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XXI CERTAMEN LITERARIO 2017 “EVARISTO BAÑÓN”

Biblioteca Pública Municipal “Ana María Matute”

M.I. Ayuntamiento
de Caudete
Foto de los premiados durante el acto de entrega de premios en el Auditorio
Municipal celebrado el 21 de abril de 2017.
Premiados:

CATEGORÍA A: Alumnos/as de 1º y 2º de Primaria con edades comprendidas entre los 6


y 7 años aproximadamente.
Primer Premio Narrativa: “La rosa Mágica” de Mireya Sánchez del Valle.
Segundo Premio Narrativa: “La niña exploradora” de Lucía Jiménez Molins.
Premio Poesía: Desierto.

CATEGORÍA B: Alumnos/as de 3º y 4º de Primaria con edades comprendidas entre los 8


y 9 años aproximadamente.
Primer Premio Narrativa: “La canción del mar” de África Bañón Sánchez.
Segundo Premio Narrativa: “La música” de Julia Gracia Vicente Bañón.
Mención Especial Poesía: “Poesía de la flor” de Nerea Navarro González.

CATEGORÍA C: Alumnos/as de 5º y 6º de Primaria con edades comprendidas entre los


10 y 11 años aproximadamente.
Primer Premio Narrativa: “El árbol de las estaciones” de Patricia Sánchez Verdú.
Segundo Premio Narrativa: “Un bello amanecer” de Andrés García Navarro.
Premio Poesía: “Mi mundo soñado” de Ana Sánchez Almarcha.

CATEGORÍA CLASE:
Premio Clase: “Haikudete” de la Clase de 1º D del I.E.S. Pintor Rafael Requena.

CATEGORÍA D: Alumnos/as de 1º y 2º de E.S.O. con edades comprendidas entre los 12


y 13 años aproximadamente.
Primer Premio Narrativa: “La chica de la ventana” de Karla Flores Tenada.
Segundo Premio Narrativa: “Lo que nunca tuvo” de Stella María Sam Pagán.
Premio Poesía: “Oda a una flor congelada” de Carlos Díaz Calatayud.

CATEGORÍA E: Alumnos/as de 3º y 4º de E.S.O. con edades comprendidas entre los 14


y 15 años aproximadamente.
Primer Premio Narrativa: “La corte nula” de Carla López de Zamora Pagán.
Segundo Premio Narrativa: “Almas gemelas” de Elisa Sánchez Morales.
Premio Poesía: Desierto.

CATEGORÍA ESPECIAL: Resto de la población.


Premio Narrativa: “Escribiendo” de Miguel Díaz Romero.
Premio Poesía: “Y le robaron su nombre” de Lucía Vanessa Ayuso Giner.
CATEGORÍA A
Primer Premio Narrativa
Título: La rosa mágica
Autora: Mireya Sánchez del Valle

Érase una vez, una niña que se llamaba Rosa. Estaba en su campo celebrando su
cumpleaños. Le regalaron una rosa y Rosa dijo -. Me encanta, se llama igual que yo.
Cogió un vaso de agua, puso a la rosa muy despacio para que no se rompiera, la sacó
afuera para verla, mientras que jugaba y se divertía mucho, por lo visto.
Hasta que un día por la noche, la rosa empezó a brillar y Rosa se despertó y se levantó y
la rosa le dijo -. Gracias por aceptarme, te concederé dos deseos. Rosa dijo: -. Vale,
deseo valorar muchísimo todas las flores del mundo mundial y dijo alas fuera, quiero ser
una hada y volver a la normalidad. Dentro de una hora, la rosa dijo -. Deseos. Y Rosa se
durmió otra vez.
CATEGORÍA A
Segundo Premio Narrativa
Título: La niña exploradora
Autora: Lucía Jiménez Molins

Érase una vez una niña que quería ser exploradora, pero sus padres no querían. Querían
que fuese panadera, pero la niña pensaba que cuando llegará el momento podía elegir
ella, porque era mayor.
Pasa mucho tiempo, y ya llega a ser exploradora, pero le falló a sus padres y se dio
cuenta de que aunque sea mayor, tiene que respetar a sus padres.
Luego le dijeron sus padres - . Sigue tu camino, porque sabemos que vas a ser una gran
exploradora, y dijo la niña -. Gracias por todo, me voy a vivir aventuras.
CATEGORÍA B
Primer Premio Narrativa
Título: La canción del mar
Autora: África Bañón Sánchez

Érase una vez una niña, pero una niña quizás un poco distinta a las demás. Ella, era muy
peculiar, porque se comunicaba con el océano. Y es que el día de su nacimiento había
tormenta. Su madre, con ella en brazos, daba un tranquilo paseo por la playa cuando de
repente el mar las engulló. Su madre, por desgracia, no logró salir, pero la niña fue
llevada a la orilla por causa de los delfines. Su padre, desde el faro, que es donde vivían,
vio todo lo ocurrido y fue a recogerla velozmente. Al recogerla, vio que llevaba una bonita
caracola colgada al cuello. Su padre, enfadado y triste, arrojó la caracola de vuelta al
océano.
Unos años después, su padre decidió mandarla al pueblo con su abuela. Por miedo a que
ocurriese de nuevo lo de aquella noche. Dándose el último paseo por la orilla del mar, vio
algo brillar a lo lejos. Era la caracola, a la niña le pareció familiar, pero no le dio
importancia. La cogió y de repente la llamó su padre ¡vamos, tenemos que irnos!
Despidiéndose del océano, metió la caracola en la maleta y subió al coche de su padre.
Ya en casa de su abuela, fue a su cuarto, abrió la maleta y cogió la caracola que se había
encontrado en la playa. Se la puso en la oreja, y no solo escuchó el mar, sino que una
preciosa melodía, y de repente, la caracola se iluminó y le mostró un camino. Ella no
sabía que pensar, pero se armó de valor y se escapó por la ventana de su cuarto, siguió
el camino. Tuvo que atravesar bosques y praderas preciosas. El camino consistía en
seguir un precioso camino y hermoso rio. Tenía mucha curiosidad por saber donde
desembocaría. Siguió andando, pero enseguida vio que el rio se dividía en dos partes,
¿por cual tenía que ir? De repente se resbaló y ¡plas! Se calló al rio. Y le salió una cola de
sirena, aparecieron unos curiosos delfines y entendió lo que le decían, asombrada los
siguió.
Ellos la llevaron a la desembocadura, estaba lleno de animales de todo tipo, el agua era
cristalina, ¡todo era fantástico! Los delfines le contaron lo que pasó el día en el que el
océano las engulló y el porqué de todo. Ella volvió a su casa, al faro, con su padre. Y de
vez en cuando, van a visitar aquel hermoso lugar y a sus animales, y fue feliz para
siempre.
CATEGORÍA B
Segundo Premio Narrativa
Título: La música
Autora: Julia Gracia Vicente Bañón

Érase una vez una niña que le gustaba mucho la música. De mayor quería ser
compositora y quería tener un estudio supergrande. Al día siguiente, se lo comentó a sus
padres y hermanos, y su madre le dijo:
 Hija, si tú quieres ser compositora, puedes serlo. Y ella contestó:
 Mamá, mamá, una pregunta. Y su madre le dijo:
 Dime cariño
 Para ser compositora, ¿qué tengo que hacer?
 Pues mira cariño, para ser compositora tienes que estudiar mucho, sobre todo
tienes que saberte las notas y tener mucha imaginación.
La niña se fue a su cuarto y pensó: mañana me apuntare a clases de múscia. Por la
noche, la niña no podía dormir de lo nerviosa que estaba.
El domingo por la mañana, se lo preguntó a su padre.
 Papá, papá, ¿puedo apuntarme a clases de música?
 Sí, claro hija, claro que puedes.
 ¡Vamos!
Cuando llegaron a la escuela, su padre le preguntó a la señora que estaba allí sí habían
plazas libres y ella le dijo:
 Sí, hay una plaza libre.
La niña estaba tan, tan ilusionada, que pegó brincos y brincos de alegría. Cuando llegó a
su casa, se lo dijo a su madre y hermanos, amigos y familiares, y todos estaban muy
contentos por ella.
Cuando llegó al cole, se lo comentó a la profesora y le dio muchas felicidades. Pasaron
años y años, hasta que se hizo mayor y cumplió su sueño, y fue una gran compositora, la
más famosa del mundo. Hizo giras y canciones estrellas, una de las más conocidas “El
rock de la noche”.
CATEGORÍA B
Mención Especial Poesía
Título: Poesía de la flor
Autor: Nerea Navarro González

Mira que bonita flor.


