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Rebeca mostró una humildad muy valiosa, que hoy día es poco
común.
Isaac, que tiene unos 40 años, todavía está de duelo por su madre,
Sara, que ha muerto hace unos tres años. Podemos deducir que es
un hombre cariñoso y de buenos sentimientos. Para alguien así,
casarse con una mujer trabajadora, hospitalaria y de carácter
humilde es todo un regalo. ¿Cómo les irá juntos? La Biblia lo
revela de una forma muy sencilla: “Él se enamoró de ella” (Génesis
24:67; 26:8).
REBECA 2
Rebeca era una persona buena, perfecta y agradable, una respuesta real
de Dios. A ella la encontraron trabajando (Génesis 24:15), dispuesta a
servir (Génesis 24:18-20) y preparada para el encuentro (Génesis 24:14-
15, 18 y 58). Un ejemplo de cómo se debe estar cuando la bendición del
Señor llegue.
REBECA 3
Rebeca, Rebekah o Rivka (ר ְב ָקה,ִ en Hebreo estándar Rivqa, en Hebreo Tiberio Riḇqāh)
fue una matriarca bíblica y la mujer y sobrina segunda de Isaac. Su historia se narra en
el Génesis. Rebeca era muy hermosa (de ahí viene su significado) pero exhibía una gran
sencillez. Rebeca fue la madre de los gemelos Esaú y Jacob, siendo este último su
elegido. Era nieta del hermano de Abraham, Najor. Abraham era el padre de Isaac.
La Biblia relata que Abraham envió a Eliezer, jefe de sus sirvientes, con el objetivo de
encontrar una mujer para su hijo que no fuera cananea. El criado hizo lo que le pidió su
amo y encontró a Rebeca. Impresionado por su amabilidad y la buena situación de su
familia, la eligió como esposa de Isaac y se la llevó junto a su futuro marido. Nada más
verla Isaac se enamoró de su elegancia y belleza. Después se la llevó a la tienda de su
madre, Sara, para casarse con ella.
Ademaś, se dice que gracias a la presencia de Rebeca, Isaac logró sobrellevar la
repentina muerte de su madre, que ocurrió poco después.
La tradición oral afirma que Rebeca está enterrada en la Cueva de los Patriarcas,
en Hebrón.
REBECA 4
Hace ya algún tiempo iniciamos una sección titulada Mujeres de la Biblia, que
entonces dedicamos a Sara, la fiel y apasionada mujer de Abraham. Después otros
proyectos se nos fueron cruzando en el camino, pero no nos olvidamos de las mujeres
fuertes del “Antiguo Testamento”. Hoy continuamos con Rebeca, la esposa de Isaac y
madre de Esaú y Jacob.
Rebeca es otra mujer decisiva en el destino del pueblo hebreo, del pueblo escogido.
Sin ella la historia bíblica habría sido muy diferente. Su peripecia vital, o al menos la
que interesa para el destino de Israel, se lee en el “Génesis” y presenta los siguientes
aspectos:
“Era Abraham ya viejo, muy entrado en años, y Yavé le había bendecido en todo. Dijo,
pues, Abraham al más antiguo de los siervos de su casa, el que administraba cuanto
tenía: “Pon, te ruego, tu mano bajo mi muslo. Yo te hago jurar por Yavé, Dios de los
cielos y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los
cananeos, en medio de los cuales habito, sino que irás a mi tierra, a mi parentela, a
buscar mujer para mi hijo Isaac” (Génesis, 24, 1-4).
“Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿habré de llevar allá a tu hijo, a la
tierra de donde saliste?” Díjole Abraham: “Guárdate muy bien de llevar allá a mi hijo.
Yavé, Dios de los cielos, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi
nacimiento, que me ha hablado, y me juró, diciendo: A tu descendencia daré yo esta
tierra, enviará a su ángel ante ti y traerás de allí mujer para mi hijo. Si la mujer cono
quisiera venir contigo, quedarás libre de este juramento, pero de ninguna manera
volverás allá a mi hijo”. (Génesis, 24, 5-8).
El pobre siervo, desorientado, parte para la tierra de su señor y allí hace lo que él
considera más lógico: le pide una señal a Dios:
Parece que el viejo criado pide mucho, no sólo busca a una mujer caritativa, que le
haga la merced de darle de beber a él, un extranjero, sino que además pide que sea
capaz de sacar ella misma el agua necesaria para los camellos. La mujer que haga
eso bien puede ser la esposa de Isaac:
“Y sucedió que antes de que él acabara de hablar, salía con el cántaro al hombro
Rebeca, hija de Batuel, hijo de Melca, la mujer de Najor, hermano de Abraham. La
joven era muy hermosa, y virgen, que no había conocido varón. Bajó al pozo, llenó su
cántaro y volvió a subir. Corrió a su encentro el siervo y le dijo: “Dame, por favor, a
beber un poco de agua te tu cántaro”. “Bebe, señor mío” le contestó ella; y bajando el
cántaro apresuradamente con sus manos, le dio a beber. Cuando hubo él bebido, le
dijo: “También para tus camellos voy a sacar agua, hasta que hayan bebido lo que
quieran” (Génesis, 15-19).
