Professional Documents
Culture Documents
ORACIÓN INICIAL
Oraciones espontáneas…..
Padre Nuestro…….
Palabra de Dios.
III. Desarrollo del tema
Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Jesús no sólo
nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que
éstas se hacen en nosotros espíritu y vida (Juan 6,63).
A continuación, nos referiremos a cada frase de la oración que Jesús nos enseñó:
Padre
Las primeras palabras de la Oración del Señor son una bendición de adoración,
antes de ser una imploración. Porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos
como "Padre", Dios verdadero.
Jesús trae una novedad radical. Para hablar con Dios, Jesús utiliza el término
arameo “Abba”, que usaban los niños pequeños para llamar a su Padre. Con esta forma de
comunicarse Jesús revela un rostro desconocido de Dios. El Dios lejano, que está en los
cielos, se hace cercano y compañero en la figura del Padre bondadoso que espera,
acompaña, protege y busca el bienestar de sus hijos. (Lc. 15, 11 ss). Jesús nos muestra que
a Dios no lo encontramos al margen de la vida, sino en medio de ella, a nuestro lado,
como un Padre que sufre y se desvela por sus hijos.
Padre es el que por amor comunica su propia vida. Al decir nosotros a Dios
“Padre” significa que tenemos experiencia de que hemos recibido esa vida, esa vida que es
el Espíritu de Dios que nos hace hijos. Uno que no se sienta hijo, que no sea hijo, no
puede decir Padre. Podrá decir Señor, podrá decir Dios, pero, para decir Padre, necesita
la experiencia del amor que Dios le tiene.
Ser hijo y poder llamar a Dios "Padre" es un gran honor y una seria
responsabilidad. Estamos llamados a ser sus hijos, a amarlo con un amor filial y a
demostrarlo con nuestras vidas y obras, como lo hizo Jesús. Este don gratuito de la
adopción exige, por nuestra parte, una conversión continua y una vida nueva. Orar a
nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales: el deseo y
la voluntad de asemejarnos a Él y un corazón humilde y confiado que nos hace volver a
ser como niños, con un corazón puro, transparente y necesitado de Dios Padre.
Padre Nuestro
El Señor nos enseña a orar en común con y por todos nuestros hermanos. Porque
Él no dice “Padre mío”, sino “Padre nuestro que estás en el cielo”, a fin de que nuestra fe sea
expresada en comunidad; debemos considerarnos miembros de una comunidad que es la
Iglesia.
Para que el adjetivo nuestro se diga en verdad, (Mateo 5,23-24) debemos tratarnos
como hermanos, hijos de un mismo Padre y superar nuestras divisiones y conflictos.
Para reflexionar:
¿Mi relación personal con Dios, es la de un hijo con su Padre, en cuanto a
amarlo como Padre, sentir dolor si lo ofendo, escucharlo y conversar con
Él, dejarme guiar por Él, obedecerle, confiar en El, buscar estar con El?
¿Concretamente, cómo puedo mejorar en mi relación filial con Dios?
¿Durante el día, en cada una de mis acciones, vivo como hijo de Dios o
separo fe y vida?
¿Cuál es el nombre que pedimos sea santificado, sea reconocido? El nombre se refiere al
que acabamos de pronunciar: Padre. Es la primera petición. Que la humanidad comprenda
que tú eres Padre.
Para reflexionar:
• ¿Que estoy haciendo para que otros conozcan a Dios y le reconozcan como
Padre?
Entrar en el Reino de Dios exige adoptar una actitud de “niños”, con un corazón
dócil para que sea Dios quien reine en nuestro corazón y no nosotros; actitud de niños
que acogen al Padre, pues “de ellos es el Reino de Dios” (Lucas 6,20). Exige también vivir
con el espíritu de las Bienaventuranzas.
Para reflexionar:
¿Qué actitudes o acciones concretas me ayudan a que Jesús reine en mi
corazón y con cuáles lo saco de mi corazón, relegándolo a veces a un segundo
plano?
Si bien algunos creen tener mucha fe porque constantemente esperan de Dios que
solucione sus proyectos, los hijos de Dios elevan su espíritu hacia Él para que la voluntad
de Dios pase a ser su propia voluntad.
