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Los verdaderos discípulos (7,21-23)

21 No todo el que me diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el
que haga la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. 22 Muchos me dirán aquel
día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos
demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”. 23 Y entonces les
declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!”.

No basta clamar a Dios en las circunstancias difíciles y ante problemas angustiosos;


además de eso, es preciso cumplir la voluntad del Padre celestial. Por otra parte, los
carismas de profecía, exorcismos y milagros son ciertamente dones de Dios para
construir el Reino, pero no constituyen la llave para entrar en él. ¿Cuál será la clave
auténtica? Hacer la voluntad de Dios: “El que haga la voluntad de mi Padre celestial,
ése entrará en el Reino de los Cielos”. El texto evangélico insinúa que, a pesar del
ejercicio de los carismas, alguno podría ser sujeto de reprobación.

La verdadera sabiduría (7,24-27)

24 Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como
el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: 25 cayó la lluvia, vinieron los
torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, pero no cayó,
porque estaba cimentada sobre roca. 26 Y todo el que oiga estas palabras mías y
no las ponga en práctica será como el hombre insensato que edificó su casa sobre
arena: 27 cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.

La parábola de las dos casas cierra el sermón de la montaña en un contexto


escatológico. Mateo, que escribe para los cristianos judíos que conocen Palestina,
describe los fenómenos atmosféricos del otoño y del invierno en esas tierras
montañosas, donde, después de la borrasca y de los fuertes vientos, se precipita el agua
por wadíes profundos con una velocidad vertiginosa hasta llegar a las llanuras. Si el
agua torrencial encuentra a su paso una casa cimentada sobre roca, la casa resistirá a los
embates; si la casa está edificada sobre un suelo arenoso, caerá ante la fuerza del
torrente.

Es una exigencia de Jesús. No sólo hay que oír sus palabras, sino obedecer sus
consignas y llevarlas a la práctica. Quien hace esto es un hombre sensato, prudente,
sabio, que construye su casa sobre roca firme. El “prudente” (opuesto a “tonto”) es
aquel que se ha dado cuenta de que la venida de Jesús ha inaugurado el mundo de los
últimos tiempos, la era escatológica, y actúa en consecuencia (Mt 24,45; 25,2.4.8.9).

En la época de Jesús, el hombre firmemente establecido era aquel que conocía la Ley y
la practicaba con cuidado. Jesús, con su parábola, aporta una novedad que debió
desconcertar a sus contemporáneos: con autoridad soberana afirma que, en lo sucesivo,
lo que dará estabilidad, firmeza y consistencia al hombre será seguirle a él, poner en
obra sus mandatos y cumplir la nueva Ley que él ha venido a promulgar.
CONCLUSIÓN (7,28-29) 28 Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la
gente quedaba asombrada de su doctrina, 29porque les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como sus escribas (cf. Mc 1,22; Lc 4,32; Jn 7,46).

Mateo 7,21-29

a) Leemos hoy las últimas recomendaciones del sermón de la montaña.


Si ayer se nos decía que un árbol tiene que dar buenos frutos, y si no, es mejor talarlo y
echarlo al fuego, hoy se aplica la misma consigna a nuestra vida: «no todo el que me dice,
Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi
Padre». No se trata de decir palabras piadosas, sino de cumplir lo que esas palabras
prometen. No debe haber divorcio entre las palabras y los hechos.
A continuación, y como final de todo el discurso, Jesús propone una comparación
relacionada con la misma idea: el edificio que se construye sobre roca o sobre arena. Es
una imagen muy plástica: si la casa está edificada sobre roca, resistirá las inclemencias.
Si sobre arena, pronto se derrumbará.

b) Nosotros escuchamos muchas veces las palabras de Jesús. Pero no basta. Si además
intentamos ponerlas por obra en nuestra vida, entonces sí construimos sólidamente el
edificio de nuestra persona o de la comunidad. Si nos contentamos sólo con escucharlas
y, luego, a lo largo del día, no nos acordamos más de ellas y seguimos otros criterios,
estamos edificando sobre arena.
Jesús nos avisa que, si no se dan estos frutos prácticos, no nos valdrá recurrir a que hemos
dicho cosas bonitas, o rezado, o profetizado en su nombre, o incluso expulsado demonios.
Nosotros mismos, construyendo el futuro en falso, nos estamos abriendo nuestra propia
tumba. A la corta o a la larga, vamos a la ruina.
Uno, en la juventud, es libre de edificar su vida como quiera: pero si descuida su salud, o
los valores humanos, o la preparación cultural y profesional, o se deja llevar de
costumbres y vicios que, al principio, no parecen peligrosos, él mismo está condicionando
su futuro.
¿Sobre qué estoy edificando yo mi vida: sobre roca, sobre arena? ¿sobre qué construyo
mis amistades, o mi vida de familia, o mi apostolado: sobre engaños y falsedades? ¿y me
extrañaré de que los derrumbamientos que veo en otras personas o en otras instituciones
me puedan pasar también a mi?

