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Rebeca

A MEDIDA que cae la noche, Rebeca contempla el escarpado


paisaje que la rodea. Tras varias semanas de viaje, ya se está
acostumbrando al balanceo del camello en el que va sentada.
A cientos de kilómetros al noreste ha quedado Harán, el hogar de
su infancia. Quizás nunca más vuelva a ver a su familia. Seguro
que tiene muchas preguntas sobre el futuro, en especial ahora
que se acerca el fin de su viaje.

La caravana ha atravesado gran parte de Canaán y ahora cruza la


reseca tierra del Négueb (Génesis 24:62). El terreno quizás sea
árido para la agricultura, pero bueno para la cría de ganado; así
que es probable que Rebeca vea ovejas en el camino. Para su
anciano guía, el paisaje es muy familiar. Está entusiasmado con
todo lo que tiene que contarle a su amo: ¡Rebeca ha aceptado
casarse con Isaac! Sin embargo, ella estará preguntándose qué le
espera en esta tierra desconocida. ¿Cómo será Isaac, su
prometido? ¡Ni siquiera se conocen! ¿Qué pensará él cuando la
vea? Y a ella, ¿le gustará Isaac?

En la actualidad, la idea de los matrimonios concertados puede


sonar extraña en muchos lugares, pero en otros, esas uniones son
normales. Más allá de cuál sea la costumbre donde vivimos, no se
puede negar que Rebeca se dirigía hacia un mundo desconocido.
Sin duda, fue una mujer de gran fe y extraordinaria valentía, dos
cualidades que todos necesitamos para enfrentarnos a los
cambios de la vida. Pero la fe de Rebeca reveló otras cualidades
que hoy día no son muy comunes.

“TAMBIÉN PARA TUS CAMELLOS


SACARÉ AGUA”
El gran cambio en la vida de Rebeca llegó de forma inesperada,
un día normal como cualquier otro. Vivía en Mesopotamia, en la
ciudad de Harán o cerca de ella. Su familia no era como la gente
de Harán, que adoraban a Sin, el dios-luna. Su Dios era Jehová
(Génesis 24:50).

Rebeca era una muchacha muy atractiva. Pero no se trataba solo


de una cara bonita, estaba llena de vida y se había mantenido
moralmente pura. Aunque su familia era adinerada y tenían
sirvientes, ella no era una niña mimada ni la trataban como a una
princesa; le habían enseñado a trabajar duro. Al igual que muchas
mujeres de su época, se encargaba de algunas tareas pesadas en
el hogar. Por ejemplo, al caer la tarde, iba al pozo cargada con un
cántaro sobre los hombros a buscar agua para la familia (Génesis
24:11, 15, 16).

En una de estas ocasiones, después de llenar su recipiente, se le


acercó corriendo un hombre mayor que le dijo: “Dame, por favor,
un sorbito de agua de tu jarro”. ¡Era un favor tan pequeño y se lo
había pedido con tanta amabilidad! Como se notaba que el
hombre venía de lejos, enseguida bajó el cántaro para darle,
no un sorbito, sino un buen trago de agua fresca. Rebeca vio que
el hombre había llegado con una manada de 10 camellos y que
no había agua en el bebedero. Se dio cuenta de que la observaba
atentamente y quiso ser generosa con él. Le dijo: “También para
tus camellos sacaré agua hasta que acaben de beber” (Génesis
24:17-19).

Fíjese que no solo se ofreció a darles un poco de agua a los


camellos, sino a darles de beber hasta que saciaran su sed.
Un camello sediento puede beber unos 95 litros (25 galones) de
agua. Así que a Rebeca le podían esperar varias horas de
duro trabajo. Por lo que ocurrió después, parece que los camellos
no tenían tanta sed,* pero ella no lo sabía cuando se ofreció a
darles agua. Sin embargo, estaba dispuesta a hacer lo que fuera
para mostrarle hospitalidad a aquel forastero, quien aceptó su
ayuda. Rebeca iba y venía bajo la atenta mirada del anciano,
llenando una y otra vez su cántaro para llevar agua al bebedero
(Génesis 24:20, 21).

Rebeca era trabajadora y hospitalaria.

Hoy día aprendemos muy buenas lecciones del ejemplo de


Rebeca. Vivimos en una época en la que nadie piensa en el
prójimo. Como se predijo, las personas son egoístas y no están
dispuestas a sacrificarse por los demás (2 Timoteo 3:1-5). Los
cristianos que quieren combatir esa tendencia deben imitar el
ejemplo de esta joven del pasado, que se desvivió por ayudar a un
extraño.

Seguro que Rebeca se dio cuenta de que el anciano la observaba.


No había nada malo en aquella mirada; más bien, indicaba que
estaba sorprendido, maravillado y feliz. Cuando ella acabó, el
hombre le regaló unas joyas valiosas y le preguntó: “¿De quién
eres hija? Infórmame, por favor. ¿Hay lugar en casa de tu padre
para que pasemos la noche?”. Cuando le dijo a qué familia
pertenecía, él se puso aún más contento. Y Rebeca agregó, quizás
llevada por el entusiasmo: “Hay con nosotros paja, así como
también mucho forraje, también lugar donde pasar la noche”. Esa
era una propuesta muy generosa, ya que había más personas
viajando con el hombre. Por eso, la joven fue corriendo a contarle
a su madre lo sucedido (Génesis 24:22-28, 32).

No hay duda de que había aprendido en casa a ser hospitalaria.


Esta es otra buena costumbre que se está perdiendo en la
actualidad y otra razón más para imitar la fe de esta amable
muchacha. La fe en Dios nos debe motivar a ser hospitalarios
como él. Jehová es generoso con todos, y quiere que sus siervos
también lo seamos. Cuando mostramos hospitalidad,
especialmente a quienes no nos lo pueden pagar de ningún
modo, nuestro Padre se siente muy feliz (Mateo 5:44-46; 1 Pedro
4:9).

“TIENES QUE TOMAR ESPOSA PARA


MI HIJO”
Pero ¿quién es el anciano que llegó al pozo? Se trata de un siervo
de Abrahán, tío de Betuel, el padre de Rebeca. Así que fue bien
recibido en el hogar de la familia. El nombre de este siervo
probablemente fue Eliezer.* Aunque el anfitrión lo invitó a cenar,
se negó a probar bocado hasta que les explicara la razón de su
visita (Génesis 24:31-33). Nos lo podemos imaginar hablando
entusiasmado, pues acababa de ver pruebas evidentes de que su
Dios, Jehová, había bendecido su misión.