Muy contento con su suerte, el viejo siervo aún quiere saber más y le pregunta de
quién es hija. No sale de su asombro cuando Rebeca le contesta quién es, es la
sobrina nieta del propio Abraham: “Soy hija de Batuel, el hijo que Melca dio a Najor”
(Génesis, 24, 24). Y no sólo eso, sino que le invita a ir a casa de su padre a pasar la
noche, dando muestras de tener un corazón limpio y puro. El siervo entiende que era
la señal que esperaba y da las gracias, ante el asombro de Rebeca:
“Postróse entonces el hombre y adoró a Yavé, diciendo: “Bendito sea Yavé, Dios de mi
señor Abraham, que no ha dejado de hacer gracia y mostrarse fiel a mi señor y a mí
me ha conducido derecho a la casa de los hermanos de mi señor”. Corrió la joven a
contar en casa de su madre lo que había pasado” (Génesis, 24, 26-28).
“Labán y su casa contestaron, diciendo: “De Yavé viene esto; nosotros no podemos
decirte ni bien ni mal. Ahí tienes a Rebeca; tómala y vete, y sea la mujer del hijo de tu
señor, como lo ha dicho Yavé”. Cuando el siervo de Abraham hubo oído estas
palabras, se postró en tierra ante Yavé, y sacando objetos de plata y oro y vestidos, se
los dio a Rebeca, e hizo también presentes a su hermano y a su madre” (Génesis, 50-
53).
Rebeca no parte sola, como era natural en una joven de casa adinerada. La
acompañan sus doncellas y su nodriza. Y aquí la historia cambia de escenario y
vuelve de nuevo a Isaac quien, hasta ahora, había permanecido ajeno a su propio
futuro:
“Volvía un día Isaac del pozo de Lajai Roi, pues habitaba en la tierra de Negueb, y
había salido para pasearse por el campo al atardecer, y, alzando los ojos, vio venir
camellos. También Rebeca alzó sus ojos, y viendo a Isaac, se apeó del camello, y
preguntó al siervo: “¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a nuestro
encentro?” El siervo le respondió: “Es mi señor”. Ella agarró el velo y se cubrió. El
siervo contó a Isaac cuanto había ocurrido, e Isaac condujo a Rebeca a la tienda de
Sara, su madre; la tomó por mujer y la amó, consolándose de la muerte de su madre”
(Génesis, 24, 62-67).
En la época era costumbre que el marido no viera la cara de su esposa hasta la noche
de bodas, así no es de extrañar que Rebeca se cubra la cara con premura al ver a
Isaac. Nada más se dice de la impresión que tuvieron el uno del otro, pero queda claro
que Isaac se consoló con Rebeca de la muerte de su madre, Sara.
A todo eso, Abraham volvió a tomar mujer y tuvo varios hijos más, aunque los envió a
oriente, lejos de su hijo primogénito, Isaac. Abraham murió a los 175 años. Tras su
muerte, Isaac fue bendecido por Yavé y siguió viviendo junto al pozo de Lajai Roi.
Entendemos, por los datos que nos da la historia, que Rebeca era mucho más joven
que Isaac, cuando se desposaron. Isaac tenía 40 años. Al principio Rebeca tardó en
quedarse embarazada y las malas lenguas decían que era estéril. Cuando, por fin,
concibió, tuvo un embarazo difícil:
“Chocábanse en su seno los niños, y dijo: ¿Para esto a qué concebir?” Y fue a
consultarle a Yavé, que le dijo: “Dos pueblos llevas en tu seno, dos pueblos que al salir
de tus entrañas se separarán. Una nación prevalecerá sobre la otra nación. Y el mayor
servirá al menor.” (Génesis, 25, 22-23).
Estas palabras la indican que los dos hermanos serán el origen de dos pueblos que
siempre tendrán problemas para convivir, como son los edomitas (descendientes de
Esaú) y los israelitas (descendientes de Jacob).
Finalmente dio a luz dos gemelos, el mayor Esaú y el menos Jacob. Sabido es que los
nombres no se ponían en balde, sino que significaban algo. Así Esaú vendría a
significar “el velludo o peludo” y Jacob parece ser que significa “Dios proteja”, aunque
la etimología popular relaciona su nombre con el hecho de su curioso nacimiento.
Isaac tenía entonces 60 años:
“Salió primero uno rojo, todo él peludo, como un manto, y se le llamó Esaú. Después
salió su hermano, agarrando con la mano el talón de Esaú, y se le llamó Jacob”
(Génesis, 25, 25-26).