No invocamos a Dios para que Él cambie y cumpla, de todas maneras, nuestros
deseos, sino para que nosotros cambiemos y escuchemos los deseos de Dios. En otras
palabras, no le pedimos a Dios que cambie su voluntad para hacer la nuestra, sino le
pedimos que se haga su voluntad, que es en definitiva, nuestro verdadero bien. Entonces,
el decir, “hágase tu voluntad”, conlleva una gran confianza en Dios, quien como Padre sabe
lo que es bueno para nosotros.
La esencia del “cielo” es ser una sola cosa con la voluntad de Dios. La tierra se
convierte en “cielo” en la medida en que en ella se cumple la voluntad de Dios, mientras
que es solamente “tierra”, polo opuesto del cielo, en la medida en que se sustrae a la
voluntad de Dios. Por eso pedimos, que las cosas vayan en la tierra como van en el cielo,
que la tierra se convierta en “cielo”.
Y por eso, Dios nos ha hablado de nuevo en la historia, con palabras que nos llegan
desde el exterior, mediante los 10 mandamientos, para ayudar a nuestro conocimiento
interior que se había nublado demasiado. El Decálogo es la voluntad de Dios que se
revela para ordenar la vida del hombre, su convivencia con Dios y con el prójimo. Es
voluntad de Dios hecha Palabra, para enseñar y guiar al hombre, Palabra que muestra el
camino a la salvación. Es como las vías del tren que le obligan a ir por un camino, pero
ayudan al tren a avanzar y a llegar. Le impiden que se despeñe.
Como ya dijimos, los mandamientos son parte de la voluntad de Dios. Aquí no hay
duda de lo que quiere de nosotros. Además, las pruebas de la vida diaria, el mal, el
sufrimiento, etc., son parte de lo que Dios permite como Su voluntad, obteniendo
siempre de ello un bien mayor.
Tal vez, nuestro mayor problema está en cómo conocer la voluntad de Dios ante
las decisiones que tomamos en nuestra vida cotidiana. Algunas ideas que pueden servirnos
de guía pueden ser: ver si la decisión que tomamos honra y da gloria a Dios, cómo afecta
nuestra relación con Él y si estamos en paz con eso. También podríamos llegar a alguna
idea sobre la Voluntad de Dios con relación al trabajo, por los talentos que Dios nos ha
dado, pensando: ¿qué clase de trabajo es el que mejor hago y el que me hace feliz?
Las Escrituras están llenas de revelaciones que nos dicen como el Padre quiere que
pensemos y actuemos en toda circunstancia. En las Escrituras podemos ver de muchas
maneras sencillas, exactamente lo que el Padre espera de nosotros. Todas estas son
manifestaciones directas de la Voluntad de Dios en nuestra vida cotidiana. Veamos algunos
ejemplos:
- "Ama a tus enemigos, haz el bien a aquellos que te odian, bendice a los que te maldicen,
ora por los que te tratan mal" (Lc 6,27-35).
- "Sé compasivo como vuestro Padre es compasivo. No juzgues y no serás juzgado, no
condenes y no serás condenado" (Lc 6,36-38).
- "Les digo solemnemente, si no se hacen como niños no entrarán al Reino de Dios" (Lc
18,17).
- "Es la Voluntad de mi Padre, que quien ve al Hijo y cree en Él, tendrá vida eterna" (Jn.
6,40).
- "Aprendan de mí que mi yugo es suave, porque soy humilde de corazón" (Mt. 11,29).
Jesús nos enseña que no se entra en el reino de los cielos diciendo «Señor, Señor»,
sino haciendo «la voluntad de su Padre que está en el cielo» (cf. Mt 7, 21).
Debemos imitar a Jesús que vivió la obediencia hasta la muerte. ¡Hágase tu voluntad,
Señor! Que difícil es decir eso con plena convicción, cuando no es lo que nosotros
tenemos contemplado, en el sufrimiento, la soledad, el abandono. Debemos abrir nuestra
mente y nuestro corazón hacia Él, aprender a confiar que los caminos que Dios ha
preparado para nosotros, son mejores que los que nosotros hemos planeado recorrer.