Imagínese a Eliezer contando el motivo de su visita, y a Betuel y a


su hijo, Labán, que lo escuchan sin pestañear. Les cuenta que
Jehová ha bendecido a su amo Abrahán en Canaán, y que este y
su esposa Sara tienen un hijo, Isaac, que heredará todo. Abrahán
le hizo un encargo muy especial: ir a Harán, la tierra de su familia,
y buscar una esposa para Isaac (Génesis 24:34-38).

Abrahán le había hecho jurar a Eliezer que no elegiría una esposa


cananea para Isaac. ¿Por qué? Porque los cananeos ni adoraban a
Jehová ni lo respetaban. Además, Abrahán sabía que, a su debido
tiempo, Jehová los castigaría por toda su maldad; por eso
no quería que Isaac tuviera ningún vínculo con aquel pueblo
inmoral. Y también sabía que su hijo tendría un papel importante
en las promesas de Dios (Génesis 15:16; 17:19; 24:2-4).

Eliezer les contó a sus anfitriones que le había orado a Jehová


cuando llegó al pozo. De hecho, le pidió que escogiera la joven
que quería para Isaac. ¿Cómo sabría la respuesta? Solicitó que la
joven que Dios eligiera se acercara al pozo, y que cuando él le
pidiera un poco de agua, ella le ofreciera, además, agua para sus
camellos (Génesis 24:12-14). Y ¿quién hizo justo eso? No fue otra
sino Rebeca. Imagínese cómo se debió sentir ella si llegó a
escuchar lo que Eliezer le contó a su familia.

Las palabras de Eliezer conmovieron a Betuel y a Labán, que


dijeron: “De Jehová ha procedido esta cosa”. Según la costumbre
de la época, dieron su aprobación para que Rebeca se casara con
Isaac (Génesis 24:50-54). ¿Quiere decir esto que Rebeca no tuvo
ni voz ni voto en la decisión?

Eso es precisamente lo que, semanas antes, Eliezer le había


preguntado a Abrahán: “¿Y si la mujer no quiere venir conmigo?”.
Abrahán le respondió: “Llegarás a estar libre de obligación a mí
por juramento” (Génesis 24:39, 41). Del mismo modo, en el hogar
de Betuel, la opinión de la joven también importó. ¿Cómo lo
sabemos? Veamos. Eliezer estaba tan entusiasmado por el éxito
de su misión que, a la mañana siguiente, pidió permiso para
regresar enseguida a Canaán con Rebeca. Sin embargo, la familia
quería que ella se quedara como mínimo unos diez días más. Así
que al final dijeron: “Llamemos a la muchacha, a ver qué dice”
(Génesis 24:57, Dios habla hoy).

Se trató de un momento crucial en la vida de Rebeca. ¿Qué


respondería ella? ¿Les rogaría a su padre y a su hermano que
no la mandaran a un mundo desconocido? ¿O consideraría que
era un privilegio participar en sucesos que sin duda Jehová estaba
dirigiendo? Su respuesta mostró lo que pensaba de este
repentino, y hasta intimidante, cambio de circunstancias, pues
dijo: “Estoy dispuesta a ir” (Génesis 24:58).

¡Qué actitud tan admirable! Aunque nuestras costumbres sobre el


matrimonio tal vez sean muy diferentes, podemos aprender
mucho de la historia de Rebeca. Para ella era más importante la
voluntad de Dios que sus propios deseos. La Biblia contiene
consejos muy prácticos sobre el matrimonio. Por ejemplo, habla
de cómo escoger un buen cónyuge y cómo llegar a ser un buen
esposo o esposa (2 Corintios 6:14, 15; Efesios 5:28-33). Sigamos el
ejemplo de Rebeca y tratemos de hacer las cosas como Dios
espera.

“¿QUIÉN ES AQUEL HOMBRE?”


La familia de Betuel le dio la bendición a su querida Rebeca.
Entonces, Débora —la mujer que la había cuidado desde niña— y
algunas sirvientas acompañaron a Rebeca y a Eliezer y sus
hombres (Génesis 24:59-61; 35:8). No tardaron en dejar Harán
atrás. Se trataba de un viaje largo, de unos 800 kilómetros
(500 millas), que les debió tomar unas tres semanas. Lo más
probable es que se tratara de un viaje incómodo. Seguramente,
Rebeca había visto muchos camellos en su vida, pero no podemos
suponer que supiera montar en ellos. Como muestra la Biblia,
pertenecía a una familia de pastores, y no de comerciantes
acostumbrados a guiar caravanas de camellos (Génesis 29:10).
Quienes montan un camello por primera vez se suelen quejar de
lo incómodo que es, incluso en trayectos cortos.

En cualquier caso, Rebeca se habrá concentrado en el futuro y


habrá querido saber más sobre Isaac y su familia. Piense en el
anciano Eliezer conversando por las noches con la joven alrededor
de una fogata, hablándole de la promesa que Dios le hizo a
Abrahán: Dios levantaría de la línea de Abrahán una descendencia
que traería bendiciones para toda la humanidad. Imagínese cómo
le latiría el corazón a Rebeca al darse cuenta de que la promesa
de Dios se cumpliría a través de su futuro esposo y, por lo tanto,
también a través de ella (Génesis 22:15-18).

Rebeca mostró una humildad muy valiosa, que hoy día es poco
común.

Por fin llega el momento mencionado al principio de este artículo.


La caravana avanza por el Négueb y la oscuridad empieza a cubrir
la tierra. Rebeca ve a un hombre caminando por el campo, que
parece estar meditando. Se baja del camello, dice el relato, tal vez
sin esperar ni siquiera a que el camello se arrodille. Y le pregunta
al anciano: “¿Quién es aquel hombre que viene andando por el
campo a nuestro encuentro?”. Al enterarse de que es Isaac, se
cubre la cabeza con un manto (Génesis 24:62-65). ¿Por qué hace
eso? Parece ser una muestra de respeto hacia su futuro esposo.
Esta clase de sumisión podría considerarse hoy anticuada. Sin
embargo, tanto hombres como mujeres podemos aprender
mucho del ejemplo de humildad de Rebeca.

Isaac, que tiene unos 40 años, todavía está de duelo por su madre,
Sara, que ha muerto hace unos tres años. Podemos deducir que es
un hombre cariñoso y de buenos sentimientos. Para alguien así,
casarse con una mujer trabajadora, hospitalaria y de carácter
humilde es todo un regalo. ¿Cómo les irá juntos? La Biblia lo
revela de una forma muy sencilla: “Él se enamoró de ella” (Génesis
24:67; 26:8).