Qué la dejes, no la cortes
tiene aire, tiene sol.
Déjala que se columpie al calor.
CATEGORÍA C
Primer Premio Narrativa
Título: El árbol de los escritores
Autora: Patricia Sánchez Verdú

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un pueblo muy especial. Como todos los
pueblos tenía parques, jardines y jardincillos y pequeñas casitas, pero... ¿Qué lo hacía tan
especial?
Pues bien, en un parquecillo, en medio del pueblo, había un árbol un tanto extraño,
dividido en cuatro partes y cada una tenía: nieve y las ramas secas (invierno), tiernas
hojillas verdes y preciosas flores (primavera), jugosos frutos anaranjados y brillantes hojas
(verano), y hojas secas de tonos rojizos, amarillos y marrones (otoño).
Todos pensaban que era una simple reacción química, pero el anciano de ojos azules
como el océano, cabellos como la nieve y piel como el azabache, ese al que todos
tomaban por loco e iba al parque a ver jugar a los niños y así calmar su soledad, ya
empezaba a sospechar algo. Y es que los secretos habitantes de ese árbol eran... ¡Las
Hadas de las Estaciones!
Ohh... Eran preciosas, y cada una iba vestida acorde con su estación. Cada una era más
preciosa que ver las flores bañadas de rocío al salir el sol por la mañana y bañarlo todo
con su manto dorado salpicado por las nubes rosas.
Las hadas del invierno vestían largos trajes forrados con piel y plumas, que los animales
dejaban caer por allí, y botines para la nieve. Las hadas de la primavera vestían delicados
vestidos hechos con pétalos de rosa y se peinaban con perlas de rocío. Las hadas del
verano llevaban frescos trajecillos de hojas brillantes y grandes viseras para protegerse
del sol. Las hadas del otoño llevaban vestidos de hojas secas y botas de corteza de roble
para protegerse del barro.
Pero un aciago día, la preciosa vida que llevaban las hadas cambió... Porque una avispa
con el veneno de la envidia en su aguijón lo inyectó en el fruto del que extraían el jugo
todas las hadas del invierno y su carácter cambió. Se volvieron cada vez más engreídas,
altivas, hasta llegaron al extremo de volverse malvadas. Todo parecía perdido, pero tal
vez había una salvación. Una pequeña hadita (del invierno) llamada “Rosa de las Nieves”
(a la que todos conocían como Rosi) no quería beber del fruto, y fingió para que sus
amigos y familiares no sospechasen nada, pero en su interior estaba preocupada. Una
noche decidió colarse en el G.C.I. (Gran Consejo Invernal) porque habían convocado al
pueblo del Invierno para darles una noticia (por desgracia un malévolo plan).
 ¡Querido pueblo invernal! - Anunció la reina nevada. - Hoy os he convocado aquí
para proponeros un plan. Basta de que a la gente no le guste el invierno, basta de
que se refugien en sus casas, porque el invierno va a ser lo único que va a haber.
¿Cómo lo haremos? Os preguntaréis, bien... lo único que hay que hacer es cubrir
el pueblo de nieve cada tres noches, para que se mantenga, y cuando descubran
las otras tres cuartas partes del Árbol Mágico y encuentren a las hadas, las
encerrarán, las disecarán y las venderán a altos precios. ¡Jua, jua, jua, jua! -
Terminó con una siniestra carcajada.
Rosi, asustada, pensó en quien podía confiar, se lo contó a las reinas de las otras
estaciones y decidieron ir a ver a Urugú (pues así se llamaba el anciano del parque).
Fueron a su chabola, a las afueras del pueblo, y cuando Urugú abrió la puerta, se llevó un
susto, que por poco no se desmaya al comprobar, que su teoria sobre el Árbol Mágico era
verdad. Cuando las hadas le expusieron su problema, Urugú pensó y les contestó -.
Dentro de una semana reunios conmigo aquí, mientras tanto, esperad.
A la semana siguiente, los hombre del pueblo compraron municiones, armas y hasta
tanques, Urugú, al ver aquello, fabricó la “pócima de la amistad” y la mezclo con el agua
de las hadas del invierno. Cuando bebieron, decidieron arreglarlo, por la noche
destruyeron las armas y las hadas del verano hicieron brillar el sol, las de la primavera
hicieron crecer las flores y las del otoño remolinos de hojas secas. Imaginaros: al no
haberse derretido los muñecos de nieve, lo mejor de cada estación se resumió en un día.
Las hadas del invierno pidieron perdón y todo se arregló.
Así que sí vais a un pueblo con un árbol especial, seguro que por allí andan Rosi, Urugú y
los demás.
CATEGORÍA C
Segundo Premio Narrativa
Título: Un bello amanecer
Autora: Andrés García Navarro

El sol salía por el horizonte, iluminaba la plaza del pueblo, David miraba desde su balcón.
Estaba asombrado, no creía lo que estaba contemplando con sus propios ojos, la luz
iluminaba las paredes y el bello sol se reflejaba en el agua de la fuente. Sin embargo,
David tuvo que dejar de mirar el precioso amanecer, se fue corriendo al colegio.
Una vez allí, no pudo prestar nada de atención, porque recordaba las bellas imágenes
que se le habían presentado esta mañana. Cuando David quiso darse cuenta, llegó la
hora de marchar a casa. Durante todo el día, él estaba muy raro, por lo que sus padres le
preguntaron sí le ocurría algo. Él lo negó, sus padres no le insistieron demasiado, pero
sabían que le ocurría algo. Al día siguiente, David, desesperadamente acudió a la ventana
a contemplar el amanecer, subió la persiana, apartó la cortina y dirigió la mirada al frente,
pero sin embargo esta mañana no había ninguna preciosa luz. Estaba todo oscuro y
desamparado.
Ahora, todos los días, repetidamente, se acercaba a la ventana, pero ya nunca podía
volver a contemplar aquel precioso amanecer. Entonces, se dio cuenta de que aquel día
del amanecer fue un sueño. Debido a eso, David iba preguntando y preguntando a todo el
mundo, que como se podía soñar. Todo el mundo le decía que soñar era una tontería.
Hasta que un día fue a la biblioteca de su pueblo, que estaba en la plaza de aquel
preciado sueño. Cuando entró, se dirigió hacia el bibliotecario y le pregunto cómo se
podía soñar. El hombre de la biblioteca, dirigiéndose a David dijo: “lee un libro y soñarás”.
David hizo lo indicado y descubrió que la lectura le aportaba unos bellos sueños, y
aunque no soñara todos los días con el amanecer, él estaba contento por lo feliz que era
leyendo.
CATEGORÍA C
Premio Poesía
Título: Mi mundo soñado
Autora: Ana Sánchez Almarcha

Durante un sueño profundo,


yo imaginé,
que mi mundo dibujaba
sobre un papel.

Con pájaros mágicos,


que volaban sobre mí
y árboles tan altos,
que no tenían fin.

También dibujé,
un espantapájaros
amigable y simpático,
que sabía coser.

Y al final del todo,


muy, muy al final,
una mujercita,
a la que le gustaba imaginar.

Era yo, allí sentada,


sobre un banco de plata,
intentando no despertar
de mi sueño singular
CATEGORÍA CLASE
Premio Categoría Clase
Título: Haikudete: Haikus para conocer y amar a Caudete
Autores: 1ºD Instituto Pintor Rafael Requena

BARRIO SAN FRANCISCO BAILES DEL NIÑO

En San Francisco Bailes típicos:


una estatua de hierro mantones coloridos
en su avenida. y castañuelas

CASA DE LOS GRAFITIS CASTILLO

En San Francisco, Llegan las fiestas.


una casa distinta. Se pone un castillo
Muchos grafitis. ante la iglesia.

CHARCA DE PATOS (1) CHARCA DE PATOS (2)

La Toconera. Charca de patos.


Un estanque de patos La gente tira pan.
con su casita. Ellos lo comen.

EL INSTITUTO (1) EL INSTITUTO (2)

El instituto. Cada mañana,


Con su patio muy grande. yendo al instituto
Muchas ventanas. Cansancio al andar

EL DESCAMPADO LA VILLA

El descampado: La casa villa.


plantas y flores, Hay muchas ventanas
abejas alrededor. y un patio grande.

MOROS Y CRISTIANOS (1) MOROS Y CRISTIANOS (2)

Huele a pólvora. El día cinco,


El volante nervioso bajando por la calle.
hace la rueda. Es la retreta.