“Hizo un día Jacob un guiso, y llegando Esaú del campo, muy fatigado, dijo a Jacob:
“Por favor, dame de comer de ese guiso rojo, que estoy desfallecido”. Por esto se le
dio a Esaú el nombre de Edom. Contestóle Jacob: “Véndeme ahora mismo tu
primogenitura”. Respondió Esaú: “Estoy que me muero; ¿qué me importa la
primogenitura?”. “Júramelo ahora mismo”, le dijo Jacob; y juró Esaú, vendiendo a
Jacob su primogenitura. Diole entonces Jacob pan y el guiso de lentejas; y una vez
que comió y bebió, se levantó Esaú y se fue, sin dársele nada de la primogenitura”
(Génesis, 25, 29-34).
En la propia familia hay también problemas, porque Esaú contrae matrimonio con
mujeres del país que no gustan a sus padres, antes al contrario, “fueron para Isaac y
Rebeca una amarga pesadumbre” (Génesis, 26, 35).
Por último, llegamos al episodio crucial del relato que es cuando Isaac, ya anciano, sin
apenas vista, decide bendecir a su hijo mayor antes de morir. Ruega a Esaú que salga
al campo y le prepare un buen guiso antes. Rebeca que ha estado muy antena corre a
decírselo a Jacob y no sólo eso, interviene y cambia el destino. Ordena a su hijo Jacob
que le traiga dos cabritos para que ella misma haga el guiso:
“Ahora, pues, hijo mío, obedéceme y haz lo que yo te mano. Anda, vete al rebaño y
tráeme dos cabritos buenos para que yo haga con ellos a tu padre un guiso como a él
le gusta y se lo lleves a tu padre, y lo coma y te bendiga antes de su muerte” (Génesis,
27, 8-10).
“Sobre mí tu maldición, hijo mío; pero tú obedéceme. Anta y tráemelos” (Génesis, 27,
13).
Sigue Rebeca siendo la protagonista de este momento decisivo:
“Tomó Rebeca vestidos de Esaú, su hijo mayor, los mejores que tenía en casa, y se
los vistió a Jacob, su hijo menor; y con las pieles de los cabritos le cubrió las manos y
lo desnudó del cuello; puso el guiso y pan, que había hecho, en manos de Jacob, su
hijo y éste se lo llevo a su padre...” (Génesis, 27, 15-17).
Isaac sospecha al principio, pro acaba por bendecir a su hijo pequeño, como si fuera el
primogénito. Cuando ha acabado su bendición llega Esaú, pero ya no se puede dar
marcha atrás porque las palabras han sido pronunciadas. Esaú se desconsuela y
ruega una bendición, la que sea, porque ya se sabe sin nada y le duele. Isaac
entonces pronuncia estas palabras que más que bendición parecen una maldición:
“Mira, fuera de la grosura de la tierra será tu morada y fuera del rocío que baja de los
cielos. Vivirás de tu espada y servirás a tu hermano; mas cuando te revuelvas,
romperás su yugo de sobre tu cuello” (Génesis, 27, 39-40).
“Mira, tu hermano Esaú quiere vengarse de ti matándote. Anda pues, obedéceme, hijo
mío, y huye a Jarán, a Labán, mi hermano, y estáte algún tiempo con él, hasta que la
cólera de tu hermano se aparte de ti, se aplaque su ira y se haya olvidado de lo que le
has hecho; yo mandaré allí a buscarte. ¿Habría de verme privada de vosotros dos en
un solo día?”. Rebeca dijo a Isaac: “Me pesa la vida a causa de las hijas de Jet; si
Jacob toma mujer de entre las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero vivir?” (Génesis,
27, 42-46).
Y a partir de aquí nada más de sabe de Rebeca. Podemos imaginar que le dolería la
ausencia de Jacob, quien tuvo que pasarse mucho tiempo en casa de su tío Labán,
aunque ésa es otra historia. El propio Isaac da la autorización para la partida.
A Rebeca no se le pueden hacer sólo alabanzas; eso está claro, pero acaso sea ése
su mayor encanto puesto que se muestra como una mujer con aspectos negativos y
positivos, una mujer de carne y hueso, que a veces decide bien y otras decide mal.
Rebeca supo mostrarse como una mujer caritativa y eso gustó a Dios, quien la escogió
como esposa de Isaac. Rebeca fue también buena esposa y buena madre hasta cierto
punto, ya que demostró un favoritismo sin motivo hacia su hijo pequeño, quizá porque
el mayor presentó aún mayor voluntad que ella al casarse con paganas, quizá por
otras razones que desconocemos. El caso es que Rebeca cambió el destino y al
hacerlo sembró el odio y el rencor en el corazón de su hijo mayor, a la vez que
desataba problemas en su propia familia.
Y ella misma sufrió la condena al verse privada del hijo al que más amaba. Pero no
vamos a juzgar a Rebeca, no somos quiénes para hacerlo, acaso estaba jugando un
papel mucho más importante en la historia del pueblo escogido, mucho más
importante de lo que ella misma hubiese podido imaginar nunca. Acaso ella misma no
fue quien escogió hacer lo que hizo.
REBECA 5