Casi cuatro mil años después, hasta para nosotros es fácil


encariñarnos con el personaje de Rebeca. No podemos más que
sentir admiración por su valentía, ganas de trabajar, hospitalidad y
humildad. Todos, seamos jóvenes o mayores, hombres o mujeres,
estemos casados o solteros, podemos imitar la fe de esta
extraordinaria mujer.

REBECA 2

Rebeca fue la respuesta de Dios para su siervo Abraham, que lo orientó


a buscar una mujer para que se casara con su hijo Isaac. Para eso, le
pidió una señal a Dios: a la muchacha elegida, al pedirle que le diera de
beber, tendría que ofrecerse también a darle agua a los camellos. Y fue
exactamente eso lo que sucedió (Génesis 24:15-20).

Eso significa que Rebeca fue, cuando menos, hospitalaria, además de


muy simpática y obediente. Ella podría haber dicho que no tenía agua
suficiente para darle a los camellos, sino solamente para el siervo de
Abraham. Sin embargo, ella fue la respuesta exacta de Dios, según la
oración de su siervo (Génesis 24:10-14). Y es eso lo que la Palabra de
Dios nos enseña, que la “voluntad de Dios es buena, perfecta y
agradable” (Romanos 12:2), ella completa todas las expectativas, sin ser
solamente buena, o solo perfecta, sino debe también ser agradable.
¿Usted considera que todas las señales de Dios son la respuesta a su
oración? Existe la tendencia a querer entender solo lo que nos conviene.
El siervo de Abraham podría considerar solamente la belleza de Rebeca
como parte “perfecta” o “agradable” y no continuar la acción, para tener
la confirmación de Dios. Y usted, ¿tiene el mismo coraje o para en medio
del camino con miedo de Su respuesta?

Rebeca era una persona buena, perfecta y agradable, una respuesta real
de Dios. A ella la encontraron trabajando (Génesis 24:15), dispuesta a
servir (Génesis 24:18-20) y preparada para el encuentro (Génesis 24:14-
15, 18 y 58). Un ejemplo de cómo se debe estar cuando la bendición del
Señor llegue.

No hay que estar acomodado, esperando que alguien le sirva y sin


preparación para recibir lo que Dios tiene para entregarle. Quizás sea por
ese motivo que los milagros tardan en llegar para algunas personas.
¿Cómo Dios puede entregar algo precioso a alguien prejuicioso, sin
disposición y sin preparación?

El siervo de Abraham fue hasta la familia de Rebeca y le explicó el


objetivo con el que estaba en esas tierras. Su padre y su hermano no
vacilaron en creer que todo lo que sucedió hasta allí era de Dios. E
hizieron que Rebeca eligiera si quería realmente ir con él al encuentro de
Isaac, y ella dijo “sí”. Dios es respetuoso y va a esperar su decisión (por
más que Él sepa cual será).

Eso demuestra que Rebeca no era solamente atractiva, bondadosa,


dispuesta, diligente y hospitalaria, sino también decidida, perspicaz y
llena de fe implícita. Ella pudo ver que todo lo que vivió en esos
momentos era de Dios y actuó según Su voluntad. Cuando se tiene el
corazón abierto y se está atento a lo que Él muestra y trae, no hay dudas
de la decisión que debemos tomar.

Y Rebeca entonces, fue al encuentro de Isaac. Se casaron y comenzaron


a desear tener hijos. Pero ella era estéril, hecho que no la desanimó
porque conocía al Dios a quien servía (Génesis 25:21). Solo después de
20 años, Dios le concedió lo que tanto pidió: ella pudo concebir y tener
los gemelos Esaú y Jacob.

Un ejemplo más de firmeza y, por encima de todo, de fe. Cuántas veces


usted comienza a orar por un propósito, pero cuando no recibe la
respuesta de Dios, desiste y piensa que Él no le ama. Se olvida de que el
tiempo de Dios no es su tiempo (Eclesiastés 3), que Dios sabe el
momento justo para que las cosas sucedan y que es lo mejor para su
vida.
Los niños nacieron y Rebeca concentró su afecto en Jacob y, con el
tiempo, Esaú llegó incluso a desprenderse de su primogenitura (Génesis
25:33). Como Dios había prometido que “… el mayor servirá al menor.”,
(Génesis 25:23), Rebeca juntó su afecto por Jacob con la promesa de
Dios, y decidió ayudarlo para que la Su Palabra se cumpliera. Ella lo
ayudó a Jacob a engañar a su padre, Isaac, para que él recibiera la
bendición que era para el hijo mayor.
En fin, Rebeca muestra un defecto que es hacer que las promesas de
Dios se cumplan a través de sus fuerzas. ¿Usted nunca hizo eso?
¿Realmente le entregó su camino y confió en Él para que Él hiciera
(Salmos 37:5)? Dios no necesita ayuda para que Su Palabra se cumpla.
Él solo quiere que crea y confíe que Él hará.

Rebeca vivió la consecuencia de su actitud. Isaac envió a Jacob a


Padan-aram para que busque a una esposa y nunca más regresó. No
hay ningún registro bíblico que indique que ellos se volvieron a ver.
¿Cómo habrán sido los años que ella estuvo sin saber y sin ver a su hijo
amado y preferido?

Que Rebeca sea realmente un ejemplo de vida y también de lo que no se


debe hacer. Un ejemplo de que Dios no necesita acciones personales
para cumplir sus promesas y de que hay consecuencias de lo que se
hace sin el consentimiento de Dios

REBECA 3

Rebeca (personaje bíblico)


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Imagen extraída del Génesis de Viena, que muestra a Rebeca y a Eliécer.

Rebeca, Rebekah o Rivka (‫ר ְב ָקה‬,ִ en Hebreo estándar Rivqa, en Hebreo Tiberio Riḇqāh)
fue una matriarca bíblica y la mujer y sobrina segunda de Isaac. Su historia se narra en
el Génesis. Rebeca era muy hermosa (de ahí viene su significado) pero exhibía una gran
sencillez. Rebeca fue la madre de los gemelos Esaú y Jacob, siendo este último su
elegido. Era nieta del hermano de Abraham, Najor. Abraham era el padre de Isaac.
La Biblia relata que Abraham envió a Eliezer, jefe de sus sirvientes, con el objetivo de
encontrar una mujer para su hijo que no fuera cananea. El criado hizo lo que le pidió su
amo y encontró a Rebeca. Impresionado por su amabilidad y la buena situación de su
familia, la eligió como esposa de Isaac y se la llevó junto a su futuro marido. Nada más
verla Isaac se enamoró de su elegancia y belleza. Después se la llevó a la tienda de su
madre, Sara, para casarse con ella.
Ademaś, se dice que gracias a la presencia de Rebeca, Isaac logró sobrellevar la
repentina muerte de su madre, que ocurrió poco después.
La tradición oral afirma que Rebeca está enterrada en la Cueva de los Patriarcas,
en Hebrón.