Pero conocer y cumplir la voluntad del Padre no puede ser fruto sólo de
nuestro esfuerzo. Es Dios quien nos ayuda a realizarla. “Dios es quien obra en
nosotros el querer y el actuar”, nos dice San Pablo escribiendo a los Filipenses (2, 13).
Únicamente con nuestras fuerzas no podemos nada. Por eso le pedimos que sea Él quien
cumpla su voluntad en nosotros. Por la oración, podemos «distinguir cuál es la voluntad de
Dios» (Rm 12, 2), y obtener «constancia para cumplirla» (Hb 10, 36).
Para reflexionar:
• ¿He sentido alguna vez que he intentado manipular la voluntad de Dios?
• ¿Me rebelo contra Dios cuando me pasa algo que no me gusta o que me hace
sufrir?
La palabra “danos” refleja la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre.
Nosotros somos como niños en las manos de Dios. El Padre que nos da la vida no puede
dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales
y espirituales.
Esta confianza no nos impone ninguna pasividad, sino que quiere librarnos de toda
inquietud agobiante y de toda preocupación, ya que a los que buscan el Reino y la justicia
de Dios, Él promete darles todo por añadidura. San Benito decía: “Orad como si todo
dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”. Después de
realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno
pedírselo, dándole gracias por él. Éste es el sentido de la bendición de la mesa en una
familia cristiana.
Los Padres de la Iglesia han interpretado casi unánimemente la cuarta petición del
Padrenuestro como la petición de la Eucaristía. Puesto que «no sólo de pan vive el hombre,
sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4), la petición sobre el pan cotidiano se
refiere igualmente al hambre de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, recibido en la
Eucaristía, así como al hambre del Espíritu Santo. Lo pedimos, con una confianza absoluta,
para hoy, el hoy de Dios: y esto se nos concede, sobre todo, en la Eucaristía, que anticipa
el banquete del Reino venidero.
Esta petición debe ser condicional, esto es, unida a la anterior a la que pedimos que
se haga la voluntad de Dios en todas las cosas. Así pedimos aquí que nos dé el pan de cada
día, si así es su santa voluntad. Incondicional debe ser esta petición sólo cuando la
referimos al pan de la divina gracia que diariamente necesitamos, o al pan de la Hostia
divina.
Para reflexionar:
• ¿Siento necesidad del alimento espiritual? ¿Comulgo frecuentemente y en forma
digna?
La quinta petición presupone un mundo en el que existen ofensas entre los hombres
y ofensas a Dios. Con esta petición el Señor nos dice: la ofensa sólo se puede superar
mediante el perdón, no a través de la venganza.
Ahora bien, nuestra petición será atendida a condición de que nosotros, antes,
hayamos, por nuestra parte, perdonado (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica,
N° 594). Se trata de la única petición del Padrenuestro que lleva una condición. Se pide
que Dios nos perdone, pero porque cumplimos nosotros esa condición. De manera que
nosotros aseguramos que hemos cumplido la condición, y así le pedimos que nos perdone.
Sólo el Espíritu puede hacer nuestros los sentimientos que hubo en Cristo Jesús.
No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece
al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria, transformando la
ofensa en intercesión.
El perdón cristiano no tiene límites, debe perdonar “hasta setenta veces siete”
(Mateo 18,22), es decir, siempre. Llega hasta el perdón del enemigo y transfigura al
discípulo, configurándolo con su Maestro. Por eso, el perdón es la cumbre de la oración
cristiana y la condición fundamental para la reconciliación de los hijos de Dios.
Para reflexionar:
• ¿Me acerco con frecuencia al Sacramento de la Reconciliación? ¿Por qué?
Es importante aclarar que Dios no nos tienta. De hecho el apóstol Santiago nos
dice: “Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al
mal y él no tienta a nadie” (1,13). La tentación viene del diablo: “Jesús fue llevado al desierto
por el Espíritu para ser tentado por el diablo” (Mt.4, 1).
Podríamos decir que con esta petición del Padrenuestro decimos a Dios: “Se que
necesito pruebas para que mi ser se purifique. Si dispones estas pruebas sobre mí, si das
una cierta libertad al Maligno, piensa por favor, en lo limitado de mis fuerzas. No me creas
demasiado capaz. Establece unos límites que no sean excesivos, dentro de los cuales yo
puedo ser tentado, y mantente cerca, con tu mano protectora cuando la prueba sea
desmedidamente ardua para mí”.