MOROS Y CRISTIANOS (3) MOROS Y CRISTIANOS (4)

Moros y cristianos Suena la música:


con pasacalles. desfilan la escuadras,
Yo bailando. bailan boatos.
PASEO LUIS GOLF (1) PASEO LUIS GOLF (2)

En el paseo, En el paseíto
una fuente y un parque. donde juegan los niños.
Juegan los niños. Gofres y creps.

PASEO LUIS GOLF (3) PASEO LUIS GOLF (4)

Paseo Luis Golf. Es ya invierno.


Muchos padres sentados, Hielo en la fuente.
niños jugando. Niños lo rompen.

PISCINA PISTAS

En el verano Las pistas rojas.


en la piscina estoy. Fútbol a todas horas.
Toalla y sol. Puedes jugar.

PLAZA DE TOROS POLIDEPORTIVO

En la placica El Polideportivo:
no hay corridas de toros. gente entrena,
Muchas palomas. corren o juegan.

SANTA ANA SANTUARIO DE GRACIA

Ay, Santa Ana, Santuario grande


subiendo tu gran cuesta. con la patrona dentro.
Deseando llegar. Lugar sagrado

SIERRA OLIVA (1) SIERRA OLIVA (2)

Gigante sierra. Molinos altos.


Grandes molinos Trabajando sin parar
girando muy deprisa. con el viento

LA TOCONERA (1) LA TOCONERA (2)

La Toconera: La Toconera.
largas y verdes veredas, Piedra agujereá
al fin, la roca. cerca del cielo

DESPEDIDA

Acabé haikus.
Muy chulos me salieron.
Luego haré más.
CATEGORÍA D
Primer Premio Narrativa
Título: La chica de la ventana
Autor: Karla Flores Tenada

Por la ventana del coche Alex veía como la carretera se movía poco a poco dejando atrás
su vida, sus amigos y su colegio; ahora tendría que acostumbrarse a un idioma nuevo.
Había pasado ya mucho tiempo del viaje y sentía como estaba apunto de tirar la pota:
-¿Falta mucho mamá?
- No te preocupes ya estamos llegando a Marsellan- dijo la madre frotando la barriga de
Alex.
Al cabo de unos minutos llegaron a la cuidad de Francia, aparcaron enfrente de un
edificio donde les esperaba una mujer más o menos cuarentona:
-Buenos días, ¿ cómo les ha ido el viaje?- dijo con una sonrisa muy grande, pero a simple
vista se sabía que estaba forzada.
-Pues no muy bien, sabe que es estar varias horas sentado en un coche con la sensación
de vomitar.
-¡Alex! Tienes trece años, se educado. ¿Usted es la dueña del piso que vamos a
comprar ?
- Sí, mi nombre es Sephora.
Después de la charla subieron al edificio con sus cosas hasta llegar al piso. El edificio no
estaba mal, era muy lujoso y grande con unas escaleras inmensas, por suerte tenia
ascensor.
- Es este -. Dijo la mujer señalando la puerta -. Es muy acogedor, mi madre vivía aquí
antes de que muriera.
-¡Muriera! ¿Me esta diciendo de que puede que esté su alma caminando por aquí? -. Dijo
casi gritando mientras que su madre le agarraba de su capucha sabiendo que tenia
intención de salir pitando de ahí.
- ¡Alex!, perdone pero es que es muy… como decirlo, mmm, mejor sigamos viendo el
piso.
Al entrar estaba todo ordenado, Alex fue a ver un poco más las habitaciones mientras su
madre hablaba con Sephora. Había una habitación que le parecía perfecta para él. Dejó
sus cosas en la cama y miró por la ventana que había. Se dio cuenta de que había un
patio con cocheras detrás del edificio y justo enfrente, pero no tan lejos otro edificio, pero
diferente al que donde él estaba:
-Está más vieja que Sephora.
-Sera mejor que no te estires mucho por la ventana que te vas a caer-. Estaba tan atento
con el edificio que no se dio cuenta de la presencia de Sephora y su madre.
Al caer la noche estuvieron poniendo las cosas en su lugar.
-A comer- grito la madre desde la cocina.- me ha llamado tu padre, dice que mañana
puede que venga.
-Pues me parece bien.
-¿Qué te pasa? Ya se que es un gran cambio y que has tenido que dejar a tus amigos
atrás, pero es por nuestro bien.
-No sí lo sé, pero estoy muy nervioso por empezar el instituto dentro de dos días -. Dijo
con un tono desanimado mientras removía la sopa con la cuchara.
Luego se fueron a dormir cada uno a su habitación. Alex se puso a leer uno de sus cómic
favoritos de „‟Star wars: la sombra del imperio‟‟.
Varias horas después, se quedó dormido hasta que fue sobresaltado por una canto de
una niña, era precioso y fue acercándose hasta la ventana para buscar de donde venía.
En aquel edificio que Alex había comparado con la señora Sephora había una niña
sentada en una ventana, no con los pies para fuera, sino sentada de lado, llevaba un
vestido blanco y tenía el pelo negro. Mientras cantaba parecía que escribía en una libreta.
-Oye tú, puedes callarte intento dormir-. Ese es Alex tan sutil como siempre.
-Perdona pero si no quieres que te moleste cierra la ventana y no seas tonto -. Dijo la
chica.
- Y lo dice la que está sentada en la ventana a punto de caerse.
Entonces ella se hizo la sorda y empezó a cantar otra vez.
-¡Para, mira niña cállate de una vez!
- Me llamo Mica y tengo trece años, no soy una niña.- dijo parándose en la ventana.
- Vale, vale pero no te tires, me gusta la canción que estabas cantando ¿cómo se llama?
- No tiene nombre, me la he inventado.
- Y, ¿qué tienes en la libreta?
- Nada solo un dibujo que he hecho y tu ¿cómo te llamas?
- Me llamo Alex.
Desde ese momento Alex no se dio cuenta de que habían empezado una gran amistad.
A la mañana siguiente, se despertó recordando lo que había pasado esa noche, parecía
que fuese un sueño el momento en el que habló con Mica. Miró por la ventana y vio que la
ventana donde estaba ella estaba cerrada y se convenció de que era un sueño.
-Alex despierta, que ha llegado tu padre, ven a saludarle- dijo su madre al otro lado de la
puerta.
- Ya voy, que pereza levantarse.
Su padre estaba en la cocina tomando su café cuando bajó.
-Hola crack, has tardado un montón en venir- dijo mientras chocaba las manos con su
padre. La verdad es que se llevaban muy bien como colegas, a veces hasta su madre
decía que en vez de un hijo adolescente parecía que tenía dos.
- He tardado un montón en venir, parece que hay mucho tráfico en Francia, según parece
ha habido un atentado en París.
Estuvieron hablando mucho tiempo hasta que alguien toco el timbre de la casa.
-Voy yo- dijo Alex corriendo hacia la puerta- ¡AAAhhh! ¡Una bruja!
-Maldito mocoso, soy Sephora.
-Ahhh, perdón ¿qué quiere?
- Se me olvido daros la llave de la cochera.
- Vale, adiós- le dijo cerrando la puerta en sus narices, verdad es que no le caia bien esa
señora.
- ¿Quién era? -. Dijo su madre.
-La bruja, quiero decir Sephora, a traído la llave de la cochera.
El resto de los días pasó rápido hasta que llego el día en que Alex fue al instituto.
Por las noches hablaba con Mica y se hicieron muy amigos, al final no era un sueño, y
tenía ganas de verla, aunque no sabía si iban al mismo instituto.
Cuando fue, se dio un chasco porqué no la había visto.
Esa misma noche se asomo por la ventana a esperar a Mica.
-Hola Mica, ¿tú a que instituto vas?
- No voy a ninguno estudio en casa.
- ¿Por qué ? ¿No te gusta?
- No soy muy sociable que digamos y prefiero quedarme en casa. Además la gente es
muy mala.
-¿Por qué lo dices?
- Sabes, a veces las personas están destinadas a vivir en un mundo que no queremos.-
dijo mirando el oscuro cielo.
-No te entiendo- dijo rascándose la cabeza.
-Da igual. Porque no vienes y te sientas a mi lado.
-Estás loca, no puedo, si salto de aquí para allá me mato.
-Tú confía en mí.
Alex sin saberlo, le hizo caso y puso un pie en el aire, sin darse cuenta estaba flotando y
entonces escucho a su madre gritar:
- ¡Alex que haces!- le agarro de los pies sabiendo que su hijo estaba apunto de
tirarse.
También Alex se dio cuenta de que no estaba flotando solo fue un sueño y vio que
Mica no estaba en la ventana.
A la mañana siguiente fue al edificio de Mica, donde tocó la puerta y abrió una
señora.
-¿Qué quieres?
-Conoce usted a Mica, vive en este edificio.
- Sí la conocía, pero ella está muerta, se suicido tirándose de la ventana.
Alex no supo qué hacer, él hablo con una muerta durante todo este tiempo. Y se
desmayó, quedando inconsciente.
CATEGORÍA D
Segundo Premio Narrativa
Título: Lo que nunca tuvo
Autor: Stella María Sam Pagán