REBECA 4

Hace ya algún tiempo iniciamos una sección titulada Mujeres de la Biblia, que
entonces dedicamos a Sara, la fiel y apasionada mujer de Abraham. Después otros
proyectos se nos fueron cruzando en el camino, pero no nos olvidamos de las mujeres
fuertes del “Antiguo Testamento”. Hoy continuamos con Rebeca, la esposa de Isaac y
madre de Esaú y Jacob.

Rebeca es otra mujer decisiva en el destino del pueblo hebreo, del pueblo escogido.
Sin ella la historia bíblica habría sido muy diferente. Su peripecia vital, o al menos la
que interesa para el destino de Israel, se lee en el “Génesis” y presenta los siguientes
aspectos:

1. Cómo Rebeca conoce y se casa con Isaac


2. El nacimiento de sus hijos
3. Episodio de Guetar
4. Su intervención en la primogenitura de Jacob
5. La orden que da a Jacob para que parta a casa de Labán

Veamos con mayor atención estos acontecimientos. En el “Antiguo Testamento”


(Génesis, 24) se incluye un relato, muy bien narrado y con gran lujo de detalles, en
torno al “Casamiento de Isaac”. Al morir Sara, la madre de Isaac, éste se quedó
desconsolado. Pasaron los años y seguía sin contraer matrimonio; tanto que Abraham,
su padre, se inquietó y encargó a uno de sus siervos que le escogiera esposa, pero le
hizo prometer que no la buscaría en Canaán, pues que allí eran paganas, sino en
Mesopotamia, en la tierra de sus padres, en la suya propia:

“Era Abraham ya viejo, muy entrado en años, y Yavé le había bendecido en todo. Dijo,
pues, Abraham al más antiguo de los siervos de su casa, el que administraba cuanto
tenía: “Pon, te ruego, tu mano bajo mi muslo. Yo te hago jurar por Yavé, Dios de los
cielos y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los
cananeos, en medio de los cuales habito, sino que irás a mi tierra, a mi parentela, a
buscar mujer para mi hijo Isaac” (Génesis, 24, 1-4).

El siervo, lógicamente, le presenta una serie de objeciones porque no le parece tarea


fácil ésa:

“Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿habré de llevar allá a tu hijo, a la
tierra de donde saliste?” Díjole Abraham: “Guárdate muy bien de llevar allá a mi hijo.
Yavé, Dios de los cielos, que me sacó de la casa de mi padre y de la tierra de mi
nacimiento, que me ha hablado, y me juró, diciendo: A tu descendencia daré yo esta
tierra, enviará a su ángel ante ti y traerás de allí mujer para mi hijo. Si la mujer cono
quisiera venir contigo, quedarás libre de este juramento, pero de ninguna manera
volverás allá a mi hijo”. (Génesis, 24, 5-8).

El pobre siervo, desorientado, parte para la tierra de su señor y allí hace lo que él
considera más lógico: le pide una señal a Dios:

“Tomó el siervo diez de los camellos de su señor, y se puso en camino, llevando


consigo de cuanto bueno tenía su señor, y se dirigió a Aram Naharaím, a la ciudad de
Najor. Hizo que los camellos doblaran sus rodillas fuera de la ciudad, junto a un pozo
de aguas, ya de tarde, a la hora de salir las que van a tomar agua, y dijo: “Yavé, Dios
de mi amo Abraham, salme al encuentro hoy, y muéstrate benigno con mi señor
Abraham. Voy a ponerme junto al pozo de agua mientras las mujeres de la ciudad
vienen a buscar agua: la joven a quien yo dijere: Inclina tu cántaro, te ruego, para que
yo beba; y ella me respondiere: Bebe tú y daré también de beber a tus camellos, sea
la que destinas a tu siervo Isaac, y conozca yo así que te muestras propicio a mi
señor” (Génesis, 24, 10-14).

Parece que el viejo criado pide mucho, no sólo busca a una mujer caritativa, que le
haga la merced de darle de beber a él, un extranjero, sino que además pide que sea
capaz de sacar ella misma el agua necesaria para los camellos. La mujer que haga
eso bien puede ser la esposa de Isaac:

“Y sucedió que antes de que él acabara de hablar, salía con el cántaro al hombro
Rebeca, hija de Batuel, hijo de Melca, la mujer de Najor, hermano de Abraham. La
joven era muy hermosa, y virgen, que no había conocido varón. Bajó al pozo, llenó su
cántaro y volvió a subir. Corrió a su encentro el siervo y le dijo: “Dame, por favor, a
beber un poco de agua te tu cántaro”. “Bebe, señor mío” le contestó ella; y bajando el
cántaro apresuradamente con sus manos, le dio a beber. Cuando hubo él bebido, le
dijo: “También para tus camellos voy a sacar agua, hasta que hayan bebido lo que
quieran” (Génesis, 15-19).

Muy contento con su suerte, el viejo siervo aún quiere saber más y le pregunta de
quién es hija. No sale de su asombro cuando Rebeca le contesta quién es, es la
sobrina nieta del propio Abraham: “Soy hija de Batuel, el hijo que Melca dio a Najor”
(Génesis, 24, 24). Y no sólo eso, sino que le invita a ir a casa de su padre a pasar la
noche, dando muestras de tener un corazón limpio y puro. El siervo entiende que era
la señal que esperaba y da las gracias, ante el asombro de Rebeca:

“Postróse entonces el hombre y adoró a Yavé, diciendo: “Bendito sea Yavé, Dios de mi
señor Abraham, que no ha dejado de hacer gracia y mostrarse fiel a mi señor y a mí
me ha conducido derecho a la casa de los hermanos de mi señor”. Corrió la joven a
contar en casa de su madre lo que había pasado” (Génesis, 24, 26-28).