Así, pronunciamos la sexta petición del Padrenuestro con la confiada certeza que
San Pablo nos ofrece en sus palabras: “Dios es fiel y no permitirá que sean tentados por
encima de sus fuerzas; al contrario, con la tentación les dará fuerzas suficientes para resistir a
ella” (1Co10, 13).
Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. La exhortación de
Jesús es clara: “velen y oren en todo tiempo, para que sean liberados de todo lo que ha de venir
y puedan presentarse sin temor ante el Hijo del Hombre” (Lucas 21,36).
¿Cuáles son esas tentaciones en las que le pedimos a Dios que no nos
deje caer?
Mateo ya había hablado de tentación cuando Jesús estaba en el desierto. Allí
aparece el tentador que tienta a Jesús.
Son tres las tentaciones de Jesús, que pueden ser también hoy las tentaciones de
nosotros, sus discípulos. En ellas aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a
Dios quien, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser
algo secundario o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo
por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias
capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y
materiales y dejar a Dios de lado como algo ilusorio.
¿Qué debe hacer el Salvador del mundo o qué no debe hacer?: esta es la
cuestión de fondo en las tentaciones de Jesús.
Las tentaciones de Jesús pueden ser las tentaciones de todo ser humano, contienen
la materia de todo tipo de pecado y se dan en 3 niveles básicos:
Para reflexionar:
• ¿Tengo claramente identificadas cuáles son mis debilidades, limitaciones o pecados
que son reiterativos en mí? ¿Qué puedo hacer para superarme en este aspecto?
• ¿Puedo mencionar aquellas tentaciones a las que me enfrento con más frecuencia?
• ¿Evito los momentos de tentación que en el pasado me han hecho caer en pecado?
En esta petición, pedimos al Padre que nos libre de las amenazas que vemos venir
sobre nosotros: los poderes del mercado, del tráfico de armas, de drogas y de personas.
También de la ideología del éxito y del bienestar que nos dice: Dios es tan solo una
ficción, solo nos hace perder tiempo y nos quita el placer de vivir. ¡No te ocupes de Él!
¡Intenta disfrutar de la vida todo lo que puedas!
“Cuando decimos ‘líbranos del mal’ no queda nada más que pudiéramos pedir”
(Cipriano). Una vez que hemos obtenido la protección pedida contra el mal, estamos
seguros y protegidos de todo lo que el mundo y el demonio puedan hacernos. ¿Qué
temor puede acechar en el mundo a aquel cuyo protector es Dios mismo? Es la misma
confianza que San Pablo expresó tan maravillosamente: “Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?”……¿Quien podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción, la
angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?......Pero en todo esto
venceremos fácilmente por Aquel que nos ha amado (Rm. 8, 31; 35-37).
La victoria sobre el “príncipe de este mundo” (Juan 14,30) se adquirió de una vez por
todas en la hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida.
Quien pide la liberación del mal debe estar dispuesto a luchar contra él con todas
sus fuerzas. Para San Pablo, sólo hay una manera de luchar contra el mal, y es
hacer el bien: “No te dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza de bien” (Romanos
12,21).
“Amén”
Nuestro “amén” al final del Padre Nuestro sirve para reforzar y reafirmar lo que ha
salido de nuestros labios. Hemos pronunciado desde dentro la oración enseñada por
Jesús. Ahora, al terminarla, decimos: “Sí, así es, que así sea, así quiero vivir”. Con
una confianza total en Dios, nuestro Padre, glorificando su nombre, acogiendo su Reino,
haciendo su voluntad, recibiendo de Él el pan, el perdón y la fuerza para vencer el mal.
IV. Compromiso
Como hemos podido ver, en cada frase del Padrenuestro que pronunciamos, hay
implícito un compromiso de nuestra parte:
Espíritu Santo,
ven a nuestro corazón,
ilumina nuestros ojos
para mirar hacia el Padre.
Enciende en nuestra alma
el fuego de un amor filial y sencillo;
que con todo nuestro ser
podamos decir:
¡Abbá, Padre!
¡Padre Nuestro!