Y allí me encontraba yo, tirado en el áspero suelo, con mi rostro sobre su superficie fría.
Ríos de sangre brotaban de mi herida e impregnaban mi traje, mi valioso traje. Había
llegado muy lejos, pero no daba crédito a que mi historia se quedara allí, en esa
habitación oscura, donde por el eco, su risa triunfante había rebotado junto al sonido de
un disparo, que lamentablemente llegó a posarse drásticamente en mi pierna. No sabía si
debía levantarme, pero de todos modos no quería, prefería quedarme ahí. No valía la
pena intentarlo, ya no quería luchar por la vida, levantarme y volver a luchar por ella. Ella,
la vida, que había sido tan cruel, dura y cruda conmigo; a pesar de que la mayor parte, a
penas la recordara.
Todo comenzó cuando me encontraron con heridas en el rostro y en todo el cuerpo
en la calle, una noche de verano en 1933. No recordaba nada, ni mi nombre, mi familia,
mi hogar: NADA. Estuve varios días en comisaría, intentaban hablar conmigo, pero en
vano, estaba perdido y el temor se apoderaba de mí. Como nadie preguntaba por un
joven de origen irlandés de 25 años, pensaron que lo mejor sería que comenzara mi vida
de nuevo, me dieron un poco de dinero, 600 $, y me dejaron libre por las calles de Nueva
York, ¿a quién se le hubiera ocurrido?
Pasados unos días, después de encontrar un barato apartamento, comencé a buscar
trabajo. Al regresar de otra prueba del hospital para iniciar con un tratamiento para mi
amnesia, encontré, caminando por Central Park, o al menos eso indicaba mi mapa
inseparable, a una mujer con su rostro en las manos, llorando y llorando. Me daba pena,
y como era extraño que nadie le preguntara que le sucedía, me acerqué a ella. Oyó mis
pasos e inmediatamente alzó la vista y me miró indiferentemente, era bellísima, sus
cabellos morenos caían sobre sus hombros en una trenza y sus ojos claros resplandecían
por las lágrimas, era negra, por eso nadie se acercaba a ella: racismo. Me miró durante
unos segundos indiferentemente, quizás explorando las cicatrices de mi rostro
desencajado, y volvió a bajar la vista y continuó con su llanto. Me senté junto a ella en el
banco y le dije:
-¿Puedo ayudarte? –Continuó llorando como si hubiera oído llover- ¿Estás bien? ¿Puedo
hacer algo por ti?
-Thomas… Thomas…-lloró la mujer- Mi marido, mi pobre marido. ¡Está muerto!
-Hm… Lo siento mucho, señorita.
-Tranquilo, no fue tu culpa, bueno, aún no se sabe quién fue el culpable, ¿sabe?
Continuaba con su rostro sobre
-¿Una enfermedad?- pregunté temeroso a su respuesta, ya que parecía muy excitada.
-Para nada. ¡Un asesinato! Encontré su cadáver en casa, yo había salido a trabajar y
cuando volví a casa, lo encontré allí, en el suelo. Con una pistola a su lado, todos dicen
que fue suicidio, pero yo sé que eso no es verdad. Él amaba la vida, amaba a su familia,
me amaba a mí. No teníamos mucho dinero, pero, de todos modos éramos felices
Cada vez que pronunciaba „‟él‟‟ en referencia a su marido o „‟Thomas‟‟, se estremecía,
era muy triste. Según, sus palabras, dejó a tres niños, dos niñas y a una mujer sin la
figura de un padre y un marido. Al ser negra, nadie creía sus palabras todos hablaban
sobre la posibilidad de ser suicidio, pobrecita, había quedado sola con cinco hijos a los
que mantener pobremente y frente a una sociedad racista como la que se vive: era
absolutamente una injusticia.
-Gracias por escucharme, no hay gente como usted en estos días de sufrimiento, ¿sabe?
Su historia también resulta muy triste, nadie debería sufrir tanto, es muy duro.
-Tiene razón, es… crudo –afirmé – si alguna vez necesita algo de ayuda, no dude en
buscarme, son esos edificios en la esquina de esa calle, el 2B- le dije señalando mi
absurdo apartamento en la lejanía.
-¿Por quién debo preguntar?-dijo la mujer.
-Pregunte por Newt- respondí, fue el primer nombre que me vino a la cabeza, sonaba muy
bien- ¿Y usted es?
-Sarah Stevenson, tome mi dirección – y me entregó una tarjeta de visita.
Le agradecí haberme escuchado y me despidió con una sonrisa, fue la primera sonrisa
que me lanzaba y lo último que he visto. Llegué a mi apartamento que se caía a
pedazos.
Una semana más tarde de nuestro encuentro, por fin encontré trabajo. Era muy
peligroso, pero muy bien pagado: albañil de rascacielos. Mis vecinos y mi casero
quedaban asombrados cuando respondía a su pregunta, resultaba sorprendente, según
sus palabras. Gracias a Dios, descubrí que no tenía vértigo y además, las vistas eran
deslumbrantes, y el sueldo era fantástico. Allí conocí a mucha gente, pero la que se
convirtió en una gran amiga fue Sarah. Era fantástica y cuando no lloraba era aún más
bella. Me ayudó mucho y quedábamos siempre en mi apartamento. En uno de estos
encuentros, le pregunté si alguna vez podría visitar su casa y así conocer a sus hijos,
hablaba mucho de ellos. Algunos incluso eran adolescentes, cuando quedábamos,
siempre los dejaba con su madre, según ella.
-Mm… ¡Claro! Son bastante revoltosos pero son muy simpáticos, cuando están quietos-
me respondió, adoptó una voz extraña, notaba un hilo de voz y no me miró en ningún
momento cuando respondió, de todos modos, yo le propuse quedar al día siguiente en la
tarde. Bajé a despedirme de mi invitada en la entrada al edificio, estaba ya bastante lejos
cuando de repente me dijo.
-Bueno, ha sido fantástico volver a verte –exclamó mientras caminaba de nuevo hacia mí.
-Mucho gusto, Sarah- me giré para entrar de nuevo a la casa.
-¡Newt!- me gritó, cuando me di la vuelta, encontré mis labios junto a los suyos.
Era extraño, una mujer que había quedado viuda hace apenas un mes, acababa de
besar a un hombre que ha conocido hace menos de cuatro semanas. Estaba perplejo,
totalmente asombrado, no me resultaba extraño que Sarah me besara, era guapa,
simpática y amable; pero continuaba siendo raro, debido a su situación actual. Se marchó
y descubrí a un hombre sentado en el portal del edificio, le pedí educadamente que se
levantara, era blanco, llevaba sombrero y traje formal oscuro y no despegaba sus manos
de los bolsillos. Probablemente, sería muy rico, su aspecto y ropa lo reflejaban a la
perfección, no sé qué haría un hombre tan refinado en un barrio bajo como el mío.
-Georgie, Georgie, te estás metiendo en un lío, ¿lo sabes bien? – dijo mientras
jugueteaba con su corbata, quedé perplejo con sus palabras.
-Perdone, creo que me ha confundido, que tenga una buena noche- le respondí
intentando terminar esta extraña conversación cuanto antes, comencé a sacar las llaves
de mi bolsillo y a intentar entrar al edificio y olvidar a este individuo.
-No deberías quedar con esa mujer, George. Es… extraña, ¿no crees? Notas algo raro en
su voz, yo no me fiaría de Sarah.
-¿La conoce?- le pregunté al hombre que me llamaba George, ¿y si ese era realmente mi
nombre?
El hombre asintió con la cabeza y me dirigió una sonrisa que le hacía aún más extraño.
-Sarah es peligrosa, ha perdido la cabeza. Conozco a su familia y no son buena gente,
eso te lo puedo asegurar.
-¿Conoció a Thomas? – le dije intentando parecer afligido.
-¿Quién es Thomas?
-¿No decía que la conocía? Thomas fue el marido de Sarah, murió hace un mes.
-El marido de Sarah murió hace 5 años, George, no eres el primero que cae en sus redes.
Se me cayeron las llaves y me agaché para recogerlas, cuando me incorporé con la
esperanza de encontrar una respuesta más detallada a lo que él me había dicho. Pero
cuando levanté la vista, el hombre había desaparecido, en su lugar, comenzaba a caer un
papel, era una tarjeta de visita. En ella se leía. “Detectives Privados Johnson: protegiendo
Nueva York desde 1846” Y al lado, había una dirección con un número de teléfono. Decidí
no confiar en aquel detective que se había presentado en la puerta de mi edificio: una
mala decisión.