A continuación nos enteramos de que a Labán, el hermano de Rebeca, le llaman la


atención el anillo y los brazaletes que el siervo le ha dado a la joven y acude a la
fuente para rogarle al hombre que vaya a su casa y ofrecerle la hospitalidad, que era
sagrada en la época. El propio Labán atiende a los camellos y le sirve de comer al
siervo, aunque éste primero quiere contar su misión. Le cuenta, de una manera muy
sencilla, pero didáctica para el lector, toda la historia que ya sabemos. El viejo siervo
de confianza de Abraham está inquieto y quiere saber si ha concluido su búsqueda o
no. Todos se apresuran a contestar que la voluntad de Dios es lo primero:

“Labán y su casa contestaron, diciendo: “De Yavé viene esto; nosotros no podemos
decirte ni bien ni mal. Ahí tienes a Rebeca; tómala y vete, y sea la mujer del hijo de tu
señor, como lo ha dicho Yavé”. Cuando el siervo de Abraham hubo oído estas
palabras, se postró en tierra ante Yavé, y sacando objetos de plata y oro y vestidos, se
los dio a Rebeca, e hizo también presentes a su hermano y a su madre” (Génesis, 50-
53).

La historia prosigue con elementos de carácter práctico. A la mañana siguiente, el


siervo pretende llevarse ya a Raquel, pero, para su familia, la noticia ha sido
precipitada y se resisten a dejarla ir tan pronto. Rebeca soluciona el conflicto diciendo
que quiere partir. Parece intuir que la misión que la aguarda es de suma importancia y
no puede demorarse. Su familia le bendice con estas sencillas palabras:

“Hermana nuestra eres; que crezcas en millares de millares y se adueñe tu


descendencia de las puertas de los enemigos” (Génesis, 24, 60).

Rebeca no parte sola, como era natural en una joven de casa adinerada. La
acompañan sus doncellas y su nodriza. Y aquí la historia cambia de escenario y
vuelve de nuevo a Isaac quien, hasta ahora, había permanecido ajeno a su propio
futuro:

“Volvía un día Isaac del pozo de Lajai Roi, pues habitaba en la tierra de Negueb, y
había salido para pasearse por el campo al atardecer, y, alzando los ojos, vio venir
camellos. También Rebeca alzó sus ojos, y viendo a Isaac, se apeó del camello, y
preguntó al siervo: “¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a nuestro
encentro?” El siervo le respondió: “Es mi señor”. Ella agarró el velo y se cubrió. El
siervo contó a Isaac cuanto había ocurrido, e Isaac condujo a Rebeca a la tienda de
Sara, su madre; la tomó por mujer y la amó, consolándose de la muerte de su madre”
(Génesis, 24, 62-67).

En la época era costumbre que el marido no viera la cara de su esposa hasta la noche
de bodas, así no es de extrañar que Rebeca se cubra la cara con premura al ver a
Isaac. Nada más se dice de la impresión que tuvieron el uno del otro, pero queda claro
que Isaac se consoló con Rebeca de la muerte de su madre, Sara.

A todo eso, Abraham volvió a tomar mujer y tuvo varios hijos más, aunque los envió a
oriente, lejos de su hijo primogénito, Isaac. Abraham murió a los 175 años. Tras su
muerte, Isaac fue bendecido por Yavé y siguió viviendo junto al pozo de Lajai Roi.

Entendemos, por los datos que nos da la historia, que Rebeca era mucho más joven
que Isaac, cuando se desposaron. Isaac tenía 40 años. Al principio Rebeca tardó en
quedarse embarazada y las malas lenguas decían que era estéril. Cuando, por fin,
concibió, tuvo un embarazo difícil:

“Chocábanse en su seno los niños, y dijo: ¿Para esto a qué concebir?” Y fue a
consultarle a Yavé, que le dijo: “Dos pueblos llevas en tu seno, dos pueblos que al salir
de tus entrañas se separarán. Una nación prevalecerá sobre la otra nación. Y el mayor
servirá al menor.” (Génesis, 25, 22-23).

Estas palabras la indican que los dos hermanos serán el origen de dos pueblos que
siempre tendrán problemas para convivir, como son los edomitas (descendientes de
Esaú) y los israelitas (descendientes de Jacob).

Finalmente dio a luz dos gemelos, el mayor Esaú y el menos Jacob. Sabido es que los
nombres no se ponían en balde, sino que significaban algo. Así Esaú vendría a
significar “el velludo o peludo” y Jacob parece ser que significa “Dios proteja”, aunque
la etimología popular relaciona su nombre con el hecho de su curioso nacimiento.
Isaac tenía entonces 60 años:

“Salió primero uno rojo, todo él peludo, como un manto, y se le llamó Esaú. Después
salió su hermano, agarrando con la mano el talón de Esaú, y se le llamó Jacob”
(Génesis, 25, 25-26).

Estos muchachos crecen y se dedican a labores distintas, a Esaú le atrae la caza


porque es fiero y fuerte; a Jacob le atrae más la vida tranquila y el hogar. Los padres
estaban divididos, aunque Rebeca muestra claramente sus inclinaciones hacia el
pequeño. Se narra el episodio conocido de la venta de la primogenitura por un plato de
lentejas como podemos leer:

“Hizo un día Jacob un guiso, y llegando Esaú del campo, muy fatigado, dijo a Jacob:
“Por favor, dame de comer de ese guiso rojo, que estoy desfallecido”. Por esto se le
dio a Esaú el nombre de Edom. Contestóle Jacob: “Véndeme ahora mismo tu
primogenitura”. Respondió Esaú: “Estoy que me muero; ¿qué me importa la
primogenitura?”. “Júramelo ahora mismo”, le dijo Jacob; y juró Esaú, vendiendo a
Jacob su primogenitura. Diole entonces Jacob pan y el guiso de lentejas; y una vez
que comió y bebió, se levantó Esaú y se fue, sin dársele nada de la primogenitura”
(Génesis, 25, 29-34).

A todo esto, hay un inciso en la historia y Rebeca vuelve a cobrar protagonismo. Se


declara un episodio de hambre y han ir a Guetar por indicación de Yavé, que no quiere
que vuelvan a Egipto. En ese momento Yavé hace la promesa a Isaac igual que la
hubiera hecho a su padre:

“...te bendeciré, pues a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, cumpliendo el


juramento que hice a Abraham tu padre, y multiplicaré tu descendencia como las
estrellas del cielo, y le daré todas estas tierras, y se gloriarán en tu descendencia
todos los pueblos de la tierra, por haberme obedecido...” (Génesis, 26, 3-5).