OBRAS SON AMORES

1. Pase de entrada al reino de Dios. El evangelio de este día concluye el discurso del
monte, que venimos leyendo desde el lunes de la décima semana. Hoy señala Jesús una
condición indispensable para entrar en el Reino: cumplir la voluntad de Dios. Éste es el
aval de pertenencia por el que él nos reconoce como hijos suyos y discípulos de Jesús.
No basta confesar a Cristo, tan sólo de palabra, como Señor glorioso y resucitado de entre
los muertos; hay que unir el cumplimiento de la voluntad del Padre. Solamente así nuestra
justicia, santidad y fidelidad serán mayores que la de los escribas y fariseos, como deseaba
Jesús.
Para ilustrar la necesidad de esta fe práctica, la fe que nos salva, la fe que actúa por la
caridad (Gal 5,6), expone Jesús la parábola de las dos casas, construida una sobre roca y
otra sobre arena. El verdadero discípulo de Cristo es el hombre sabio que edifica sobre
roca, y el falso es el hombre necio que construye su casa sobre arena movediza. El primero
escucha y cumple la palabra del Señor; el segundo la escucha, pero no la pone en práctica.
De ahí su ruina y descalificación, porque la fe sin obras es estéril; más aún, está muerta
(Sant 2,17.20). "Obras son amores, y no buenas razones", reza el proverbio.

El "guardar los mandamientos" de los antiguos catecismos sigue teniendo vigencia, si


bien enriquecido con un mayor sustrato bíblico. Dios nunca empieza exigiendo, sino
dando. El imperativo moral cristiano se funda en el indicativo del don de Dios, que nos
hace hijos suyos, hombres y mujeres nuevos por el bautismo en Cristo muerto y
resucitado. Lo primero es siempre el amor de Dios; después, lógicamente, se nos urge una
respuesta personal mediante la conversión del corazón y la fidelidad cotidiana al Señor.

De esta manera uniremos fe y obras, creencias y conducta, y evitaremos un escollo


frecuente, causa de desprestigio y antitestimonio cristiano: el divorcio entre fe y vida por
parte de quienes se confiesan creyentes y practicantes.

2. El ejemplo de Cristo, para evitar engaños. Cumplir la voluntad de Dios supone


conocer el querer divino. ¿Dónde encontrar una guía segura que nos libre de ilusiones y
subjetivismos? En la persona y conducta de Jesús de Nazaret, quien pudo afirmar: Mi
alimento es hacer la voluntad del Padre que me envió (Jn 4,34). Y en el momento de la
prueba suprema, en su pasión, repetía: Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya (Le
22,42). Por tanto, siguiendo el ejemplo de Cristo, acertaremos. Él habló y actuó con
autoridad.
En el discurso del monte que ha precedido en fragmentos diarios, hallamos un excelente
resumen de su pensamiento y de las actitudes básicas de quien se propone ser su discípulo.
Asimilando el espíritu de las bienaventuranzas, el cristiano debe ser luz del mundo y sai
de ía tierra, ha de hambrear la nueva justicia del reino de Dios, debe ser capaz de perdonar
amando a todos, incluso al enemigo, y ha de servir a Dios y no al dinero. Así cumpliremos
de seguro la voluntad divina.
La palabra de Dios es eficaz como la lluvia y la nieve, y penetrante como espada de doble
filo. Por eso la palabra de Dios pide una respuesta nuestra; más aún, lee lo profundo de
nuestro corazón y nos juzga. Una meditación diaria y amorosa de la palabra la convertirá
en eje de nuestra vida cristiana y en elemento constitutivo y nuclear de nuestra estructura
personal.
Tenemos una cierta tendencia a suavizar las rotundas afirmaciones de Jesús, tildándolas
de radicalismo verbal o literario. Una de ellas es la del evangelio de hoy: "No todo el que
me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de
mi Padre que está en el cielo". Puede uno incluso realizar milagros en nombre de Cristo
y no ser reconocido por él como suyo; porque no son los labios, sino el corazón, la
voluntad y las obras lo que cuenta para lograr el pase de entrada al reino de Dios.