Al día siguiente, me desperté como normalmente, di los buenos días a mi casero y fui al
trabajo. Cada vez más gente, quedaba sorprendida por nuestro trabajo, a veces incluso
venían periodistas para hacernos unas preguntas. Siempre comentaban y resaltaban
nuestro valor para poder subir allí y jugarnos la vida en cada jornada, yo no lo llamaba
valor, yo lo llamaba hambre. Desde arriba, a veces miraba a las personas que cruzaban la
calle e intentaba imaginarme como serían sus vidas, era un buen entretenimiento. Aquella
tarde, fui a casa de Sarah, había pensado en las palabras del detective y pensé en dejar
una nota que había escrito para dar una excusa inventada por no presentarme en la cita.
Cuando abrí el buzón para dejar la nota, de repente, Sarah abrió la puerta. No llevaba
maquillaje, y llevaba un batín y ropa de estar por casa. Además, su pelo no estaba
recogido, tenía una mirada distinta, no parecía ella.
-Mm… Hola, Sarah- le dije sorprendido por su aparición tan repentina.
-¿Qué haces con mi buzón? Entra…
Y lamentablemente, le hice caso. Me invitó a tomar algo, pero no quise, le temblaban las
manos. Su casa era grande, no era muy lujosa y estaba llena de fotos. No encontré ni
rastro de sus hijos. De repente, cuando me paré a mirar una foto, sacó algo de un cajón,
no decidí mirar que era. Me enseñó la casa, y cuando llegamos a una habitación vacía,
me empujó dentro de ella.
-¿Qué te sucede, Sarah? Me ha dolido, ¿te encuentras bien?
A partir de esas palabras todo sucedió muy rápido, Sarah me disparó y comenzó a reír
locamente. Me tapó los ojos con una venda y me dejó encerrado en la habitación. No sé
cuantas horas pasaron a partir de ahí, pero fueron extremadamente largas, no sabía qué
hacer, intenté pedir ayuda, pero sabía que nadie me iba a escuchar, además, debía
guardar fuerzas, el dolor me estaba matando y no podía más.
Y allí me encontraba yo, tirado en el áspero suelo, con mi rostro sobre su superficie
fría. Ríos de sangre brotaban de mi herida e impregnaban mi traje, mi valioso traje. Había
llegado muy lejos, pero no daba crédito a que mi historia se quedara allí, en esa
habitación oscura, donde por el eco, su risa triunfante había rebotado junto el sonido de
un disparo, que lamentablemente llegó a posarse drásticamente en mi pierna. No sabía si
debía levantarme, pero de todos modos no quería, prefería quedarme ahí. No valía la
pena intentarlo, ya no quería luchar por la vida, levantarme y volver a luchar por ella. Ella,
la vida, que había sido tan cruel, dura y cruda conmigo; a pesar de que la mayor parte, a
penas la recordara. Pasó tiempo, mucho tiempo, o al menos eso me pareció. Hasta que
escuché un ruido de una sirena de policía y disparos continuos. Me habían encontrado,
unos vecinos me habrían visto entrar, y al notar que no salía, decidieron llamar a la
policía. Cuando los policías irrumpieron en la habitación oscura, yo ya estaba
inconsciente. Me llevaron al hospital y me recuperé del disparo en la pierna. Cuando salí
de allí, lo primero que hice fue ir a la oficina de la tarjeta de visita que me había entregado
el hombre extraño. Verdaderamente, era un detective y según sus palabras, Sarah estaba
loca, al morir su ex marido, quedó traumatizada. Sí, ex-marido, porque estaban
divorciados. Él maltrataba a Sarah y, un día que vino a casa borracho, mató a sus hijos y
dejó a Sarah lisiada. Para vengarse de él, lo mató y dejó una pistola a su lado, más tarde
se fue a trabajar y cuando volvió, fingió que lo habían asesinado. Esto le provocó un
sentimiento de culpa y se inventó en su mente a un marido perfecto que había leído en un
libro. Thomas, un novio perfecto para ella, porque le gustaba pensar que era como el que
debería haber tenido. Aunque siempre intentaba que algún chico inocente, se enamorara
de ella y así él pudiera ser su Thomas real, pero estos siempre acababan huyendo de
Sarah y su locura. Esto pone fin a la historia de Sarah y yo he continuado viviendo una
vida mejor. Aunque siempre estoy buscando cual fue mi vida anterior.
CATEGORÍA D
Premio Poesía
Título: Oda a una flor congelada
Autor: Carlos Díaz Calatayud

Tú eras la flor escarchada


Que yo intentaba derretir,
Mas tu gélido frío poco a poco me pegabas,
No sé cómo no me rendí.

De tierra fresca y oro hilado era tu cabello


Al atardecer mi primera vez visto.
Unos lo llamaron flechazo a aquello,
Yo lo llamo a primera vista maldito.

Voy caminando bajo la lluvia terrible,


Mientras espero lo imposible,
Que si alguna vez fue posible,
Ya no hay solución.

Tus risas y tu hipotética locura


Yo las abrazo con ternura.
Pero se enterraron en la escarcha
De una flor congelada.
CATEGORÍA E
Primer Premio Narrativa
Título: La corte nula
Autora: Carla López de Zamora Pagán

Desperté sola en mi enorme habitación, el sol filtrándose entre las pesadas cortinas de
tela rosa bordada con flores. Me levanté con los pies descalzos y terminé de descorrerlas.
A través del cristal se veían los jardines del palacio, y más atrás, los campos de cultivo.
Los días pasaban monótonos en estas estancias de lujo. Visitas entraban y salían como
tostadas hojas de otoño a las que se las lleva el viento, dejando tras de sí no más que su
ausencia. Bajé a desayunar con mi familia. Madre seguía encamada, encerrada en su
habitación. Padre estaba alicaído, con la mirada perdida entre el plato de pastas y su
café. Dos medias lunas violáceas adornaban sus ojos, y parecía haber envejecido diez
años en los últimos días. Julián estaba sentado en la otra esquina de la mesa, leyendo un
libro de aventuras mientras se terminaba un bollo. El silencio me ahogaba en el gran
salón, y mientras las sirvientas me preparaban una taza de té, imaginaba a mi madre
moribunda en su cama, con media docena de médicos enmascarados a su alrededor. La
cuidada decoración de la cama no hacía la imagen menos deprimente, y la dorada luz que
traspasaba las ventanas empalidecía aun más el rostro de mi madre. El sonido de la taza
al ser depositada sobre la mesa me sacó de mis pensamientos y me devolvió al mundo
real. Ojalá que la realidad no fuera así, pero lo era.
Aquel día vagué por los pasillos como sonámbula, y me acosté en la cama helada a mirar
las estrellas que florecían entre las montañas. A la mañana siguiente recibiría la noticia de
que mi padre también estaba infectado, las manchas se habían alojado bajo su arrugada
piel. Días más tarde, la peste se llevó también a mi hermano, y los médicos se llevaron su
diminuto cuerpo envuelto en mantas de casa.
No pude velarles por riesgo a caer yo también enferma, la única heredera de la familia. Mi
hogar ya no era un lugar seguro, las paredes sangraban negras y en los jardines las rosas
florecían ya putrefactas.