El rey de Guetar es Abimelec, rey de los filisteos quien, en el pasado, se encaprichó


de Sara por un episodio similar al que vamos a referir. Isaac no quiere decir que
Rebeca es su esposa por miedo a que lo maten, ya que Rebeca es muy hermosa.
Abimelec, que ya está escarmentado de la otra vez, observa en secreto a Isaac y
Rebeca y ve que él la acaricia, con lo cual deduce que no es su mujer y lo hace llamar
para pedirle explicaciones. Finalmente, el rey ordena que nadie los toque y que los
dejen vivir en paz. Tanto es así que su hacienda se engrandece en demasía y sufre la
envidia de los filisteos quienes le ciegan continuamente los pozos para impedir que
abreven sus animales. La tensión va en aumento, pero Isaac porfía una y otra vez,
abriendo nuevos pozos. Al final, el propio rey pacta con él, dadas sus riquezas, y han
de aprender a vivir en paz.

En la propia familia hay también problemas, porque Esaú contrae matrimonio con
mujeres del país que no gustan a sus padres, antes al contrario, “fueron para Isaac y
Rebeca una amarga pesadumbre” (Génesis, 26, 35).

Por último, llegamos al episodio crucial del relato que es cuando Isaac, ya anciano, sin
apenas vista, decide bendecir a su hijo mayor antes de morir. Ruega a Esaú que salga
al campo y le prepare un buen guiso antes. Rebeca que ha estado muy antena corre a
decírselo a Jacob y no sólo eso, interviene y cambia el destino. Ordena a su hijo Jacob
que le traiga dos cabritos para que ella misma haga el guiso:

“Ahora, pues, hijo mío, obedéceme y haz lo que yo te mano. Anda, vete al rebaño y
tráeme dos cabritos buenos para que yo haga con ellos a tu padre un guiso como a él
le gusta y se lo lleves a tu padre, y lo coma y te bendiga antes de su muerte” (Génesis,
27, 8-10).

Jacob pone obstáculo porque él es lampiño y su hermano velludo y su padre lo


reconocerá al tacto; pero Rebeca se muestra con una voluntad indomable, dispuesta a
beneficiar a su hijo pequeño a toda costa:

“Sobre mí tu maldición, hijo mío; pero tú obedéceme. Anta y tráemelos” (Génesis, 27,
13).
Sigue Rebeca siendo la protagonista de este momento decisivo:

“Tomó Rebeca vestidos de Esaú, su hijo mayor, los mejores que tenía en casa, y se
los vistió a Jacob, su hijo menor; y con las pieles de los cabritos le cubrió las manos y
lo desnudó del cuello; puso el guiso y pan, que había hecho, en manos de Jacob, su
hijo y éste se lo llevo a su padre...” (Génesis, 27, 15-17).

Isaac sospecha al principio, pro acaba por bendecir a su hijo pequeño, como si fuera el
primogénito. Cuando ha acabado su bendición llega Esaú, pero ya no se puede dar
marcha atrás porque las palabras han sido pronunciadas. Esaú se desconsuela y
ruega una bendición, la que sea, porque ya se sabe sin nada y le duele. Isaac
entonces pronuncia estas palabras que más que bendición parecen una maldición:

“Mira, fuera de la grosura de la tierra será tu morada y fuera del rocío que baja de los
cielos. Vivirás de tu espada y servirás a tu hermano; mas cuando te revuelvas,
romperás su yugo de sobre tu cuello” (Génesis, 27, 39-40).

Es comprensible, desde un punto de vista humano, que Esaú comience a odiar


visceralmente a su hermano, aunque no se priva de decirlo e incluso de advertir que lo
matará algún día. Rebeca, en ese momento, vuelve a intervenir para torcer el curso de
los acontecimientos y le ordena que parta a su tierra, a casa de su hermano Labán con
la pretensión de que tome mujer allá:

“Mira, tu hermano Esaú quiere vengarse de ti matándote. Anda pues, obedéceme, hijo
mío, y huye a Jarán, a Labán, mi hermano, y estáte algún tiempo con él, hasta que la
cólera de tu hermano se aparte de ti, se aplaque su ira y se haya olvidado de lo que le
has hecho; yo mandaré allí a buscarte. ¿Habría de verme privada de vosotros dos en
un solo día?”. Rebeca dijo a Isaac: “Me pesa la vida a causa de las hijas de Jet; si
Jacob toma mujer de entre las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero vivir?” (Génesis,
27, 42-46).

Y a partir de aquí nada más de sabe de Rebeca. Podemos imaginar que le dolería la
ausencia de Jacob, quien tuvo que pasarse mucho tiempo en casa de su tío Labán,
aunque ésa es otra historia. El propio Isaac da la autorización para la partida.
A Rebeca no se le pueden hacer sólo alabanzas; eso está claro, pero acaso sea ése
su mayor encanto puesto que se muestra como una mujer con aspectos negativos y
positivos, una mujer de carne y hueso, que a veces decide bien y otras decide mal.

Rebeca supo mostrarse como una mujer caritativa y eso gustó a Dios, quien la escogió
como esposa de Isaac. Rebeca fue también buena esposa y buena madre hasta cierto
punto, ya que demostró un favoritismo sin motivo hacia su hijo pequeño, quizá porque
el mayor presentó aún mayor voluntad que ella al casarse con paganas, quizá por
otras razones que desconocemos. El caso es que Rebeca cambió el destino y al
hacerlo sembró el odio y el rencor en el corazón de su hijo mayor, a la vez que
desataba problemas en su propia familia.

Y ella misma sufrió la condena al verse privada del hijo al que más amaba. Pero no
vamos a juzgar a Rebeca, no somos quiénes para hacerlo, acaso estaba jugando un
papel mucho más importante en la historia del pueblo escogido, mucho más
importante de lo que ella misma hubiese podido imaginar nunca. Acaso ella misma no
fue quien escogió hacer lo que hizo.

REBECA 5

REBECA Y SU VIDA FAMILIAR

TEXTO BASE: “Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo:


Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová,le
respondió Jehová: Dos naciones hay en tu seno, Y dos
pueblos serán divididos desde tus entrañas; El un pueblo
será más fuerte que el otro pueblo, Y el mayor servirá al
menor”. Génesis 25:22-23

Como se nos muestra en el relato bíblico el encuentro entre


Isaac y Rebeca, fue un encuentro que generó un profundo
amor, (Génesis 24:67: “Y la trajo Isaac a la tienda de su
madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó; y se
consoló Isaac después de la muerte de su madre”). Cuando
Isaac se casó con Rebeca, éste tenía cuarenta años, si bien no
era un anciano, si era un hombre mayor para no haberse
casado antes. Podemos concluir que él estaba espera ndo en el
Señor el tiempo y la mujer adecuada, para que las promesas
de Dios se cumplieran. Rebeca cumplío con todas sus
expectativas, llenó todos sus requisitos. Especialmente que
era una mujer temerosa y obediente a Dios, quien no dudo en
dejar todo lo que siempre había conocido para hacer la
voluntad de Dios. Génesis 24:58 “Y llamaron a Rebeca, y le
dijeron: ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré”.