No podemos hoy soslayar los serios interrogantes que nos plantea la palabra de Jesús:
¿A qué clase de cristianos pertenecemos? ¿Somos la casa sobre roca o sobre arena? Amar
a Dios amando a los hermanos es el cuadro completo de la voluntad divina sobre cada
uno de nosotros, que queremos construir sólidamente sobre la roca y piedra angular que
es Cristo.
Mateo 7, 21-29

No basta decirme: «¡Señor, Señor!», para entrar en el Reino de Dios; hay que poner
por obra la voluntad de mi Padre del cielo.
No «los que dicen»... sino «los que hacen»... Quiero, en primer lugar, repetir varias veces
esta frase. Señor, como si Tú me la repitieras HOY de tus propios labios.

Los que hablan bien, los que «rezan bien», los que «oran» y no «hacen» ¡no entrarán en
el Reino! Los que asisten a la misa, los que cantan «Kyrie... Señor», sin que, al mismo
tiempo, transformen su vida cotidiana, ¡no entrarán en el Reino! Sí, Jesús, llegas a decir
que «hacer la voluntad de Dios» tiene una mayor importancia que la «plegaria». Sin
embargo, sé muy bien que has insistido también a menudo sobre la necesidad de la
oración; y ¡sé que no rezo lo bastante! Pero me dices también que mi vida cotidiana tiene
mucha importancia para ti: lo que interesa a Dios no es solamente «nuestros momentos
de oración»... sino todos «nuestros momentos de vida». ¿Qué esperas HOY de mí, Señor?
¿Qué actos quieres que haga? Que se haga tu voluntad en todo lo que haré HOY.

Aquel día muchos me dirán: «Señor, Señor, ¡si hemos profetizado en tu nombre y
echado demonios en tu nombre y hecho muchos milagros en tu nombre!» Y entonces
Yo les declararé: «Nunca os he conocido. ¡Lejos de mí, malvados!».

La sentencia del Juez es severa. Se trata de cristianos -de ministros-que han


«predicado»... «echado demonios»... «hecho milagros»... en Nombre de Jesús. Y que son
condenados porque, en su vida personal no han hecho la voluntad de Dios. ¿Es verdad,
Señor, que uno «pueda» salvar a los demás y él perderse?

Un cargo en la Iglesia, un papel de responsable... no es un seguro de salvación. Para éstos


también, la «vida» debe corresponder... a las palabras.

Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre
sensato que edificó su casa sobre roca.

Edificar mi vida sobre la Palabra de Dios, ¡es edificarla sobre roca! Edificar mi vida sobre
Dios es construir algo, ¡en verdad, sólido! Notemos que hay dos cosas en esta frase: -
escuchar...- poner por obra... Tomar estas dos actitudes, es ser sabio. «Poned en práctica
la Palabra, y no os contentéis sólo con oiría.» (Santiago I, 22) Poner en práctica la Palabra,
encarnar la Palabra: es la definición misma de Jesucristo. El Verbo se hizo carne.
¿Procuro en mi vida que mi ideal se haga carne, gesto, servicio concreto? Mi oración, ¿se
encarna luego a su vez?- ¿Cambia la oración mi jornada?

Todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio
que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos,
embistieron contra la casa y se hundió y su hundimiento fue total.

Sí, con demasiada frecuencia somos inoperantes. Las bellas teorías, los slogans fáciles,
los hermosos principios... ¡no construyen nada que sea sólido! Hay que tener valor para
emprender, para comprometerse, para obrar. ¡Tal es la conclusión del primer sermón de
Jesús! ¡Hay que remangarse! ¡Ponerse al trabajo! Es una invitación a la acción. Dios no
está en las nubes sino allí donde nuestro trabajo nos espera. Allá voy, Señor.
PORTUGUES

a) Lemos hoje as últimas recomendações do sermão da montanha.