Me llevaron en un carruaje de caballos negros como la noche hasta el palacete donde


solíamos pasar el verano, rodeado de montañas. La casa se erguía como un monstruo
marmolado acechando para devorarme. Algo iba mal en mí. Junto con mi familia, la
enfermedad se había llevado una parte de mi interior, algo se había quebrado dentro
cuando sus cuerpos fueron incinerados.
Todo había dejado de tener sentido. Los días eran confundidos con las noches, y el paso
del tiempo se me hacía pesado y confuso. Los criados me miraban como si solo fuese
una sombra, un fantasma de lo que en otro tiempo fui. En los meses posteriores a la
mudanza, mi armario se convirtió en un gato negro que me vestía con desprecio. Mi pelo,
que solía estar recogido en complejos moños, ahora caía lacio sobre los hombros.
Una noche, habiendo pasado tres meses de encerramiento en la casa de campo, la
oscuridad me atrapó, pillándome desprevenida, y me encontré a mi misma caminando en
camisón hacía la ventana abierta, la puerta a los infiernos que se ocultaban bajo el
pequeño jardín de rosas envenenadas.
Pero cuando estaba sentada en el alféizar, escuchando a la luna reírse de mí por ser una
cobarde, las estrellas llorando porque por fin iba a reunirme con ellas, una garra tiró de mí
hacia atrás, la espada cayendo duro contra el suelo, frío, la respiración cortada
bruscamente, y entonces, oscuridad. No era la misma dama de la noche que me había
guiado hacia sus brazos, si no una oscuridad pesada pero en calma. El tipo de oscuridad
en la que uno quiere quedarse y simplemente dejarse morir. Pero eso no ocurrió, y
desperté en mi cama dos días después, con el tigre gris que había parado mi descenso
hacia las profundidades observándome desde la puerta de la habitación. Soltó un gruñido
y bajó las escaleras de huesos blanqueados, cuyos escalones en otra época habían sido
mármol reluciente. El tigre volvió unos minutos más tarde acompañado de una bandada
de cuervos negros de ojos inquisidores como canicas de vidrio opaco. Se acercaron a mi
cama, sus picos cerca de mi cara. Tuve miedo de que me picaran los ojos, e
instintivamente los cerré, ahogando un grito. Entonces, y sin saber por qué, las
almohadillas del tigre estaban sombre mi hombro, tratando de calmar el involuntario
tembleque que recorría incansable todo mi cuerpo mientras los cuervos lo examinaban.

Cuando se fueron dejándome a solas con mi muerte en vida, me levanté del cadáver de
un viejo oso donde estaba tumbada y bajé a la biblioteca, donde cientos de ojos me
miraban desde las paredes, juzgando cada paso que daba sobre la moqueta de hierba
seca. Tomé un volumen y mis dedos se impregnaron de polvo de estrellas, cenizas de
cuerpos que estuvieron aquí mucho antes que yo. Las letras de sol quemaban la zona de
la pierna donde tenía apoyado el grueso tomo, y las cuidadas ilustraciones bailaban sobre
las páginas impidiéndome leer nada. La caligrafía del relato de amor había cambiado su
orden y ahora rezaba una historia que cubriría los ojos de cualquiera de lágrimas. Pero de
mis ojos solo fluyó veneno, que desbordó de mis mejillas hasta morir sobre el papel. El
tigre me miraba, quieto como las estatuas que decoraban las entradas de los palacios, tan
solo habiendo olas en su espeso pelaje al respirar.
Encontré las pesadas puertas de madera cerradas, creando un muro inquebrantable entre
el exterior y este mundo de cenizas y caras demacradas.
El tigre me había estado siguiendo todo el día, así que supuse que era mi guardián, la
maldición que merecía por haber intentado escapar de este mundo. La casa estaba contra
mí, y crujía como si fuese a derrumbarme cuando mi peso danzaba sobre sus baldosas.
El perfume de las flores de sus paredes me enfermaba cada vez más, y la constante
compañía del tigre era lo único que sujetaba mis huesos. Veía los mares que se
extendían entre las cortinas cambiar de color, verde, amarillos, para después volverse
marrones y volver a repetirse el patrón. Había dejado de dormir sobre la maraña de pieles
animales hace tiempo, ahora lo hacía recostada entre las almohadas tiradas en el suelo,
al lado de la ventana.

Los cuervos solían visitarme una vez al mes, pero últimamente lo hacían con mayor
frecuencia, y esa era la única visita que recibía del exterior. Realizaban siempre igual su
pequeño ritual como un incansable reloj al que diariamente se le da cuerda y se
marchaban por donde habían venido sin dejar tan solo una negra pluma que dejara
constancia de su visita. Los fantasmas que me preparaban la comida jamás hablaban
conmigo como habían hecho años atrás, y sus voces a mis espaldas rebotaban en mi
mente todo el día “Pobre niña, se llevó a sus padres y con ellos su cordura” “Deberíamos
haberla dejado morir cuando ella lo intentó. Nos ha condenado a todos.”
La garganta del tigre había sofocado los gruñidos para cambiarlos por palabras, y se
había convertido en mi única conversación diaria. En parte entendía los susurros de los
fantasmas. Era una duquesa que había quedado reducida a polvo sin haber cumplido
siquiera la mayoría de edad, encerrada en una mansión sangrante con la única compañía
de un lobo gris. Loca. Demente. Sabía que sus acusaciones eran verdad, porque parecía
ser la única que veía la sangre deslizarse negra por los coloridos tapices de flores,
secando sobre los escudos familiares y manchando mis manos cada mes que tocaba
algo. Nadie la limpiaba, por lo que acabé deduciendo que nadie la veía. Pero para mí se
sentía tan real como el propio pulso, y tenía de carmesí mis ropas cada mañana, húmeda
y tibia.
Un día encontré que el tigre no me observaba desde la puerta de mi habitación al
despertar, lo encontré abajo, negociando con los hombres que guardaban en su
estómago cada una de las llaves del dragón. Lo vi conseguir un pesado trozo de metal
alargado y también vi al hombre reducirse a tan solo piel, como si la llave fuese un tapón
que contenía el aire en su interior.

Bajé saltando sobre los cuerpos que me guiaban desde el piso de arriba hasta la entrada
y el tigre se tumbó para que subiera en él. Acaricié su denso pelaje grisáceo
agradeciéndole que hubiese abierto la puerta para mí, y tras años de prisión, el sol volvió
a besar mi nevada piel, descongelando mis huesos. Paseamos entre los jardines de
burlonas rosas rojas cuyas risas entraban por mis oídos tratando de agujerear mi cabeza.
Decían ser más bellas, que tan solo me reconocían por las ropas puesto que estaba
masacrada por el peso del aire. A mí, que las había cuidado y amado tanto antes de
volver a verlas, me asfixiaban con sus espinados brazos. Me descubrí temblando en mi
camisón de seda desgarrado por sus pinchos, y al tigre luchando contra sus pétalos,
cayendo enamorado de su perfume. Mi tigre. Mi tigre me abandonaba, y yo quedaba sola,
demente y herida bajo un sol moribundo. Temblando de frío, dolor e impotencia.
Temblando de miedo, de agonía, de enfermedad. Temblando de emoción por volver con
las estrellas, con volver con los míos. Entonces, en un momento de lucidez, encontré las
manchas en mi cuerpo, recorriéndolo como cucarachas a través de mi torrente sanguíneo.
Y supe lo que venía. Una maldición del destino se ceñía sobre mi familia, y yo no iba a ser
una excepción. Los candados que mi mente había creado sobre la realidad, un colchón
para mi inminente caída, quedaban reducidos a escombros, mientras comprendía mis
años de encerramiento. Entonces me permití llorar. Por mi tigre, por los fantasmas, por los
libros de la biblioteca, por el monstruo que me había acogido en su interior. Los había
condenado a todos por ser fieles a mi persona, a alguien que ni yo misma me hubiese
reconocido. Lloré por mí, por no haberme dado cuenta de que no era más que una pistola
a manos de un psicópata, un tsunami que arrasaba con todo lo que me rodeaba.
Y finalmente todo se volvió negro, y me convertí en cenizas rodeada de las hermosas
rosas que minutos antes había tomado por fieras asesinas.
Fui reducida a tierra que el viento se llevará cuando sople un temporal, que se fundirá con
el océano guiada por la lluvia, que recorrerá mi piel enferma hasta encontrar mi hueco al
lado de la luna.
CATEGORÍA E
Segundo Premio Narrativa
Título: Almas gemelas
Autora: Elisa Sánchez Morales

Cuenta un mito de origen chino que todos estamos destinados a estar con alguien y que
siempre estamos amarrados a ese alguien a través de un hilo invisible que estira, se
encoge e incluso se cruza y se enreda, pero que nunca se rompe, que puedes estar con
muchas personas pero siempre vas a acabar con aquella a la que estás amarrado. Esta
es la historia de dos almas gemelas que estaban unidas desde que nacieron: Alex y
Esteban.

Alex nació el 30 de noviembre de 2002, en una familia muy numerosa cuyos padres se
divorciaron poco después de su nacimiento y ahora está viviendo con su madre, sus
cuatro hermanos y su padrastro. Le gusta mucho el fútbol, patinar, salir con sus amigos,
ayudar a la gente y sobretodo escribir apasionantes historias de amor.
Esteban, digamos que es todo lo opuesto a Alex. Empecemos con que tiene cuatro años
más, es decir, nació el 19 de agosto de 1999, en una familia cuyos padres se amaban con
locura y que solo tenía un hijo a parte de él. Vive en un piso bastante grande para ser
únicamente de cuatro personas. Le gusta mucho gastar bromas a la gente, salir de fiesta
y leer historias de ciencia ficción y de miedo.
Sí, ambos son polos opuestos, pero al fin y al cabo, los polos opuestos se atraen. ¿Me
equivoco?
Alex, se levanta todos los días a las 7:30 am, se viste con lo primero que ve en el armario,
desayuna; se prepara la mochila, hace la cama y a las 8:17 am sale dirección al instituto
para no llegar tarde. En cambio, Esteban, se levanta todos los días a las 8:00 am,
desayuna, elige bien la ropa que se va a poner y siempre se deja la cama sin hacer; sale
de su casa siempre a las 8:29 am y por supuesto, siempre llega tarde a sus clases.
Un día, por los pasillos de las aulas de idiomas, Alex se cruzó con Esteban haciendo que
ambos cayeran al suelo de espaldas.

