna de
estas cosas. El precepto de conocerse a sí misma tiende a darle certeza de que
no es ninguna de aquellas realidades de las que ella no tiene certeza. Sólo debe
tener certeza de su existencia, pues es lo único que sabe con certeza.
CAPÍTULO XI
675 17. Dejadas, por un momento, aparte las demás cosas que el alma
reconoce en sí con toda certeza, estudiemos sus tres facultades: memoria,
inteligencia y voluntad. En estas tres potencias se refleja y conoce la naturaleza
e índole de los párvulos. Cuanto con mayor tenacidad y facilidad recuerde el
niño y mayor sea su agudeza en entender y estudie con mayor ardor, tanto será
su ingenio más laudable. Cuando se trata de una disciplina cualquiera no se
pregunta con cuánta firmeza y facilidad recuerda o cuál es la penetración de su
inteligencia, sino qué es lo que recuerda y comprende. Y siendo el alma laudable
no sólo por su ciencia, sino también por su bondad, se ha de tener en cuenta no
lo que recuerda y comprende, sino qué es lo que quiere, y no con el ardor que lo
quiere, sino que primero consideramos el objeto de su querer y luego cómo lo
quiere. Un alma vehemente y apasionada es sólo loable en la hipótesis que haya
de amarse con pasión lo que ama.
Al nombrar estas tres cosas, ingenio, doctrina y uso, el primer punto a examinar en las
tres facultades será qué es lo que cada uno puede con su memoria, con su inteligencia y
con su voluntad.
677 18. Y estas tres facultades, memoria, inteligencia y voluntad, así como no
son tres vidas, sino una vida, ni tres mentes, sino una sola mente, tampoco son
tres sustancias, sino una sola sustancia. La memoria, como vida, razón y
sustancia, es en sí algo absoluto; pero en cuanto memoria tiene sentido relativo.
Lo mismo es dable afirmar por lo que a la inteligencia y a la voluntad se refiere,
pues se denominan inteligencia y voluntad en cuanto dicen relación á algo. En sí
mismas, cada una es vida, mente y esencia. Y estas tres cosas, por el hecho de
ser una vida, una mente, una sustancia, son una sola realidad. Y así, cuanto se
refiere a cada una de estas cosas le doy un nombre singular, no plural, incluso
cuando las considero en conjunto.
Son tres según sus relaciones recíprocas; y si no fueran iguales, no sólo cuando una dice
habitud a otra, sino incluso cuando una de ellas se refiere a todas, no se comprenderían
mutuamente. Se conocen una a una, y una conoce a todas ellas. Recuerdo que tengo
memoria, inteligencia y voluntad; comprendo que entiendo, quiero y recuerdo; quiero
querer, recordar y entender, y al mismo tiempo recuerdo toda mi memoria, inteligencia y
voluntad. Lo que de mi memoria no recuerdo no está en mi memoria. Nada en mi
memoria existe tan presente como la memoria. Luego en su totalidad la recuerdo.
678 De idéntica manera sé que entiendo todo lo que entiendo, sé que quiero
todo lo que quiero, recuerdo todo lo que sé. Por consiguiente, recuerdo toda mi
inteligencia y toda mi voluntad. Asimismo, comprendo estas tres cosas, y las
comprendo todas a un tiempo. Nada inteligible existe que no comprenda, sino lo
que ignoro. Lo que ignoro, ni lo recuerdo ni lo quiero. En consecuencia, cuanto
no comprendo y sea inteligible, ni lo recuerdo ni lo amo. Por el contrario, todo lo
inteligible que recuerde y ame es para mí comprensible. Mi voluntad, siempre
que uso de lo que entiendo y recuerdo, abarca toda mi inteligencia y toda mi
memoria. En conclusión, cuando todas y cada una mutuamente se comprenden,
existe igualdad entre el todo y la parte, y las tres son unidad: una vida, una
mente, una esencia.
***