Se ontem nos foi dito que uma árvore tem que dar bons frutos, e se não, é melhor cortá-
la e jogá-la no fogo, hoje o mesmo slogan se aplica à nossa vida: "nem todos que me
dizem, Senhor, Senhor, entrarão o reino dos céus, mas aquele que cumpre a vontade de
meu Pai ”. Não se trata de dizer palavras piedosas, mas de cumprir o que essas palavras
prometem. Não deve haver divórcio entre palavras e ações.
Em seguida, e como fim do discurso, Jesus propõe uma comparação relacionada com a
mesma ideia: o edifício que é construído em rocha ou areia. É uma imagem muito
plástica: se a casa é construída em rocha, ela resistirá à inclinação. Se na areia, em breve
entrará em colapso.

b) Muitas vezes ouvimos as palavras de Jesus. Mas isso não é suficiente. Se também
tentarmos colocá-los em ação em nossa vida, então construiremos solidamente a
construção de nossa pessoa ou da comunidade. Se nos contentarmos apenas em ouvi-los
e, mais tarde, ao longo do dia, não nos lembramos mais deles e seguimos outros
critérios, estamos construindo na areia.
Jesus nos adverte que se não for dada estes frutos práticos, não vale a pena nos recorrer
a ter coisas boas dito ou orou ou profetizado em teu nome, ou até mesmo expulsar os
demônios. Nós mesmos, construindo o futuro em falso, estamos abrindo nosso próprio
túmulo. A curto ou a longo prazo, vamos à ruína.
Um, na juventude, é livre para construir sua vida como ele quiser: mas se negligenciado
a sua saúde ou os valores humanos ou preparação cultural e profissional, ou é levado de
hábitos e vícios que inicialmente não parecem perigoso, ele mesmo está condicionando
seu futuro.
O que eu estou construindo minha vida: roca, areia? Em que construo minhas amizades,
minha vida familiar ou meu apostolado: sobre enganos e falsidades? E ficarei surpreso
que os colapsos que vejo em outras pessoas ou em outras instituições também possam
acontecer comigo?
Mateo 7, 21-29

Não é o suficiente para me dizer: «Senhor, Senhor!», Para entrar no Reino de


Deus; a vontade do meu Pai no céu deve ser posta em ação.
Não "aqueles que dizem" ... mas "aqueles que fazem" ... Eu quero, em primeiro lugar,
repetir esta frase várias vezes. Senhor, como se você estivesse repetindo para mim hoje
de seus próprios lábios.

Aqueles que falam bem, aqueles que "rezam bem", aqueles que "rezam" e não "fazem"
não entrarão no Reino! Aqueles que assistem à missa, aqueles que cantam "Kyrie ...
Senhor", sem, ao mesmo tempo, transformando suas vidas diárias, não entrarão no
Reino! Sim, Jesus, você pode dizer que "fazer a vontade de Deus" tem uma importância
maior do que "oração". No entanto, sei muito bem que você também insistiu muitas
vezes na necessidade de orar; e sei que não rezo o suficiente! Mas você também me diz
que minha vida diária é muito importante para você: o que interessa a Deus não é
apenas "nossos momentos de oração" ... mas todos "nossos momentos de vida". O que
você está esperando de mim, Senhor? Quais atos você quer que eu faça? Deixe a sua
vontade ser feita em tudo o que eu vou fazer HOJE.

Todo mundo que ouve essas palavras e as coloca em prática é como o homem
sensato que construiu sua casa na rocha.
Construir minha vida na Palavra de Deus é construí-la na rocha! Construir minha vida
em Deus é construir algo, na verdade, sólido! Note que há duas coisas nesta frase: -
escutar ... - colocar para trabalhar ... Tome estas duas atitudes, é ser sábio. «Põe a
Palavra em prática e não te contentas somente com a audição.» (Tiago I, 22) Colocando
a Palavra em prática, encarnando a Palavra: é a própria definição de Jesus Cristo. A
Palavra se tornou carne. Eu tento em minha vida que meu ideal se torna carne, gesto,
serviço concreto? Minha oração, então, é encarnada? - A oração muda minha jornada?

Todo aquele que ouve estas minhas palavras e não as pratica é como o tolo que
construiu sua casa na areia. A chuva caiu, o dilúvio veio, os ventos sopraram, eles
atacaram a casa e afundaram e seu colapso foi total.
Sim, muitas vezes somos inoperantes. As belas teorias, os slogans fáceis, os belos
princípios ... não constroem nada que seja sólido! Você tem que ter coragem para
empreender, para se comprometer, para agir. Tal é a conclusão do primeiro sermão de
Jesus! Você tem que arregaçar as mangas! Comece a trabalhar! É um convite para a
ação. Deus não está nas nuvens, mas onde o nosso trabalho nos espera. Lá vou eu,
Senhor.

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