-Mira por dónde vas renacuajo- Dijo Esteban a Alex- Me he caído por tu culpa.

Alex, que a pesar de ser más bajo que el otro chico, nunca se callaba. Si tenía algo que
decir, lo decía.

-¿Qué mire yo por dónde voy? ¿Y tú qué? Te podrías haber apartado y a ver a quién
llamamos renacuajo- Contestó Alex con firmeza y seriedad. Ninguno tenía ganas de
acabar en pelea así que simplemente se echaron malas miradas y cada uno siguió a lo
suyo.

Al día siguiente, se volvieron a cruzar en el mismo pasillo y se volvieron a echar malas


miradas, y así durante los días restantes de la semana. ¿Casualidad o destino que tengan
a la misma hora en el mismo pasillo de martes a viernes?
Cada día, se decían mentalmente el uno al otro cosas horribles; que si estúpido, que si
creído y cosas de ese estilo.
Dos semanas después del incidente, en la hora del recreo, Esteban estaba jugando con
su grupo a baloncesto en las pistas más cercanas al grupo de Alex; en uno de esos
momentos, Esteban lanzó a la canasta y falló su tiró (o al menos no encestó), pero acertó
en el punto que realmente él quería: la cabeza de Alex.
Empezamos con mal pie. ¿Verdad?
Lo que hace un simple choque por el pasillo de idiomas y el orgullo de no querer
disculparse.
Cada día, esa pelea entre ambos, iba a más. Un día era Esteban el que le daba a Alex
con la pelota y al otro era al revés, y así, sucesivamente.
Llegó a tal punto, que ya se lo tomaban a cachondeo, ya se reían uno del otro de sus
actos y acabaron siendo amigos, ¿cómo? Cosas de la vida.
Ya no se miraban mal, ahora, cuando se veían se chocaban las manos, se seguían
tirando las pelotas pero ahora no lo hacían a malas, simplemente era una forma de saludo
entre ellos para que los amigos de ambos no sospecharan, ya que, fiesteros y empollones
nunca congeniaban bien.
Se acercaba época de pascuas, época de ir al campo con la familia o con amigos, comer
mona y esconder huevos pintados para que los más pequeños los buscaran. Un día de
esos, Alex se fue al campo de unos amigos de sus padres, los cuáles él no conocía. Ellos
tenían dos hijos, uno de 23 años y otro de 18, claro, ninguno tenía la edad de Alex (14
años) y suponía que el día iba a transcurrir muy lentamente, pero, ¿cuál fue su sorpresa?
El hijo pequeño resultó ser Esteban. ¿Casualidad o destino?
Al parecer, no resultó tan aburrido el día. De hecho, acabó siendo un gran día ya que
después de comer, se fueron todos a pasear y los más jóvenes (tampoco tan jóvenes), es
decir, Alex, dos hermanos suyos y Esteban se pasaron toda la tarde gastando bromas a
los adultos.
-¿Queréis dejar de parecer críos?- Preguntó irritada la hermana de Alex.

-Es que somos críos- Contestó Alex- Al menos Esteban y yo.

-Esteban tiene 18 años, Alex, él ya no es un crío- Replicó otra vez su hermana.

-Legalmente, es decir, por la edad no, pero mentalmente es mucho más crío que incluso
yo- Bromeó el chico. Esteban, que estaba escuchando la discusión, replicó.

-Oye, que te he oído.-

-Lo sé, eso pretendía- Le contestó Alex en un tono gracioso.

-Te vas a enterar renacuajo, ya estás tardando en correr. Cuento hasta cinco: 1, 2…- Pero
antes de que llegara a 3, el chico ya estaba corriendo con todas sus fuerzas.

El día acabó con una barbacoa en el patio de la casa de Alex y cantando canciones de
anuncios. ¿Qué original verdad?

-Te lo dije Esteban, tienes la mente de un crío-. Dijo Alex tan tranquilamente mientras se
sentaba al lado del mencionado.

-¿Qué quieres salir corriendo otra vez?-. Amenazó divertidamente el chico.

-¿Ves? Si fueras algo más maduro no me amenazarías con ir corriendo hasta mí- Volvió a
hablar Alex.
-¿A no? ¿Y entonces cómo te amenazaría?-. Cuestionó otra vez Esteban.

-No sé, supongo que simplemente no me amenazarías, dirías algo tipo: No digas tonterías
Alex, soy mucho más maduro que un crío como tú-. Dijo mientras ponía la voz algo más
grave que la suya.
-¿Tú crees? A veces solo tenemos que ser maduros en situaciones necesarias, es decir,
todos podemos tener nuestro niño interior y sacarlo de vez en cuando-. Ambos se
quedaron reflexionando sobre eso y a los pocos segundos empezaron a reírse.

-Todos podemos tener nuestro niño interior y sacarlo de vez en cuando-. Imitó Alex al
chico mientras se reía sin parar- Que filosófico todo por favor, no conocía esa faceta de ti-
. Y volvió a reírse.

Hora de irse, Esteban y su familia se fueron de allí bastante agotados, había sido un día
muy agotador, aunque no se podían quejar, lo habían pasado realmente bien.

3 meses después…

El curso había acabado, por lo que eso significaba que Esteban, que estaba en segundo
de bachillerato, se iría a la universidad y ya no tendría esas pequeñas peleas o pequeñas
bromas con Alex, lo iba a echar de menos. Y pensar que todo empezó siendo caótico y
por un simple choque en el pasillo de idiomas… Esteban empezó a sentir ciertas cosas
por ese chico cuatro años más pequeño que él.
Alex, por su parte, iba a pasar a cuarto de la ESO, lo aprobó todo con notables y
sobresalientes y se sentía muy orgulloso de ello. Aunque, por otro lado, él también iba a
echar mucho de menos a Esteban, lo había empezado a querer, aunque, ¿Cómo amigo o
tal vez como algo más?

5 años más tarde…

Alex y Esteban no se volvieron a ver más ni volvieron a hablar. Alex estaba ya en su


segundo año de universidad y Esteban era el jefe de su pequeña empresa. Un día, ambos
coincidieron en una cafetería cerca de la universidad y cerca de la empresa. Ambos
habían estado durante esos cinco años en varias relaciones, habían tenido novias y
novios. En efecto, ambos optaron más por la segunda opción. Confirmaron que eran
homosexuales.

-Hola, ¿qué desean?-. Preguntaron las camareras de la cafetería a ambos chicos.

-Un café con leche y Carmelo por favor-. Contestaron ambos a la vez

-¿Alex?- Preguntó Esteban mirando detenidamente a aquel chico de melena corta y rubia

-¿Esteban?- Preguntó Alex a la vez..- ¿De verdad eres tú?- El chico solo pudo asentir-.
Como has cambiado, mírate.

-¿Y tú qué? Estás muy cambiado. Ya no pareces ni de lejos un niño.- Alex solo sonreía y
agachaba la mirada para evitar que le viera sonrojarse.

-Voy a llegar tarde a la universidad, toma- Alex apuntó en un papel su número de teléfono
y se lo dio al otro chico- Llámame un día de estos y me cuentas qué tal te ha ido estos
cinco años. Hasta luego.- Esteban, aún algo impresionado, cogió el papel y se despidió
del chico.

Al día siguiente, Esteban no dudó ni un segundo en llamar a su amigo y quedar ese día
por la tarde para hablar y conocer como les ha ido la vida y Alex no dudó ni un momento.
Esa misma tarde, esos sentimientos olvidados del pasado, volvieron a nacer en cada uno
de los rincones del cuerpo de ambos. Nunca llegaron a olvidarse a pesar de haber tenido
otras parejas, en sus mentes siempre quedaba ese pequeño sentimiento que hace tiempo
brotó.