Pasaron los años y el amor de ésta pareja estaba firme y


fundamentado en Dios. Sin embargo, había una circunstancia
dolorosa para ellos, Rebeca era estéril. Isaac quien amaba a
su esposa, hizo lo que todo hombre de Dios, sacerdote de su
casa y cabeza de la mujer debe hacer cada día: orar a Dios
por las necesidades de su familia. En este caso, por la
necesidad específica de Rebeca; Génesis 25:21 nos indica: “Y
oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó
Jehová, y concibió Rebeca su mujer”. Isaac sabía a quién
debía acudir y en quién podía confiar para hacer el milagro
de dar vida; en medio de la esterilidad de su mujer.
Seguramente él mismo conocía por la boca de sus padres, su
propia historia; cómo el Dios viviente le había hecho una
promesa a sus padres en el ocaso de sus vidas y como él era
el cumplimiento vivo de esa promesa. Así Isaac oró por su
mujer, cómo un esposo amoroso y compasivo, y el Señor
escuchó su oración.

En Génesis 25:26 la Palabra nos presenta: “… Y era Isaac de


edad de sesenta años cuando ella los dio a luz”. Dios da y
añade, y en vez de un hijo les dio dos (gemelos). Isaac tenía
sesenta años, lo que quiere decir que pasaron veinte años
entre el tiempo de su casamiento y el tiempo en que fueron
padres. Isaac amaba a Rebeca sacrificialmente, como Dios
ordena al hombre a amar a su esposa. Él espero con ella el
cumplimiento de las promesas de Dios. Isaac no la abandonó,
deshechó, humilló ni la menosprecio, y sin lugar a dudas esta
actitud compasiva de parte de él, hizo que Rebeca le amara
aún más.

Desde el vientre de su madre, los niños manifestaban la clase


de conflicto que iban a vivir en un futuro, tanto que Rebeca
deseó morir antes que seguir viviendo esa lucha. Así quedó
manifestado en Génesis 25: 22: “Y los hijos luchaban dentro
de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar
a Jehová”. Rebeca sabía al igual que su esposo de que Dios
era su fortaleza, su consuelo y quien en su total soberanía y
voluntad le había permitido concebir, entonces fue a
consultarle.

En el versículo 23, la Biblia nos expone: “y le respondió


Jehová: Dos naciones hay en tu seno, Y dos pueblos serán
divididos desde tus entrañas; El un pueblo será más fuerte
que el otro pueblo, Y el mayor servirá al menor”. Nacieron
los niños y como vimos anteriormente la lucha entre ellos
quedó manifestada desde el mismo momento de su n acimiento
(versículos 25 y 26). Las diferencias entre ellos eran
claramente notorias, no solo físicamente sino en su carácter
y sus habilidades. Esaú era rubio y velludo y siendo el
primero en nacer, se le otorgaba el derecho de la
primogenitura y todo lo que esto conllevaba. Jacob por el
contrario, fue el segundo en nacer, y lo hizo pegado al
calcañar de su hermano. De allí surge su nombre, cuyo
significado entre otros es “suplantador”. Más adelante, en los
versículos 27-28, la Biblia nos dice: “Y crecieron los niños, y
Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob
era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a
Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob”.
Vemos como también en las características de su
temperamento, habilidades e intereses ellos fueron
diametralmente opuestos; mientras que Esaú era rudo y
fuerte, Jacob era tranquilo y sosegado. Estas diferencias
hicieron que cada uno de sus padres tomará partido a favor
de uno de ellos. Isaac amó a Esaú y Rebeca a Jacob.

Las pregunta son: ¿Cómo un padre puede amar más a uno de


sus hijos que al otro? ¿Acaso no están los dos hijos en
igualdad de condiciones, amor y cariño? ¿No son ambos fruto
del amor de sus padres? ¿No son los dos en este caso, el
cumplimiento de la promesa de Dios? Y la respuesta es que
no deben, pero hay casos como el que nos relata la Biblia que
no son casos aislados o único. No obstante, no es lo normal o
lo correcto delante de los ojos de Dios.

En condiciones normales los padres deben amar a todos sus


hijos de la misma manera; con la misma intensidad. Se debe
proporcionar a todos sus hijos el mismo ambiente y se debe
proveer para todas sus necesidades en igualdad de
condiciones. Los padres no deben bajo ninguna circunstancia
mostrar favoritismo por alguno de ellos, sin depender de sus
intereses, preferencias o afinidades. Todos los hijos deben
ser tratados bajo los mismos parámetros de disciplina y
amor.

Detengámonos un momento en la situación de esta familia,


por años Isaac y Rebeca habían estado esperando que el
Señor escuchara su oración y les permitiera tener
descendencia. Isaac había escuchado la promesa que Dios le
había hecho a su padre Abraham de que su descendencia sería
tan numerosa como la arena del mar; necesariamente el
siendo su hijo, debería participar en el cumplimiento de
ella. Por otra parte, Rebeca anhelaba ser madre como la
mayoría de las mujeres anhelan llegar a serlo algún día. Su
oración por fin fue atendida; cuando Dios en su soberanía lo
concedió y tuvieron hijos gemelos. Pero siendo ellos
personas temerosas de Dios, y siendo él un hombre amador
de su esposa y ella una mujer respetuosa de su marido, con
todo y eso se equivocaron como padres. El hecho de mostrar
favoritismo por uno u otro, generó una grave tensión familiar
que creó una rivalidad innecesaria y dolorosa entre los
hermanos. Esto ocasionó un conflicto que
desencadenó graves consecuencias para todos.
Lo que los padres deben hacer es guiarse por el consejo de
Dios a través de su palabra. Proverbios 22:6 nos declara :
“Instruye al niño en su camino…”, estudiemos esta frase en su
idioma original. La palabra “instruye” en el hebreo, es la
palabra Chanakh que se usa para referirse a: la encía, al
paladar, los jinetes utilizan un puente, cuando hala el freno,
este se mete en la boca del caballo haciendo que este sienta
dolor en el paladar y obedezca la orden del jinete y vaya en
la dirección que este le da. Cuando la biblia dice en
Proverbio 22:6, “instruye al niño”, nos está diciendo dale
dirección a tu hijo, marca su rumbo, edúcalo, entrénalo,
prepáralo para la vida. Esta tarea debe ser exclusivamente de
los padres, no la podemos delegar a nadie, es nuestra
responsabilidad.