Eso queridos amigos, es una alma gemela. Aquella, que por mucho que se separe, que
esté al otro lado del mundo o que simplemente ya no haya contacto, sigue estando ahí, en
nuestro corazón. A veces, no tienen por qué ser del sexo opuesto o no tiene por qué ser
para una relación. A veces, tú alma gemela puede ser simplemente tu mejor amigo o
incluso tu hermano, cada uno decide quien se convierte en su media naranja o en su alma
gemela.
CATEGORÍA ESPECIAL
Premio Narrativa
Título: Escribiendo
Autor: Miguel Díaz Romero

Era de noche. Como siempre desde que el tiempo se ralentizó. Abstrayéndose del
Cosmos, sumido en su propia burbuja acrónica, cuántica. Y era de noche porque parecía
que la luz al final del túnel no deseaba aparecer. Tres meses en el paro habían hecho
estragos en esa rutina que adoraba. Los días pues, los marcaba un reloj distinto al que
pudiera llamar estrictamente propio; y eso a veces no importaba nada... pero otras hacía
aparecer destellos de desesperanza en sus ojos.

Sentado en el borde de la cama que solía compartir con su esposa, escribía en una libreta
de cuadros, grande, con un boli de propaganda de una marca extranjera. Sabía que
aquellas lineas, aquellos renglones de letra ilegible por cualquiera que no fuera médico,
no llegarían a ninguna parte más allá de su blog; y del sobre donde, pasado el texto a
limpio, en formato Word y tamaño de letra doce preferiblemente, los presentaría al
enésimo certamen literario.
Suspiró hondamente tras aquella reflexión y se preguntó qué era, qué podía significar,
escribir ahora y aquí para él.
Tuvo que remontarse a séptimo de la extinta E.G.B para distinguir un borroso punto de
partida en esa andadura literaria. Alguien dibujaba a su lado y la gata dormitaba sobre la
colcha revuelta. No hacía frío y el ruido de la lavadora llegaba sordo desde la galería al
otro lado de la ventana. Aquel año, mil novecientos noventa y cuatro, empezó a escribir
más allá de lo necesario para aprobar en el cole. Y no había dejado de hacerlo desde
entonces.
De la poesía intimista y macabra para salir del acoso escolar al que era sometido;
pasando por el verso romántico de la adolescencia y alguna que otra oda a Nietzsche; a
las tres novelas publicadas que le ayudaban a pagar la compra en Mercadona de vez en
cuando... porque el oficio de novelista en esta España nuestra no daba para más.

“Aquí y ahora” no era “desde entonces”. Aquí era un marzo frío en un Caudete cada vez
más vacío. Ahora era un sábado equis sin nada mejor que hacer que presentarse al XXI
Certamen Literario Evaristo Bañón. Sabiendo desde antes de empezar que no lo
ganaría... porque nunca escribió para ganar, sino para vencerse a sí mismo. Tanto
proverbistas como filósofos orientales coincidieron en algo al hablar de la victoria: que es
más fuerte el que se enseñorea de sí mismo que de una gran ciudad. Y tenían razón.
Y las letras, cuales hormigas danzarinas en un abismo blanco con cuadraditos azules,
eran su triunfo sobre su cuerpo y sobre su alma. Sobre su cuerpo porque le obligaba a
aquietarse durante un buen rato frente al papel. Sobre su alma porque le hacía volar a
mundos infinitos llenos de libertad para expresar todo lo que era capaz de sentir.
La libertad era su vástago de tinta, reviviendo una y otra vez a cada trazo, a cada
pensamiento escrito... con cada arruga del papel. Respiró nuevamente para no dejarse
llevar por la emoción del momento al parir el aforismo anterior.

La pasión podía llevarle a la locura de pretender transformar en poesía un texto narrativo


como aquel. Y resultaba que la pasión le había llevado a la locura irrefrenable de escribir
lo que verdaderamente pensaba; y tal hecho era más peligroso que una cerilla
zambulléndose en un bidón de gasolina.

De repente, y con su gente hablando de deberes escolares a su alrededor, se dio cuenta


de cuanto se estaba desviando del tema inicial.
Mirando la blancura de la pared del dormitorio, rota ésta por dos cuadros japoneses en
prefecto feng-shui, continuó relatando la historia de aquella noche que empezaba a
antojársele eterna. Pensó en cómo cualquiera podía afirmar que se aburría... sí a él,
incluso sin trabajar ocho o diez horas según el caso al día, le continuaban faltando éstas
para llevar a cabo todo cuanto su imaginación se disponía a diario a perpetrar. Sí un
simple bolígrafo gratuito y una libreta de menos de dos euros podían convertirse en el
entretenimiento perfecto. Y no solo de la parte ociosa de su mente, sino de todo su ser.
Podía volcarse, implosionando como un tarro de partículas pym, en aquella libreta. Podía
verter su esencia vital, todo cuanto él significaba desde que fue un deseo materno hasta
el preciso instante de escribirlo, en un rectángulo de celulosa.
¿No es maravilloso, grandioso y colosal, reducir la existencia de un hombre, o de muchos
si viniera al caso, en un grupo simple de palabras ordenadas? La gramática y el
vocabulario eran poderes mágicos, qué digo: divinos, en los dedos y la mente, en la
lengua y las líneas, de un simple mortal.
Y qué de la inmortalidad; que nos es más que el legado de cuanto pensamos, hicimos o
dijimos, voluntariosos en el ejercicio de nuestra inalienable libertad.

“Solo quiero por riqueza, la belleza sin rival”.

Respiró otra vez. Desde que salía a correr un par de veces por semana para quitarse el
estrés que de vez en cuando se apoderaba de sus nervios, supo a ciencia cierta de la
importancia del buen respirar. Había ocasiones en las que la novela era un sprint de
emociones, un huracán de inspiración anodina que le hacía escribir doscientas páginas en
un mes. Pero otras en que la subida, sobre todo cuando ya estaba muy cerca de la
entrada a la Toconera, le obligaba a dar pasos cortos y lentos pensando en que durante la
bajada de regreso le iría mejor. Y otras, las que más, era hallar el ritmo adecuado, la zona
de confort, para llegar a superar su propio récord de distancia en el llano y alcanzar la
meta poco a poco.

No era un ave rapaz. No era un depredador nato en busca de presas. No quería que sus
ambiciones materiales estuvieran por encima de su carrera espiritual. Y tenía un par de
proyectos en la mochila. La noche se alegraría un mes más a pesar de los currículums
enviados. La noche solo era el escenario temporal de su historia personal.
Esperando la llamada de un madrileño. Esperando mayo como si él fuera el agua.
Esperando, ejercitando esa paciencia que nunca tuvo en el pasado, a ser la mejor versión
de sí mismo.

Amando y siendo amado. Acompañando de una cerveza fría la lasaña de carne. Besando
y siendo besado. Cocinando platos nuevos de youtube. Jugando con los niños. Siendo
hoy Vengador y mañana Yokai. Levantándose a la hora que le daba la gana y
acostándose normalmente tarde. Alabando a Dios por encima de todo; y deseando de
corazón hacer bien las cosas de una vez por todas. Siendo él mismo donde quisiera que
iba.
Suspirando de nuevo al pensar en todo lo narrado.

… y escribiendo.
Escribiendo.
CATEGORÍA ESPECIAL
Premio Poesía
Título: Y le robaron su nombre
Autor: Lucía Vanessa Ayuso Giner

Soy aquella que los dioses olvidaron dar su don,


soy el polvo en el rincón de un desván abandonado,
una estrella que ha pasado y nadie prestó atención.
Soy en una habitación el mueble más apartado.

Veleta de un campanario que es mecida por el viento,


soy el claustro en un convento.
Sola y con mi dolor, rezo y lloro por amor,
sabiendo que mi pecado no es otro que haber amado,
sin permiso superior.

Peregrina pasajera que espera su triste tren,


solitaria en el andén en una tarde lluviosa.
Soy la muñeca graciosa que no pudo ser vendida
y que duerme envejecida en una tienda morbosa.

Del paisaje desolado soy el arbusto que crece,


soy el tiempo que se mece en el reloj de pared.
Del bebedor soy la sed, del condenado el penal,
el resignado animal que cayó preso en la red.

Sí los dioses no quisieron darme el don de ser normal


no lo hicieron para mal, tan solo soy diferente,
porque no entiende la gente, que para ser como soy,
no necesito que los dioses me den ningún don.
Organiza:

M.I. Ayuntamiento
de Caudete.

Biblioteca Pública Municipal "Ana María Matute"

Colaboran:
Colegio Publico “Alcázar y Serrano”
Colegio Público “El Paseo”
Colegio Público “Gloria Fuertes”
Colegio “Amor de Dios”
I.E.S. “Pintor Rafael Requena”
A.M.P.A.S.

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