Pero sigamos en el versículo, La palabra “niño” en el hebreo


se refiere a una persona desde la infancia hasta
aproximadamente los 17-18 años de edad; educar desde que
nacen hasta que están en la adolescencia, es decir hasta que
tenemos control de ellos, mientras están en la casa. Los
muchachos reflejan la educación de la casa, cómo los padres
son. Por ejemplo, materialistas, inmorales, superficiales,
orgullosos, así serán muchas veces nuestros hijos. El
carácter es transferido y manifestado en los hijos la mayor
parte del tiempo, de acuerdo a lo que recibieron de sus
padres. Siguiendo con el texto, la palabra “en” significa “de
acuerdo a” y la palabra “camino” significa “característica”. Es
decir, ésta frase literalmente significa dale dirección al niño
de acuerdo a su carácter (el del niño); no a nuestro carácter,
a nuestra idea, a nuestro forma o plan. No podemos forzar al
niño a ser cómo nosotros somos, sino de acuerdo al camino
que Dios tiene para ese niño. Nuestra responsabilidad es
descubrir ese camino y conocer el carácter individual para
poder moldearlos en su educación. Como padres no podemos
tratar a cada uno de nuestros hijos de la misma manera, ni
educarlos de la misma forma, pero si debemos amarlos y
considerarlos con el mismo amor. Lo que tenemos que hacer
es pedirle a Dios la sabiduría suya para educarlos,
respetando sus particularidades, y adaptar los mismos
principios bíblicos a cada niño de acuerdo a su
temperamento. Padre pida sabiduría y se le dará (“Y si
alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el
cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será
dada” Santiago 1:5).

Muchos de los conflictos entre los hermanos son generados


por ignorancia del principio mencionado. Los padres intentan
que todos sus hijos sean iguales, los comparan unos con
otros, menosprecian a uno y exaltan al otro, consienten al
menor o a la niña, o prefieren al niño porque es el varón. En
fin pueden ser tantas las consideraciones que una madre o un
padre pueden tener para hacer de un hijo su preferido, pero
cualquiera que sea la razón, ésta no tiene ninguna
justificación.

La diferencia y la inclinación que Isaac tenía hacia Esaú y de


la misma manera la inclinación que Rebeca tenía hacia Jacob,
fue provocada porque cada uno de ellos tenía ciertas
características con las cuales el uno o el otro sentían más
afinidad. Al final Rebeca, ideó un plan para lograr que su
hijo “predilecto y protegido”, lograra la bendición que por
ley natural le correspondía a su hijo mayor Esaú. Isaac
conocía el plan de Dios, pero a pesar de ese conocimiento y
siguiendo la tradición, él iba a darle a Esaú su bendi ción
porque esté era su hijo preferido. Por su parte, Rebeca
también tenía la revelación de Dios de que el menor serviría
al mayor, y tal vez pensó que de alguna manera ella tenía que
“ayudar a Dios”. Con astucia y perspicacia, (características
de la mujer que mal aprovechadas pueden generar graves
problemas), pensó en todo lo necesario para llevar a cabo su
idea y lograr su cometido. Como vemos en Génesis 27:1-17,
en el versículo 1: “Aconteció que cuando Isaac envejeció, y
sus ojos se oscurecieron quedando sin vista…”, Rebeca se
aprovechó descarada y tristemente de la situación de su
esposo y de su incapacidad para ver correctamente. Este
hecho en sí mismo es muy bajo, sacar ventaja a favor de su
hijo preferido a expensas de su marido casi ciego; esta
acción, habla muy mal de ella. Rebeca usufructo la autoridad
de su esposo como cabeza del hogar y quizo tomar la
autoridad y el destino de su familia. Cada vez que una mujer
intenta esto, siempre acarreara las consecuencias. Estas
consecuencias, no solamente le afectarán a ella sino a toda
su familia; porque el orden y el diseño original de Dios no
puede ser alterado sin funestas consecuencias. Aunque
Rebeca logró su cometido, lo que precedió fue realmente
doloroso. Esto provocó la separación de su familia: discordia
y el odio entre sus hijos y el destierro de éstos, y el dolor y
la soledad de ellos como padres, dolor mucho dolor.

Ella debió haber hablado con su esposo, dejarle saber sus


inquietudes y sentimientos y someterse a la voluntad de su
esposo; quien correcta o incorrectamente era el único que
tenía el derecho dado por Dios para hacerlo. En los
versículos 41-45 leemos: “Y aborreció Esaú a Jacob por la
bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su
corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré
a mi hermano Jacob. Y fueron dichas a Rebeca las palabras de
Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo
menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca
de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, o bedece a
mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en
Harán, y mora con él algunos días, hasta que el enojo de tu
hermano se mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu
hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho; yo enviaré
entonces, y te traeré de allá. ¿Por qué seré privada de
vosotros ambos en un día?”.

Pasaron muchos años y con ellos muchos acontecimientos


antes de que estos dos hermanos se encontraran de nuevo,
cara a cara. Se perdieron muchos momentos juntos, que
hubiesen podido vivir felices y en hermandad. Cada uno hizo
su vida lejos del otro, nunca pudieron compartir sus
tristezas y alegrías. Nunca más pudieron disfrutar de una
cena en familia, hablando hasta tarde y confiándose sus más
íntimas cosas, fueron tantos abrazos sin recibir , tantos besos
que se quedaron sin dar, tantos sentimientos amarrados en el
corazón…. Padre y madre sean sabios, amen a sus hijos y
fomenten el amor fraternal entre ellos. No promueva y sea el
causante de conflictos y odios entre ellos. Antes bien,
cuando un conflicto surja sea el mediador; llévelos a que
resuelvan con prontitud y diligencia sus diferencias.
Enséñeles que por encima de todo, amen a Dios y se amen el
uno al otro como es agradable a Dios. Instrúyales en el temor
de Dios. Recuerde que las actitudes buenas y malas, que ellos
observan en nosotros las imitaran. Ellos aprenderán los
comportamientos correctos cómo los incorrectos, sean
sabios.

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